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Cómo mi hija se recuperó del

autismo cuando cambié su comida


Revista Brando del Diario La Nación. https://www.lanacion.com.ar/2130709-como-cure-el-
autismo-de-mi-hija-cocinando.
Roly Villani
8 de mayo de 2018
Maia me muestra con mucho orgullo su
carpeta de tercer grado. Es una de las
mejores alumnas de su curso. Me hace
reír, dice que el recreo en su escuela
"parece un apocalipsis zombi". Juega
con mi grabador, pega gritos
sorpresivos en medio de la frase para
que una raya roja los registre. Se ríe
mucho. Yo también. Porque sé que
Maia tuvo autismo y ya no lo tiene: se
recuperó haciendo una dieta que
excluye la comida industrializada, el
gluten, los lácteos, los huevos, la soja y
el azúcar.
El número de personas diagnosticadas
con Trastornos del Espectro Autista
(TEA, llamado hasta hace poco tiempo
TGD o Trastornos Generales del
Desarrollo) aumentó dramáticamente
desde la década de 1980. En 2008, la agencia norteamericana
Center for Disease Control and Prevention (CDC) estableció
que uno de cada 68 niños estaba dentro del espectro autista.
Hoy, ese porcentaje creció a tal punto que hay uno cada 33
niños. Las cifras varían según quién elabore la estadística, pero no
hay polémica respecto de lo alarmante del crecimiento de esta
patología. Donde sí hay controversia es en la interpretación de por
qué aumenta. Un sector de la industria de la salud asegura que, en
realidad, lo que mejoró fue el método para el diagnóstico, y que ello
explica el aumento de casos. Pero no hay registros de disminución de
casos de otras patologías que antes podrían haberse confundido. Es
decir, no hay evidencia de que se trate de una mejora del diagnóstico
y sí la hay del crecimiento de la enfermedad. La científica Stephanie
Seneff, del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT), encendió

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hace poco la alarma al afirmar que uno de cada dos niños en Estados
Unidos será autista en 2025.
Darse cuenta
Maia nació en España en 2008. Su mamá, Macarena Oyarzo, había
ido a probar suerte allá como muchos otros cocineros: se había
recibido en el Instituto Gastronómico del Sur de Quilmes unos años
antes. Make (nadie le dice Macarena a Make) empezó a notar en un
momento que Maia respondía cada vez menos a los estímulos y que
tenía infecciones e inflamaciones a repetición. La lenta incorporación
de los alimentos empeoró las cosas. El nacimiento de Malena, la
segunda hija, un año después, le servía de comparación: Maia tardaba
mucho más que su hermana menor para todo. Make empezó entonces
un raid binacional de médicos -en el medio se volvió a la Argentina y
se separó del padre de las nenas- hasta que, a los 17 meses, dice Make
que Maia "se apagó".
Al cumplir tres años y medio, le diagnosticaron TGD no específico con
discapacidad mental. "Con suerte, esta nena alguna vez va a ir al
baño", fue el inolvidable comentario de un olvidable médico
argentino.
-Fue un momento de mierda -recuerda ahora Make-. ¡Yo le había
puesto tantas fichas a este bebé! Maia va a ser esto, esto otro. ¡Los
proyectos que tiene una, todos borrados!
Me muestran videos de esa época: Maia plantada a centímetros del
televisor, Maia que grita y se tapa los oídos mientras en el jardín le
cantan el feliz cumpleaños, o Maia corriendo en círculos y "aleteando"
(una de las conductas estereotipadas y repetitivas de los niños con
TEA). Imposible reconocer en esa imagen a la nena que se ríe al lado
mío porque se le escapó la palabra "mierda".
-¡Se me escapó! -explica con un risa pícara cuando la madre reprueba
el vocabulario.
Y veo videos más viejos, en los que se ve a Maia gateando para
conseguir una galletita.
-Fijate que ahora el papá se ríe y ella lo mira. Ahí está. ¿Ves?
Conectaba la mirada.
Make se conoce de memoria los videos. Nos pasa a casi todos los
padres, pienso. Pero las imágenes que veo yo, Make las vio mil veces
porque necesitaba pruebas de algo que sabía: que el autismo de Maia
era adquirido. Y esa obsesión la llevó a leer montañas de artículos y
papers y a mirar decenas de conferencias. Así dio con las
investigaciones de la conexión intestino-cerebro.
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Make con sus dos hijas: Maia, de celeste, y Male. Fuente: Brando - Crédito: Vera Rosemberg

En 2008, la agencia norteamericana Center for


Disease Control and Prevention estableció que uno
de cada 68 niños estaba dentro del espectro autista.
Hoy creció a uno de cada 33.

El opio de los péptidos


Aunque hace más de cien años que la literatura científica recopila
datos sobre la permeabilidad intestinal aumentada, este síndrome no
está reconocido como enfermedad y parte de la comunidad médica
asegura que el trastorno carece de base científica.
Sin embargo, buena parte de los especialistas trabajan con esta
hipótesis: el mal funcionamiento de las uniones estrechas
intercelulares del intestino permite que entren elementos mal
digeridos en la sangre y, según la predisposición genética de la
persona, esos elementos pueden desarrollar enfermedades
autoinmunes, inflamatorias, infecciones, alergias o cánceres, tanto
intestinales como en otros órganos.
La Liga de Intervención Nutricional contra Autismo e Hiperactividad
(LINCA) es una ONG que trabaja con esta perspectiva y provee
información a las familias con personas en el espectro autista y a
profesionales de la medicina. En su página puede leerse que Karl
Reichelt, médico e investigador noruego fallecido en 2016, fue de los
primeros en asociar la conducta de niños autistas con la de
los adictos al opio o a la morfina. En la orina de estos pacientes,
Reichelt encontró elementos con una gran similitud molecular a la
morfina y propuso la teoría de que un grupo importante de
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personas con trastornos del desarrollo, como autismo y
TDAH, no digiere correctamente las proteínas,
principalmente las que se encuentran en los lácteos y en el
gluten.
A esos elementos hallados en la orina se los llama péptidos opiáceos
y alteran el funcionamiento del cerebro a nivel de los
neurotransmisores. Este efecto se deja sentir en primer lugar en el
intestino, nuestro segundo cerebro, donde se encuentran unos cien
millones de neuronas.
Todas estas cosas leyó Make aquellas noches de estudio afiebrado. Y
lo consultó con el neurólogo. "Hacelo, mal no le va a hacer -recuerda
que le dijo-, pero no alimentes muchas esperanzas". El cambio radical
de dieta se hizo un 13 de septiembre de 2012. Nadie olvida la fecha
porque, desde entonces, la celebran como el segundo cumpleaños de
Maia.
-Esa noche nos cambió la vida a las tres. Los primeros cuatro días
fueron de locos, hubo momentos en que con Male nos encerramos en
el baño porque Maia estaba furiosa. Revoleaba todo. Me mordió,
arañaba el revoque de las paredes. Era síndrome de abstinencia de los
lácteos.

Con la misma perseverancia que usó para entender el cuadro de Maia, Make armó un recetario de
más de 150 platos. Fuente: Brando - Crédito: Vera Rosemberg
La mañana posterior a los cuatro días de furia, Make fue a despertarla
y vio una imagen que, dice, no olvidará jamás. Maia tenía la carita
apoyada en uno de los travesaños de la escalera de la cama y la miró
fijo a los ojos por primera vez en años. Al reconocerla, le hizo una
sonrisa. Make supo que por ahí iba la cosa.

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Maia no se acuerda nada de eso. Era muy chiquita y además su
cerebro vivió un tormentón. Pero sabe que tiene que seguir su dieta.
No se encapricha con otras cosas, no se desbanda.
-¿Tus compañeros del colegio saben que no comés lo mismo
que ellos? -le pregunto.
-Sí, dicen que tengo una dieta rara. Pero cuando les convido, todos la
comen.
-Y vos, ¿probás la comida de ellos?
-¡Nooooo! ¡Me hace mal!
Pero el tema no le interesa, prefiere mostrarme las tareas de
matemática, en las que se saca siempre las mejores notas. Es
previsible, algunos estudiosos del tema llegaron a sostener que el
Síndrome de Asperger (uno de los TEA más conocidos) es una
capacidad de concentración beneficiosa para la carrera científica.
Maia tiene otra explicación: "Las ciencias sociales son aburridas".
Lo primero que registró Maia cuando volvió a esta realidad fue a
Hipólito, el perro. Lo llamaba; el perro venía a jugar y ella lo miraba.
Después se conectó con su hermana Male. Y, de a poco, fue
incorporando a los demás. Tras un año de dieta volvieron al neurólogo
escéptico del tratamiento. Maia estaba entusiasmada porque tenían
entradas para el teatro a continuación de la consulta. El médico llegó
una hora tarde y la nena, furiosa porque se iba a perder la obra, se lo
reprochó.
-¿A qué viene, mamá? -dijo el médico, prestando escasa atención al
reclamo.
-A renovar el certificado de discapacidad -le dijo Make.
-¿De quién?
Make tragó saliva. Y saboreó la victoria.

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En 2008, la agencia norteamericana Center for Disease Control and Prevention estableció que uno
de cada 68 niños estaba dentro del espectro autista. Hoy creció a uno de cada 33. Fuente: Brando -
Crédito: Vera Rosemberg

Una cocina de DD. HH.


Los primeros días del cambio de dieta, Make les daba puchero, una
comida barata que no posee ninguno de los alérgenos más comunes
que afectan al síndrome del intestino permeable. "Es una comida que
sigo recomendando", dice. Y, mientras ganaba tiempo, fue
reconfigurando todo lo que había aprendido en las escuelas
de cocina. Con esa premisa -nada de TACC, ni leche de vaca,
ni azúcar, ni soja, ni aditivos-, Make puso en juego su oficio.
-En la cocina uno es medio robot, ¿no? Es muy militar -dice-. Cuando
trabajás para otro, no creás nada, es todo órdenes y tiempos. Pero ojo
que no reniego de la cocina militar. Me sirvió. Nada más que había
que modificar las materias primas -se toma unos segundos y corrige-
. Bueno, en realidad, es más que eso. Hay un replanteo del objetivo .
No se trata de cocinar para la exquisitez de algunos que
pueden pagarlo, se trata de salvar vidas. Es una cocina de
derechos humanos".
Con la misma perseverancia que usó para entender el cuadro de Maia,
Make fue construyendo un recetario de más de 150 platos y
elaboraciones. Desde alfajores de chocolate y grisines hasta pizzas y
pastas. Maia y Male comen sano y variado en una relación en la que
todos salieron ganando : buena parte de los ingresos de la
familia provienen ahora de la venta de estos productos a
pacientes de la dieta a los que se les complica cocinar tanto
y de los talleres de Cocina Biomédica en los que enseña todo
lo que aprendió mientras experimentaba.

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Nicolás Loyácono integra el equipo de Enfoque Integrador que funciona bajo el marco de la
investigación adhonorem del hospital de Clínicas. Fuente: Brando - Crédito: Vera Rosemberg
En diciembre de 2013, algunas madres le hablaron a Make de Nicolás
Loyácono, pediatra de la UBA que estaba trabajando sobre TEA con
el eje en una dieta sin gluten ni lácteos. Loyácono es investigador
adjunto en el Hospital de Clínicas, trabaja como responsable del
equipo TEA Enfoque Integrador y resume la premisa sobre la cual se
basan: "Los alimentos de mala calidad nos inflaman y activan nuestro
sistema inmunológico, y eso interfiere en nuestras funciones básicas,
como en el nivel de concentración o en el sistema cardiovascular. En
el cerebro, puede propiciar la alteración de conductas". Sobre esa
base, desarrollaron tratamientos integrales. "Hacemos una
evaluación de cada paciente no solamente del área neurológica
psiquiátrica y de conducta, sino que también consideramos los
problemas médicos que acompañan el diagnóstico, que solemos
llamar PMC", dice. Los PMC son "problemas médicos
concomitantes", que acompañan el diagnóstico crónico -que en este
caso es el TEA-, y pueden ser temas gastrointestinales, nutricionales,
metabólicos, inmunológicos, bioquímicos, oxidativos, infectológicos
o reumatológicos, entre otros comunes. "Cuantos más PMC vamos
resolviendo, la sintomatología por la cual el TEA fue diagnosticado se
reduce. Y muchas veces desaparece. La dieta es la base del
tratamiento. En todos los casos, la dieta genera una desinflamación
que mejora muchísimo la calidad de vida del paciente".
Con la misma perseverancia que usó para entender el
cuadro de Maia, Make armó un recetario de más de
150 platos. Desde alfajores de chocolate y grisines
hasta pizzas y pastas.

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Volver a casa
Tengo varios casos más o menos cercanos de TEA con mayor o menor
severidad. Por eso, las conversaciones con Maia me conmueven tanto.
Pero ni yo ni nadie en mi entorno habíamos escuchado hablar de la
dieta biomédica, que, en el peor de los casos, mejora la calidad de vida
del paciente. ¿Cómo puede ser? La conspiranoia se apodera de mí: se
trata de un tratamiento muy barato, que no solo otorga un papel
menor a la industria farmacéutica, sino que pone el foco sobre el
potencial peligro de la alimentación contemporánea. ¿Es posible que
ese sea el motivo de la poca difusión de esta terapia? Solo lo sabremos
difundiéndola más, me digo.
Porque el caso de Maia es uno entre miles, en
el mundo y en Argentina.
En su primer año y medio de vida, Manuel tenía todas las pautas de
crecimiento normales, pero de a poco empezó a desconectarse,
costaba hacer contacto visual con él, había que gritarle para que
prestara atención, no interactuaba casi con nadie. En marzo de 2017,
Mariano y Pamela recibieron el diagnóstico de su hijo: Manuel tenía
TEA en nivel moderado. "Se nos paralizó el mundo -recuerda
ahora Pamela-. No solo pensás en el momento, pensás en el futuro,
qué herramientas va a tener, pensás en el bullying". También a través
de la red, dieron con una madre colombiana cuyo hijo se había
recuperado en base a la dieta que habían llevado adelante con un
médico que trabajaba con LINCA. Pamela buscó, entonces, los
médicos argentinos que trabajaban con esa ONG y llegó a Loyácono.
"Lo nuestro no fue nada paulatino, al segundo día le saqué todo junto:
lácteos, gluten, azúcar, aditivos, conservantes". Hasta entonces, Manu
comía patitas de pollo procesadas, galletitas de chocolate,
hamburguesas. "Le daba porquerías, ahora lo sé, porque uno se va
informando", dice Pamela. A la semana de la dieta, Manu
levantó un teléfono y dijo: «¿Hola, hola?». Pamela y
Mariano empezaron a sentir que su hijo los «visitaba» de a
ratos. "Era muy loco, con mi marido decíamos: «¡Está acá, está
acá!». Era un momento que conectaba y se iba. Pero empezamos a
avanzar en la dieta y se quedó definitivamente acá".
Y todo transcurrió en un año. Manuel no está recuperado ciento por
ciento, pero la diferencia es apabullante y las perspectivas son muy
alentadoras. "El acto de principio de año del jardín maternal fue muy
angustiante para mí porque Manu se tapaba los oídos, aleteaba
delante de todos. Yo lo quería bajar del escenario, fue horrible". Pero
el acto de fin de año fue completamente distinto. "Las maestras me

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dieron la sorpresa de que abrió el acto tocando la armónica sentado
en un banquito. Habría 400 personas y él nunca aleteó ni nada". ¿Las
desventajas? Hay que cocinar mucho. "No parece un precio
demasiado alto", dice Pamela.

A la semana de aplicar la dieta, Pamela notó que su hijo, Manu, reconectaba. Fuente: Brando - Crédito:
Vera Rosemberg

Tirando del mismo piolín me encuentro con el caso de Agustín, que


tuvo un desarrollo similar a los niños de su edad hasta los tres años y,
a partir de ese momento, sus habilidades -incluida el habla-
empezaron a debilitarse y a perderse. "No toleraba algunas comidas,
lo que ocasionaba vómitos y deshidrataciones cíclicas. Cada tres
meses lo teníamos que internar", recuerda hoy la madre. A los tres
años y seis meses le diagnosticaron TGD. Sus padres, Gaspar y
Jessica, comenzaron a buscar tratamientos alternativos
porque tenían mucha resistencia a suministrarle
Risperidona, un medicamento antipsicótico muy
cuestionado. En esa búsqueda dieron con el equipo TEA Enfoque
Integrador del Hospital de Clínicas. "Le sacamos el gluten, la leche de
vaca, los conservantes y aditivos y de a poco empezamos a ver los
cambios", cuenta Gaspar. Claro que no dejaron nunca de estimularlo
con equinoterapia, fonoaudiología, e incluso lo mandaban a clases de
inglés antes de que recuperara el habla, como estimulación. De a poco
fue recuperando todas las habilidades que había perdido. Al mes ya
tenía contacto visual. "A medida que avanzaba, también nosotros nos
fuimos acomodando a la dieta, investigando, aprendiendo -dice
Jessica-. Al principio nos costaba mucho conseguir los alimentos,
teníamos que pedirlos por internet, hacer compras grandes, pero por
suerte eso también se va resolviendo". Ya hay una mayor cantidad de
proveedores de productos para esta comunidad, aunque -
previsiblemente y al igual que en el caso de Make- muchos son padres
que atravesaron este calvario. Un ejemplo: los productos de limpieza

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industriales tienen infinidad de metales pesados que afectan a
muchos niños con TEA. Unos padres ya los elaboran de manera
artesanal para el resto de las familias que los necesitan. El crecimiento
de este esquema de comercialización es también un buen indicador
de la cantidad de personas que encontraron en este tratamiento un
alivio al menos.
Agustín tiene hoy siete años, va a una escuela común y el año pasado
llegó a ser abanderado. Los padres, con el pecho lleno de orgullo.
No resignarse
La teoría que da sustento a este tratamiento polemiza de alguna
manera con la medicina genética y con el concepto de
neurodiversidad. La primera es un poco la norma de lo impuesto, en
materia de autismo. "Habitualmente, el paciente que llega a nosotros
ha recorrido un número de consultorios de los cuales el 90% les dio
una respuesta genética -confirma Loyácono-. Pero las estadísticas de
los estudios científicos y las principales universidades del mundo
sostienen que no más del 5% al 10% de estos problemas se pueden
atribuir a una cuestión genética".
Por otro lado, también se polemiza con el concepto de
neurodiversidad, que sostiene que las personas tenemos
cerebros diferentes y, por lo tanto, características
conductuales distintas. "Muchos padres dicen que hay que
aceptar a los chicos como son y eso un poco me enfurece: si
cambiándole la dieta le mejorás la calidad de vida, e incluso lo
recuperás, ¿por qué vamos a elaborar una cultura de la resignación?",
cuestiona Make. Loyácono agrega: "Es muy difícil que se pueda incluir
a un niño que tiene conductas disruptivas como gritar o autoinfligirse
daño. Pero lo más importante es que esas conductas muchas veces
tienen su base en problemas médicos concomitantes que son
diagnosticables y tratables".
Los tres neurólogos tradicionales que contacté para esta nota
declinaron amablemente su participación. En ningún caso
desconocen la mejora en la calidad de vida de los pacientes
que optan por el cambio en la alimentación, pero el marco
teórico genetista sigue siendo un poderoso cinturón ante
una "teoría emergente", como llaman a esta tendencia.
La comida que comemos actualmente tiene 300 veces más gluten que
la de hace 60 años. Porque la industria usa harinas como
estabilizantes, espesantes o, simplemente, para "estirar", es decir,
abaratar las preparaciones. Por eso -por la profunda
degradación de la calidad de la comida masiva-, esta dieta

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es recomendable no solamente para quienes ya fueron
diagnosticados con alguna patología: es una excelente
forma de prevenir.
Pamela, la madre de Manuel, tiene una anécdota al respecto: "Yo tuve
jaquecas muy fuertes toda la vida. Me hicieron estudios de cervicales,
fui al oculista porque no enganchaban qué podía ser. Me asusté, pensé
que tenía algo en la cabeza. Cuando empezamos la dieta con Manu,
modificamos algunas pautas de consumo nosotros porque no
queríamos que él deseara. Y, al primer mes de evitar los lácteos y el
gluten, se me fueron los dolores de cabeza. Así que, evidentemente,
no soy celíaca, pero tengo una intolerancia que no habían detectado".
A algunas personas se les convierte en celiaquía, a otras puede
generarle trastornos del espectro autista y otros pueden desarrollar
un cáncer o cefaleas. O nada. En cualquier caso, la mala
alimentación no distingue clases sociales: el 60% de los
argentinos adultos padecen de obesidad o sobrepeso.
"Cada nene es un mundo -dice la nutricionista Maria Luz Sanz,
integrante del equipo que dirige Loyácono-. A veces, tenemos que
sacar alimentos que nunca habían aparecido como poco tolerados. El
otro día nos dimos cuenta de que un nene tenía problemas con un jugo
de naranja exprimido que tomaba a la mañana. Le sacamos el jugo y
el nene mejoró la materia fecal y la sintomatología general. A veces, la
gente hace alergias alimentarias no solo a los alérgenos más comunes.
Puede hacerlo a otros alimentos". Por eso es tan importante que el
tratamiento sea personalizado.
Lo que hace mal a algunos puede no hacer mal a todos. Muchas
personas pueden vivir toda la vida sin manifestar
problemas serios ante los alimentos tachados de la dieta
biomédica. Y, sin embargo, dice Make que todo el mundo
debería suprimir los lácteos y el gluten como prueba por
unos meses. "Yo digo que la mejora va a ser evidente en cualquiera
que siga esta forma de alimentación. Porque no hacerla te quita
derechos".
Por: Roly Villani
Revista Brando del Diario La Nación. https://www.lanacion.com.ar/2130709-como-cure-el-
autismo-de-mi-hija-cocinando.

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