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Publicado en La Razón, 04 de octubre de 2016.

Disponible en línea:
http://www.larazon.es/cultura/la-guerra-en-grecia-y-roma-KB13659175

La guerra en Grecia y Roma

Alberto Pérez Rubio - Coeditor de Desperta Ferro Ediciones

En la recepción del enorme legado de Grecia y Roma ‒filosofía, ciencia, ética, derecho,
arte... ‒, en su ininterrumpida reelaboración, reinterpretación y reconstrucción, están las
bases fundaciones de Occidente. Pero, ¿y la guerra? ¿Hay acaso una concepción
occidental particular de la guerra, heredera de la manera en que griegos y romanos
dirimieron sus conflictos? Se trata esta de una cuestión, la de un supuesto Western Way
of War, en expresión acuñada por el historiador estadounidense Victor Davis Hanson,
que ha venido agitando en las últimas décadas los estudios de Historia militar y política,
con posturas encontradas que a veces traslucen sesgos ideológicos actuales más que
análisis ponderados del pasado.
Para Hanson, como para otros investigadores como Geoffrey Parker, se puede
encontrar a lo largo de la historia de los ejércitos occidentales un núcleo de principios
que han definido su forma de hacer la guerra, que tienen su germen en el surgimiento y
desarrollo del choque de falanges hoplitas en la Grecia Arcaica y que se prolonga en la
forma de guerrear de las legiones romanas. Sintéticamente, estos principios serían el
dominio de la infantería, con una disciplina aquilatada, confianza en la superioridad
tecnológica y la búsqueda de la batalla campal como enfrentamiento decisivo. Sin
desestimar estas consideraciones, hay empero que apuntar que hablar de la guerra en
Grecia y Roma como algo homogéneo e inmutable en el tiempo es reduccionista. Hubo
tantas maneras diferentes de guerrear en Grecia y Roma como diferentes y cambiantes
fueron sus sociedades a lo largo del tiempo, desde los carros de los héroes micénicos a
las picas de los falangitas de Alejandro, y desde las legiones manipulares que
conquistaron el Mediterráneo al ejército de Constantino en el Puente Milvio. Pocas
obras hay capaces de sintetizar tantos siglos de desarrollo militar, con lo que implica de
cambios sociales, políticos, culturales y tecnológicos, como el clásico de Peter
Connolly, Greece and Rome at War, que acaba de ver la luz por vez primera en
castellano y en un único volumen como La guerra en Grecia y Roma, publicado por
Desperta Ferro Ediciones.
"Clásico" no es un adjetivo baladí a la hora de hablar de un libro cuya influencia
lleva proyectándose desde su primera edición en 1981, y que va mucho más allá de la
investigación y de lo académico, ya que apunta directamente, como la flecha de un
arquero escita, como el soliferreum de un guerrero ibérico, al corazón. Basta con leer
los prólogos que le dedican autores tan reconocidos como Adrian Goldsworthy, autor de
exitosas biografías sobre Julio César o Augusto, o como Fernando Quesada Sanz,
director del departamento de Arqueología de la Universidad Autónoma de Madrid y
experto en la guerra en el mundo antiguo. Como ambos reconocen, La guerra en Grecia
y Roma es una obra que inyectará para siempre en el lector la pasión por el mundo
clásico, no solo por la calidad de su texto, sino por el inigualado aparato gráfico que le
acompaña. Inigualado, sí, y eso que hablamos de una obra pergeñada todavía en la era
analógica, con pincel y papel, pero que constituye un exquisito y suntuoso despliegue de
cartografía e ilustración, que desde la arqueología y la iconografía restituye el pasado
para hacerlo vibrar en cada página. Con estos avales, La guerra en Grecia y Roma es
punto de partida inmejorable para el conocimiento de los sistemas militares
desarrollados en Europa entre los siglos VIII a.C. y V d.C., su estructura, su tecnología,
sus mutaciones, y sus victorias y derrotas.
El germen del modo de guerra occidental habría estado en la falange, la
formación con la que, hombro con hombro, escudo con escudo, defienden su polis, su
ciudad, los griegos a partir del siglo VIII a.C. Un despliegue táctico que está
inextricablemente ligada a un equipo concreto, a la panoplia ‒ta hopla‒ que da nombre
al guerrero heleno por antonomasia: el hoplita. Aunque el equipamiento del hoplita irá
sufriendo variaciones a lo largo del tiempo, supone uno de esos puntales de
"superioridad tecnológica" que han servido para explicar la victoria griega en las
Guerras Médicas. El arma fundamental era el denominado escudo argivo, circular y
cóncavo, con un peculiar sistema de sujeción, ya que en lugar de una manija central
cuenta con una abrazadera ‒porpax‒ y un agarre en el extremo del escudo ‒antilabe‒.
Este tipo de escudo condicionaría un modo de combate frente a frente, sin demasiada
movilidad, y con cierta exposición del costado derecho del combatiente, que necesita así
la protección del compañero; es por ello por lo que el flanco derecho de los ejércitos
griegos era siempre el más expuesto ‒y el lugar de honor–. La panoplia se fue
desarrollando para que el combatiente ganara en protección, con el casco corintio, la
armadura de campana y las grebas como armas defensivas, y la lanza como principal
arma ofensiva, con una corta espada como auxiliar. Un equipo que incide en un choque
frontal de líneas, en una brutal melé cuerpo a cuerpo: la falange. Pero sigue sin haber
consenso hoy en día si fue la panoplia la que condicionó el modo de lucha en falange, o
a la inversa, el equipo se fue desarrollando para dar respuesta a las necesidades de dicha
formación. Como tampoco hay consenso sobre si la falange nace ya como la conocemos
en su forma clásica, la de los siglos V y IV a.C., la que derrotó a los persas en Maratón
y Platea y con la que chocaron atenienses, espartanos y tebanos, o pasa antes por un
periodo de desarrollo en el que coexiste con el intercambio de proyectiles y las
formaciones más fluidas. La tecnología, la naval en este caso, está también en el
corazón del choque entre griegos y persas, con el crucial encuentro de Salamina,
protagonizado por el rey de los navíos de guerra del Mediterráneo antiguo, el trirreme.
Un apartado este al que La guerra en Grecia y Roma dedica un apéndice entero, dada la
relevancia que el control del mar tuvo en los conflictos del mundo clásico, con su cénit
en el titánico conflicto entre Cartago y Roma.
La falange hoplítica se verá superada por el ejército macedonio de Filipo II, ese
yunque y martillo constituidos por una nueva falange equipada con picas de mucha
mayor longitud que la lanza hoplita, la sarissa, que requería de las dos manos para ser
esgrimida, y por la caballería de los pezhetairoi. Filipo, que había asimilado las
innovaciones tácticas del tebano Epaminondas y del ateniense Ifícrates, desarrollará un
ejército mucho más versátil que el de las viejas poleis, incorporando diversos cuerpos
auxiliares ‒caballería tesalia, infantes ligeros agrianos, etc.‒ y una novedad tecnológica
que se había desarrollado en la Sicilia griega y que se demostraría crucial a partir de
entonces: la artillería de torsión. Con este ejército dominará Grecia, y será el legado que
permita a su hijo Alejandro emprender la campaña de conquista más fabulosa jamás
conocida, que le llevará desde el Danubio hasta el Indo, ensanchando para siempre los
límites de la cultura helena. Alejando moriría a los treinta y tres años en Babilonia, y
nunca pudo cumplir sus supuestos planes de continuar la conquista de la oikumene, del
mundo conocido, hacia el oeste. Allí despuntaba la potencia que a la postre haría
realidad el dominio universal: Roma. Tras la desastrosa derrota de Alia frente a los
galos, la ciudad del Lacio había abandonado su primitivo ejército, quizás alguna forma
de falange, para desarrollar el instrumento que le permitiría conquistar el Mediterráneo,
la legión manipular. Una formación flexible, que si cabe ganaría en fluidez con el paso
del manípulo a la cohorte como unidad táctica ya en la Baja República, en una reforma
que la tradición adscribe a Cayo Mario. Y es que si algo caracterizó a los ejércitos de
Roma fue su adaptabilidad, lejos de la rigidez de las formaciones de falanges helenas,
sin ambages para adaptar innovaciones técnicas del enemigo, como el gladius
hispaniensis, herencia de un tipo de espada celtibérica, o los cascos de hierro galos de
tipo Port, que darán en el modelo conocido como Weisenau, popularizado en la imagen
del soldado romano de los peplum. Las legiones romanas enfrentarán a los ejércitos
helenísticos, anquilosados herederos del modelo macedonio, contra Pirro, contra los
monarcas antigónidas y seléucidas, y contra Mitrídates, para batirlos una y otra vez.
Dueños del mundo, la legión evolucionará durante el Imperio para enfrentar nuevos
enemigos y controlar el limes, y en sus cambios y su evolución vemos el cambio y la
evolución, la decadencia si se quiere, de Roma. Milenio y medio de evolución militar,
de guerra en Grecia y Roma, y entre Grecia y Roma, recogidos por Peter Connolly en su
excelsa obra y que, aceptemos o no el modelo del Western Way of War, también están
en la base de lo que es Occidente.

Peter Connolly

La contribución de Peter Connolly (1935-2012) a la historia militar nunca será lo


suficientemente ponderada, máxime si tenemos en cuenta lo particular de su currículum,
ya que Connolly no arranca como académico, sino como un divulgador con un talento
fuera de lo común, que desde su investigación y su labor en la popularización de la
historia clásica se convertirá en un referente en la disciplina, tal y como atestigua el que
fuese elegido research fellow del London Institute of Archaeology y miembro de la
Society of Antiquaries. Pero si por algo será realmente recordado es por su maravilloso
don para la ilustración, por su capacidad para dotar de color, de movimiento, de vida en
definitiva, al pasado, de lo que es buen reflejo su gran obra, La guerra en Grecia y
Roma. Para muchos, los que crecimos con sus libros, la última carga de los espartanos
en las Termópilas, el choque de trirremes en Salamina, la falange de Alejandro en
Hidaspes o el desembarco de los legionarios de César en Britania serán ya siempre
como él los pintase.

Victorias pírricas

El primer enfrentamiento entre las legiones romanas y un ejército helenístico tuvo lugar
cuando Pirro de Epiro, descendiente del legendario Aquiles, primo segundo de
Alejandro Magno y quizás el más grande de sus émulos, acudió en ayuda de Tarento en
280 a.C. Pirro, que apenas un niño había escapado de Epiro al ser depuesto su padre,
que con diecisiete años combatió ‒y fue derrotado‒ en la batalla de Ipsos, por lo que
hubo de huir a Egipto, y que luego recuperó el trono merced al asesinato de un rival, era
considerado por Aníbal el mejor general de la Antigüedad. Su plural ejército, con
falange macedónica, caballería tesalia y tarentina, arqueros, honderos y, como no podía
ser menos, elefantes, chocó contra las legiones en Heraclea y Ausculum, haciéndose con
la victoria pero sufriendo tales pérdidas que el monarca epirota reconoció que "¡Otra
victoria como ésta y estaré vencido!" Tras guerrear contra los cartagineses en Sicilia,
Pirro se enfrentó a Roma otra vez en Maleventum, rebautizada Benventum en recuerdo
de la victoria de las legiones, que quizás emplearan cerdos para asustar a los elefantes
de Pirro. Fue el primer choque entre Roma y el mundo heleno, inaugurando una
relación marcada por la ambivalencia entre el enfrentamiento militar y el dominio
político y la admiración de Roma por la cultura griega y su asimilación; como escribiera
Horacio, "Grecia cautiva, cautivó a su fiero vencedor".

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