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Los conceptos políticos lejos de nombrar de forma homogénea una realidad, denotan una
amalgama de situaciones e interpretaciones muy variopintas sobre el quehacer y la práctica
política. La cosa se complica si las nociones usadas para describir o nombrar una realidad o
situación específica se utilizan, sin más, en la identificación de un fenómeno que ocurre en otro
contexto décadas o siglos después. Empero entendamos que hay conceptos universales, la
historicidad los ata a su universo de producción, por tanto, no todo concepto conserva la misma
particularidad semántica en el tiempo y el espacio.
Un ejemplo claro es lo que sucede con los conceptos de “izquierda” o “derecha” política. Hay
bastante literatura que explica el origen de estas denominaciones. Lo que me interesa y me ha
llamado poderosamente la atención es el uso dado en el imaginario social y político de nuestro
país.
Queda claro que tanto “derecha” como “izquierda” ya no se asocian a determinados regímenes
o dictaduras totalitarias, sino a una manera de ver la sociedad democrática en lo que respecta a
la justicia social, sus valores, su visión de la historia y, ante todo, el protagonismo de los sectores
populares en las decisiones comunes para obtener esa tan anhelada justicia colectiva. En
resumidas cuentas, “derecha” o “izquierda” políticas son etiquetas para determinados
programas de desarrollo social sustentado en una serie de valores y presupuestos que mal
llaman “ideologías”. Así se habla de ideología de derecha o ideología de izquierda o
determinados grupos políticos se declaran de “derecha” o de “izquierda” atendiendo a los
principios teóricos que los sustentan; pero no dejan de ser democráticos, al menos en la
actualidad.
Decir que una persona es de “derecha” es identificarla como conservadora, que estimula la
individualidad y la libre competencia en las empresas, animada por cierto proteccionismo de la
industria local y cierto reduccionismo de la injerencia estatal en cuestiones de mercado. Su norte
de acción está en la valorización de entidades abstractas como “patria”, “identidad”, “tradición”
y fácilmente puede expresar su moralidad en términos religiosos o cercana a la moral religiosa
tradicional. Su apelo a los valores como la libertad y el bien se formulan desde la óptica del
individuo y no desde las clases sociales, como ocurre con la “izquierda”. En esta última, en
cambio, se estimula la lucha de clases al interior de la misma nación pues se entiende que el
motor del desarrollo está en la mano de obra y no en el capital.
En las izquierdas democráticas la inversión o el gasto social es una prioridad frente a otros tipos
de necesidades, por ello se amplía la injerencia del Estado en la economía y el mercado. La
expropiación de empresas y capitales privados es de gran importancia social ya que la inequidad
se combate no a través de la asistencia social directa, sino en la constitución del individuo en
sujeto de la historia, del proletariado, de los trabajadores.
¿Necesitaremos nuevas categorías para entender nuestra práctica política? Creo que sí. Los
fenómenos se viven de otro modo desde el subdesarrollo.