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Ramírez Losada, Dení “La patria y la tradición oral.

Una historia entreverada” en La identidad nacional mexicana


como problema político cultural. Nuevas miradas, México, Ed. UNAM, 2005 pp. 305-325

La patria y la tradición oral. Una historia entreverada

Cuando se deja hablar al recuerdo, se


despierta al pasado, y con ello se atrae
también a las furias; pero un ser
humano sin memoria apenas es un ser
humano, o a lo sumo responde a una
concepción muy empotrecida de lo que
es un ser humano. Ahí reside, pues,
una contradicción con la que hay que
aprender a vivir

CZESLAW MILOSZ, ELOGIO DEL EXILIO

El tema nación se ha trabajado desde múltiples


pesrspectivas: la historia, la antropología, la filosofía, la sociología, la lingüística, entre
muchas más. Sin embargo, poco se ha dicho sobre la manera como los individuos
interiorizan, recrean, reproducen y sienten un concepto tan abstracto.

El presente trabajo tiene la finalidad de recorrer el sentido de nación en la subjetividad


de los actores y en su memoria individual; indagar desde el punto de vista de mujeres y
hombres comunes y corrientes acerca del significado de “patria” en sus vidas;
contrapuntear perspectivas, porque es en el universo simbólico donde la identidad y la
biografía individual adquieren significado (Gleizer, 1997:31). Por supuesto, al hablar de
subjetividad no olvidamos que ésta se encuentra moldeada e inserta en un mundo social
objetivo.
La investigación está sustentada en aproximadamente doscientas entrevistas en
profundidad realizadas a hombres y mujeres de entre 18 y 90 años de edad, de distintos
niveles socioeconómicos, realizadas en cuatro ciudades del país: México, Guadalajara,
Puebla y Tijuana.
¿Por qué desde la perspéctiva de la historia oral? Porque el uso de entrevistas temáticas
e historias de vida permite recuperar nuevos matices llenos de colorido, en
contraposición a preguntas predeterminadas con respuestas que oscilan entre dos
absolutos: sí o no; dichas preguntas develan cierta incapacidad para captar la
complejidad y diversidad de las respuestas de los actores sociales. Además, y siguiendo a
Françoise Morin, permite "concederle al informante un lugar desde el cual pueda contar
su historia [y] de esta manera, la narración del informante derrumba las estructuras y
sistemas fijos construidos por el etnólogo" (F. Morin, 1993:83-113).
Usar fuentes orales no significa darle voz a los "sin voz"; es sencillamente escuchar otras
voces, lenguajes, distintas perspectivas de la realidad; es, en voz de Mercedes Vilanova,
empezar a "preocuparnos por los silencios, las palabras habladas y el lenguaje"
(Vilanova, 1995:131-135).
Es sabido que todos los individuos no pertenecen de manera única a un solo grupo
social; existen muchos otros a los cuales se puede pertenecer a la vez: familia, barrio,
comunidad, género, iglesia, sociedades, la nación misma. Cada uno de ellos exige
lealtades, al tiempo que proporciona seguridad en situaciones difíciles y complejas,
pero, a su vez, genera una adhesión sentimental a un todo mayor: el "nosotros". Y en
este trabajo ese nosotros somos la patria-nación.
Una buena parte de la bibliografía dedicada a la nación y, por consiguiente, a la
identidad nacional, augura el fin de esta entidad social; no obstante, parece ser que este
ente cultural, político y colectivo llegó para quedarse. Las constantes apelaciones a la
nación, a la incorporación al "concierto de las naciones" o a la participación en el
Estado-nación de diferentes grupos étnicos o distintos grupos sociales en los diversos
países, dan cuenta de la vigencia e impacto del tema.
Eric Hobsbawm, en su célebre libro, Naciones y nacionalismo desde 1870, advierte
claramente la importancia de la Nación. Lo escribo con mayúsculas para destacar su
carácter sacro, absoluto. En palabras de Clifford Geertz "lo sacro entraña un sentido de
obligación intrínseca: no sólo alienta la devoción sino que la exige" (Geertz, 1995:118).
En la introducción Hobsbawm imagina un hipotético historiador intergaláctico que
después de una guerra nuclear aterriza en un planeta muerto para investigar las causas
de la catástrofe. El historiador consulta las bibliotecas y los archivos terrestres
conservados y llega a la conclusión de que los dos últimos siglos de la historia humana
son incomprensibles sin el término "nación" y el vocabulario derivado del mismo. "Este
término parece expresar algo importante en los asuntos humanos. Pero, ¿exactamente
qué? Ahí radica el misterio" (Hobsbawm, 1995).
Empero, ¿qué es la nación? En 1882 el filósofo francés Ernest Renán no la definió como
Sinónimo de raza ni la identificó con una lengua. La religión tampoco podía ser el
fundamento de una nación moderna; por supuesto que ni una comunidad de intereses
ni las llamadas "fronteras naturales" constituían formas suficientes para describirla.

Para Renán, en su clásica definición, la nación es:


Un alma, un principio espiritual. Dos cosas, que en verdad son sólo una, componen esta
alma, este principio espiritual. Una de ellas pertenece al pasado, la otra al presente. La
una es la posesión común de una herencia rica en recuerdos, la otra es el acuerdo
presente, el deseo de vivir unidos [...] Una nación es, por tanto, una gran solidaridad,
constituida por el sentimiento de los sacrificios que se han hecho; y los sacrificios que
todavía se están dispuestos a hacer. Supone un pasado; se resume, no obstante en el
presente por un hecho tangible: el consentimiento, el deseo claramente expresado de
continuar la vida en común. La existencia de una nación es (perdónenme esta metáfora)
un plebiscito de todos los días, del mismo modo que la existencia del individuo es una
perpetua afirmación de vida (Renán, 1987:82-83).
El planteamiento de Renán constituye uno de los paradigmas del siglo XIX: la
construcción del Estado-nación, esto es, la búsqueda para conseguir la unidad étnica y
cultural de una población homogénea dentro de un territorio concreto y con un Estado
propio. Paradigma que llega hasta el siglo xx, pues supone el Estado-nación como único
camino hacia la modernidad.
Sin embargo, autores como Josep R. Llobera plantean que considerar al Estado-nación
la única vía para llegar a la modernidad constituye "una falacia histórica", porque lo
común es encontrar estados multinacionales y no un Estado nacional homogéneo. Para
él el "Estado-nación es un recién llegado históricamente hablando" y "el que los Estados
hayan intentado, con resultados diversos, transformarse en comunidades, en naciones,
se debe al hecho de que [...] la nación es el valor más importante de la modernidad"
(Llobera, 1994:271).
Ahora bien, todo nacionalismo ha tratado de determinar qué es una nación, pero éste
resulta ser un concepto demasiado abstracto para los individuos que la integran. El
sociólogo francés Edgar Morin nos dice:
Una nación se mantiene unida por una memoria colectiva y unas normas y reglas
comunes. La comunidad de una nación se alimenta de un largo pasado, rico en
experiencias y pruebas, en dolor y alegría, derrotas, victorias y gloria, transmitidas a
cada generación y a cada individuo a través de la casa paterna y la escuela y a las que
éste da su sentido más profundo (E. Morin, 1988:168).
Así, las naciones se reconocen en un pasado histórico compartido, gloria y sacrificio
comunes que quedan grabados en los corazones y las mentes de los individuos. Pero este
acceso a la nación o a la identidad nacional ¿es sólo en forma racional? La subjetividad
es, también, una asunción de la realidad. Resulta sesgado no tomar en cuenta las
intenciones y creencias de los actores sociales, pues "el sujeto no solamente puede elegir
sino que, además, su comportamiento puede venir determinado por una concepción
verdadera de la realidad o por una falsa, pero en cualquier caso cuando los hombres
consideran ciertas Situaciones como reales, son reales en sus consecuencias'" (Pérez-
Argote, 1989:11-12).
Si bien es cierto que la nación se puede reconocer o describir por su historia, sus
orígenes, su cultura, su lengua, sus instituciones, también es cierto que estas
descripciones no dan cuenta de su aspecto subjetivo: la patria. Es en la patria donde se
reconocen olores, sabores, colores o texturas específicas; es en la patria, y no en la
nación, donde se depositan todos los anhelos; es en la patria donde la finitud humana
recupera su eternidad. A la patria también le escriben los poetas.
Fichte, en sus Discursos a la nación alemana (1806-1807), se compadece de aquéllos a
los que no se les ha legado una patria:
Quien ante todo no se considera eterno, no posee en absoluto amor alguno ni puede
tampoco amar a una patria, pues una cosa así no existe para él. Quien considera eterna
su vida invisible y no así su vida visible, puede que posea un cielo y dentro de éste su
patria pero no tiene ninguna patria en esta tierra [...] en consecuencia, tampoco puede
amar a su patria. Por ello hay que compadecer a un hombre al que [...] no se le haya
legado una patria; a quien se le ha transmitido una patria y aquél en cuyo ánimo
penetran cielo y tierra, lo visible y lo invisible, creando de este modo un cielo verdadero
y sólido, ése lucha hasta la última gota de su sangre para, a su vez, transmitir
íntegramente a sus descendientes la propiedad querida (Fichte, 1988:14i).
La noción de patria tiene una primera acepción ligada a la tierra de los antepasados, el
lugar donde se ha nacido. Así, constituye un lugar preciso, un territorio, un referente al
cual asirse en momentos de ruptura, de crisis o de lejanía. A
La patria, en su personificación común de madre, se le transfieren sentimientos
característicos del amor filial: lealtad, disposición a morir y a trabajar por ella e incluso
amarla incondicionalmente; este amor incondicional se piensa dado, se siente absoluto
y se asume sagrado; es un amor que existe desde siempre independientemente de las
contingencias. Pablo Neruda ("En mi país la primavera") lo expresaría de esta forma:

Lejos de ti
mitad de tierra y hombre tuyo
he continuado siendo,
y otra vez hoy la primavera pasa.
Pero yo con tus flores me he llenado,
con tu victoria voy sobre la frente
y en ti siguen viviendo mis raíces.

La patria es lo conocido, lo inmediato pero intangible; por ello hay que dotarla de
corporeidad para volverla perceptible y hacer que encarnen los referentes que
contribuyen a formar el sentimiento de pertenencia tan necesario en el momento de
construir las identidades individuales y colectivas; de ahí las constantes referencias a los
ríos, las montañas, el cielo, las ciudades, los campos, a una geografía "nacional".
Orillas queridas, que me visteis crecer,
¿me consolaréis de este pesar de amor? Prometedme, bosques de mi juventud,
darme la paz si a vosotros vuelvo.

Bordes frescos del arroyo, donde contemplaba


el jugueteo de las ondas, río
donde veía deslizarse a los barcos, sí,
Pronto regresaré. Y vosotras, queridas montañas
que antaño me protegisteis,
lindes seguros y venerados del país natal,
casa materna, cariñoso abrazo
de hermanos y de hermanas, pronto
estaré con vosotros, siempre leales,
Y mi pecho así envuelto como en vendas curará.
[. . . ]
¡Aceptémoslo! No soy sino un hijo de la tierra,
hecho para querer, para sufrir.

FRIEDRICH HÖLDERLIN, "País natal"

De esta manera, lo inabarcable se torna mensurable, y sólo los que habitan ese lugar
pueden compartir e intercambiar:
En la numerosa penumbra, el desconocido
se creerá en su ciudad
y lo sorprenderá salir a otra,
de otro lenguaje y de otro cielo.
Antes de la agonía,
el infierno y la gloria nos están dados;
andan ahora por esta ciudad, Buenos Aires,
que para el forastero de mi sueño
(el forastero que yo he sido bajo otros astros)
es Lina serie de imprecisas imágenes
hechas para el olvido.

JORGE LUIS BORGES, "El forastero"

Como bien dice Borges, la patria para el forastero no es más que una serie de imágenes
hechas para el olvido porque ella ocupa, ante todo, un lugar privilegiado en la memoria
de los individuos que la construyen a diario. La patria es el espacio donde se pueden
depositar los sentimientos más profundos; emociones que, si bien son construidas
socialmente por "la clase de amor que la sociedad nacional ha producido hacia su
imagen íntima [la patria]" (Gutiérrez Estévez, 1995:33), no dejan de ser importantes
pues implican, a su vez, una fuerte inversión emocional por parte de los miembros de la
comunidad específica, en este caso: la nación.
Es a todas luces conocido que la educación impartida por el Estado desempeña un papel
importante en la construcción discursiva de la nación/patria; pero es en el ámbito de la
vida cotidiana donde los atributos trasladados a la patria terminan por ser
interiorizados, recreados y reinterpretados. En la urdimbre de la vida cotidiana
adquieren nuevos significados que se refuerzan a través de las palabras, de la tradición
oral. Los hábitos cotidianos, las conductas, las costumbres, se reproducen en el interior
de las familias y paulatinamente van configurando esa manera de ser mexicano, esa
forma peculiar —como en todos los países— de relacionarse con el mundo.
La tradición oral constituye un espacio subjetivo idóneo para ir configurando un
profundo sentimiento de amor hacia la patria donde se ha nacido o donde se encuentran
las raíces de los antepasados. La patria, en este caso México, que da escrita con letras
mayúsculas en la memoria de todos sus habitantes, "como se escriben los nombres de las
gentes de carne y hueso que cada uno conoce o trata, y como se escriben los nombres de
las ciudades, los ríos o las montañas", porque "la patria tiene su nombre propio como lo
tienen las cosas singulares" (GutiérrezEstévez 1995:32). La vida cotidiana moldea una
obcecada identidad patriota.
La patria no sólo es un referente con olores, sabores, colores, sonidos, sino que, además,
constituye una entidad cuyos atributos y rasgos le otorgan un rostro entre lo humano y
lo divino: es fecunda, maternal, gloriosa, soberana, profunda y sagrada. Este rostro casi
divino tiene dos caras: por un lado es el ser materno que se ama incondicionalmente y,
por otro, es un ser que exige un sacrificio permanente. En esta dicotomía amor/sacrificio
se construyen señas de identidad" significativas para quienes participan de ellas y cuyos
significados sólo valoran y comprenden los que están "dentro". Dice Leopardi:
Si fueran tus ojos dos fuentes vivas,
nunca, podría el llanto
igualarte a tu daño y a tu oprobio;
que fuiste señora, ahora eres pobre esclava.
" ¿Quién de ti habla o escribe,
que, recordando tu pasado esplendor,
no diga: fue grande un tiempo, ahora no es ya
aquélla?
¿Por qué, por qué? ¿Dónde está la fuerza
antigua,
dónde las armas, y el valor y la constancia?
¿Quién te desciñó la espada?
¿Quién te traicionó? ¿Qué arte o qué fatiga,
o qué grande poder
pudo despojarte del manto y de la áurea cinta?
¿Cómo caíste o cuándo
de tanta altura hasta un lugar tan bajo?
¿Nadie lucha por ti? ¿No te defiende
ninguno de los tuyos? Las armas, aquí las
armas: yo solo combatiré, sucumbiré yo solo.
Dame, oh cielo, que sea fuego
en los itálicos pechos la sangre mía.

(GIACOMMO LEOPARDI, "A Italia")

Aunque la patria no tenga un rostro, un perfil o un cuerpo definido, cada hombre o


mujer la reconoce por sus peculiaridades. En voz de Neruda:
Hay hombres
mitad pez, mitad viento,
hay otros hombres hechos de agua.
Yo estoy hecho de tierra.
Voy por el mundo
cada vez más alegre:
cada ciudad me da una nueva vida.
El mundo está naciendo.
Pero si llueve en Lota.
sobre mí cae la lluvia,
si en Lonquimay la nieve
resbala de las hojas
llega la nieve donde estoy.
Crece en mí el trigo oscuro de Cautín.
Yo tengo una araucaria en Villarrica.
Tengo arena en el Norte Grande,
tengo una rosa rubia en la provincia,
y el viento que derriba
la última ola de Valparaíso
me golpea en el pecho
con un ruido quebrado,
como si allí tuviera
mi corazón una ventana rota.

PABLO NERUDA, "En mi país la primavera"

De esta forma, la patria se sitúa en la ambigüedad entre lo comprensible y lo


inasequible, lo cual le proporciona su carácter divino.
La patria es la madre que nos ha dado el ser, que nos ha alimentado y a la cual, en
reciprocidad unívoca, debemos amar sin ambages. Este amor no sólo es incondicional
sino que debe llenar de orgullo a todos sus hijos. Así lo considera José Vasconcelos.
¡Patria que vives en la conciencia de tus hijos de hoy, no permitas que rubor alguno
encienda el rostro de los que en li piensan! No te des a los malvados; sufre que te
mantengan presa y dolorida, pero jamás consientas, ¡nunca!, ni a los tiranos de afuera ni
a los tiranos de adentro. Que tu dedo en el último aliento señale a los matricidas. Y
reclama, y sigue reclamando, lo que tus hijos ansían, lo que tus hijos exigen, lo que aun a
tus malos hijos ha de hacer buenos, la completa, la santa, la justa, la inviolable libertad
(Vasconcelos, 1958:895).
Para Don Marcos Ramírez, un "fierrero" de 68 años, que vive en Tijuana y vende su
mercancía en Los Ángeles, el constante ir y venir entre dos ciudades tan distintas no le
ha diluido el amor por "su México, su patria", "porque querer a México es igual que
querer a la madre. De la patria no se puede renegar porque es como renegar de la que
nos dio el ser, la que nos alimentó, la que nos ama y por eso debemos querer a México."
Querer significa trabajar por la patria, intervenir en su devenir, formar parte activa de
ella, aunque no se refleje en resultados inmediatos. Quererla es legarle a los hijos una
patria acorde con nuestras ilusiones y fantasías; una patria plena, capaz de producir la
admiración del mundo. Quererla es preservar el legado de los héroes que le dieron vida;
es no traicionar el amor que con sangre y fidelidad firmaron los patriotas. Quererla es
perdurar, trascender.
Querer a México es querernos a nosotros mismos, querer a la familia, querer la tierra
donde estamos, donde nacimos nosotros y nuestros antepasados, querer que se mejore,
querer que lleguemos a tener la posición mundial y el respeto que nos merecemos.
Porque tenemos valores morales que muchas partes del mundo las quisieran tener.
Valores como la unidad de la familia, el respeto por nuestros mayores, el respeto por
nuestros símbolos patrios, el cariño por la tierra en la que vivimos, el lugar donde
trabajamos.
Yo siento que el trabajar por, luchar por una democracia, luchar porque se mejore la
ciudad, porque se mejore nuestra colonia, porque se mejore nuestro barrio, eso es
querer a México. Por qué, porque yo creo que la simiente donde tiene que empezar es la
unidad familiar, si hay unidad familiar hay unidad alrededor de todo, de todo, ¿no? Si
hay disgregación familiar, terminaremos por no tener país (José Arturo Echano- ve/50
años).
Para Luis la lealtad hacia México es:
Me siento en parte orgulloso de ser mexicano, no quiere decir que en parte no lo esté,
soy orgulloso de ser mexicano porque aquí me tocó nacer y a través de toda mi vida he
ido asimilando poco a poco, a través de mis experiencias, un concepto de lealtad que me
obliga a respetar la posición en la que estoy como mexicano.
La lealtad es así. No solamente a un amigo se le aprecia y se le quiere cuando está en un
buen lugar; creo yo que es la misma situación en la que se encuentra nuestro país
actualmente. La lealtad es respeto, estar presente o hacerse sentir presente en cualquier
situación.
Por lo menos en mi caso yo creo que la lealtad hacia mi país la podría demostrar
trabajando, dando el último de los esfuerzos por poner algo de mi parte para sacar a mi
país de la situación en la que nos encontramos de la manera más decorosa posible, eso
sería obrar y actuar con lealtad hacia mi país (Luis Manuel Ávila, 37 años).
Pero ella, la patria, no sólo se encuentra revestida de una alta densidad simbólica
relacionada con clones femeninos, sino que a menudo se asocia con la libertad y la
gloria. En México, nos dice Amparo Márquez, de 31 años, "existe libertad, somos
hombres y mujeres libres. ¿Para qué andarle buscando por otros lados? Nunca se sentirá
uno tan libre como en su país. Puedes viajar por todos lados, comprar y comer lo que
quieras y tienes todos los derechos que te da la Constitución. Realmente somos un país
libre."
Además de relacionarse con la libertad, la patria es considerada, según el sentir de las
personas, como una gran familia que protege de los enemigos internos y externos.
Dichos enemigos, la mayoría de las veces, resultan genéricos; así, podemos ver una
inmensa gama de enemigos: desde amenazas morales hasta amenazas económicas,
políticas o militares: "México es como una gran familia, es como el arraigo familiar y es
una base para resistir los ataques actuales de tanta libertad que hay y eso perjudica en
gran forma a la sociedad. Imagínese, si no estamos unidos cualquier día nos pueden
invadir, con tantas riquezas que tenemos" (Jesús Walker, 50 años).
Por otro lado, la caracterización de los enemigos ayuda a remarcar, por oposición, los
atributos de sus nobles hijos.
En otras palabras: la propia identidad nacional se reafirma por las cualidades negativas
de los enemigos, de los "otros".
La gran familia, esto es, la patria, despliega su manto protector sobre todos sus hijos
dispuestos a "morir por ella" —metafóricamente hablando—. Este amor familiar la llena
de sentido, le otorga un inmenso patrimonio moral y geográfico que permite desearle
una felicidad terrenal. Es también, se habrá adivinado, la "mamá grande" de García
Márquez y Enrique Buenaventura:
Yo creo que mientras haiga alguien que tenga el corazón bien puesto, México va a ser
México. Tener el corazón bien puesto es ¡pues defender México, hija! Sentirse mexicano,
estar orgulloso de lo que eres y de lo que tiene el país. Porque no somos cualquier país,
tenemos riquezas, minerales, ríos, playas, tenemos de todo y lo más importante: su
gente.
Yo a mis hijas les inculco que sean buenas mexicanas, en el sentido de si estás
estudiando, estudia en México y lo que vas a estudiar va a ser para México, vas a
producir, pero vas a producir para México, ¿me entiendes? Yo no le voy a decir ¿sabes
qué?, te vas para el "otro lado", porque al "otro lado" hay mejor porvenir. No, el
porvenir está aquí en México y si tú le das [...] y si tú tienes una base, por ejemplo, mi
hija la que acaba de salir de la preparatoria, que quiere estudiar. Comunicación, yo le
digo que lo haga aquí, porque aquí hay medios. México ya no es como antes lo
presentaban, con un sombrero de charro y un macho así, bien bravo, y a darle a la mujer
hasta acabarla; no, eso no es México. México creo que es más que eso. Y si la juventud
lucha por demostrarle al mundo que somos capaces, como el ave fénix, de salir de las
cenizas en las que nos han metido todos los... ya sabes quién, yo creo que seremos un
gran país (María de Lourdes Gutiérrez, 48 años).
Si bien es cierto que existe una matria en el sentido de Luis González, que existe una
región cuyos límites geográficos son mayores a los de la matria, pero menores a los
correspondientes a un Estado-nación, también existe una patria, inevitablemente
asociada con el territorio nacional, que es apropiada de manera subjetiva, y el territorio
que la delimita constituye un "objeto de apego afectivo y sobre todo [un] símbolo de per-
tenencia socio-territorial".1
De esta forma, el territorio se conforma a partir de dos realidades que interactúan: un
espacio geográfico externo marcado por la cultura y otro interno definido por la
subjetividad. En otras palabras, existe una apropiación del territorio de manera
simbólica y emocional que implica una obstinada vinculación con el lugar de origen. Es
necesario aclarar que dicha apropiación no es estática ni homogénea; todo lo contrario,
varía según las personas y los momentos; así, las relaciones con el espacio adquieren
constantemente nuevos rostros.
Mi país es algo que traigo, algo que llevo adentro, que llevo a todos lados. Mi raza, lo que
soy, lo que heredé de la gente de la que vengo, esa gente es mi familia, mi pueblo, ya sea
indio, español o mestizo, no deja de ser México; mi herencia de siglos; mi cultura, la

1
Luis González define a la matria como aquel pequeño mundo "que nos nutre", nos envuelve y nos cuida de los exabruptos patrióticos, al orbe
minúsculo que en alguna forma recuerda el seno de la madre, cuyo amparo, como es bien sabido, se prolonga después del nacimiento (González,
1992:477-485).
Gilberto Giménez señala que, además de existir sistemas económicos, político-administrativos o comerciales, existe un sistema sociocultural
imbricado o superpuesto a los anteriores, con lo cual se puede hablar también de una región socio- cultural. Añade que la patria chica ya no está
"concentrada en un espacio contiguo cargado de símbolos y resonancias afectivas [...] De ahora en adelante no sólo la tierra natal, sino cualquier lugar
que haya marcado profundamente la propia vida y donde existan recuerdos que evocar o amigos que visitar, se convierte en un 'fragmento de patria'
que también reclama lealtad y afecto. Una situación como ésta implica correlativamente la fragmentación del sentido de pertenencia socio-territorial,
provocando a nivel subjetivo incertidumbre, ambigüedades v conflictos de lealtad" (Giménez, 1996:62).
mexicana, la de siglos, lo que se ha dado desde que se formó México, desde que llegaron
las primeras razas indígenas a esta tierra. Para mí la cultura es la arquitectura, el arte,
mi idioma que es el español, pero que no es igual que en otros países. También llevo mi
nombre; mis costumbres, tales como el vestido; ya sé que se parecen pero hay ciertas
modas que aquí no han llegado o ya pasaron, la comida por ejemplo, el picante, la grasa,
los tipos de carne, de verduras; es cierto que en todos lados hay eso, pero me refiero a la
forma de cocinarlos. Las conductas sociales, la formación que tenemos no ha llegado a
asimilar esas nuevas conductas (Luis Manuel Ávila, 37 años).
El territorio patrio interiorizado, al igual que la matria, representa lo conocido, lo
familiar, lo que protege, lo bello, lo que proporciona raíces e identidad y, además, el
lugar de los antepasados, porque, se sabe, los muertos aún mandan.
Resulta paradójico que en un mundo tendiente cada vez más a la globalización los
individuos acentúen sus diferencias, reelaboren y resignifiquen constantemente sus
identidades, remarquen su sentimiento de pertenencia a una comunidad. En este fin de
milenio la nación sigue siendo un referente crucial en el complicado proceso de
construcción de la identidad, tanto individual como social, de las mujeres y los hombres
finiseculares, no obstante sus sentidos abstractos y polisémicos.
Si bien es cierto que el Estado es importante en el proceso de construcción de la nación,
y desarrolla, a partir de ella, un sentido de comunidad ligado al deseo individual y
colectivo de ser distintos a los otros, también es necesario señalar que este proceso no es
unívoco. La socialización y educación de los individuos dentro de un grupo específico,
además de un aprendizaje de creencias, valores, símbolos, hábitos, costumbres,
prácticas y convenciones significativas para quienes participan de ellos, implica una
inversión de sentimientos muy fuerte por parte de los individuos en el largo proceso de
construcción de sus identidades. La interiorización de estos símbolos, costumbres, etc.,
les permite a su vez concebirlos como inherentes a ellos.
Nacer en una determinada región o país, hablar una lengua específica, compartir una
memoria colectiva, tener la capacidad para interpretar y reconocer hechos y
acontecimientos históricos significativos para las personas y el país; aprehender
símbolos y valores de la nación imaginada; interiorizar maneras de sentir, de actuar y de
pensar características del medio socio- cultural en el cual se vive; defender a la nación de
los enemigos reales e imaginarios; morir por la patria, son hechos que, además de estar
construidos por el nacionalismo, dotan de significado las acciones humanas y llenan de
sentido y especificidad la vida misma. Dice Adolf Nanot:

No pnc, ciutat natal, abandonar-te:


és dur no veure res i recordar...
La recordança és una fulla d'herba
morir en tocar la riostra má.
El vent que em despentina, la muntanya
amb pins el perfuma i l'embriagá.
El mar esdevingué clara turquesa
i tota la ciutat illuminá.
No puc i no podría abandonar-te.
Només quan la campana dríngará
i creixerá damunt la meva lomba
la flor deis ametllers de Sarria.

ADOLF NANOT, "A Barcelona"

Me viene a la memoria una anécdota reproducida por Fernando Savater, la cual


apareció en una de las glosas de Eugenio d'Ors.
En el París de comienzos de siglo malvivía un mendigo irlandés, que se ganaba unos
pocos céntimos para vino tocando el acordeón. Cuando alguien mencionaba Irlanda sus
ojillos de borrachín se llenaban de lágrimas. Un día le gastaron, sus compañeros de asilo
una broma siniestra. Aprovechando que todo el mundo hablaba de una catástrofe
volcánica ocurrida en una isla americana, le dijeron al pobre viejo que la verde Erín
había sido destruida' Esa noche sonó una dulce balada irlandesa tocada al acordeón
sobre un puente del Sena, luego un chapuzón en las aguas negras (Savater; 1996:62).
Y concluye Savater: "así es el verdadero amor: no quiere instituciones ni pone bombas,
pero no sabe sobrevivir a lo que ama".
A fin de cuentas la patria es, como me dijera un taxista en la ciudad de México, "el lugar
al que siempre uno regresa porque no se puede caminar en una tierra que no reconoce
mi pie". La patria es, en suma, el "cielo protector" de Paul Bowles.

BIBLIOGRAFÍA
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