Você está na página 1de 16

La palabra: expresión de libertad en Afuera crece un mundo, de Adelaida Fernández

Ochoa

Mónica Bretón García


Licenciatura en Español y Literatura
Universidad Industrial de Santander
monicabreton1978@yahoo.com
Bucaramanga, Colombia

Resumen
Afuera crece un mundo, ganadora del Premio de novela Casa de Las Américas en 2015, es
una novela de una riqueza poética excepcional, en la que la autora Adelaida Fernández Ochoa
reconstruye con gran dominio la condición de la mujer negra y esclava del siglo XIX, pero
no desde la visión del otro, sino mediante el otorgamiento de voz propia a la protagonista.
De ahí que Nay, Princesa de Gambia, se libere del silencio al que ha sido condenada por el
blanco, pues ella, dueña de la palabra, posee la autonomía de decidir su destino y logra
mantenerse firme en su esperanza de libertad. Así pues, somos testigos del poder
emancipador de la palabra, capaz de construir realidades, que le permite a Nay, a través de
la poetización de la cotidianidad y la evocación de sus ancestros, afirmar su identidad y la de
su hijo, y dar cauce a la autoexpresión, para retornar felizmente a su añorada África.

Palabras clave: libertad, identidad, el poder de la palabra, mujer esclava, arraigo.

Abstract
Afuera crece un mundo, winner of the Casa de Las Americas Award in 2015, is a novel of
exceptional poetic richness, in which the author Adelaida Fernández Ochoa reconstructs with
great mastery the condition of the black woman and slave of the nineteenth century, but not
from the vision of the other, but through the granting of own voice to the protagonist. Hence,
Nay, Princess of Gambia, is freed from the silence that has been condemned by the white
man, because she, owner of the word, has the autonomy to decide their fate and manages to
stand firm in their hope of freedom. Thus, we are witnesses to the emancipating power of the
word, capable of constructing realities, which allows Nay, through the poetization of
everyday life and the evocation of his ancestors, to affirm his identity and that of his son, and
give way to self-expression, to happily return to her longed Africa.

Key words: freedom, identity, the power of the word, slave woman, rooting.

Afuera crece un mundo (2017) en su tercera edición aparece con este título, pero en el 2015
la Universidad del Valle publica esta novela con un nombre muy poético: La hoguera lame
mi piel con cariño de perro, y este mismo aparece en ediciones de Casa de Las Américas,
pues su autora, la caleña Adelaida Fernández Ochoa (1957) gana el Premio de Novela
patrocinado por esta casa cubana en 2015. Es una novela que revela el nacimiento de la voz
de Nay, princesa de Gambia, nacida en las páginas de María (1867), de Jorge Isaacs (1837 –
1895), con el nombre de Feliciana1; y, precisamente, la autora aprovecha este personaje para
darle una dimensión más espiritual a partir de la voz de emancipación e identidad, pues Nay
es dueña de su palabra y de su vida, por eso narra su historia en primera persona. En cambio,
lo que sabemos de Feliciana es lo que Efraín nos dice de ella:

Aquella mujer que iba a morir lejos de su patria; aquella mujer que tan dulce
afecto me había tenido desde que fue a nuestra casa; en cuyos brazos se durmió

1
En los capítulos XL al XLIV de María, podemos encontrar la novela de Feliciana dentro de la novela de
María. Efraín cuenta la historia de Feliciana, desde su vida de princesa en África, pasando por el amor de Sinar,
hasta su llegada a la Nueva Granada. Nay es hija de Magmahú, jefe distinguido de los ejércitos de los Achanti
(nación de África Occidental) que lucha con denuedo frente a la amenaza del ejército inglés. Ante la derrota,
Magmahú decide expatriarse, no sin antes sacrificar a los más bellos esclavos como ofrenda a la divinidad. Uno
de ellos, Sinar, también de origen noble, es hijo de Orsúe, rey de la nación vencida de los Achimis. Nay,
profundamente enamorada de Sinar, ruega a su padre que lo exima del sacrificio. A pesar de la sorpresa y del
dolor que le causa ver a su hija entregar su corazón a un esclavo, Magmahú acepta al nuevo integrante de la
familia. Los tres parten hacia la ribera de Gambia. Una vez instalados allí, los Kombu-Manez aprovechan la
experticia militar de los recién llegados y la usan contra sus vecinos, los Cambez, con quienes se disputan el
control del territorio. Magmahú ha ganado varias contiendas y decide vender los prisioneros, Cambez vencidos
en combate, a los europeos. En medio de estas incesantes luchas, y durante los esponsales de Nay y Sinar,
Magmahú cae muerto a manos de los Cambez. Los amantes son tomados prisioneros y embarcados en un
bergantín con rumbo a Cuba, pero más adelante son separados en cubierta y toman rumbos distintos. Nay llega
a la costa del Darién, a poca distancia del puerto Pisisí, ubicado en el municipio de Turbo, en el Golfo de Urabá.
Ya en tierra firme, Nay se alberga en la casa de William Sardick y su esposa Gabriela, quien le enseña a hablar
en español. En el viaje de regreso de las Antillas al interior de la Nueva Granada, el señor Ibrahim se hospeda
en casa de este contrabandista; ocasión que aprovecha Nay para pedirle que la lleve a ella y a su hijo, porque
ha resuelto que el hijo de Sinar no sea esclavo. En ese momento es comprada y liberada por el padre de Efraín,
que traía de Kingston a su sobrina María. Así empieza su historia en tierras granadinas, a las que ingresa por la
ruta del Atrato, que era la antigua ruta del contrabando.
tantas veces María siendo niña… Pero he aquí su historia, que referida por Feliciana
con rústico y patético lenguaje, entretuvo algunas veladas de mi infancia. (Isaacs,
1997, p. 152)

Feliciana es despojada de su condición de mujer noble cuando pisa tierra americana


y, aunque es tratada con aparente afabilidad por el amo blanco, su situación de sometimiento
la ubica en un nivel de inferioridad que desestima su identidad, silencia su voz y designa
atributos propios de su condición de esclava como la posesión de un lenguaje “rústico” y
“patético”; además, tiene la desdicha de morir lejos de su pueblo. La apreciación del blanco
acerca de ese lenguaje rústico y patético es una muestra del proceso de aculturación (en el
plano de la lengua) realizado por Efraín y su padre, quienes imponen a Feliciana la lengua
española y, por ende, la despojan de su lengua nativa traída de África.
Por el contrario, Adelaida Fernández Ochoa la rescata de las páginas de María, y
resuelve el problema de la otredad por medio de la recuperación de la palabra. El
reconocimiento de la identidad africana de Nay se da a partir del restablecimiento de su
nombre original y de la expresión de su voz; hechos que demuestran ese otro yo altivo y
liberador. Así, las palabras de la princesa de Gambia nos permiten conocer su visión de
mundo, sus anhelos y su memoria ancestral. Una mujer poseedora de un embrujo que atrae
por su misticismo y que, a pesar de su condición de subordinación, se sabe libre. Una mujer
orgullosa, valiente, sabia, que exalta las costumbres de su aldea y recupera los saberes
medicinales de las hierbas y los alimentos. Una mujer dueña de sus pasiones y del goce de
su cuerpo, dispuesta a dejarse llevar por las voluptuosidades de la carne. Una mujer que ejerce
el oficio de curandera para mantener la armonía entre la naturaleza y los seres humanos.
Afuera crece un mundo es la realización del sueño de retornar a África, con la que se exalta
la vindicación de la libertad y la autonomía de la mujer negra esclava en Colombia. Esta
novela es la materialización del sueño perennemente añorado por Feliciana en María; anhelo
que no logra cumplir, porque la muerte llega primero:

En oscuro calabozo
Cuya reja al sol ocultan
Negros y altos murallones
Que las prisiones circundan;
En que solo las cadenas
Que arrastro, el silencio turban
De esta soledad eterna
Donde ni el viento se escucha…
Muero sin ver tus montañas
¡Oh patria! donde mi cuna
Se meció bajo los bosques
Que no cubrirán mi tumba. (Isaacs, 1867, p.172)

Este canto, entonado en el velorio de Feliciana, es la poesía hecha dolor, pues en él


aparece el silencio, la soledad, y la añoranza de sus bosques en África. En la cultura del
Pacífico son frecuentes estos cantos solemnes de luto para expresar lamentos y melancolía.
Cuando muere un niño, suelen realizar ceremonias conocidas como “chigualo” o “velorio del
angelito”, en la que se rinde tributo a una vida corta e inocente, acompañada de cantos a
capela, palmoteos y baile. También en el Caribe aparecen estos cantos y se llaman baquinés
a los angelitos negros. En este sentido, podemos decir que los cantos en el funeral de Feliciana
nos muestran la música “en su papel socializador de la alegría y del dolor, pero, (...) además,
como instrumento de protesta y de rechazo a la esclavitud y al desplazamiento forzado,
mostrando el peso de la cultura que aparece en los versos añorantes de África”. (Zuluaga,
2007, p. 206)
Aún más, con la recuperación de su nombre, Nay de Gambia, y el de su hijo, Sundiata,
llamado Juan Ángel por el blanco para imponerle rasgos de la cultura cristiana occidental, se
pone de manifiesto el poder de la palabra por medio de la nominación, pues declara el origen
de sus ancestros africanos, rescata su identidad y notifica a los demás su visión de mundo.
Pierre Bourdieu (2014) sostiene que “el lenguaje tiene una capacidad simbólica de
construcción de la realidad: la percepción que los agentes sociales tienen del mundo social,
la nominación contribuye a estructurar ese mundo” (p. 81). Es decir, el poder de nombrar
construye el mundo al nombrarlo. Nay construye su realidad con la recuperación de su
nombre y transforma la realidad de su hijo al nombrarlo; logra que Sundiata se identifique
con su nombre, porque descubre la relación entre su verdadero yo y su herencia africana:
“Pero mi nombre verdadero es el que me puso mi madre. Y ese es el que me gusta. (…)
Porque ese nombre es como soy yo.” (Fernández Ochoa, 2017, p. 246). Sundiata experimenta
un sentimiento de arraigo, pues su nombre señala y representa su origen.
No obstante, la recuperación de la identidad de su hijo no se limita a la nominación,
Nay expresa que “mi hijo actúa como esclavo y eso moldea su pensamiento. Miente y
tiembla” (p. 89); gracias a su enorme sensibilidad y a la sabiduría adquirida, Nay logra
comprender el impacto que genera la actitud servil en la estructura mental que Sundiata tiene
de la realidad, por eso insiste en que su hijo modifique la manera de relacionarse con el
mundo, a partir de la modificación de las palabras usadas para dirigirse al blanco:

Como el garrote lo persigue, él suele pedir perdón. Yo estoy tratando de que


no use esa palabra, la palabra perdón subordina, yo haré que la cambie y en su lugar
diga que eso no volverá a pasar (…) en esa frase germina la semilla de la libertad.
(p. 16)

La palabra es la manifestación del pensamiento y hace realidad la idea, pero a la vez,


la palabra moldea el pensamiento y genera significados. Para Nay, “perdón” significa
esclavitud, mientras que “no volverá a pasar” contiene el valor de la rebelión y de la libertad.
Decir “perdón” hace que Sundiata actúe como sometido y se convenza de ello, mientras que
“no volverá a pasar” modifica el esquema de pensamiento que tiene de la realidad, hasta que
logre representarse como un hombre libre. Toni Morrison, ganadora del Premio Nobel de
Literatura en 1993, exalta en su discurso que “el trabajo de la palabra es sublime, porque es
generativo, produce el significado, que garantiza nuestra diferencia, nuestra humana
diferencia -la manera en la cual somos como ninguna otra forma de vida” (Morrison, 1993,
citado en Osorio, González y Chalarca, 2003, p. 55). Esa capacidad generativa de la palabra
permite que los personajes de Afuera crece un mundo produzcan significados, construyan su
identidad y transformen la realidad. La palabra tiene el poder de engendrar nuevas realidades,
y en ese sentido es liberadora. La palabra recrea un mundo en torno al pensamiento de estos
dos personajes: Nay y Sundiata: pues en la medida que moldean sus cantos, con ellos rescatan
los recuerdos empozados en la memoria nostálgica de esa lejana África; que es una forma de
vida, tal como lo señala Morrison.
Asimismo, la escritora norteamericana alerta contra el lenguaje muerto: el opresor,
ese que justifica la distancia entre los seres humanos, destruye nuestra conciencia y anula
nuestra identidad, y en esta práctica opresiva aparece la función del castigo y la marca en la
espalda o en el pecho. Nay y Sundiata conocen bien el efecto de la palabra: “Un tercer
hombre empuñaba un fuete y se preparaba para fustigarnos con otro igual de violento: la
lengua” (Fernández Ochoa, 2017, p. 144). Este lenguaje bloquea el intelecto, ahoga la
conciencia, limita el conocimiento y moldea pensamientos ajenos. La imposición del español
como instrumento de sometimiento por parte de los colonizadores pretendió cambiar la
cosmovisión de los pueblos americanos y de los recién llegados africanos, igual función
cumplió el papel evangelizador del catolicismo. En este caso preciso, Nay revierte la opresión
cuando convierte la lengua española en su aliada, pues a través de ella logra educar a su hijo
en la construcción de su identidad. Dice Julio Cortázar (1981) que todos tenemos una
máquina mental de lavar que es la conciencia y la inteligencia:

Cada uno de nosotros tiene una máquina mental de lavar, y que esa máquina
es su inteligencia y su conciencia; con ella podemos y debemos lavar nuestro
lenguaje político de tantas adherencias que lo debilitan. Sólo así lograremos que el
futuro responda a nuestra esperanza y a nuestra acción, porque la historia es el
hombre y se hace a su imagen y a su palabra. (p. 9)

Nay combina inteligencia, sensibilidad y sabiduría, y hace uso de esa máquina mental
para limpiar su pensamiento y el de su hijo de las ideas opresoras del blanco. La princesa de
Gambia reconduce la realidad, creando un nuevo relato con palabras dotadas de significados
propios de su cultura y de su ideal de libertad. A medida que va narrando su historia, se va
creando a sí misma, encuentra el significado de su vida y recupera la memoria de sus
ancestros. El lenguaje tejido entre el amo y el esclavo legitima el sometimiento, y hace que
el pensamiento de Sundiata obedezca a los significados construidos por el otro en su rol
dominante. De manera que las palabras del blanco condicionan su comportamiento por medio
de la intimidación, el pecado y el miedo. En este juego de poder, a través de la imposición de
los valores culturales, en los que el blanco prevalece como etnia dominante, la religión
católica juega un papel fundamental gracias a que infunde principios de humildad y sumisión
para controlar las acciones del esclavo y justifica el poder del blanco como representante de
dios en la tierra para perpetrar el abuso.
Sin embargo, Nay se opone a ello con todo su empeño, mediante la construcción de
un lenguaje nuevo para liberar a su hijo de las ataduras del miedo, pues con él logrará cambiar
su manera de pensar y de actuar. Somos testigos de la transformación de Sundiata: “Madre,
yo no quiero nunca ser un borrón de mí” (Fernández Ochoa, 2017, p. 147); también, vemos
cómo la influencia de su madre lo ayuda a recuperar su identidad, gracias al conocimiento
que va adquiriendo de sí mismo: “su voz me mueve, también me hace crecer, en un instante
me convertí en otro. Voy a quedarme así, grande, de repente” (p. 153). Las palabras de Nay
expresan su espíritu de rebeldía, hacen consciente su identidad de mujer negra, reviven ese
amor por Sinar y evocan su apartada África. Todas estas experiencias son transmitidas a su
hijo; por eso el final de la novela, además de poético, es revelador: “Quiero llorar cuando
aparece, nítida, la costa; es apenas una línea con resplandores de hogueras. Me quito la
camisa y la voleo con todas mis fuerzas. Y grito el único grito posible: ¡Madre!” (p. 271).
Para Sundiata, madre es sinónimo de libertad, de identidad y de arraigo. Nay ha convertido
el sueño de libertad en una realidad física y tangible, por eso son tan importantes esas palabras
que su hijo expresa. Esa reacción de quitarse la camisa es como si Sundiata se despojara de
aquel pasado en Santa Ruda, y sintiera en su cuerpo el viento y el sabor del mar tantas veces
evocado por su madre.
A pesar de todo, Nay guarda la esperanza de retornar a su realidad, a ese mundo
vivido, soñado y contemplado:

Pero mi reino no es de este mundo, mundo raro, mundo de cadenas,


inframundo, inmundo. Mi única libertad es el retorno. Si la esclavitud se fue
construyendo de África a Nueva Granada, la libertad se recuperará yendo de regreso.
Pero no sé cómo volverla física. (p. 90)

Para Nay la libertad es el retorno a África, porque la plenitud de su ser se encuentra


en el lugar al que pertenece y ella pertenece a su aldea; su hogar está ubicado donde nacieron
sus padres, en el paisaje de insectos, micos, pájaros y selva; ella necesita regresar a su lugar
de origen para recuperar ese pedazo que le hace falta para sentirse completa. Es el eterno
retorno, no desde la propuesta nietzcheana, sino desde la recuperación del sabor de las
comidas, del canto de las aves, del olor de la tierra, de la música. De modo semejante, una
manera de recrear el ambiente de su aldea natal y volver a ella es a través del canto en la voz
de sus ancestros:

Woy ma ne tey la deemba bi jéeg


Woy ma wóy -i dekka bi
Tob -i béy yi
Kak kak -i gënna yi
Woy ma wóy -i buloo raacu ci der bi
Lem ci tun’yi
Woy ma ne nelewoon naa
Woy ma ne tey la deemba bi jéeg
Woy ma ne nelewoon naa
Woy ma ne tey la deemba bi jéeg2. (p.124)

El canto, tantas veces entonado por Nay, es una forma de cambio: el miedo por la
alegría y el placer; es la recreación de la esperanza y es también un encuentro con los cuerpos,
en el que el baile cumple un papel fundamental:

La música negra; conjuntamente con el canto, el baile y la mímica, es arte para


algo socialmente trascendental. Tiene una teleología, un propósito de función
colectiva; una acción, no una distracción. No es música de “diversión”, al margen de
la vida cotidiana; es precisamente una estética “versión” de toda la vida en sus
momentos trascendentales. Música que no solo dice, música que hace; para aviar a las
gentes por el camino de la vida y no para desviarlas de sus funciones comunalmente
humanas. (Ortiz, 1993, p.29)

2
Cántame que hoy ya es ayer / Cántame cantos de la aldea, del balar de las cabras, del tac, tac, del mortero. /
Cántame de la miel en los labios, cántame del añil / Del añil tendido en la piel. / Cántame que dormí, que hoy
ya es ayer. / Cántame que dormí. / Cántame que hoy ya es ayer. (p.125)
De ahí que Nay utilice el canto para llegar a lo más profundo de sus sentimientos y
en ellos hay una manifestación colectiva de sus lejanos ancestros; efectivamente, no es
música de diversión, sino una explicación de su existencia. Por eso, los cantos son tristes,
evocadores de su aldea a través de la cotidianidad del trabajo y de las reuniones familiares.
En otro orden de ideas, Adelaida Fernández Ochoa recrea la realidad de la mujer
afrocolombiana que se ve sometida, pero que no se conforma y desea retornar a sus orígenes.
Esto es posible gracias a la magia de la literatura. Vargas Llosa (2016) expone cómo la
literatura nos da la posibilidad de crear un mundo distinto que restablezca nuestras
inconformidades:

Ellas (las ficciones) se escriben y se leen para que los seres humanos tengan
las vidas que no se resignan a no tener. En el embrión de toda novela bulle una
inconformidad, late un deseo. (…) No se escriben novelas para contar la vida sino
para transformarla, añadiéndole algo. (p. 5)

Afuera crece un mundo muestra la inconformidad hacia lo establecido, al cumplirle


el sueño de retorno a Nay. La historia narrada en primera persona dota de voz propia a la
protagonista para que vuelva “física” la libertad a través de la palabra. La materia prima de
la novela es la historia de Feliciana contada en la obra de Jorge Isaacs, pero la autora,
consciente de que las palabras modifican la naturaleza de los hechos y que lo escrito se
convierte en lo escrito, transforma aquella historia para representar el anhelo de libertad de
la mujer negra, quien, a pesar de formar parte de una doble minoría: su sexo y su etnia, logra
construir su emancipación. Adelaida Fernández Ochoa cede la voz a Nay para que ella, dueña
de la palabra, posea la autonomía de decidir su destino y se mantenga firme en su esperanza
de libertad. Las indagaciones del yo son consignadas de forma escrita en un cuaderno atado
con cintas verdes, en el que Nay expresa su inconformidad, sus anhelos y sus angustias; en
sus escritos manifiesta pensamientos, valores, creencias y costumbres, revela el modo de
concebir la vida y el mundo, entra en las profundidades de su alma. En este sentido, Sundiata
considera a su madre una tejedora de palabras: “Guarda mis letras que son recuerdo y las
suyas que son su alma (…) Mi madre no traza letras, sino que las teje, parecen unas joyas de
tinta” (Fernández Ochoa, 2017, p.109). El esmero puesto en la selección de cada palabra se
distingue en las distintas texturas de la percepción, como en el calor, la música, la
luminosidad, que las dota de significado propio y las eleva a su condición más sublime,
alejada de toda cotidianidad.
Nay tiene la sensibilidad para ver más allá de la apariencia de las palabras; de ellas
extrae la magia para crear y curar realidades, percibe su esencia, corre el velo de la superficie
y las libera: “Juro que, por primera vez, aleteó en mi faltriquera la carta de horro, se
inflamaron sus letras, yo las vi revestirse de autoridad, pero el gobernador fingió ver sólo
letras” (p. 149). En el fragmento anterior percibimos que para Nay las palabras cobran vida,
revelan la energía que contienen, y con ellas informa y persuade acerca de la verdad que
poseen. La lucidez de Nay le permite ver lo que otros no ven, encuentra en las palabras el
poder que garantiza su naturaleza de mujer libre. Nay deja de ser esa otredad esclava e
invisible a los ojos del blanco, porque no repite lo que dice el amo, ni dice lo que se espera
de ella; al contrario, expresa lo que hay en su pensamiento, emplea la palabra como
manifestación de su existencia y actúa según sus convicciones. En virtud de ello, es libre
porque renuncia a las ataduras impuestas por el blanco.
De igual manera, la protagonista gobierna sus sueños y recrea sus orígenes a través
de los recuerdos, hace un llamado a la memoria ancestral y recupera la identidad de su pueblo
que es la suya. Nay encuentra su sentido de pertenencia en el pasado y pretende consolidar
su libertad por medio del retorno a África. Lo anterior lo sabemos por sus palabras: “sólo
quiero volver porque entre África y yo hay una herida que sangra y yo la voy a cerrar (…)
Voy a recuperar un pedazo de mí” (p. 228). Uno de los cinco lemas que Heidegger retoma
de Hölderlin acerca de la esencia de la poesía es la capacidad de dar testimonio de quiénes
somos por medio del lenguaje: “por eso le ha sido dado al hombre el más peligroso de los
bienes, el lenguaje, para que (…) dé fe de lo que él es” (2005, p. 40). Nay da testimonio de
quién es por medio de las palabras, que a la vez representan la liberación de su Ser y permiten
reconocer su existencia. Las palabras de Nay manifiestan su pensamiento, son su manera de
decir el mundo, de crearlo según lo percibe y de expresarle al entorno quién es ella como
mujer noble, libre y enamorada de Sinar. Con las palabras expresa sus insatisfacciones,
descontentos, anhelos, inconformidades y miedos más íntimos. A través de ellas se cuestiona
acerca de las ataduras que la esclavizan y en esa reflexión halla la libertad. Además, las
palabras construyen puentes entre los seres humanos que permiten reconocernos y
comunicarnos:

Lo que resulta pensable y comunicable lo es desde el lenguaje. El lenguaje


es elemento constitutivo de la intersubjetividad y de la vida social (…) También,
como el basamento obligado sobre el que se edifica la propia identidad, puesto que
el lenguaje da cauce a la autoexpresión. Y es la pieza capital que nos permite la
comprensión y la ordenación de lo que somos y de lo que nos rodea. (Tusón, 1989,
p. 21)

La intersubjetividad es la interacción entre sujetos a partir de las experiencias


individuales, que permite la comprensión mutua por medio de la construcción de sentidos en
común; de ahí que el lenguaje sea el instrumento para comunicarnos, negociar significados
y consensuar acuerdos durante las interacciones sociales. De modo que Nay comunica al
mundo no solo su identidad, sino también el sentido de aquello que la rodea. Además, negocia
significados e intereses con los otros y toma como aliada la lengua española que le ha sido
prestada para comprender el mundo “inmundo” en el que habita y afirmarse en su propósito
de libertad por medio del retorno. Nay encuentra el valor de las cosas cuando se convierten
en palabras; ellas le permiten sujetar las riendas de sus sentimientos, la conducen a la
reflexión y a poner en relación su pensamiento y su actuar:

El fraile trató dos asuntos que si bien atraviesan mis acciones más allá de lo
que yo pienso, hasta ahora cobran palabra: el valor del enemigo y el de una lengua
extranjera. El enemigo, incluido él, era mi aliado, y aliada también era esta lengua
prestada en la que ahora escribo. (Fernández Ochoa, 2017, p. 256)

La reflexión anterior señala que su destino no corre peligro en la medida en que pueda
comunicarse e intercambiar sentidos con el otro, siempre con la defensa inquebrantable del
respeto por su identidad, su libertad y sus sueños. Nay afirma su soberanía individual, la
defiende del poder y las interferencias de otros:
No me he alejado de mí. La casa grande ha querido desviar mis ideales hacia
los suyos; que yo derive alegría de sus blancas alegrías, sueños de sus realizados
paraísos, que sea testigo sentimental de sus blancas vidas. Pero yo conozco mis
goces propios y no quiero dejar de ser yo. (p. 46)

El fragmento anterior nos señala la tenacidad y la determinación de Nay: no quiere


dejar de ser ella, ha luchado con tesón por la defensa de la libertad y la autonomía de ser
como es. La princesa de Gambia es soberana de su destino, no se deja influenciar por las
palabras del señor Ibrahim, ni por sus amenazas de muerte: “¡Pobre negra! Te lo digo una
vez más: aquí está tu único lugar en el mundo, lugar que, además, es mío (…) si te vas, te
mato para siempre” (p. 128). Tampoco la persuade el significado de libertad que tiene
Candelario Mezú, quien afirma que la libertad es otorgada por la ley y solo puede vivirse
entre los inventos, la industria y la tierra escriturada. Nay no está de acuerdo con él, porque
“la libertad con apoyo de leyes también es una libertad de estrechos límites y ningún alcance”
(p. 49). Menos aún la detiene el amor que siente por Candelario, aunque estar en sus brazos
sea equivalente a reposar en un cálido refugio: “no quiero dormirme porque este es mi sueño,
cuando cabeceo me jalo yo misma hacia este paraíso, solo quiero reposar en los soles
galopados de su piel. Mirarlo, mirarlo. Me bebo su risa, su risa cascada de muelas felices”
(p. 166).
A pesar de las ataduras del amor del cimarrón y de la intimidación del amo, ella es
fiel a sus propósitos: “Mi lugar me espera. Además, acuérdese de que yo soy mía. Y mío es
mi hijo” (p. 70), afirma constantemente sus convicciones: “A mí me llama la esperanza (…)
No me he alejado de mí” (p. 46). Esta determinación en su manera de pensar se hace visible
por medio de las palabras, en las que encuentra el vehículo que le permite actuar de forma
coherente, manteniendo siempre la fidelidad a sí misma. De ahí que las palabras sean el hilo
conductor que teje las tres dimensiones del ser humano: sentir, pensar, actuar, y que
posibiliten la manifestación exterior de las profundidades del alma. Con las palabras ha sido
posible que Nay exprese su pensamiento para que, acorde a él, transforme la realidad, y se
dé a conocer al mundo. Solo así el otro la reconoce, sabe que existe. El capitán del barco que
la conduce de regreso a África se percata de su valentía y determinación: “¿Mujer, por qué
tu negrura ilumina? (…) Es que tengo un faro adentro (responde ella)” (p. 265). Él advierte
la lucidez de Nay, percibe su anhelo firme y terco de libertad contra todo pronóstico.
El gran conocimiento de la lengua española que Nay ha aprehendido y la forma en
que combina las palabras y trasmuta sus significados son asombrosos. Ella escoge
acertadamente palabras propias de la cotidianidad y las poetiza, como en este fragmento en
el que describe un encuentro amoroso con el señor Ibrahim: “Soy líquida y lo estrangulo en
mis remolinos. Luego, también él es mi almeja de beber. Permanecimos sentados el uno
frente al otro, el crepitar del fogón arrullaba mi levedad” (p. 127). Son palabras revestidas de
su esencia mística, dotadas de nuevos valores; palabras que estimulan los sentidos: el calor
del fuego, el crujido musical de la madera, la levedad después del éxtasis. Lo anterior
concuerda con lo referido por la escritora polaca Wislawa Szymborska cuando exalta la
naturaleza del lenguaje poético, en el que cada palabra es examinada, pensada, sentida:

Resguardados, bajo el habla diaria, donde nunca nos detenemos a considerar


cada palabra, todos acudimos a frases usadas (…) Pero en el lenguaje poético, donde
cada palabra es sopesada, nada es usual o habitual. Ni una simple piedra o nube
sobre ella. Ni un solo día o la noche que lo sucede. Y sobre todo, ni una humilde
existencia, ni la existencia de nadie en la Tierra. (citado en Osorio, González y
Chalarca, 2003, p. 148)

El lenguaje poético rompe con el automatismo y produce un efecto de extrañamiento;


cada palabra elegida guarda un sentido, un significado, una emoción. Nay poetiza la
cotidianidad. Esa es su transformación de la lengua extranjera, dotarla de la musicalidad y
del calor que tienen sus melodías africanas cantadas en wólof3; esa es su manera de hacerla
suya. Ahora bien, no podemos pasar por alto el aprendizaje del español de la princesa de
Gambia. Así comienza su aventura en el mundo de las palabras: “Gabriela me enseñó este
idioma que ahora me sirve para escribir” (Fernández Ochoa, 2017, p. 60). La esposa de
Sardick, contrabandista y negociante, no solo la salva del suicidio al cortar la soga de la que
cuelga en el gallinero, sino que la rescata del silencio: “Gabriela me había liberado de las

3
La lengua wólof o volofo es una lengua hablada en Senegal y Gambia. Es la lengua nativa de la etnia wólof y
es usada como segunda lengua en la región. Nay acostumbra a cantar canciones en su lengua materna para
arrullar el sueño de su hijo Sundiata y evocar su aldea.
ataduras” (p. 62). Con la adquisición del español la redime de la inexistencia y la devuelve a
la vida, pues Nay se hace visible a través de las palabras cuando manifiesta quién es, qué
piensa y qué siente; además, logra comprender el mundo que la rodea y se abastece de él para
lograr su propósito de libertad.
A partir de allí, Nay reflexiona acerca del verdadero sentido de las palabras: “A lo
largo de infinitas lunas aprendí a leer esta carta de manumisión y ya me la sé de memoria,
incluso he ido muy al fondo y allá donde las palabras eran compacto pedernal encuentro
subterráneos con manantiales y fango” (p. 73). Descubre la complejidad de las palabras, y al
navegar en las profundidades de la significación, advierte que, aunque en la superficie se
muestren impenetrables, poseen la capacidad de representar la vida y la muerte. Aunque Nay
sabe que la libertad no está en la carta de manumisión, sino en su corazón y en su deseo de
retornar a África, reconoce que las reglas del mundo en el que vive ahora se valen de este
documento escrito que hace las veces de salvoconducto y que le permite transitar sin mayores
riesgos, pues socialmente se reconoce la autoridad que lo enviste: “ella (la carta) representaba
la palabra de alguien que daba fe de que yo era mía. Mi cuerpo y sus partes, y mi voluntad”
(p. 74). Nay sabe que es dueña de sí misma, pero admite que esta carta concede, aunque
parcialmente, la libertad a los ojos del blanco.
A lo anterior se le agrega esa naturaleza emocional que Nay descubre en el espíritu
de las palabras, los valores profundos que guarda dentro de sí cada una de estas. Para ello,
señalamos la palabra “hijo” como una forma de reconocerse madre; es la palabra que acerca
los cuerpos y evoca a ese amor llamado Sinar; hijo es la posibilidad de crear el sentido de
sangre y familia. Asimismo, la esencia de la palabra está en la verdad que atesora: “empecé
a encontrar el espíritu de la escritura. Esa carta contenía las justas palabras y era depositaria
de lo que yo debía saber tanto en ese momento como en el futuro” (p. 75). La verdad que
contiene esa carta es su libertad, es la declaración pública y oficial de que su destino le
pertenece. Si bien Nay conoce la esencia de las palabras en wólof, ahora se da cuenta de que
los del español son signos acordados en estas latitudes, pero, así como los suyos, estos tienen
la capacidad de representar la mezquindad o la generosidad del alma humana: “Tuve la vaga
idea de que estas eran equiparables a cualquier otro signo natural o creado de común acuerdo,
y que tenían la capacidad de reflejar el mundo con su infierno, y también el cielo” (p. 75).
Nay ha experimentado los horrores del infierno en este mundo de cadenas, pero ha
logrado levantar el vuelo sujetándose fuerte a sus convicciones. La palabra libera el alma de
Nay, rompe las ataduras de la materia: “el que necesita reposar es mi espíritu, mi espíritu no
cabe en mi cuerpo, mi espíritu necesita volar en la chalupa de estas palabras prestadas,
entonces escribo” (p. 210). Ella escribe en esta lengua extranjera, su aliada, para ser libre y
echar a volar su alma. Como el pájaro enjaulado abre las alas hacia el horizonte, Nay emerge
de la oscuridad del inframundo maloliente hacia la libertad: “Fui pájaro que ahora emerge de
la sentina a darse baños de luz” (p. 212).

Bibliografía

Bourdieu, P. (2014). ¿Qué significa hablar? Economía de los intercambios lingüísticos.


Trad. Esperanza Martínez Pérez. Buenos Aires, Argentina: Ediciones Akal.

Cortázar, J. (1981). "Las palabras", conferencia pronunciada por Julio Cortázar en Madrid.
Buenos Aires, Argentina: Agencia de noticias culturales “Buenos Aires Sos”.
Recuperado de http://www.voltairenet.org/article146689.html

Fernández Ochoa, A. (2015) La hoguera lame mi piel con cariño de perro. Cali, Universidad
del Valle.
Fernández Ochoa, A (2015) La hoguera lame mi piel con cariño de perro, La Habana, Casa
de Las Américas

Fernández Ochoa, A. (2017). Afuera crece un mundo. Bogotá, Colombia: Editorial Planeta.

Heidegger, M. (2005). Aclaraciones a la poesía de Hölderlin. Trad. Helena Cortés y Arturo


Leyte. Madrid, España: Alianza Editorial.

Isaacs, J. (1997). María. Bogotá, Colombia: Panamericana.

Vargas Llosa, Mario (2016). La verdad de las mentiras. Buenos Aires, Argentina: Alfaguara.
Ortiz, F. (1993). Los bailes y el teatro de los negros en el folklore de Cuba. La Habana, Cuba:
Editorial Letras Cubanas.
Osorio, A., Márquez, G., y Chalarca, J. (Ed.). (2003). Discursos Premios Nobel. Tomo II.
Bogotá, Colombia: Común Presencia Editores.

Tusón, J. (1989). El lujo del lenguaje. Barcelona, España: Paidós Comunicación.

Zuluaga, F. (2007). “La presencia africana en la obra de Isaacs”. En Jorge Isaacs. El creador
en todas sus facetas. Ed. Darío Henao Restrepo. Cali, Colombia: Editorial Universidad del
Valle.

Você também pode gostar