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Autor: Daniel, al igual que Ezequiel, estuvo cautivo en Babilonia, fue traído al
rey Nabuconodosor en su juventud e instruido en la lengua y en las ciencias
babilónicas.
El mensaje de Daniel
Este género apocalíptico se distingue tanto por sus rasgos formales
como de contenido. Los mensajes se presentan revestidos de un rico
ropaje simbólico y son comunicados en forma de visión al autor
literario, al vidente. Este recibe a veces, a causa de la visión, un fuerte
impacto emocional (cf. 7.28; 10.8, 17) que puede llevarlo hasta el
desvanecimiento o a sufrir alguna clase de trastorno o dolencia física
de importancia (8.27; 10.9; cf. Ap 1.17). Así Daniel, que ve a «uno con
semejanza de hijo de hombre», le dice: «... con la visión me han
sobrevenido dolores y no me queda fuerza. ¿Cómo, pues, podrá el
siervo de mi señor hablar con mi señor? Porque al instante me faltaron
las fuerzas y no me quedó aliento» (10.17).
El libro
Las dos partes de que consta el libro de Daniel (=Dn) están formadas,
la una por los caps. 1–6, y la otra por los caps. 7–12. La primera parte
es esencialmente narrativa y tiene un propósito didáctico, orientado a
demostrar que la sabiduría y el poder de Dios están infinitamente por
encima de toda posibilidad y comprensión humanas. El protagonista
de los relatos es Daniel, uno de los jóvenes judíos llevados a Babilonia
en cumplimiento de las órdenes expresamente dictadas por el rey
Nabucodonosor acerca de «los hijos de Israel, del linaje real de los
príncipes» (1.3). Una vez en Babilonia, Daniel y tres compañeros
suyos, Ananías, Misael y Azarías (respectivamente llamados por
Nabucodonosor: Beltsasar, Sadrac, Mesac y Abed-nego), son
educados de manera especial, con miras a una futura prestación de
servicios en la corte del rey (1.4–7). Daniel aprende el idioma y la
literatura del imperio neobabilónico (esto significa aquí el término
"caldeos"), y muy pronto se destaca por su sabiduría extraordinaria
(1.20) y por la firmeza de sus convicciones. Él y sus amigos, fieles al
Dios de Israel, se niegan a aceptar trato alguno de favor que los lleve
a quebrantar la menor de las prescripciones rituales del judaísmo, en
particular las relativas a la alimentación; y la recompensa que reciben
del Señor es un mejor aspecto que el «de los otros muchachos que
comían de la porción de la comida del rey» (1.8–16). Esta estricta
fidelidad a sus principios religiosos los lleva, sin embargo, a afrontar
riesgos de muerte, de los cuales son librados por la mano del Señor.
En cuanto a la sabiduría de Daniel, se pone de relieve cuando, ante el
fracaso de los «magos, astrólogos, encantadores y caldeos» del reino
(2.2, 10), Dios le da que descubra e interprete los sueños de
Nabucodonosor (caps. 2 y 4), y también que en presencia de otro rey,
Belsasar, descifre el escrito trazado en la pared por una mano
misteriosa (cap. 5).