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Vamos a recrear el poema, como una pieza teatral. Para eso tenemos que preparar un
guión. Cada grupo preparará un guión teatral de acuerdo a su visión del cuento. (No
debe ser muy largo) y además le dará un nombre que vaya de acuerdo con el
contenido, pero que no debe ser el mismo del poema. El guión será elegido por los
mismos estudiantes y será el que se represente. Los estudiantes elegirán a quienes
deben actuar en los roles de esta obra teatral, y el resto será el público.
Los parámetros con que debe evaluarse la actividad son: originalidad, fidelidad con
el texto original, participación de los estudiantes, actitud crítica del tema, etc.
Cuando el Bibliotecario levantó los ojos del libro se dio cuenta de que no quedaba
nadie. Todos se habían ido y el Ayudante, ese vago que siempre está buscando
excusas para escurrir el bulto, había apagado las luces y cerrado los ordenadores.
“Bien, es Nochebuena”, pensó, “y supongo que sería inútil intentar que cumpla con el
horario debido. En fin, yo también me iré a casa, hace rato que siento mucho frío”. Un
frío extraño, además. Parecía que le saliera desde dentro.
Notó que al final de la sala se reflejaba una luz. “¿Se habrá dejado abierto algún
OPAC el inútil ese? No sería raro, hoy estaba trastornado”. Fue a oscuras hasta la
pantalla que brillaba en la penumbra, para apagarla. Y entonces vio que algo se
Se acercó más y, de pronto, el frío que toda la tarde había sentido se hizo más
profundo. Desde la pantalla del ordenador le hacía señas un rostro macilento, enjuto,
triste. ¡Era el anterior Bibliotecario! Había sido su maestro, su mentor, incluso “su
padrino”. Le enseñó cuanto sabía y desde entonces veneraba su memoria. Pero…
hacía más de 10 años que estaba muerto.
Se asustó. Medio paralizado por el miedo, pero empujado por la curiosidad, se acercó
más, dispuesto a averiguar qué era aquello. Y entonces, la figura del Viejo
Bibliotecario señaló a una esquina de la pantalla y desde allí empezaron a surgir
imágenes… imágenes familiares. El Bibliotecario se vio a sí mismo, un niño todavía,
allí, en esa misma biblioteca. Habían montado un belén y el Viejo Bibliotecario había
sacado cuentos de Navidad y los había dispuesto encima de las mesas. También
había golosinas en el mostrador y todo el mundo se felicitaba las fiestas. Parecían
contentos. Mientras miraba la escena, el Bibliotecario notó que el frío había
desaparecido… hasta tenía ganas de unirse a aquel alegre grupo de gente.
Pero la imagen comenzó lentamente a desvanecerse y otra vez apareció la figura del
Viejo Bibliotecario. Ahora señalaba a otra esquina de la pantalla. Y allí, como a través
de una cámara web, el Bibliotecario vio a su Ayudante, cantando con un coro de
adolescentes… los villancicos de la biblioteca. También vio a un grupo de mujeres de
mediana edad, que hablaban animadamente y se intercambiaban libros… de la
biblioteca. “¡Este granuja me la ha jugado!”, pensó. “A pesar de mis instrucciones, ha
sacado los villancicos, ha organizado su club…. Me va a oír cuando regrese”.
Estaba indignado. Y volvía a sentir el mismo frío. Mientras rumiaba cómo poner freno
a los atrevimientos del Ayudante, la imagen volvió a desvanecerse y una vez más el
Viejo Bibliotecario apareció y señaló otra esquina de la pantalla. Pero esta vez no se
vio nada. Todo quedó negro, oscuro, no hubo ruidos ni movimiento. Todo era
silencio. Desconcertado, pulsó el ratón varias veces sin resultado alguno. No sabía
qué hacer. Y entonces oyó detrás de él un susurro muy leve. “Sssss. No haga ruido.
Nos pueden descubrir”. Miró a todos lados sin ver a nadie. “No haga ruido, es
peligroso. Los ordenadores están prohibidos”. “¿Prohibidos? ¿Qué tonterías está
diciendo? Hay más de treinta ordenadores en mi biblioteca”. “Chssss, no pronuncie
esa palabra. Todas están cerradas. Y los cines, y las salas de conciertos. No se pueden
leer más libros que los oficiales”. “¿Cómo dice? Hace un momento he visto a un
grupo de mujeres intercambiando novelas, a un coro cantando villancicos… ¿me está
tomando el pelo?”. “Lo que usted vio pasó hace muchos años. Las mujeres no
pueden salir de sus casas. La música está vedada. Nadie canta, nadie lee, nadie tiene
Internet. Es muy peligroso. La gente dejó de venir a las bibliotecas porque no servían
Y en ese momento cayó en la cuenta: era una broma. Una broma de mal gusto, claro.
Una broma del Ayudante, sin duda en colaboración con el idiota de su sobrino. Le
habían gastado la broma del “Cuento de Navidad”. Muy bien montada por cierto,
pero un hombre de su cultura ¿cómo había podido ser tan ingenuo?.
Bastante molesto, abrió la puerta para salir y tropezó con el Ayudante que volvía a
toda prisa. “Muy divertida su broma, muy divertida”, casi rugió. “¿Divertida? ¿Qué
broma? No sé de qué me habla”, dijo el Ayudante, sin resuello. “Vengo del
Ayuntamiento. Por culpa de la iluminación de Navidad que han colgado en la fachada
hubo un cortocircuito y nos quedamos sin luz. Llevamos toda la tarde
completamente a oscuras, y tuve que desalojar la biblioteca. Se lo dije cuando aún
era de día, ¿no se enteró?”.
Carlitos Dikeno