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HOJA DE APLICACIÓN

LA NOCHE BUENA DEL BIBLIOTECARIO


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ESTRATEGIA DE ENTRADA Tiempo sugerido: 10 minutos

Dividiremos en grupos de cinco estudiantes el aula y preparamos frases como:


- Bibliotecario levanta los ojos del libro.
- Atraviesa la sala de lectura en completa oscuridad.
- Los jóvenes carecen de una biblioteca.
- Un fantasma se movía en la pantalla del ordenador.
- El ayudante regresa a la biblioteca.
EXPERIENCIA: ADIVINA LA FRASE
Estas frases se las entrega a cada uno de los grupos y ellos elegirán a un
representante para que, sin decir una sola palabra, exprese el significado de la misma.
Los compañeros del grupo deberán darle consejos y formas de llevar a cabo con
éxito la representación de la frase. Pero en el momento de la actuación, ningún
miembro de su grupo debe ayudarlo. Los miembros de los otros grupos tratarán de
adivinar la frase que se presenta.
Esto se repite hasta terminar con la intervención de todos los grupos. Luego nos
preparamos para leer el cuento.

ESTRATEGIA DURANTE LA LECTURA Variada


Para leer con jóvenes, recomendamos las siguientes estrategias:
Lectura cooperativa:
Todos van leyendo en silencio pero encargamos la lectura en voz alta a un alumno
diferente cada cierta cantidad de oraciones.
Lectura crítica:
Se lee y cada vez que encontramos información interesante, hacemos una pausa y la
comentamos.
Lectura actuada:
Entregamos a algunos alumnos el diálogo de cada personaje, de modo tal que
cuando hable un personaje, lee un alumno, narra otro personaje, lee otro alumno.
Esta lectura es preferible en textos con múltiples diálogos.

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Lectura en casa:
Realizamos la estrategia de entrada en clase y encargamos a los alumnos leer en
casa. Debemos de procurar motivarlos a leer con la actividad previa. Luego, en otra
siguiente clase, podemos realizar la estrategia de salida.
Lectura escenificada:
Entregamos roles a los alumnos que van a ir actuando en silencio las acciones
narradas mientras el profesor u otros alumnos leen en voz alta.

ESTRATEGIA DE SALIDA Tiempo sugerido: 25 minutos

Les preguntaremos si les gustó o no el cuento y porqué. Dejaremos expresarse a los


estudiantes, dejándolos verter sus opiniones.

Para la etapa de apreciación a la lectura, proponemos la siguiente experiencia, que el


docente podrá moderar de acuerdo a cuan pertinentes le parezca.

EXPERIENCIA: LA REPRESENTACIÓN TEATRAL

Vamos a recrear el poema, como una pieza teatral. Para eso tenemos que preparar un
guión. Cada grupo preparará un guión teatral de acuerdo a su visión del cuento. (No
debe ser muy largo) y además le dará un nombre que vaya de acuerdo con el
contenido, pero que no debe ser el mismo del poema. El guión será elegido por los
mismos estudiantes y será el que se represente. Los estudiantes elegirán a quienes
deben actuar en los roles de esta obra teatral, y el resto será el público.

Al terminar la actuación los estudiantes que conformaron el público, deberán


resolver preguntas como por ejemplo:

- ¿Por qué los actores representaron las escenas como lo hicieron?


- ¿Las decisiones que los actores tomaron fuero las correctas?
- ¿Las actuaciones afectaron el contenido del poema? o en cambio ¿la
enriquecieron?

Los parámetros con que debe evaluarse la actividad son: originalidad, fidelidad con
el texto original, participación de los estudiantes, actitud crítica del tema, etc.

La noche buena del bibliotecario


LA NOCHE BUENA DEL BIBLIOTECARIO
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Cuando el Bibliotecario levantó los ojos del libro se dio cuenta de que no quedaba
nadie. Todos se habían ido y el Ayudante, ese vago que siempre está buscando
excusas para escurrir el bulto, había apagado las luces y cerrado los ordenadores.
“Bien, es Nochebuena”, pensó, “y supongo que sería inútil intentar que cumpla con el
horario debido. En fin, yo también me iré a casa, hace rato que siento mucho frío”. Un
frío extraño, además. Parecía que le saliera desde dentro.

No le resultó difícil atravesar la sala, a pesar de la oscuridad. Conocía bien “su”


biblioteca, aquel rincón en el que llevaba más de 20 años. Sabía dónde estaba cada
mesa, cada silla, cada estante. Mientras buscaba las llaves y conectaba las alarmas
volvió a pensar en el Ayudante. “Cada día está más enloquecido” se dijo. “No hace
más que proponer proyectos descabellados. ¿Pensará que nos pagan para divertir a
la gente? No faltaba más…”. Recordó que, esa misma mañana, le había sugerido
felicitar a sus lectores con reproducciones de los villancicos renacentistas que
guardaban en los depósitos. “¡Un material sagrado, sólo para sabios!”. También le
había insinuado que arreglaran una sala casi vacía para acoger a los estudiantes. “Los
pobres no tienen una biblioteca en el Instituto, y aquí hay una buena sección de
referencia”. ¡Pobres! ¡Llamar pobres a esta panda de gamberros que sólo sirven para
montar botellones! Por no hablar de la absurda idea de bajar de Internet crucigramas
para los ancianos. Así utilizarían la colección de diccionarios y eso les ayudará a
ejercitar la cabeza, decía el insensato. “Esos ya no tienen ni cabeza, están gagás. Los
diccionarios son muy valiosos y, gracias a mis desvelos, se conservan impolutos. No
tardarían en babear encima”. ¿Y qué pensar del club de lectura para “marujillas”?. Así
las llamó: “marujillas”. “¿Vamos a perder el tiempo charlando de La Regenta con
semejante hatajo de incultas?”. El desgraciado estaba tan loco como su sobrino, que
quería abrir en la Biblioteca un chat, un blog, una lista de distribución, qué sé yo
cuántas tonterías más. Una vez pidió un servicio de alertas, ¡alertas! “Vaya tontería…
que se espabile cada cual y busque la información por su cuenta”. La biblioteca no
estaba para atender a ignorantes.

Notó que al final de la sala se reflejaba una luz. “¿Se habrá dejado abierto algún
OPAC el inútil ese? No sería raro, hoy estaba trastornado”. Fue a oscuras hasta la
pantalla que brillaba en la penumbra, para apagarla. Y entonces vio que algo se

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movía allá dentro, como si estuvieran proyectando una película. No podía ser: aquello
era un terminal y no daba acceso más que al catálogo. ¿Qué se movía, entonces?

Se acercó más y, de pronto, el frío que toda la tarde había sentido se hizo más
profundo. Desde la pantalla del ordenador le hacía señas un rostro macilento, enjuto,
triste. ¡Era el anterior Bibliotecario! Había sido su maestro, su mentor, incluso “su
padrino”. Le enseñó cuanto sabía y desde entonces veneraba su memoria. Pero…
hacía más de 10 años que estaba muerto.

Se asustó. Medio paralizado por el miedo, pero empujado por la curiosidad, se acercó
más, dispuesto a averiguar qué era aquello. Y entonces, la figura del Viejo
Bibliotecario señaló a una esquina de la pantalla y desde allí empezaron a surgir
imágenes… imágenes familiares. El Bibliotecario se vio a sí mismo, un niño todavía,
allí, en esa misma biblioteca. Habían montado un belén y el Viejo Bibliotecario había
sacado cuentos de Navidad y los había dispuesto encima de las mesas. También
había golosinas en el mostrador y todo el mundo se felicitaba las fiestas. Parecían
contentos. Mientras miraba la escena, el Bibliotecario notó que el frío había
desaparecido… hasta tenía ganas de unirse a aquel alegre grupo de gente.

Pero la imagen comenzó lentamente a desvanecerse y otra vez apareció la figura del
Viejo Bibliotecario. Ahora señalaba a otra esquina de la pantalla. Y allí, como a través
de una cámara web, el Bibliotecario vio a su Ayudante, cantando con un coro de
adolescentes… los villancicos de la biblioteca. También vio a un grupo de mujeres de
mediana edad, que hablaban animadamente y se intercambiaban libros… de la
biblioteca. “¡Este granuja me la ha jugado!”, pensó. “A pesar de mis instrucciones, ha
sacado los villancicos, ha organizado su club…. Me va a oír cuando regrese”.

Estaba indignado. Y volvía a sentir el mismo frío. Mientras rumiaba cómo poner freno
a los atrevimientos del Ayudante, la imagen volvió a desvanecerse y una vez más el
Viejo Bibliotecario apareció y señaló otra esquina de la pantalla. Pero esta vez no se
vio nada. Todo quedó negro, oscuro, no hubo ruidos ni movimiento. Todo era
silencio. Desconcertado, pulsó el ratón varias veces sin resultado alguno. No sabía
qué hacer. Y entonces oyó detrás de él un susurro muy leve. “Sssss. No haga ruido.
Nos pueden descubrir”. Miró a todos lados sin ver a nadie. “No haga ruido, es
peligroso. Los ordenadores están prohibidos”. “¿Prohibidos? ¿Qué tonterías está
diciendo? Hay más de treinta ordenadores en mi biblioteca”. “Chssss, no pronuncie
esa palabra. Todas están cerradas. Y los cines, y las salas de conciertos. No se pueden
leer más libros que los oficiales”. “¿Cómo dice? Hace un momento he visto a un
grupo de mujeres intercambiando novelas, a un coro cantando villancicos… ¿me está
tomando el pelo?”. “Lo que usted vio pasó hace muchos años. Las mujeres no
pueden salir de sus casas. La música está vedada. Nadie canta, nadie lee, nadie tiene
Internet. Es muy peligroso. La gente dejó de venir a las bibliotecas porque no servían

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para nada y, poco a poco, el fanatismo y la ignorancia se apoderó de nosotros.”. Y,
dicho esto, el murmullo cesó y todo quedó completamente en silencio y a oscuras. El
Bibliotecario notó cómo el frío, más terrible que nunca, le recorría las venas y lo
paralizaba.

Y en ese momento cayó en la cuenta: era una broma. Una broma de mal gusto, claro.
Una broma del Ayudante, sin duda en colaboración con el idiota de su sobrino. Le
habían gastado la broma del “Cuento de Navidad”. Muy bien montada por cierto,
pero un hombre de su cultura ¿cómo había podido ser tan ingenuo?.

Bastante molesto, abrió la puerta para salir y tropezó con el Ayudante que volvía a
toda prisa. “Muy divertida su broma, muy divertida”, casi rugió. “¿Divertida? ¿Qué
broma? No sé de qué me habla”, dijo el Ayudante, sin resuello. “Vengo del
Ayuntamiento. Por culpa de la iluminación de Navidad que han colgado en la fachada
hubo un cortocircuito y nos quedamos sin luz. Llevamos toda la tarde
completamente a oscuras, y tuve que desalojar la biblioteca. Se lo dije cuando aún
era de día, ¿no se enteró?”.

“¿No se enteró, señor Bibliotecario?”

Carlitos Dikeno

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