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desplaza)
FÉLIX TERRONES*
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también en lo que respecta a ese anhelo por reflejar una sociedad
decadente y complaciente en su deterioro. Pero hay una diferencia
de fondo entre una y otra novela: si Proust tuvo en Francisca, en
Jupien, en la dulce sobrina de éste o en el mismo Morel a los
representantes de los sectores deprimidos de la Francia que le
tocó vivir, Diez Canseco no tiene en su novela ninguno. ¿Se
encontraba consciente de la pobreza de su novela en el retrato
social? Creemos que aquí ocurrió una situación que al mismo
escritor se le escapó, ya que no podía desligarse del
condicionamiento social. Nos referimos al hecho de que esa Lima
de comienzos de siglo era una ciudad, como bien ha calificado
José Matos Mar, de «minorías marginales y mayorías
marginadas».1 Así, Lima es la ciudad de unos cuantos, no sólo en
su geografía, sino también en su figuración dentro de la literatura.
Ambas, minorías y mayorías, tenían su espacio definido y
marcado; ninguna entraba o, siquiera, rozaba el de la otra. Menos
lo invadía. La invasión era imposible en la capital por la que se
paseó Teddy Crownchield.
1
En: Matos Mar, José. Desborde popular y crisis del Estado. Lima: IEP, 1984.p.16.
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como uno de los tantos empresarios que se enriquecieron con las
licitaciones públicas amañadas por el gobierno de turno. La caída
del mundo de Crownchield es el nacimiento del mundo de Zavala:
precisamente en el gobierno de Odría se dan los primeros
síntomas de la aparición de esa burguesía enriquecida por las
licitaciones y concursos públicos. Los latifundistas serranos y los
agroexportadores de la costa, junto con los negociantes
pesqueros, le ceden su lugar al sujeto emergente en negociado,
no siempre claro, con el gobierno. La posible salida ante la
debacle es la negociación, quizá el matrimonio oportuno. Este
aspecto se muestra bastante claro en los padres de Santiago
Zavala: él es el «clasemediero» que ascendió, ella la hija de la
familia rancia que procura sobrevivir con la alianza matrimonial.
Descubrimos, de esta manera, un primer síntoma de deterioro de
una clase social y de estrategia para seguir manteniendo las
prerrogativas que ve escapársele de las manos.
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esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el
mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú? Los
canillitas merodean entre los vehículos detenidos por el semáforo
de Wilson voceando los diarios de la tarde y él echa a andar,
despacio, hacia la Colmena. [...] El Perú jodido, piensa, Carlitos
jodido, todos jodidos. Piensa: no hay solución [...] ahí está
Norwin, hola hermano, en una mesa del bar Zela, siéntate
Zavalita, manoseando un chilcano y haciéndose lustrar los
zapatos, le invitaba un trago. No parece borracho todavía y
Santiago se sienta, indica al lustrabotas que también le lustre los
zapatos a él. Listo jefe, ahoritita jefe, se los dejaría como espejos,
jefe.
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ciudad que ve, sin amor, desde la puerta de La Crónica, nuestro
personaje. Una urbe ya, que adquiere contornos propios e
identificadores.
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de significar todo, es nada. Pareciera que su nombre se ha
perdido en la multitud por entre la cual camina, una legión de
seres iguales, poseedores del mismo desalentador futuro que
signó a la generación del noventa. Todos ellos pueden también
ser también M, esa es su tragedia. M no es extranjero -es un
mestizo peruano-, pero pareciera que su conciencia de tal no
existe, es nula. Toda referencia a la ciudad y sus distritos -
“M”agdalena, sobre todo- no pasará por su cabeza sino que se
desprenderá del discurso del narrador. Escribí líneas arriba que el
nombre es la identidad: está claro que en esta novela ese nombre
está orientado a mostrar una identidad que no se construye y
define a partir del contacto con el otro, sino que pareciera
disolverse tras este contacto.