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Graffiti en Quito. ¿Arte o Vandalismo?

Por: Gabriel Buitrón.

La mañana del domingo 9 de Septiembre de 2018 la ciudad de Quito despertó


con un fuerte aspaviento. Un grupo de 20 graffiteros habrían pintado, en la
madrugada, una de sus obras en los recién llegados vagones del Metro de Quito,
lo cual ha causado otro intenso debate sobre el graffiti en la ciudad.

Faltaron solo horas para que la actual administración municipal pusiera el grito
en los cielos, esto luego de que la semana pasada la alcaldía anunciara un
presupuesto de 1,5 millones de dólares para “limpiar a la ciudad” de graffiti,
además de trabajos conjuntos de investigación y seguimiento con Fiscalía,
Ministerio del Interior y Policía Nacional, así como amenazas de cárcel entre los
3 y 5 años para “limpiar a la ciudad” de graffiteros.

Esta no es la primera vez que se discute al graffiti en Quito, en la época de


alcaldía de Paco Moncayo (2000-2004), el mismísimo expresidente Rodrigo
Borja había desarrollado una definición mediante la segunda edición de su
“Enciclopedia de la Política", volumen de más de un millar de páginas
y alrededor de 1.500 acepciones. Resumiendo, se citaba:

Palabra italiana que designó originalmente las inscripciones o dibujos trazados en las
murallas, paredes y monumentos de las ciudades antiguas. [...] En América Latina la
tradición del grafito viene de muy atrás. En el Ecuador, a principios del siglo XIX, al día
siguiente de la declaración de independencia de España, se hizo célebre la leyenda:
"último día del despotismo y primero de lo mismo" que amaneció pintada en las
coloniales paredes de Quito, con la que el pueblo quiso dar a entender de que las
cosas no habían cambiado sustancialmente y que el poder colonial de los chapetones
simplemente había pasado a los criollosespañoles. [...] Los graffiti son un fenómeno
cultural. Para el pueblo, las paredes constituyen la única prensa libre y a través de
ellas manifiesta su modo de pensar sobre los problemas de un país, sus críticas al
sistema, su sentido del humor, su irreverencia e, incluso, su filosofía de la vida o
poesía. Y con frecuencia lo hace con corrosiva ironía contra los detentadores del
poder político o económico. (Borja, 2000).

Es decir, incluso para el pensamiento de la época ya se correspondían al graffiti


componentes políticos, pero también artísticos y vandálicos. Aunque existen
vestigios o antecedentes del muralismo desde hace más de 13000 años en
Altamira (España), para Alex Ron (2007), en su libro “Quito una ciudad de
Graffiti”, el graffiti de que privilegia las imágenes o letras a las palabras o frases,
es decir un graffiti no literario, nace en Nueva York a mediados de los setenta a
cargo de grupos vulnerables de migrantes latinos y afroamericanos y llega a
Ecuador en los años 90. Craig Castleman, investigó las líneas que se podían
tender entre este tipo de expresiones y el arte, publicó en 1987 “Los Graffiti”, un
análisis y recorrido de esta práctica urbana, así como de sus los primeros autores
y el paso que tuvieron desde las calles o el metro, hacia las galerías.

Entonces, así se encuentran las concomitancias con del graffiti con el arte “su
carga de imagen prima, y está dirigido a producir un efecto estético, a arrancar
emociones, lo que produce un choque con los valores, o simplemente un
estimulante efecto visual” (Silva Armando, 1988). Así las instalaciones u obras
de graffiti conllevan estos elementos, pues su imagen está cargada de técnicas
y valores estéticos definidos, sin duda produce emociones contrarias y
favorables hacia su práctica y contenidos, al inundar las ciudades inciden en la
estimulación visual y en la percepción de la ciudad, pero por sobre todo, e
indudablemente, provocan choques, debates, críticas e incluso pueden provocar
guerras como las anunciadas, recientemente, por el Municipio de Quito. Omar
Calabresse (1987) en “El lenguaje del arte” palante a que “el arte, al igual que el
lenguaje es un objeto estructurado, un sistema, sistema porque en su interior
establece unidades discretas estructuradas como repertorio, y muestra las reglas
de su combinación para la producción de sentido”.

¿Cabe ahora preguntarse por qué las autoridades de la ciudad unas veces están
a favor del graffiti y otras veces no? Así mismo es necesario recordar que esto
no empezó ni terminará con Rodas y su actual administración municipal.

Recordemos pues a Augusto Barrera, quién al parecer también tuvo épocas de


amistad y desamor con el arte urbano entre 2009 y 2014, en el marco de su
administración. Al parecer Barrera había consolidado una forma de campaña y
trabajo que le permitiría acompañarse de inmensos sectores juveniles, basta con
recordar que su campaña y la de su partido político también se desarrolló con
graffiti vandálico, como con muralismo y otros soportes de difusión y publicidad,
sin embargo, en 2013, en el año de su nueva campaña para elecciones arremetió
contra los artistas urbanos. Así según diario La Hora (2013), la propuesta de la
alcaldía consistió en “una a cuatro Remuneraciones Básicas Unificadas, es decir
de 292 a 1.168 dólares, se incrementará la sanción económica a quienes
realicen pintadas (grafitis) o coloquen afiches”. No conforme con eso también
anunció acciones penales contra autores de graffitis que incluso correspondían
a una lucha social por la protección y conservación del Yasuní: “Barrera anuncia
acciones penales contra quienes pintaron graffitis por el Yasuní” (La República,
2013), misma estrategia política hoy usada por Rodas. ¿Coincidencia o acción
evasiva?

Tanto Barrera como Rodas no han gozado de mucha popularidad entre sus
votantes, sobre todo en la segunda parte de sus mandatos, aunque el actual
alcalde no es que haya empezado bien o entrado con pie derecho, al parecer
cualquier tema le resulta importante para desviar la atención de serios
cuestionamientos en su labor. Solo por mencionar algunos de los hitos más
importantes en los escándalos del burgomaestre: El transporte público y Los
Quito Cables; El sobreprecio en el Metro y el posible saqueo y destrucción de
vestigios arqueológicos; Lo botaderos y rellenos sanitarios donde hubo la muerte
de un recolector; El asesor sin pagos que presumiblemente lavaba dinero del
narco; La revocatoria del mandato que va de parte de organizaciones animalistas
y se expande a otras; El estado del pavimento de las calzadas quiteñas; El
cumplimiento de menos del 30% de su oferta de campaña; y últimamente el
escándalo sobre la recolección de basura y los cuestionamientos a carros
recolectores aún útiles que fueron chatarrizados.

Es decir este acto vandálico le cae a Rodas como un anillo al dedo, le ayuda a
desviar la mirada de todas y todos los ciudadanos de los temas importantes y
críticos sobre la ciudad, porque frente al caos imperante en la administración, la
indignación personal y espectacularización de unos jóvenes graffiteros es la
mejor opción. Frente a un público quiteño embelesado en las redes sociales, con
características sociales curuchupas y mojigatas, que desde esos valores se
convierten inmediatamente en críticos de arte, es fácil ubicar un tema trivial por
sobre otros más estructurales.
¿Y entonces, qué mismo fue eso, arte o vandalismo?

Pues las dos cosas señoras y señores, no deja de ser arte por las características
de su instalación, exposición y soporte, pasemos a ver esto desde un enfoque
más profundo. Los autores de la obra no colocaron en el vagón sus nombres,
tampoco el nombre de sus “Crews” (agrupaciones) como suele ser costumbre,
esta vez ubicaron un concepto, una idea, se leía “Vandals” que se puede traducir
del inglés como Vándalos o Vandálicos, al referirse a una persona o a un acto u
obra, reivindicando para sí esta práctica como forma de emitir un mensaje, sí, tal
cuál lo hizo hace más dos siglos Eugenio Espejo, de quien los quiteños se ufanan
y enorgullecen. En segundo lugar se encontraron además tres firmas, las mismas
citaban “Shuk”, “Skill”, “Surer”, estas pertenecen a tres graffiteros colombianos
que murieron en Julio pasado arrollados por un metro en la ciudad de Medellín,
cumpliendo una doble función, primeramente de homenaje a colegas extintos y
luego ratificando la identidad anónima del graffiti que relega los egos y propone
el testimonio de la existencia de un movimiento más que de un autor. En tercer
lugar se puede analizar el estado de las relaciones entre la autoridad y los
ciudadanos que realizan graffiti, si el alcalde declara, de forma dura, una guerra
con inteligencia, fichaje, cacería, armas, policías, cárcel, qué tipo de respuesta
podía esperar sino una respuesta dura y un ambiente de hostilidad que fue
provocado desde la institución.

Usted, como ciudadano o residente quiteño primero pregúntese si esta ciudad


está como está por los graffiteros o por quién los votantes eligieron para llevarnos
hasta este punto. ¿Ahora el graffiti sobre el vagón toma más sentido y hasta se
ve más bonito, no?

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