Você está na página 1de 5

Mensaje en Rucacura

Marcelo Díaz

“Y les dijo Jesús: Venid en pos de mí, y haré que seáis pescadores de hombres” (Marcos 1:17).

Quisiera resumir este compartir en tres aspectos muy sencillos, en tres partes de este versículo. “Venid
en pos de mí...” – el llamamiento. “...y haré...” – la capacitación, la santificación, la transfiguración. “...que
seáis pescadores de hombres” – la comisión. Entonces, tenemos el llamamiento, el proceso de capacitar, de
transformar, y la comisión.
En Mateo 3:13 dice que el Señor llamó a los suyos, y este pasaje ha estado todo este tiempo en mi
corazón. Y llamó, cuando le tocó escoger de entre la multitud, a algunos, y fue muy claro su llamamiento,
y me parece que esto es el llamamiento de Dios. Este es nuestro primer y supremo llamamiento; es el
llamamiento que Dios hace.
Dice: “Después subió al monte, y llamó a sí a los que él quiso; y vinieron a él”. En su sola potestad, en su
voluntad, en su gracia, el decide llamar “a sí” a los que él quiso. Verso 14: “Y estableció a doce, para que
estuviesen con él, y para enviarlos a predicar”. Llamamiento, consagración, santificación, transfiguración en
proceso, y comisión.
El llamamiento de Dios, hermanos, es a conocer a Jesucristo. Jesucristo no es un contenido, no es un
concepto; no es algo que ya conocemos y luego no tenemos más que ver o escudriñar; no es como un libro,
que lo leemos una vez y ya lo ubicamos. Jesucristo es Dios, lo que oímos desde el principio. “En el
principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1:1).
Y luego lo dice en las epístolas. Esa comunión del Padre, el Hijo y el Espíritu allí, esa Trinidad, ese
consejo divino; esa relación del Padre y del Hijo, esa relación tierna, de amor, de aceptación mutua, de
admiración mutua; eso que no tiene principio, que es de donde viene toda la vida. Y esa vida nos fue
manifestada. Eso es Juan.
Veamos la primera epístola de Juan. Juan, que con el tiempo fue moldeando su carácter, para ser una
persona observadora. Él contempló al Señor Jesucristo por tres largos años. Y entonces, cuando le toca
aparecer en la escena de las epístolas, al escribir y dejar el registro de su testimonio tocante al evangelio,
tocante al Señor, entonces lo dice así:
“Lo que era desde el principio –Esta relación de amor entre el Padre y el Hijo– lo que hemos oído, lo que
hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante al Verbo de vida
(porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el
Padre, y se nos manifestó); lo que hemos visto y oído, eso os anunciamos”. Esto os anunciamos, porque esto
es lo primero, esto es lo básico del evangelio, esta es la esencia del evangelio. El evangelio es conocer a
Jesucristo. Por eso, el llamamiento de Jesucristo es: “Venid a mí”. Es el llamamiento de Dios a la
humanidad: “Venid a Jesucristo”.
Juan 17:3 dice: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien
has enviado”. Esta es la vida eterna que hemos recibido, y que se nos ha anunciado: conocer al Padre y
conocer al Hijo, conocer esta comunión que estaba en la eternidad y que aún permanece. Este es el
llamamiento que Dios nos hace a nosotros: conocer esta relación preciosa de amor, que hizo que el Hijo en
su agonía sufriera tanto, no por el sufrimiento físico, sino por el gran desconsuelo de saber que tendría
que separarse de su Padre.
Esta comunión del Padre y del Hijo, que nuestra mente no alcanza a captar en su plenitud, en su
magnitud, esto nos ha sido anunciado. Hay un misterio aquí, hermanos, que no puede ser entendido con
tanta lectura, que es entendido por el Espíritu de Dios, que Dios lo revela. Y cuando lo podemos ver y
podemos contemplar al Padre y al Hijo en esa acción preciosa, podemos darnos cuenta que la comunión
del Padre y del Hijo está aquí, entre nosotros. ¿No lo dice así el Hijo? “...para que todos sean uno; como tú, oh
Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros” (Juan 17:21).
El Hijo está en nosotros, hermanos. Esto que se ha construido entre nosotros, es la comunión del Padre
y del Hijo; es la comunión divina que está en medio de nosotros. Por eso, hermanos, el llamamiento es a
conocerlo a él. Hay un misterio precioso, y le pedimos al Señor que nos revele esto por su Espíritu.
¡Bendito es él! Él, Cristo, es el centro de la atención de Dios.
El Padre ama al Hijo eternamente, y eternamente le amará. Y creó, por medio de él y para él, todo el
universo, todo lo existente, visible e invisible, para el Hijo de su amor, Jesucristo. Y ha querido el Padre
que los ojos de todo este gran universo estén centrados en la persona de Jesucristo. Este es el llamamiento
– a conocerlo a él. ¿Conoces a Jesucristo? ¿O él ha sido sólo un buen hombre, un gran maestro de valores
preciosos? Hay algo allí, hermanos, mucho más abismante de lo que nosotros pensamos o suponemos –
hay una vida eterna escondida en Cristo Jesús. Él es la vida eterna. ¡Bendito es el Señor!
La intención de Dios el Padre es a centrar nuestros ojos en él; porque, si no centramos nuestros ojos en
él, entonces los ponemos en nosotros. Lo opuesto a esto es la acción de Satanás. Como bien dijo el Señor:
“¡Quítate de delante de mí, Satanás! porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mar.
8:33). Eso es lo opuesto – sacar los ojos de Cristo y ponerlos en nosotros. Y eso es contrario al deseo de
Dios, al llamamiento de Dios. “Venid a mi Hijo”, dice el Padre. Y el Hijo dice: “Venid a mí”. Es un
llamamiento, es un clamor, es un mandato. “Venid a mí” – a Jesús.
Nosotros necesitamos, hermanos, el evangelio. Porque el evangelio nos saca de nosotros mismos, nos
saca de nuestro ensimismamiento. ¡Cuántos de nuestros pecados son porque hemos sacado la vista del
Señor! ¿Y qué surge de nosotros? Sale lo malo, no sale lo bueno. Por eso, el llamado es a poner la mira en
las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra del Padre. ¡Bendito es él!
“Venid a mí”, es el llamamiento del Hijo y es el deseo de Dios. Pensaba en esto: Los querubines y
serafines tienen ojos por todos lados, porque son seres creados para adorarle y contemplarle, para estar
permanentemente atendiendo al Hijo, adorándole, alabándole, como teniendo todos los ojos centrados en
él. Dios el Padre anhela en su corazón que todo lo creado observe, contemple, a Jesús. Es la invitación de
Dios, es el deseo de Dios; es el deseo del Espíritu Santo que está dentro de ti, para poner nuestros ojos en
el Hijo. Día y noche, no descansa, y trabaja en función del Padre. ‘Sí, Padre, vamos a ayudar y vamos a
trabajar con este jovencito, con esta jovencita, para que sus ojos no se desvíen, y estén en el Hijo’.
“Venid en pos de mí”. Nos conviene este mensaje, porque es el deseo de Dios y porque nos libra a
nosotros. Gran parte de los trastornos afectivos que se viven son porque nuestra atención, nuestro dolor,
nuestra emoción, está centrada en nosotros. ¡Qué terrible! Somos esclavos de nuestros propios dolores, y
las cosas, a veces, nos perturban. Pero lo que nos perturba verdaderamente es la interpretación que
nosotros damos a esas cosas, que tenemos toda nuestra atención en nosotros, y estamos en un círculo
vicioso, porque nuestra atención está puesta donde no debemos. “Venid en pos de mí”, dice el Señor.
Veamos Mateo 17:1-2, 5, y 2ª Corintios 3:18. “Seis días después, Jesús tomó a Pedro, a Jacobo y a Juan su
hermano, y los llevó aparte a un monte alto; y se transfiguró delante de ellos, y resplandeció su rostro como el sol, y
sus vestidos se hicieron blancos como la luz ... Mientras él aún hablaba, una nube de luz los cubrió; y he aquí una
voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia; a él oíd” (Mat. 17:1-2, 5). “Por
tanto, nosotros todos, mirando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados de
gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2ª Cor. 3:18).
Hay una palabra que une estos dos pasajes, y que tiene relación con lo que estamos hablando. “...y se
transfiguró...”. Se transformó. Pablo dice: “...somos transformados...”. Somos transfigurados. Es la misma
palabra. Todos a cara descubierta, mirando, hemos ido al Señor, hemos respondido al llamamiento.
Estamos contemplando al Hijo, mirándolo cara a cara, sin ataduras, libres, desnudos delante de él.
Y dice 2ª Corintios 4:6: “Porque Dios, que mandó que de las tinieblas resplandeciese la luz, es el que
resplandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”.
Entonces, todos nosotros, mirando a cara descubierta a Jesucristo, que expresa la gloria de Dios, lo que
Dios es, se expresa en Jesucristo, y lo que es Jesucristo se expresa y se refleja en nosotros. ¡Somos
transfigurados! ¡Qué maravilla! Nosotros vamos cambiando de forma.
Cada uno de nosotros –pequeñitos, sí, deformes como somos–, mirando a Jesucristo, somos
transfigurados, transformados, de gloria en gloria, como en un espejo, a la misma gloria que vemos y
contemplamos. Eso es lo que ocurre, hermanos y hermanas, cuando ponemos la atención en Jesús. Porque
como dice: “Venid a mí, y os haré...”. Yo, Cristo. El mismo que dijo: “(Yo) edificaré mi iglesia”, es el que dice:
“(Yo) haré que seáis...”. Y en este proceso estamos todos nosotros.
Cristo está trabajando en nosotros; la gloria del Padre está siendo revelada en nosotros, al contemplarle
a él, a Jesús. ¡Gloria al Señor! Así somos transfigurados en la misma imagen que vemos, como por el
Espíritu del Señor. Qué bueno, hermanos, es tener a Jesús como el centro de la atención de todas las cosas.
Qué bueno es contemplar al Señor ahora, cara a cara; porque, en la medida que le contemplamos y
ponemos nuestra mirada en él, él hace en nosotros. Y nos va moldeando y transformando a la misma
imagen que estamos contemplando, que es el propósito de Dios.
El propósito del Padre es tener muchos hijos semejantes a Jesucristo. Y Dios el Padre y el Espíritu Santo
trabajan todos los días –“Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo”–, en formar este nuevo hombre, esta
nueva familia de muchos hijos semejantes a Jesús, “para que él sea el primogénito –el principal– entre muchos
hermanos” (Rom. 8:29). Este es el llamamiento, este es el propósito de Dios. Si no entendemos esto, la
predicación, y todo, es vano.
Cuando una mujer tomó un vaso de alabastro, lo quebró y lo derramó, todos alrededor, en el corazón,
pensaban cuánto dinero se derrochaba en eso. Y entonces el Señor dijo: “De cierto os digo que dondequiera
que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que ésta ha hecho, para memoria de ella”
(Mar. 14:9). Porque el evangelio es tener como centro de atención a Jesucristo. Es la base del evangelio.
“Venid en pos de mí”, es el llamado a conocer a Jesucristo. “...y os haré...”. Y él hará lo que tú y yo no
hemos podido hacer por mucho tiempo. Él está operando en cada uno de nosotros, en respuesta a la
decisión nuestra al escuchar su voz. “Os haré...”, es el compromiso del Hijo con nosotros. Gracias al Señor,
que ha comprometido su tiempo, su voluntad, toda su atención, con nosotros, y trabaja poniendo su vida
en nosotros y quitando lo nuestro, como un intercambio – menos de nosotros, y más de él.
Es preciso, hermanos, que tengamos esto presente en nuestra relación de hermanos. Que el Señor vaya
transformando nuestro carácter, vaya operando en nuestro comportamiento, en nuestro hablar, en nuestro
compartir, en nuestro actuar; dejar que él exprese lo suyo, su vida, y no la nuestra; dejar que el Señor esté
allí, operando su vida en nosotros. Él quiere; él está en nosotros, y su anhelo es manifestar su gloria en
nosotros.
Por último, la comisión. Y aquí, hermanos, en esto de la comisión, cuando uno recorre las iglesias y
puede compartir con los hermanos, quisiera decir que no hemos dado la importancia que el Señor le da.
No hemos crecido numéricamente, no hemos compartido al Señor como se debe, no hemos sido testigos
como de verdad requiere su hermosa persona. Y ocurre un fenómeno: Cuando la iglesia no se renueva en
hermanos, comenzamos a centrar la atención en nosotros mismos. Y todo se hace monótono y aburrido. Y,
como nos conocemos por tanto tiempo, sabemos cómo reaccionamos, y comenzamos a hablar un poquito
más del de allá y del de acá...
¿Saben lo hermoso y el respiro que da cuando llega gente nueva a la iglesia? Cuando llegan hermanos
nuevos, que recién están en el ABC, en los balbuceos, entonces surgen los padres, los mayores, que
quieren atender, que ayudan, y surge el servicio, y operan los dones. Pero, cuando una iglesia no se
renueva, no tiene esta comisión seria de testificar, se va ensimismando, y surgen muchos problemas de
niños pequeños, que dan muchos dolores de cabeza.
Aquí quisiera hacer un mea culpa, y ojalá todos podamos hacerlo. Nosotros debemos tener, en cada
localidad un testimonio, un testimonio fresco; tener una visión de un Cristo real, un Cristo que conocemos
día a día. Testificar. Hay hermanos que han dejado de hablar de Jesucristo; han dejado de hablar a sus
amigos, a sus compañeros de trabajo, a sus vecinos. Y esta es una consecuencia directa de tener una
relación aburrida con el Señor.
Esta relación de iglesia se va corrompiendo; va ocurriendo un efecto no deseado por el Espíritu de
Dios. Entonces no tienen nada de lo cual testificar, y centran la atención en formas, en cuestiones que no
son saludables para la vida de la iglesia ni menos para el propósito de Dios. Debiéramos, en esto,
despertar al llamado de Dios, de testificar.
Un hermano, hace mucho tiempo, tenía, según él, un llamamiento a España. Y compró un mapa de
España y conocía todas las ciudades de España, ¡pero no era capaz de predicarle al panadero español que
estaba allí en la esquina! Un evangelio práctico, de verdad, es una comisión, es un mandato; pero más que
mandato, porque hay algunos que no tenemos tantos dones como para testificar. El evangelio no es una
carga, la comisión no es una carga, pero todos tenemos el llamado a hablar de Jesucristo.
Hermano, ¿tienes algo para comunicar de Jesucristo? Hermano, ¡habla de Jesucristo! Y, en la medida
que vayas hablando y centrando tu atención en él, eso por lo cual has luchado por tanto tiempo va a ir
disminuyendo y perdiéndose ante la gracia desbordante de la misericordia de Dios, cuando hablas de
Jesús. ¡Bendito es el Señor!
Hermanos, esta es una palabra muy sencilla; más bien, un recordatorio – Tenemos que hablar de
Jesucristo. ¿Por qué no te comprometes, en este año, delante del Señor, a hablar y testificar de Cristo a esa
persona que el Espíritu Santo está ahora recordando en tu corazón? Piénsalo. Hay amistades, hay
relaciones, que tú todavía no leudas con el reino de Dios y el evangelio, y el Señor quiere que, a esas
personas, tú les hables del glorioso evangelio del Hijo de Dios.
Si nosotros nos comprometemos delante del Señor, como una comisión dada por el Espíritu, no por la
ley, a testificarle a diez o a quince personas, en el año... Mire, parece hasta ridículo, pero quince personas
en el año, aquí nos duplicamos y triplicamos. Y todos ganan – Gana el Señor, ganamos nosotros, gana la
iglesia. Trae respiro, trae servicio, trae comunión.
¿Por qué has dejado de hablar de Jesucristo? ¿Te ha defraudado el Señor? La exhortación del Señor en
este día es a que hables de él, así débil como eres, así torpes como somos.
Piensen en lo siguiente. ¿Con qué cara Pedro se levantó y habló de Jesucristo en el libro de Hechos?
¿Cómo, si él fue quien negó al Señor? Si él hubiese escuchado sus pensamientos y la voz del maligno que
entra y tiene acceso a nuestra mente carnal, si él hubiese escuchado su propia voz interna que le decía que
era un traidor, no hubiese predicado.
Marcos, el mismo Marcos cuyos versículos estamos leyendo, provocó un gran problema en la iglesia en
el comienzo. Él hizo que los apóstoles se dividieran, y tuvieran una discusión tan grande que las iglesias
en la región supieron, y se divide Bernabé y Pablo por causa de Marcos. Pero Marcos escribió el evangelio
y puso estas palabras del Señor Jesucristo. Y se atrevió, porque no fue en su argumentación, en sus
pensamientos, sino en el poder de Dios.
Amados, de parte del Señor, y para este año, a todas las iglesias, y especialmente a los ancianos, deben
enfatizar, hablar de Jesucristo, y ser pescadores del Señor, pescadores de hombres. Es el deseo de Dios, es
el comienzo de la obra de Dios y también la culminación, porque “...será predicado este evangelio del reino en
todo el mundo, para testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin”, entonces vendrá el Señor.
Termino con un pasaje en Cantar de los Cantares 7:10-12. La iglesia le dice al Señor: “Yo soy de mi
amado, y conmigo tiene su contentamiento”. Entonces, la amada ahora dice esto: “Ven, oh amado mío, salgamos
al campo, moremos en las aldeas. Levantémonos de mañana a las viñas; veamos si brotan las vides, si están en cierne,
si han florecido los granados; allí te daré mis amores”. Desde el versículo 10 en adelante, la amada habla en
plural. “Amado, salgamos; mostrémosle al mundo nuestro amor, nuestra comunión. Tengamos intimidad
juntos, vamos a morar a las aldeas. Salgamos de mañana”.
Es la iglesia la que sale, a hablar del amor de su Amado. Es una relación de amor, que sale a ser
divulgada, a ser mostrada, ya no solamente en la intimidad de unos poquitos que estamos con el Señor.
Ahora, salir; salir a mostrar este amor, mostrar al Amado. Y como dice el último versículo del evangelio de
Marcos: “Y ellos, saliendo, predicaron en todas partes, ayudándoles el Señor y confirmando la palabra con las
señales que la seguían”. Qué linda es esta expresión: “...ayudándoles el Señor”. Comprometidos, en las aldeas,
en las ciudades, en los campos, mostrando al Amado.
Hago un llamado, en el nombre del Señor. Para este año –fijemos metas cortas, no cosas que quedan en
el aire–, para este año, proponte en tu corazón un número, nombres de personas. ¿A cuántos les voy a
hablar de Cristo este año? ¿A quiénes les voy a hablar? Responde hoy delante del Señor, para que él te
ayude en hacer Su obra.

Você também pode gostar