Você está na página 1de 3

Salmo 51- La confesión de David

Esta es una oración muy personal; nótese con cuánta frecuencia David usa «yo», «mí» y «mi pecado». Sus ojos no están
sobre algún otro; están sobre él y en el Señor.

1. EL COSTO DEL PECADO.


1-1-Caer en la lujuria y el adulterio parecen ser actos momentáneos, pero qué tremendo precio pagó
David. (Es posible que David «planeó pecar» cuando volvió de la batalla a la casa.) Como lo veremos
en el Salmo 32:3–4, David pagó físicamente por sus pecados y se enfermó.
1.2-Pero el costo espiritual también fue grande. Perdió la pureza de corazón (vv. 1–2) y por
consiguiente necesitaba que le lavaran y limpiaran (v. 7).
1.3-Nótense las palabras que usó aquí para el pecado: transgresiones, quiere decir actos de
rebelión, desafiar cruzando la línea que Dios ha trazado; iniquidad significa corazón torcido,
perversidad; pecado significa errar el blanco, fracasar al no satisfacer la norma de Dios.

1.4-El versículo 17 sugiere que el corazón de David no sólo se contaminó, sino que también se
endureció. Cuando albergamos el pecado, este endurece el corazón. Los ojos de David también
quedaron afectados; todo lo que veía eran sus pecados (v. 3).
1.5-Por lo general, los que tienen la conciencia sucia están a la defensiva, preguntándose cuánto
sabrán los demás. El pecado también afectó sus oídos, porque perdió el sonido del gozo y la alegría
(v. 8). Nada le suena bien a alguien que está fuera de la comunión con Dios.
1.6-Incluso los labios de David se afectaron, porque ya no podían testificar ni siquiera cantar alabanzas
a Dios (vv. 13–15). Nada cierra la boca del cristiano como el pecado sin confesar. Su mente quedó
afectada, porque suplicaba sabiduría (v. 6). El ser interior (corazón y espíritu, v. 10) estaba fuera de la
comunión con Dios (v. 11) y no había alegría.
1.7-Dios no retira su Espíritu Santo cuando pecamos (Jn. 14.16), pero sí entristecemos al Espíritu y
por consiguiente perdemos su comunión y ayuda (Efe. 4.30–32). ¡Nunca olvidemos el alto costo de
pecar!

2. LA SOLUCIÓN: confesar el pecado.


2.1-La verdadera confesión incluye el arrepentimiento, un sincero cambio de modo de pensar.
Durante el año que David escondió sus pecados pensó que podría «salirse con la suya». Pero cuando
Natán le enfrentó a sus pecados, el corazón de David le reprendió y se arrepintió.
2.2-Hay una diferencia entre admitir los pecados y confesarlos. La confesión (1 Jn. 1.9)
literalmente significa «decir lo mismo».
2.3-Si decimos respecto a nuestros pecados lo mismo que Dios dice respecto a ellos y en realidad lo
queremos decir, estamos confesando pecados. David incluso avanzó al admitir su naturaleza
pecaminosa, nacido en pecado (v. 5). Tenga cuidado con la «confesión barata». Orar sólo de
labios para afuera: «Señor, he pecado, ¡perdóname!», no es confesión.
2.4-La verdadera confesión cuesta algo: un espíritu quebrantado y un corazón contrito (v. 17). Esto no
significa que debemos hacer penitencias y ganarnos el perdón, sino significa que estamos tan
quebrantados por nuestros pecados que no podemos ocultarle nada a Dios.
C-o-n-t-i-n-u-a-r-á…
C. El costo de la limpieza del pecado.
Las buenas obras no pueden limpiar el pecado, ni siquiera las religiosas ni los sacrificios (vv. 16–17). Sólo la sangre de
Jesucristo puede
limpiar los pecados (Heb 10.1–18; 1 Jn 1.7–2.2). El perdón no es algo barato; le costó a Jesucristo su vida. Recibimos el
perdón debido a
lo que Él ha hecho, no debido a nuestras oraciones o lágrimas. Dios está dispuesto a borrar nuestros pecados (vv. 1, 9;
véase Is 43.25) y
purgarnos completamente. Tan solo el alto costo de la limpieza debería hacernos detestar el pecado y querer alejarnos
de él.
II. La alabanza de David porque Dios lo limpió (32)
Pablo cita los primeros dos versículos en Romanos 4.7–8, de modo que asegúrese de leer ese pasaje. Literalmente
David cantó: «Bienaventurado
aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado. Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de
iniquidad,
y en cuyo espíritu no hay engaño». David fue culpable de todo esto: se rebeló contra la ley y no cumplió la norma de
Dios; permitió que su naturaleza torcida le controlara; y escondió con engaño todo el asunto durante un año. Léase
Proverbios 28.13 y aplíquelo al caso de
David.
A. El silencio de la convicción (vv. 3–4).
¿Qué le ocurrió a David mientras rehusó confesar sus pecados? Sufrió. Sufrió espiritualmente (como lo vimos en el
Salmo 51), pero
también físicamente. Se envejeció. La mano de Dios al declararlo culpable pesaba sobre él día y noche. Se «secó» como
un arroyo en una
sequía. Algunas personas que acuden al médico para atender sus síntomas deberían acudir al Señor para que se haga
cargo de sus pecados.
Esto no significa que toda enfermedad se debe al pecado, pero sí significa que el pecado sin confesar puede causar
aflicción física. Véase 1
Corintios 11.29–32.
B. El gemido de confesión (v. 5).
Literalmente: «Mi pecado te declaré». Cuando Natán le habló (2 S 12.13), David inmediatamente confesó que había
pecado, pero luego,
en privado, le permitió al Espíritu de Dios que descubriera sus pecados uno por uno. La oración de David no fue una
«confesión general
»; mencionó cada uno de sus pecados. Debido a ello, Dios le perdonó. Un escritor ha dicho: «Mientras menos
misericordia se tenga usted
mismo, más misericordia tendrá Dios de usted». Pablo dijo: «Si nos examinásemos a nosotros mismos, no seríamos
juzgados» (1 Co 11.31).
Dios no nos perdona porque lo lamentemos ni porque oremos; nos perdona cuando confesamos nuestros pecados
debido a que «Él es fiel y
justo»: fiel a su promesa y justo en cuanto a la cruz. Dios no nos hará pagar por pecados que Cristo ya ha pagado. Léase
Romanos 8.31–39.
C. El canto de limpieza (vv. 6–7).
El suspirar de David se ha reemplazado por cantar. Lo rodean «cantos de liberación»; y a dondequiera que se vuelve,
descubre cosas
acerca de las cuales cantar. Solía ser que a dondequiera que se volvía sólo veía sus pecados (51.3). Nos advierte que
debemos orar a Dios por
perdón «en el tiempo en que pueda ser hallado». Esto puede tener dos significados: en un tiempo cuando descubrimos
nuestros pecados y
en uno cuando Dios puede ser hallado (Is 55.6–7). Si el creyente permite que el pecado se acumule, Dios tendrá que
intervenir y disciplinarle
(Heb 12). David ya no teme más, porque Dios es su refugio. Que vengan los problemas; no tiene temor.
D. El grito de confianza (vv. 8–11).
Dios habla ahora a David y le asegura que dirigirá sus pasos. «Él restaura mi alma; me guía por senderos de justicia por
amor de su
nombre» (Sal 23.3, BLA). Dios quiere guiarnos, no con vara de rigor, sino con sus ojos. Un hijo obediente observa los
ojos de sus padres,
para ver cuál es su voluntad. El cristiano debe estar siempre bajo los ojos del Padre y vivir para agradarle. En el versículo
9 David habla de
dos extremos: el caballo que arranca hacia adelante impulsivamente y el mulo que se retrasa con obstinación. Los
cristianos deben evitar
dichos patrones de conducta. Debemos andar con el Señor un paso tras otro en obediencia y amor. Los caballos y los
mulos deben controlarse
con frenos y cabestros «porque si no, no se acercan a ti». Es triste, pero algunos cristianos deben tener «frenos y
cabestros» antes de
que Dios pueda controlarlos. Pero la manera normal es que Dios nos guíe con sus ojos sobre nosotros. Los animales sin
entendimiento no
tienen comprensión, pero el pueblo de Dios puede comprender cuál es la voluntad de Dios (Ef 5.15–17).
Después de que como cristianos hemos pecado y sido restaurados, Satanás trata de socavar nuestra paz y confianza.
Empezamos a preocuparnos
por el pasado y las consecuencias de nuestra insensatez. Sí, hay amargos frutos de la desobediencia (¡y cómo lo
encontró David!),
pero los versículos 10–11 nos aseguran que Dios protege y sostiene a los que le pertenecen. Los malos tendrán muchas
aflicciones y estas
vienen a las vidas de los santos desobedientes, pero el cristiano limpio experimenta la misericordia amorosa del Señor.
No sorprende que
David concluya con un clamor. El pasado está perdonado, el presente es gozoso y el futuro está seguro en las manos de
Dios.

Você também pode gostar