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Universidad Nacional del Comahue

Carrera de Sociología
Historia económica moderna I
Alumno: Agustín Marré

CUARTO INFORME
EL PROBLEMA DE LA INDUSTRIA Y EL PENSAMIENTO
ECONÓMICO ARGENTINO EN TIEMPOS DE TRANSICIÓN
1880-1914
El período de la historia argentina que va del año 1880 al 1914 es conocido como la
"Argentina agroexportadora". En éste último cuarto del siglo XIX, y hasta la Primera Guerra
Mundial, la Argentina experimentó una sostenida expansión económica, impulsada por el
crecimiento del sector rural de exportación, pero que también comprendió a otras actividades,
como la producción manufacturera. En este informe pondré en contraste la visión tradicional de
la historiografía argentina ––según la cual los dueños de las fábricas conformaban un sector
subordinado del empresariado, incapaz de rivalizar en riqueza, poder e influencia con los grandes
terratenientes pampeanos–– con la interpretación surgida en las últimas décadas ––que crítica la
visión tradicional y conciben a los mayores industriales como parte de una gran elite de negocios
cuyos intereses se extendían por el campo tanto como por la ciudad, y diré, de acuerdo con Hora
Roy, que ambas presentan limitaciones.
También expondré las características del empresariado industrial argentino que emergió en
este período, el clima que dominó al pensamiento económico en esta época, y cómo todo esto
afectó el desarrollo de la estructura productiva argentina. Además, a partir de este planteo, se
demostrará la falsedad de la visión tradicional y del revisionismo histórico que plantea dos polos
totalmente opuestos con imposibilidad de conciliación: el sector agroexportador y el sector
industrial.
Dos grandes líneas de interpretación han marcado, sucesivamente, el estudio de la burguesía
fabril en esa etapa de formación de una industria moderna. A partir de que el fenómeno industrial
comenzó a tener cierta relevancia, y hasta la década de 1970, predominó una visión cuyo tema
dominante es la debilidad del empresariado fabril. Según este punto de vista, los industriales son
descriptos como un grupo cuyos intereses económicos se ajustaban a la actividad manufacturera,
y que se hallaba social y económicamente supeditado al sector más alto de la clase propietaria
local, grandes terratenientes pampeanos (HORA, 2009: 308). Esta visión canónica afirmaba que
“la ausencia del estado en la esfera industrial en aquellos años de economía abierta –un
abandono que sólo se quebraba en los casos excepcionales del azúcar y el vino− pero como las
interpretaciones son construcciones históricas, sus propios resultados han llevado a la necesidad
de revisarla. La perspectiva que por mucho tiempo imperó sobre los estudios de la relación entre
el estado y la industria no fue una excepción en la estrecha relación entre las explicaciones y su
tiempo” (ROCCHI, 1993: 100). Otra versión, más compleja desde el punto de vista de Hora Roy,
apunta la existencia de una industria de carácter dual, en el que las pequeños y medianas
empresas que producían para el mercado interno coexistían con empresas de mayor tamaño que
se dedicaban a la exportación.
A partir de la década del 1970, esta visión comenzó a ser objeto de críticas. Tanto Hora Roy
como Fernando Rocchi reconocen a un autor como principal exponente de estas críticas:
Ezequiel Gallo. Él enfatizó que la producción industrial, lejos de permanecer rezagada en la
etapa previa a la Guerra Mundial, había experimentado un crecimiento aún más veloz que el del
sector rural –fue el crecimiento más veloz de la industria en toda la historia argentina−; esta
circunstancia invitaba a concluir que en ese período habría cobrado forma un empresariado fabril
más poderoso de lo que las interpretaciones tradicionales sugerían. A pesar de esto, fueron los
historiadores de influencia marxista quienes tomando distancia de los relatos que describían al
empresariado dividido según líneas que remiten al modelo de las fracciones de clase, y que le
atribuía a la burguesía industrial un papel marginal y subsidiario en el escenario argentino,
argumentaron que la originalidad del sector más poderoso de la elite de negocios radicaba en que

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carecía de especialización sectorial. Según ellos los grandes capitalistas argentinos invertían
simultáneamente en distintas esferas de actividad, que comprendían al agro, pero también al
comercio, las finanzas y la industria.
El punto de vista más acertado, y cada vez más demostrado, es el que sugiere la existencia de
un empresariado multiimplantado, a diferencia con la visión tradicional que proponía una lucha
de sectores con intereses económicos totalmente antagónicos y una reconciliar eterna. Desde esta
nueva visión crítica se cuestiona el carácter librecambista de todo el periodo denominado
«agroexportador».
En este período el incremento en el nivel de tarifas a la importación y el crecimiento de la
demanda agregada se fusionaron para que surgiera una industria local que comenzó a producir
bienes de consumo de manera estandarizada –se reemplazó el trabajo a pedido por la producción
en serie−, y se pudo desarrollar una cierta maquinización. Paralelamente a este proceso, el
discurso proteccionista comenzaba a crecer en importancia, y se transformó en hegemónico con
el ascenso de Irigoyen −el radicalismo− al poder.
Con la crisis de 1890 se aplicaron tarifas a la importación sobre una gran cantidad de bienes y
con niveles cuantitativamente más altos que los que se aplicaron para enfrentar la crisis iniciada
en 1873. Durante todo este período el proteccionismo se transformó en un tema de debate.
Aunque la mirada tradicional supone que el fin de la crisis, a partir de la década del ochenta,
llevó a un florecimiento del librecambio, en realidad ocurrió lo contrario. Gallo ha señalado que
la industria y el agro convivía y crecían de manera paralela, a pesar de no haber ninguna crisis de
por medio. Además el gobierno, con el objetivo de promover las exportaciones, abolió los
impuestos a las exportaciones que todavía se aplicaban –los cuales incluían productos derivados
de la ganadería−. Con las ventajas estructurales que significó este cambio, se produjo un agujero
fiscal y un impuesto alternativo se volvió necesario. Así se aumentaron los impuestos a ciertos
artículos importados, principalmente de consumo –tabaco, licores, cerveza, vino−. Todo esto
benefició al desarrollo industrial, ya que implicó un proteccionismo colateral. “Las tarifas a la
importación, en efecto, en efecto, resultaban de una compleja conjunción de necesidades fiscales
y de defensa de intereses, así como encontraban terreno propicio en un Partido Autonomista
Nacional con dogmas económicos borrosos, mucho más que los del mitrismo casi condenado a
vivir en la oposición” (ROCCHI, 1993: 108). A las tarifas impuestas a las importaciones se le
sumó la depreciación del peso lo que permitió que las industrias ya existentes pudieran continuar
con su expansión, enfrentado a la crisis de 1890, y que nuevas industrias se unieran a partir de la
sustitución de importaciones de artículos de consumo de factura simple y bajo precio –
vestimenta, clavos, tornillo, alfileres, envases de vidrio, tejidos de lana−.
Según Rocchi, el proteccionismo gubernamental encontró su mayor apoyo en el Congreso,
donde se formó una «coalición» (término que Rocchi utiliza para denominar la alianza
coyuntural formada a partir de la discusión de las tarifas aduaneras). La coalición fue el resultado
de un consenso regional en el que las provincias productoras de bienes industriales protegidos
ejercieron una importancia clave a través de un sistema de alianza. Esto indignaba a los
librecambistas, y el Congreso era visto por ellos como la representación de los intereses
particulares en las instituciones del gobierno argentino. Pero el Congreso estaba lejos de ser una
asociación de industriales. Lo que en realidad ocurría era que los industriales hacían uso del
lobby1 como instrumento de presión para imponer sus intereses y se iba instalando como un
nuevo instrumento político mediador entre la sociedad y el Estado. A mucho miembros del PAN
–Partido Autonomista Nacional− esto no les generaba ningún tipo de conflicto, mientras que para
el mitrismo, que eran de corte liberal, lo consideraban ilegitimo e inconstitucional.
Pero el debate en torno a las tarifas aduaneras demostraba que la discusión iba más allá de los
intereses regionales. En el Senado −que, como dije anteriormente, se había convertido en

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Un lobby es un colectivo con intereses comunes que realiza acciones dirigidas a influir ante la Administración
Pública para promover decisiones favorables a los intereses de ese sector concreto de la sociedad.

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proteccionista− la industria encontró una gran cantidad de voceros que no puede entenderse
desde los regionalismos. El apoyo que brindaron los senadores al proteccionismo de la industria
argentina se desarrolló en una variedad de grados y se justificaba en una gran variedad de
razones. Legisladores de provincias que no tenían industrias y que tampoco planeaban tener,
apoyaron abiertamente el proteccionismo y se manifestaron en defensores de las fábricas
surgidas en Buenos Aires. Consideraban al proteccionismo una herramienta que podía ayudar a
enfrentar la formación del Estado nacional, la cuestión urbana y la cuestión social. El
proteccionismo –el desarrollo de uno industria argentina− podía evitar los peligros de la cuestión
social a través del empleo y el control de los grupos más débiles. Los industriales se
aprovechaban del temor que esta cuestión generaba y lo explotaban realizando peticiones ante el
Congreso, señalando el peligro de un cierre de las fábricas a partir de la disminución de la tarifa
a las importaciones. Atacando las fibras más íntimas del temor y de la culpa, la protección a los
niños y las mujeres iba más allá de la esfera de los intereses y contribuyó a darle al
proteccionismo una legitimidad mayor, que ayudó a cimentar su triunfo sobre el librecambio.
Con el surgimiento de la Unión Cívica se generaron nuevos conflictos en torno a la tarifa. Las
dos fracciones en las que se dividió la Unión Cívica –la Nacional y la Radical− se posicionaron
a favor del liberalismo económico. Así el PAN y la Unión Cívica se enfrentaron: los primeros
defendiendo el proteccionismo y los segundos el librecambio. Los mitristas se acoplaron a los
intereses de la Unión Cívica. Sin embargo, el librecambio solo imperó entre los dirigentes
radicales hasta que Yrigoyen se hizo cargo de la dirección del partido y con él se inició una
abierta defensa de la industria nacional.
Rocchi dice que en medio de la batalla entre quienes defendían a libre cambio y quienes
defendían al proteccionismo, terminó venciendo una posición intermedia. Esta posición, en el
caso de la política industrial, se llamó con el nombre de «proteccionismo racional» y defendía la
tarifa por principio pero se oponía al extremismo del «proteccionismo enragé» que pedía la
prohibición de una gran cantidad de importaciones. Así el «proteccionismo racional» se
manifestó en defensa de ciertas actividades aceptando los límites que presentaba la economía
argentina para sostener una profunda industrialización al estilo de los países desarrollados del
atlántico norte. Simplemente, este proteccionismo, era resultado de un pragmatismo necesario
que debía guiar a quien esté gobernando y rechaza cualquier rigidez doctrinaria.
En este periodo, el consenso era adherir al «proteccionismo racional», llamado así por el PAN
en la década de 1890. Veinte años después, los principios del proteccionismo seguirían siendo los
mismos.
Rocchi es muy claro cuando dice que
“durante el período del orden conservado hubo, como hemos visto, una verdadera
política industrial, aunque la definición clara no era una de sus características.
En su relación con las manufacturas, en efecto, la política mostró un notable
desorden que resultaba de una relación complicada y confusa entre el poder y la
sociedad, a la que no se veía como un bloque homogéneo y de la cual la política
industrial era parte. […] El caos contenido en esta relación encontraba su lógica
de funcionamiento en el enfoque pragmático, que implicaba el alejamiento del
dogmatismo y la actividad casi discrecional de quienes se creían como intérpretes
de una sociedad (y de un mundo) complejos. La política industrial, entonces,
encontró su resolución en el pragmatismo respondiendo con medidas particulares
más que generales dentro de un amplio marco de consenso que incluía poco más
que la integración al mercado mundial y la necesidad de recibir inmigrantes y
capitales” (ROCCHI, 1998: 128).
La industria que principalmente se desarrolló en este período fue la industria de bienes de
consumo y fue a ella quien la tarifa a las importaciones protegió entre los años 1880 y 1914. Pero
a pesar del gran crecimiento que se desarrolló en el sector industrial, este es incomparable con el

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aporte que el sector agroexportador brindaba al producto bruto argentino. La riqueza de origen
industrial se hallaba a considerable distancia del estrato superior de la clase propietaria. Entre los
dueños de fábricas no encontramos nada comparable a las fortunas de los grandes financistas del
país y de los grandes estancieros que producían para la exportación, sectores en los cuales se
generó una gran concentración de la riqueza.
Las principales diferencias entre los industriales y el segmento dominante de la elite
propietaria se pueden observar tanto en sus patrones de consumo como en sus patrones de
inversión. El empresariado industrial argentino se caracterizó principalmente pro su
especialización en un único rubro de actividad industrial, por su renuncia a invertir en
actividades o empresas que no controlaban, por la relativa modestia de sus colocaciones en
bonos, sus ahorros y su giro bancario, y por la austeridad de su estilo de vida y sus patrones de
consumo. En lo que respecta al consumo destinado a la gratificación personal, a establecer
diferencias sociales, o a impresionar a quienes los rodeaban, y a lo que se refiere al tamaño de
sus fortunas, se puede ver una elevado contraste entre los patrones de comportamiento de la clase
industrial –caracterizada ya por su austeridad− y la clase propietaria integrante de una elite social
dominada por sus fortunas de origen rural.
Los industriales intentaron aprovechar las oportunidades que les ofreció el sector en el que ya
estaban insertados y no se mostraban inclinados a probar suerte en otras esferas de la actividad.
Enfocaron todas sus energías en la explotación de un solo nicho particular de la actividad
manufacturera. Los fabricante más prominentes acumularon mayor capital del que estaban
dispuestos a reinvertir en su propia industria, este excedente –que excedía sus acotadas
expectativas de consumo y su austeridad− fue destinado a la compra de inmuebles urbanos y, en
menor medida, a la inversión en el sector rural. La fuerte expectativa de valorización de la
propiedad inmueble y la rentabilidad del sector agropecuario fueron los principales incentivos de
las formas de inversión de los industriales. Además, el caso de que las inversiones en inmuebles
fueran mucho mayores que las inversiones en el sector rural se puede explicar por el hecho de
que el negocio agropecuario les resultaba más incierto y más complejo. Puede afirmarse,
entonces, que el patrón de inversión de estos industriales fue predominantemente conservador.
Algo muy interesante dice Hora Roy acerca de cómo fueron percibidos los industriales de este
período:
“La posición que ocupa un actor social es producto, entre otras cosas, tanto de su
inserción en el mundo de la producción como de las maneras en que él mismo se presenta
en sociedad y es percibido por su entorno” (HORA, 2009: 335).
A diferencia de lo que fue un consenso en este período –el proteccionismo−, uno de los
grandes intelectuales argentinos, Alberdi, al final de sus días, desalentaba a aquellos que
peleaban por la industrialización debido a que «tal desarrollo presupone siglos de acumulación
gradual de capitales y fuerza y trabajo productor»2.
Alberdi entendía que el principal problema de América Latina era la pobreza, y como fiel
devoto de Adam Smith, creía en el liberalismo como solución. A pesar de posicionarse desde el
liberalismo clásico y basar sus ideas en los principios del laissez faire y el librecambio, sus
explicaciones nunca fueron dogmáticas o ideológicas. Así consideró, a pesar de la postura que
tomó al final de sus días, a la «producción» como principal creadora y fuente de riquezas. El
creía, correctamente, que la región debía
“atraer inmigrantes a poblar el «desierto» y capacitar a la población a través de
la educación para explotar su tierra. El capital vendría del exterior; no debía
desincentivarse la ayuda externa en la forma de ingenieros y constructores. Si se
explotase adecuadamente, la producción potencial de los recursos agropecuarios
argentinos aseguraría a la nación un lugar en el mercado mundial y una parte de
su prosperidad” (BROWN, 1993: 66)

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Juan B. Alberdi, “Estudios Económicos”; en Escritos Póstumos (Buenos Aires, 1895), p 122.

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Muy lúcido Alberdi reconocía que la Argentina no debía perder esperanza de compartir la
prosperidad industrial y comercial. No debía temerse la dependencia económica sino que debía
aprovecharse. Argentina poseía un factor de la producción que en los países europeos escaseaba:
la tierra; pero debía traer del exterior dos factores esenciales que le faltaban: capital y fuerza de
trabajo. No solo era el hombre la base del trabajo sino que la acumulación de capital, producto de
trabajo previo, era imposible sin él. La tierra era improductiva si faltaba el hombre o el capital.
Alberdi pudo percibir lo importante que era, para la naciente Argentina y su expansión
económica, el comercio exterior. Sus ideas acerca de la iniciativa privada y la aceptación del
capital extranjero continuaron en el primer plano de la vida económica hasta la década de 1930.
Era necesario en un primer momento el liberalismo económico para atraer capital y mano de
obra, y así promover el crecimiento económico. Pero en una segunda etapa, etapa que Alberdi no
vivió, se transformó en una necesidad el desarrollo industrial y, para esto, hay que abandonar al
liberalismo y abrazar el proteccionismo de la industria nacional.
En lo que respecta al pensamiento de este período, al cual Terán llama «pensamiento
finisecular». La crisis de 1890 y las preocupaciones que surgieron a partir de ella fueron
respondidas de diversos puntos de vista y distintas concepciones. Dos fueron las principales
líneas ideológicas a partir de las cuales se interpretaron las nuevas problemáticas: el positivismo
y el modernismo cultural. Los principales exponente del positivismo fueron: José María Ramos
Mejía, Carlos Octavio Bunge y José Ingenieros. Desde una mirada positivista estos intelectuales
construyeron sus interpretaciones desde el pensamiento de Comte y Spencer. Las principales
preocupaciones de estos «hombres de ciencia» fueron el problema migratorio y la preocupación
por la nacionalización de las masas, como también la cuestión obrera, la democracia y la
decadencia.
Bounge (1875-1918) consideraba a la sociología como parte de la psicobiología y sería el
«instinto» la categoría de conexión entre ambas disciplinas. Además, aquellas fuerzas que
dominan a los sujetos desde la oscuridad de su interior Bounge las va agrupar dentro de la
categoría de «subconsciente». A partir del biologismo positivista argentino y su correspondiente
racismo, se dedicó a buscar las causas de los males argentinos y latinoamericanos en una
sociología psicobiología.
José Ingenieros (1877-1925) fusionó las nociones evolucionistas de Darwin con las del
marxismo y así produjo una síntesis de la que nació el «bioeconomisismo». Él se encuadró
dentro del positivismo evolucionista y darwinista, y la criminología. Definió a los sujetos
improductivos que se encuentran dentro de las multitudes urbanas como vagos , mendigos, locos
y delincuentes, y de aquí concluye que era necesario crear un sistema de identificación y excluir
a aquellos núcleos migratorios donde la extranjería se conectaba con la marginalidad del delito,
la enfermedad y el parasitismo.
José María Ramos Mejía (1849-1914) cruzó la psicología de las masas con una retórica
biologista. A partir de la utilización de un modelo organicista de sociedad y la formación del
objeto multitud desde matrices biologistas definió la presencia de las masas en la historia como
una fuerza vaciada de inteligencia y raciocinio. A diferencia de Ingenieros, Ramo Mejía, poseía
una visión más esperanzada de la inmigración en lo que respecta a su integración paternalista
fundada en la pedagogía del ambiente y del Estado argentino sobre la psicología del inmigrante.
Estos tres autores compartieron la fe en la ciencia como pilar de la generación de
conocimiento y de un saber sólido, que a su vez esto daba la posibilidad de la creación de un
buen orden social y de un relato histórico objetivo. Además compartían un racismo poco
tolerante que era la base de todas sus explicaciones causales, y «orden y progreso» como lema
indiscutible.
Los principales autores del modernismo cultural de este período no eran argentinos pero vale
la pena mencionarlos. Colocaba la belleza como valor supremo y a la intuición estética como
instrumento de penetración en la realidad. Desplazaban de la centralidad que le concedió el

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positivismo a la ciencia y ubicaron en ese espacio al escritor, al arte. Los principales exponentes
de esta corriente son Rubén Darío y José Enrique Rodó. En Rubén Darío hay dos temas
principales que se ubican dentro de la mirada antiimperialista: la denuncia del «materialismo»
norteamericano y la esperanza proyectada en la certeza de que América Latina sería «la gran alba
futura». Rodó, retomando el romanticismo y retocándolo con el modernismo, rechaza la extrema
mercantilización del mundo y apela al registro aristocratizante del modernismo en búsqueda de
algunos espacio protegidos de su conversión en valores de cambio. Uno de estos espacios los
halla en las juventudes latinoamericanas.
Fue a partir de estas miradas Latinoamericanas de donde surgió el modernismo cultural
nacional argentino, con el objeto de, ya no de elaborar una identidad continental, sino de
elaborar una identidad nacional. Esta postura nacionalista esencialista se realizó en la obra de
Manuel Gálvez (1882-1962), Ricardo Rojas (1882-1957) y Leopoldo Lugones (1874-1938).
Gálvez y Rojas comparten la creencia de que la idea de nación debe incluir la emoción del
paisaje, el amor al pueblo natal, el hogar y la tumba de la familia, una lengua y una tradición
comunes. Pero en el caso específico de Rojas este nacionalismo debe realizarse mediante el
pacifismo y el laicismo, y de aquí es de donde deriva todo un programa de reforma educativa.
Con Lugones se realizara al gaucho como prototipo de la nacionalidad argentina. Lugones
instaló al Martin Fierro como el poema nacional fundante de la épica argentina. Así, postulaba
un modelo de nacionalidad basado en valores y tradiciones locales. Para Lugones el intelectual
debe esclarecer la mezcla espuria y colocar simbólicamente al gaucho en el sitio del que los
extranjeros intentaron desalojarlo en la realidad (TERÁN, 2000).

Este período que la historiografía clásica denominó «Argentina agroexportadora», lejos de


presentar un sector industrial débil donde sus interés se oponían a los intereses del sector rural,
fue un período donde la industria creció en altas tasas –las tasas más altas de toda la historia
argentina−. La discusión industria-campo y proteccionismo-librecambio, están erradas. La
industria creció a la par de sector agroexportador. Pero todo esto encontró sus límites en la
Primera Guerra Mundial, cuando el mercado internacional se convulsionó y cambió de ritmo.
A esa misma dualidad que se presentó como liberales-proteccionistas se le puede contrastar la
dualidad positivistas-modernistas culturales.
La visión que tenemos del pasado cambia dependiendo el contexto histórico en el cual
situemos nuestra mirada o, mejor dicho, la mirada de la historiografía argentina cambio en
relación al contexto histórico.

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BIOGRAFÍA
• HORA, Roy, “Los grandes industriales de Buenos Aires: Sus patrones de consumo e inversión y
su lugar en el seno de las elites económicas argentinas”, Anuario del IEHS, núm. 24, 2009, pp.
307-335.
• ROCCHI, Fernando, “El imperio del pragmatismo: intereses, ideas e imágenes en la política
industrial del orden conservador”, Anuario del IEHS, núm. 13, 1998, pp. 99-130.
• BROWN, Jonathan, “Juan Bautista Alberdi y la doctrina del capitalismo liberal en la Argentina”,
Ciclos, núm. 4, Buenos Aires, 1993, pp. 61-74.
• TERAN, Oscar, “El pensamiento finisecular (1880-1916)”, en LOBATO, Mirta (Dir.), El
progreso, la Modernización y sus límites (1880-1916), Nueva Historia Argentina, Tomo V,
Buenos Aires, Sudamericana, 2000, pp. 327-363.

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