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El tema del evangelio de hoy, la resurrección de los muertos, es introducido por una
consulta capciosa de los saduceos. Los saduceos negaban la resurrección, y su caso
hipotético venía a ridiculizar la creencia en la misma: una viuda sin hijos que había
sido sucesivamente mujer de siete hermanos, ¿de qué marido será esposa en el más
allá? Los saduceos eran un grupo judío formado por aristócratas y sacerdotes. No
aceptaban más ley que los cinco libros del Pentateuco. Tenían complejo de élite y
eran materialistas y pragmáticos. No admitían la existencia de los ángeles ni la
resurrección de los muertos. Políticamente buscaban el poder; por eso colaboraban
con los romanos. En su respuesta a los saduceos Jesús niega primeramente la
necesidad del matrimonio en la otra vida; pues los resucitados "ya no pueden morir,
son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección". Luego
afirma la realidad de la resurrección que ellos negaban. el Dios de Abrahán, de Isaac
y de Jacob, no es Dios de muertos, sino de vivos. Es el Dios de la Vida, como diría
Gustavo Gutiérrez. Como dice la liturgia en un prefacio de difuntos: La vida de los
que en ti creemos, Señor, no termina: se transforma. La muerte es un dato constante
de experiencia. La muerte biológica, su anuncio paulatino en las múltiples
enfermedades, su presencia brutal en los accidentes y su manifestación en todo lo que
es negación de la vida debido a la violación de la dignidad y derechos de la persona
constituye el más punzante de los problemas humanos. Jesucristo resucitado es la
única respuesta válida al interrogante de la muerte del hombre. El creyente, se siente
radicalmente libre y salvado por Cristo. A la luz de la resurrección del Señor, el
creyente sabe y vivencia, que la muerte física, no es el final del camino. Gracias a él
el hombre es un ser para la vida. Alienta nuestra esperanza, para que entendamos que
la dicha futura que esperamos se gesta ya en el compromiso con el mundo presente.
Bueno que pases un muy feliz día. Habló para ustedes el Padre Gustavo,
Salvatoriano, desde La Pedregosa Alta, Mérida, Chao. Nos vemos en el espejo.
Lunes 18 de noviembre del 2019
El Evangelio de hoy es la parábola de las minas de oro. Mina equivale a cien denarios
romanos, es decir, el salario de cien días de trabajo. Un rico señor que se ausenta
entrega dinero a sus empleados para que lo hagan producir. A su vuelta, el amo
premia a los diligentes y castiga al perezoso. Se trata de la productividad de los dones
de Dios al servicio de su Reino. El texto concluye diciendo: Al que tiene, se le dará;
pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. En el juicio último de Dios, el
que le haya sido fiel en lo poco, en los pequeños servicios de la vida terrena, recibirá
una gran recompensa; pero el que haya sido infiel y perezoso, perderá hasta lo que
tiene. Dios. espontánea y gratuitamente, les ha ofrecido su confianza. Esta gracia
generosa debe hacer de ellos hombres activos y responsables. Dios empieza siempre
dándonos y ofreciéndonos sus dones gratuitamente: amor, amistad, gracia y filiación
por Cristo y el Espíritu. Lo que pide de nosotros es que cumplamos haciendo lo que
tenemos que hacer. Él no dejará de recompensarnos generosamente. Gracias, Señor
Jesús, porque confiaste en nosotros entregándonos los talentos y la responsabilidad
del Reino. Con la parábola de hoy nos abres los ojos sobre nuestros pecados de
omisión y mediocridad Concédenos tener mucho amor para recibir más amor.
Acompáñanos, Señor, con tu Espíritu de creatividad para que, haciendo producir los
talentos que nos diste para el servicio del reino de Dios y de los hermanos,
merezcamos en tu venida escuchar de tus labios las palabras dirigidas al servidor fiel
y responsable: Entra tú también en el gozo del banquete de tu Señor. Bueno que pases
un muy feliz día. Habló para ustedes el Padre Gustavo, Salvatoriano, desde La
Pedregosa Alta, Mérida, Chao. Nos vemos en el espejo.
Jueves 21 de noviembre del año 2019
El texto evangélico de hoy rebosa tristeza amarga en el llanto impotente del Señor:
"Al acercarse a Jerusalén y ver la ciudad, le dijo llorando: ¡Si al menos
comprendieras en este día lo que conduce a tu paz! Pero no: está escondido a tus ojos.
El evangelista Lucas es amigo de los contrastes fuertes: bienaventuranzas y
maldiciones, rico Epulón y pobre Lázaro, fariseo y publicano... Hoy nos brinda otro.
Jesús acaba de entrar triunfante en Jerusalén, pero a continuación llora sobre ella
porque sabe muy bien lo que la gente ignora: No le espera el triunfo y el poder
político, sino la cruz y la muerte. Y al ver la obstinación en que vive la ciudad, llora
sobre ella por lo que le sucederá a causa de su crimen, como es matar al Hijo y
enviado de Dios. No se le ahorra a Jesús el desgarrón penoso de todos los profetas al
comprobar la frialdad de un pueblo endurecido que no reconoce la visita de Dios en la
persona y palabra de su propio Hijo. Jerusalén adquiere así la categoría de símbolo de
toda persona y comunidad que ignoran la presencia de Dios. El tiempo de la visita de
Dios designa la actuación misericordiosa del Señor, que hace justicia al pobre, al
huérfano y a la viuda y libera al pueblo de la opresión, la esclavitud y el destierro. Es
la idea central del canto del Benedictus: Dios ha visitado y redimido a su pueblo
suscitándonos una fuerza de salvación. Jerusalén no ha sabido reconocer la visita de
Dios. Jerusalén, la ciudad de paz, no conocerá la paz. Ojalá comprendiéramos
nosotros lo que nos conduce a la paz. Hoy es el día de tu visita. Convierte nuestro
corazón de piedra en otro de carne, capaz de agradecer el amor sin igual que nos
muestras. Para que no tengas que llorar también sobre nosotros. Bueno que pases un
muy feliz día. Habló para ustedes el Padre Gustavo, Salvatoriano, desde La Pedregosa
Alta, Mérida, Chao. Nos vemos en el espejo.
Viernes 22 de noviembre de 2019