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Introducción a la Filosofía (2019-2020)

Qué es la filosofía

Algunas ideas que me han preguntado los alumnos


a) La filosofía y la vida
Encuadrar no solo en relación con los demás saberes, sino en relación con
la vida.
Hablando en términos muy generales —que exigirían ser matizados—, las
ciencias tienen más que ver con la resolución de los problemas concretos de la
vida (supervivencia y bien-vivir o bienestar, por decirlo de algún modo), mien-
tras la filosofía se relacionaría más con el sentido o significado de la vida, consi-
derada globalmente o en su conjunto.
Desde este punto de vista, la filosofía es un tipo de saber en el que el filósofo
se juega la vida (que nos lleva a modificar nuestro modo de vivir, según hemos
comentado alguna vez en clase): no como los saberes abstractos-positivos, que no
influyen directamente en el sentido global de la vida vivida, aunque tengan un
enorme influjo en el desarrollo de la vida, día a día (más o menos rápida, más o
menos cómoda, etc.). Por eso, la filosofía debería estar muy cercana a la vida vi-
vida: punto de referencia no es que “funcione” esta o aquella máquina o este o
aquel invento, sino el conjunto de la existencia humana, por qué o para qué vivir…
si se considera que hay un porqué o un para qué (también incide, y mucho, si uno
llega a la conclusión de que la vida no tiene sentido).
Precisamente porque estudia lo real, sin restricciones.
Dos maneras básicas de describir la metafísica o filosofía primera (y, por ex-
tensión, la misma filosofía):
a) Como saber del todo o del ente en cuanto ente, de todo lo real en cuanto
real, es decir, tal como realmente es, con el tipo de realidad que le corresponde.
b) Como posibilidad de averiguar el sentido de la propia existencia: para
realizar esto segundo, es preciso situarse en relación al todo, tal como es, sin pres-
cindir de elementos que podrían ser relevantes.

b) Saber inadecuado
Precisamente por pretender alcance real, terminológicamente, muy poco
después de ser creada la filosofía, se dio el paso de “sabios” a “filósofos” (es decir,
meros aspirantes al saber): Pitágoras, entre los griegos.
Algo análogo, o más bien “simétrico-inverso” ocurre en Descartes: paso de un
saber de lo real en cuanto tal a un saber abstracto, que atiende solo a algunos

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aspectos, dejando de lado otros; adecuar la realidad a un tipo de saber. (La con-
secuencia final fue el agnosticismo relativista o el escepticismo: no se puede co-
nocer nada.)

Vale la pena comparar dos textos programáticos


En estos dos textos se recogen las dos concepciones fundamentales de la filo-
sofía y las ciencias (del saber) que se han dado de hecho a lo largo de la historia
de Occidente.
Conviene conocerlos bien y reflexionar sobre ellos, también para entender un
poco mejor en qué sentido la filosofía es o no útil.
Aristóteles inicia la filosofía primera con estas palabras, las primeras del libro
que hoy conocemos como Metafísica y que él denomina, sobre todo, «la ciencia
que buscamos» [resalto en rojo las palabras o frases donde se manifiesta mejor la
diferencia entre los dos planteamientos]:
«Todos los hombres desean por naturaleza saber. Así lo indica el amor a los sen-
tidos; pues, al margen de su utilidad, son amados a causa de sí mismos, y el que más
de todos, el de la vista. En efecto, no sólo para obrar, sino también cuando no pen-
samos hacer nada, preferimos la vista, por decirlo así, a todos los otros. Y la causa
es que, de los sentidos, éste es el que nos hace conocer más, y nos muestra muchas
diferencias». ARISTÓTELES: Metafísica I, 1, 980 a 22-27 (Traducción de GARCÍA YEBRA,
Valentín)
El texto clave de Descartes sería, por el contrario:
«Tan pronto como hube adquirido algunas nociones generales de la física y, co-
menzando a ponerlas a prueba en varias dificultades particulares, noté entonces lo
lejos que pueden llevarnos y lo diferentes que son de los principios que se han usado
hasta ahora, creí que no podía mantenerlas ocultas sin cometer un gran pecado con-
tra la ley que nos obliga, en cuanto está de nuestra parte, a procurar el bien general
de todos los hombres. Pues esas nociones me han enseñado que es posible llegar a
conocimientos muy útiles para la vida, y que, en lugar de esa filosofía especulativa
que se enseña en las escuelas, es posible encontrar una práctica, por medio de la
cual, conociendo la fuerza y las acciones del fuego, del agua, del aire, de los astros,
de los cielos y de todos los demás cuerpos que nos rodean, tan distintamente como
conocemos los oficios de nuestros artesanos, podríamos emplearlas del mismo
modo para todos los usos a que sean propias, y hacernos así como dueños y propie-
tarios de la naturaleza. Lo cual es muy de desear, no sólo para la invención de una
infinidad de artificios, que nos permitirán gozar, sin trabajo alguno, de los frutos de
la tierra y de todas las comodidades que allí se encuentran, sino también principal-
mente para la conservación de la salud, que es, sin duda, el primer bien y el funda-
mento de los demás bienes de esta vida». DESCARTES, René, Discours de la méthode,
texto publicado en el tomo VI de las Œuvres complètes, edición Adam-Tannery, re-
producido fotostáticamente en la publicación dirigida y anotada por E. Gilson: René
Descartes, Discours de la méthode, texte et commentaire, 4e éd., Librairie philosophique
Vrin, Paris, 1967, p. 62.
Queda más clara a la luz de este otro texto aristotélico:
«Es, pues, natural que quien en los primeros tiempos inventó un arte cualquiera,
separado de las sensaciones comunes, fuese admirado por los hombres, no sólo por
la utilidad de alguno de los inventos, sino como sabio y diferente de los otros, y que,

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al inventarse muchas artes, orientadas unas a las necesidades de la vida y otras a lo
que la adorna, siempre fuesen considerados más sabios los inventores de éstas que
los de aquéllas, porque sus ciencias no buscaban la utilidad. De aquí que, constitui-
das ya todas estas artes, fueran descubiertas las ciencias que no se ordenan al placer
ni a lo necesario; y lo fueron primero donde primero tuvieron vagar los hombres».
ARISTÓTELES: Metafísica I, 1, 891 b 12-25.
[¡Ojo!, porque se está hablando de tres tipos de saberes: a) los orientados a satisfacer las
necesidades básicas; b) los que sirven para poner orden (adornar) en la vida humana; c) el
saber teorético o filosofía: afán de conocer lo que merece ser conocido, al margen de cual-
quier aplicación práctico-pragmática.]

La diferencia entre el saber para conocer y el saber para manipular, con vistas al
propio beneficio se encuentra bien recogida en este comentario de Schumacher:
«Es evidente que un modelo matemático del mundo —que es con lo que Descar-
tes soñaba— puede ocuparse sólo de factores expresables como cantidades interre-
lacionadas. Es igualmente notorio que (en tanto la manifestación de la pura cantidad
no es posible) el factor cuantitativo tiene un peso preponderante sólo en el más bajo
nivel de ser. A medida que ascendemos en la escala de los seres disminuye la im-
portancia de la cantidad y aumenta la de la cualidad; el precio de la construcción de
modelos matemáticos es la pérdida del factor cualitativo, precisamente lo que más
cuenta.
Ese cambio de interés en el hombre occidental del “conocimiento mínimo que
puede obtenerse de las cosas más elevadas” ([Aristóteles y] Tomás de Aquino) al
conocimiento matemático preciso de las cosas menos importantes —”no habiendo
nada en el mundo cuyo conocimiento sea más deseable o más útil” (Christian
Huygens, 1629-1695) marca un cambio de lo que podíamos denominar la “ciencia
para comprender” a lo que sería la “ciencia para manipular”. El propósito de la pri-
mera era ilustrar al hombre y “liberarle”; el de la segunda es el poder: “El propio
conocimiento es poder”, dice Francis Bacon (1561-1626) y mientras Descartes pro-
mete a los hombres que serán “maestros y dueños de la naturaleza”. Es una nueva
etapa, la “ciencia para manipular” tiende a avanzar, de modo casi inevitable, desde
la manipulación de la naturaleza a la de la gente». SCHUMACHER, Ernst Fritz: A Guide
for the Perplexed. London: The Estate of the late Dr. E. F. Schumacher: Abacus, 1992,
(1st ed. 1977), pp. 65-66; tr. cast.: Guía para los perplejos. Madrid: Debate, 1981, pp. 81-
82.
La conciencia de la propia limitación deja la puerta abierta a otros saberes.

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