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La invasión doria

En la misma Grecia, las cosas fueron de mal en peor, pues a los


aqueos siguieron los dorios aún salvajes. Se detuvieron durante
unos años en una zona de Grecia Central situada a unos 25
kilómetros al norte del golfo de Corinto. Allí fundaron la ciudad de
Doris.
El lector podría pensar que las rudas bandas guerreras dorias no
tenían posibilidad de superar a los ejércitos organizados de la
Grecia Micénica, ejércitos descritos con tanta admiración por
Homero. Pero no fue así, pues, entre otras cosas, los dorios
tenían una importante arma nueva.
Durante la Edad Micénica, las armas se hacían con la aleación de
cobre y estaño que llamamos bronce. Los héroes de La Ilíada
arrojaban lanzas con puntas de bronce contra escudos de bronce
y esgrimían espadas de bronce, según la cuidadosa descripción
de Homero. El bronce era a la sazón el metal más duro del que
disponían los griegos, y el período en que se usó en la guerra es
llamado la Edad del Bronce.
El hierro era conocido por entonces y los hombres comprendieron
que se lo podía tratar de tal modo que fuera más duro que el
bronce. Pero no se conocían métodos para obtener hierro de los
minerales que lo contenían, de manera que el único hierro
disponible provenía del ocasional hallazgo de hierro metálico en la
forma de un meteorito. Por eso, los micénicos lo consideraban un
metal precioso.
Pero durante la Epoca Micénica hombres de los dominios hititas, a
unos 1.200 kilómetros al este de Grecia, habían descubierto
métodos para fundir minerales de hierro y obtener éste en
cantidades suficientes para fabricar armas. Este conocimiento les
proporcionó una importante arma de guerra nueva. Las espadas
de hierro podían atravesar fácilmente los escudos de bronce. Las
lanzas con puntas de bronce y las espadas de bronce rebotaban,
melladas e inocuas, en los escudos de hierro. Tales armas,
aunque disponibles sólo en escaso número, ayudaron a los hititas
a mantener su imperio.
Las noticias sobre nuevas invenciones y técnicas circulaban
lentamente en aquellos remotos días, pero, por el 1100 a. C., el
secreto de las armas de hierro había llegado a los dorios, aunque
no a los griegos micénicos. El resultado de ello fue que las bandas
guerreras dorias con armas de hierro derrotaron a los guerreros
con armas de bronce y sus correrías se extendieron cada vez más
al sur; atravesaron el estrecho de Corinto por un punto angosto e
invadieron el Peloponeso por el 1100 a. C.
Los dorios procedieron a establecerse como gobernantes
permanentes en el sur y el este del Peloponeso. Esparta y los
viejos dominios de Agamenón cayeron en sus manos. Micenas y
Tirinto fueron incendiadas y quedaron reducidas, en épocas
posteriores, a oscuras aldeas. Esto selló el fin de la Edad
Micénica.
Las islas y el Asia Menor
Cuando los dorios completaron la conquista del Peloponeso, los
jonios conservaron el dominio de sólo una parte de la Grecia
continental: el Atica, la península triangular en la que se encuentra
Atenas. En cuanto a los eolios, no sólo conservaron parte del
Peloponeso, sino también la mayoría de las regiones situadas al
norte del golfo de Corinto.
Pero los tiempos eran duros para todos. Los salvajes dorios
habían destruido ricas ciudades y desalojado a poblaciones
asentadas. El nivel de la civilización descendió de las alturas
alcanzadas en la Edad Micénica y durante tres siglos se
estableció en la tierra una oscura Edad de Hierro. Fue de hierro
por las nuevas armas y por la escasez y miseria que cundió por la
tierra.
Muchos jonios y eolios huyeron del asolado continente y migraron
a las islas del mar Egeo. La mayoría de esas islas se hicieron
jónicas en lo que respecta al lenguaje, si no lo eran ya antes. La
más cercana a tierra firme de ellas es Eubea, que tiene
aproximadamente la extensión, la forma y el tamaño de Long
Island, al sur de Connecticut. Eubea es la isla más grande del
Egeo y se extiende de noroeste a sudeste frente a la costa de
Beocia y Atica. Está muy cerca de tierra firme, y en un punto está
separada de Beocia por un estrecho de menos de un kilómetro y
medio de ancho. En ese punto se fundó la ciudad de Calcis. Su
nombre proviene de la palabra griega que significa «bronce»;
Calcis fue probablemente un centro de trabajo del bronce. La otra
ciudad importante de Eubea era Eretria, a unos 24 kilómetros al
este de Calcis.
Por el 1000 a. C., los jonios habían llegado a las costas orientales
del Egeo y comenzado a establecerse a lo largo de la costa,
expulsando o absorbiendo lentamente a la población nativa.
Los griegos llamaban a esta tierra del Este Anatolia, nombre
derivado de la voz griega para «sol naciente», pues, en verdad,
está en la dirección por donde sale el sol para quien vaya a ella
desde Grecia.
También recibió un nombre que quizá derivaba de un término aún
más antiguo que significaba «el Este». Algunos creen que las
palabras usadas por vez primera para describir las tierras situadas
al oeste y al este del mar Egeo provenían de ereb (oeste) y assu
(este). Estas palabras pertenecen a la lengua semítica hablada
por el pueblo que habitaba las costas más orientales del
Mediterráneo.
Esos semitas comerciaban con Creta, que está en la parte sur del
Egeo. Para los cretenses, las costas continentales estaban
realmente al oeste y al este, y con el tiempo las palabras
semíticas se habrían convertido en «Europa» y «Asia». (Existe un
mito griego según el cual el primer ser humano que llegó a Creta
fue una princesa proveniente de las costas más orientales del
Mediterráneo. Su nombre era Europa, y Minos era su hijo.)
En un principio, la voz «Asia» se aplicaba solamente a la tierra
que estaba inmediatamente al este del Egeo. A medida que los
griegos fueron sabiendo cada vez más cosas sobre el vasto
territorio que se halla aún más al este, la voz extendió su
significado. Hoy se le aplica a todo el continente, el más grande
del mundo. La península situada al este del Egeo fue distinguida
del gran continente del que formaba parte y se la llamó Asia
Menor, nombre comúnmente usado en la actualidad.
El término «Europa» también se extendió hasta abarcar a todo el
continente del que Grecia forma parte. Posteriormente, se
descubrió que si bien Europa y Asia están separadas por el mar
Egeo y el mar Negro, no están separadas más al norte, sino que
forman una larga extensión de tierra a la que a veces se llama, en
conjunto, Eurasia.
Los jonios que desembarcaron en las costas de Asia Menor, al
este de las islas de Quío y Samos, fundaron doce ciudades
importantes, y esta parte de la costa (más las islas cercanas) fue
llamada Jonía.
De las ciudades jónicas, la más importante era Mileto. Está
ubicada en una bahía que forma la desembocadura del río
Meandro, corriente tan famosa por su curso ondulante que la
palabra «meandro» ha llegado a significar todo movimiento
irregular que varía constantemente de dirección.
La «ciudad-Estado»
Las invasiones dóricas resquebrajaron la estructura de los reinos
micénícos. En tiempos micénícos, Grecia estaba gobernada por
reyes, cada uno de los cuales ejercía su dominio sobre una
superficie considerable y era tanto juez como alto sacerdote.
En los desórdenes que siguieron a la invasión doria, los viejos
reinos micénicos fueron destruídos, La gente de cada pequeño
valle de la irregular superficie de Grecia se unió para tratar de
defenderse. Se apiñaba dentro de las murallas de la ciudad local
cuando sufría una invasión y podía, si se le presentaba la ocasión,
salir de ella para hacer una incursión por algún valle vecino.
Lentamente, los griegos comenzaron a crear el ideal de la polis,
una comunidad autónoma formada por una ciudad principal y una
pequeña franja de tierra laborable a su alrededor. Para nuestra
mentalidad moderna, la polis no es nada más que una ciudad
independiente, y no muy grande tampoco, de modo que la
llamamos una «Ciudad-Estado». (La palabra «Estado» alude a
toda región no sometida a dominio externo.)
Para las personas del mundo moderno, que viven en gigantescas
naciones, es importante hacerse una idea del pequeño tamaño de
la polis griega. La ciudad-Estado media tenía, quizá, unos 80
kilómetros cuadrados de superficie, es decir, no más que los
límites urbanos de Akron, en Ohio.
Cada ciudad-Estado se consideraba una nación separada y
catalogaba como «extranjeros» a las personas de otras ciudades-
Estados. Cada una tenía su propio gobierno, sus propias fiestas y
sus propias tradiciones. Las ciudades hasta se hacían la guerra
unas a otras. Contemplar la Grecia de este período es como
observar un mundo en miniatura.
Sin duda, las ciudades-Estado de una región particular a menudo
trataban de formar unidades mayores. En Beocia, por ejemplo,
Tebas, por ser la ciudad más grande, habitualmente esperaba
desempeñar un papel dirigente y tomar las decisiones políticas.
Pero la ciudad Beocia de Orcómeno, situada a unos 30 kilómetros
al noroeste de Tebas, había sido poderosa en tiempos micénicos
y nunca lo olvidó. Por ello, perpetuamente luchaba con Tebas por
el predominio en Beocia. La ciudad Beocía de Platea, a unos 15
kilómetros al sur de Tebas, también fue siempre hostil a Tebas.
Aunque Tebas logró dominar Beocia, su fuerza se agotaba en
estas luchas internas y todo ejército que amenazaba a Tebas
podía contar siempre con la ayuda de esas ciudades-Estado
beocias rivales. Como resultado de esto, Tebas nunca pudo hacer
sentir verdaderamente su fuerza en Grecia, excepto durante un
breve período, al que nos referiremos en el capítulo 11.
Lo mismo puede decirse de otras regiones. En muy gran medida,
el poder de cada ciudad-Estado era neutralizado por sus vecinas,
y todas eran débiles, finalmente. Las únicas dos ciudades que
lograron dominar regiones considerables fueron Esparta y Atenas,
las «grandes potencias» del mundo griego.
Sin embargo, aun ellas eran pequeñas. El territorio de Atenas era
aproximadamente como el de Rhode Island, el Estado más
pequeño de los Estados. Unidos. La superficie de Esparta era
como el de Rhode Island más el de Delaware, los dos Estados
más pequeños de Estados Unidos.
Tampoco las poblaciones eran muy grandes. Atenas, en el
momento de su esplendor, tenía una población de unos 43.000
ciudadanos adultos de sexo masculino, y esta cifra era enorme
para una polis griega. Por supuesto, había también mujeres,
niños, extranjeros y esclavos en Atenas, pero aun así la población
total no puede haber sido superior a los 250.000, que es
aproximadamente la población de Wichita, en Kansas.
Pero hasta esa cifra parecía demasiado grande a los griegos de épocas posteriores, que trataron
de elaborar teorías sobre cómo debía ser una ciudad-Estado bien administrada. Estimaban que el
ideal, quizá, era 10.000 ciudadanos; de hecho, la mayoría d

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