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Revoluciones simbólicas y de militancia en las feministas porteñas de los

setenta
En Mónica TARDUCCI (comp.) Feminismo, Lesbianismo y Maternidad, Buenos Aires, Feminaria, ISBN 978-987-1495-28-3,
pp. 7-35, 2014.

Catalina Trebisacce
(IIEGE/FFyL/UBA)

El objetivo de este trabajo será exponer las características y especificidades de la


militancia feminista y, de este modo, señalar las diferencias que mantuvo con la
militancia política1 en los años sesenta y setenta. Estos fueron años de un alto grado
de politización de la sociedad que se tradujeron en el florecimiento de una variada
gama de agrupaciones políticas y la multiplicación de los/as militantes de los
partidos de todo el arco de la izquierda, fundamentalmente. Gran parte de la
población intervino, de un modo u otro, en la lucha o en la resistencia a la toma o a
la entrega del poder en términos de soberanía Estatal. Sin embargo, como Michel
Foucault nos ha enseñado, en cualquier momento histórico las disputas que se
despliegan en torno a los dominios sedimentados o institucionalizados no son las
únicas existentes. El poder no se ejerce ni se resiste desde un sólo lugar (por
ejemplo: el Estado), ni siquiera desde diversos puntos que terminan anudándose
bajo un sentido único (la escuela y la familia disciplinando al individuo sólo para la
explotación del capital); sino que los poderes se despliegan múltiples,
desordenados, contradictorios y en distintos planos de la existencia. Los poderes,
por otra parte, no son únicamente represivos, ellos, por el contrario, son productivos
y se pueden volverse la propia piel en la que habitan los sujetos. La militancia
feminista porteña que tuvo lugar en aquellos años se desplegó alejada de las luchas
en torno a las instituciones tradicionales y se orientó a dar batalla a los poderes (no-
represivos sino productivos) que se desplegaban en otros ámbitos. Concretamente,
en el revoltoso mar de las transformaciones que se suscitaban en el campo de lo

1
Hablo de “política” tomando una definición clásica, restringida y no-feminista del término que orienta
y circunscribe su accionar al terreno de lo público-estatal, aunque su ejercicio fuere por diversos y
heterodoxos medios. En otras palabras, en el período que aquí nos ocupa concierne tanto a la
militancia partidaria devota de las vías legales como a la militancia ejercida por las organizaciones
político armadas.

1
cultural mass mediático, que algunos/as autores/as han llamado proceso de
modernización sociocultural
Esta modernización no tuvo vínculo inmediato con políticas de Estado sino que fue
la resultante del proceso de revolución que los medios masivos de comunicación
vivieron desde fines de la década del cincuenta hasta la década del setenta, siendo
la década del sesenta su punto más álgido (Cosse, 2006). Se trató de un proceso
que supuso cambios en los modos de ver, de pensar y, en ocasiones, de habitar,
cuyo patrocinador inmediato fue la prensa. Tal fue la centralidad de los medios
masivos y la avidez de novedades que, como explicó Sergio Pujol, “la prensa fue
objeto de consumo en sí misma: Saber ‘qué pasa’, traer el mundo a la casa, abrir la
propia mente a un fluido informativo novedoso y de mayor caudal que el de antes:
los 60 fueron años de revistas diferentes y periódicos renovados” (2002:79). 2 El
periodismo se abocó a la excitante tarea de introducir nuevos hábitos, costumbres e
incluso nuevas pautas morales, produciendo “revoluciones silenciosas” (Barrancos,
2010[2007]) o “revoluciones discretas” (Cosse, 2010), especialmente entre los/as
jóvenes y las mujeres. Con relativa independencia respecto de si conseguía
transformaciones concretas y materiales, la modernización sociocultural de los años
sesenta y setenta consistió en la difusión de discursos modernos que suponían una
serie compleja -ni unívoca ni lineal- de cambios en la esfera cultural y en los
horizontes de expectativas en la vida (profesional, amorosa y sexual) de buena parte
de la población.
Sobre estas transformaciones o “revoluciones discretas” es que actuaron los grupos
de militancia feminista de la década del setenta, desarrollando un tipo de militancia
específica y diferente -por los medios y por los objetivos- respecto de la militancia
política tradicional. De modo que el objetivo de este trabajo será dar a conocer las
prácticas de la militancia feministas, indagando sobre la posibilidad de hallar en ellas
ensayos de un nuevo modo de pensar la política y de practicar las resistencias que
ha sido pocas veces consideradas o analizadas.

2
En 1960 se conformaron los canales privados de 9 CADETE y el 13 Proartel y en 1961 el canal
Teleonce (Buero, 2001; Varela, 2005). Con ellos sobrevinieron revoluciones en las estrategias
comerciales y cobraron vigor las mediciones de rating. La prensa gráfica se vio compelida a
aggiornarse para no perder en la competencia con la televisión. Asimismo, en este período los mass
media estuvieron abocados a la introducción masiva de novedades provenientes de los países
centrales.

2
Modernización sociocultural y la producción biopolítica de la mujer moderna

Marcela Nari y María del Carmen Feijóo (1994) sostienen que el proceso de
modernización de la sociedad argentina repercutió especialmente en la vida
cotidiana y en las relaciones intergenéricas, con marcada intensidad en las mujeres
de clase media. Las autoras dan varias claves para entender las transformaciones y
la marcada incidencia sobre la población femenina. Aquí haré mención de las tres
que considero más importantes: primero, el papel central que jugó la mujer en
relación al desarrollo de un mercado de bienes de consumo; segundo, la
(re)organización doméstica que conllevaron los nuevos bienes de consumo y los
medios de comunicación de masas entre ellos; y por último, el surgimiento de la
problemática privada como tema posible de discusión en el espacio público
massmeidático. Estas tres cuestiones trabajaron aceitadamente, sostienen las
autoras, en la producción de lo que llamaré la mujer moderna.3 Las mujeres
representaron un interlocutor privilegiado tanto para el mercado de bienes como
para el mercado de los mass media, mercados que supieron ser buenos asociados.
Primera Plana en sus secciones: “Vida Cotidiana”, “Vida Moderna” y “Primera
Dama” criticaba y discutía con la mujer atrasada, la mujer que todavía no se había
liberado de lo que tiene de horrible el trabajo domestico, es decir, las mujeres que
no contaban con los electrodomésticos necesarios para salir a trabajar o ir a la
peluquería con amigas. También combatía a los hombres y mujeres con ideas muy
conservadoras en torno a la sexualidad y las relaciones amorosas. Se daba
información y consejos sobre sexualidad -desde anticoncepción hasta un detallado

3
Las ‘mujeres modernas’ representan un sujeto complejo y estereotípico de las décadas del sesenta
y setenta, que se asemeja y se distancia al estereotipo de la ‘joven liberada’ que define Isabella
Cosse (2009). Para Cosse el estereotipo de las ‘jóvenes liberadas’ se oponía a las ‘mujeres
domésticas’ de la década del cincuenta. Las jóvenes liberadas eran mujeres con mandatos en
materia laboral y sexual que sus antecesoras no habían tenido. Los mismos eran condición de
libertad y de posible igualdad con los varones. Pero ellas también, señala la autora, estaban
tensionadas por la supervivencia y actualización de mandatos tradicionales como los de la
maternidad compulsiva y heterosexualidad obligatoria. Las ‘mujeres modernas’, a las que hago
mención en este texto, encarnan algunos de los sentidos descriptos por Cosse sin embargo decido
conservan esta otra designación porque entiendo que ella, por un lado, evita la asociación exclusiva y
excluyente de este estereotipo a mujeres jóvenes y, por otro lado, porque evita las ficciones que el
adjetivo liberadas puede conllevar minimizando la condición conflictiva que este estereotipo
encarnaba. El adjetivo ‘modernas’ permite, desde su ambigüedad, la invocación a situaciones
contradictorias y disonantes como fueron parte de las expectativas cargadas sobre las mujeres a las
que aquí me referiré.

3
informe sobre aparato reproductor femenino-. 4 Sin embargo, la posición del
semanario no dejaba de ser ambivalente. Mientras celebraba a la mujer en el mundo
del trabajo con entrevistas a obreras y profesionales, remarcaban que ellas
afirmaban que no estaban dispuestas a abandonar sus ocupaciones domésticas.
Mientras festejaba la liberación sexual y la aparición de “La píldora de cambio”
(pastilla anticonceptiva) sostenían “La mujer moderna no se ruboriza pero sigue
respetando al hombre” (Piñeiro, 2007:411). Primera Plana fue el modelo que
tomaron después revistas dedicadas especialmente a las mujeres, como fueron los
casos de las revistas: Claudia, Femirama y Karina5 dirigidas especialmente al
público femenino.
Por otra parte, se televisaron programas también destinados a las mujeres como
Panorama hogareño, Buenas tardes, mucho gusto, Mujeres a la hora del té. En
Panorama hogareño, por ejemplo, conducido por Nelly Raymond, Diana Sarti y
Germinal Nogues, enseñaba a las mujeres a tejer a máquina, a hacer modelitos
fáciles, a evitar las arrugas del cuello y a maquillarse, mientras mostraban los
avances en la moda e invitaban a mujeres de embajadores a realizar cocteles. 6 En
Buenas tardes, mucho gusto, programa que conducía Muchnik se aconsejaban a las
mujeres sobre qué lavarropas comprar, qué cuidados con la salud y la alimentación
debía tener toda mujer ama de casa o cómo debía manejarse la mujer que
enfrentaba el mundo del trabajo (léase en trabajo fuera del hogar). 7
4
Piñeiro llega a sostener que Los informes sobre sexualidad contribuyeron a cambiar actitudes en
particular desde la perspectiva femenina. Las mujeres decidieron aumentar sus conocimientos
acerca del sexo y de la contraconcepción y de este modo tomaron con conciencia de que tenían la
posibilidad de decidir no sólo respecto de sus experiencias sexuales sino también del tamaño de sus
familias como parte de su responsabilidad personal (2007:416).
5
Los discursos modernos que circulaban por los medios masivos fueron múltiples e incluso a su
interior expresaron distintas posiciones, en ocasiones contradictorias. Aunque puede señalarse que
existieron algunas búsquedas más claras, tales como, por ejemplo, las manifiestas en Primera Plana
–primera época- que procuró estar a la vanguardia, aunque en algunos temas como la
homosexualidad no pudo tener un posición provocadora como la que conseguía en los otros temas.
Para Ti fue una publicación femenina de línea editorial conservadora, que aún así tuvo que dar
tratamiento a temáticas progresistas como la píldora anticonceptiva. Claudia, por su parte, fue una de
las revistas femeninas que intentó estar más actualizada y representar a las mujeres menos
tradicionales. Aún así la maternidad como elección y no como destino no pudo ser siquiera mentada.
Sobre Primera Plana han trabajado: Piñeiro (2007); Cosse (2006); Felitti (2000); Pujol (2002); Plotkin
(2003[2001]). Sobre Para Ti, Margulis (2005); Felitti (2010). Sobre Claudia: Felitti (2010); Cosse
(2011), Plotkin (2003[2001]), Pujol (2002). Todos/as los/as autores/as señalaron el carácter dinámico
y contradictorio de cada una de las publicaciones, incluso al interior de sus propias líneas editoriales.
6
Archivo fílmico de de cine y televisión en 16mm. y 35mm. Fotográfico, Hemeroteca, Radio y Postres
en http://www.difilm.com.ar/televisionargentina/02.htm
7
Ana María Muchnik una de las conductoras de más tiempo de Buenas tardes, mucho gusto,
caracterizó el programa que entonces conducía de la siguiente manera: “[…] fue un programa para
las mujeres de esa época […] Mi generación es una bisagra entre la generación de mi mamá y la de
mi hija jovencita. […] creo que el mérito del programa, y por lo cual duró tanto tiempo, es que fue

4
También se televisaron varios teleteatros que aunque de audiencia heterogénea se
pensaron especialmente destinados a la población femenina, como El amor tiene
cara de mujer y Ronaldo Rivas taxista, entre otros. En ellos se ocupaban tanto de
las expectativas afectivas de las mujeres modernas -ahora mandatadas a sentir un
‘amor verdadero’ y ya no un ‘amor por arreglo’- y las laborales pero sin desatender
los mandatos de belleza femenina que pesaban y producían a las mujeres
modernas como tales.
En definitiva, programas de tevé y revistas ‘a todo color’ se ocuparon de acompañar
pero también de producir a la mujer moderna, con todas sus complejidades y
contradicciones. Cuáles eran las últimas tendencias de moda y de hábitos para las
mujeres fue un nicho de mercado que vendió como nunca entre la población de
aquellos años. Y no sólo, ellos también procuraban analizar las razones de los
cambios y las angustias que ellos generaban. Tal y como señalaron Nari y Feijóo,
“más allá del ámbito académico, ciertos discursos, pseudo-científicos/pseudo-
modernos, tuvieron una notable capacidad de penetración entre un público no
profesionalizado de capas medias. Temas como ‘la pareja’, ‘la sexualidad’, ‘el
control de la natalidad’, ‘la maternidad’, ‘el síndrome del ama de casa’, fueron
abordados desde múltiples sectores y divulgados en revistas, programas de
televisión, libros de auto-ayuda, filmes, etc.” (1994:14). Un regimiento de
especialistas (en líneas generales psicoanalistas, sociólogos y sexólogos) se
habilitaban a inmiscuirse entre las esperanzas, los anhelos y las angustias del
mundo privado de las mujeres. En definitiva, un ejército de máquinas y especialistas
se abocaron a la delicada labor de dar forma a la mujer moderna. Se entrometieron,
hasta el detalle, tanto en las actividades que debía hacer una mujer, como en las
sensaciones que la debían poseer llevándolas adelante. Miles de voces hablándoles
a las mujeres de ellas mismas eran poderes produciendo ese sujeto, específico y
genérico, que fue la nueva mujer moderna. Estamos hablando en definitiva de lo
que en términos foucaulteanos sería poderes biopolíticos, productivos, constitutivos
de subjetividad, de vida.

acompañando el crecimiento de la mujer: Lo que al principio era nada más que cocina, bricolage,
pediatría, moda, cuidado de la piel, jardinería, fue de a poco metiéndose —sin dejar de lado estas
cosas, porque finalmente el gran público quería estas cosas— en el trabajo de la mujer, en los
derechos de la mujer, en las cosas que querían y creo que esto le sirvió no solamente al público
espectador sino también al programa, para poder adaptarse y para poder seguir estando en el aire
muchos años” Entrevista realizada en enero de 2006 por el colectivo Mujeres sin frontera, publicada
en Internet en http://www.mujeressinfronteras.com/msf/content.php?id=160.

5
El poder biopolítico es un poder productivo que, como ya es bien sabido, no busca
matar sino invadir/ producir la vida enteramente (Foucault, 2002[1976]:169). El
mismo se despliega como una tecnología de doble faz que, por un lado, se centra
en el cuerpo como máquina, trabaja disciplinando al detalle los cuerpos con miras a
un aumento de sus aptitudes, al tiempo que consigue docilidad. 8 Y, por otro lado, se
despliega como controles reguladores de la población, trabajando no sobre el
cuerpo individual sino sobre el cuerpo social modulando poblaciones enteras,
determinando sus ciclos de vida (población de obreras/os, población de
adolescentes clase media, población de amas de casa, población de ancianas/os,
etc.)9.
Este doble poder, si bien es viejo ya para mediados del siglo XX, aparece con
intensidad renovada en estas décadas, de la mano de las transformaciones de los
procesos de producción. “Ese bio-poder fue, a no dudarlo, un elemento
indispensable en el desarrollo del capitalismo; éste no pudo afirmarse sino al precio
de la inserción controlada de los cuerpos en el aparato de producción y mediante un
ajuste de los fenómenos de población a pos procesos económicos”, dice Foucault
(2002[1974]: 170). Fueron los cuerpos de las mujeres los que estuvieron, en esta
ocasión, intervenidos hasta el detalle: cuál era el mejor maquillaje con que seducir al
marido o salir a buscarlo (y obviamente también, cuáles eran los mejores
cosméticos para este objetivo); cuál era el mejor cóctel con que homenajear al
marido y sus amigos (y obviamente también, cuáles eran los licores más
apropiados); cuál era la mejor manera de amasar la pasta para la familia sin dejar
de ser una mujer práctica (y obviamente también, cuál era la mejor harina y la mejor
pastalinda para ello). Pero también estos cuerpos fueron modulados a modo de una
población específica y nueva: los pseudos-psicólogos diagnosticaban los momentos;
cuándo era el momento ideal de ‘la mujer’ para encontrar marido; cuál era el número
de hijos deseable que ‘la mujer’ debía tener; cuáles eran los sentimientos que ‘la

8
A esta faz del poder productivo Foucault la ha llamado poder disciplinador o anatomopolítica del
cuerpo. Ejemplos claros del este aspecto del poder pueden encontrarse en Vigilar y Castigar (1989
[1976]) cuando el autor analiza el modo en que en las instituciones del siglo XIX los alumnos son
disciplinados para conseguir una caligrafía deseable. Los manuales pedagógicos intervienen al
detalle cada movimiento de la mano y los dedos para conseguir aquel objetivo.
9

A esta faz del poder productivo Foucault la ha llamado poder biopolítico, propiamente dicho. Los
formadores de opinión (los mass media, las encuestas –que más que sodeadoras son productoras de
opinión-, etc.) son un ejemplo de este tipo de poder. Sobre esta forma del poder productivo han
trabajado extensamente varios autores del posestructuralismo como Deleuze, Guattari, Lazzarato,
Negri, entre otros autores.

6
mujer’ -verdadera madre- debía tener para con sus hijos; cómo debía ‘la mujer’
afrontar el mundo del trabajo sin perder el mando de su hogar; cómo debía ser y
sentir ‘la mujer’ su sexualidad. Estos dispositivos disciplinares y biopolíticos que se
desplegaron en la década del sesenta produjeron la específica y generificada
población de la mujer moderna. Ahora bien, como sostiene Michel Foucault todo
poder aunque positivo y productivo, engendra también sus propias resistencias.
Como veremos más abajo, a estos poderes desplegados en discursos
massmediáticos modernos las mujeres feministas les opusieron primeros sus
malestares y luego su organización.

Desde la panza del monstruo organizaron sus malestares

Marcela Nari (1996) indagó sobre los orígenes o causas que dieron lugar a las
agrupaciones feministas locales y encontró entre sus entrevistas explicaciones que
pertenecían al ámbito de las sensaciones confusas y no de las razones claras y
distintas. “Un gran malestar” era la respuesta que recibió la historiadora en aquel
entonces y la misma que recibí yo varios años después. Nari entendió que el
acercamiento al feminismo se produjo por “las rebeldías, los inconformismos, los
malestares, latentes e intuitivos, no racionalizados” (1996:16) de las mujeres. Las
testimoniantes que cotejé revelan algo similar. Desde las fundadoras hasta las
mujeres que se involucraron más tímidamente, todas afirman que se sentían
incómodas o molestas con los mandatos sociales o familiares que querían hacerse
carne en ellas, y que hasta su descubrimiento del feminismo no habían podido
conceptualizar.
Resuenan en estos relatos ecos de aquel ‘problema sin nombre’ que Betty Friedan
halló entre las mujeres de clase media norteamericanas de fines de los años ´50.
“Era una inquietud extraña, una sensación de disgusto, una ansiedad […] Todas las
esposas luchaban contra ella. Cuando hacían la cama, iban de compra, comían
emparedados con sus hijos o los llevaban en coche al cine los días de asueto,
incluso cuando descansaban por la noche al lado de sus maridos, se hacían, con
temor, esta pregunta: ¿Esto es todo?” (1974 [1962]: 35).
Friedan constató que las mujeres con este padecimiento compartían sus penares a
la saluda del colegio de los niños, en las peluquerías, en los mercados, etc. Los

7
espacios de socialización eran precarios y no institucionalizados. Algo de esta
condición de informalidad y precariedad se repitió en los caminos de organización de
las feministas locales. Las feministas locales no se organizaron a partir de espacios
de socialización clásicos -y ya institucionalizados- de la militancia política, como
pueden ser los lugares de trabajo o las universidades. Pero las feministas porteñas
tampoco se conocieron haciendo la cola en el mercado o en el acto de colegio de los
nenes, como imaginaría Friedan. Las feministas porteñas se conocieron y entraron
en contacto, juntamente, a partir de lecturas de los medios masivos de
comunicación.10
Las dos agrupaciones feministas autónomas, las más importantes de la década del
setenta, narran sus orígenes a partir de intervenciones en los medios masivos de
comunicación. La Unión Feminista Argentina (UFA), que se funda en 1970, se
conforma a partir de las repercusiones de una entrevista realizada a María Luisa
Bemberg por su trabajo como cineasta. En aquella oportunidad ella se declaró
abiertamente feminista y preocupada por la situación de las mujeres. Al poco tiempo
recibió cartas y llamados de mujeres con similares preocupaciones. Así nació la
UFA, el primer grupo nucleado exclusivamente en torno al feminismo y uno de los
más trascendentes. El otro caso es el del Movimiento de Liberación Feminista (MLF)
que aparece en 1972 a efecto de una intervención de María Elena Oddone en la
revista Claudia cuestionando un chiste ofensivo contra las feministas
norteamericanas.11 Al poco tiempo Oddone recibió llamados y cartas de otras
mujeres con quienes fundó el MLF.

10
En este artículo me ocupo especialmente de las dos organizaciones porteñas feministas autónomas
de instancias partidarias: la Unión Feminista Argentina (UFA) y el Movimiento de Liberación Feminista
(MLF). En aquel período tuvieron lugar también otras dos experiencias feministas, más pequeñas,
ligadas de dos partidos de las nuevas izquierdas: Muchacha del Partido Socialista de los
Trabajadores y el Movimiento Feminista Popular del Frente de Izquierda Popular. Ambas dos cortas
experiencias contaron con una importante autonomía respecto de las líneas de los partidos (Véase:
Trebisacce, 2013a y 2013b). A pesar de algunas diferencias con las agrupaciones más importantes,
varios de los puntos de militancia que se desarrollarán a continuación fueron compartidos por estos
grupos más pequeños.
11
El chiste contra las feministas era introducido por unas notas de un periodista que descalificaba al
público femenino afirmando que era posible publicar una broma de este tipo en Argentina porque las
mujeres de aquí no lo entenderían. Esta provocación fue la que movió a Oddone a llamar a la
redacción de Claudia. Después de una extensa charla con el periodista en cuestión, éste le solicitó a
María Elena el permiso de publicar la conversación en formato de carta de lector. (Oddone, 2001). A
efecto de dicha nota Oddone recibió llamados y visitas de mujeres con las que fundó el MLF. Dicho
grupo produjo la única revista feminista de aquellos años, la revista Persona. La misma tuvo dos
etapas, la primera corresponde al período 1974-1975 y la segunda, bien distinta, a los inicios de la
década del ochenta. Es interesante señalar que en la primera etapa Persona se desarrollo con un
formato que emulaba la estética de las revistas de moda y actualidad dirigidas a mujeres.

8
Sin embargo, más allá de estos dos orígenes míticos y ya canonizados en las
memorias de las feministas (Chejter, 1996 y Cano, 1982), mis entrevistadas al
momento de relatar sus primeros contactos con los grupos de militancia feminista
hablaron también de los medios masivos de comunicación. Sara Torres se enteró de
la existencia de un grupo feminista en Buenos Aires por una pequeña solicitada que
salió en el diario La Opinión.
Y un día, me encuentro con un aviso que decía ‘El primer signo de
feminismo local’ en el diario Opinión. Y entonces, había una casilla
de correo y ahí escribí. Y ahí aparecí.12

Mirta Henault, por su parte, también recuerda las repercusiones de UFA en dicho
diario:
Me pongo en contacto con la UFA porque vi una nota en el diario La
Opinión, un reportaje. Había un teléfono. UFA. ‘Estás son de las
mías’. Fuimos. 13

Susana Sías Moreno, militante de MLF, coordinadora de los primeros números de la


revista Persona, explicó que supo de la existencia del MLF cuando vio a María Elena
Oddone en televisión.
Una vez estoy mirando televisión y aparece María Elena Oddone y
larga cosas… y yo digo “pero lo que dice esta mujer es lo que yo
hice toda mi vida! Que el cuerpo es mío, blablabla” Entonces, largan
el teléfono, yo lo anoto desesperadamente. Llamo, me dan la
dirección. Allí yo conozco a muchas mujeres feministas y se me abre
la cabeza. 14

Si bien no todas las militantes se acercaron de este modo (existieron algunas que lo
hicieron por medio de amigas o de parejas) la gran mayoría lo hizo a través de los
canales que abrían los medios masivos de comunicación. Los medios masivos
resultaron ser un extraño aliado para la militancia feminista. Con independencia de
los contactos que algunas feministas pudieran tener en las direcciones de los
diarios, fue el clima renovador de la prensa de aquellos años, sumada a la clásica
búsqueda de “la noticia que más vende” (Cosse, 2006; Plotkin, 2003), lo que empujó
a los medios masivos a mirar en las figuras del feminismo internacional y local. 15
12
Entrevista realizada por la autora a Sara Torres, julio 2008.
13
Entrevista realizada por la autora a Mirta Henault, enero de 2013.
14
Entrevista de la autora a Susana Sías Moreno en el mes de noviembre de 2009.
15
Afirmar el interés de venta que podía significar el feminismo para los medios no significa negar la
posibilidad de que algunas líneas editoriales o algunas periodistas (como Tununa Mercado y Felisa
Pintos) sintieran genuino interés por el feminismo, como incluso lo señalaron muchas de las

9
Sara Torres recuerda que se mantenía más o menos informada de las actividades
del movimiento feminista (antes de conocer la UFA) por medio de las revistas.
Había revistas que decían que hubo la quema de corpiños, todas
las cosas esas escandalosas que hicieron en algún momento las
feministas y las transformaban en noticia […] Aparecía una nota
como criticándolas: ‘mirá estas mujeres qué hacen’. 16

De modo que el feminismo local de los años setenta se compuso de mujeres que,
de alguna manera, formaban parte de una comunidad virtual de lectoras de medios
gráficos y espectadoras televisivas. Por virtual entiendo no una comunidad
cybernética contemporánea, sino simplemente un espacio de subjetivación e
identificación que no detenta un lugar físico para el desarrollo de una sociabilidad
‘cuerpo a cuerpo’. A través de la participación en esta comunidad, las mujeres
compartieron intereses y sensibilidades en torno, principalmente, a su condición de
mujeres fuertemente problematizada en una sociedad sacudidas por
transformaciones y revoluciones discretas (Cosse, 2009, 2010). Claro está que no
todas las lectoras fueron luego militantes del feminismo, pero sí la mayoría de las
feministas se contactaron por participar de aquella comunidad.17
Ahora bien, los medios masivos de comunicación no sólo actuaron como los canales
para el encuentro de las feministas, como he dicho, sino que fueron sus
interlocutores predilectos. Pues las feministas reconocieron -porque ellas mismas
así lo vivieron- el papel que jugaban los medios masivos como educadores sociales
no convencionales y de amplio alcance. Ellos actuaban como (re)productores de

entrevistas que recordaron a estas y otras periodistas como aliadas del feminismo. Como tampoco
significa negar el rechazo que buena parte de los medios sentían respecto de la radicalidad de sus
presupuestos.
16
Entrevista realizada por la autora a Sara Torres, julio 2008. Las experiencias locales también
contaban con esta situación. Fue el caso de María Elena Oddone, quien a raíz de su estilo
confrontativo encontró numerosas oportunidades para expresarse en los medios masivos. En todas
las ocasiones tuvo que sortear la caricatiruzación que realizaban para intentar, de todos modos,
difundir sus ideas y las de su agrupación. Oddone fue convirtiéndose en una figura mediática que
tuvo su máximo esplendor a mediados de los ochenta y en los noventa.
17
Es asimismo significativo el hecho de que todas las entrevistadas se autorepresentaran como
mujeres de clase media, ninguna otra identidad las hermanaba, ni trabajadoras, ni estudiantes, ni
militantes de partidos. Todas (a excepción de Gabriela Chisteller, que su título nobiliaro le impedía
representarse a sí misma como mujer de clase media) se describieron a sí mismas y a sus
compañeras como mujeres de clase media, incluso cuando todas reconocieron que entre ellas
existían sustantivas diferencias de poder adquisitivo. La definición de clase media que propone
Ezequiel Adamosky es fructífera para dar cuenta de esta situación. Adamosky sostiene que “más que
una clase social unificada por sus propias condiciones objetivas de vida, es un conglomerado de
grupos diversos que han adoptado una identidad subjetiva ‘de clase media’, es decir, que se piensan
de sí mismos que pertenecen a la ‘clase media’” (2009:13). Ésta es exactamente la caracterización
que les cabe a las feministas en cuestión. Restaría hacer hincapié en el papel jugado por los medios
masivos de comunicación en el proceso de adquisición de esta identidad subjetiva.

10
normas, de expectativas y de modos de vida. Ellos estaban implicados en la
constitución subjetiva de las mujeres, ellos representaban poderes biopolíticos
productores de las mujeres modernas. De modo que desandar los mandatos que
querían hacerse carne en aquellas mujeres significó ponerse en diálogo crítico con
ellos, y simultáneamente consigo mismas.

Grupos de concienciación para una revolución simbólica

Una característica del feminismo llamado de la segunda ola consistió en marcado


desinterés por las luchas en torno a la tradicional política con mayúscula, y ese
desinterés tenía sus razones. Carla Lonzi, feminista radical italiana, autora del
manifiesto más citado y alabado entre las feministas porteñas (Escupamos sobre
Hegel, 1972), sostenía que el Estado y los partidos políticos constituían un modo de
entender y practicar la política que no podían de ningún modo dar cuenta de la
dimensión en el que las feministas daban sus peleas. Carla Lonzi sostenía que de lo
que debían ocuparse las feministas era de hacer una revolución simbólica, y la
misma no podía dirimirse en las batallas en torno al poder estatal. En este mismo
sentido, Leonor Calvera (militante de la UFA) explicaba que el reconocimiento formal
de derechos de las mujeres al voto o a una igualdad en materia de los salarios se
revelaba “harto insuficiente para compensar su [la de la mujer] postergación
milenaria” (1990:35). ¿De qué trataría aquella revolución simbólica, dónde tendría
lugar, y contra quién se libraría?
La revolución simbólica, que no se daría en el terreno de la política tradicional,
tendría otros dos campos de intervención, necesarios y simultáneos. Uno de ellos
sería el campo social construido justamente y especialmente por los discursos
modernos que circulaban en los mass media; lo que Hannah Arendt (2003[1958])
denominaba la esfera pública-social, donde reina no la política sino de la costumbre.
Y por otro lado, y simultáneamente, las feministas lucharían colectivamente en el
orden subjetivo, de lo íntimo personal de cada una.
Pero ¿cuál era el camino para ello? Si las feministas se reconocían constituidas en
parte a partir de los mandatos que circulaban en torno a las mujeres, ellas eran esos
mandatos, y ellas encarnaban entonces la posibilidad de combatirlos en sus propios

11
cuerpos. Tras este objetivo se abocaron al trabajo en los llamados grupos de
concienciación.
Los grupos de concienciación se desarrollaron como la práctica predilecta de las
agrupaciones feministas porteños. Se diferenciaban de los grupos de formación de
los partidos políticos en el hecho de que el trabajo que se hacía no era meramente
intelectual sino que el mismo estaba basado en las experiencias de vida de las allí
reunidas.
Estos grupos, explicaba María Luisa Bemberg de la UFA, funcionaban bajo una
dinámica rigurosa:

“consisten en subgrupos fijos de 6 u 8 integrantes destinados a


descubrir el subyacente social de la problemática individual. Los
temas más clásicos de esta difundida práctica feminista son:
dependencia económica, inseguridad, maternidad, celos,
narcisismo, simulación y sexualidad en todos sus aspectos.
Una vez elegido el tema cada integrante del grupo expone sus
experiencias durante unos quince minutos. Es obligatorio expresarse
y guardar el secreto. Al terminar la ronda de exposiciones, la
coordinadora, que es rotativa, busca la raíz común de las
experiencias relatadas. Esta raíz común siempre resulta tener
orígenes culturales, y la cultura evidencia sus bases misóginas”
(Cano, 1982:86. El subrayado me pertenece).

Como se hace evidente ahora, los temas que tenían lugar en los grupos de
concienciación se vinculaban claramente con sucesos que parecían tener lugar en la
esfera de lo privado e incluso en la esfera de lo íntimo, y se alejaban del escenario
público-político (lo que, por otra parte, resultaba conveniente para las feministas que
consideraban necesario mantener a la política tradicional fuera de casa feminista) y
se acercaban a las temáticas tratadas hasta el hartazgo en las revistas de actualidad
o en los suplementos dirigidos a la población femenina: “dependencia económica,
inseguridad, maternidad, celos, narcisismo, simulación y sexualidad en todos sus
aspectos”.
Sin embargo, y como es evidente por la difusión mediática de dichos temas, nada de
privado hay en la esfera privado-doméstica ni en la privado-íntima. No sólo la
construcción de dichos espacios tiene raíces sociales sino que las experiencias que
allí se tejen tienen también naturaleza social.18 Las feministas trabajaron a partir de
18
Como es sabido, la esfera de lo íntimo es resultado de un proceso social determinado en las
sociedades occidentales que sufrió transformaciones a lo largo del tiempo, de las geografías y de los
distintos sectores económicos y sociales. Arendt (2003 [1958]) sostiene que la dimensión de lo íntimo-

12
sus experiencias personales, íntimas, y simultáneamente cuestionaron el orden
público-social (mas no político). “Nada, desde lavarnos los dientes hasta criar los
hijos escapa a la ideología política” explicaba Leonor Calvera (1990:48).
Marta Miguelez testimonió su experiencia de la concienciación sosteniendo: “Me
abrió la cabeza, es decir, yo cambie completamente y lo que no cambié lo sigo
trabajando porque el feminismo es el trabajo sobre una misma, no?”. 19 Lo que
significaba, inevitablemente, un trabajo de desnaturalización sobre sus propias
vidas, es decir, hacer visible el carácter cultural de ciertas prácticas cotidianas, de la
vida diaria y de sí mismas.20

Nosotras estábamos poniendo en cuestionamiento todo, estábamos


poniendo en cuestionamiento la familia, estábamos poniendo en
cuestionamiento la maternidad.21

La concienciación fue la técnica desarrollada para politizar la vida, la que acompañó


la gestación de la frase del feminismo radical que pasó a la historia “lo personal es
político.”22 Y aquí política no es igual a política tradicional.

La concientización es una forma de desarrollar un análisis político,


basado en información considerada por nosotros como verdadera.
Esa información es nuestra experiencia. Es difícil comprender cómo
nuestra opresión es política (organizada) sin antes separarla del
área de nuestros problemas personales, y cuántos de estos
problemas son compartidos con otras mujeres, no podremos ver
como estos problemas están enraizados en lo político. 23

Los grupos de concienciación locales fueron una réplica de los consciousness-


raising desarrollados por las feministas norteamericanas. 24 Las feministas radicales

subjetivo irrumpe en simultaneidad con la esfera social. Lo social y lo íntimo nacen como pliegues
diferenciales de lo público y de lo privado, respectivamente, pero en diálogo mutuo. Con las
transformaciones en el siglo veinte se dieron en materia de comunicación, las esferas de lo íntimo y lo
social se exacerbaron de modos inimaginables. Lo social y lo íntimo se reproducen, se nutren y se
amplifican; y lo devoran todo.
19
Entrevista realizada por la autora a Marta Miguelez, julio de 2009.
20
Mabel Campagnoli ha trabajado en torno al carácter desnaturalizador de los grupos de
concienciación local. Véase Campagnoli, 2005.
21
Entrevista realizada por la autora a Marta Miguelez, agosto de 2009.
22
Para un estudio del surgimiento del lema véase Puleo (2007[2005]).
23
“Concientización”, Persona, año 1, nº1, octubre 1974, p.39.
24
Esta práctica se difundió y socializó rápidamente como “un arma radical” (a radical weapon),
afirmaban sus creadoras. Con esta práctica ellas buscaban llegar a la “raíz” de los problemas que
subordinaban a las mujeres. Esos problemas ya no eran de orden de derechos o reconocimientos
jurídico-legales, así lo reconocían aquellas feministas norteamericanas aunque también las de otras
geografías, como aquí o en Italia.

13
norteamericanas afirmaban que los consciousness-raising nacían de la necesidad de
las mujeres de hablar de sí mismas, de buscar ellas mismas lo que sentían y creían
que sería mejor para ellas. Sostenían que hasta el momento habían sido los varones
quienes habían hablado y escrito (ciencia, periodismo, literatura, etc.) en nombre de
las mujeres, inevitablemente impregnados de sus concepciones y prejuicios sobre
las mujeres. Los grupos de concienciación buscaron modificar esta situación y
responder a las preguntas:

Qué queremos ser, qué creemos ser, no lo que algunas autoridades


en el nombre de la ciencia están discutiendo sobre los que
somos[…] Todo lo que debemos saber, debemos probar, podemos
obtenerlo de las realidades de nuestras vidas (Sarachild, 1978: s/p).

Las feministas locales sintieron cierta fascinación por la aquella dinámica novedosa.
Evidenciando signos de esa fascinación, Leonor Calvera, al momento de escribir su
libro sobre el feminismo en Argentina, declara que para la traducción consciousness-
raising prefirió el término concienciación, en lugar de concientizar.25 Pues,

‘concientizar’, de neto corte izquierdista, implicaba un movimiento de


afuera hacia adentro, de dictar lo que la otra debía encontrar en su
interior. ‘Concienciar’, en cambio, se adecuaba perfectamente al
método caso mayéutico que se proponía. Lograba describir
ajustadamente el proceso de sacar de sí, de dar nacimiento a la
propia identidad (1990:37).

Las mujeres del MLF también destacaron esta manera de toma de conciencia
feminista en su publicación, destinando un extenso artículo para explicar su
mecanismo.
Nuestro método no es abstracto. Cada mujer habla de sí misma, de
sus propios sentimientos y experiencias. Si nuestro método resulta,
obtendremos un análisis no solamente pertinente para las mujeres
sino también para toda la gente, pues será un análisis basado sobre
las realidades de nuestras vidas.26

Leonor Calvera explica que la concienciación conllevaba “un trabajo sobre la


autoestima”27 de las mujeres pues este ejercicio, que les devolvía la palabra y la

25
Aunque todas mis entrevistadas se refirieron a estos grupos como grupos de concienciación el
neologismo local es posterior, apareció por primera vez en el texto de Calvera en 1990.
26
“Concientización”, Persona, año 1, nº 1, octubre 1974, p. 38.
27
Entrevista realizada por la autora, diciembre 2012.

14
confianza a las allí reunidas, les confería legitimidad a las mujeres para hablar por sí
mismas y de ellas mismas.
Los grupos de concienciación eran la actividad central del feminismo, pues eran un
camino de trabajo sobre la propia subjetividad para devenir feministas, en un
proceso sin destino prefijado y sin conclusión, en el que eran ellas mismas las que
comandaban ese trabajo.

Eran una práctica de modificar nuestra propia vida. El cómo


deveníamos feministas.28

Los grupos de concienciación eran, de algún modo, una práctica sí, diría Michel
Foucault. Una tipo de práctica por el cual

los individuos se vieron llevados a prestar atención a ellos mismos, a


descubrirse, a reconocerse y a declararse como sujetos de sus
deseos, haciendo jugar entre unos y otros una determinada relación
que les permita descubrir en el deseo la verdad de su ser […] los
individuos […] llevados a ejercer sobre sí mismos […] una
hermenéutica del deseo. (2003a [1984]: 9).

Marta Miguelez sostenía que la concienciación se trataba de que “vos sos sujeta y
objeta de la cosa”. En este mismo sentido, Foucault afirmó que en las prácticas de sí

el acento cae entonces sobre las formas de relacionarse consigo


mismo, sobre los procedimientos y las técnicas mediante las cuales
se las elabora, sobre los ejercicios mediante los cuales uno se da a
sí mismo como objeto de conocimiento y sobre las prácticas que
permiten transformar su propio modo de ser (Foucault, 2003a [1984]:
31).

En lo grupos de concienciación se perseguía el objetivo de trabajar sobre el propio


ser, sobre las prácticas y las ideas que de sí misma tenían las participantes. Modos
de ser, prácticas e ideas que eran resultado de una educación, de una producción
biopolítica. Si hasta entonces todo lo que las mujeres sabían o oían sobre las
mujeres había sido pensado, escrito y trasmitido por otros, los grupos de
concienciación, la práctica de sí, permitía una revisión de todo lo que las constituía
como mujeres pero partiendo de sí mismas.

28
Entrevista realizada por la autora a Sara Torres, noviembre de 2008.

15
Las prácticas de sí son “una práctica de libertad” (Foucault, 2003b: 144), en tanto y
en cuanto, su ejercicio conlleva una batalla contra los regímenes de verdad que se
despliegan en la esfera pública-social.

Cuidar de sí [desarrollar una práctica de sí] es dotar al propio yo con


estas verdades. Allí es donde la ética se vincula con el juego de la
verdad (Foucault, 2003b:149).

Se trata de hacer de la experiencia personal, que habita incómoda los regímenes de


verdad existentes, un régimen de verdad propio. En la producción de este otro
régimen se disputa a los viejos regímenes la constitución de nosotros/as mismos/as.
Pero ¿cuáles eran los regímenes de verdad contra los que batallaban los grupos
feministas?
Se trata de regímenes de verdad que se desplegaban en el terreno de lo público-
social y no de lo público-político, y que correspondían a los discursos de
modernización sociocultural que circulaban especialmente en los medios masivos de
comunicación. Las feministas estaban procurando una revolución simbólica y
cultural. Las luchas de las feministas no se orientaban, inmediatamente, a discutir la
economía o política del país, sino a los regímenes (de verdad) sociales que
circulaban en el campo cultural, por ejemplo, a través de las revistas de moda y
actualidad.

Cuando hablamos de política no lo hacemos en el sentido restringido


de partidos políticos. Vemos a la supremacía masculina como un
sistema político en el sentido de que todos los hombres están
confabulados para forzar a las mujeres a posiciones inferiores e
improductivas.29

De modo que es necesario sostener que los grupos de concienciación no se


restringían a la esfera de lo íntimo sino que trabajaban simultáneamente sobre lo
social, aunque ello no significara el desarrollo de una militancia política (en el sentido
restringido del término). El feminismo de aquellos años buscaba hacer estallar los
límites de lo considerado Política con mayúsculas. Lo explicaban de la siguiente
manera en el primer editorial de la revista del MLF:

29
“Concientización”, Persona, año1, nº1, octubre 1974, p.39.

16
Una reunión de mujeres tratando su vida privada –hasta la vida
considerada más privada- es un acontecimiento con escasos
precedentes. En una primera etapa, concientizarse sobre lo más
inmediato, sobre esa trama de sufrimientos y postergaciones que los
varones consideraron siempre frívola, poco trascendente,
concientizarse sobre lo que no es considerado prestigioso: la
existencia diaria de cada mujer –y porque de todo ello, es hace
política en el mejor sentido del término, es empezar a transformar la
cultura.30

Por medio de estas prácticas de sí que eran los grupos de concienciación las
feministas les disputaron a los discursos massmediáticos los regímenes de saber
(poderes biopolíticos) construidos sobre ellas. Pero ¿en qué puntos concretos se
produjeron aquellas disputas?

Ni cosas-bellas, ni madres, ni mujeres heteronormadas de orgasmos vaginales

En el segundo número de Persona, Diana Cobo escribe una nota titulada “Escuela
para mujeres” en la que analiza el rol de los medios masivos de comunicación en la
construcción y reproducción de los ideales de femineidad. En los quioscos, dice la
autora, hay “toda una literatura dirigida a MI SEXO”.

En esa literatura especializada, se repite con letras de tamaño


Primer Libro de Lectura, y con fotos de Cinema Scope y Technicolor,
cosas que una mujer generalmente YA SABE, a fuerza de vivirlas:
vestirse, pintarse, comprender a los hombres (y ellos a ¿nosotras?...
¿qué publicación les enseña? Y manejar cacerola, trapos y chicos). 31

Los medios masivos interpelaban a las mujeres (las educaban, las producían
biopolíticamente) para que se vistan de un modo, se peinen de otro y desplieguen
actitudes comprensivas para con sus pareja. A comienzos de la década siguiente,
Sara Torres, junto a otras mujeres, de algún modo, dejaban constancia de ello en
dos artículos, titulados: Revistas Femeninas: la despersonalización de la mujer y
Revistas Femeninas: una imagen superficial y deformada, el rol desempeñado por

30
“Editorial”, Persona, año1, nº 2, noviembre 1974, p.4.
31
Diana Cobo, “Escuela para mujeres”, Persona, año 1, nº 2, noviembre 1974, p.49.

17
estos medios gráficos como “promotores” (re-productores) de los mandatos dirigidos
a la población femenina.32
La revolución comunicacional experimentada en los sesente conllevó la producción

de un nuevo régimen de visión, el imperio de la imagen. “La vista en esta fiesta

tecnológica se ha convertido en glotonería incontenible”, explicaba Donna Haraway

(1995[1991]:325).33 Imágenes de mujeres bellas comenzaron a ser imprescindibles

tanto para la venta de un cosmético como para la de una marca de cigarrillos. No es

que antes las publicidades no hubieran tomado a las mujeres como señuelos para

sus ventas, pero lo que aconteció en aquella década fue la profundización del

recurso. Dicha profundización, sostengo, estuvo especialmente motorizada por la

televisión y la prensa gráfica aggiornada.34

La historiadora Luisa Passerini ha insistido sobre el impacto particular que conllevó

para las poblaciones femeninas de las sociedades occidentales el desarrollo de la

cultura de masas en la segunda mitad de siglo XX a partir del advenimiento de los

mass media.

La cultura de masas revela, y a la vez hace suya, la ambivalencia de


la imagen femenina en la cultura occidental […] la hegemonía del
rostro femenino de la publicidad en las portadas de revistas y en los
anuncios remite en realidad a la coincidencia entre la mujer como
sujeto potencial y la mujer como posible objeto (Paseerini,
1993:350, el subrayado me pertenece).

En el período en cuestión, las mujeres se convirtieron en un nicho de mercado

jugoso para el capital en tanto que se constituyeron en sujetos y objetos de

consumo. El objeto de consumo más estetizado, más bello. En este período las

32
Sara Torres, et. al. “Revistas Femeninas: despersonalización de la mujer”, c.1981, p.5, disponible
en el archivo de la autora.
33
Haraway ha explorado el régimen de visión en las sociedades occidentales del último tercio del
siglo XX, especialmente en materia de producción de conocimiento científico (1995[1991]) pero sus
trabajos sirven también para iluminar otros campos como el aquí mencionado.
34
Como Cosse (2006) ha señalado, los medios gráficos debieron aggiornarse ante las innovaciones
desplegadas por la “caja boba”, lo que significó no sólo traer noticias de otras partes del mundo sino
también desplegar más y mejores imágenes a todo color, terreno que aún no conseguía conquistar la
televisión.

18
representaciones massmediáticas de las mujeres eran de mujeres modernas (eso

podría querer decir tanto mujeres profesionales como también tan sólo mujeres que

conducían y fumaban cigarrillos) pero indefectiblemente mujeres bellas y

preocupadas por su estética. De modo que buena parte de las mujeres de aquellos

años fueron devoradoras (es decir, sujetos consumidores) de su propia imagen, o

mejor dicho, de la imagen imposible de aquellas cosas-bellas. Sobre esta situación

que partía de la enajenación de la (propia) imagen tras de los imperativos de

belleza, intervinieron las feministas de la década del setenta.

Nos han negado a las mujeres la posibilidad de ser “personas”,


permitiéndonos solamente la socialización como objetos de y para
consumo.35

Una de las primeras y más sencillas manifestaciones en contra de los imperativos

de belleza se publicó en el diario La Opinión. Se trató de un volante titulado con

ironía “La reina del hogar” en el que se retrataba a una mujer intentando cocinar,

atender el teléfono y cuidar a sus tres hijos, mientras que la televisión le ofrecía una

crema para ser una “mujer sexy”. 36

Por su parte, el MLF, en el segundo número de Persona, publicó algunos apuntes

orientados a explicar la operación y las consecuencias en la vida de las mujeres del

proceso de “cosificación de la mujer”.

35
“¿Por qué Persona?”, Persona, año 1, n 1, octubre 1974, p 1.
36
En el corto de María Luisa Bemberg, El mundo de la mujer (1972), resultado de una actividad de
UFA en ocasión de la exposición que se realizó en “La Rural” orientada a la población femenina.
Bemberg filma el brindis de apertura, que reúne en celebración a empresarios y curas, mientras una
voz en off lee el catálogo de invitación a la feria rezaba: “Un universo que sólo piensa en usted… las
firmas más importantes del país trabajan por y para usted, su destinataria más importante. Las
inquietudes, las curiosidades, las aspiraciones, los problemas y los sueños femeninos. Femimundo
cambiará algo en su vida. Feminundo S.A. realiza la primera muestra internacional ‘La mujer y su
mundo’. Todo lo nuevo que se produce en el país, modas y elegancia, belleza, cosmética,
alimentación, artículos del hogar. Femimundo S.A. en base a profundos estudios y experiencias,
realiza esta muestra dirigiendo sus intereses y apelando al más poderoso factor de consumo de la
época actual: la mujer.”

19
Cosificar: hacer cosa. Esto es: proyectar la mirada -mental y después
físicamente- sobre “eso” que viene denominándose mujer, para
convertirla en cosa y tratarla como cosa y no como persona. 37

La “mujer-cosa”, sostiene la nota, le garantiza al varón “placer -meramente visual la

mayoría de las veces-” y la posibilidad de despojarla “de su dignidad y de sus

vestiduras”. Haciendo una adaptación de la propuesta beauvoiriana en la que el Otro

que es la mujer se constituye en el espejo invertido del varón que le devuelve una

imagen desmedida de sí, la nota sostiene que “la mujer cosa es objeto de su [la del

varón] confortabilidad mental”.38 Aunque la nota también se ocupa del efecto de

cosificación de las mujeres por y para las mujeres mismas.

LA MIRADA DE LA MUJER MISMA, que acepta –más o menos


concientemente- contemplarse con esas lentes de que la han provisto
la sociedad y el varón. La mujer se cosifica para convertirse en la
mercancía que, en un sentido amplio, reclama el mercado.39

La nota finaliza con un llamado a las mujeres a que abandonen el lugar de “cosa” y

devengan “persona”, en sus propias palabras, que asuman “el riesgo de convivir con

personas frente a la tentación –con olor a cementerio- de coexistir cosificada entre

otros”.40

Que los medios masivos de comunicación endiosaran a la figura femenina, que la

hicieran una cosa-bella no era otra cosa que vestir con nuevas y lujosas ropas al

sexismo, que en otras épocas las confinaba exclusivamente al ámbito domestico y

al recato. La producción de ese precioso-objeto-mujer era efecto de los poderes

biopolíticos por los cuales las mujeres eran interpeladas a sostener prácticas
37
“La cosificación de la mujer”, Persona, año 1, nº 2, noviembre de 1974, p 13. Recordemos que la
revista lleva de título Persona porque, según explican en una nota, es un estatuto que les es negado
a las mujeres, quienes son o madres u objetos. Asimismo, es interesante señalar cómo este pequeño
fragmento da cuenta breve y claramente del carácter productivo de los discursos/miradas,
sosteniendo la mirada ‘mental’ se torna ‘después’ física, se encarna en los sujetos.
38
“La cosificación de la mujer”, Persona, año 1, nº 2, noviembre de 1975, p.13.
39
“La cosificación de la mujer”, Persona, año 1, nº 2, noviembre de 1974, p 13.
40
“La cosificación de la mujer”, Persona, año 1, nº 2, noviembre de 1974, p 13.

20
rituales, materiales, consideradas de sometimientos y pasividad para la

autoproducción (trágicamente imperfecta) de cosita-bella. Las feministas se des-

identificaron, se descentraron, se volvieron excéntricas respecto de aquellos

poderes a ideología y entendieron necesario denunciar la operación de construcción

de la mujer-objeto y apuntar a la (auto)generación de mujeres-personas.

Otro tópico sobre el que las feministas procuraron trabajar discutiendo con los
discursos modernos massmediáticos fue la maternidad. Por aquellos años se
transitó un nuevo paradigma en la crianza, estimulado por la difusión de la teoría
psicoanalítica del desarrollo, que suponía el ingreso (inédito) de los padres al
ejercicio de los cuidados de los/as niños/as pero simultáneamente exigía una
duplicación del trabajo de las mujeres respecto del de sus madres (incluso si eran
acompañadas por el padre en el menester). La maternidad se convirtió en una
actividad demandante, que combinaba ‘el instinto natural de madre’ con la
necesidad de educarse para ser una buena madre (Cosse, 2010).

Este desafío requería abandonar las enseñanzas tradicionales –y


con ellas los consejos de las abuelas- para incorporar al experto
(psicólogo o pediatra) sin el cual la madre carecería de la guía
científica y moderna que necesitaba la crianza (Cosse, 2010:167).

La retórica de la maternidad moderna saturó también los medios masivos de la


mano de figuras como la de Eva Giberti y sus columnas de diarios y revistas, luego
compiladas en Escuela para Padre, libros best sellers que se vendían no solo en
librería sino, especialmente, en quioscos de revistas. Los padres modernos eran
tema de altas ventas. En este contexto, las feministas declararon que el mito de la
maternidad constituía el obstáculo ideológico más importante para la liberación de
las mujeres, en la medida en que la lucha de las feministas estuvo orientada hacia el
devenir persona de las mujeres, un devenir en el sentido de una ausencia de
dependencia del varón y en la posibilidad de un desarrollo personal y autónomo.
Señalaban en el quinto número de Persona:

La maternidad es una dimensión más de una persona pre-existente,


la mujer, que tiene el derecho de desarrollar su inteligencia.[…] Las

21
feministas no somos una asociación de mujeres contra la maternidad
sino que nuestra lucha por la liberación apunta a desmitificar la
maternidad y liberar a la mujer de su explotación como madre. 41

En el primer número de Persona se publicó la contundente frase “En nuestra


sociedad si una mujer no es madre no es nada, si una madre no es nada a nadie le
importa”42. Las feministas querían ser algo más que madres. De modo que contra
una maternidad hiperestimulada por los medios masivos, las feministas opusieron
sus voces y sus experierncias. El cuento de hadas de madres felices no había
funcionado a ninguna de las feministas. Desde sus experiencias personales, la
mayoría de las heterosexuales eran madres y desarrollaban una maternidad
alternativa a la hegemónica (de mujer joven, “bien” casada, amorosa y sexy). Ellas
habitaron en la marginalidad de ese modelo de maternidad o porque no contaban
con parejas o porque no disfrutaban de ser simplemente una madre. Las feministas
batallaron contra los poderes biopolíticos que buscaban hacer de ellas mujeres
modernas (bellas) y maternales.

Finalmente, otro tema que ocupó de un modo central a la militancia feminista y la


enfrentó a ciertos discursos modernos massmediáticos, fue la sexualidad. Los años
sesenta y setenta fueron el escenario de la llamada revolución sexual. La misma no
se circunscribió a una transformación concreta en las relaciones sexo-afectivas de la
población, tampoco a la aparición comercial de la famosa “píldora” (pastilla
anticonceptiva), la revolución sexual implicó fundamentalmente la circulación
massmediática de discursos obsesionados por hablar de sexo (moderno). El sexo
moderno suponía el abandono del mandato de la reproducción como primer y único
fin del mismo, y lo reemplazaba por el mandato del placer. La sexualidad moderna
debía de ser placentera, orgásmica. Y, nuevamente, fue la “renovación periodística
[la que] colocó a la sexualidad en primer plano y la convirtió en un campo de batalla
de la modernización cultural” (Cosse, 2010: 87). 43

41
“El mito de la maternidad”, Persona, año 2, nº 5, 1975, p.9.
42
Persona, año 1, nº 1, octubre 1974, p.26.
43
Puede imaginarse que gran parte de esta revolución sexual estuvo afectada por el impacto de los
revolucionarios trabajos de William Masters y Virginia Johnson. Esta pareja de sexólogos
norteamericanos continuaron y profundizaron las líneas trazadas por Kinsey. El texto Human Sexual
Response se tradujo y llegó a Buenos Aires en 1967, sólo un año después de su aparición en los
Estados Unidos. Lo mismo pasó con Human Sexual Inadequacy (resultado de un emprendimiento
algo distinto -pero relacionado con el texto recién citado- cuyo objetivo no era sólo estudiar la
sexualidad sino más bien aportar soluciones a las parejas) que se tradujo y se publicó aquí en 1972,

22
Pero en las páginas de revistas y en la pantalla de la tevé los convocados a hablar
sobre el sexo moderno fueron los discursos científicos (de divulgación) del
psicoanálisis y la sexología; ambos bien acogidos en la ciudad porteña (Plotkin,
2003 [2001]). El leguaje psicoanalítico se convirtió en la lingua franca que hablaban
las revistas para hablar de sexualidad, cuando no convocaban a un sexólogo como
Florencio Escardó para escribir en sus columnas. 44 Cada uno de estos discursos
(psicoanálisis y sexología) constituyeron una scientia sexualis (Foucault,
2002[1976]) es decir, como un discurso que establecía un régimen (propio) de lo
que debía considerarse normal y de lo que debía entenderse como patológico.
Como el eje central de la sexualidad moderna estaba puesto en el desarrollo de una
sexualidad orgásmica, pronto, la sexualidad de las mujeres (supuesto histórico
sujeto marginado de estos placeres) se convirtió en obstáculo para el desarrollo de
la misma y obsesionó a muchos/as. Se produjo, entonces, una marcada atención
sobre el placer femenino que no tardó en producir fantasmas. Un rumor recorrió las
revistas, los libros de divulgación, la televisión, etc.: ‘las mujeres están deseosas de
placer, pero la mayoría de ellas no consiguen experimentar un orgasmo’.
Paulatinamente, la (no tan novedosa) figura de ‘la mujer frígida’ adquirió gran
trascendencia social y mediática. Y sobre ella, se lanzaron tanto el discurso
psicoanalítico de divulgación como la sexología de divulgación, ambos desarrollando
caminos diferentes para su superación.45
Las feministas acusaban a estos discursos, especialmente al psicoanalítico, de
invisibilizar, cuando no patologizar, al clítoris en búsqueda de un placer sexual
vaginal. Mientras que el discurso de la sexología permitía la aparición del orgasmo
clitoriano, sin embargo, circunscribía la sexualidad (de varones y mujeres) a sus
parejas heterosexuales, lo que lesionaba la autonomía sexo-eróticas de las
feministas (algunas de ellas eran lesbianas, otras no estaban en parejas y otras
tantas tenían parejas no felices).46
sólo dos años después de su publicación en norteamérica
44
Florencio Escardó fue columnista de Primera Plana para dar tratamiento a las cuestiones de
sexualidad que eran un tema que interesaba especialmente a dicha publicación. A igual que su mujer,
Eva Giberti, escribió el primer libro manual de sexología en Buenos Aires Sexología para la Familia
(1961) y vendió 23.000 ejemplares en menos de tres años. Con menor suerte editorial, pero orbitando
en el mismo discurso renovador, cabe destacar el libro de divulgación de Julio Mafud, La revolución
sexual Argentina.
45
Un desarrollo detallado de los diferentes caminos que propusieron y la sexología y el psicoanálisis
de divulgación lo ha quedado expuesto en mi tesis doctoral (Trebisacce 2014).
46
El feminismo local de los años setenta no militó en torno al lesbianismo. El clima social era muy
reticente a las sexualidades disidentes pero también había una convicción entre las feministas que
era irrelevante el objeto del deseo en sus luchas. La lucha feministas se le presentaba como más

23
Las feministas, aliadas con los varones homosexuales del Frente de Liberación
Homosexual (FLH), procuraron denunciar la invisibilización del clítoris y del año
como centros de placer, por un lado, y, por otro, los mandatos heteronormativos que
regían a la sexualidad moderna de entonces. Feministas y varones gays lucharon
por otra economía de los placeres.47
Recuerda Marta Miguelez:
Me parece interesante, como valor histórico, es que cuando íbamos
a las conferencias sobre sexualidad –estamos hablando del 72 al 74
más o menos- el clítoris no existía. El orgasmo era vaginal en las
mujeres. El clítoris no existía. Entonces cuando nosotras los
mirábamos “perdón doctor” saltaba una, Hilda Rais era impecable en
eso con el tono de vocecita siempre así encantador, “yo no sé pero
a mí me dijeron que el centro orgásmico es el clítoris, ¿puede ser? 48

Las feministas también procuraban la socialización de saberes en torno al placer


clitorial y masturbatorio, es decir, no-vaginal y autónomo. Testimoniaba Susana Sías
Moreno de MLF.
¿Qué descubro con el feminismo? Ya te digo lo más importante, el
poder del orgasmo que tenemos las mujeres. Descubro que
nosotras no tenemos límites, que el límite es de los tipos, que
podemos fifar todo lo que se nos ocurra. Bueno, fue un
descubrimiento tremendo.49

Marta Miguelez también recuerda que la masturbación femenina, a diferencia de la


masculina, era un tema tabú entre tanto discurso sobre sexo. De modo que en la
UFA se promovía algunos “ejercicios” (que realizaban en sus casas las interesadas)
para el desarrollo del conocimiento del cuerpo, específicamente del clítoris, y con él
de autoplacer.
Las feministas pelearon con los poderes biopolíticos encarnados en los discursos
massmediáticos del psicoanálisis y la sexología que las producían como mujeres

radical. Evidentemente los escritos de Monique Wittig todavía no habían tocado estas tierras o no
había llegado a manos de las feministas, al menos.
47
En mi tesis doctoral explico más al detalle en qué sentido se produjo esta lucha en conjunto y,
también, cuáles fueron diferencias que entre unos y otras existieron.
48
Entrevista realizada por la autora, julio de 2009. No es un dato ocioso señalar que las feministas y
los militantes del FLH se enteraban de la realización de este tipo de conferencias a partir de su
divulgación en los medios masivos de comunicación. Por aquellos años las conferencias sobre
sexualidad eran un furor que hoy cuesta imaginar. Las salas de los teatros del centro de la ciudad
tenían una o dos charlas al mes bajo esta temática. Tampoco es un dato ocioso señalar que las
feministas y los militantes del FLH se conocieron a partir de la convocatoria que lanzó la revista
moderna 2001 a sus lectores/as para discutir sobre sexualidad.
49
Entrevista realizada a Susana Sías Moreno por la autora, noviembre de 2009.

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frígidas o vaginales y dependientes del varón. Ellas, en cambio, procuraron devenir
mujeres modernas clitorianas y onanistas.

Conclusiones

La militancia feminista porteña de la primera mitad de la década del setenta tuvo


características particulares que la diferenciaron de las militancias políticas (en el
sentido restringido del término) de aquellos años, orientadas de algún modo a la
lucha en torno al poder estatal. La militancia feminista, por el contrario, estuvo
dirigida a dar una batalla en el campo cultural que se desplegaba en las páginas de
las revistas y en la pantalla de la televisión, en el marco de la renovación
periodística que propició la modernización sociocultural de aquellos años. Es
importante dar cuenta de estas características, que han resultado tan huidizas en
los análisis existentes, porque son la condición de posibilidad para poder
comprender aquella experiencia.
La revolución simbólica que procuraron realizar las feministas comenzaba en ellas
mismas, en un trabajo sobre sí al que se abocaron en los grupos de concienciación.
Cierta orfandad teórico-progamática del feminismo de aquellos años les permitió
ensayar esta experiencia. Los grupos de concienciación trabajaban sobre las
experiencias de las propias mujeres incómodas, críticas o excéntricas de los
discursos modernos que les hablaban y las hablaban (hablaban en su nombre). Las
feministas buscaron cuestionar los discursos modernos que las interpelaban
produciéndolas (biopolíticamente) como mujeres modernas, cositas-bellas, madres,
de orgasmos vaginales propiciados por sus parejas varones.

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