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Dirigidos por el Espíritu Santo

Muéstrame, oh Jehová, tus caminos; Enséñame tus sendas.


Encamíname en tu verdad, y enséñame, Porque tú eres el Dios de mi salvación;
En ti he esperado todo el día.
Salmos 25:4-5

Introducción
Somos acosados constantemente por el enemigo para desviarnos mediante el consejo de los malos.
Hemos sido sabios en nuestra propia opinión, olvidándonos que tenemos un Dios y Salvador que busca
hablarnos y dirigir nuestra vida. Si las cosas no marchan bien en nuestra vida, es porque hemos olvidado
la dirección de Dios (Prov. 3:1-2). Hoy analizaremos cómo hacer para recibir esa dirección basados en
David.

1. El deseo y la dependencia de ser dirigidos.


A pesar de nuestras capacidades humanas, debemos ser conscientes de que somos seres limitados;
somos seres débiles pero transformados por Dios. Es nuestro espíritu quien siempre desea a Dios (“el
espíritu está dispuesto, pero la carne es débil” Mateo 26:41); es preciso entonces dar lugar a nuestro
espíritu para que exprese:
a. Nuestro deseo de Él. A través de:
i. Las palabras, los cantos, la lectura, los ayunos (“Mi alma tiene sed de Dios, del
Dios viviente” Sal. 42:2 / “A ti extiendo mis manos; pues me haces falta, como el
agua a la tierra seca” Sal. 143:6)
ii. Levantar nuestro corazón a Él. Dirigiendo nuestra oración a Él. (“En la noche te
desea mi alma, en verdad mi espíritu dentro de mí te busca con diligencia” Is.
26:9b)
b. Nuestra dependencia de Él. Que como David…
i. No confiemos en nosotros mismos ni en ninguna otra criatura (“Fíate de Jehová
de todo tu corazón, y no te apoyes en tu propia prudencia” Prov. 3:5).
ii. Declaremos: “No seré avergonzado de ésta confianza que he puesto en Ti”

2. Pedir ser dirigidos por Dios.


Cuando deseamos algo de este mundo, somos muy constantes, casi implacables. Cuánto más debemos
solicitar constantemente a Dios: “Enséñame…
Los caminos por los que vienes hacia mí.
a. Tus caminos. Un camino de bondad, de justicia (“Bueno y justo es el Señor; por eso le
muestra el camino a los pecadores” Sal. 25:8), de sanidad (“Habrá allí una calzada, que
será llamada Camino de Santidad. No viajarán por ella los impuros, ni transitarán por
ella los necios; será solo para los que siguen el camino” Is. 35:8)
b. Tus sendas. Los elementos que nos llevan a la santidad. (“Subamos a la casa de Jehová
y nos enseñará sus caminos y caminaremos por sus sendas” Is. 2:3)
Los caminos por los que quieres que yo vaya a Ti.
c. Tus designios. Plan, propósito o intención para realizar algo (“Jehová cumplirá su
propósito en mí” Sal 138:8)
d. Tus preceptos. Mandato impuesto por una autoridad (“Si me amáis guardar mis
mandamientos” Juan 14:15)
e. Tus promesas. Confiar en las promesas de Dios:
i. Nos acerca a Él.
ii. Aumentan nuestra fe (“Reconoced con todo vuestro corazón y con toda
vuestra alma que las buenas promesas de Dios no han dejado de cumplirse
al pie de la letra. Pues todas ellas se han hecho realidad” Jos. 23:14)
iii. Nos dan vida.

3. Abrir nuestros sentidos y mente para ser dirigidos.


Vivimos en un mundo que necesita dirección, pero el mundo la busca en los horóscopos y adivinos.
Usted y yo como cristianos debemos buscar la dirección de Dios:
a. A través de la palabra escrita. Escudriñar, investigar, entender, vivir (“La exposición de Tus
palabras nos da luz, y da entendimiento al sencillo” Sal. 119:130)
b. A través de sueños y visiones. Éstas vienen cuando:
a. La mente está limpia de impureza (“llevamos cautivo todo pensamiento para que se
someta a Cristo” 2 Co. 10:5b)
b. Renovamos nuestra mente. (“Renovaos en el espíritu de vuestro entendimiento” Ro.
12:2)

Conclusión

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