Você está na página 1de 3

Daré comienzo a un día más.

El reloj marcaba las 2:37 a.m. ¿Qué estaba haciendo? ¿Existía algún motivo para
estar despierto a tal hora de la madrugada? No tenía certeza alguna, ni siquiera
lograba encontrar una razón válida que justificara el hecho de continuar “viviendo”;
quizá mi única tarea consistía en respirar, observar, callar y mantener todo
pensamiento oculto. A nadie le importaba aquello que tenía lugar en mi mente y, de
igual forma, tampoco contaba con la opción de compartir mis ideas; esta era la
principal regla de la villa.
La villa era ese repugnante lugar en el que todos fingían llevarse bien. El ambiente
era de lo peor, simplemente así, ni una palabra más por agregar. Salir a las calles
implicaba enfrentarse a las miradas de todo hombre que por allí rondara, a sus
comentarios y a sus actitudes. Pero, esto no era todo… Los habitantes de la zona
eran sometidos a las reglas de la comunidad “El hombre es el eje del universo”.
Aquel conjunto de personas implantaba la idea de que el ser humano lo era todo, y
por esa razón, seguir sus órdenes era una obligación.
Antes de avanzar con el relato de lo que acostumbraba a llamar “vida”, es importante
conocer las reglas de las que estoy hablando.
1. A nadie le es permitido hablar de un tema particular en una conversación que
se centre en nuestro gran Dios.
2. Para Dios no está bien pensar diferente, todos deben seguir el orden tal como
él lo desea.
3. El único libro permitido dentro de la villa es el Gran Discurso de Dios. Eduque
a sus hijos de la manera correcta con esta gran guía de sabiduría pura.
4. Traicionar a la comunidad (El hombre es el eje del universo), implica una
expulsión permanente del pueblo.
5. No portar los elementos que nos identifican (brazalete y cadena) es motivo
suficiente para una expulsión temporal (5 años).
Sí, este era su estúpido reglamento; Dios aquí, Dios allá, Dios en todas partes.
Las horas habían pasado con rapidez, al parecer, pensar un poco en la realidad
conllevaba a perder la noción del tiempo.
6:29 a.m., era momento de levantarse y disipar un nuevo día. ¿Cuáles eran mis
planes aquella mañana?, seguramente los mismos de toda la semana. Asistir a la
iglesia era lo primero, si allí me asignaban alguna tarea, debía cumplirla durante un
lapso de 24 horas; si me permitían estar en “libertad” debía ir a la casa de mi abuelo
para cuidar de él mientras reposaba sobre su cama.
Saliendo de la iglesia sin responsabilidad alguna, caminé directo al lugar donde se
encontraba el anciano. Cuando lo vi, supe que algo andaba mal, se veía destrozado,
como si estuviese a punto de dar un último suspiro. Me acerqué lentamente y
pregunté qué era lo que pasaba, él, con gran esfuerzo logró responder: “creo que
Dios quiere llevarme consigo al paraíso, mi tiempo en la Tierra ha culminado”. Al
escuchar esas palabras, no pude evitar responder con ira que Dios no existía, que
todo lo que la comunidad ordenaba era completa basura, que necesitábamos
libertad y que era tiempo de luchar. Mi abuelo, asombrado por mis palabras, tomó
mis manos y me observó fijamente. “No eres el único ser en la villa que cree en
aquella teoría, yo también lo hice alguna vez, pero el desenlace de mi historia no
terminó muy bien.”; sus palabras fueron sinceras, sin embargo, no podía confiar
completamente en ellas, ya que aquí, hasta tus propios padres podían hacer que tu
vida terminara en cuestión de segundos.
Tenía un montón de interrogantes en mi cabeza, quería preguntar qué había
ocurrido, así que me armé de valor y lo hice. El hombre sobre la cama me señaló
un libro en la estantería, fui por él y cuando lo tuve en mis manos escuché que decía:
“léelo con mucha atención, no le comentes a nadie de su existencia y cuídalo.”
Cierto temor recorría mi cuerpo, necesitaba llegar a casa pronto y estar tranquilo,
desahogarme, como cada noche lo hacía. Una
vez estuve en mi habitación, tomé asiento en el sillón y empecé la lectura. Al inicio,
me resultaba extraño leer lo que tenía en manos, pero con el pasar de las páginas,
sentía que mis pensamientos se reflejaban allí, que ese deseo de libertad y voluntad
propia se apoderaba de mi ser.
Había pasado toda la noche viendo cómo nos cegaban ante la verdadera realidad,
la vida a disfrutar. Ese libro contenía datos que le permitieron a mi mente liberarse,
necesitaba demostrar mi inconformismo, pero antes de ello, era importarte
comentárselo al abuelo. Salí de casa con prisa, noté que la gente me observaba
como si de un bicho raro se tratara, no me importaba, hoy era un día nuevo, un
auténtico día, un día en el que todo a mi alrededor cambiaría.
Me encontraba junto a mi abuelo, a punto de comentarle lo que tenía planeado
hacer, pero él se encargó de dar inicio a la conversación: “espero hayas aprendido
de ese libro lo que nunca debes hacer, por amor a Dios y a tu pueblo. La comunidad
te respeta y tú debes respetarla a ella, tal como todos los demás lo hacen. Lo que
leíste es una gran reflexión, espero…”; no permití que dijera una palabra más, sabía
que ese vil hombre me defraudaría, que ahora no podía permitir que me detuviera,
no lo necesitaba ya y lo mejor sería terminar con él.
“Dios está muerto y usted también lo estará”, esa frase salió de mi boca segundos
antes de introducir el puñal en su pecho, acción que repetí en tres ocasiones. Verlo
sufrir generaba satisfacción en mí, sentía liberación, como si mi paz interior
dependiera de ello. Al notar que el hombre ya no respiraba, tomé la cadena que
rodeaba mi cuello y me la quité con asco, para luego lanzarla sobre el cuerpo que
yacía sobre la cama.
Me dirigía a la plaza central con el puñal ensangrentado y manchas de aquel líquido
en el rostro. Mi objetivo era abrirle los ojos al montón de estúpidos que apoyaban
cada acto de “El hombre es el eje del universo”; sabía perfectamente que no sería
muy fácil lograrlo, sin embargo, tenía el valor para hacerlo y eso era suficiente.
Al llegar al destino en mente, quise protestar, pero ya era demasiado tarde, los
líderes de la comunidad estaban allí, junto a sus hombres de seguridad. Se
acercaron a mí y empezaron a golpearme, no permitiría ese trato, así que decidí
usar mis fuerzas para intentar huir de aquel lugar, acto que me fue imposible ya que
me encontraba rodeado por una decena de hombres.
Mi castigo fue definido, me expulsarían de la villa permanentemente.

Al caminar rumbo al umbral, la gente me lanzaba todo objeto que tuviera cerca,
mientras yo gritaba: “el hombre no debe vivir bajo opresión, el hombre debe
desarrollar su voluntad de poder, eliminar todo obstáculo que le impida alcanzar lo
que desea y no depender de nada más que de sí mismo. Reconózcanse
individualmente y aléjense del hombre común”

Fuera de esa terrible tierra, la vida es mejor, el individuo logra superarse y es capaz
de establecer sus propios valores, dejando atrás las tradiciones morales. Se enfoca
en buscar un estado de pureza y darle un camino propio a su futuro alejándose de
toda doctrina. Ese soy yo, el superhombre.

Você também pode gostar