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TRANSPLANTES DE ÓRGANOS Y BIOÉTICA

Chapter · September 2016

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Asuncion Alvarez del Rio


Universidad Nacional Autónoma de México
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TRANSPLANTES DE ÓRGANOS Y BIOÉTICA

Asunción Álvarez del Río,* Bertha Blum-Gordillo

(Álvarez del Río A, Blum-Gordillo B. “Transplante de órganos y bioética”, Gordillo


Paniagua G., Exeni R., De la Cruz J. (eds) Nefrología Pediátrica. Madrid,
Elsevier Science, 2009, 772-781.)

Introducción

El transplante de órganos es un tema típico de la bioética, entendida ésta

como el estudio sistemático, pluralista e interdisciplinario de las cuestiones

éticas surgidas de las ciencias de la vida y de las relaciones de la humanidad

consigo misma y con la biosfera.1 Su campo comprende los nuevos dilemas

éticos que surgen con los avances de la ciencia y la tecnología, pues al mismo

tiempo que estos ofrecen nuevas posibilidades de atención y curación,

introducen problemas inéditos e innumerables preguntas. Estas preguntas

surgen de la esencia ética del hombre que necesita establecer valoraciones

morales sobre las nuevas posibilidades de acción para determinar qué se debe

hacer dentro de todo lo que es posible hacer. El reto de la bioética es ofrecer

respuestas actuales, construidas a través de los principios éticos ya conocidos,

revisados a la luz de las nuevas situaciones. El transplante de órganos es una

posibilidad tecnológica que permite solucionar problemas médicos que antes

eran insuperables, pero plantea dilemas éticos diversos que antes no había por

qué considerar.

*
Maestra en Psicología Clínica, Doctora en Ciencias en el Campo de Bioética, Profesora e
Investigadora del Departamento de Psicología Médica, Psiquiatría y Salud Mental, facultad de
Medicina, UNAM. Secretaria General y Académica del Colegio de Bioética, A.C.
La bioética surge en un momento en que los movimientos sociales se

vuelven especialmente sensibles a las necesidades de salud de la población, por

lo que adquiere un fuerte impulso la defensa de los derechos civiles. La

sociedad se interesa cada vez más en la reflexión moral que determina lo

adecuado y justo de los avances científicos y tecnológicos de la medicina. Por

ello, la bioética es un saber interdisciplinario que se nutre de las aportaciones de

diversas especialidades como son el Derecho, la Sociología y la Psicología, por

citar algunas, además de la Medicina, Teología y Filosofía que tradicionalmente

se habían ocupado de la ética médica.

Cuando el “milagro médico” del transplante de órganos se hizo realidad,

hace poco más de 50 años, las perspectivas de atención se revolucionaron,

particularmente para el paciente con insuficiencia renal.2 Este logro conmovió a

la sociedad, que vio nuevas esperanzas para salvar y mejorar la calidad de vida

de muchas personas. Pero la capacidad médica para modificar los límites de la

vida y la muerte también implica responsabilidad y fue necesario revisar los

principios de la ética médica para ver cómo se enmarcaban en ellos los distintos

aspectos que involucran un transplante.

Se ha avanzado mucho desde que se realizó el primer transplante de

riñón en 1954, gracias al perfeccionamiento de las técnicas quirúrgicas, a un

mayor conocimiento del sistema inmunodepresor y a una mejor preservación de

los órganos. Aunque el transplante de riñón sigue siendo el más frecuente,

también se realizan con éxito transplantes de hígado, corazón, pulmón y

páncreas y recientemente se logró con éxito el primer transplante parcial de


cara.3 Un adelanto muy importante fue lograr que los transplantes también

pudieran hacerse con órganos de cadáveres y no sólo con donantes vivos como

se hacía en un principio. Para ello fue necesario establecer un nuevo criterio de

muerte que permitiera contar con órganos vivos para transplantar, pero que

fueran tomados de un individuo que ya no los necesitara. Así surgió el concepto

de muerte cerebral después de intensos debates y reflexiones que, en realidad,

no han concluido.4

El presente capítulo se ocupa de la bioética de los transplantes en un

sentido general, más que de los trasplantes renales en el campo de la pediatría.

Abarca una serie de reflexiones y problemas que forman parte de la literatura

bioética sobre el tema, pero haciendo algunas referencias pertinentes a lo que

sucede en México.

Bases y principios éticos

Los dilemas morales que es necesario resolver cuando se toman

decisiones relacionadas con los transplantes de órganos y tejidos varían en cada

situación en función de diversos factores, tales como el tipo de donante, el

contexto histórico, familiar y social y, finalmente, los riesgos y beneficios

calculados para el receptor y el donante vivo. Las distintas partes de un

transplante incluyen la decisión personal de donar un órgano, el diagnóstico de

muerte (en caso de que sea donador cadavérico), la obtención de los órganos, la

adjudicación de estos (que siempre son escasos con relación a los pacientes
que esperan recibir un órgano). Todas ellas deben apegarse a los principios

éticos que sustentan toda intervención médica.5

Para aproximar el tema, conviene hacer el recorrido desde su origen y

entender la inquietud que despertó un tratamiento tan revolucionario como lo fue

en su momento el transplante de riñón. Como señala Diego Gracia, no hay que

olvidar que entonces extraer un órgano a una persona sana se consideraba una

mutilación, acción que era considerada como delito. Por tanto, la discusión ética

más importante en los años cincuenta se dio alrededor de este tema y

corresponde a lo que este bioeticista llama la “ética de la mutilación”. 6 Había que

ver si moralmente podía justificarse quitar un órgano a una persona viva y sana

para dárselo a otra y, de responder afirmativamente, bajo qué condiciones.

La primera vez que se realizó un transplante de órganos se consideró que

era una intervención éticamente correcta porque cumplía una serie de

condiciones: a) era la única opción terapéutica para salvar la vida de un enfermo

con insuficiencia renal terminal; b) la preparación del equipo médico garantizaba

grandes probabilidades de conseguir un resultado satisfactorio; c) la relación

entre donante y receptor, gemelos homocigotos, aseguraba la aceptación

inmunológica; d) la información disponible de pacientes con nefrectomías

unilaterales permitía anticipar que no habría perjuicio mayor para el donante ya

que la función del riñón perdido quedaría compensada; y e) se contaba con el

consentimiento del receptor, del donante y de sus padres, todos los cuales

habían sido ampliamente informados de los riesgos e implicaciones del

transplante.7
Estas condiciones cumplen los tradicionales principios de beneficencia y

no maleficencia que han guiado la ética médica durante siglos. A partir de una

óptima preparación científica y técnica, y de contar con la información adecuada,

se busca el mayor beneficio posible del paciente y el menor daño, tanto a éste

como al donante. Con esto se puede advertir algo característico en la reflexión

bioética: las resoluciones se toman asumiendo que los principios pueden entrar

en conflicto y es necesario dar preferencia a unos sobre otros de acuerdo al

contexto. En el caso examinado, se reconocer que la intervención implica cierto

daño cuyas consecuencias se valoran para decidir finalmente si la acción se

justifica por el beneficio que se obtiene.

Pero en la discusión ética de los años cincuenta, no sólo se trató de

comparar el beneficio para el receptor frente al daño para el donante. Fue

necesario apelar al principio de altruismo para justificar que una persona

consintiera en que se le realizara lo que no dejaba de ser una mutilación y se

determinó que debían cumplirse dos condiciones: que la donación fuera de un

familiar y que fuera por afecto y no a cambio de dinero.6

Otro principio que de la mayor importancia en la situación analizada es el

principio de autonomía, que establece que debe respetarse la voluntad del

paciente mientras esté capacitado para entender y tomar decisiones. Este

reconocimiento es un logro reciente en el ejercicio de la medicina y representa

un cambio significativo frente a una práctica paternalista que consideraba al

médico como el único capaz de determinar lo que era bueno para el enfermo.

Ahora se admite que la realidad es más complicada de lo que uno quisiera y que
los efectos benéficos de un tratamiento pueden traer también efectos

indeseables, razón por la cual el criterio del médico puede entrar en conflicto con

el del paciente cuyas decisiones deben ser respetadas porque finalmente se

trata de su cuerpo.

El caso del niño no tiene por qué ser una excepción: si bien las decisiones

son responsabilidad de los padres (sobre todo desde el punto de vista legal), el

consentimiento o la objeción de los niños involucrados, como receptores o

donantes, son elementos que no pueden ignorarse. Si bien no se espera que un

niño razone como un adulto y se sabe que su capacidad para tomar decisiones

está en desarrollo, se considera deseable que los padres y médicos hagan todo

lo posible para decidir con el niño y no por el niño. Además, debe tenerse en

cuenta que no sólo los niños tienen limitaciones para responsabilizarse;

cualquier paciente se siente de alguna forma vulnerable a causa de su

enfermedad, lo cual puede hace que su autonomía disminuya, situación que es

importante que los médicos tengan presente para no descuidar los otros

principios de beneficencia y no maleficencia.

Si añadimos el principio de justicia, nos encontramos con los cuatro

principios que han sido una referencia fundamental para la reflexión bioética

desde finales de los setenta: autonomía, beneficencia, no maleficencia y justicia.

El último principio se refiere a la distribución equitativa del tiempo y los recursos

para atender la salud de todos los miembros de la sociedad. No fue necesario

considerarlo en el primer transplante, pero es fácil suponer lo difícil que puede

resultar cumplir con este criterio, cuando se trata de un bien tan escaso en una
sociedad con grandes deficiencias en la distribución de los servicios de salud. La

concepción de los cuatro principios se plasmó en la obra de Tom Beauchamp y

james Childress.8 Aun cuando ha sido criticada, se le reconoce el mérito de

aportar un mínimo de lenguaje moral compartido y más que esperar que

funciones como un compendio de reglas, hay que tomar esta aportación como

una herramienta que ayuda a tomar decisiones con bases éticas.9

Puesto que los principios no se pueden jerarquizar en orden de

importancia, cuando entran en conflicto hay que identificar cuál adquiere

relevancia sobre otro de acuerdo a la situación. Si uno de los principales

problemas del transplante de órganos es la desproporción entre la excesiva

demanda y la escasa disponibilidad de órganos, parece imposible evitar la

desigualdad, pero constituye un gran reto establecer criterios lo más justos

posibles para seleccionar a los receptores.

En primer lugar, hay que rechazar cualquier forma de elitismo que

favorezca a los más ricos y prive a los más pobres de la oportunidad del

transplante.10 Sin embargo, hay que reconocer que el problema de la

desigualdad tiene causas sociales muy complejas y se manifiesta en muchos

aspectos de la atención médica. Quienes tienen mayor poder adquisitivo suelen

ser los primeros (a veces los únicos) en tener acceso a los avances médicos y

tecnológicos, pero es responsabilidad de los gobiernos y de los organismos

internacionales disminuir estas diferencias lo más posible para que cualquier

enfermo que necesite un órgano pueda formar parte de una lista de espera de

acuerdo a criterios médicos precisos. Estos son la gravedad del receptor, la


oportunidad del transplante, el beneficio esperado y la compatibilidad con el

receptor.

Las consideraciones éticas sobre el transplante de órganos se guían por

los cuatro principios básicos enunciados, pero es necesario considerar otros

problemas que plantea la realidad.

Entre la esperanza y la desesperanza. El problema de la escasez

El importante avance científico y tecnológico que hizo posible utilizar

órganos provenientes de cadáveres, así como la revisión médica y ética que

llevó a considerar la muerte cerebral como criterio de muerte del individuo,

significó una gran esperanza, pues permitía evitar los inconvenientes inherentes

a los transplantes de donador vivo y se esperaba que solucionara el problema

de la escasez de órganos. Sin embargo, aun cuando se pueden disponer de

más órganos ahora, la esperanza no se ha cumplido pues la donación de

órganos de cadáveres es mucho menor a lo que se requiere y, hay que decirlo, a

la que podría ser. Todavía son pocas las personas que en vida deciden donar

sus órganos para que sean utilizados después de su muerte y pocos los

familiares que autorizan la donación de órganos de un pariente fallecido, incluso

cuando éste así lo estableció en vida.

Ante el problema que representa la escasez de órganos, algunos países

han sustituido la política del consentimiento expreso del donante por la del

consentimiento tácito. Con este último se supone que existe autorización de la

persona fallecida para utilizar sus órganos, a menos de que en vida haya
formulado expresamente lo contrario. De acuerdo al artículo 324 de la Ley

General de Salud, en México también aplica el consentimiento tácito del

donante, pero está condicionado a que los familiares aprueben la donación.5

Esta política parece haber funcionado en algunos países de Europa, en

donde se ha dado una gran difusión al problema y, por lo tanto, existe un

consentimiento fundamentado en el conocimiento y la reflexión del donante. Sin

embargo, todavía no puede decirse que sea el caso en muchos países de

América Latina en donde, a pesar de que se ha buscado crear una mayor

conciencia del problema, no se le ha dado una difusión suficientemente amplia y

permanente. Desde el punto de vista ético, resulta cuestionable la aplicación de

la misma política porque cambia las reglas del juego y pretende hacer pasar

como voluntario algo que en principio no lo es, en tanto falta el conocimiento que

se requiere para ejercer la libertad y decidir. Quizá eso explica que en México, al

final se quite valor a dicho consentimiento y se condicione al de los familiares.

Para Robert Veatch, quien considera moralmente inaceptable la política

del consentimiento tácito, la solución está en ampliar las posibilidades para que

las personas den su consentimiento expreso mientras estén vivas. Para ello es

necesario promover que las personas se den el tiempo para pensar si quieren

participar en el proyecto de salvar vidas de otras personas mediante la donación

de sus órganos. Con tal fin, sería de utilidad que en los interrogatorios habituales

en las instituciones médicas se incluyeran preguntas sobre el tema.11 Sin duda,

plantea dificultades difundir información y favorecer diálogos que hagan pensar

en la propia muerte, pero no serían los primeros asuntos delicados y personales


que formen parte de las historias clínicas, pues de hecho se indaga sobre

sexualidad e ingresos económicos. En la medida en que se vuelva una

costumbre escuchar ese tipo de preguntas en tales ámbitos, estas se volverían

más aceptables.

A pesar de que la donación por parte de personas vivas conlleva el riesgo

de que presenten problemas físicos, ésta sigue siendo una opción debido a la

escasez de órganos de cadáveres. Por otra parte, tiene ventajas desde el punto

de vista médico y para muchas personas que sufren por el padecimiento de un

familiar, representa la oportunidad de ayudarlo de una manera muy real. En

México, como en muchos países, se consideraba que la donación en vida sólo

debía permitirse entre familiares para evitar su comercialización. Sin embargo,

en 2003, la Suprema Corte de Justicia de la Nación redactó una tesis en la que

declara anticonstitucional el requisito de una relación de parentesco o de

matrimonio o concubinato entre donante y receptor de órganos, pues priva del

derecho a la salud a quien puede recibir el órgano de una persona con quien no

tiene tal relación. En ella, consideró que los controles con que cuenta la

Secretaría de Salud son suficientes para garantizar la gratuidad de la donación

en estos casos.12

Ser donante

Una condición indispensable para llegar a pensarse como posible

donador después de morir es pensar en la propia muerte. Detenerse a

reflexionar en esto que finalmente es nuestro destino, puede ayudar a encontrar


respuestas que ayuden a vivir con todo el peso de la finitud. Serán respuestas

influidas por las creencias religiosas, por experiencias personales relacionadas

con la muerte, por el conocimiento sobre el tema y por innumerables

circunstancias.

Lo cierto es que en la época que vivimos se favorece muy poco esta

reflexión porque no tenemos mucho en qué apoyarnos o de quien

acompañarnos para hacerlo. Por ello, aunque sabemos que vamos a morir,

actuamos como si no lo creyéramos. Asumimos que la muerte es una realidad

para otros, para miles de personas, tal como nos lo informan los medios, pero

difícilmente pensamos en la muerte personal. La costumbre que existía en otras

épocas para hablar de la muerte se perdió, lo mismo que la posibilidad de

acompañar y ser acompañados para sobrellevar el temor y dolor que este

acontecimiento produce. Preferimos no pensar en la muerte y eso nos vuelve

torpes cuando tenemos que enfrentarla sin poder hacer esas cosas que estaría

en nuestras posibilidades hacer: acompañar, ofrecer consuelo, vivir el final de la

vida lo mejor posible. Y, ¿por qué no?, considerar la donación de órganos para

hacer posible que alguien pueda seguir viviendo.

Una segunda condición para llegar a considerarse donador es ser

conciente del problema de la escasez de órganos y sentirse afectado por ello.

Entonces se dan las condiciones para que ese acto de altruismo que es la

donación de órganos pueda tener lugar. Esta cualidad humana explica que un

individuo sea capaz de ofrecer una parte de su cuerpo por el bien de otro. Donar

un órgano es un regalo de vida en sentido material y simbólico porque se da


algo vivo de uno mismo y, con ello, la posibilidad de alargar la vida de otro. El

donante en vida lo ofrece a una persona querida a la que puede y desea ayudar,

aun a costa de sufrir molestias y arriesgar la propia salud. El individuo que

decide donar sus órganos después de muerto los ofrece a una o más personas

desconocidas que recibirán esa ayuda tan especial cuando él mismo ya no

pueda atestiguarlo. Sería difícil decir si vale más un acto que otro o si es más

altruista quien en vida se expone por alguien a quien quiere o quien destina una

parte de su cuerpo a quien ni siquiera conoce (si bien ya no tiene vida que

arriesgar). Los dos son actos de generosidad y son distintos a los que se dan en

situaciones de muerte inesperada por accidente en que se pide a los parientes

que consideren autorizar la donación de órganos de su familiar quien quizá

nunca pensó en ser donante; la generosidad en este caso sería de la familia.

¿Generosidad desinteresada? Quizá nunca es desinteresada y saber que

se puede ayudar a alguien aun después de la muerte proporciona satisfacción,

consuelo, un sentimiento de trascendencia o da cierto sentido a la muerte. En

todos estos casos, se busca el propio bien. Pero estamos lejos de esa situación

en que sea una mayoría de personas quienes busquen este tipo de bien, razón

por la cual no se pueden evitar aún muchas muertes por falta de órganos

disponibles.

Los límites del altruismo

El problema de la escasez de órganos se explica por diversas causas y

algunas de ellas significan algo alentador: la excelencia alcanzada por la técnica


del transplante produce más demanda de órganos, mientras que la oferta se ha

visto reducida por la disminución de la mortalidad en algunas enfermedades y

por las mejores medidas de seguridad que han reducido el número de muertes

por accidente automovilístico.13 Pero también es cierto que esta escasez se

explica en parte por los valores que se promueven socialmente. Al considerar el

contexto sociocultural de Estados Unidos, Thomas Shannon señala que el

individualismo que lo caracteriza, su sistema capitalista y el excesivo valor que

se da a la autonomía, han influido en que se pierda el significado personal y

social de regalar.14 En consecuencia, la comercialización de los órganos se

considera una opción para solucionar su escasez, en donde la ganancia

monetaria reemplazaría al altruismo. De esta forma, se confirmaría la prioridad

del individuo sobre la comunidad y se modificaría la relación entre donante y

comunidad por una de vendedor y cliente.

Este planteamiento se ha vuelto uno de los temas más controvertidos en

la reflexión bioética sobre el transplante de órganos. Esta discusión se refiere

principalmente a los órganos provenientes de cadáveres, pues la posición

predominante es descartar la posibilidad de comerciar con órganos de donantes

vivos, aun cuando existen países como India que permiten este tipo de

intercambio. Y el hecho de que algunos países tengan una regulación muy

deficiente o permitan la venta y compra de órganos, ha propiciado un fenómeno

muy preocupante para la Organización Mundial de la Salud: el “turismo del

transplante”. Con él, personas muy necesitadas económicamente anuncian sus

órganos en Internet, los cuales compran personas que cuentan con los recursos
económicos para conseguir, de esa forma, saltarse la lista de espera a que les

obliga la legislación de sus países. Los más beneficiados son intermediarios

que, mediante el comercio de órganos, lucran con la desesperación ajena. Si un

riñón cuesta en India entre 2,700 y 4,000 dólares, el donante recibe 1,100.15

En contra de la comercialización se ha dicho que la obtención de órganos

debe basarse exclusivamente en el reconocimiento de los valores del altruismo,

la comunidad y la solidaridad.16 Ésta es la posición que predomina en Europa,

en donde médicos como Michel Broker señalan que el cuerpo humano no debe

ser objeto de comercio y que hay una perversión al solicitar que se pague por

una mutilación, además de atentar contra el libre consentimiento cuando se

ofrece dinero a cambio de un órgano.17

En esta misma polémica es interesante la reflexión de Leon Kass sobre la

pertinencia de permitir y alentar la venta de órganos.18 Lo primero que aconseja

es entender por qué resulta tan ofensiva la propuesta de pago, reconociendo él

mismo sentir cierta repugnancia ante la idea de negociar con órganos.

Reconocimiento que aconseja tomar en cuenta en tanto el sentimiento de

repugnancia funciona como protección mientras no se tienen argumentos

suficientes para aceptar o rechazar una innovación, pero del que también hay

que saber distanciarse, ya que a un rechazo original muchas veces sigue la

aceptación.

Según Kass, lo esencial es analizar si el acto de vender un órgano es

voluntario, pues la condición de libertad es un elemento básico para justificar la

moralidad de la donación (como en el caso de la donación altruista, incluso


admitiendo que haya una obligación moral para decidir hacerlo). Se podría decir

que así como uno puede dar voluntariamente un órgano, también podría

venderlo de manera voluntaria, pero la duda surge al considerar que el dinero

quita libertad. De todas formas, lo más objetable de la comercialización para

este autor sería que derivara en un mercado que propicie la explotación de los

más pobres y débiles. Esto nos llevaría a localizar el origen del problema: lo

realmente deplorable es que existan condiciones de pobreza tan terribles que

obligan a algunas personas a vender sus órganos, incluso cuando están vivos.

En tales condiciones, cualquier discusión sobre la libertad es relativa, pues ésta

ya se ve reducida al límite por la pobreza. Cerradas todas las puertas, acaso la

venta represente una opción de salida. Sin embargo, es conveniente tener claro

que estamos frente a dos problemas diferentes: la escasez de órganos y la

extrema pobreza de las personas y cada uno de los cuales exige una solución.

Al revisar el argumento que afirma que existen cosas a las que no se les

puede asignar un precio por ser invaluables, Kass recuerda que el dinero ha

servido para poner precio por convención, incluso a elementos tan abstractos

como el tiempo que utiliza en pensar un economista un determinado asunto. Los

órganos también pueden tener precio y su carácter de invaluables podría

entenderse en el sentido en que se dice que algo vale más precisamente cuando

escasea frente a una muy elevada demanda. Pero para Ruth Chadwick éste es

precisamente el problema: con la venta de órganos se confirmaría la lógica de

que todo tiene un precio y quien tiene dinero puede obtenerlo todo, lo que

finalmente contribuye a aumentar la desigualdad y la injusticia.12


En esta polémica conviene diferenciar entre el pago por un órgano y la

compensación. Ésta podría darse de diferentes formas, como sería pagando los

gastos del funeral del donante y podría entenderse más bien como una muestra

de agradecimiento.19 Sin embargo, en tanto está pensada como una política de

incentivo a la donación, se puede perder la división entre lo que es pago y lo que

es compensación: ¿se dona por altruismo o para tener cubierto ese gasto?

Recientemente, en Holanda, en respuesta a la solicitud de mayor

cooperación en la donación de órganos por parte de la fundación más

importante en la atención de pacientes con enfermedad renal, una importante

funeraria ofreció una reducción en el costo de sus servicios a los familiares de

personas muertas que hubieran donado algún órgano. De esta manera

contribuían a cambiar la tendencia actual de la población, cada vez menos

dispuesta a donar sus órganos.20

Si conviene o no cambiar la generosidad inherente a la donación de

órganos por una transacción mercantil y la gratitud por una compensación

económica, es un dilema que Kass prefiere dejar abierto, pues admite que no

tiene una respuesta definitiva. A favor de la comercialización se podría opinar

que el hecho que haya personas que reciban un pago a cambio de sus órganos,

no significa eliminar las donaciones basadas en el altruismo. Pero quizás, éste

sea justamente un inconveniente: que las personas dispuestas a regalar sus

órganos se vean desalentadas a hacerlo al ver convertidas en mercancías lo que

consideraban regalos de vida.


Otras propuestas de solución

Propuestas como la política del consentimiento tácito o la

comercialización son intentos de dar solución a la escasez de órganos que, más

allá de la discusión ética que suscitan, tienen limitaciones porque ignoran una

serie de factores psicosociales que influyen en las personas para decidir donar o

no los órganos, sean los propios o los de un familiar fallecido. A diferencia de la

donación entre vivos, en que se sabe quién es el receptor, en la donación post

mortem hay desconfianza sobre el destino de los órganos donados. James

Childress18 destaca la importancia de asegurar al público la transparencia en el

uso de los órganos para que las personas tengan la certeza de que se

distribuyen de manera justa y eficaz. De esta manera, encontrarán sentido en

donar. También subraya la necesidad de explicar mejor la muerte cerebral ya

que existe mucho desconocimiento entre la población sobre este criterio de

muerte, por lo que para muchos familiares resulta muy difícil dar el

consentimiento de donación de un paciente que les sigue pareciendo que está

vivo. En España, donde se da el mayor registro de donación de órganos, estos

dos aspectos han sido estrictamente vigilados.6

Para Childress, lo importante es buscar políticas que favorezcan que las

personas tomen la decisión de donar y esto puede conseguirse a través de

campañas de información dirigidas a familias, más que a individuos. Con ellas se

buscará sensibilizar sobre el valor y los beneficios de donar y, al mismo tiempo,

dar confianza haciendo ver que los riesgos y costos son menores de lo que se

cree. Este autor considera que más que pocos donantes, hay pocos
“preguntadores” y que los familiares estarían mucho más dispuestos a donar si

se sintieran mejor acompañados en el momento en que se necesita su

autorización.

Mientras que se discuten sobre las formas idóneas para sensibilizar a la

gente para propiciar la donación de órganos, la ciencia y la tecnología, en su

imparable avance, ofrecen nuevas opciones de solución, inevitablemente

polémicas.

Los xenotransplantes (transplantes con órganos procedentes de

animales) constituyen una posibilidad que se contempla como solución a la

escasez de órganos. Se han experimentado transplantes con órganos de

primates, por su proximidad filogenético con el ser humano, y se han conseguido

meses de supervivencia en los pacientes, por lo que se cree que representan

una buena opción una vez superada la respuesta de rechazo.21 Sin embargo,

actualmente los científicos se inclinan a utilizar cerdos como potencial fuente de

órganos, por la semejanza de tamaño. Una importante línea de investigación en

este sentido es la que busca clonar cerdos a los que se ha inactivado el gen que

causa el rechazo en los humanos.22 Además de superar el obstáculo que puede

representar el rechazo inmunitario, es fundamental evitar la infección por virus

en el receptor que pueden causar zoonosis.

Desde el punto de vista de la bioética, la preocupación con relación a los

xenotranplantes se centra en minimizar al máximo los riesgos para las personas

y para la salud pública, tomando en cuenta la posibilidad de que se produzcan

zoonosis desconocidas. Existe acuerdo entre los científicos en apoyar la


investigación sobre xenotransplantes en tanto representa una solución muy

prometedora para la escasez de órganos. Sin embargo, se ha enfatizado la

necesidad de ser extremadamente cuidadosos en la selección de los grupos de

pacientes que han de participar en los ensayos clínicos. Uno de los aspectos

recomendados es que no se incluyan niños ni otros sujetos incapaces de dar un

consentimiento informado válido, mientras no se hayan resuelto

satisfactoriamente las preocupaciones relacionadas con la seguridad y

eficacia.23

La otra propuesta de solución es la que se obtendría con la clonación

humana terapéutica, más apropiadamente llamada transferencia nuclear, para

generar células troncales embrionarias.24 Estas células, por el hecho de ser

pluripotenciales, podrían dar lugar a células y tejidos que servirían para reparar

órganos dañados, las cuales, al ser producidas con células del paciente,

evitarían el rechazo inmunológico. Para ello es necesario descubrir la forma de

dirigir su diferenciación; de ahí la importancia de esta investigación que

representa la esperanza de curar muchas enfermedades como el cáncer, la

diabetes, el Alzheimer y aquellas otras que requieren transplante de órganos.25

Muy recientemente se ha conseguido generar blastocistos humanos, un logro

muy significativo, aun cuando queda mucho por investigar.26

La principal objeción a esta investigación, desde el punto de vista ético,

se dirige al hecho de que algunos grupos consideran que el cigoto ya es un ser

humano que debe protegerse por ser persona o por su potencialidad de

convertirse en ella. Por su parte, la posición que predomina entre los científicos
es cuestionar, también desde la perspectiva ética, que se detenga una

investigación tan promisoria, que significa la posibilidad de encontrar solución al

sufrimiento de millones de personas, por proteger a un grupo de células que sólo

potencialmente pueden convertirse en seres humanos.27

Conclusión

La reflexión bioética sobre el transplante de órganos se relaciona con

planteamientos que intentan dar solución a su escasa disponibilidad. Hay un

acuerdo general en reconocer la necesidad de obtener más órganos para evitar

la muerte de muchos enfermos y mejorar la calidad de vida de innumerables

personas. Pero también se subraya la necesidad de mantener límites éticos,

algo difícil si aceptamos que estos no son fijos, sino que se establecen a partir

de una reflexión y revisión permanente que toma en cuenta las necesidades y

realidades que cambian en el transcurso del tiempo y, de manera especial, con

el avance de la medicina y la tecnología.

A pesar de esta incertidumbre, existen principios básicos que la bioética

utiliza en su reflexión. En el área que nos ocupa, una referencia fundamental es

el respeto a la libertad del individuo, pero cabe confrontarla con un hecho que

reclama atención: ¿cómo, siendo la intervención del transplante una cirugía con

resultados tan alentadores, no hay más órganos disponibles cuando estos ya no

sirven a las personas que en vida las portaron?

Las propuestas de la bioética apuntan a buscar y elaborar condiciones

que ayuden a considerar, en algún momento de la vida, la donación de órganos


como una decisión personal porque hay razones buenas para tomarla y que se

comunique y discuta con los familiares. Reconociendo lo que significa el cuerpo

del fallecido para la familia y la importancia que tiene para la misma el proceso

de duelo que debe empezar, se le puede ayudar a hacer lo más fácil posible que

respeten la voluntad de su familiar muerto si éste dispuso donar sus órganos.

Sin duda, una de las principales tareas que hay que emprender para que

exista una mayor disposición a donar es fomentar en la sociedad una cultura de

la donación. Esto significa que pueda ser un tema que forme parte de las

reflexiones y conversaciones familiares, lo que a su vez implica pensar en la

propia muerte y cuestionarse lo que se puede, se debe y se quiere hacer por el

otro. Después de todo, “otro” es lo que cada uno de nosotros somos para los

demás.

1
Cuando relacionamos la Bioética con los Derechos Humanos, de acuerdo a la “Declaración
Universal sobre Bioética y Derechos Humanos”, aprobada por la Conferencia General de la
UNESCO en 2005, queda todavía más clara la pertinencia de ubicar el transplante de órganos
como un tema de la bioética en que se reconoce la interrelación entre ética y derechos humanos.
Se trata de una cuestión ética relacionada con la medicina, las ciencias de la vida y las
tecnologías conexas aplicadas a los seres humanos, en la que se requiere tener en cuenta sus
dimensiones sociales, jurídicas y ambientales.
2
Morris JP. Transplantion: A medical miracle of the 20th Century. New England Journal of
Medicine 2004; 351:2678-80.
3
Spurgeon B. Surgeons pleased with patient´s progress after face transplant. BMJ 2005; 331:
1359.
4
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5
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La clonación terapéutica debe distinguirse de la clonación humana con fines reproductivos. La
clonación terapéutica utiliza células embrionarias sólo hasta la etapa de preimplantación, cuando
se forma el blastocisto del que se extraen las células troncales. Si las células se implantaran
después en un útero, podría llegar a producirse un ser humano, pero no es el objetivo que se
busca.
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