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Sobre la verdad y el error

II. El valor absoluto de la verdad


Autor: Padre Antonio Orozco-Delclós
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Sumariode la Segunda Parte

El error subjetivista

Incompatibilidaddel subjetivismo con la ciencia

Incompatibilidad del subjetivismosistemático con un orden social

Objetividad de la verdad

Elrelativismo

La famosa tesis de "la evolución de la verdad"

Elperspectivismo

Segunda parte: EL ERRORSUBJETIVISTA

Lo que podría llamarse tal vez historia del subjetivismo seremonta, por lo
menos, al siglo V a.C. Su primera formulación filosófica o cuasifilosófica-
tiene lugar en Atenas, y como autor, a Protágoras. Es famosa latesis del
ánthropos metrón, homo mensura: el hombre como medida de todas
lascosas. Con ella quiere decirse que quien decide sobre la verdad de las
cosas esel hombre. En el hombre se sitúa el poder de establecer lo que es
verdadero ofalso y, en consecuencia, lo que es bueno 0 malo. "Yo -dice
Protágoras- afirmoque la verdad es como he escrito, que cada uno de
nosotros es medida de lo quees y de lo que no es. Y que la diferencia de uno
a otro es infinita, ya que parauno se manifiestan y son unas cosas, y para
otro, otras diferentes" (Teeteto,166 d). Es una vieja tesis que comparten
muchos de nuestros contemporáneos. Enel fondo se presupone que no
podemos conocer las cosas tal como son y se reducela verdad a lo que a uno
le parece que es o que no es. La raíz es escéptica -noconocemos las cosas tal
como son; no hay verdad en el sentido original de lapalabra: como
adecuación entre el entendimiento y la realidad-, pero laconclusión es
dogmática: el subjetivista se erige en fundador de la verdad, ennorma y
medida de todas las cosas. En efecto, "lo propio del subjetivismoindividual
-explica Millán Puelles- es cabalmente el hacer de cada individuohumano la
medida de la verdad" (34).

Pero, ¿qué consecuencia se deriva detales principios? Que o todos tenemos


la verdad y nos contradecimos, o que no latenemos ninguno y "verdad" es
una palabra hueca. En definitiva, cada uno habríade decidir lo que es el
mundo -la piedra, el árbol, la mesa, el hombre, lo buenoy lo malo-. Este es el
atractivo del subjetivismo individual: me permite pensaro sostener lo que me
plazca, parapetándome detrás de mi tesis frente a losargumentos
"objetivistas" : siempre cabe el recurso de replicar con alusiones alos
"condicionamientos" que les impiden comprender "mi" verdad, ya que para
ellohabrían de estar configurados como yo, lo cual sería de todo punto
imposible,pues cada sujeto estaría implantado en una situación
intransferible.

Aeste tipo de subjetivismo individual, cabe oponerle los mismos argumentos


-adabsurdum- que al escepticismo radical. Pero además cabe mostrarle la
identidadesencial de la naturaleza humana y la posibilidad de entendimiento,
no ya tansólo entre los individuos singulares, sino también entre las
diferentesculturas. El subjetivista, en rigor, no toma en serio el diálogo. El
habla -elhecho de hablar- es innegable; es un fenómeno universal y basta
ponerse a hablarpara testificarlo. Y hablar significa al menos tres cosas: la
existencia de unyo que comunica algo; la existencia de un tú que acoge lo
comunicado y comprendesu contenido, que confirma o replica; la existencia
de un "ello", lo comunicado,un contenido de significación objetiva. Si lo
entendido por uno y por otro fueraun contenido meramente subjetivo no
habría posibilidad de entendimiento. Cuandodialogamos, convenimos, al
menos, en la realidad (u objetividad) del objeto denuestra locución.
Podemos no estar de acuerdo en la naturaleza precisa delobjeto, pero si
hablamos, es porque estamos ciertos de que hay objeto o cosa, yde que ésta
tiene una determinada naturaleza, sobre la que precisamente
queremosaclarar o aclararnos. El diálogo y, todavía más, la discusión son una
pruebaclamorosa de que estarnos ciertos de que existe una verdad en el
objeto, que altiempo que nos trasciende y nos mide, resulta inteligible para
ambos. De locontrario, todo esfuerzo de convencer sería vano. En la postura
intelectual que"consagra la subjetividad y la convierte en el canon supremo
de cualquiercerteza, ¿no pierde sentido hasta la noción misma de diálogo?
¿No es acaso laincomunicabilidad una de las consecuencias más palmarias
de la culturaestablecida por el principio de inmanencia? Perdida la función de
lo real, cadaentendimiento es un mundo cerrado sobre sí mismo, con total
independencia de lacoherencia formal de sus razonamientos" (35).

En efecto, laincomunicabilidad, el solipsismo, es el resultado coherente del


subjetivismoradical. Y no han faltado quienes como Wilhelm Schuppe (†
1913) y SchubertSoldern († 1935)- han sostenido esta asombrosa tesis: "lo
único real soy yo". Apropósito, cuenta Chesterton -en su obra Santo Tomás
de Aquino- el caso de unoque escribió en un periódico "para decir que él no
aceptaba nada, excepto elsolipsismo, añadiendo que se maravillaba de que
esa filosofía no fuese máscomún. Ahora bien; el solipsismo significa
sencillamente que un hombre cree ensu propia existencia, pero no en otra
cosa alguna. Y no se le ocurrió a estesimple sofista que si su filosofía era
verdadera no habría más filósofos que laprofesasen". La experiencia, la vida
misma se encarga de desmentir elsolipsismo, como el escepticismo, el
subjetivismo y tantos otros"ismos".

Algunos, apoyándose en teorías lingüísticas del momento, afirmanque


ninguna proposición es capaz de expresar una verdad inmutable (por
ejemplo,Hans Küng aplica la tesis para negar la infalibilidad de la Iglesia).
Parten deuna falsa teoría del conocimiento, según la cual, jamás podemos
estar encondiciones de formar juicios definitivos e invariables. Es ésta una
tesisendeblísima, que se apoya en razones como la siguiente: sobreel
movimiento dela tierra respecto al sol, las opiniones y sentencias de los
hombres han sufridoevidentes variaciones; por eso, ¿quién puede asegurar
que nuestra opinión actual-la tierra es la que gira alrededor del sol- no es
todavíaimpugnable?
Ciertamente, la teoría de que la tierra gira alrededor delsol es más bien eso:
una teoría, que se admite, sustituyendo a otras que se handado, porque con
ella los cálculos astronómicos se hacen más sencillos dentro deuna teoría
coherente. Esta es la razón práctica de más peso para admitir talteoría. Pero
no se puede excluir el que llegue a formularse otra, o que seformule de otra
manera, si ello llega a tener ventajas. La ciencia positiva notiene
inconveniente en sustituir unas hipótesis de trabajo por otras, cuando
setrata de objetos todavía poco conocidos, con fines prácticos. Este modo
deoperar es impuesto por la complejidad de ciertos objetos y la limitación
delconocimiento humano. Ahora bien, sería irrisorio negar por ello la
existencia dejuicios ciertos, definitivos e invariables, de valor universal.
Vayan algunosejemplos entre mil: el todo es mayor que la parte; los cuerpos
se atraen con unafuerza proporcional a sus masas, y tanto mayor cuanto
menor es la distancia aque están; el agua químicamente pura es incolora;
Juan XXIII murió en 1965 ;robar es injusto; y todos los juicios que son
expresión de evidencias inmediatasde la realidad, y todos aquellos a los que
se puede llegar a partir de éstos porrazonamientos correctos y completos.

Por lo demás, ya hemos observado quela experiencia del error no demuestra


que nuestro entendimiento no alcance laverdad de las cosas, sino
justamente lo contrario. Si rectificamos es porque noslo imponen las cosas
mismas, y no cabe duda que desde el comienzo de la historiahumana, los
hombres han dado con verdades fundamentales y las han expresado deun
modo inteligible para gentes de cualquier otra época o cultura. Es al
menosuna superficialidad pensar que la verdad está en función de la cultura
de unlugar o de una época. Si así fuera no habría posibilidad de
comunicación entreunas y otras. Sin embargo, lo primero que hace el
hombre cuando pisa un lugarexótico o descubre restos, signos u objetos de
una cultura hasta entoncesdesconocida, es tratar de desentrañar su
significado. La tarea puede ser más omenos ardua, pero al final siempre
tiene, básicamente, éxito.

El modo depensar de Platón, por ejemplo, que vivió hace veinticinco siglos,
es idéntico aldel hombre de nuestro tiempo. Sabemos lo que quería decir.
Encontramos en susescritos algunos pasajes oscuros de difícil interpretación
-no más de los que sesuele encontrar en ciertos autores de nuestra época-.
Somos capaces de formarnosuna idea suficientemente clara de su
pensamiento, que se regía por las mismasleyes que el de los hombres de
todos los tiempos. Se equivocó en muchas cosas,pero dijo también muchas
verdades, que hoy no podemos impugnar. Los primerosprincipios que la
razón descubre siempre y en todas partes, condicionan eldespliegue del
pensamiento, pero no en el sentido de que lo limiten, sino que lohacen
posible. Primeros principios que derivan del ente real, cuya
estructurametafísica es invariable.

INCOMPATIBILIDAD DEL SUBJETIVISMO CON LACIENCIA

Por lo demás, si todo conocimiento fuera de valor meramentesubjetivo


-válido tan sólo para un sujeto o determinado grupo de ellos- habríaque
descalificar toda ciencia, ya que no existe ninguna que no pretenda hablarde
lo que las cosas son en sí mismas y que no busque conocimientos
válidosuniversalmente. El científico pretende hallar leyes reconocibles no
sólo por élmismo, sino por todos. Incluso la psicología, que sostiene que la
concienciaentraña sólo unos modos subjetivos, cree expresar con ello algo
distinto de unmodo subjetivo de la propia conciencia: habla de lo que ocurre
en la concienciaen general como algo verdadero en sí, que desea ver
admitido como tal por todoel mundo. Se coloca, por tanto, en el punto de
vista de lo absoluto en el mismomomento en el que pretende excluirnos.

INCOMPATIBILIDAD DEL SUBJETIVISMOSISTEMÁTICO CON UN ORDEN


SOCIAL

En la práctica, las tesis delsubjetivismo llevarían al caos social. No habría


modo de fundamentar unosderechos que protegieran a las personas del
capricho ajeno. Para evitar el caosque se derivaría -y que se está derivando,
porque el subjetivismo está, quizácomo nunca, haciendo estragos- se
propone el reconocimiento, por parte de todoslos hombres, del siguiente
principio: Que cada uno se quede con "su" verdad(puesto que se concede
que es humano creer que se posee la última verdad), peroal mismo tiempo
se debe tener conciencia de que también el otro tiene su verdad,que acaso
sea la verdad auténtica. Así se mantendría la tolerancia universal,
ypodríamos vivir todos en paz; se respetaría la libertad, porque
nadiepretendería poseer la verdad absoluta.

Lessing proponía como ejemplo dela actitud que todos deberíamos adoptar
la conocida fábula de Nathan, el sabio.Nathan tenía una sortija de alto precio
y quería regalarla a sus hijos, que erantres. Hace dos copias y les da a cada
uno un ejemplar. Ellos discuten parallevarse la auténtica, pero no logran
averiguar cuál es. Acuden al juez, quetampoco es capaz de distinguirla ni de
dirimir la cuestión. No les queda másremedio que resignarse. Cada uno hará
"como si" tuviera la auténtica. SegúnLessing, tampoco nosotros podemos
saber quién tiene la verdad. Si somostolerantes y amamos al prójimo,
experimentaremos la dicha personal y la socialde la convivencia.

Esto es muy hermoso, pero es contrario: 1° a la vida(36); 2° a 1a tolerancia


universal. En efecto, si no existe ninguna verdadreconocible por todos como
trascendente a toda contingencia, queda eliminadaipso facto la primera
apelación a la tolerancia. Si insistimos en que todosestamos igualmente lejos
de la verdad (o igualmente cerca, que para el caso eslo mismo) y hacemos
"como si...", puede aparecer alguno que diga: homo hominilupus, el hombre
es un lobo para el hombre; que la raza es el valor más alto,etcétera. ¿Cómo
es posible la tolerancia, cuando reconozco que tu verdad -elracismo, por
ejemplo- es tan "seguramente" verdad, como mi idea de la igualdadradical
de todos los hombres? Esta es la tragedia y la inconsecuencia delprincipio de
tolerancia tal como fue fundamentada por la Ilustración. No cabejusticia sin
unos principios verdaderos válidos para todos y para siempre, sinunos
hechos que son verdad.

Es evidente que para que las leyes seanjustas, han de ser leyes verdaderas:
expresión de un auténtico deber ser. Pero,¿qué puede exigir un deber ser si
no es el ser real de las cosas? Si se sostieneque no hay modo de conocer qué
son las cosas y en qué consiste la naturalezahumana; si no conocemos la
verdad (de las cosas) y al mismo tiempo es ineludibledictar leyes, ¿en
nombre de quién pueden dictarse? La pregunta no es quién esopoco importa
ahora-, sino en nombre de quién o de qué. El subjetivismo no puededar
respuesta a estas cuestiones y se muestra así incapaz de aportar
algopositivo a un orden social en el que se respete la subjetividad -la
conciencia-de todos los ciudadanos. El subjetivismo, al pretender que cada
uno no puedehacer más que tener "su" verdad -no "la" verdad-, está
pretendiendo que cada unotenga su norma, su ley. Pero esto, en la práctica,
es el caos. Tampoco lamayoría de votos resuelve el problema de la verdad o
bondad de las leyes si nohay un criterio objetivo. ¿Puede pensarse
seriamente que lo verdadero y lo buenoes el resultado de la suma de las
opiniones de unos individuos ineptos paraconocer por su cuenta lo que es
verdadero y lo que es bueno? ¿Qué garantiza quela mayoría siempre tenga
razón? Las leyes de tal origen, ¿no habrían deentenderse, además, como una
forma de violencia sobre los que no estuvieran deacuerdo, aunque fueran
minoría? ¿En nombre de quién una mayoría puede imponersea una minoría?
Sólo, acaso, en nombre de la naturaleza de las cosas, es decir dela verdad
que trasciende las impresiones subjetivas, que está por encima de
lavoluntad de los hombres, aun de los que constituyen mayoría: en último
análisis,en nombre de Dios, creador de la naturaleza y de sus leyes.

Pero todoesto escapa al subjetivismo de cualquier signo, a toda filosofía


basada en elprincipio de inmanencia, que, por lo mismo, se muestra incapaz
de fundar unorden social en el que imperen la justicia, la verdad, la libertad,
el bien. Elinmanentismo sólo puede fundar tiranías: de uno, de unos pocos o
demuchos.

La mayoría de votos es útil, seguramente, para resolverdeterminados


problemas que admiten diversas soluciones: no para decidir sobre laverdad y
el bien. La verdad está en las cosas, y en el entendimiento siempre quese
adecue a la verdad de las cosas. Y las cosas -también el hombre- son lo
queson, con independencia de apetitos o deseos humanos. Afortunadamente,
cuando seama la verdad no es difícil hallarla, al menos en sus aspectos
másfundamentales.
Como dice Millán Fuelles, "el subjetivismo sólo es viablemientras no se
percibe su latente y fundamental contrasentido: el de construiruna teoría
que se opone precisamente a las condiciones generales, tantoobjetivas como
subjetivas, de la posibilidad de cualquier teoría general" (37).Pues bien, la
crítica del subjetivismo pone de manifiesto que hay algo cuyaverdad no
depende de los seres humanos que la piensan, ni de la forma según lacual
llegan a pensarlo. Es decir, la verdad no es esencialmente relativa alsujeto;
no depende de él, ni de sus funciones, ni de sus posiblesmodificaciones.

El error del subjetivismo, por lo demás, no se explicaúnicamente por la


capacidad humana de errar. En la práctica se manifiesta como"una cierta
manera de hacer autosuficiente nuestro ser, aunque ello no seperciba por
completo ni acontezca en virtud de una intención explícita ydirecta. Eritis
sicut dii: he aquí lo que el subjetivismo nos promete" (38). Esuna desviación
de nuestra tendencia natural al Absoluto, consecuencia de lacaída original.
Es como un intento monstruoso de suplantar a Dios, la voluntadde decidir
sobre lo verdadero y lo falso, sobre el bien y el mal. Con elagravante de que
ni siquiera Dios decide en rigor el bien y el mal: porque es elSumo Bien, sin
mezcla de mal alguno, sólo puede obrar el bien, de manera quecuando crea
un ser de naturaleza determinada, no puede disponer para él nada queno sea
realmente bueno más allá de las apariencias. Dios decide crear o nocrear,
está en su poder todo lo posible, pero necesariamente hace bien todo loque
hace. Y Dios ha creado el entendimiento para la verdad, para conocer
lascosas como son, de modo que, a partir de ellas, podamos remontarnos
hasta El, ydesde El volvamos a mirar las cosas con nueva luz, y las veamos
todavía conmayor claridad, con mayor hondura. Sólo la libertad -que sí es un
gran bien,inseparable de la espiritualidad del alma-, por no ser la libertad del
Serperfecto, puede impedir al hombre el acceso a las verdades
fundamentales. Enúltimo análisis, todo error -en éstas- procede de una
voluntad que se ha hechomala a sí misma, por el mal uso de su libertad.

OBJETIVIDAD DE LAVERDAD

Las expresiones "verdad para mi", "verdad para ti", no tienensentido más
que en ciertas ocasiones del lenguaje impropio. Si la verdad esjuicio
conforme a la realidad, y la realidad es lo que mide el valor de verdadque un
juicio tiene, entonces sucede que el juicio es verdadero si, en efecto,el juicio
se ajusta a la realidad y falso si no se adecua a ella. Si el juiciodel sujeto A es
contradictorio con el del sujeto B, sucede que o ambos están enel error o
yerra uno de ellos. También es posible que dos sujetos digan verdadacerca
de una misma cosa, sin coincidir en el juicio, porque la ven bajodiversos
ángulos o aspectos. Es lo que sucede, por ejemplo, cuando digo: esteobjeto
es convexo; y otro, que mira por el lado opuesto, dice: es cóncavo.
Ambostenernos razón; ambos decimos verdad, y ambas verdades -por ser
verdad- no sonexcluyentes, sino complementarias, la una de la otra. Esto
pasa a menudo, y ponede relieve la necesidad de ver las cosas desde todos
los ángulos asequibles,para formar de ellas más cabal concepto. Las
verdades no se oponen entre sí, secomplementan y son susceptibles de
integrarse en una verdad más completa yexpresiva de lo que las cosas sean.
Pero nótese bien que no puede decirse delque ha dicho alguna verdad parcial
que haya dicho una "verdad a medias" o una"media verdad", como si en
ningún caso se hubiera obtenido conocimientoverdadero. Suponemos que
cada juicio expresa lo que la cosa es bajo distintosaspectos. Por ello, cada
juicio dice una verdad "entera", y valga laredundancia, porque decir de una
verdad que es "entera" no es más que redundaren lo dicho con la palabra
verdad, puesto que una verdad, si lo es, o es"enteramente" verdad o, por el
contrario, no es verdad en modo alguno. La verdadno es divisible como la
cantidad -no es cantidad-. En cambio, sí es susceptiblede un conocimiento
más o menos exhaustivo, más o menos total o más o menosparcial, según la
complejidad del objeto conocido y la agudeza del entendimientoque lo
contempla.

Un conocimiento exhaustivo de las cosas sólo está enDios, Creador de todas


ellas. Nosotros hemos de conformarnos con un conocimientoimperfecto,
limitado. Cuenta Tomás de Aquino, con su buen humor no
siemprereconocido, que en cierta ocasión encerraron a un sabio para que
averiguara laesencia de una mosca y al cabo de treinta años aún no había
dado con larespuesta. Tampoco ésta es razón para desesperar. Podemos
conocer muchasverdades de la mosca que -por serlo- no hará nunca falta
revisar con el paso deltiempo, aunque los tiempos nos deparen
descubrimientos espectaculares sobre lamosca. Las verdades que ahora
tenemos sobre la mosca, si son verdad, sonirreformables. Las nuevas
verdades que podemos obtener no anularán -podemosestar bien seguros de
ello- las verdades que ahora poseemos. En todo caso, lasiluminarán. Cada
verdad es como una nueva luz. Sin luz y mediante el tactopodemos tener una
noción cuantitativa de un determinado objeto; si se enciendeuna luz
descubrimos quizá sus colores maravillosos. La nueva luz no anula
elconocimiento que teníamos del objeto: lo enriquece.

ELRELATIVISMO

Las consideraciones precedentes nos permiten adentrarnos conseguridad en


el terreno de las teorías relativistas. Relativismo no es decir queaquel objeto
es por un lado cóncavo y por el otro convexo. Esto es realismo.Relativismo
sería afirmar que por el mismo lado, aquel objeto es
simultáneamentecóncavo o convexo, según lo mire yo u otro individuo. Lo
cual supone una teoríadel conocimiento en la que se niegue la posibilidad y
el hecho de conocer lascosas como son; supone el prejuicio de pensar que las
cosas que a mí se mepueden presentar cóncavas, a otro se le pueden
presentar convexas. Lo cualimplica que las cosas no son de suyo veraces,
sino engañosas, falsas. Quiereesto decir que nuestras facultades
cognoscitivas no alcanzan las cosas en sí,sino en apariencias o fenómenos
que serían algo distinto de las cosas mismas, esdecir, que habría que reducir
el objeto de conocimiento a meras modificacionesdel sujeto que
representarían no se sabe qué. Pero sobre este error ya hemoshablado
páginas atrás.

El relativismo es una de las formas más radicalesde negar la verdad de las


cosas y nuestra facultad de conocerla. Es unatentación fácil en la que, desde
Protágoras, han ido cayendomuchos.

Augusto Comte, por ejemplo, a los 19 años escribía: "todo esrelativo, he aquí
el único principio absoluto"; y también más tarde: "todo esrelativo, sobre
todo al tiempo". Es corno el gran principio del relativismoradical, que altera
sustancialmente la noción de verdad. La verdad pasa a seralgo que deviene
con el fluir del tiempo, también la "verdad de las cosas",puesto que se
supone que todo cambia, que nada hay estable. Aquí han de
caerforzosamente todos los materialismos. No es que se niegue siempre la
existenciade la verdad, así formalmente; es que se concibe como cambiante
la estructuramisma de la realidad -como la de la razón- y, por ello, no podría
dar lugar aconocimientos universales y necesarios sino que, por el contrario,
todoconocimiento tendría una validez limitada en el espacio y en el tiempo.
No caben-según esto- juicios universales y necesarios para todo
entendimiento.

Elrelativismo niega, pues, la inmutabilidad de la verdad y afirma su


caráctermudable, en función -por lo general- del momento histórico-cultural
en que sehalla el sujeto cognoscente. El relativismo se deja deslumbrar por
el fenómenode la evolución de las culturas, que interpreta, con frecuencia, al
modo de laposible evolución biológica, y pierde de vista todo lo permanente.
No esdoctrina nueva, ni del siglo pasado. Dice Santo Tomás que "los
primerosfilósofos que investigaron la naturaleza de las cosas pensaron que
nada existíaen el mundo sino los cuerpos. Y como veían que todos los
cuerpos eran móviles ylos creían en continuo fluir, opinaron que ninguna
certeza podíamos tener acercade la verdad de las cosas; pues lo que está en
continuo fluir no puede seraprehendido con certeza, ya que desaparece
antes de que sea juzgado por lamente. Así, Heráclito, como refiere
Aristóteles, decía que "no es posible tocardos veces el agua de un río en
movimiento" (39).

El relativistacontemporáneo sigue creyendo, como el viejo Heráclito, en el


devenir absoluto:todo cambia, nada es (permanente). Aun -nos dirán-
aquello que parece estable sehalla en estado de cambio. Según el
materialismo dialéctico, lo estable no esmás que una abstracción. Heráclito
decía que no podemos bañarnos dos veces en elmismo río, porque el
segundo baño ya sería en un río distinto, no serían lasmismas aguas. Pues
bien, desde esa movilidad de las cosas, pretenden concluirque no cabe
afirmar nada con validez intemporal, pues lo que ayer era, hoy ya noes, y lo
que hoy es, no será mañana: todo cambia, todo fluye... No caen en lacuenta,
los que se aferran al cómodo relativismo, que la abstraccióninjustificada es
la operada tanto por Heráclito como por las versiones modernasde tan
antiguo error: separan del todo una parte; se detienen a contemplar laparte
-el árbol- y la parte les impide ver el todo -el bosque-. el fluir de lasaguas les
impide ver el río, que es mucho más que agua fluyente: el río estambién
cauce y orillas, que constituyen con el manantial un todo tan estableque,
secularmente, el río ha sido el medio para fijar lo que a los hombresinteresa
tanto que esté fijo: las fronteras de las naciones, los lindes de
laspropiedades agrícolas. En rigor, hay que decir, más allá de la metáfora,
que"todo movimiento supone algo inmóvil: cuando es la cualidad lo que se
muda,permanece la sustancia inmóvil, y cuando lo es la forma sustancial,
permaneceinvariable la materia. Aun en las realidades mudables existen
relacionesinmutables. Así, aunque Sócrates no esté siempre sentado,
mientras lo está,permanece en determinado lugar. Por eso nada impide que
haya una cienciainmutable de cosas mudables" (40). Tan necesario es
admitir el sujeto permanentea través del cambio, como el cambio mismo
efectuado en ese sujeto. Las doscosas, la permanencia y la mudanza, vienen
implicadas en el concepto de cambio.Cuando la permanencia falta, no se
produce un cambio mayor -un "cambio máscambio"-, sino un fenómeno
distinto: la sustitución, que no es cambio alguno: elsujeto primero sería
eliminado aniquilado- y se habría puesto en su lugar otraque vendría a ser
una nueva creación. Lo cual es inadmisible para el relativismoy menos si es
materialista.

El movimiento mismo puede ser, pues, objetode ciencia, si es movimiento


real en sujeto real permanente. Podemos estudiarlas leyes de los
movimientos y advertir que, para que el movimiento sea posible,se requiere
un Primer Motor Inmóvil, el que llamarnos Dios, como prueba Tomás
deAquino en la primera de sus vías para demostrar la existencia de Dios(41).

Aunque todo lo conocido empíricamente se mudara sin cesar y nohalláramos


nada estable en el mundo de nuestras percepciones, habríamos deafirmar al
menos tres cosas: l° la existencia del movimiento; 2° la existenciadel Ser
inmutable; 3° la existencia de la Verdad absoluta. El devenir,cualquiera que
sea su amplitud real, no puede ponerse como fundamento delrelativismo :
por el contrario, el conocimiento del devenir nos conduce alconocimiento de
la verdad del devenir y al conocimiento del Ser inmutable,Verdad suprema,
plenitud de Ser, Acto puro. Si se comienza siendo metafísico, esdecir,
pronunciándose sobre lo que es la realidad -como hace el relativismo,aunque
se proclame antimetafísico : la realidad es devenir, afirma-, no hay
másremedio que acabar, en consecuencia, negando el relativismo :
reconocer laverdad absoluta.

LA FAMOSA TESIS DE "LA EVOLUCIÓN DE LA VERDAD"

Latesis de "la evolución de la verdad", que tanto alentó Hegel, sólo es


concebiblealterando sustancialmente la noción de verdad, tal como aquí la
estamoscontemplando. ¿Qué sentido puede tener la afirmación de que la
verdadevoluciona? Sólo puede pretender tal aserto que el objeto de
referencia de mijuicio evolucione sin cesar. Seguirnos, en el fondo, con el
caso de Heráclito yvale lo que hemos dicho anteriormente. Pero además,
cabe añadir que bastaríaque, por un solo instante, un objeto ocupara el
campo de mi conocimiento parapoder formular juicios valederos
universalmente. Si yo digo "este papel existe"y si en aquel "ahora" en que
hablé, aquel papel existía, siempre será verdad queentonces existía el papel.
Podemos decir que es una verdad universalmenteválida, aunque no sea
universalmente conocida. Si la verdad es concordancia deun juicio con lo real
existente, basta que un juicio actual concuerde con lacorrespondiente
realidad actual, para que sea siempre verdadero y goce de ciertovalor
absoluto.

Por muy cambiante que sea una realidad -por mucho quepueda
"evolucionar", si es que puede- nunca lo es tanto que no permita hacersobre
ella juicios de valor universal. Tomás de Aquino así lo explicaba:
"QueSócrates esté sentado no es un hecho necesario; pero que esté sentado
mientraslo está, eso sí es necesario. Y esto puede ser tomado como verdad
cierta" (42).No será seguramente una verdad conocida por todos, pero de
algún modo es unaverdad para todos, por cuanto todos podrían conocerla si
estuvieran anteSócrates en el momento que está o estuvo sentado. Y para
mostrar la posibilidadde la ciencia, incluida la metafísica, que exige juicios
universales ynecesarios, dice que "los seres contingentes pueden ser
considerados de dosmaneras: Una, en cuanto contingentes; otra, en cuanto
que en ellos se encuentracierta necesidad, pues nada hay tan contingente
que no tenga en sí algunanecesidad. Por ejemplo, el hecho de que Sócrates
corra es en sí mismocontingente ; pero la relación de la carrera al
movimiento es necesaria, pues,si Sócrates corre, es necesario que se mueva"
(43). Las cosas contingentes-aquellas que pueden ser o no ser- no admiten
ciencia, puesto que la cienciaexige juicios universales y necesarios, mientras
que los hechos contingentes, encuanto tales, son particulares y
contingentes. Pero esas cosas en cuanto queson, sí admiten -y fundan-
ciencia, pues en ellas se encierra cierta necesidad,la necesidad de ser
-mientras son- tal como son; y mientras de tal modo son,mantienen
relaciones necesarias con muchas otras cosas. Y como el intelecto gozade
capacidad abstractiva para entender las formas universales de las cosas,
esposible la ciencia,incluso acerca de cosas contingentes. Y así dice
SantoTomás: "si se consideran las razones universales de las cosas que
pueden serobjeto de ciencia, todas las ciencias tienen como objeto lo
necesario. Pero, sise consideran las cosas en sí mismas, unas ciencias tienen
por objeto lonecesario, y otras, lo contingente" (44).

En definitiva: en la medida enque las cosas son, y son conocidas tal como
son, podemos formar sobre ellasjuicios verdaderos, universales y necesarios,
valederos, por consiguiente, paracualquier entendimiento de cualquier
tiempo o lugar. La contingencia, el cambio,la evolución, la temporalidad, no
son obstáculo para la ciencia, y mucho menospara la ciencia metafísica, que
indaga las cosas precisamente en cuanto queson.

Pero también le cabe a la hipótesis evolucionista la pretensión deque no sólo


cambie la naturaleza de las cosas -objetos de conocimiento- de unmodo
incesante (aunque fuera así, ya hemos viso que cabría no obstante
formularjuicios con valor absoluto), sino que cambie también la inteligencia,
la mismafacultad intelectual, de modo que, con el cambio o evolución,
necesariamenteresultara un conocimiento distinto de la misma cosa en las
diversas etapas delcambio. Esta es una tesis característica del historicismo.

Ante todo hayque decir que la hipótesis historicista es del todo gratuita;
carece defundamento experimental, científico, filosófico y mucho menos
teológico. No seconforme con los hechos conocidos negar que los humanos
tengan una naturalezacomún, con inteligencia esencialmente igual. La
diversidad de personalidades yculturas humanas son posibles -y posibles de
ser así clasificadas- por esa comúnnaturaleza que constituye a cada hombre
como animal racional. El hombre "sehace", de acuerdo. Pero no se hace
cualquier cosa. Se hace desde una realidaddada, a partir de unas facultades
dadas también con la naturaleza humana, quesuperan las del simple animal.
El hombre es libre, pero su libertad tienelimites: límites no bien conocidos,
ciertamente, pero es bien sabido que loslímites existen, impuestos por
diversos elementos, como su corporalidad, porejemplo. Puede dominar su
corporalidad, hasta cierto punto, porque es libre;pero no puede despojarse
de su corporalidad, porque sólo es libre hasta ciertopunto. Su libertad no es
ni la espontaneidad del animal ni la absoluta libertaddivina. El hombre es un
compuesto de espíritu y materia. Y esto define unanaturaleza: un principio
fijo de comportamiento, que no es lo mismo -en el decirde Millán Puelles-
que un principio de comportamiento fijo. Naturaleza ylibertad, en el hombre,
no se contradicen. A1 contrario, la libertad se asientaen una naturaleza, en
un ser bien definido, inteligente, capaz de descubrir másde un camino para
alcanzar los fines, más allá de sus "instintos animales". Estosupone ver más
allá de lo que aparece, más allá de la imagen sensible quesolicita las
apetencias de un momento, y poder resistirse a ella, en busca oespera de
algo que se sabe que es mejor, más bueno, más verdadero. Todo estoquiere
decir que el hombre conoce, desde que actúa su inteligencia, al ente
encuanto ente; que tiene la noción de ente; que está abierto a todo ente; que
noestá determinado por éste o aquél, sino por el bien universal, irrestricto.
Ydesde el momento en que se conoce el ente en cuanto ente, se conoce lo
verdaderoy se es capaz de conocimiento metafísico. Este conocimiento lo
tiene ya el niñocuando despierta al uso de razón. Y lo tuvieron los primeros
humanos, por muyrudimentaria que pudiera ser su inteligencia.

Los primeros humanos, muyelementalmente quizá, conocieron las cosas


como son. Nosotros quizá sabemos máscosas. Pero en un diálogo con ellos,
si fuera posible, llegaríamos a entendernoscon buena voluntad. Nosotros
podríamos enseñarles muchas cosas, pero seguramenteellos tendrían
también algo que decirnos.

En el transcurso de los siglos,el saber humano no ha cesado de precisarse,


profundizarse, prolongarse. Pero laorientación ha sido siempre la misma; los
caminos recorridos en el pasado nocambian. El sabio crea útiles nuevos para
cumplir una tarea antigua. Lainteligencia permanece fiel a sí misma a través
de sus diversos itinerarios:afirmaciones del sentido común, teorías
científicas o sistemas filosóficos. Laobra de Meyerson, De l"explication dans
les sciences, concluye con un capítulotitulado "La unidad de la razón
humana", cuyas últimas palabras son un resumende la vasta tarea del autor:
"Todo nos permite creer en la unidad esencial denuestra razón; más aún,
todo nos ordena a afirmarla... Cede incesantemente, peroes para orientarse
de nuevo inmediatamente, formulando sus exigencias, siemprelas mismas, a
las que nunca renuncia y a las que no ha renunciado en elpasado... La razón
humana es verdaderamente una: todo el mundo, siempre y entoda
circunstancia, ha razonado y razona según un modo esencialmente
invariable"(45).

"¿Qué hubiera sido -se pregunta Lakebrink-, por ejemplo, de lahistoria de la


humanidad, a pesar de toda la libertad de nuestra autodecisión,si la
atemporal forma específica de la humanitas no conservara la unidad y
lacontinuidad de la historia? Sólo porque la esencia intemporal del
hombrepermanece inalterada dentro de la singularidad y la contingencia de
laexistencia histórica, somos capaces de leer hoy en el ayer y, al revés,
lopasado en el presente. Por eso la historia es siempre más que el
ensamblajeatomizado de autodecisiones instantáneas, y seguramente es
más que la simplenueva chispa del acontecimiento (HEIDEGGER), que de una
manera misteriosa une alhombre y al ser en su unidad esencial" (46).

Pero al margen de lasconclusiones obtenidas por inducción o por


observación de los fenómenos humanos,cabe una consideración metafísica
del espíritu humano. La metafísica, en efecto,descubre con claridad la
espiritualidad del alma humana, al comprobar que susoperaciones
específicas -conocimiento intelectual, abierto a toda la realidad,incluida la
espiritual, y volición libre, capaz de extenderse a todo bien,incluso al bien no
corpóreo- son espirituales. El alma humana es a la vez alma yespíritu; alma,
en cuanto anima y vivifica a un cuerpo; espíritu en cuanto lotrasciende y
puede existir y obrar separada de él. El alma humana puede obrarcon
independencia del cuerpo. El entender y el querer son las operaciones
quepermanecen al corromperse el cuerpo humano(47). La independencia en
el obrar delalma respecto al cuerpo es comprensible desde el momento en
que se ve que elalma tampoco depende del cuerpo en cuanto al ser (48). Sin
embargo, "como elentender del alma humana precisa de potencias que obran
mediante órganoscorpóreos, es decir, de la imaginación y del sentido, por
esto mismo secomprende que naturalmente se une al cuerpo para completar
la especie humana"(49). Ahora bien, el alma humana se une al cuerpo de la
única manera en quepuede hacerlo, sin dejar de ser lo que es por naturaleza,
por creación de Dios:espíritu. Y un ser espiritual no está compuesto de
partes, como la sustanciacorpórea; no tiene cantidad, sólo composición de
esencia y acto de ser. Por ellono puede mudar sustancialmente. Cierto que,
al ser una sustancia incompleta quese compone con el cuerpo, está sujeta a
ciertos cambios accidentales. Se insertaen el cuerpo, vive en el tiempo,
conoce, razona, desea, quiere, ama... (50) ; yasí puede ir perfeccionándose,
pero nunca alterar su esencia, que, como tal, esinmutable. Un cambio
sustancial supondría su aniquilación y una nueva creación.Ya no sería
cambio, sino sustitución, sin razón de ser. El espíritu noevoluciona. La mente
humana, facultad espiritual, tampoco puede hacerlo (51). Lecabe, sí, una
operación más o menos perfecta, en la medida en que depende en
suoperación actual de los órganos corporales. Pero esto nos permite ya
plantear lacuestión de un modo más oportuno.

El planteamiento correcto del tema, unavez sabido que el espíritu no puede


evolucionar, en sentido estricto, seencuentra en la cuestión 85, artículo 7, de
la 1ª parte de la Suma Teológica deSanto Tomás de Aquino. Allí se pregunta
"si uno puede entender la misma cosamejor que otro". En ella se contienen
unas palabras de San Agustín que resuelvende pasada el tema de la
historicidad de la verdad por el lado del entendimiento.Dice así: "el que
conoce una cosa de modo distinto a como es, no la conoce". Esobvio: Si
nuestros antepasados conocieron las cosas como no son, no lasconocieron
de ninguna manera; no conocieron, en modo alguno. La afirmaciónresultaría
muy grave, puesto que equivaldría a negarles la condición humana.Sólo hay
dos alternativas: o concedemos a todos los hombres la aptitud deconocer las
cosas como son -que es lo sensato-, o negamos a todos tal aptitud;lo cual
sería pura y simplemente insostenible escepticismo. Es forzoso reconocerque
todos los hombres, en el ejercicio de su capacidad intelectual alcanzan-
aunque sea con errores accidentales- la verdad de las cosas. No tenemos
derechoa mirar a nuestros antepasados por encima del hombro y pensar que
sóloentendemos nosotros, y que sólo nosotros somos los inteligentes.
Ellosconocieron verdades y cayeron en errores, corno nosotras. Y puede
suceder queciertas verdades por ellos conocidas no las hayamos captado,
por diversísimasrazones: prejuicios de época, superficialidad, o por los
condicionamientos queimpone una conducta de espaldas al verdadero bien.

Cabe pensar, noobstante, que con el paso del tiempo, lo mudable en el


hombre -la corporalidad-haya mejorado sus cualidades, se haya desarrollado
más y mejor. No hayinconveniente en admitir esta hipótesis, aunque no
debemos perder de vista quePlatón demostró tener una inteligencia más
poderosa que la de ranchos denosotros, la mayoría. No obstante cabe la
posibilidad de un mejoramiento de lasdisposiciones corporales, de tal modo
que permitan una mayor capacidadcognoscitiva, intelectual.

"Y en este sentido puede uno entender la mismacosa mejor que otro, por
cuanto es superior su vigor intelectual; como en lavisión corporal ve mejor el
objeto aquel que posee una facultad más perfecta,con mejor capacidad
visiva" (52). Ahora bien, si cuando decirnos que alguienconoce una cosa más
que otro, queremos decir con el "más" que el segundo noconoce las cosas
como son, caemos en una confusión, "porque, si la entendiesedistinta a
como es, o entendiese que es mejor o peor, se engañaría y no loentendería,
como arguye San Agustín" (53). "Quien entiende, en aquello queentiende, no
puede errar"(54).

En resumen, suponiendo que el hombreevolucionara todo lo que le es


posible, nunca llegaría -como quería Nietzsche- aser un hombre enteramente
distinto (ya no sería hombre); no conocería las cosasde un modo
radicalmente diverso a como las vemos nosotros; las conocerla de modomás
perfecto: vería "más" en las cosas, pero ese "más" no anularía
nuestrosconocimientos verdaderos, sino que los confirmaría con una nueva
luz. Y puestoque la verdad y el bien coinciden en las cosas, podría conocer
mejor el bien;pero las cosas buenas seguirían siendo buenas, y las malas,
malas.

Eshora ya de quebrar el mito historicista. Cualquiera que fuera el momento


en queel primer hombre apareció en el mundo, ese hombre era
esencialmente igual anosotros. Quizá su capacidad intelectual era muy
rudimentaria, pero porrudimentaria que fuese, su entendimiento era apto
para el conocimientometafísico de la realidad. Donde hay entendimiento hay
aptitud y ordenación a laverdad, y el conocimiento de la verdad más
insignificante implica ya elconocimiento de la Verdad primera, luz poderosa
para entender en profundidad lascosas que forman el entorno de la persona
y su ordenación al últimofin.

Lejos de lo que supone el historicismo, la verdad no está sujeta acondiciones


históricas, aunque lo esté el conocimiento humano de la verdad. Escierto que
en una determinada época, pueden resaltar más algunas verdades;pueden
resultar más inteligibles determinados aspectos, mientras que otrosquedan
como ocultos, inéditos. En ello juega un papel decisivo la afectividad.Hay
verdades que resultan simpáticas, agradables en cierto momento, y
seestudian más y se hacen más patentes. En cambio, otras, que son
igualmenteverdad, contrarían actitudes, hábitos arraigados, y no se está
fácilmentedispuesto a reconocerlas. Así pueden ser olvidadas e incluso
suplantadas porerrores.

Pero lo que una vez fue verdad no puede quedar anulado por unanueva
verdad; no puede pasar a ser un error. Sólo el error es del todo subjetivoy se
halla históricamente condicionado y a merced de la mudanza de
lassituaciones.

No hay pues "historicidad de la verdad"; lo que espropiamente histórico es el


conocimiento de la verdad, tanto por parte delhombre como del conjunto de
la humanidad. El hombre no nace sabio, ha de ir porpasos en el conocimiento
de la verdad. Por lo demás, el hombre vive en sociedad,y casi sin pretenderlo
va trasvasando sus descubrimientos a un depósito comúnque permite
avanzar al conjunto de la humanidad hacia niveles más altos desabiduría, sin
necesidad de que cada uno haya de comenzar desde cero, en labúsqueda
tanto de las verdades últimas como de las que constituyen el objeto delas
ciencias particulares. Si cada hombre, o cada generación, hubiera
decomenzar desde cero, seguiríamos aún en los tiempos de Adán y Eva. Sin
embargo,lo que acabamos de ver -esa necesidad del transcurso del tiempo
para alcanzarcada vez síntesis más altas desde las cuales puedan
contemplarse con mayorlucidez las verdades particulares, no supone que el
conocimiento parcial de lascosas o de las relaciones que las vinculan entre sí
no sea propiamenteverdadero. No debemos esperar al fin de los tiempos
para dar con certeza unasentimiento. El juicio adecuado a una parte mínima
de un ente ínfimo en uninstante fugaz es ya un juicio verdadero con valor
supratemporal, pues siemprepodrá decirse que aquella cosa, bajo ese
aspecto determinado, es o fue así.Además, los juicios verdaderos sobre las
cosas que no dejarán de ser nuncapodrán sostenerse siempre bajo la forma
presente; lo cual sucede con todosnuestros conocimientos verdaderos acerca
de Dios, y de las naturalezas humana yangélicas, que poseen una naturaleza
o sustancia inalterable.

Verdad noes sólo -como pretendía Hegel- la verdad total. J.-P. Sartre, fiel a
Hegel,afirma también la estricta identidad entre Verdad e Historia: habría
una solaverdad, un único sentido de la historia y no "verdades", "historias".
La verdadúnica y total "se haría" en la historia y estaría pasando ahora por el
marxismo-que sería la "verdad" de hoy-, en esta fase de la evolución del ser,
que, paraSartre, coincide con la del conocer (ratio) y que constituye el
proceso quellama "Razón Dialéctica". Sartre reduce todo a devenir, corno el
viejoHeráclito, como Hegel, como la "izquierda hegeliana" del
materialismodialéctico. Sartre magnifica la historia como tal y todo lo
disuelve en ella; lasustancia singular se esfuma: es natural que esta
concepción desemboque en elnihilismo más completo. Sartre adapta el
marxismo por esta razón: la verdad, quees cambiante, la tiene siempre el
grupo que domina, mientras domina, hasta quellega otro, con "otra verdad"
superadora de la anterior (55). Esta tesis, delmás radical relativismo
historicista, permite asumir todas las doctrinas yjustificar todos los crímenes
habidos en la historia; aceptar a la vez lo querealistamente se llama verdad y
lo que se llama error, el bien y el mal, el sery el no-ser. En estas
circunstancias sería mejor no hablar de verdad o de bien,de error o maldad,
porque todo se confunde con "la Historia".

Pero aunfuera de ese absurdo contexto sartreano marxista, tampoco puede


restringirse elconcepto de verdad a la verdad total, que no tendría lugar más
que en Dios,único Ser que conoce exhaustivamente a Sí mismo y a todo lo
demás, en una visiónúnica y eterna. Ciertamente Dios es la Verdad. Pero
también hay verdad en lascosas creadas por Dios, pues son, y son "tal como
son", inteligibles, capaces decausar una verdadera aprehensión de ellas
mismas. Los entendimientos creadosparticipan también del ser hasta el
punto de la espiritualidad, y puedenhacerse, en alguna medida, con la verdad
de las cosas. No sólo hay Verdad, haytambién verdades. No sólo hay
Entendimiento, también hayentendimientos.

El hecho de que mi concepto de "mesa", por ejemplo, noabarque todo lo que


esta mesa es, no quiere decir que mi concepto sea falso,porque todo lo que
contiene mi concepto de mesa, corresponde a lo que hay en"esta" mesa.
Nunca un concepto humano puede representar todo lo que
realmentecontiene la cosa. El concepto es siempre "universal", predicable de
unapluralidad de individuos. Las condiciones individuantes de las cosas no
escapana la intuición, pero sí al concepto. Esto quiere decir, sencillamente,
que elconocimiento humano no es divino, es limitado. Una cosa es la
adecuaciónimperfecta del conocimiento con la realidad y otra distinta la
falibilidad; loprimero es consecuencia de la limitación; lo segundo, delerror.

Relativismo e historicismo tienden a confundir el conocimientoimperfecto


con el conocimiento falso, o con el conocimiento sólo verdadero parael sujeto
cognoscente. Pero como escribió Bergson : "una cosa es un
conocimientorelativo y otra muy distinta un conocimiento limitado. El
primero altera lanaturaleza de su objeto; el segundo lo deja intacto, se limita
a captarúnicamente una parte. Creo que nuestro conocimiento de lo real es
limitado, reasno relativo: incluso el limite podrá retroceder indefinidamente"
(56).

Nodebe confundirse progreso en el conocimiento de la realidad y evolución


de laverdad. El progreso no anula, ilumina las verdades anteriormente
conocidas; lapretendida evolución las destruiría.

EL PERSPECTIVISMO

Desdeluego, hemos de tener en cuenta que la realidad es "polifacética", y


que nopoderlos abarcarla de un solo golpe de vista. Esto ha sido mal
asumido por otrateoría del conocimiento, en el fondo escéptica, pero
presentada al modo delrelativismo histórico: la perspectivista, sustentada
extremosamente porNietzsche: "Hay una multiplicidad de ojos -dice en una
de sus obras-... y porello una multiplicidad de verdades, y por ello no hay
verdad ninguna". Nietzschesustituía la teoría del conocimiento por una
"teoría perspectivista de losafectos". Llega a decir que las verdades
"objetivas" son meras convenciones: "unejército en movimiento de
metáforas, metonimias, antropomorfismos ; en otraspalabras, una suma de
relaciones humanas". Dice Nietzsche que sólo por olvidopuede el hombre
llegar a imaginarse que posee una verdad en sentido objetivo,verdad que
sería tan sólo "el planto que encubre instintos e impulsos denaturaleza muy
distinta".

Hay que reconocer que el filósofo alemán llevaa las últimas consecuencias el
relativismo, hasta alcanzar el fondo de radicalescepticismo que entraña.

Pues bien, el carácter "perspectivo" delconocimiento humano no conduce


necesariamente al relativismo, a no ser que seentienda mal. Porque el
hombre tiene también conocimiento de la perspectiva comotal. Prueba de
ello es que la hacemos tema de nuestra reflexión. Enconsecuencia, la
controlamos y la superamos. Vemos un hombre a lo lejos; sutamaño aparece
corlo el de una hormiga; pero no se nos ocurre decir que sutamaño real es el
de una hormiga; somos conscientes de que se trata de un efectode la
distancia sobre nuestra retina (57). Lo mismo pasa con objetos de
otraíndole: al saber que conocemos sucesivamente aspectos de la realidad
(aspectosreales), sabemos que nuestros juicios son tan verdaderos como
susceptibles deser enriquecidos (no anulados) por otros que vayan
surgiendo al compás denuestras indagaciones.

Es evidente que el conocimiento humano -sobre todoel conocimiento


sensitivo- es "perspectivo" : ha de proceder con frecuencia abase de
"inspecciones" múltiples, mediante las cuales va congo dando vueltas
entorno a su objeto y captando sucesivamente "aspectos" de las cosas,
penetrandoasí más hondamente en las esencias. "Circunspección",
podríamos llamar a talmodo de proceder, que nos conduce al descubrimiento
de la verdad esencial,objetiva (58).

El "perspectivismo", en cambio, desespera de alcanzar laverdad por dos


razones: lª subestimar el valor de las diversas "inspecciones"por las cuales
obtenemos datos de las cosas, como el color, el sabor, ladimensión, etcétera,
que ya ofrecen verdades de la cosa; incluso si un enunciadoes verdadero sólo
bajo cierto punto de vista, algo hay en él de pura ysimplemente verdadero.
2ª No atender a la capacidad de la mente para integrar apartir de múltiples
"inspecciones" un concepto verdadero y suficientementecompleto de las
cosas.

Precisamente la posibilidad del "perspectivismo"supone la posibilidad


-normalmente actuada- de caer en la cuenta del carácterperspectivo del
conocimiento humano, con lo cual el hombre se torna"circunspecto".
"Circunspección" es la actitud del sabio, que observa el objetodesde distintos
ángulos, trascendiendo con ello toda perspectiva, obteniendoverdades cada
vez más hondas.

Por lo demás, el espíritu humano es capazde situarse en las más diversas


perspectivas. No está enteramente inmerso en sucircunstancia ó situación
original. De lo cual ofrece una buena muestra elingenio de los grandes de la
literatura universal, que han sabido situarse en la"perspectiva" de los más
diversos personajes, en los que personas reales detiempo y lugares muy
distintos se han visto retratadas. Toda persona normal escapaz de
trascender en suficiente medida su propia situación, para comprender
larealidad tal como es. Y esto ocurre porque el espíritu -también el
humano-,aunque vive en la historia, está al propio tiempo más allá de la
historia. "Elalma humana está situada en el confín de los cuerpos y de las
sustanciasincorpóreas, como en el horizonte que existe entre la eternidad y
el tiempo"(59). El alma humana emerge sobre la materia (60) y conserva
siempre una ciertatrascendencia sobre las categorías de espacio y tiempo; se
ha dicho que es comouna eternidad incoada. Y se ha escrito certeramente
que "en lo sumo del almahumana hay un punto espiritual misterioso: aquel
donde se realiza el acto depensar y querer, de juzgar y decidir, de afirmar y
de amar, el acto por el cualel hombre se abre al ser. Allí el espíritu toma
conciencia de sí, por estarmisteriosamente presente en él, como centro
inefable de emanación, más allá delo objetivable y lo intencional, más allá
del tiempo"(61).

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Dellibro editado bajo el título LA LIBERTAD EN EL PENSAMIENTO, por Ed.


Rialp,Madrid 1977. ISBN:84-321-1921-O.

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