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Domingos durante el año

27° domingo durante el año

Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4


Salmo 94, 1-2.6-9
2 Timoteo 1, 6-8.13-14
Lucas 17, 3b-10

“Que nunca se
enorgullezca la humana so-
berbia, porque cuando Dios
premia con sus bienes, recom-
pensa sus propios dones.

Éste que ahora implora: Recompensa a tu servidor y así


viviré (Sal 119, 17), si estuviera totalmente muerto no podría orar,
pero recibió el comienzo del buen deseo de aquél al que pide una
vida obediente. Por tanto alguna fe tenían los que decían: Señor,
auméntanos la fe (Lc 17, 5). Lo mismo que aquel que reconocía su in-
credulidad, pero que no negaba su fe, y que cuando se le preguntó
si creía, dijo: Creo, Señor; pero ayuda a mi incredulidad (Mc 9, 24).
Concluyendo: el que ha comenzado a vivir, implora la vida; el que
cree pide la obediencia, no un premio por haberla ya cumplido,
sino ayuda para poder cumplirla. Puesto que quien se renueva día
a día, acrecienta la vida viviendo en todo tiempo.” (C.S. 118, 7, 3)

“Celebramos la solemnidad de la humildad del Señor, el


cual se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y
muerte de cruz (Fil 2, 8). Por lo cual también nosotros en esta noche
santa humillamos nuestras almas ayunando, vigilando y orando;
sin que esa humildad contraste con este ardor. ¿Qué es realmente
un grano de mostaza sino el ardor de la humildad? Por este grano,
los montes fueron trasladados hasta el corazón del mar (Sal 46, 3); es
decir, los grandes predicadores del Evangelio, que son los santos
Apóstoles, de Judea fueron trasladados a los paganos y hasta al
mismo corazón del mundo, es decir, a los pensamientos del mun-
do; se apoderaron de estos montes de los que se dijo: tu justicia es
como los montes de Dios (Sal 36, 7); montes de los que también se
dijo: Tú iluminarás maravillosamente desde los montes eternos (Sal
76, 5). Estos mismos montes iluminados, ardiendo en sus cumbres,
se han trasplantado a sí mismos al corazón del mar, es decir, a
la fe de los paganos, llevando la luz que ilumina a todo hombre,,

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Domingos durante el año

como monte de los montes, rey de los


reyes y santo de los santos; para que
se cumpliera en ellos lo que había
predicho el Profeta: Sucederá al fin
de los tiempos que el monte del Señor
será manifestado y establecido sobre
la cumbre de los montes (Is 2, 2); y lo
que dijo el mismo Jesús: Si ustedes
tuvieran la fe del tamaño de un grano
de mostaza, podrán decir a este monte:
‘Levántate y tírate al mar’, y él lo haría
(Mt 17, 19).

Estos montes son los que hicieron


sagrada para nosotros esta noche en la que el Se-
ñor, que estaba sepultado, resucitó; para que el grano de mostaza
enterrado no apareciera en su humillación; sino que, brotando, cre-
ciendo y extendiendo sus ramas en todas las direcciones, superara
a toda otra realidad, e invitara a los soberbios de corazón a refu-
giarse y a reposar en él, como si fueran pajaritos. ¡Que este monte
habite también en el corazón de ustedes: porque allí no sufrirá es-
trechez, ya que la caridad ha dilatado el lugar!” (S. 223 H)

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