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Portada
Esta obra, destinada a la Educación Superior, se publica al amparo del artículo 37 de la Ley no.14 del
Derecho de Autor, y su distribución se hará sin fines de lucro y exclusivamente dentro del territorio
del estado cubano.
Los criterios aquí expuestos pueden o no ser compartidos por la Editorial.
5

Índice

Prólogo 7
Programa y orientaciones metodológicas 9

INTRODUCCIÓN
Alain Basail Rodríguez
La(s) necesidad(es) de la sociología. Sus dramas como los de Hamlet,
Edipo y Penélope 15

PRIMERA PARTE
El correlato histórico de la sociología

Marshall Berman
1. Todo lo sólido se desvanece en el aire. La experiencia de la modernidad 42
Salvador Giner
2. Sobre la Ilustración 70
3. La Revolución Francesa 93
4. Conservadurismo 111
Irving Zeitlin
5. Ideología y teoría sociológica 132
Robert Nisbet
6. Las ideas-elementos de la sociología 148
7. Las dos revoluciones 168
Giovanni Sartori
8. El descubrimiento de la sociedad 196
Tom B. Bottomore
9. El estudio de la sociedad 200
Norbert Elias
10. Sociología: el planteamiento de Comte 212
11. La sociedad de los individuos 231
Ander Gurrutxaga Abad
12. La construcción de la sociología 248
6

George Ritzert
13. Esbozo histórico de la teoría sociológica: primeros años 276
Juan Carlos Portantiero
14. Introducción a la sociología clásica 324
Theodor W. Adorno y Max Horkheimer
15. La idea de sociología 346
Carlos Marx y Federico Engels
16. El manifiesto comunista 359
Prólogo

Con el principal fin de introducir a los estudiantes de Sociología y Trabajo


Social en el conocimiento de las especificidades de la ciencia sociológica, se
presenta la siguiente compilación de artículos y fragmentos o capítulos de
libros. Todos los materiales son representativos de los debates actuales y de
los más significativos autores que participan en ellos.
Este libro nace como resultado del ejercicio docente de varios profesores
del Departamento de Sociología de la Universidad de La Habana, y en parti-
cular de la disciplina de teoría sociológica que dirige la doctora Reina Fleitas
y de la que forman parte los profesores: doctora Teresa Muñoz, máster
Aymara Hernández, Roberto Dávalos y máster Alain Basail. Asimismo se
destaca como su precedente más importante la selección de lecturas elabo-
radas por el profesor Euclides Catá Guillarte en 1995.
Pensamos que, mientras se preparaba la presente selección, la sociolo-
gía está en el umbral de un más sólido desarrollo en nuestro país, ya que se
clarifica su lugar en el conjunto de las ciencias sociales. Obviamente es un
compromiso proponer lecturas porque el estudiante profesional necesita en
realidad una biblioteca para su cabal formación. Sin embargo, confiamos en
que el uso de las mismas contribuya a elevar la efectividad y calidad de
nuestros cursos.
Debido a la extensión del material fue necesario dividirlo en cuatro par-
tes: 1. El correlato histórico de la sociología, 2. La sociología como ciencia,
3. El lenguaje sociológico y 4. Cursos internacionales, regionales y locales.
Estas partes se agruparon en tres libros, el primero del cual se presenta a
ustedes.
Programa y orientaciones metodológicas

Importancia de la asignatura:
La Introducción a la Sociología pertenece a las asignaturas de la disci-
plina Teoría Sociológica de la Licenciatura en Sociología y de su espe-
cialización en Trabajo Social, con contenidos que responden a los conoci-
mientos necesarios para el ejercicio de las funciones que le correspon-
den. La asignatura ha sido diseñada con el objetivo de insertar a los
estudiantes, desde que recién inician sus estudios universitarios, en los
debates sobre algunas preguntas seminales que se responderán a lo lar-
go de la carrera: ¿por qué surge la sociología?, ¿qué hace esta ciencia o
cuál es su misión? y ¿cómo proceden sus profesionales para cumplirla?
Comprende discusiones en torno a la modernidad (ca. siglos XVI-XX)
como contexto histórico y cultural en el que, con el fin del feudalismo,
advino la sociedad industrial capitalista y burguesa, hasta que a media-
dos del siglo XIX fue fundado un nuevo programa disciplinar que supera-
ba la especulación filosófica y se asentaba en el conocimiento científico
de la realidad social, a saber: la sociología. Comprende, en su totalidad,
amplias discusiones en torno a la invención de la sociología como ciencia,
su consolidación –profesionalización e institucionalización– y sus crisis
teóricas y metodológicas en el esfuerzo por hacer inteligibles las cam-
biantes y complejas sociedades modernas. También un esfuerzo por
presentar la situación de la ciencia sociológica en el contexto internacio-
nal, latinoamericano y cubano.
Las cuestiones formales, cognoscitivas e ideológicas en torno a las
que se problematiza son, por estas razones, múltiples y complicadas y
deben guiar al estudiante para su sistemático estudio en otras asignatu-
ras del curriculum oficial de estudios que deben capacitar al futuro espe-
cialista para comprender y resolver diversos problemas que han de
presentársele en el ejercicio de su profesión.
Objetivos de las orientaciones metodológicas:
Estas orientaciones tienen como propósito central ayudar al estu-
diante a desarrollar eficazmente sus estudios y dirigir su atención hacia
10

los aspectos y problemas que son fundamentales para satisfacer los ob-
jetivos básicos de la asignatura.
Las orientaciones tienen la importante función de estimular y dirigir
el estudio de la información y la interpretación de la misma fuera de cla-
ses. El estudiante debe procurar lograr habilidades y conocimientos,
desarrollar un método que le ayude a adquirir y aumentar su competen-
cia de forma independiente y sistemática .
Para ello debe partir de los objetivos trazados en el programa de la
asignatura que a continuación se exponen. Ellos constituyen una guía
de estudio y trabajo independiente que junto con las notas de clase, las
conferencias y la bibliografía correspondiente, contribuirán al éxito de
los estudios si planifican el tiempo debidamente con vistas a ir prepara-
dos a las discusiones o confrontaciones colectivas y las consultas de du-
das con el profesor.
Sobre la literatura docente:
A continuación te ofrecemos una serie de textos que en ninguna me-
dida son definitivos o concluyentes en torno a cada una de las cuestio-
nes a que están referidos. La dificultad que comporta la asignatura
consiste, precisamente, en que no existe un texto o manual que cumpli-
mente los requisitos planteados en el programa. Existen aisladamente
ensayos, artículos de revista y parte de libros que representan múltiples
puntos de vista de autores a través de los cuales pretendemos que cada
estudiante desarrolle sus propios argumentos polémicamente.
La variedad de aspectos tratados, las diferencias entre los autores y
el lenguaje técnico empleado en la mayoría de los trabajos, determina
que los alumnos deban basar sus estudios en las notas de clases, en algu-
nos otros materiales que orienten los profesores y, sobre todo, el ma-
nejo de la más amplia bibliografía que esté a su disposición en
bibliotecas públicas y privadas, insistiendo en el manejo de diccionarios
y enciclopedias que faciliten el entendimiento de los mismos.
Objetivos generales de la asignatura:
Educativos:
1. Lograr que los estudiantes se introduzcan en las problemáticas
teóricas, epistemológicas e investigativas más recurrentes en el
saber sociológico.
2. Despertar en los estudiantes inquietudes y sensibilidad ante pro-
blemáticas de matices sociológicos para que busquen las posibles
respuestas en los siguientes cursos que irá implementando la carre-
ra a través de estos cinco años.
11

Instructivos:
Que los estudiantes:
1. Relacionen el contexto social, histórico y teórico de la moderni-
dad con el surgimiento de la sociología.
2. Expliquen las premisas metodológicas, epistemológicas y prácticas
para la definición de un objeto de estudio para la sociología.
3. Reconozcan una continuidad teórica y metodológica en el surgi-
miento y uso de los diversos conceptos que ha ido implementan-
do la sociología.
4. Identifiquen las áreas y temáticas más recurrentes en el saber so-
ciológico actual, así como las posibles prácticas científicas que asu-
me actualmente la sociología como profesión.
5. Valoren de modo general los cursos que toma la sociología como
ciencia a nivel internacional, regional y nacional.
Exposición del contenido por temas:
Tema no.1 Surgimiento de la sociología. La sociología y la moderni-
dad: contexto sociohistórico e intelectual. Preocupacio-
nes teóricas fundamentales. Sociología y poder. Etapas
de su conformación como ciencia.
Objetivos:
1. Explicar la modernidad como correlato histórico de la sociología
en tanto nuevo contexto social, económico, político, ideológico e
intelectual.
2. Argumentar la relación intrínseca de la sociología con las ideolo-
gías dominantes del capitalismo.
3. Comprender la misión de la sociología en las sociedades modernas.
Indicaciones:
• El estudio de esta temática debe profundizar en el análisis del cam-
bio de la sociedad tradicional a la sociedad moderna, la mayor
complejidad de la estructura social y los procesos sociales de la
modernización: urbanización, masificación, secularización, indus-
trialización, democratización y cientifización.
• El estudio se efectuará, fundamentalmente, con las lecturas que
aparecen en la primera parte de esta compilación de textos.
Tema no. 2 Características epistemológicas de las ciencias sociales y
de la sociología. La construcción del objeto de estudio
de la sociología. La imaginación y la perspectiva socio-
lógica dentro de las preocupaciones del pensamiento
12

social. Relación, teoría y empiria en el conoci-


miento y la práctica sociológica: comportamiento
ideal y ejercicio real.
Objetivos:
1. Explicar las particularidades epistemológicas de la sociología
como ciencia.
2. Construir el objeto de estudio de la sociología a partir de las prin-
cipales premisas teórico-metodológicas.
3. Analizar los extremos profesionales asumidos en torno a la rela-
ción teoría-empiria.
Indicaciones:
• Es importante analizar las especificidades de la sociología, así como
los aspectos distintivos de la misma en relación con otras ciencias y
sus posteriores y sustanciales rupturas.
• El estudio de este tema partirá de las notas tomadas de las confe-
rencias del profesor y su argumentación particularizada en los dife-
rentes materiales que conforman la segunda parte de la selección.
Tema no. 3 Los conceptos de la reflexión sociológica como movi-
miento teórico y metodológico: estática, orden y es-
tructura versus dinámica, cambio y acción. La relación
individuo-sociedad y su comprensión conceptual: es-
tructura social, actores sociales, instituciones, clases,
grupos, socialización.
Objetivos:
1. Valorar la importancia de la elaboración de conceptos para la cien-
cia sociológica.
2. Analizar las posibles implicaciones ideológicas de los conceptos
sociológicos.
3. Definir desde un enfoque histórico-constructivo los principales
conceptos de la sociología.
4. Reconocer la continuidad teórica y metodológica de los debates
conceptuales en sociología.
Indicaciones:
• El análisis de la importancia de la teoría y el lenguaje conceptual
para la sociología es básico para comprender los problemas en
torno a los que ha girado la reflexión sociológica desde su funda-
ción y las formas de comunicación entre los sociólogos.
• El estudio se basará en las lecturas que aparecen en la tercera par-
te de la compilación.
13

Tema no. 4 Desarrollos actuales a nivel internacional, regional y lo-


cal. Desplazamientos teóricos, metodológicos y profe-
sionales a nivel internacional. El caso latinoamericano:
etapas fundamentales y situación actual de la sociología
latinoamericana. Los cursos de la sociología en Cuba:
oportunidades profesionales y cursos recurrentes.
Objetivos:
1. Describir los caminos teóricos y metodológicos de la sociología a
nivel internacional en su desarrollo como ciencia.
2. Describir las principales etapas y características de la sociología
latinoamericana y cubana.
Indicaciones:
• Este tema presenta la situación actual de las ciencias sociales en el
mundo, en la región y en nuestro país señalando las etapas, hitos y
contradicciones que la definen.
• Debe realizarse un estudio detenido de cómo esas contradiccio-
nes se expresan en los diversos aspectos de la historia disciplinar y
en su desarrollo actual a partir de los materiales reunidos en la
cuarta parte.
INTRODUCCIÓN

La(s) necesidad(es) de la sociología. Sus dramas


como los de Hamlet, Edipo y Penélope
Alain Basail Rodríguez*

Ser o no ser: he aquí el problema. ¿Es más noble


para el espíritu sufrir los golpes y dardos de la airada
fortuna, o armarse contra un piélago de tormentos
1
y, haciéndoles frente, acabar con ellos?

Cuando un curioso comienza a introducirse en el estudio de la socio-


logía como discurso y quehacer científico, las primeras grandes interro-
gantes que quizás lo asalten rondan sobre: ¿por qué surge como ciencia?
y ¿cuál es su encargo social? Ello nos lleva directamente a problematizar
en torno a la necesidad de su surgimiento en el contexto sociohistórico
específico de la modernidad y, en particular, en la primera mitad del si-
glo XIX. Sin lugar a dudas, la sociología es un programa científico cuyo
correlato empírico y arena de debate fue «la gran transformación»2 de
las sociedades occidentales bajo los efectos de la revoluciones demo-
cráticas, la economía urbana e industrial y la cultura racionalista y secu-
larizadora. La sociología es, en cuestión, una ciencia moderna que se
funda con el advenimiento de la modernidad en tanto sucesión de vas-
tos y complejos conjuntos de hondos procesos de cambios socioestruc-
turales, técnicos y culturales –modernización– que trastocaron el
ordenamiento social tradicional o feudal y propiciaron la emergencia de
la sociedad capitalista industrial.
Las homogéneas sociedades premodernas estaban constituidas por
instituciones no diferenciadas donde se confundían gobierno, religión,
valores, política, estado y donde el individuo desaparecía porque inte-
resaba su trabajo comunal o familiar, inserto en relaciones de parentes-
co y de fidelidad incuestionables a la religión y a la monarquía. Tal
ordenamiento social se quebró ante un conjunto de fuerzas sociales
* Departamento de Sociología, Universidad de La Habana.
16 Alain Basail Rodríguez

que produjeron cambios abruptos, es decir, una serie de rupturas con


el pasado que liberaron al individuo de los diversos elementos de po-
der, riqueza y status más o menos consolidados en la edad media y ani-
quilaron el dogma religioso y los sentimientos tradicionalistas. La
compleja interacción de ellas determinó el curso de la civilización mo-
derna y el entendimiento del individuo como una realidad social en fun-
ción de las múltiples redes de relaciones de interdependencia en las que
permanece inserto, es decir, como ser socialmente conformado.
Estas series de grandes cambios históricos se iniciaron con el Renaci-
miento (siglo XV), como la primera y más grave crisis de la urdimbre
feudal, a partir de una inusitada fe en las posibilidades del hombre que
se advertía en las artes plásticas,3 la ampliación del ámbito geográfico
occidental a partir de la caída en manos turcas de Constantinopla (1453)
y el descubrimiento de América (1492), los adelantos de la técnica –la
pólvora, la brújula, el desarrollo de la arquitectura naval y la invención
de la imprenta– y la consolidación del férreo poder del estado monár-
quico centralista a partir de la imposición del lenguaje de la guerra para
la definición de las fronteras y la capitalización hasta el siglo XVIII.4 Al
mismo tiempo, emergía una concepción individualista del hombre y una
nueva clase con ascendente movilidad social: la burguesía. Por otra
parte, la Reforma (siglo XVI) marcó la tendencia a la escisión de la cris-
tiandad a partir de las exigencias populares por el violento disloque
económico y social y la consecuente sustracción de la obediencia de los
Papas católicos a una gran parte de Europa.5 Las reformas calvinista en
Francia, luterana en Alemania y anglicana en Inglaterra fueron impulsa-
das por unas élites cultas de laicos que cuestionaron el poder de prínci-
pes y nobles en estrecha alianza con la forma ideológica dominante: la
religiosa. Los protestantes habían arrebatado de la disciplina de la Iglesia
a la fe individual, lo que conduciría a que la moralidad cobrará un carác-
ter personal y, de modo inevitable, al disenso permanente. Ello influyó
decisivamente en la substracción de la sociedad y del estado de toda in-
fluencia eclesiástica, en el aumento de su independencia como ámbitos
autónomos por la que tanto lucharían los humanistas en lo relativo fun-
damentalmente a las reformas educativas como punto más álgido de la
secularización. Entendida esta como proceso por el cual los individuos
que viven en las cada vez más modernas y complejas sociedades van
abandonando las explicaciones de tipo religioso que antes le servían
para entender el mundo, y orientándose en él y las van sustituyendo por
otras explicaciones más científicas o aquellas que ellos mismos definen
en los ámbitos privados.
La(s) necesidad(es) de la sociología... 17

Durante el período de la reforma, la ética protestante se extendió


por toda Europa desarrollando unos valores religiosos y contribuyen-
do, como demostró en esencia Max Weber (1864-1920), a la aparición
de la racionalidad económica capitalista basada en el control, el cálculo,
la planificación racional y el ahorro.6 Esta se impulsó con las revolucio-
nes políticas inglesa, francesa y norteamericana y el ascenso vertiginoso
de la burguesía como clase dominante con poder económico y, además,
político. El progresivo desarrollo de una economía que dejaba atrás sus
ataduras tradicionales al medio rural se aceleró, fundamentalmente, a
partir de las revoluciones agrícola e industrial como expresiones posibi-
litadas por otra revolución de gran trascendencia, que se produjo en el
ámbito de la ciencias en tanto sostenido proceso de desarrollo del co-
nocimiento científico del mundo y de aplicación de innovaciones tecno-
lógicas a la vida socioeconómica. En resumen, en la progresiva
racionalización de la vida moderna que se produjo entre los siglos XV
y XIX intervinieron tres grandes fuerzas sociales que trastocaron el or-
denamiento político, económico y, en general, social, a saber: las revo-
luciones políticas burguesas, la revolución industrial y la revolución
científica.7
Al hablar de modernidad se hace referencia al proyecto cultural e
ideológico de la industrialización, a una serie de elementos rupturistas
con el pasado y a la confianza en alcanzar el futuro a través de proyectos
en los que son centrales los conocimientos por sobre las creencias, es de-
cir, que se constituyen a partir de la revalorización de la razón científica
y la subordinación a esta de la fe. La ciencia va a ser probablemente el
valor más importante de la modernidad. La sociedad moderna es una
sociedad en la que es central el conocimiento porque la ciencia, sus des-
cubrimientos e innovaciones, permiten un control de la naturaleza y, a
partir de ellos, la construcción de una nueva fe en el progreso técnico
sostenido no exenta de consecuencias no esperadas o deseadas. La
transformación y expansión del conocimiento científico que tuvo lugar
entre los siglos XIV y XVII fue, ante todo, una revolución en la manera de
entender la realidad, es decir, un cambio en las actitudes mentales por
el auge del comercio, la creación de hábitos mentales de medición, re-
cuento y orden geométrico, el cálculo racional del beneficio y la organi-
zación racional del trabajo libre.8
Pero el reconocimiento de la ciencia como valor fundamental de la
modernidad fue el resultado de largas y encendidas polémicas y a con-
flictivos procesos en los que la cosmovisión religiosa del mundo fue
18 Alain Basail Rodríguez

cuestionada y progresivamente desplazada como hegemónica a favor


de la ciencia y de la concepción científica del mundo. En esa lucha por
impulsar el desarrollo de un programa de investigación racional de la so-
ciedad, tuvo un protagonismo sin precedentes la que consideramos una
de las fuerzas intelectuales seminales de todo el pensamiento que pre-
paró el camino de las revoluciones políticas y reaccionó ante ella y que
es considerado, en general, como medular en la prehistoria de la socio-
logía (ca. 1750-1850), a saber: la Ilustración.
La también llamada Edad de la Razón o Siglo de las Luces fue un perío-
do de notable desarrollo y cambio intelectual en el pensamiento filosófi-
co que comprendió los siglos XVII y XVIII y que se extendió, por ejemplo,
desde el Novum organum scientiarum de Francis Bacon (1561-1626)9
hasta el Ensayo histórico sobre los progresos de la razón humana de A. Ca-
ritat Condorcet (1743-1794). Ambos autores reflejaron los puntos más
altos que podemos encontrar en Inglaterra y Francia dentro de toda una
amplia y heterogénea corriente filosófica que se dirigió contra la socie-
dad feudal. La Ilustración superó y reemplazó algunas ideas y creencias
–muchas relacionadas con la vida social– con el objetivo de liberar a la
mente de las tradiciones, la comunidad y las autoridades exteriores –la
iglesia católica, principalmente– que la tenían condenada. Por ello, los
philosophes compartieron una fe optimista en el poder de la razón indi-
vidual para (re)modelar sistemas sociales ya que, para ellos, sólo exis-
tían los individuos y la sociedad no era más que el nombre dado a esos
individuos en sus interrelaciones. Afirmaron el racionalismo individua-
lista contra el corporativismo universal y la autoridad medieval difun-
diendo un ethos –el individualismo– que prosiguió en el siglo XIX con el
liberalismo, junto a la visión de un orden social fundado sobre intereses
racionales. La contribución más importante de la Ilustración para todo
el pensamiento político y cultural fue la idea de progreso, en tanto una
innovación sin precedentes, bajo la que anhelaron nuevas formas de
comunidad social y moral. El arma principal con la que contaron fue la
crítica: los fueros de la razón entendida como una facultad especulativa
que crece con la experiencia, la observación, clasificación y la verifica-
ción de los fenómenos del mundo real.10
Por su parte, la industrialización no constituyó un único aconteci-
miento sino muchos, cuyos desarrollos interrelacionados culminaron
en la transformación del mundo occidental de un sistema fundamental-
mente agrícola en otro industrial. Asociada en sus inicios con la explota-
ción del carbón en Inglaterra, se refiere en general a la expansión de las
La(s) necesidad(es) de la sociología... 19

relaciones capitalistas de producción a partir de la transformación de la


propiedad en privada, fragmentada, atomizada o convertida en bonos o
acciones impersonales, la extensión de las relaciones de mercado –pro-
gresiva mercantilización de las relaciones sociales–11 y a la autocom-
prensión de los individuos como unidades que podían contratar su
fuerza de trabajo individual y no como trabajo comunal o familiar.
Cuando Adam Smith describió al sistema inglés en La riqueza de las
naciones (1776), como la resultante de las fuerzas combinadas del indi-
vidualismo legal y del económico que transformaron aquella sociedad,
estableció que su fuerza se derivaba de una nueva división del trabajo a
partir de la creciente funcionalización de la sociedad, es decir, de roles
diferenciados a cumplir por nuevos actores sociales (negocian-
te-obrero, burgués-proletario) que complejizaban la estructura social
y, además, por el protagonismo del capital industrial. La revolución in-
dustrial alcanzó un gran impacto o influencia sobre el orden social a
constatar en aspectos tales como la situación de la clase obrera o traba-
jadora,12 el crecimiento de las ciudades,13 la organización de las relacio-
nes laborales dentro del sistema fabril, la creación de inmensas
burocracias económicas para proporcionar los múltiples servicios que
requerían la industria y el naciente sistema capitalista –la burocratiza-
ción o el mayor número de individuos sujetos a una razón cada vez más
impersonal– y, en general, los cambios en la relación histórica entre el
hombre y la mujer, que hicieron de la familia tradicional algo caduco,
que abolieron la separación cultural entre la ciudad y el campo y posibi-
litaron, por primera vez en la historia, la liberación de las energías pro-
ductivas del hombre de los limites de la naturaleza o la sociedad
tradicional.
Cuando, en otro orden de cosas, nos referimos a los cambios en las
formas de organización política de la sociedad, hablamos de los proce-
sos de democratización que se producen a partir de las revoluciones
políticas burguesas. Una larga lista de procesos de subversión social que
podemos llegar a denominar revoluciones sociopolíticas, caracterizan a la
modernidad. Entre las más célebres podemos citar las Revoluciones In-
glesas (1842; 1648-1649; 1688), la Revolución Francesa (1789;
1830-1848; 1870), la Revolución Norteamericana (1775-1783) y otras
que se adentran en el convulso siglo XX como la Rusa (1917), la China
(1949) y la cubana (1959). En general, aunque pensando sobre todo en
la Francesa,14 constituyeron grandes rupturas ideológicas en la historia
de occidente que impulsaron la desintegración definitiva de las relacio-
20 Alain Basail Rodríguez

nes feudales de vida, y sus leyes o declaraciones, explicitas o racional-


mente codificadas, abarcaron todos los aspectos de la estructura social
y garantizaron la libertad y dignidad individuales como facultades inhe-
rentes a todos los individuos tanto en la teoría como en la práctica.
Como resultados de la revolución se consolidaron las formas capitalis-
tas de producción, entregándose el poder a las clases que van a fundar
el industrialismo y las finazas modernas: los burgueses; también, se ace-
leró el proceso de secularización entre el estado y la iglesia, aumentan-
do el primero la eficiencia de la administración pública15 y asumiendo,
como interés práctico e importante factor de legitimidad, todo cuanto
al bienestar público e interés nacional se refiere: prosperidad, expan-
sión colonial, sanidad pública, educación –científica, no religiosa– y de-
sarrollo de la ciencia.
En un sentido más amplio se asiste al ascenso de la política como la
forma ideológica dominante de la modernidad, convirtiéndose en una
forma de vida intelectual y moral. Los dogmas y herejías de la revolu-
ción promovieron actitudes mentales acerca del bien y el mal en la polí-
tica reservadas hasta entonces a la religión. Además, propició una
reconstrucción social y moral, que abarcó a la iglesia, la familia, la pro-
piedad y otras instituciones sociales, es decir, que tocó lo cultural, la
vida cotidiana y los valores expresados en el aliento del modernismo a
constatar en la producción artística y literaria.
Para tratar de explicar cómo el término «sociedad» se convirtió en
algo emergente y constrictivo, es pertinente detenernos en estos mo-
mentos históricos de cambio de las relaciones de autoridad medieva-
les.16 El ordenamiento de las sociedades por los estados nacionales a
partir de una redefinición ideológica, política e institucional, buscó la
homogenización de las mismas con pautas igualitarias e individualistas
de relación o, en otras palabras, la reducción de aquellos aspectos con-
flictivos, anárquicos y desestabilizadores implícitos en la propia lógica
de transformación social a partir de un ordenamiento normativo que
fue presidido por los principios de igualdad y libertad, y un conjunto más
amplio de derechos legales que unifican e identifican a los individuos
con el estado como garante principal de tales derechos.17 Según Alfon-
so Pérez-Agote, lo político generó el carácter total de lo social y, al ha-
cerlo, devino como un ámbito diferenciado –sociedad política o estado
nacional– dentro de la sociedad, como «aquello que afecta a la síntesis
de lo social precisamente como objetivación política de la realidad so-
cial».18 Mientras que la «sociedad nacional» es aquella objetivación de la
La(s) necesidad(es) de la sociología... 21

sociedad que opera el estado, desde la que se entiende a la sociedad


como la realidad social existente sobre un territorio o se da por supues-
ta aquella como realidad social fundamental. Tal reordenamiento o in-
tegración de las sociedades que se autodefinían como modernas fue el
resultado de un proceso histórico que enfrentó la tendencia a la escisión
característica de la crisis del entramado social en pleno período de tran-
sición del viejo orden social feudal a otro donde lo social se dividió en
dos dimensiones constitutivas: lo público, como espacio o ámbito co-
mún para tratar los problemas colectivos y, lo privado, como lugar de
las relaciones específicamente individuales. Este hecho se convirtió en
el supuesto histórico implícito de toda la producción sociológica dada la
imposibilidad de distanciarse del mismo y constituir la sociedad nacional
una totalidad articulada internamente, organizada y relativamente autó-
noma, o sea, una realidad que se debe tratar de vertebrar (Durkheim)
o trascender (Marx).19
La idea de la sociedad como un todo externamente reconocible se
acompañaba internamente de una complejización de la estructura so-
cial producida por la conflictiva reconfiguración de las relaciones jerár-
quicas y del sistema diferencial de status. Es ilustrativo cómo el dinero
apareció como una medida de igualdad de opción que superó las ante-
riores diferencias en términos hereditarios o de sangre pero, al mismo
tiempo, como una medida de desigualdad de condición que determina
las diferencias reales de oportunidad en función de la remuneración de
los distintos trabajos realizados. En general, nos referimos a esa dimen-
sión significativa que se potenció con la acentuada división social del tra-
bajo y la diferenciación del individuo en la sociedad a partir de la
independencia del mismo para vender su fuerza de trabajo y, como sa-
bemos desde la Ilustración, desarrollar sus poderes para pensar libre-
mente en torno a la sociedad. Ello permitió llegar a establecer una
reflexividad social sobre las relaciones sociales de las que participan los
individuos a través, por ejemplo, de la opinión pública y la prensa como
principal soporte material y vehículo de la misma. Así «la sociedad» fue
reconocida como objeto de estudio, una realidad relativamente autó-
noma cuyos problemas hay que explicar en la medida en que aparecen
regularidades de difícil entendimiento que no son el resultado del dise-
ño o la voluntad de nadie sino, más bien, resultados no previstos de las
acciones de los individuos en relación simultánea y sucesiva con otros
que posibilitan un determinado tipo de orden que rebasa lo inicialmente
ideado o hasta lo contradice.
22 Alain Basail Rodríguez

El siglo XIX se caracterizó, en general, por una gran crisis. En su pri-


mera mitad lo más distintivo fue, desde el punto de vista intelectual, la
reorientación del pensamiento europeo apoyada en la reafirmación de
la tradición y en la búsqueda de nuevos fundamentos para un orden que
parecía destruido por los estragos de las guerras y las revoluciones en
muy estrecha relación con los intereses de poder de la nueva clase que
lo detentaba: la burguesía. Se trató de una amplia reacción, que se ex-
presó en literatura, filosofía, teología, jurisprudencia, historiografía y,
sustancialmente más, en sociología, contra la razón analítica y lo pura-
mente racional. En este sentido fue un pensamiento que propugnó en
lugar del orden natural, el orden institucional, y en lugar de una concep-
ción optimista de la soberanía popular, una serie de premoniciones so-
bre las tiranías que acechaban en la democracia popular cuando se
transgredían sus límites institucionales y tradicionales. Esta corriente o
tendencia ideológica ha sido conocida como el conservadurismo filosó-
fico, y se caracterizó por reaccionar ante las inestabilidades y el caos
que reinaba según sus representantes, como parte del movimiento ro-
mántico20 característico del pensamiento social, artístico y literario de
toda la primera mitad del XIX. Dentro de ese ethos intelectual dominan-
te, el conservadurismo tuvo su contraparte en la tendencia la libe-
ral-radical.21
El conservadurismo fue el primer gran ataque al modernismo y a los
resultados de los procesos que el espíritu moderno idealizó como de
cambio y progreso sostenido, pero que también fueron de fragmenta-
ción, desencanto, disgregación e incertidumbres o, en pocas palabras,
de crisis de la cultura por la pérdida de la noción de totalidad de la vida,
el malestar psicológico y la inquietud social. Lo que las revoluciones ata-
caron fue defendido por hombres que desconfiaron de las innovaciones
tecnológicas, y concedían gran importancia a la tradición y a las institu-
ciones del orden legado o heredado por la historia ya que ese era, según
sus palabras, el verdadero «orden natural». Ante los ideales iluministas
del derecho natural, la ley natural y la razón independiente, proclama-
ron la prioridad de la sociedad y sus instituciones tradicionales con res-
pecto al individuo a partir de un redescubrimiento de lo medieval –sus
instituciones, valores, preocupaciones y estructuras–, es decir, un pro-
fundo espíritu antimodernista y contrailustrado. Pero, paradójicamen-
te, fue a partir de sus afirmaciones sobre la totalidad de la sociedad, la
relativa independencia de lo social como determinante de los conoci-
mientos o formas de expresión y el ser social de los hombres, que la so-
La(s) necesidad(es) de la sociología... 23

ciología constituirá su objeto de estudio, heredando una serie de


conceptos que integraron su corpus teórico22 aunque, despojándolos de
todas las explicaciones trascendentalitas y, eso sí, transfigurándolos por
los objetivos racionalistas o científicos preconizados por los ilustrados a
partir de su interés por mantener un fuerte correlato entre la especu-
lación y lo factual. Entonces, es preciso advertir, como señala Irving
Zeitlin, que «la sociología se desarrolló inicialmente como una reac-
ción a la Ilustración», y subrayar que la influencia de la Ilustración en la
sociología fue tanto (y más) indirecta y negativa como (y menos) directa
y positiva.23
El destacado sociólogo Robert Nisbet24 subrayó la paradoja creativa
de la sociología destacando cómo por sus objetivos y por los valores po-
líticos y científicos que defendieron sus principales figuras, estuvo ubi-
cada dentro de la corriente central del modernismo, mientras que, por
sus conceptos esenciales y sus perspectivas implícitas, estuvo, en gene-
ral, mucho más cerca del conservadurismo filosófico. Esta tensión entre
los valores tradicionales y modernos aparece como un rasgo esencial de
su estructura conceptual y de sus supuestos fundamentales, junto con la
imagen de lo social tensionada por lo individual –Ilustración– y lo grupal
–filosofía conservadora. Por ello se dice que la sociología es una expo-
nente de la mentalidad moderna conmocionada por preguntas sobre las
discontinuidades y rupturas sociales que son vividas como continuas cri-
sis sociales. Crisis a la que la sociología alude, ya que constituyen sus
condiciones históricas de posibilidad o la justificación de la necesidad de
fundarla, como programa científico, para el estudio positivo de la reali-
dad social y la resolución de las ambivalencias y las contradicciones so-
ciales provocadas por las revoluciones, enfrentándose a la pretensión
de armonizar estática –orden-equilibrio– y dinámica sociales –cam-
bio-conflicto. Pero, también paradójicamente, estas situaciones críticas
de indefinición, de inestable y difícil equilibrio de su objeto de estudio,
terminaron por invadirla definiendo todas sus tensiones constitutivas
como expresiones casi dramáticas que a continuación trataremos de di-
lucidar.

El drama de la sociología en tres actos:


la invención, la consolidación y la ruptura
Tal vez parezca excesivo este esbozo dramatúrgico del desarrollo
de la sociología con el que pretendemos describir los más importantes
24 Alain Basail Rodríguez

retos planteados a (y por) esta ciencia. Los personajes literarios o reales


a los que aludimos son tropos retóricos que estimamos pertinentes
para el desarrollo del trabajo con fines expositivos y para hacer referen-
cia a las ambigüedades que forjaron a la sociología como ciencia en los
momentos más significativos de su historia. Historia que representamos
en tres actos centrales a partir de los retos que enfrentó como ciencia:
la invención (ca. 1830-1890), la consolidación (ca. 1890-1950) y la rup-
tura (ca.1950-hoy).

Acto primero: la invención y la evocación de Hamlet


¿Por qué se dice que la sociología surge en la época moderna si siem-
pre existió un discurso sobre la sociedad y el hombre fácilmente reco-
nocible en la filosofía y en la economía política? Algunas lecturas que
incluimos en esta obra pretenden aclarar tan medular pregunta para es-
bozar un programa de estudio sociológico. Y es que, en primer lugar, las
rupturas sociales impuestas por los cambios explicitados arriba se vi-
venciaban como una crisis aguda, como procesos contradictorios y de
alta conflictividad social que infundían sensaciones de falta de control
sobre las lógicas de desarrollo social y los propios procesos que, a pesar
de ponerse en marcha amparados por una ideología del progreso posi-
tivo, arrojaban resultados contrarios a los planificados y nuevos proble-
mas como la masificación de las ciudades, insalubridad, contaminación,
alienación (Marx), burocratización (Weber). Si a ello añadimos la cada
vez más estrecha interdependencia entre los hombres en sociedades
cuyas estructuras sociales se complejizaban a partir de la aparición del
mercado, el consecuente predominio de las relaciones contractuales,
las múltiples funciones sociales a cumplimentar, una amplia división del
trabajo y fuertes procesos de movilidad social, confirmamos que se ge-
neraron en los individuos modernos inseguridades, extrañamientos o,
en palabras de Norbert Elías, «conciencia de opacidad».25 La potencia-
ción de la autonomía individual –que llamamos individualización– volvió
problemático al orden social y necesaria la estabilidad por los cada vez
más fuertes vínculos entre individuo y norma e individuo y sociedad.
Los hombres adquirieron conciencia de interdependencia y empezaron
a verse a sí mismos como sociedad, entendida esta última como un todo
despersonalizado y una medida superior de dependencias y controles
mutuos cuya realidad social básica era el propio individuo. Es decir, la
necesidad de esclarecer la determinación externa de las acciones, aque-
La(s) necesidad(es) de la sociología... 25

llo que coactivamente aparece como común a todos guiando nuestras


acciones y pensamientos, y que se presenta como socialmente acepta-
do, compartido, cuestionado y dominante, es la necesidad básica que
justifica intelectual y moralmente el origen mismo de la sociología como
ciencia y, como consecuencia, el descubrimiento de la sociedad como
objeto de estudio relativamente autónomo de las ciencias sociales con
el advenimiento de la modernidad.
Por primera vez, la sociedad era entendida a través de un programa
disciplinar –tanto empírico como teórico–, como un conjunto de rela-
ciones cuyo constructor era el hombre. Aunque los sociólogos reivindi-
quen a Saint-Simon o a Augusto Comte como sus fundadores, la
sociología no tiene un fundador concreto, ya que surgió en algunas de
las mentes más lucidas del siglo XIX como consecuencia de la extensión
progresiva de la actitud científica a todas las esferas de la acción huma-
na. Respondiendo a y como producto de la necesidad en creer que,
como lo explica Hamlet a su amigo Horacio:
«[...] Hay en el cielo y en la tierra más cosas que las que ha soñado tu
filosofía [...] pero venid a acá, jurad como antes, y así el cielo os ayude,
que por muy raro y extravagante que sea mi modo de proceder [...] da-
réis nunca a entender que sabéis algo acerca de mí. Jurad que nada de
eso haréis, y así la gracia y misericordia de Dios os asistan en vuestras
tribulaciones! ¡Jurad!».26
Y es que la sociología partió de la misma firme convicción y de la
suerte que Shakespeare le impuso al drama existencial de Hamlet cuan-
do acto y seguido decía: «Nuestro siglo está desconcertado. ¡Oh! ¡Mal-
dita suerte la mía, que haya nacido yo para ponerlo en orden!».27 Así, la
sociología nació también agobiada por el papel que le obligó a represen-
tar la fatalidad de las circunstancias, pero no simulará, a diferencia de
Hamlet, locura para cumplir su cometido sino, racionalidad científica y
neutralidad ética. Su pretensión ha sido la de convertirse en la forma de
conciencia teórica con la que la modernidad se interroga a sí misma, es
decir, como conciencia histórica de los tiempos modernos que, como
ciencia, tratará por primera vez a la sociedad como totalidad, pero no
basándose en la intuición y la especulación, sino a partir de la realidad
factual, empírica.
Así uno de sus más excelsos representantes, Herbert Spencer
(1820-1903), creyó que la sociología era el gran instrumento de autoco-
nocimiento que necesitaban los hombres para irse librando de sus pro-
pios mitos y de sus propias cadenas. Spencer subrayaba que la
26 Alain Basail Rodríguez

verdadera vocación de la sociología es la de ser una disciplina liberado-


ra, que nos puede arrancar de la trampa de la visión equivocada del
mundo que nos ha impuesto nuestra clase social o la educación recibi-
da. En este sentido se instaura como reflexión sobre nuestra propia
condición en la era moderna, como ciencia que debe solucionar proble-
mas, lo que llegará, más tarde, a definir una visión ingenieril y hasta pro-
fética de la misma.28 Max Weber se refirió a la sociología como la
encargada del «desencantamiento de las imágenes del mundo» y, por su
parte, Norbert Elías utilizó una original imagen para referirla como «ca-
zadora de mitos»,29 en tanto que vástago de la Ilustración que no puede
proceder sino desacralizando el mundo, explicitando las bases míti-
co-sagradas sobre las que se asienta movedizamente y desvelando las
consecuencias no queridas de la razón moderna dentro de las que inclu-
ye sus propios actos de mistificación o sacralización en nombre de la ra-
zón científica.30 En este sentido, el propio Elías subraya que la sociología
y, en general, las ciencias sociales constituyen instrumentos de orienta-
ción en sociedades relativamente poco transparentes cuando aumenta
la conciencia de opacidad. Tales instrumentos conceptuales de carácter
más impersonal pretenden devolver transparencia a las acciones de los
sujetos que asumen y dan por supuesto en qué medida su conducta está
socialmente pautada y, especialmente, en qué sociedad como centro
de atención de la sociología, hay que insistir en cómo esta medida de-
pende de otras acciones correlativas. Por eso, si se quiere poner a la so-
ciedad como centro de atención a la sociología, hay que inistir en cómo
esta se halla tejida por numerosos lazos que son desconocidos por los
actores, pero que no por desconocidos dejan de ser reales.
La misión de la sociología es, precisamente, devolver la transparen-
cia colectiva haciendo explícita o consciente la determinación social en
cuanto substrato desconocido, opacado o inconsciente de la realidad
social. Resumiendo, la sociología como beruf 31 nació como consecuen-
cia de una fractura significativa entre el ser social y la conciencia del ser
social, en otras palabras, de la contradicción entre, por una parte, aque-
llo se que complica, diferencia, entrelaza y parece ser de una naturaleza
especial y, por la otra, de la conciencia de cuán ignorantes somos al des-
cubrir la heterogeneidad y multiplicidad de formas sociales y culturales.
La necesidad de salvar las lagunas producidas por el devenir de la socie-
dad moderna cada vez más interdependiente, ajena, generando con-
ciencia de variabilidad y extrañeza, obligó a la sociología a plantearse
problemáticamente la existencia y permanencia de los agrupamientos
La(s) necesidad(es) de la sociología... 27

humanos, la inserción en ellos de los individuos, la estructuración u or-


ganización de los campos de la vida social y, al mismo tiempo, los pro-
cesos de cambios en que están inmersos.32 Para comprender la
especificidad de la sociedad moderna ha sido esencial la yuxtaposición
entre sociedad premoderna y sociedad moderna, entre lo viejo y lo
nuevo.33 Por demás, esos dualismos se instalaron en los discursos teóri-
cos y han «cazado» al «cazador» –la sociología– con extremos en torno
a qué es lo determinante en las relaciones entre estática y dinámica, or-
den y cambio, y estructura y acción.
Tal situación también provocó una hermosa, trágica y reveladora
metáfora de Marx que explica las acciones y situaciones cambiantes de
la modernidad. Decía: «Todo lo sólido se desvanece en el aire».34 Sos-
pechando de esa ambigüedad que distinguía al tiempo histórico moder-
no: la promesa de aventura, poder, crecimiento y transformación de
cada uno de nosotros y el mundo y, al mismo tiempo, la amenaza de
destruir todo lo que tenemos, lo que sabemos y lo que somos. Nuestro
José Martí agregaría otra de igual estatura e idéntico sentido: «Todo lo
devora New York en un día».

Acto segundo: la consolidación y el enigma


planteado a Edipo
Como hemos apuntado, el creciente interés por la ciencia impregnó
todos los sectores de la vida cotidiana, de la cultura material y de la pro-
ducción simbólica. La ciencia adquirió, entonces, gran prestigio social, y
a los pensadores vinculados a las que más éxitos acumulaban –sobre
todo la física, la biología y la química– se les otorgaban lugares prefe-
rentes. De tal forma que cuando se constituyó el campo de las ciencias
sociales a mediados del siglo XIX, como parte del proceso de seculari-
zación de la especulación científica, las nuevas ciencias se vieron com-
pulsadas a imitar o seguir el ejemplo y las pretensiones de cientificidad
de aquellas aplicadas al mundo natural y obviando que su adjetivo cuali-
ficador –sociales– hacía referencia a un objeto de naturaleza igualmente
compleja pero muy diferente.35
El camino de madurez de la argumentación científica en sociología se
inició con dos respuestas clásicas a dos preguntas que constituyeron
una ruptura con las prenociones del sentido común: ¿qué es hacer cien-
cia social? y ¿cómo se hace? La primera subrayó que seguramente era lo
mismo que hacer ciencia natural porque ambas recibían el nombre co-
28 Alain Basail Rodríguez

mún de ciencias y se apegaban a los hechos. Ha sido conocida como po-


sitivismo y sigue el modelo de las ciencias naturales –físico u orgánico.36
La segunda, mientras tanto, partió de defender las particularidades de
las ciencias sociales siguiendo el modelo ideal cultural, a la usanza ale-
mana, según el cual el objeto de estudio es el hombre, y este no se con-
forma cual materia pasiva en el mundo, sino que lo interpela, lo hace, lo
juzga y lo cambia. Esta corriente interpretativa o compresivista sugiere la
idea de un acercamiento comunicativo entre sujetos y la revalorización
de los aspectos de la subjetividad de la vida social, las interpretaciones
cotidianas del mundo, la acción y los significados socialmente atribuidos
a ella. Ambas respuestas no fueron más que tentaciones reduccionistas
que concibieron a la sociología como física social o ciencia historicista,
phycis o crítica cultural, ciencia o arte, lógica o poesía. Impusieron dos
clases de determinación de los objetos de estudio, a saber: objetivista,
como Durkheim cuando afirmaba que los «hechos sociales» entendidos
como las conductas institucionalizadas socialmente o todas las maneras
de hacer, susceptibles de ejercer sobre el individuo una coacción exte-
rior, debían ser tratados como «cosas»,37 y simbólica, como Weber
cuando insiste en que el hombre está inserto en tramas subjetivas, de
significación, que el mismo ha creado.38 Y en correspondencia ambos
otorgan preponderancia a dos esquemas metodológicos que tradicio-
nalmente se han contrapuesto: erklären versus verstehen, es decir, expli-
cación versus comprensión y su expresión correspondiente en las
lógicas argumentativas medio-fin y significado-expresión. Hecho que
también se expresa en la contraposición improductiva entre métodos
cuantitativos y métodos cualitativos y entre individualismo metodológi-
co y holismo metodológico.
La verdadera raíz de estos constitutivos y diluyentes dualismos o
debates de la sociología pasa por la complejidad del objeto de investi-
gación. El homo sociologicus está sujeto en diversas redes de interrela-
ciones, de creencias y valores. La realidad social alcanza múltiples
dimensiones y obliga a la «pluralidad del objeto» o su multidimensionali-
dad, que es la causa de la especulación y, consiguientemente, del disen-
so pluralista y la fragmentación del conocimiento. Tal incertidumbre
epistemológica que se impone en cada investigación nos hace conscien-
tes de las necesidades prácticas del principio de la incomplexidad, de la
posibilidad de la replicabilidad del conocimiento propuesto por otro(s).
Ello determina los muchos modos de ser y hacer ciencia social.
La(s) necesidad(es) de la sociología... 29

El reto de consolidar a la ciencia sociológica (ca. 1890-1950) se tra-


dujo en una doble lucha por su institucionalización y su profesionaliza-
ción. El reconocimiento disciplinar de la sociología supuso fuertes
disputas por espacios académicos y publicísticos. Estos indicadores de
institucionalización de una ciencia avanzaron con la formación de es-
cuelas nacionales, facultades y departamentos,39 el desarrollo de prime-
ras armas de investigación empírica a partir del trabajo en equipo, la
fundación de revistas como L`Anèe Sociològique (1898) por E. Durkheim
y la fundación de la Sociedad de Sociólogos de Londres (1903) y la Aso-
ciación de Sociólogos de Alemania (1910).
Los elementos distintivos de esta época fueron la permanencia de
grandes obras individuales, la continuada abundancia de los tratados ge-
nerales de sociología y la imposición de limitaciones de perspectiva para
poder ser más rigurosos en el conocimiento de los campos de interés.
Así se definieron los «clásicos» de esta ciencia como, según Jeffrey
Alexander: «productos de la investigación a los que se les concede un
rango privilegiado frente a las investigaciones contemporáneas del mis-
mo campo». Según este autor, su centralidad se debe a dos razones:
una funcional, ya que ante el desacuerdo y la falta de consenso es nece-
saria cierta base para establecer una relación cultural, una idea aproxi-
mada de que hablar para integrar, concretizar, validar y legitimar el
campo del discurso; y otra intelectual o científica, por tratarse de una
contribución regular y permanente que se ha desarrollado para diferen-
ciar sociedades y seres humanos en la historia como un marco artístico
cuyo estudio no sólo tiene un interés histórico –como dicen los positi-
vistas–, sino para desarrollar los intereses teóricos contemporáneos.40
A veces a estos clásicos se les critica, compara, contrapone y comple-
menta con otros por lo que dicho «rango privilegiado» parte de la
creencia común de todos los cientistas sociales de que se puede apren-
der en el campo de investigación que interesa tanto de las obras ante-
riores como de las de sus contemporáneos. Por eso, en calidad de
clásica tal obra establece criterios fundamentales en cada campo en
particular como son imprescindibles por ejemplo: en sociología de la
religión, La ética protestante y el espíritu del capitalismo, de M. Weber, y
Las formas elementales de la vida religiosa, de E. Durkheim. Esta situa-
ción plantea un problema muy serio sobre el crecimiento de la ciencia
social, ya sea este entendido por acumulación (Newton) o por revolu-
ciones científicas (T. Kuhn). Ante esta situación peculiar de las ciencias socia-
les algunos subrayan optimistamente que se demuestra su fermentación,
30 Alain Basail Rodríguez

mientras que otros señalan las muestras de confusión y estancamiento.


La maldita/bendita necesidad de reabrir los clásicos es una característica
de nuestra ciencia que se debe a su condición dada la realidad irrepeti-
ble de nuestro objeto y, por tanto, el carácter fundamentalmente no
experimental de la disciplina.41
De cualquier modo, los padres fundadores son los padres de una
ciencia, y los profesionales que a ella se dedican, se forman un complejo
por no superarlos que recuerda al de Edipo rey y su terrible drama: de-
soír una profecía que más tarde se cumplió porque, desconocedor a sus
verdaderos padres, le dio muerte a uno y convivió con otro y, conscien-
te de su origen y culpable de parricidio, se autocondenó a eterna ce-
guera.42
Haciendo referencia a todos estos aspectos pero principalmente a la
centralidad de los clásicos, a la ideología de la profesionalización de la
disciplina43 y a los dualismos constitutivos, es que hablamos metafórica-
mente de la formación del complejo de Edipo de la sociología durante
su período de consolidación. Las sociedades modernas le plantean un
enigma al hombre moderno a cuya comprensión más cabal la ciencia so-
ciológica contribuye permitiéndole trascenderla; sin embargo, cum-
pliendo ese cometido social la «conciencia crítica» se ha embebido de
las ambigüedades y los valores de los nuevos tiempos o, con su ejercicio
formalista, le ha sustraído ambigüedad a la realidad que estudia. Tal pa-
radoja se constata cuando examinamos por qué a esta ciencia le ha veni-
do costando tanto esfuerzo romper con la tradición y contribuciones de
los padres fundadores, superar el pluralismo cognitivo en aras de una in-
tegración de la teoría sociológica y trascender los dualismos y aquellas
prácticas que se representan muy bien con los extremos del movimien-
to pendular asociados al ejercicio real con la «gran teoría» o el «empiris-
mo abstracto».44 De lo que sí no se puede acusar a la sociología es de
ceguera intelectual ya que, tal vez, la piedra de toque de su singularidad
pase por autoconvencernos que no se trata de una maldición, sino de la
virtud forjada en el ejercicio mismo de intelección de todo lo humano,
cuya condición incluye a la naturaleza y a la vocación misma del investi-
gador.

Acto tercero: la imposibilidad de la ruptura


(drama a lo Penélope)
Quizás lo primero que debemos destacar en la sociología es la criíti-
ca de sí misma que despliega y, por tanto, señalar como rasgo de la cien-
La(s) necesidad(es) de la sociología... 31

cia sociológica su fuerte «narcisismo». La llamada por Robert Friedrich,


desde los años setenta, sociología de la sociología, expresa la continua
necesidad de autogenerar discusiones sobre su curso y devenir, alegan-
do su juventud e «insuperable» estado de crisis.45 Entonces, advertimos
que la sociología es algo así como el tejido de Penélope, siempre creán-
dose y destruyéndose a sí misma. La autocrítica epistemológica sería
una «sana enfermedad», ya que siempre perpetúa el debate sobre los
métodos y el alcance de sus discursos.
Las dudas y problemas parten de una situación de incertidumbre
ante la crisis de la realidad, y de la dificultad particular que presenta para
definirse como ciencia. Los sociólogos muestran su malestar y hablan
de crisis, pero en el fondo no plantean nuevos problemas para la socio-
logía, sino que vuelven abrir el debate sobre los viejos dilemas de la dis-
ciplina. Es por ello que la sociología es una ciencia multiparadigmática46
donde a los clásicos del positivismo, el marxismo, el funcionalismo, el
estructuralismo, el interaccionismo simbólico, la fenomenología, la et-
nometodología se sobreponen nuevas variantes como el neofunciona-
lismo o el posmarxismo. La convivencia de múltiples paradigmas
siempre ha sido un rasgo distintivo de las ciencias sociales, aunque du-
rante el período que va desde 1930 hasta 1960, algunos alcanzaron un
mayor consenso que otros escindiendo el campo teórico en polos
opuestos como, por ejemplo, el funcionalismo y el marxismo. La nueva
situación después de los sesenta se caracterizó por los numerosos cis-
mas en dicho campo, la superposición y desagregación de modelos ex-
plicativos holísticos en otros menos profundos y absolutos. En general,
se dice que el rasgo más característico de la sociología posparadigmáti-
ca ha sido el disenso plural y multiforme. No son tiempos de ortodoxia,
sino de eclecticismo, originados por una nueva sensibilidad por lo cuali-
tativo y por la reconsideración del problema de la objetividad y el mito
de la ciencia libre de valores. Tampoco hay que confundir la existencia y
aceptación del pluralismo con el total relativismo.
Veamos detenidamente a continuación a qué nos referimos cuando
hablamos de los retos de la refundación, insistiendo en algunos rasgos
de la ciencia sociológica ya citados y, más, en los relativos al objeto de
estudio y su determinación social o historicidad.
Desde sus inicios la sociología viene representada por la pretensión
de ser una ciencia total y su necesidad de ser residual, sobre todo a par-
tir de su entrada en la división académica del trabajo. Ello se expresa en
las dificultades para articular teoría total y aplicación empírica, y para
32 Alain Basail Rodríguez

definir un objeto específico o, en otras palabras, un enfoque específico


para un objeto compartido con otras ciencias. Cuando un sociólogo se
ve precisado a explicar qué estudia la ciencia que profesa, refiere una
serie de abstracciones, de ideas globales, que lo que logran es presentar
la dispersión de la disciplina, por ejemplo, «la sociedad», «lo social» o «la
realidad social». Para satisfacer la necesidad de definir esas ideas los so-
ciólogos solemos volver la mirada hacia la tradición que nos antecedió, y
es el momento de percatarse de un verdadero «Sísifo colectivo».47
La complejidad, fugacidad, creatividad, libertad o espontaneidad que
sellan la actividad humana son difíciles de aprehender y no resulta sufi-
ciente con establecer límites restrictivos para definir qué vamos a estu-
diar. No obstante, se trata de un problema ubicuo –que se encuentra a
un mismo tiempo en todas partes– sin resolución definitiva que implica
aspectos ontológicos –qué es o cuál es la realidad social, el hombre–,
epistemológicos –en qué sentido es observable la realidad–, metodoló-
gicos –qué clase de teoría puede construirse al respecto y cómo rela-
cionarla con la realidad observada– y éticos y políticos –para qué, o a
qué, o a quién sirve el conocimiento de la realidad social.
Las dos construcciones clásicas del objeto de estudio de la sociología
que hemos contrapuesto aquí, representadas por Durkheim y Weber,
nos indican que para el tratamiento científico de la sociedad es impres-
cindible una ruptura con las prenociones del sentido común o con la
«sociología espontánea», tanto de investigado como del investigador.
Durkheim creyó superar las «nociones comunes» y los «idola»,48 pero
se engañó porque su percepción de la realidad como externa y objetiva,
de la sociedad como real, no se diferenció de la percepción del actor,
sino que reforzó su modo común de percibir el mundo social a partir
del punto de vista que acepta el hecho de que lo social esta ahí como
algo dado, se hace y se dice. Weber insistió en que las características
formales que les adjudicamos a las acciones sociales cuando las capta-
mos a través del lenguaje formal, difieren de su existencia en puntos
fundamentales, es decir, privilegió el punto de vista del actor, la dimen-
sión subjetiva consistente en las atribuciones de sentido con las que pre-
senta sus acciones encadenadas entre sí. No obstante, la poca
trasparencia de tales entramados, producto que el actor no acaba de
captar el sentido objetivo de su propia acción ya que ignora sus últimos
resultados y consecuencias, genera lagunas, incomprensiones o incon-
ciencias, en resumen, hechos sociales.
La(s) necesidad(es) de la sociología... 33

A pesar de las diferencias, ambos son racionalistas y coinciden en se-


ñalar la importancia del francés, la concurrencia, lo común –«conciencia
colectiva»– y, el alemán, la interrelación, la referencia recíproca, la con-
cordancia objetiva. Es decir, declaran que la sociología es racionalista y
lo es en función de su específico enfoque de la realidad teniendo en
mente que los hechos no son racionales sino arbitrarios. El hecho social
es dado y, al mismo tiempo, resultado de la construcción y creación co-
tidiana de actores que interactúan. Podríamos decir que la facticidad
existe porque los actores creen en ella, y la construyen a través de ac-
ciones cuyos resultados no intencionales no controlan porque están a
merced de los múltiples vínculos sociales que establecen entre sí.
Se trata de desarrollar un doble modelo de desradicalización que
permanezca conceptualmente positivista, pues solo desde la autonomía
de lo social es posible fundar una ciencia social –como sabemos desde
Durkheim– y metodológicamente historicista ya que lo social es siem-
pre históricamente específico y debe respetarse la prioridad ontológica
de la acción social –en el sentido weberiano. Es decir, emprender el co-
nocimiento de la condición humana en su dimensión social, proponien-
do estudios objetivos, racionales y sistemáticos que, en cuestión partan
de herramientas conceptuales que se le acercan dada y compartida para
proponer una exteriorización significativa de sus rasgos comunes y, al
mismo tiempo, planteen estrategias específicas para cada objeto en de-
pendencia de su naturaleza, del contexto histórico y de las subjetivida-
des individuales.
Aquí surge la doble necesidad heurística de: a) desreificar la factici-
dad, considerándola no como un punto de partida imprescindible, sino
como una mera posibilidad que b) ha sido generada por mecanismos
sociales que deben ser cuestionados para aclarar el camino. Tal propo-
sición indica la reconstrucción del objeto de la sociología como una «si-
tuación» que se considere tal y como es y, también, cómo es percibida
por los actores sociales partiendo de la premisa de que es diferente a la
definición de situación que ellos proponen en tanto resultante de una
compleja mediación social.49 Lo constituyente y lo constituido como ca-
racteres ambivalentes del hecho social y la acción social en tanto se tra-
ta de definir el objeto de la sociología en cuanto resultado de la
determinación mutua de ambos bajo la historicidad como dato radical
de la vida social.50 Usando las palabras de Marx, se trataría de buscar la
segunda naturaleza social cosificada del hombre y, en la lectura de
Agnès Heller, de la desfetichización de la modernidad como la misión
de la sociología en tanto ciencia de nuevos profesionales reveladores
del significado último del orden y la legalidad social.
Una cuestión radical que emerge generando polémicas que conti-
nuamente se prorrogan es la de la posibilidad de la objetividad en el co-
nocimiento de la vida social.51 Es cierto que no existen «hechos sociales
desnudos» –Feyerabend–, sino que estos están en nuestro conoci-
miento vistos de cierto modo, desde la retícula a través de la cual obser-
vamos la realidad y le atribuimos una significatividad esencialmente
teórica. Pero también es cierto que sólo podemos comprender los he-
chos sociales si los concebimos como objetivos, generales, coactivos y
nombrados colectivamente. Partimos de la condición teórica, como
La(s) necesidad(es) de la sociología... 35

miso– social de devolver transparencia para que la sociedad desobjetivi-


ce, la sociología asume los riesgos necesarios para proponer una
objetivación de sus múltiples determinaciones.53 Otra ambivalencia
tensa su constitución de la sociología: por una parte, es ciencia positiva
de la realidad y, por otra, es creencia colectiva que debe extenderse en-
tre los actores sociales. El científico y su objeto establecen una comuni-
dad de comprensión, ya que ambos se ven envueltos en una reflexividad
mutua: el sociólogo ofrece definiciones de la sociedad –la formaliza– y
esta se redefine a través del conocimiento que propone el sociólogo
–se desformaliza.
La sociología resulta ser el mecanismo a través del cual las socieda-
des modernas, cada vez más complejas a partir de la diferenciación es-
tructural y, por tanto, opacas porque hay fuerzas que no se conocen,
pretenden restablecer la transparencia colectiva, reflexionan sobre sí
mismas y así cambiarse y modificarse desconociendo la suerte última de
sus actos. A través del sociólogo la sociedad se sobrevive a sí misma, se
vuelve un momento sobre sí, reflexiona sobre sí y, a través de él, todos
los agentes sociales pueden saber un poco mejor lo que son, lo que ha-
cen y por qué lo hacen. El dominio o la posesión de la naturaleza social a
la que no renuncia la sociología surge de su potencialidad para desarro-
llar diagnósticos y prognosis sociales. La cuestión problemática del co-
nocimiento sociológico de carácter prospectivo y retrospectivo pasa
por la imprescindible consideración de la sociología dentro de la reali-
dad objeto de estudio, tanto más en cuanto mayor importancia tenga el
pensamiento sociológico en la realidad estudiada, en predecir e influir
los comportamientos sociales y en el control de los azares e incerti-
dumbres de los procesos sociales de cambio histórico que tienen, equí-
vocamente, la cualidad de generar nuevos problemas al resolver los
viejos.
Ciudad de La Habana, 30 de noviembre de 2000

Notas
1 Así se plantea su dilema existencial Hamlet, el personaje de William Shakespeare,
«Hamlet, príncipe de Dinamarca», p. 30. En: Teatro clásico extranjero, Ed. HYMSA,
Barcelona, 1934, pp. 7-68.
2 Como llamó el sociólogo marxista Karl Polanyi a la mudanza social y a la metamorfo-

sis del universo humano en un libro que así mismo tituló.


3 Piénsese, por ejemplo, en los inventos de la genialidad un Leonardo da Vinci

(1452-1519), quien fue uno de lo primeros en vivenciar las terribles paradojas de la


36 Alain Basail Rodríguez

condición moderna: creyó en las capacidades del hombre para dominar la naturaleza
plasmándolo en su pintura e ingeniosos artefactos entre los que se encontraron, al
mismo tiempo, la invención de mortales armas bélicas de las que siempre renegó.
Otro pintor español mucho tiempo después, Francisco de Goya (1756-1828 ), tam-
bién se inspirará en las consecuencias no esperadas de la modernidad y sus desastres
para pintar a carboncillo Los sueños de la razón engendran monstruos en referencia a la
terrible violencia desatada con la invasión de Napoleón a España desde una país en el
que había triunfado la revolución en 1789 en nombre de la Igualdad, Libertad y Fra-
ternidad preparada por la fe en la razón individual de los ilustrados (XVIII).
4 Charles Tilly. Coerción, capital y los estados europeos, 990-1990, Ed. Alianza, Madrid,

1992, pp.109-142.
5 La Reforma brotó de la convicción de que el cristianismo volvería a su pureza primiti-

va por la sumisión de las decisiones y tradiciones eclesiásticas al criterio de la Biblia,


estableciendo de este modo la autoridad soberana de la sagrada escritura en materia
de fe y la justificación por la fe.
6 En La ética protestante y el espíritu del capitalismo (1905), Weber insistió en cómo las

conductas puritanas –una conducta dirigida a la maximización de beneficios econó-


micos, la organización racional del trabajo, la renuncia al ocio y al lujo, etc.– expresan
las pretensiones de aquellas personas de reducir niveles de ansiedad acerca de la in-
cógnita de la salvación o para agradar a Dios. Estas razones llevaron a Weber a mos-
trar que los valores religiosos de estas sextas o iglesias contribuyeron a –pero no
causaron– la aparición del capitalismo occidental.
7 En sociología hacemos referencia a estas tres series de transformaciones aludiendo a

los procesos de industrialización, democratización y cientifización. Así como a otros


que los acompañaron como los crecientes procesos de urbanización, secularización,
masificación, etc.
8 Para que se tenga una mayor idea de lo que estamos hablando, es necesario hacer

mención a los descubrimientos de N. Copérnico (1473-1523) sobre el doble movi-


miento del planeta sobre sí mismo y alrededor del sol; J. Kepler (1561-1630) en tor-
no a las órbitas planetarias como elipses en las que sol ocupa uno de los focos y las
fórmulas para calcular las revoluciones planetarias relacionando radios y tiempos;
Galileo Galilei (1564-1642), que fue el fundador del método experimental, quien for-
muló las leyes de la caída de los cuerpos, enunció el principio de la inercia, inventó la
balanza hidrostática, el termómetro y el primer telescopio astronómico, y fue de-
fensor del sistema cósmico de Copérnico, que la iglesia juzgaba de herético, del que
tuvo que abjurar por la Inquisición; G. Bruno (1548-1600), quemado vivo por com-
batir la escolástica. Esta lista podría completarse con una larga de connotados quími-
cos, biólogos o físicos que se destacaron entre los siglos XVIII, XIX y XX como
Newton, Laplace, Lavosier, Bufón, Darwin y Einstein.
9 Uno de los creadores del método experimental y fundador de la investigación cientí-

fica sobre bases inductivas como René Descartes sobre la base de la duda metódica,
es decir, independiente del principio de la autoridad, de la escolástica y de la deduc-
ción.
10 Utilizaron el concepto de «estado de naturaleza» con propósitos heurísticos y, con

iguales propósitos, al concepto de «hombre natural» como criterio para evaluar sis-
temas sociales específicos y de este modo brindar al hombre una guía en la transfor-
mación de la sociedad facilitando su perfeccionamiento. Así reinó la fe y convicción
La(s) necesidad(es) de la sociología... 37

universal en el individuo natural: en su razón, su carácter innato y su estabilidad auto-


suficiente. De igual forma, de la ley natural resultaron abstracciones generales
como las de libertad, igualdad y otras ideas semejantes. Más amplia discusión en
torno a sus principales representantes y contribuciones puede constatarse en esta
selección de lecturas con La Ilustración, del sociólogo español Salvador Giner.
11 El ideal de esta economía era un libre mercado en el que pudieran intercambiarse

los diversos productos del sistema industrial.


12 Téngase en cuenta que gran cantidad de personas abandonaron las granjas y el tra-

bajo agrícola para ocupar como obreros los empleos que ofrecían las nuevas fábri-
cas. Estos trabajaban gran cantidad de horas diarias por bajos salarios, mientras
unos pocos acumulaban ganancias. A partir de esa situación se fue gestando el
movimiento obrero y la diversidad de movimientos radicales que reaccionaron a
través de revueltas y múltiples formas de protesta contra el sistema industrial y el
capitalismo.
13 La ciudad industrial fue el contexto de todas las proposiciones. Estas crecieron

como centros o alrededor de centros industriales que generaban empleos atrayen-


tes para gran cantidad de personas que experimentaban profundos desarraigos de
su entorno social. Comenzó a establecerse una lista de problemas urbanos entre
los que se encuentran: la masificación, la contaminación, el ruido, el tráfico, etc.
14 Cuyos ideales de Libertad, Igualdad y Fraternidad tampoco triunfaron plenamente,

pero sí se convirtieron en anhelos fundamentales. La Declaración Universal de los


Derechos del Hombre estableció la libertad de trabajo, profundos cambios en la
organización familiar –por ejemplo, el matrimonio fue entendido como un contrato
civil, lo que podía justificar el divorcio, el poder paterno fue limitado hasta la mayo-
ría de edad de los hijos, las relaciones con los sirvientes debían establecerse sobre
una base contractual y, en resumen, la organización interna debía ser como la de
una pequeña república–, la educación fue centralizada y extendida a amplios grupos
sociales y, observando otras cuestiones que pudieran parecer triviales pero que son
muy importantes para comprender hasta qué punto llegó el reordenamiento del
mundo propuesto por la revolución, se deben señalar las reformas al sistema mo-
netario, la normalización de las pesas y medidas y otras tareas para racionalizar las
unidades de espacio y tiempo dentro de las cuales vivían los hombres, la abolición
de provincias, la reforma del calendario religioso a partir de nombrar a los días y
meses no con santos sino con héroes y símbolos de la épica nacional. Leer al res-
pecto el trabajo de Salvador Giner La Revolución Francesa que aparece en estas lec-
turas.
15 Con la consecuente extensión de la burocracia estatal.
16 Desarrollando más estas ideas podremos comprender la autonomía del objeto de

estudio de la sociología y contrarrestará a algunos que siguen creyendo que sola-


mente su formación se debe a los restos, migajas o residuos dejados por otras cien-
cias. Al respecto ver en esta selección de lecturas los trabajos del destacado
politólogo italiano Giovanni Sartori titulado El descubrimiento de la sociedad, y del
sociólogo marxista Tom Bottomore El estudio de la sociedad.
17 Reihard Bendix. Estado nacional y ciudadanía, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1974.
18 Alfonso Pérez-Agote. Lo social y la sociedad. Ensayos de sociología, Servicio Editorial

Universidad del País Vasco, Bilbao, 1989, pp. 35-38.


38 Alain Basail Rodríguez

19 Alfonso Pérez-Agote señala que en ello radica la hipótesis de seguridad de la socio-


logía, es decir, aquel supuesto histórico sobre el que se basan implícitamente nues-
tros modelos teóricos como correlato empírico de los mismos que no
cuestionamos. Ibid., pp. 4 y 36. Tal hecho, según este autor, agrava el presentimien-
to de crisis de la sociología en la década del sesenta justo cuando la idea de sociedad
según la definición de los estados nacionales comienza a ser cuestionada, al advertirse
la crisis de estos, la privatización de la vida y los estallidos de conflictividad social.
20 El romanticismo fue el movimiento literario que a comienzos del siglo XIX creó una

estética basada en el rompimiento con la disciplina y las reglas del clasicismo y del
academicismo (Schiller, Heine, Coleridge, Scott, Byron, Madame Stäel, Víctor
Hugo, Espronceda, Zorrilla, Bécquer). Además, se caracterizó por el cultivo de la lí-
rica, la valoración del paisaje, el amor por lo medieval, lo folclórico y lo local. Duran-
te este período se forjó la narrativa moderna con la obra de Edgar Alan Poe –unidad
de impresión y corriente de sentido–, que después se completaría con el realismo
(Maupasant) y el proceso de la acción (Shejov).
21 A rasgos generales, el liberalismo se caracteriza por la fe en la naturaleza autosufi-

ciente de la individualidad y, en especial, por los derechos políticos, civiles y sociales


de los individuos. En este sentido se dice que su piedra de toque es la devoción por
la libertad individual y no la autoridad social, aunque aceptan la estructura funda-
mental del estado y la economía. Hay diferencias entre el liberalismo económico
–liberar los productos económicos de las trabas de la ley y las costumbres– y el libe-
ralismo político –liberar el pensamiento del clericalismo. Por otra parte, el radicalis-
mo tiene como elemento distintivo la creencia en las posibilidades de redención
que ofrece el poder político, su conquista, expansión y su uso ilimitado en pro de la
rehabilitación social y moral del hombre y las instituciones. Comparten una fe sin lí-
mites en la razón para la creación de un nuevo orden social, en la utilización del po-
der al servicio de la liberación racionalista y humanista del hombre a partir del
reconocimiento del derecho a la protesta y la rebelión como fuerzas políticas de la
sociedad. Constituyen ejemplos el movimiento socialista y anarquista. Los sociólo-
gos los apoyaron, pero la mayoría se manifestaron contrarios por ser partidarios de
la reforma social.
22 Los sociólogos se alejaron del conservadurismo de actitud y expresaron un conser-

vadurismo de concepto y de símbolo, sobre todo los conceptos relacionados con el


orden y la estabilidad, en cuestión: tradición, autoridad, norma, función, cohesión,
ajuste, símbolo, ritual, sagrado, poder.
23 Ver las lecturas Ideología y teoría sociológica de Irving Zeitlin, Conservadurismo de Sal-

vador Giner y la síntesis propuesta por George Ritzert en El esbozo histórico de la


teoría sociológica: primeros años.
24 Robert Nisbet. La formación del pensamiento sociológico, Ed. Amorrortu, Buenos Ai-

res, 1990, p.10.


25 De este eminente y original sociólogo incluimos en las lecturas algunos materiales.

Ver sobre la cuestión ahora tratada Sociología: el planteamiento de Comte.


26 William Shakespeare. Ob. cit., acto primero, escena V, p.16.
27 Ibid. En la segunda escena del acto siguiente, Hamlet dice, como buen soñador y fi-

lósofo contemplativo, no entender los actos de los hombres porque los mismos
que se habían reído del padre mientras había sido rey, pagaban lo que fuera por un
retrato en miniatura de aquel durante el reinado del tío. Entonces apunta y hace un
La(s) necesidad(es) de la sociología... 39

reclamo a la filosofía, que como sabemos no podrá responder si no es como socio-


logía: «[...] ¡Sangre de Dios! Algo se vería aquí que pasa de natural, si pudiera descu-
brirlo la filosofía». Ibid., p. 26.
28 Después de la II Guerra Mundial se impusieron en sociología el empirismo y el es-

tructural funcionalismo norteamericano como paradigma teórico dominante. En


particular, el empirismo restringió el objeto de estudio de la sociología a la investi-
gación concreta y la concibe como «ingeniería social» encargada de resolver tareas
prácticas y a la cual está vedada toda preocupación teórica de carácter totalizador.
29 Estos autores parten de la separación kantiana entre razón teórico-científica y razón

práctico-social, que sirvió de justificación metafísica de la génesis de la ciencia como


develamiento del orden divino del cosmos natural, es decir, de la insistencia en que
la sociedad es una creación humana y no divina. Ver la síntesis propuesta por Elías
sobre la modernidad a partir de sus cuatro tendencias principales aquí: Norbert
Elías. La sociología como cazadora de mitos.
30 Para entender esta curiosa paradoja recomiendo una lectura interesada del artículo

de Agnes Heller La sociología como la desfetichización de la modernidad.


31 La palabra beruf fue utilizada por Max Weber jugando con su doble significado en

alemán como «vocación» y «profesión». Weber reflexiona sobre las implicaciones


éticas y el sentido del deber en el cumplimiento de la tarea profesional en La ciencia
como vocación (o profesión), ya que es importante tener en cuenta que en la traduc-
ción se usa uno u otro sentido indistintamente. En lo relativo a estas cuestiones el
sociólogo alemán nos lleva a replantearnos: ¿qué puede aportar la ciencia y cuáles
deberían ser sus límites y responsabilidades? Agradezco esta pertinente observa-
ción a la estudiante de sociología Tania Tamara Liberman.
32 Por eso la tercera parte de este texto reúne trabajos relativos a cómo la sociología

ha establecido un lenguaje conceptual para referirse a la estructuración de las socie-


dades y al cambio social.
33 La sociedad premoderna constituyó un patrón que presenta la génesis y las caracte-

rísticas de la modernidad y sus implicaciones. También lo fue la sociedad futura


–utopías sociales– porque la sociedad moderna es una sociedad de proyecto, de fu-
turo, de llegar a ser..., a tener..., a dominar... según la ideología del progreso posi-
tiva. La expresión máxima es la utopía comunista esbozada por Marx.
34 Marshall Berman así tituló un precioso libro del que ponemos a tu disposición el pre-

facio e introducción.
35 En este proceso tanto la sociología como las ciencias políticas resultaron del cambio

general de perspectiva e interés de la economía política hacia el consumo como ge-


nerador de nuevas necesidades y de desarrollo económico. La politología se con-
centró en la política como ámbito autónomo y propio de reflexión, mientras que la
sociología lo hizo en el estudio de las relaciones sociales (de producción), asumien-
do, como veremos además, nuevas tareas que la agotada filosofía social no podía
realizar en el contexto de la sociedad funcionalizada. Otras ciencias también emer-
gieron a partir de la redefinición de sus objetos de conocimiento como la antropo-
logía, la historia, la sicología y la lingüística.
36 Como por ejemplo lo hicieron Saint-Simon, Comte y Durkheim.
37 Véase de Emile Durkheim el prefacio de Las reglas del método sociológico y el primer

capitulo de ese libro «¿Qué es el hecho social?».


40 Alain Basail Rodríguez

38 Haciéndole justicia a Weber hay que reconocer que nunca afirmó o dejó entrever
que eso de ciencia era una «ficción semántica» o una «esperanza filosófica». Él inten-
tó una síntesis de ambas respuestas, aunque se reconozca como representante de
la tradición alemana de las «ciencias del espíritu».
39 El primero fue fundado en Chicago en 1893.
40 Ver Jeffrey Alexander. La centralidad de los clásicos.
41 Es también una bendición en tanto rasgo identitario de este grupo de profesionales

cuando asumimos cabalmente la condición de nuestra ciencia y sentimos satisfac-


ción al leer los clásicos más allá de la obligada lectura del período de formación del
sociólogo.
42 La leyenda de Edipo se basa en la desobediencia que este hace de los consejos de un

oráculo que le impide salir de Corintio porque de hacerlo daría muerte a su padre
–Layo, rey de Tebas– y se casaría con su madre –Yocasta. Inconsciente Edipo de
que este había sido abandonado por su padre siguiendo los consejos de otro orácu-
lo, se alejó de la que consideraba su única patria cumpliendo la profecía y, conscien-
te de ello, cuando su madre se suicidó, se sacó los ojos y abandonó Tebas. Esta
historia inspiró dos tragedias de Sófocles: Edipo rey y Edipo en Colona. No hablo aquí
en el sentido de la lectura que hizo el fundador del psicoanálisis, Sigmund Freud, al
respecto para hablar del «complejo de Edipo», aunque su aplicación al tema que nos
interesa tal vez no sería muy descabellada.
43 La de una sociología libre de valores, con pretensiones de racionalidad, pasión por

las pruebas objetivas, descripciones, conceptos y teorías guiadas por algún tipo de
interés cognitivo.
44 Con ambas expresiones, el sociólogo crítico norteamericano Charles Wright Mills

caricaturizó los extremos formalistas de la sociología de su país de los años treinta,


cuarenta y cincuenta cuando habló, por una parte, de los esfuerzos de Talcott Par-
sons de construir una «gran teoría» a partir de modelos abstractos alejados de la
realidad y vacíos de facticidad y, por la otra, del empirismo de Paul Lazerfeld, cuyos
programas de investigación producían un cúmulo altísimo de datos cuyo tratamien-
to teórico era escaso. Una crítica a La gran teoría y El empirismo abstracto en Charles
Wright Mills, La imaginación sociológica, Ed. Revolucionaria, La Habana, 1969. Sobre
las relaciones entre teoría y empirismo puede verse el trabajo de T. Adorno.
45 Advertimos que no existe una economía de la economía, ni una sicología de la sico-

logía, aunque sí comienza a hablarse de una antropología de la antropología desde el


boom de la llamada antropología posmoderna.
46 Expresión utilizada por primera vez por Margaret Masterman en «La naturaleza de

los paradigmas», en: Imre Lakatos y Alan Musgrave, La crítica y el desarrollo del cono-
cimiento, Ed. Grijalbo, Barcelona, 1975, pp. 121-159.
47 Tomo esta metáfora del sociólogo Alfonso Pérez-Agote para con ella ilustrar ese es-

fuerzo colectivo de todos los sociólogo por definir qué estudia la sociología que,
por demás, no tiene nunca fin. Sísifo fue un príncipe griego condenado en el infierno
a subir una roca a una colina que una vez en esta debía caer. Así él continuamente
insistía en colocarla en su cima sin conseguirlo.
48 Según la expresión de Francis Bacon –idola fori– para referir la imposición de nom-

bres, palabras, para referirnos a la realidad.


49 En este último sentido es útil armonizar el teorema de W. I.Thomas y D. Swaine en

1928 que reza: «si los hombres definen las situaciones como reales, estas son reales
La(s) necesidad(es) de la sociología... 41

en sus consecuencias» con el contrateorema formulado por R. Merton (1976) don-


de aclara que «si los hombres no definen como reales las situaciones que lo son, es-
tas son, sin embargo, reales en sus consecuencias». Citados por Emilio Lamo de
Espinosa. La sociedad reflexiva, Ed. Siglo XXI-CIS, Madrid, 1990, p. 63.
50 Cuando se dice que el hombre interesa como «ser social», pensamos en una doble

determinación: es un producto de la sociedad –en cuanto conjunto hechos socia-


les– y, al mismo, la sociedad es un producto de sus acciones. El objeto según esta
propuesta quedaría formulado así: «el hecho social como factor constituyente y
constituido de la acción social» o «la acción social como factor constituido y consti-
tuyente del hecho social». Así lo entiende Emilio Lamo de Espinosa, a quien sigo en
estas reflexiones: Ibid., pp. 24-81.
51 No podemos olvidarnos que el status científico de la sociología ha sido cuestionado

en diversas ocasiones, acusándosele de «ciencia de lo obvio», y de estar al servicio


de las estructuras de poder a cuya legitimidad contribuyen –Martín Nicolaus, 1972.
52 Nos referimos al capitulo I «El fetichismo de la mercancía» de El capital.
53 El tema de los valores es el más clásico de estos riesgos. Además, podemos añadir la

desacreditación del saber ante los conflictos con los burócratas, los políticos, los di-
rectivos que quisieran que las investigaciones corroborasen el «deber ser» de las
cosas y no su verdadero «ser»

Bibliografía citada:
Bendix, Reihard. Estado nacional y ciudadanía, Ed. Amorrortu, Buenos Aires, 1974.
Lakatos, Imre y Alan Musgrave. La crítica y el desarrollo del conocimiento, Ed. Grijalbo,
Barcelona, 1975.
Lamo de Espinosa, Emilio. La sociedad reflexiva, Ed. Siglo XXI-CIS, Madrid, 1990.
Nisbet, Robert. La formación del pensamiento sociológico, Ed. Amorrortu, Buenos Ai-
res, 1990.
Pérez-Agote, Alfonso. Lo social y la sociedad. Ensayos de sociología, Ed. Universidad del
País Vasco, Bilbao. 1989.
Shakespeare, William. «Hamlet, príncipe de Dinamarca», p. 30. En: Teatro clásico ex-
tranjero, Ed. HYMSA, Barcelona, 1934.
Tilly, Charles. Coerción, capital y los estados europeos, 990-1990, Ed. Alianza, Madrid,
1992.
Wright Mills. Charles. La imaginación sociológica, Ed. Revolucionaria, La Habana, 1969.

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