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Chile, apropiación, producción y recuperación de símbolos de resistencia.

Octubre siempre es Revolucionario dice un lema que es posible encontrar en


las profundidades de las poblaciones de Chile. Haciendo referencia a la caída
de Ernesto “Che” Guevara, Miguel Enríquez, la Revolución de Octubre, el
asesinato de Raúl Pellegrin y Cecilia Magni conocidos con los apodos de José
Miguel y Tamara. Desde el 18 de octubre del 2019 este mes sumará para
siempre una fecha más.
En el estallido chileno, lxs sujetxs populares, han identificado como propios
elementos simbólicos resignificados que escriben una historia a contra pelo.
Los muros, muchas veces cumplen la función de ser verdaderos libros de
historia popular. Hoy, cualquiera que pueda recorrer las calles de Chile podrá
comprobar la densidad del contenido de los escritos en las paredes.
Estos bloques de urbanidad se convierten en soportes comunicacionales de lxs
sujetxs en lucha. Más, cuando hay una larga tradición de comunicación a través
de las paredes, siendo la conocida Brigada Ramona Parra el máximo emblema
de un muralismo popular. Un fenómeno que va desde lo artístico a la expresión
visceral del graffiti. Los muros gritan desde la ruptura del silencio, desde un
despertar que exige el uso de la palabra. En los muros hay sentimientos,
propuestas, citas y también deseos.
La disputa del sentido común es constante y parte del terreno de la
construcción de hegemonía como bien nos puede indicar un Gramsci. Desde
esta concepción de la producción de sentido es que podemos ver una
construcción de valores subalternos que gira en un discurso profundo contra
la mercantilización y que incluso avanza contra ella resignificando símbolos de
la cultura pop. Baila pikachu, las banderas de las hinchadas, el sensual
spiderman, son ejemplos de esta disputa viva y abierta. Esta apropiación es
constante, pero que se acelera y profundiza en momentos de tensión social,
siendo capaz de producir nuevos símbolos de hegemonía popular, incluso
desde el mercado.
Pero no solo se produce significación desde la reapropiación del sistema.
También podemos ver la creación de nuevos iconos como elementos
simbólicos de lucha popular. El Matapaco o Pareman alientan el proceso de
transformación y le dan un marco de integración social a partir de nuevos
símbolos con significantes socializados en el terreno mismo de la disputa
social, construyendo un nuevo sentido popular. Elementos que no son
folclóricos, pero que dotan de ritualidad la liturgia de la movilización social, y
que crean nuevas banderas al calor de esta.
La bandera nacional, símbolo de integración social, es un símbolo de
seguridad, por tanto, sostiene la reproducción del orden social. La bandera de
Chile es un icono de unidad que poco se puede comprender sin conocer su
historia. Porque no solo es un símbolo de integración, sino también de
solidaridad. Una bandera que ha dado ánimos a los sectores populares ante la
indiferencia muchas veces de la clase política, en una serie de eventos
desafortunados como terremotos, tsunamis y demás.
Por esto, es un dato importante que la bandera chilena comparta
protagonismo en este proceso, con otras banderas. Lxs chilenxs no apelan a la
solidaridad, van por la dignidad y no por las limosnas, la apelación a unidad es
solo para los de abajo, porque ya han codificado una ruptura entre unxs, lxs
que luchan y otrxs, una élite que no está dispuesta a entregar nada sin declarar
la guerra primero. Lxs chalecos amarillos, a la inversa, también construyen
identidad desde la ruptura. Chile despertó, sí, pero también se fragmentó.
De esta ruptura aparece la bandera negra, con estrellas de cinco puntas o con
la estrella de la Wüñellfe, una de las banderas mapuches. El color negro
representa al luto católico, expresa pena y dolor, pero también es resignificado
hasta expresar un sentido contestatario, el luto sale a las calles, pero también
se da momentos de reflexión. Las velatones, comparten el origen de luto, pero
no como acción pasiva, sino como hecho social, público y claramente político.
Pero las banderas no son un símbolo más, el estudio de estas es complejo y es
toda una disciplina (vexilología), las banderas tienen una gran carga cultural,
trasciende generaciones, corona una cultura y remplaza al tótem de las tribus
de antaño. Por eso el hecho de que comparta terreno con la bandera mapuche,
con la magallánica, con las de luto, no es anecdótico. La bandera nacional dejo
de cumplir su rol principal.
La Wenufolle apareció masivamente. La postal de esta rebelión, la fotografía
de Susana Hidalgo, que coronó la movilización del 25 de octubre en plaza
Dignidad, traza un programa nuevo, con un nuevo sentido de cambio cultural.
Pone en tapete la plurinacionalidad, y le da contenido decolonial y
emancipador a la lucha chilena.
Hay quienes afirman que la bandera mapuche ha sido tomada por lxs chilenxs
como un emblema de rebeldía y lucha contra el neoliberalismo. Sostengo que
la vinculación es más profunda, y que se encamina en la búsqueda de una
nueva identidad nacional.
En Chile, donde la mercantilización de la vida ha llegado a grados
extremos, las banderas se venden en las protestas. Cualquiera que
haya podido participar en una gran manifestación popular en Chile,
ahora o antes, sabe que es común encontrar en las cuadras previas
puestos en los que es posible comprar una bandera para la
movilización. La bandera mapuche, no es novedad, en ese sentido,
durante años ha estado presente en manos de las huincas solidarios
con la lucha mapuche, y desde el 2011 ha estado cada vez está más
presente. Lo nuevo es su masividad con la que aparece en este
momento, y el mensaje que se trasluce con él.
“Los mapuches decían la verdad”, decían varios carteles en las
movilizaciones de octubre, cuando el pueblo chileno en su conjunto vivió
la cotidianidad del pueblo mapuche, con el estado de excepción, la
represión militar, la falsedad en los medios, los montajes, la violación de
los derechos humanos y el asesinato, el pueblo abrió los ojos, e
inevitablemente miro al costado y se dio cuenta que lo que ahora les
pasaba a ellxs, al pueblo mapuche le había sucedido durante años.
La bandera Wenufolle, es relativamente nueva, pero para lxs chilenxs, es el
símbolo que los vincula con las resistencias populares ancestrales, se
identifican con ella, se reconocen en ella, generan empatía. Ahora, la muerte
y la persecución política son percibidas de otra forma, es una de las
consecuencias del despertar popular-masivo.
La bandera mapuche flamea por mapuches y chilenxs. Una bandera que en sus
comienzos fue reprimida por la transición democrática, acallada, al igual que
las grandes mayorías, que quedaron fuera de la reconstrucción democrática
de mano de los militares y los poderes facticos del país.
El tejido cultural mestizo-mapuche es fuerte, por eso en el discurso popular
aparece una práctica de recuperación de tierra adaptada al discurso de la lucha
social, “correr el cerco” se transforma en una práctica de trincheras para la
conquista de una democracia más profunda. El pueblo mapuche tiene una
historia negada, pero de resistencia, lxs chilenxs la conocen y ven en ella un
símbolo de liberación.
La Wenufolle fue prohibida en sus comienzos, aun así, persistió. En el Estado
de Emergencia a lxs chilenxs se les prohibió salir de sus casas y aun así salió, y
ese es el relato que queda, porque Chile ya es un país plurinacional por abajo,
Mauricio Lepin, cuando se levantó en la estatua de Manuel Baquedano
(represor en la Araucanía) y sostuvo la bandera mapuche con ocho perdigones
en el cuerpo, trazó un nuevo bio bio en la historia de Chile y su conciencia.

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