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VIOLENCIA EN CHILE LA

MIRADA DE 10 EXPERTOS
Autor: Equipo Tendencias

VIE 29 NOV 2019 | 06:25 PM

Llevamos casi un mes y medio desde que estalló la crisis social y


política. Semanas en que también la violencia, en sus distintas formas,
no se ha detenido y se ha ido convirtiendo, lamentablemente, en tema
obligado entre los ciudadanos que la miran estupefactos. ¿Hay una o
muchas violencias?, ¿por qué parece condenarse más a unas sobre
otras?, ¿a partir de ahora entenderemos la violencia de otra manera?,
¿hay riesgos de que se normalice?, ¿cuál es el antídoto más eficiente
para combatirla? ... Es un tema difícil, que genera rápido escozor, pero
que es necesario conversar, como reconocen los especialistas; aunque
algunas personas puedan criticar dar espacios a esas discusiones. Por
eso, y asumiendo ese riesgo, abrimos en estas páginas una reflexión
amplia sobre la violencia, desde distintas aristas, sensibilidades y
posturas. Diez expertos chilenos -sicólogos, antropólogos, sociólogos,
historiadores- dan sus puntos de vista.

“Históricamente hemos naturalizado una serie de formas de violencia: la violencia contra la


mujer (desde el machismo hasta los femicidios), la violencia hacia pueblos indígenas, la
violencia que se vive en las poblaciones, la violencia de adultos mayores que viven con una
pensión indecente, entre muchas otras. La violencia policial, por ejemplo, no ha parado
desde el retorno a la democracia. Y si bien distintos movimientos han buscado que estas
violencias se reduzcan, la mayor parte de la población las ha normalizado. Es difícil estar
conscientes de la violencia que existe en Chile y en el mundo. Muchas veces es
sicológicamente más fácil naturalizarla y dejar de prestarle tanta atención. Lo que ha
cambiado estos días es que la violencia se ha masificado a sectores más amplios de la
población y ha llegado a lugares donde antes no se veía. Si la violencia que hemos vivido
estas semanas continúa, es probable que nos acostumbremos a ella y en algún momento
deje de llamarnos tanto la atención”.

* “La situación de tensión e incertidumbre nos tiene con las emociones a flor de piel. Existe
mucho miedo por temas de seguridad y mucha rabia por las injusticias evidenciadas.
Cuando las emociones mandan, es frecuente que pensemos en términos dogmáticos de
blanco o negro, sin matices. El que piensa distinto se convierte en “el enemigo”. Desde el
miedo, se rechaza fuertemente a quien justifique en lo más mínimo la violencia en las
protestas. Desde la rabia, se rechaza fuertemente a quien justifique en lo más mínimo la
represión estatal. Aparecen formas poco tolerantes y violentas en las conversaciones
cotidianas. El lenguaje muchas veces se torna agresivo y violento”.

* “La definición de lo que es violento varía en el tiempo y espacio, y así también varía
nuestra tolerancia a ello. Si antes era normalizado piropear a las mujeres en la calle, hoy es
considerado un acto violento por una parte importante de la población. Lo mismo ocurre en
este momento en Chile. Se podría decir que existe una disputa constante por definir qué es
lo violento. Para muchos, la violencia está en los saqueos, las barricadas y en la
imposibilidad de vivir una vida ‘normal’ estos días. Pero para otros, la violencia está en la
desigualdad estructural y la pobreza, la corrupción, las evasiones de impuestos… También
se empieza a prestar más atención a formas violentas de actuar de Carabineros que
históricamente han sido parte de las prácticas y cultura de Carabineros (como el uso de
lacrimógenas o el uso de lenguaje despectivo hacia manifestantes). Por lo tanto, “lo
violento” está siendo resignificado y disputado constantemente”.
“Yo prefiero hablar de las violencias. Aunque nos quisiéramos enfocar en la violencia
concomitante a los ciclos de protesta, hay que entender que la violencia que acompaña a los
ciclos de protesta se inscribe en un marco mayor de otras violencias. Basta ver todos los
esfuerzos que hay en los colegios para mejorar la convivencia escolar o la violencia al
interior del hogar y la violencia ahí contra la mujer o los niños. Hay que ver los distintos
tipos de violencia que hay cohabitando. Me parece que la salida es la reflexión y la
conversación en un marco donde reconozcamos que la sociedad genera, y en especial una
neoliberal tan competitiva y desigual como la nuestra, específicos modos de violencia”.

* “No estoy de acuerdo con la inevitabilidad de la violencia respecto del proceso de


transformación social. Respecto de este ciclo de protesta en particular y las posibilidades de
transformación social, lo primero que hay que tener como antecedente es que todo esto es
una serie de demandas que venían manifestándose desde antes con actores que las portan en
los últimos años; ésa es una fortaleza que explica la continuidad del movimiento. Ahora, la
posibilidad de transformación social no se va afirmar en la violencia, porque se pueden
cambiar a través de ella las cosas, pero de esa forma no se va a sostener el proceso de
cambio sin organización de la sociedad o sin los actores institucionales. Yo critico la tesis
de inevitabilidad de la violencia, porque la experiencia internacional demuestra que hay
procesos de transformación, de asambleas constituyentes, que no se han basado en la
violencia. La experiencia chilena desde los 90 en adelante no se ha fundado en la violencia,
sino que en prácticas mínimas, de micropolítica, asambleas y encuentros; y lo que sucede
hoy es la maduración de eso. Los movimientos sociales tienen claro que la posibilidad de
que estas transformaciones se realicen y luego se consoliden pasa por su propio trabajo y
las alianzas con el mundo político, social y empresarial”.

* “La desactivación de la violencia pasa por responder al contenido amplio de demandas


que incluye este conflicto y no por más violencia, por el copamiento militar del territorio,
que es la medida que busca el gobierno. Ese es el modo en que los gobiernos desde los 90
han respondido a las protestas: con una agenda securitaria -policía y represión- y una
agenda social, que es neoliberal. Esos dos modos de respuesta hoy han llegado a su límite.
Y la consecuencia de continuar con este ciclo estatal de violencia son las violaciones a los
derechos humanos”.
“Es un riesgo acostumbrarse a vivir con altos niveles de violencia. Ha pasado con muchas
formas de violencia en la historia, porque los humanos podemos normalizar las conductas.
Por ejemplo, si le preguntas a nuestros abuelos qué hacían cuando sus hijos se portaban
mal, es muy común que respondan que les pegaban y que se acuerden de profesores que
ocupaban castigos físicos en las salas. ¿Cuándo se normaliza la violencia? Cuando se
transforma en un patrón común para una sociedad. Pero así como se puede normalizar la
violencia, se puede normalizar la paz y entender que se pueden discernir las discrepancias
sin la violencia como medio de resolución”.

* “Una cosa es que cambios sociales puedan vincularse al uso de la violencia, como hechos
históricos tenemos varios casos, pero es muy distinto plantear que eso es lo que queremos
los chilenos. Todos podemos decir que lo que dio origen al golpe de Estado de 1973 fue
violencia pura, nadie lo discute. Ahora, ¿era la forma que nos hubiera gustado para lidiar
con un cambio político? Por supuesto que no. Lo mismo nos pasa ahora: por mucho que la
violencia sea un gatillante de cambio social, no por eso debemos aceptarla como la forma
de abordarlo. Tenemos alternativas y eso se llama diálogo social”.

* “Debe haber un gran acuerdo nacional, lo que no sólo involucra al mundo político, sino
también a las instituciones y la población: si la sociedad chilena en su conjunto no se
convence de que esto debe parar, tenemos un serio riesgo de que la espiral siga creciendo.
Esto es como una bola de nieve: si crece, va a obligar a quienes tienen la responsabilidad
política a tomar las medidas que nadie quiere, como un estado de emergencia o algo más
estricto, como tiene contemplada la Constitución, y nos veamos enfrentados a contar con
las Fuerzas Armadas para regular el orden. Y sabemos lo que eso implica. Por eso, el
control social debe estar depositado en cada uno, en su entorno, su familia, su lugar de
trabajo, debemos hablar de esto y problematizarlo para que no terminemos pensando que la
forma de resolverlo es legitimando la violencia. La forma es otra y nos exige otras posturas.
¿Me explico?”.
“Es imposible negar que exista un solo tipo de violencia. Ella existe permanente en
sociedades con extremas desigualdades. Hay violencias por género, condición étnica,
sexual, física, pensamiento, religión, cultura, etc. Lo observamos cotidianamente y si no
físicamente, lo hacemos a través de los discursos, las palabras, las indiferencias, las
inequidades y los prejuicios. Somos una sociedad violenta y nos acostumbramos a ello.
Los propios avances de la modernidad se acompañan de nuevas marginalidades con nuevas
violencias y nuevas definiciones de la misma. En las últimas décadas, expresiones del cine
o de la TV, de mucha violencia, tienen alta aceptación por parte de los jóvenes. Es otra
violencia, de imágenes con nuevas expresiones sociales, escenarios, fuerzas,
potencialidades. Si agregamos la droga y todo tipo de adicciones o alienaciones, desde
pequeños se crece en una sociedad culturalmente violenta.

Un recorrido por la historia, la del Estado, de proyectos políticos o militares, o de ambos,


siempre en la búsqueda del poder, muestra una experiencia de pasado y presente que no es
historia de humanidad, salvífica o de avances hacia la anhelada sociedad ideal: cooperativa,
solidaria, de igualdades. Para muchos, la transformación histórica implica la revolución o la
violencia institucionalizada. La gran revolución, la Revolución francesa, no sólo significó
la guillotina para ordenar a los individuos en una sola conducta, sino, en muy poco tiempo,
la formación de un nuevo imperio. La calle no gana el poder. Cree hacerlo, pero siempre
habrá grupos o individuos que sí saben actuar en momentos propicios para dirigir a quienes
han luchado, quitarles su autonomía y volver a imponer nuevas formas de coerción y
sojuzgamiento.
No obstante, la Revolución francesa significó una gran promesa: la del Estado liberal.
Separación de los poderes de Estado, educación, preocupación por sus ciudadanos y mayor
igualdad entre ellos; en suma, protección. Promesas incumplidas. Ese Estado liberal cambió
las revueltas internas y de clase, por el conflicto con las otras naciones. Mediatizó la
violencia a través de la guerra externa y restringió los hechos violentos de la convivencia
interna a través de la solidez de sus instituciones. ¿Hubo igualmente revueltas sociales con
quiebre de las relaciones de sociabilidad interna? Si, y en Chile también. Aquí, la diferencia
con lo que ha sucedido en los últimos 40 días, es que ahora tenemos un Estado débil,
desprestigiado y sin capacidad para nuevas promesas. Cuando digo Estado no estoy
diciendo gobierno. Es necesario comprenderlo de una vez. No es sólo el desprestigio del
Ejecutivo, es también del Legislativo, del Judicial, de las jerarquías de las Fuerzas Armadas
y de Orden, de las universidades. Quienes saquean, incendian, se toman las calles, son
minoría y no tienen miedo porque no se sienten parte del “orden” existente y porque ven
cómo las dirigencias del país siguen en sus propias realidades, culpándose unas a otras y
defendiendo sus propias convicciones en vista de las oportunidades para utilizarlas en su
favor. No hay un proyecto nacional y es poco lo que se puede hacer. Quienes marchan,
salvo pocas excepciones, exigen la solución de sus propios problemas y no la solución del
problema del país. Detrás de todo sigue la violencia estructural y la coyuntural.
Se necesita más educación, pero eso significa recuperar 40 o más años de retraso por la
pérdida del valor de la educación pública. ¿Diálogo? Sí, pero sobre todo conciencia de
todos los sectores políticos, porque todos ellos contribuyeron a este presente”.
“Las formas de violencia que está viviendo el país no tienen precedente ni justificación. Sin
embargo, la protesta y la rabia sí tienen su origen en que durante los años de la transición
los gobiernos no han tenido la capacidad de adaptar el modelo económico de manera de
permitir que el Estado asumiera funciones que debieran estar al acceso de todos los
ciudadanos: la educación, la salud, la previsión. Se permitió que a su amparo floreciera una
cultura que encegueció a las clases dirigentes respecto de lo que sucedía en los sectores más
vulnerables. Paralelamente fueron surgiendo los abusos y la corrupción. No era posible que
el país permaneciera indiferente ante las colusiones, los desfalcos en Carabineros, los
abusos en algunos salarios y prebendas del sector público, los precios exagerados de los
remedios, la pobreza de los adultos mayores. Hubo señales que no se vieron. El aumento de
la delincuencia, por ejemplo, no tenía su origen tan sólo en la maldad de unos contra la
bondad de otros. La delincuencia habló a gritos de segregación urbana, de marginalidad, de
violencia, de injusticia y de pobreza”.

* “El concepto de violencia admite muchas interpretaciones y significaciones. Todas, no


obstante, tienen en común el uso de la fuerza y el deseo de imponer una postura por medios
que no contemplan el debate racional, que es lo propio del espacio público democrático.
También la violencia puede implicar diversos tipos de fuerza: física, sicológica, verbal, etc.
Por lo general, la violencia tiene un propósito, que va desde el control, la sumisión, la
invisibilidad, hasta el aniquilamiento del adversario. En este caso, lo verdaderamente
peligroso es que la violencia que vive el país no tiene un propósito. Se colgó de un
descontento justificado, pero sacado totalmente de sus cauces, pues ha desbordado los
mecanismos institucionales y casi ha inmovilizado al Estado, que es el único que tiene el
monopolio de la fuerza legítima. Se trata de una violencia antisistémica, contra el orden
democrático y sus mecanismos. Ni siquiera las motivaciones ideológicas de sus pulsores
pueden identificarse, probablemente por la presencia anarquista, pandillas, barras bravas y
grupos narcos”.

* “Es aterrador pensar a dónde puede llevar esa violencia, especialmente mientras no
aparezcan o se identifiquen interlocutores válidos con suficiente credibilidad e influencia
como para detener el proceso. Por el momento no parece que el gobierno, el Parlamento,
los intelectuales, ni los partidos políticos estén en condiciones de liderar ese proceso. Se
requieren cambios estructurales. Darle espacio al Estado para recuperar ese camino requiere
recuperar confianzas que están muy dañadas. Todo diálogo por cierto será fundamental,
mientras participen todos aquellos que no quieran quemar el país”.
“Creo que es muy importante comprender y explicar la violencia, que no es lo mismo que
justificarla. Y es necesario comprenderla, pues de lo contrario es muy difícil idear
soluciones para superarla. Es necesario distinguir entre violencia estructural y protesta
violenta. En el caso chileno, la violencia estructural corresponde a las consecuencias,
profundamente catastróficas, del funcionamiento del modelo neoliberal. Sin considerar esta
violencia estructural, la protesta violenta aparece tal cual ha querido ser mostrada por el
gobierno, como una explosión irracional en manos de energúmenos, lo que claramente no
es así. Se trata más bien de explosiones sociales, de personas que cansadas de sistemas
abusivos se rebelan contra la violencia estructural”.

* “La violencia, a pesar del horror que genera en los seres humanos, está impregnada en lo
social. Si uno observa la historia de la humanidad, los mitos, la Biblia, etc., podrá ver que la
violencia está muy presente. También es importante señalar, por tanto, que todas las
sociedades humanas han albergado y albergan en su interior niveles de violencia que, en
general, se expresan en arreglos abusivos de una parte de la sociedad hacia otra, por
ejemplo, violencia de hombres a mujeres, de propios a extranjeros, de gobernantes contra
gobernados o de ricos contra pobres. Esa es, nos guste o no, parte de la historia humana.
Estos sistemas abusivos de poder albergan distintos tipos de violencia, que pueden durar
incluso generaciones, pero siempre hay un momento en que ya no se tolera más y las
víctimas de la violencia se rebelan contra ella. Y qué bueno que así sea, pues no debemos
acostumbrarnos a la violencia en cualquiera de sus formas”.

* “La historia nos muestra que las grandes transformaciones sociales y de reivindicaciones
populares han estado acompañadas de estallidos violentos. Para decirlo más claramente, las
revoluciones requieren de cierto tipo de violencia. No habría cambios sin ella. Habría que
preguntarse si, por ejemplo, la clase política hubiese estado dispuesta a pensar en una nueva
Constitución (a pesar de todas las limitaciones evidenciadas en el acuerdo parlamentario)
sin el estallido violento iniciado el 18 de octubre. Probablemente no. En las revoluciones la
violencia aparece siempre como necesaria e inevitable. Si bien no es el único camino, tiene
una clara función social asociada a la idea de transformación”.

* “Ahora bien, al tener (la actual explosión violenta) carácter de subversión popular,
aparece en escena todo lo popular, lo bueno y lo malo, y entonces aparecen también los
narcos y delincuentes que se entremezclan con los actores políticos”.
“En Chile, la violencia policial en el contexto de protestas está bastante naturalizada. Tanto
así que conocer estrategias disuasivas utilizadas por policías de otros países, donde el uso
de gases y agua está restringido, nos hace caer recién en la cuenta del nivel de violencia que
en nuestro país se ejerce sin distinción contra las personas manifestantes (…). Luego,
evidentemente hemos naturalizado la violencia que suponen condiciones precarias de vida,
propias del sistema neoliberal en el vivimos desde hace más de 40 años. Los suicidios de
personas de la tercera edad, las comunidades que mueren lentamente bajo la contaminación
de sus entornos en zonas de sacrificio, la violencia cotidiana contra migrantes (…). Pero
otra cosa distinta es decir que sectores de la población naturalizan la violencia, cuando en
realidad no tienen más alternativa que aceptarla o ‘soportarla’, como ocurre con la
convivencia con el narcotráfico en determinados sectores de las ciudades”.

* “También existe violencia con fines delictuales, y no de protesta social. La historia de


otros procesos de protestas masivas en otros países muestra que este tipo de delincuencia se
ha producido en esos momentos; no es nada nuevo. Es el tipo de violencia delictual que se
ha observado en estos días, como saqueos e incendios, pero que no tiene relación con la
protesta social”.

* “Parece que algunas violencias son más legitimadas que otras, dependiendo de quién la
ejecuta y para qué. Ello resulta evidente respecto de quienes detentan el monopolio de la
fuerza, como serían ciertos agentes del Estado, sean policías o fuerzas armadas. Para
referirse a su accionar no se usa la expresión violencia, sino ‘uso de la fuerza’ para ‘restituir
el orden público’, reservando la expresión ‘violencia’ para quienes actúan fuera de esos
límites institucionales”.

* “Hay una violencia verbal que, por ejemplo, se expresa en redes sociales y que hoy
resulta más evidente porque determinados temas en los que no hay acuerdo son
ampliamente discutidos. Pero es una violencia que ha estado presente de manera constante
cada vez que se produce un conflicto por el tipo de orden o sociedad en el que se quiere
vivir. En ese sentido, se observan evidentes dificultades para tramitar los conflictos y las
diferencias que no caigan en la descalificación, o la agresión. Tal vez tenga que ver con las
limitaciones del ejercicio deliberativo, por ello los cabildos autoconvocados y asambleas
que se vienen desarrollando desde el 18 de octubre son tan importantes”.

“La violencia siempre parte en el interior del ser humano, en su psiquis, muchas veces
producto del miedo al otro. Para ejercer violencia contra otro ser humano, tengo que
negarlo como un ser tal como yo, como podría ser mi hijo, una hermana, mis padres; lo
niego y desde ahí es que puedo ejercer violencia. Por lo tanto, aquí hay una negación de lo
humano, hay un bloqueo afectivo natural que se da entre los seres humanos y eso destruye
por dentro a la persona que lo ejerce, y destruye la dignidad del otro”.

* “Quizás las personas se pueden acostumbrar a vivir con niveles más altos de violencia,
pero con un alto costo en el sentido sicológico y social, porque, por un lado, la violencia
siempre trae otras emociones aparejadas. Trae miedo, autoprotección, encerrarse en
pequeños guetos protegidos. Y, por otro lado, trae problemas graves de salud mental. Todo
eso ocurre en los lugares donde hay violencia, y finalmente comienza a degradarse el tejido
social, las relaciones comunitarias y la posibilidad de gestar un país en entendimiento. Por
eso, sería súper grave acostumbrarse a niveles altos de violencia”.
* “Es probable que haya algunas violencias que parecen más aceptables, en especial
aquellas que tienen una causa de fondo. Sin embargo, desde mi punto de vista la violencia
siempre, e inevitablemente, trae de vuelta más violencia; y si bien puede empezar con una
causa justificada, es inevitable que se escape de las manos y genere un circuito
inextinguible, que es el que hemos vivido como humanidad. Esto no se ha calmado nunca,
y quizás ha llegado el momento en que mucha gente tenga conciencia y podamos aprender
a pararlo. La violencia siempre está asociada a la inconsciencia”.

* “El lenguaje crea realidades y lo que hoy puede ser una palabra ofensiva se puede
transformar fácilmente en una actitud. Por otro lado, las palabras dañan sicológicamente,
afectivamente, emocionalmente, por lo tanto el que el lenguaje se torne violento es
simplemente otra cara de la misma violencia. Es gravísimo en este momento”.

“Me parece interesante detenerme en la supuesta disociación entre violencia y racionalidad.


Michel Foucault planteaba, por ejemplo, en 1980, que justamente lo más peligroso de la
violencia era su racionalidad. Esto no significa que debamos discurrir en torno a la razón o
sinrazón de los sujetos en el momento en que ejecutan la violencia, sino más bien que
analicemos los dispositivos y configuraciones que han permitido, legitimado e incluso
“autorizado” esa violencia. Lo que ha sucedido en Chile en las últimas semanas debiera
llamarnos a cuestionar las formas de racionalidad que han regido las prácticas de violencia.
Lo peor que podríamos hacer es encasillarla como ‘barbárica’ e ‘irracional’; y, por ello,
resistirnos a analizarla”.

* “La violencia no constituyó, ni sigue constituyendo, un concepto unitario ni unívoco,


pues siempre ha estado significada por diversas representaciones. Puede ser tanto material
como simbólica, y podemos observarla tanto en el espacio privado como en el público, en
las interacciones cotidianas y en los grandes acontecimientos, siendo ejecutada tanto por
civiles como por agentes del Estado. Pero sólo si nos detenemos en aquella que nos
impresiona ahora, la que se despliega en el espacio público, observamos que nuestra
historia está jalonada de conflictos. Durante el siglo XVII los gobernadores prácticamente
no residían en Santiago, sino que destinaban casi todos sus esfuerzos a combatir en la
guerra de Arauco. La tranquilidad no llegó con la Independencia y la instauración de la
República. La guerra civil de 1891 fue, sin duda, la que cobró más víctimas, pero tanto el
siglo XIX como el XX está jalonado de insurrecciones y conflictos violentos. No deja de
ser relevante constatar que las constituciones de 1833, 1925 y, por cierto, la de 1980 se
fraguaron en o luego de situaciones de violencia. En este sentido, me parece pertinente
profundizar en la cuestión de los espacios en los que esta violencia se despliega. Durante
décadas, la violencia ha sido un fenómeno persistente en algunos sectores periféricos de
nuestras ciudades. La fallida intervención del Estado en La Legua nos habla justamente de
ello. Lo que sucede ahora es que el escenario de la violencia se ha instalado en el corazón
de la ciudad o, más bien, en los corazones de la ciudad de Santiago (el cívico, el financiero,
el de las residencias de la elite). Eso genera impacto, aunque yo desearía que también nos
interpelara, llamándonos a tomar conciencia sobre las situaciones con las que conviven
cotidianamente muchos de nuestros conciudadanos”.
“La violencia nunca ha cambiado realmente nada; lo que gatilló el cambio en nuestro país
es el millón y medio de personas en la calle y las encuestas del día siguiente que mostraron
un apoyo abrumador a determinadas demandas sociales. Sin ese sostén nada habría
cambiado”.

*“Las dos cosas nuevas (de la violencia actual) son la generalización de los saqueos y las
refriegas contra la policía provocadas por jóvenes exasperados.

Los saqueos suelen ser considerados una combinación de consumismo y desigualdad social,
el resultado de la incapacidad de determinados grupos de acceder a bienes de consumo
conspicuo intensamente deseados. Los saqueos no son motines de subsistencia, la gente
tiende a robar bienes suntuarios, no de primera necesidad, lo que revela la internalización
de pautas de consumo características de la clase media próspera en contextos de grupos de
alta deprivación económica.
Los disturbios se dirigen más bien contra la autoridad y, en particular, contra la policía. Se
atacan los símbolos de la autoridad -se agolpan sobre las casas de gobierno, destruyen
estatuas, incendian edificios públicos e iglesias y cosas parecidas-, pero sobre todo se
complacen en la refriega contra la policía, el enemigo inmediato. Los disturbios expresan el
sufrimiento de minorías sometidas a fuertes procesos de exclusión y discriminación, en
nuestro caso quizás jóvenes con escasas oportunidades y sin esperanzas”.

* “El problema es siempre la legitimación social de la violencia, ¿por qué determinadas


personas, por lo demás pacíficas, están dispuestas a aceptar el uso de la fuerza -en uno u en
otro sentido- en determinadas situaciones? El problema no son los grupos violentos que
suelen ser una pizca en la sociedad, sino el conjunto que los acepta, aunque sea con alguna
reserva. En el marco de desbordes sociales como el nuestro ocurren dos cosas: aumenta la
tolerancia hacia la violencia social (incluyendo saqueos protagonizados por personas
comunes y corrientes) y disminuye el umbral de tolerancia hacia el uso de la fuerza policial.
Ambas cosas colocan un serio desafío al orden público”.

* “Este nivel de violencia no lleva a ninguna parte que sea deseable. Seguimos teniendo,
sin embargo, una reserva institucional importante, contamos aun con dirigentes bien
inspirados y capaces de dialogar. No veo una clase dirigente que se haya desquiciado o
polarizado como sucedió alguna vez. Esto pemite mirar el futuro con cierto optimismo”.

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