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¿Dulces o travesuras?

Es la pregunta tradicional que se hacen

los niños desde hace muchos años en varias partes del

mundo, inclusive en algunos lugares de Brasil, en el

tal Halloween o Día de Brujas, que se celebra el 31 de octubre.

No se sabe bien el origen de esta fecha pero está relacionada

con los cultos paganos antiguos de Europa y con las

tradiciones que conducen al Día de los Muertos. Las personas,

sobre todo los pequeños, salen de la casa con fantasías de

brujas o brujos, o también de monstruos, dan honra extraña o

reconocimiento a algo que, tal vez, ni entiendan exactamente

de qué se trata. Cierta vez, estuve en los Estados Unidos

pocos días antes el fatídico día, cuando la mayoría de las

personas asumen un lado tétrico y de nítida apología a la

muerte, y quedé sorprendido. Una semana antes, decoran las

casas con alguna cosa que parece ser tela de araña, además

de réplicas de lápidas de cementerio con la inscripción RIP

(que significa: rest in peace [descanse en paz] en alusión clara

al fallecimiento). Sin hablar de la cantidad absurda de

calabazas huecas que “adornan” el frente de muchas

residencias. Mientras sucede eso, del otro lado de la calle, una


iglesia cristiana; la amnesia histórica se apoderó de los

cristianos que, un día, de alguna forma estuvieron unidos a un

episodio emblemático ocurrido también un 31 de octubre (de

1517), en el distante castillo de Wittenberg, en Alemania. Allí,

un monje cuestionador y sincero, temeroso de Dios, llamado

Martín Lutero, fijó en la puerta del castillo lo que se llama Las

noventa y cinco tesis sobre justificación por la fe. Tal vez, no

sepamos de memoria el contenido de lo que Lutero escribió,

pero sabemos que él se cuestionaba actitudes, conceptos y

enseñanzas contrarias a la Biblia. Además, exaltaba la Biblia

como regla de fe para los que se dicen seguidores de Cristo.

Pero la pregunta hoy es otra. Es más, hay otras objeciones.

¿Qué se promueve más Halloween o la Reforma Protestante?

¿Qué recuerda más la sociedad, especialmente la que se auto

declara cristiana y conocedora de la Biblia?

El tiempo pasa, pero Halloween se ve en la TV, en los

negocios de juguetes, en los adornos de los supermercados,

de los shopping, en las escuelas y me atrevo a creer que en

algunas iglesias. La atmósfera del Día de Brujas se siente en


varios ambientes y trata de impregnar a todos cuantos sea

posible. Llegó a estar de moda. Es un producto tipo

exportación para niños y adolescentes que saben lo que

deben hacer ese día si quieren estar en armonía con la fecha,

pero no saben, tal vez, quien fue Lutero, desconocen lo que

dice la Biblia y hasta dudan de hablar de Jesucristo.

No vale de nada culpar a la Europa antigua y tampoco a la

actual por su desprecio al origen protestante. La

responsabilidad es mía y también la de usted que está leyendo

este texto. El cristianismo bíblico necesita estar en la mente de

la sociedad, especialmente de los niños, adolescentes y

jóvenes. La Biblia, sin embargo, se recordará con amor, cariño

e interés si es realidad para ese grupo. Ellos necesitan ver

ejemplos de adultos, padres, profesores, líderes, que

realmente consideren el libro sagrado del cristianismo como

algo sagrado de verdad. Sagrado no porque sea intocable,

sino porque es la Palabra de Dios válida para hoy y para

siempre. Palabra que llevó a un hombre solitario como Lutero

a escribir cartas al líder máximo de su iglesia, en la época, para


pedir que se observaran las enseñanzas que ella contiene. Las

que lo llevaron a defender la fe inmutable en Jesucristo como

suficiente para la salvación, sin la necesidad de indulgencias,

obras de sacrificio físico, misticismo inventado por

inescrupulosos aprovechadores del fervor sincero.

¿Y entonces? La mayor propaganda de la Biblia parece ser

una vida en armonía con ella. Halloween es fuerte,

especialmente porque el espíritu de los reformadores, como

Lutero, hoy es débil. Ante la falta de seguidores fieles y

equilibrados de la Biblia, el pueblo prefiere las brujas, dulces y

travesuras del 31 de octubre. Pero aún hay tiempo de cambiar.

Basta que los cristianos vuelvan a ser cristianos.

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