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KOADERNOAK - KAIERAK
Erantzunak…………………………………………………………4
Fernando Savater: El futuro de la lidia: Un abuso
arrogante EL PAIS - 4/03/2010 …………………………………… 6
vs
Fernando Savater :Vuelve el Santo Oficio
(ELPAIS, 29/07/2010)……………………………………………… 11
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Jon Jimenez (2010/03/03):
Duela gutxi espainiar estatuko hainbat jendek (beren burua intelektual edo
filosofotzat daukaten batzuk barne) ondoren ekartzen dudan komunikatua
sinatu dute. Egun Catalunyan dagoen eztabaida bat da: zezenketak debekatu
edo ez. Manifestu honetan ematen diren aldeko arrazoien artean
garrantzitsuena, esango dugu, bakarra, identitate nazionalaren adierazgarririk
adierazgarriena direla esaten da. Esentzialismoaz hitz egingo digute gero…
Gaia zabalik uzten dut: zezenketak nazio identitatearen adierazgarri izan
daitezke?
TOROS - MANIFIESTO
MUNDOTORO - 25/02/2010
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MANIFIESTO EN DEFENSA DE LA FIESTA
Contemplamos el toreo como una fiesta plural, del pueblo, que nada tiene
que ver con ideologías políticas. Proclamamos que el toreo es cultura en sí,
por su capacidad de transmitir emociones a las personas que lo presencian.
Estamos de acuerdo con Federico García Lorca, que decía que el toreo es “la
fiesta mas culta que hay hoy en el mundo”.
Destacamos los valores ecológicos del toro de lidia como especie única y
creación cultural del hombre, que lo ha seleccionado durante siglos. Y
también como protector de un espacio natural que pervive gracias a su
presencia: la dehesa.
ERANTZUNAK
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Andoni Olariaga (2010/03/03)
Identitatearen problemak orain pixka bat albo batera utziz (baina nolabait
gaiari helduz), ekologisten argudioekin planteatuko dut pixka bat eztabaida.
Lehenik, eztabaidaren hipokresia agerian uzteko galdera bat: baserritar batek,
ahuntzak dituenean, haietatik esnea eta ehuna atera ondoren, zaharrak
egiten direnean, haiekin sahieskiak egitea gaizki al dago? Edo, txerriekin
edozeinek odolkiak eta txorizoak egitea? Kontua sufrimentua bada, horixe ez
dirudi argumentu bat, guk etxean kaiolan sarturik kanarioak ditugunean, eta
txakurrak egunero gure konpainia aspergarrira bizitzera torturatu ditugunean.
Txakurrak gizakia bezain animali ez-animalduak bihurtzea ez al da
tortura? Ekologista askok gai honetan dituzten kontraesanak izugarriak dira.
Dena den, min ematen duena, agian, zezena identitate espainolaren zutabe
den festa izatea da. Baina horrek ez dirudi mina eman beharko ligukeenik,
agian kontrakoa…
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erortzea suposatuko luke eta. Estetikak, edertasunak, ez du aldeko arrazoi
bat suposatuko: gauzen esentzian ez dago arrazoirik ederrak direla
juzgatzeko, edo, bertzera, “dudo del peso resolutorio de los elogios
meramente estéticos, porque estoy acostumbrado a ver en otras
demostraciones plásticas que lo que unos ponderan como expresión del más
elevado interés artístico otros lo tienen por una mamarrachada que puede
pintar cualquier niño de siete años.” Beraz, zergatik defendatu zezenketak?
Libertate kontu batengatik? Izan daiteke. Baina ez da oso kontu garrantzitsu
eta aipagarria. Gehiago egon behar du. Gehiago dago: “Prohibir un juego de
indudable RAIGAMBRE LITERARIA Y ARTÍSTICA, codificado y estilizado
rigurosamente A LO LARGO DE LOS SIGLOS, del que disfrutan muchas
personas y que garantiza una forma de vida y un tipo de desarrollo
económico, ligado al paisaje y a la ganadería, exige algo más que un
respetable pero no universalizable remilgo de ciertas sensibilidades.” Beraz,
historia eta estetika. Historiaren esentzia eta gauzen esentzia. Berriro hanka
bota du aurrera. Euskaldun esentzialista nazkagarri horietako bat bihurtu ote
zaigu berriro Savater?
http://www.elpais.com/articulo/cultura/abuso/arrogante/elpepucul/20100304el
pepicul_3/Tes
Hace muchos años, porque estas disputas vienen de lejos, participé en una
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discusión en el País Vasco sobre si las corridas de toros eran admisibles o
rechazables. Se manejaron primero los habituales argumentos: el placer de la
crueldad, la tortura de animales indefensos, etcétera... Uno de los
adversarios de la fiesta, identificado con posturas de nacionalismo radical,
denunció además que se trataba de una imposición española y de la España
de la pandereta y el folclore agitanado, por más señas, ajena al terruño
vasco. Apunté que al menos ese aspecto era discutible, porque el toreo a pié
parece haber comenzado en Navarra, democratizando así la lidia a caballo
propia de las regiones situadas más al sur. No estoy muy seguro de la
fiabilidad histórica del dato, pero su efecto en el debate fue muy revelador: los
oponentes más nacionalistas de la corrida, al suponerla de raigambre vasca,
comenzaron a matizar su antagonismo y a encontrarle ciertos valores
populares y antiaristocráticos nada desdeñables. Los aspectos más
moralizantes del litigio pasaron a segundo plano.
A partir de entonces, soy algo escéptico respecto a la eficacia de los
esfuerzos dialécticos que enfrentan a taurófilos y taurófobos, como el por otra
parte muy interesante que tiene lugar ahora en el Parlamento catalán. Desde
luego, soy contrario a la postura prohibicionista pero me cuesta identificarme
con los planteamientos más telúricos que remiten la excelencia de la fiesta a
la entraña ancestral de nuestro país o a una ilustre genealogía que se
remonta a la Creta de Minos y Pasífae. También dudo del peso resolutorio de
los elogios meramente estéticos, porque estoy acostumbrado a ver en otras
demostraciones plásticas que lo que unos ponderan como expresión del más
elevado interés artístico otros lo tienen por una mamarrachada que puede
pintar cualquier niño de siete años. ¡Son tan variados los criterios del gusto y
el disgusto!
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de los seres vivos, especialmente nosotros y nuestros hijos. Y tampoco me
parece aceptable determinar inapelablemente que el gozo que la corrida
produce a los aficionados no sea más que una expresión de regodeo cruel y
sanguinario. No es lo mismo disfrutar viendo luchar que disfrutar viendo sufrir:
hay códigos de honor y celebraciones simbólicas que pueden no compartirse
pero que nadie puede arrogarse la autoridad moral para descalificar sin más.
A fin de cuentas y lo más importante: se trata de una cuestión de libertad. La
asistencia a las corridas de toros es voluntaria y el aprecio que merecen
optativo para cada cual. Comprendo perfectamente que haya quienes sientan
rechazo y disgusto ante ellas, como a los demás nos pasa ante tantos otros
espectáculos, hábitos y demostraciones culturales. Pero que eso faculte a las
autoridades de ningún sitio para decidir desde la prepotencia moral
institucionalizada si son compatibles o no con nuestra ciudadanía resulta un
abuso arrogante.
Prohibir un juego de indudable raigambre literaria y artística, codificado
y estilizado rigurosamente a lo largo de siglos, del que disfrutan muchas
personas y que garantiza una forma de vida y un tipo de desarrollo
económico, ligado al paisaje y a la ganadería, exige algo más que un
respetable pero no universalizable remilgo de ciertas sensibilidades. Salvo
que lo que esté en juego sea otro tipo de consideraciones políticas, en las
cuales prefiero no entrar.
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otros actos de crueldad contra los animales.
Independiente de la decisión de la Corte, no deja de ser un ejercicio interesante
analizar los argumentos y sofismas que en defensa de la fiesta brava han esgrimido
algunos intelectuales, entre quienes se cuentan el filósofo español Fernando
Savater.
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Y en cuanto a “obtener bravura” del toro, su posición no puede ser más
deshonesta, porque todos sabemos lo que en realidad significa “obtener
bravura”: un vulgar eufemismo que evita mencionar la tortura sistemática a la
que es sometido el bovino, comenzando con las banderillas y la puya, y
finalizando con la estocada definitiva que con frecuencia degenera en el
horripilante espectáculo de una animal que se ahoga en su propia sangre,
atravesado por una espada que entra por el lomo y sale por la boca.
Sin embargo, tiene razón Savater en señalar la insensatez del neófito,
que incapaz de apreciar el arte de los toros, solo ve sadismo en él. El
problema con este argumento es que el valor estético en sí mismo jamás
justifica la crueldad, y para salvar su alegato, Savater opta por blindar su
posición afirmando que no se trata de discutir sobre una cuestión ética,
porque según él, la moral solo “trata de la relaciones con nuestros
semejantes y no con el resto de la naturaleza”. En otras palabras, cree salvar
su argumento si introduce un dogma gratuito:¡las cuestiones éticas no se
aplican a los animales!
Semejante razonamiento parece más propio de un oscurantista del
siglo XV que de un intelectual del siglo XXI. Recordemos que en el afán de
justificar el horror de la esclavitud, teólogos y autoridades eclesiásticas
establecieron que la moral no se aplicaba al hombre de raza negra “por
carecer de alma”, lo que permitía disponer de su libertad y de su vida. Ahora
Savater reclama esta misma clase de licencia para justificar la barbarie
taurina.
Vuelve el Santo Oficio es la respuesta del ensayista español al
reciente fallo del parlamento catalán que prohíbe las corridas en toda
Cataluña, a partir del 2012, una valiente decisión en una región de larga
tradición taurina. Como tantos otros de su generación, Savater es miope a la
crueldad del espectáculo, y solo puede ver en esta histórica medida una
injerencia abusiva y peligrosa del gobierno en la vida privada de sus
ciudadanos. Tal vez ignore que el parlamento no hizo otra cosa que ser
consecuente con la legislación española, que desde octubre de 2004
establece: “Los que maltrataren con ensañamiento e injustificadamente a
animales domésticos causándoles la muerte o provocándoles lesiones que
produzcan un grave menoscabo físico serán castigados con la pena de
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prisión de tres meses a un año…”.
El pensador español debería más bien explicarnos por qué aquellos que en
los últimos seis años se han venido lucrando del sanguinario espectáculo,
junto con sus verdugos en trajes de luces, no están pagando cárcel como
estipula la ley.”
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que necesita una argumentación muy concluyente. La que hemos oído hasta
la fecha dista mucho de serlo.
¿Son las corridas una forma de maltrato animal? A los animales domésticos
se les maltrata cuando no se les trata de manera acorde con el fin para el que
fueron criados. No es maltrato obtener huevos de las gallinas, jamones del
cerdo, velocidad del caballo o bravura del toro. Todos esos animales y tantos
otros no son fruto de la mera evolución sino del designio humano
(precisamente estudiar la cría de animales domésticos inspiró a Darwin El
origen de las especies). Lo que en la naturaleza es resultado de tanteos
azarosos combinados con circunstancias ambientales, en los animales que
viven en simbiosis con el hombre es logro de un proyecto más o menos
definido. Tratar bien a un toro de lidia consiste precisamente en lidiarlo. No
hace falta insistir en que, comparada con la existencia de muchos animales
de nuestras granjas o nuestros laboratorios, la vida de los toros es
principesca. Y su muerte luchando en la plaza no desmiente ese privilegio, lo
mismo que seguimos considerando en conjunto afortunado a un millonario
que tras sesenta o setenta años a cuerpo de rey pasa su último mes
padeciendo en la UCI.
¿Son inmorales las corridas de toros? Dejemos de lado esa sandez de
que el aficionado disfruta con la crueldad y el sufrimiento que ve en la plaza:
si lo que quisiera era ver sufrir, le bastaría con pasearse por el matadero
municipal. Puede que haya muchos que no encuentren simbolismo ni arte en
las corridas, pero no tienen derecho a establecer que nadie sano de espíritu
puede verlos allí. La sensibilidad o el gusto estético (esa "estética de la
generosidad" de la que hablaba Nietzsche) deben regular nuestra relación
compasiva con los animales, pero desde luego no es una cuestión ética ni de
derechos humanos (no hay derechos "animales"), pues la moral trata de las
relaciones con nuestros semejantes y no con el resto de la naturaleza.
Precisamente la ética es el reconocimiento de la excepcionalidad de la
libertad racional en el mundo de las necesidades y los instintos. No creo que
cambiar esta tradición occidental, que va de Aristóteles a Kant, por un
conductismo zoófilo espiritualizado con pinceladas de budismo al baño María
suponga progreso en ningún sentido respetable del término ni mucho menos
que constituya una obligación cívica.
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¿Es papel de un Parlamento establecer pautas de comportamiento
moral para sus ciudadanos, por ejemplo diciéndoles cómo deben vestirse
para ser "dignos" y "dignas" o a que espectáculos no deber ir para ser
compasivos como es debido? ¿Debe un Parlamento laico, no teocrático,
establecer la norma ética general obligatoria o más bien debe institucionalizar
un marco legal para que convivan diversas morales y cada cual pueda ir al
cielo o al infierno por el camino que prefiera? A mí esta prohibición de los
toros en Cataluña me recuerda tantas otras recomendaciones o prohibiciones
semejantes del Estatut, cuya característica legal más notable es un
intervencionismo realmente maníaco en los aspectos triviales o privados de la
vida de los ciudadanos.
En cambio no estoy de acuerdo en que se trate de una toma de
postura antiespañola. No señor, todo lo contrario. El Parlamento de Cataluña
prohíbe los toros pero de paso reinventa el Santo Oficio, con lo cual se
mantiene dentro de la tradición de la España más castiza y ortodoxa.
Fernando Savater es escritor. En septiembre aparecerá su libro Tauroética, un ensayo sobre nuestro trato
con los animales y la cuestión taurina.
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desde quienes vienen a convertir el espectáculo en algo parecido a lo
religioso: no todos son capaces de alcanzar la gracia ni tener la sensibilidad
suficiente para convertirse en adecuados receptores de semejantes
delicadezas espirituales (así se soltaba la lengua el nunca bien ponderado
Defensor del Pueblo hispano, Enrique Múgica), pasando por los cultivados
que en defensa de la corrida vuelven su docta mirada a la mitología griega y
teorizan sobre la lucha del hombre contra el toro, el minotauro y vaya usted a
saber.
Hay otros que, por acá, han solido decir que es un problema complejo,
ya que sus orígenes son de aquí (argumento falaz donde los haya, ya que
sería como decir que no sé dónde se dedicaban a alguna actividad aberrante
en el pasado, ergo no se puede cambiar porque , es detenerme en varias
declaraciones al respecto realizadas estos últimos días que incurren en el
mismo modo de argumentación tramposo cuyo esquema vendría a ser: una
crítica queda anulada dependiendo de quien la haga, o de lo que se haga
decir -si es caso usando el calzador- al que la haga.
Así, el alcalde donostiarra ante las manifestaciones antitaurinas en la
semana grande dice que le gustaría ver a quienes protestan por el maltrato
animal mostrarse tan solícitos a la hora de protestar ante el maltrato a los
humanos; esquiva así el edil donostiarra la justeza o no de la crítica de los
manifestantes al desviarla hacia otro asunto, cargando además en el haber
de los que protestan un silencio ante otras violencias que él sabrá por qué lo
afirma, ya que no pienso que tal cosa está clara para nada.
Más se parece el modo falaz de argumentar a una patraña ad hoc que
oculta el deseo de ver la corrida sin problemas -que me gustan mucho- y
santas pascuas.
El ético donostiarra par excellence, al rebufo de la aparición de un
nuevo libro que en el como de la inocencia intencional y la ingenuidad
comercial va a titular «Tauroética», decía absolutamente lanzado en su
campaña promocional que la barbarie no está en el ruedo sino fuera de él, en
quienes yacen con banderillas como si de toros se tratasen, confundiendo así
a los humanos con los animales. ¡Vaya por Dios!
Supongo que el catedrático será capaz, a no ser que discursee con
mala fe, de comprender lo que significa una representación, y no llevar las
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cosas más allá de lo debido -en las supuestas intenciones y manifestaciones
de los que protestan disfrazados -para así salir vencedor en sus
argumentaciones y su culto gusto por las corridas, siempre aprovechándose
de todo supuesto ejemplo, ejemplito, o lo que sea menester, para que salga
reforzado su inicial partis pris y concluir con el consabido quod erat
demostrandum que, por supuesto, ya estaba demostrado desde el inicio.
Tampoco era nimia aquella falacia, vertida hace unos días, de que los toros
de lidia eran tratados como verdaderos reyes hasta el duro final del último
día, en que -por otra parte- se sentía realizado (¿ontológicamente?),
comparando su final con el de los jubilados de luxe que tras una vida llena de
cuidados acababan en la UVI algo cascados ya (y yo que pensaba que en tal
lugar se trataba a tales ancianos intentando evitarles el dolor…). ¡Don
Fernando siempre tan ocurrente y desmedido!
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se debería comer carne, no llevaré las cosas tan lejos como lo hiciese
Bernard G. Shaw ni me ocuparé del asunto aquí proponiendo, por ejemplo,
sentar a la mesa a un animal para comer todos juntos y en unión un buen
menú vegano.
Pero desde luego no es lo mismo convertir la muerte en espectáculo,
con música de pasodobles incluida, que la muerte en serie en un matadero,
espectáculo en el que no se complace -que se sepa- ninguno de los forzados
testigos, los currantes del lugar que han de bregar con tal lidia; muertes, por
otra parte, que cubren una finalidad alimenticia para los humanos y no un
mero entretenimiento de cierto personal.
Por último, otro defensor de los toros -hace tiempo que lo viene
proclamando-, escritor y contestador de cartas al director de «Público» hasta
que salió rebotado al «Abc Cultural» -me refiero a Rafael Reig-, aplaude a
Savater porque -según el novelista- distingue entre el trato que se ha de dar a
los humanos y a los animales, para añadir a continuación que a él le repatean
quienes defienden con locura a los animales y se olvidan de los humanos.
Para reforzar su postura trae a colación a Richard Gere y Brigitte Bardot, y
así se pone fácil la carambola, él mismo se la pone como se las ponían a
Felipe II. ¡Qué solidez argumental!
Decía el bueno de Henri Lefebvre que la amalgama es el signo más
destacado de la modernidad. Si damos por buena la afirmación, no cabe la
menor duda de que los sujetos a los que me he referido son unos modernos
de tomo y lomo, ad nauseam.
No seguiré, mas servidor se queda con aquello que dijesen los
mineros de la agrupación socialista de Mieres en un panfleto fechado en junio
de 1905, en el que denunciaban todo «lo que signifique retroceso y barbarie
como las corridas, un espectáculo impropio de pueblos que se precien de
civilizados… espectáculo que da cabida a sentimientos depravados y reúne a
aficionados a la chulapería… alimentando sentimientos sanguíneos y
bárbaros ¡Paso a la civilización!».
Leído lo leído y visto lo visto ¿será cierto aquello de que la humanidad
marcha a mejor cuando algunos de sus seres supuestamente más cultivados
defienden sin pestañear tales prácticas brutales?
Desde luego no es éste, el entusiasmo que estos personajes
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muestran, el signo (rememorativum, demostrativum , pronosticum) del que
hablase Inmanuel Kant.
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