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El debate sobre los méritos y los defectos del funcionalismo, que dominó la mayor
parte de las discusiones teóricas en el campo de la sociología y de la antropología en
los años 1950 y 1960, parece actualmente agotado. 1 El campo de batalla está desierto
aunque de vez en cuando se siguen lanzando dardos aislados. 2 Al haberse disipado el
polvo, quizás sea este el momento propicio para hacer un balance de los residuos de la
controversia. Aun cuando pueda argumentarse que la variedad de ataques críticos a
los que fue sometido crecientemente el funcionalismo en sus distintas modalidades
forzó a sus partidarios a permanecer a la defensiva, sería difícil asegurar que la
controversia hubiera perdido su vigor porque una de las partes contendientes se haya
retirado vencida. Antes bien, otros tipos de enfoques teóricos adquirieron
preeminencia y provocaron el desplazamiento del centro del debate. Que esto haya
sucedido es, seguramente, en gran parte una bendición: la controversia con respecto
al funcionalismo, en el mejor de los casos, nunca fue apasionante y —si se me permite
abandonar la metáfora marcial a favor de otra— de vez en cuando llegaba a las
profundidades del formalismo aburrido. Pero sería un error suponer que todos los
problemas planteados pueden ser tranquilamente olvidados. Porque, sean cuales
fueren las limitaciones del funcionalismo (y en esta evaluación concluiré que son
decisivas e irremediables), éste siempre ha puesto en primer plano problemas de
organización institucional y se opuso firmemente al subjetivismo en la teoría social.
Creo que este énfasis sigue siendo necesario, y desde luego aun más urgente, habida
cuenta del rápido ascenso del subjetivismo y del relativismo que ha acompañado la
decreciente influencia de las nociones funcionalistas en las ciencias sociales. No es mi
propósito rescatar al funcionalismo de sus detractores, ni volver a examinar el curso
del debate en su totalidad, sino desarrollar, a través de la identificación de algunas
fallas inherentes al pensamiento funcionalista, los rudimentos de un esquema teórico
que pueda reemplazarlo.
Los orígenes del funcionalismo, en su forma moderna, están vinculados con los
adelantos logrados en la biología durante el siglo XIX. Si bien la mecánica clásica
continuó siendo el ideal de una ciencia madura, la biología y más específicamente la
teoría de la evolución, se convirtieron en la inspiración inmediata de las principales
escuelas de pensamiento social. Las obras de Comte, aunque precedieron a las de
Darwin, proveyeron una exposición persuasiva de la proximidad de la relación entre
“biología” y “sociología”, y su formulación de la “estática social” tuvo gran influencia
sobre la expansión subsecuente de las nociones funcionalistas, tal como fueron
elaboradas primeramente por Herbert Spencer, y más tarde por Durkheim. La idea de
la evolución social desempeñó un papel fundamental en los escritos de todos estos
autores, al igual que las analogías biológicas que fueron directamente apropiadas para
explicar la “anatomía y fisiología” de la vida social. 3
1
Algunas de las contribuciones más conocidas han sido recogidas en N. J. Demerath and Richard
Peterson: System, Change and Conflict, New York, 1967. Por motivos de conveniencia, cuando sea
posible, citaré de aquí.
2
Ver, por ejemplo, Piotr Sztompka: System and Function, New York, 1974.
3
El empleo de nociones biológicas y “organicistas” en los escritos de las últimas décadas del siglo XIX
fue más que analógico. Lilienfeld es, quizás, el mejor ejemplo.
ANTHONY GIDDENS
Las obras de Durkheim han sido, sin duda, la influencia individual más
importante en el desarrollo del funcionalismo en este siglo, a pesar de que la única
discusión explícita significativa de la “explicación funcional” ofrecida por él no ocupa
más que unas pocas páginas en la obra titulada Las reglas del método sociológico. La
incorporación de estas ideas en lo que emergió como una escuela distintiva en
sociología, aunque vagamente unida, el estructural-funcionalismo, se operó a
expensas de la dislocación de la “función” de la “evolución”. En Durkheim, la noción
de la evolución social ya ha sido atenuada. La solidaridad mecánica y orgánica se
recortaban aun sobre un amplio telón de fondo evolucionista, pero tomaban más la
forma de un contraste tipológico abstracto que de una corriente continua de cambio
evolutivo. La transferencia del concepto de función a la antropología, a través de la
influencia de Radcliffe-Brown y Malinowski, estaba directamente vinculada con el
repudio a las teorías evolutivas. Rompiendo con la preocupación del siglo XIX por la
evolución, estos autores reaccionaron específicamente contra la tradición de los
intentos especulativos por reconstruir los orígenes de las instituciones sociales tales
como la religión, el matrimonio, etc. Pero también reaccionaron contra la etnología de
“tijeras y engrudo” que, al intentar diagramar las etapas de la evolución de la
sociedad, reunían ejemplos de numerosas sociedades diferentes, sin preocuparse por
el contexto social en el que estaban insertos. El “funcionalismo” (nombre que
Malinowski aplicaba complacido a sus puntos de vista teóricos, pero que Radcliffe-
Brown rechazaba) tuvo mucho que ver con los orígenes del moderno trabajo de campo
en la antropología, poniendo el énfasis en el estudio de las instituciones en relación
con las totalidades sociales.
El funcionalismo retornó a la sociología al cruzar el Atlántico. A través de la
docencia en Chicago, Radcliffe-Brown contribuyó de modo directo a su influencia. Pero
esta fue, por supuesto, muy fuertemente reforzada por la obra de Talcott Parsons.
Aunque Parsons estudió un breve periodo con Malinowski en Gran Bretaña, los temas
que desarrolló y que continuó elaborando a través del resto de su carrera se
encontraban mas cerca de los puntos de vista de Radcliffe-Brown. El concepto de
“estructura” en la obra de ambos autores, se asociaba al de “función”. Antes que el
“funcionalismo instrumental” de Malinowski, fue el “funcionalismo estructural” el que
se convirtió durante unas tres décadas en una corriente prominente, aunque nunca
sin contendientes en la teoría social en la sociología norteamericana. 4 El estructural-
funcionalismo ha proporcionado una articulación de nociones funcionalistas más
coherente y detallada que cualquiera de las realizadas con anterioridad; y la mayoría
de sus partidarios han afirmado, de un modo u otro, que se trata de la base teórica
que identifica las tareas distintivas de la explicación socio-científica. La mayoría de los
autores vinculados al funcionalismo en esta forma moderna han sido en mayor o
menor grado influidos por Parsons. Pero es notorio que el “funcionalismo” es
comprendido de muchas maneras diversas por los distintos autores, ya sea
aprobatorias o críticas. Dado que los escritos de Parsons abarcan, sin duda alguna,
muchos temas que no son de relevancia inmediata para la discusión del
funcionalismo, no voy a intentar confrontarlos directamente aquí. Dirigiré en cambio
mi atención únicamente a tres contribuciones importantes hechas por otros autores:
primeramente dos fuentes relativamente tempranas, la “codificación” de R. K. Merton
sobre las tareas de la explicación funcionalista, y la subsecuente enmienda crítica
4
Algunos análisis críticos recientes han tendido definidamente a exagerar el grado en que el
estructural-funcionalismo, y más particularmente las ideas de Parsons, dominaron la sociología
americana. Un tanto aparte de las tendencias antiteóricas de la sociología americana, contra las que
Parsons luchó, el interaccionismo simbólico fue siempre, y aun es, una influencia persuasiva. Los
escritos de Parsons fueron despreciados por oscuros y tendenciosos (no sólo por oponentes radicales
como C. Wright Mills).
realizada por Ernst Nagel.5 Pese a haber sido publicado por primera vez en 1949,
anticipándose por ende al cuerpo principal de la controversia funcionalista, para la
que representó un punto de referencia esencial, el ensayo de Merton fue revisado y
extendido posteriormente. Y lo que es más importante, anticipa y en cierta medida
intenta enfrentarse a las críticas del funcionalismo que más adelante se convirtieron
en medulares para el debate: tales como la que plantea que los esquemas
funcionalistas no permiten abordar los problemas de conflicto, poder, etc. Además, la
obra de Merton fue de gran importancia para la reintroducción del funcionalismo en la
sociología, y su fuerza argumental consistió en que las ideas de Radcliffe-Brown,
Malinowski y otros antropólogos proporcionaban un marco teórico para la sociología
sólo si se enmendaban sustancialmente como para permitirles abarcar los problemas
que son peculiarmente agudos, si bien no específicos, de las sociedades desarrolladas.
A estas voy a añadir el estudio de una tercera obra, más reciente: la de
Stinchcombe.6 No se trata de una contribución al debate del funcionalismo como tal,
pero se enfrenta, en forma detallada y sofisticada, a varios de los mismos temas y se
encuentra en línea directa de descendencia de Merton.
Los temas de la descripción que hace Merton son, naturalmente, bien conocidos, y
sólo recapitularé brevemente aquellos elementos relevantes para los argumentos que
desarrollaré en la última parte del trabajo.
Merton comienza por notar precisamente aquello que se convirtió en la
desesperación de los participantes tardíos de la controversia funcionalista: la
“profusión y variedad del análisis funcional” (p. 10). Pero advierte contra la desilusión;
tal diversidad hace que una codificación sea a la vez posible y necesaria. Una
sistematización del análisis funcional debe vincular la teoría y el método: pero a la vez
debe probarse a sí misma en la manipulación de materiales empíricos. A esto último
Merton le presta bastante atención intentando proporcionar una extensa ilustración
de los frutos de la orientación funcionalista —distinguiéndose notablemente de la
naturaleza más parca de comentarios posteriores—. Los rasgos principales del examen
que hace Merton pueden caracterizarse como sigue: para comenzar, ciertas
deficiencias de la literatura preexistente deben ser aclaradas o remediadas:
El término “función” debe ser definido con precisión. Tiene varios usos profanos
diferentes, tales como, por ejemplo, el equivalente de “reunión pública”, así como un
sentido técnico en las matemáticas. Además hay una gran variedad de términos no
profesionales que a menudo se usan como sinónimos suyos: “propósito” y
“consecuencia” entre otros. Debemos separar nociones que refieren a los “estados
subjetivos” de los actores de aquellas que refieren al resultado de la acción. “La
función social”, dice Merton, “se refiere a consecuencias objetivas observables, y no a
disposiciones subjetivas (metas, motivos, propósitos)” (p. 14). Lo que una persona se
propone lograr puede o no coincidir con el resultado de su acción.
Varios de los énfasis típicos del funcionalismo en antropología deben ser
revisados, o completamente rechazados. La tesis según la cual la sociedad siempre
tiene una “unidad funcional”, o armonía implícita, que Merton atribuye a Radcliffe-
Brown, debe ser abandonada. O al menos no puede ser tomada como axioma: el grado
de integración de una sociedad debe ser tratado como empíricamente variable. Del
mismo modo sucede con el “postulado del funcionalismo universal”, expresado por
5
Robert Merton: “Manifiest and latent functions”; Ernest Nagel: “A formalization of functionalism with
special referente to its application in the social sciences”, ambos en Demerath and Peterson, op. cit.
6
Arthur Stinchcombe, Constructin Social Theories, New York, 1968.
Malinowski: la idea de que toda práctica social estandarizada, todo ítem cultural tiene
una función, en virtud de su persistencia. También se cuestiona la afirmación de
Malinowski acerca de la “indispensabilidad” de las necesidades funcionales. Afirmar,
por ejemplo, que la “religión tiene ciertas funciones indispensables en toda sociedad”
oculta una confusión: ¿es la institución de la religión, como tal, la que es necesaria
para la sociedad, o lo son las funciones que se supone debe cumplir? Decir que la
existencia de la sociedad supone ciertos prerrequisitos funcionales, no es lo mismo
que decir que ciertas instituciones particulares son indispensables, ya que las mismas
funciones pueden ser desempeñadas por instituciones diferentes.
Merton encuentra cierta dificultar para rechazar el cargo de que el funcionalismo
es inherentemente “conservador” —punto de vista que, según él, ya no puede ser
sustentado toda vez que se han eliminado los énfasis mencionados en el parágrafo
anterior—. Documentando esto, Merton trata de mostrar que un esquema
funcionalista revisado, lejos de ser intrínsecamente conservador, una asimilación de lo
existente e inevitable, es completamente compatible con el “materialismo dialéctico” de
Marx y Engels —demostración que muchos autores posteriores a Merton creyeron
necesario intentar.7
Entre los elementos que Merton incluye en esta revisión, los más importantes son
los que siguen:
Las funciones se definen como “aquellas consecuencias observables (de prácticas
o ítems estandarizados) que contribuyen a la adaptación o ajuste de un sistema dado”
(p. 43). La función contrata con la disfunción, que refiere a fenómenos que actúan
contra la “adaptación o ajuste” del sistema.
El análisis funcional implica la evaluación de un “balance neto de un agregado
de consecuencia”: una práctica social particular, por ejemplo, puede ser funcional en
ciertos aspectos, o a ciertos niveles, para el sistema del que forma parte y disfuncional
en otros.
Deben separarse las funciones manifiestas, “aquellas consecuencias objetivas que
contribuyen al ajuste o adaptación del sistema, que son intencionales y reconocidas
por los participantes del sistema” (p. 43) de las funciones latentes, que no son
intencionales ni reconocidas.
Debe completarse el análisis de los requerimientos funcionales o prerrequisitos
de los sistemas sociales con el reconocimiento de que existe un campo de variación de
las alternativas funcionales. Las posibilidades de cambio que existen en cualquier
caso dado, están, no obstante, limitadas por “constricciones estructurales” derivadas
de la “interdependencia de los elementos de la estructura social” (p. 44).
Aunque el ensayo de Merton ha sido muy discutido, son pocos los que han podido
revisarlo tan profundamente como Nagel, quien escribía como un crítico afín,
preocupado por relacionar los puntos de vista de Merton con los desarrollos
concurrentes en la ciencia biológica. 8 Nagel empieza por llamar la atención hacia un
punto tradicional (notado ya por Comte, por ejemplo, quien consideraba a la biología y
a la sociología como disciplinas “sintéticas”, en las que hay una “prioridad de la
entidad sobre el elemento”, en contraste con las ciencias “analíticas”, tales como la
7
E.g., Pierre L. van den Berghe: “Dialectic and functionalism: toward a synthesis”, en Demerath and
Peterson, op. cit.
8
Cf. también Nagel: “Concept and theory formation in the social sciences”, en Science, Language, and
Human Rights, Philadelphia, 1952; y Carl G. Hempel: “The logic of functional analysis”, en Aspects of
Scientific Explanation, New York, 1965.
química, la física, etc.): el de que las nociones funcionales son raras en las ciencias,
exceptuando a la biología. La diferencia parece depender del hecho de que la biología
estudia entidades autorreguladas con respecto a los cambios en sus ambientes. El
análisis funcional se aplica a esta clase de entidades, consideradas como sistemas
pero no a sistemas que carecen de capacidad autorreguladora.
El hilo principal del argumento de Nagel consiste en rastrear a través de las
ambigüedades que, en su opinión, Merton deja irresueltas en sus planteos, pese a que
su intento estaba dirigido a clarificar la literatura previa. Esto concierne, en primer
lugar, a la significación de “las disposiciones subjetivas” en el examen de Merton. No
está claro, según afirma Ángel, por qué —al distinguir una clase de “funciones
manifiestas”— Merton escoge los propósitos y motivos de los actores para prestarles
una atención especial. ¿Por qué no habríamos de considerar a las orientaciones
subjetivas simplemente como una variable sistémica igual que cualquier otra? Si “la
meta subjetiva” manifiesta no es introducida como una variable de este tipo, la
distinción de Merton entre funciones manifiestas y latentes no es necesaria, ya que no
distingue un tipo de función; si, por otra parte, se trata de una variable de esta clase,
la distinción es entre “ítems” sustantivos, en el sentido de Merton, no entre tipos de
función. Aparentemente Hempel concluye que es más útil considerar los estados
subjetivos como variables funcionales: uno puede seguir las consecuencias
funcionales de un resultado “intencional y reconocido” como potencialmente diferente
de las circunstancias en que el resultado es desconocido por los involucrados. Según
Hempel, el examen de Merton sobre las consecuencias funcionales es ambiguo en sí
mismo. La “función” de un ítem podría referirse simplemente a una característica de
un sistema al que sirve para conservar; o a la totalidad de los efectos que produce y
que contribuyen a la “adaptación o ajuste” del sistema. Pero esto hace difícil, quizás
imposible, emplear la noción de Merton de un “balance neto de consecuencias
funcionales”, ya que no existe una línea básica “terminante” o “decisiva” a lo largo de
la cual esto pueda juzgarse como un “balance neto”. Las funciones y las disfunciones
son relacionales respecto de los rasgos precisos del sistema que el analista se interesa
por explicar.
Nagel concluye intentando mostrar que las formulaciones de Merton acerca de las
“alternativas funcionales” y “constricciones estructurales” requieren elaboración. Aquí
Merton no continúa con una implicación de sus propias distinciones. Una “alternativa
funcional” podría referirse a un ítem alternativo que cumple la misma función que otro
—único sentido que considera Merton—, o podría referirse a una función alternativa,
la cual (quizás conjuntamente con otras) satisface ciertas “necesidades” del sistema.
La diferencia tiene consecuencias para los análisis funcionales del cambio social
potencial: la “constricción estructural”, si se relaciona sólo con el primer sentido, es
obviamente probable que sea concebida en forma más estrecha, y “conservadora”, que
si se relaciona también con el segundo sentido.
Estos puntos comprenden lo que considero el aporte crítico de Nagel. Quizás
sería bueno agregar, para cualquier lector que desconozca el ensayo en sí, que Nagel
acepta gran parte del análisis de Merton, y se ocupa fundamentalmente por traducirlo
a una serie de proposiciones formalizadas.
el funcionalismo está presentado como una estrategia de explicación entre otras: esta
es la única parte de la obra de Stinchcombe a la que me referiré aquí.
La explicación funcional es para Stinchcombe un tipo de explicación causal
dentro de esquemas teóricos “multicomponentes”. “Por explicación funcional”, dice,
“entendemos una explicación en la cual las consecuencias de cierta conducta u orden
social constituyen elementos esenciales de las causas de esta conducta” (p. 80). En
ello están implicados tres eslabones causalmente relacionados: una “estructura” o
“actividad de estructura”, una “variable homeostática” y “tensiones” que estorban la
relación de las dos primeras. La biología evolutiva nos ofrece una ilustración
concerniente a la actividad del hígado en la conservación del azúcar en la sangre a
niveles constantes. Existen amplias variaciones, debidas a las diferencias de los
alimentos que se ingieren, etc., en el contenido de azúcar en sangre que entran al
hígado procedentes del sistema digestivo. De ahí que aquellos animales o tipos de
animales que desarrollan un hígado eficaz tienden a sobrevivir a expensas de aquellos
que no lo logran. La “tensión” es, según Stinchcombe, un elemento necesario de esto,
ya que si la actividad digestiva fuera constante, no habría una tendencia selectiva de
supervivencia de los animales con “hígados funcionales” para sobrevivir. En este
ejemplo, el almacenamiento de azúcar representa la actividad de estructura, el nivel
de azúcar en sangre la variable homeostática y las variaciones en las exigencias
digestivas, la tensión entre las dos primeras.
Los análisis funcionales, según sugiere Stinchcombe, son apropiados en
circunstancias de equifinalidad. En los sistemas cerrados los estados finales pueden
ser explicados, en principio, en términos de sus condiciones iniciales. En los sistemas
biológicos o sociales, por otra parte, una consecuencia uniforme puede resultar de la
recurrencia de diferentes tipos de actividad. De modo que las organizaciones sociales
normalmente “tratan de conseguir sus metas ante la incertidumbre y variabilidad del
ambiente”, pero lo hacen de diferentes formas: intentando, por ejemplo ser flexibles en
respuesta a cambios externos, tratando de controlar directamente los mercados,
mediante una planificación previsora, etc. “Un patrón equifinal de este tipo sugiere
una explicación funcional del comportamiento organizacional en términos de
reducción de incertidumbre” (p. 81).
Stinchcombe también aborda los temas de la naturaleza “conservadora” del
funcionalismo, y su relación con el marxismo. Como Merton, sostiene que “el aspecto
conservador de la teoría funcional no es lógicamente necesario”, a pesar de que
“representa una oportunidad retórica inherente en la teoría” (p. 91). Esta oportunidad
deriva de la posibilidad de considerar a las variables homeostáticas como moralmente
deseables, y su eliminación como necesariamente desafortunada. El análisis funcional
puede ser puesto al servicio de un planteo radical, mostrando cuál es la estructura
particular que opera, para perpetuar fenómenos que se consideran moralmente
indeseables, o que opera en beneficio de sectores o fracciones; “como advirtió Marx,
algunas consecuencias son más importantes que otras” (p. 99).
Antes de proceder a una evaluación crítica de estas versiones del análisis funcional,
desearía examinar brevemente las siguiente cuestión: ¿qué es lo que ha atraído tanto
de las nociones y abordajes funcionalistas en las ciencias sociales?
En lo que concierne al desarrollo del funcionalismo en el siglo XIX queda claro, tal
como mencioné previamente, que los conceptos funcionalistas ganaron popularidad
merced al influjo de la biología evolutiva. Si bien el periodo moderno del funcionalismo
data de una ruptura con el evolucionismo, hubo muy pocos funcionalistas que hayan
Digitalizado por Alito en el Estero Profundo 6
FUNCIONALISMO: DESPUÉS DE LA BATALLA
9
“Classical Social Theory and the origins of modern sociology”, American Journal of Sociology, vol. 81,
1976.
10
New Rules of Sociological Method, London [New York], 1976.
sofisticado, de análisis funcional en las ciencias sociales, por contraste con el análisis
funcional en la fisiología.
No obstante, la distinción de Merton entre funciones latentes y manifiestas no
resiste, por sí misma, un examen minucioso. Porque Merton unas los términos
“consecuencias «intencionales»”, por otra parte, y “consecuencias ‘no reconocidas’ o
‘no previstas’” por otra, como sinónimos. 11 Pero no son sinónimos. La diferencia tiene
grandes consecuencias para una teoría de la acción social, pero se trata de una
diferencia que está demasiado comentada en la mayoría de las escuelas de teoría
social que tienden hacia el determinismo. 12 Un ejemplo útil para ilustrar este caso es
la formulación de Durkheim del concepto de “suicidio”, y el papel que desempeña en
su intento de explicación del fenómeno. Durkheim define el suicidio, en forma ya
famosa, como “todos los casos de muerte que resultan directa o indirectamente de un
acto positivo o negativo de la víctima misma, que sabe que producirá este resultado”. 13
Lo que Durkheim hace aquí de modo harto consciente —quizás deberíamos decir
intencional— es eliminar la diferencia entre hacer algo sabiendo que se producirá un
resultado particular, y hacer algo con la intención de que un resultado particular se
produzca.14 No tener en cuenta la diferencia entre ambos conduce inevitablemente a
definir, como irrelevante para la explicación causal de la acción, a las intenciones,
razones, motivos, etc., con los cuales la gente actúa. Uno puede tomar un curso
particular de conducta sabiendo que puede resultar un efecto particular, pero ser
indiferente hacia este efecto X porque en realidad lo que uno persigue es otra cosa Y, o
estar dispuesto a tratar de lograr X, pese a saber que puede resultar un efecto Y no
deseado. Por un lado, la realización de la autodestrucción es lo que el que actúa
quiere e intenta lograr a través de su acto; por otro, se trata de lo que está dispuesto a
aceptar, o a arriesgar, con el fin de lograr otro propósito que tiene a la vista. 15
Pese a que Merton puede aceptar que existe una diferencia entre “tener la
intención” y “anticipar” que ocurra una consecuencia de la acción, no le da
importancia, ya que vincula los términos y los usa de modo intercambiable. Quizás el
hecho de usar ambos términos de esto modo, sea el que hace que la distinción entre
funciones manifiestas y latentes parezca más novedosa, en relación a la literatura
funcionalista preexistente, de lo que realmente es. La diferenciación entre propósito y
función, después de todo, ya ha sido enfatizada fuertemente por Durkheim en Las
reglas del método sociológico, como también de modo más sustantivo en sus demás
obras. Pero la “función manifiesta” significa algo más que esto, implica no sólo que (a)
la persona sabe que la consecuencia que pretende provocar se producirá, sino que
también (b) sabe en qué sentido esta consecuencia es funcional (o disfuncional en el
caso de la “disfunción manifiesta”) para un sistema social dado. Debería notarse que
el planteo de Merton mientras unifica “tener intención de” y “anticipar” en lo que
concierne a (a), es ambiguo en relación con (b). Las mismas diferenciaciones, sin
embargo, son válidas. ¿Acaso haya que emprender una acción con la intención (y el
conocimiento) de que la “función” particular sea una consecuencia de ella, para que la
“función manifiesta” exista? Toda esta cuestión se complica aún más si se intenta
11
Esto es claro a lo largo de todo el texto; ver particularmente la nota al pie de la página 43.
12
Para una discusión típica de la acción intencional en el funcionalismo ortodoxo, ver Sztompka, op.
cit., pp. 112 y ss.
13
Emile Durkheim: Suicide [Glencoe, 1951], London, 1952, p. 44.
14
Cf., Peter Winch: The Idea of Social Science, London, 1963 [New York, 1970], pp. 110-11; más en
particular, Alasdair MacIntyre: “The idea of social science”, en Bryan Wilson: Rationality, Oxford, 1970
[New York, 1971], pp. 124-5.
15
Tal diferenciación sólo se sostiene en el nivel lógico; muchas instancias actuales de comportamiento
suicida no envuelven una formulación clara del “deseo de morir”, sino una confusión de esto con otros
motivos. De todas formas esto no compromete la cuestión de ninguna manera.
18
D. F. Aberle et al.: “The functional prerequisites of a society”, en Demerath and Peterson, op. cit., pp.
324 y 326.
19
Ibid., pp. 323 y 327.
20
Ibid., p. 319.
modificar, digamos, los logros educativos, tiende a fracasar por el nexo causal que
interconecta los tres estados de cosas. En la medida en que, por ejemplo, el estado es
una institución a través de la cual se procesan y estabilizan las relaciones entre los
tres, como lo sigiere la teoría marxista, se trata de una situación que se aproxima al
segundo tipo. La tercera circunstancia sólo adviene cuando los hombres controlan
intencionalmente los procesos implicados en conocimiento de las condiciones bajo las
cuales suceden, esto es, subordinando la teleología de la retroalimentación a su propio
telos. Tal podría ser la diferencia entre el estado capitalista del siglo XIX y el “estado
planificador” de los tiempos modernos.
Permítaseme ahora volver al concepto de estructura. Lo que he dicho hasta aquí
conlleva la siguiente implicación: que mientras uno puede, si así lo desea, continuar
hablando de pattern sociales, esto debería referirse a la reproducción estable de
sistemas de interacción social. Si la noción de estructura no fuera usada en este
sentido, el cual es superfluo, ¿cómo podría ser conceptualizada de otro modo? Una
respuesta fácil parecería hallarse en el concepto como ha sido empletado por el
“estructuralismo”. Aunque este término ha sido usado en forma difusa, “estructura”
refiere aquí a algo semejante a un mensaje subyacente, un código que explica la
apariencia superficial de mitos, expresiones lingüísticas, etc. La dificultad específica
de esta versión del concepto de estructura es que omite por completo al sujeto activo.
Pese a que sostuve que el funcionalismo es incapaz de desarrollar un tratamiento
satisfactorio de la acción intencional, no lo ignora: la distinción de Merton entre
funciones manifiestas y latentes está dirigida precisamente a tal fin. No aparece un
análisis correlativo en la literatura estructuralista en la cual, si es que aparecen los
sujetos humanos, lo hacen típicamente a guisa de las nebulosas figuras de los
“portadores” (trager) del modo de producción de Althusser. Muchos estructuralistas
han hecho de necesidad virtud. Así Lèvi-Strauss acepta gustoso la caracterización de
su obra que hace Ricoeur como “kantismo con un sujeto ausente”. 27
No ofreceré una justificación especial a la demanda de que cualquiera de estas
aproximaciones a la teoría social es, en el mejor de los casos, parcial, y que la acción
—y la reflexividad— deber ser considerada central en cualquier intento comprehensivo
de proveer una explicación teórica de la vida social humana. Al mismo tiempo, es de
suma importancia evitar la recaída en el subjetivismo que acompañaría al abandono
del concepto de estructura. ¿Cómo podríamos reconciliar la noción de estructura con
la necesaria centralidad del sujeto activo? La respuesta, pienso, consiste en la
introducción de una serie de conceptos que no se encuentran ni en el funcionalismo
ni en el estructuralismo, junto con la reformulación misma de “estructura”. 28 Estos
otros conceptos son los de producción y reproducción de la sociedad, estructuración y la
dualidad de estructura. En cuanto hayamos abandonado, de una vez por todas, las
engañosas analogías con la “estructura anatómica” de los organismos, de fácil
representación visual, estaremos en condiciones de comprender todo el significado del
hecho de que los sistemas sociales sólo existen en tanto son creados y recreados
continuamente en cada encuentro como consumación activa de los sujetos. En las
escuelas de teoría social existentes, en las cuales esto ha sido reconocido
teóricamente, lo ha sido sólo a expensas del reconocimiento de la dimensión
estructural —como en el interaccionismo simbólico—. Permítasenos en esta coyuntura
reconceptualizar “estructura” refiriéndola a reglas generativas y recursos que son
ambos aplicados en y constituidos fuera de la acción. Bajo el rótulo de “reglas
generativas” agrupo dos tipos de reglas analíticamente separadas: semánticas y
morales. Las reglas semánticas incluyen aquellas de la sintaxis o de la gramática, pero
27
Claude Lévi-Strauss: “Reponses à quelques questions”, Spirit, vol. 11, 1963.
28
Para una ampliación de este análisis ver mi New Rules of Sociological Method, op. cit., cap. 3.
Explicación Explicación
A. Sistema = interdependencia de la acción, A. Sistema = interdependencia de la acción
concebida como nexos causales concebida como ( I) nexos causales
homeostáticos; (II) autorregulación por feedback;
(III) autorregulación reflexiva
También hace del poder un rasgo axial de toda interacción social, dado que la
reproducción implica siempre el uso de recursos (generalizados) que los actores
aportan a todo encuentro social.31
Mientras que la noción de función es redundante a la teoría de la estructuración,
la de la “integración social” puede conservarse como básica —junto con la más amplia
de “integración sistémica”—. Si la primera concierne a la integración dentro de
sistemas de interacción, la segunda concierne a la integración de, o “entre”, sistemas
de interacción. La noción de integración requiere más atención. La integración no
debería ser tratada como equivalente a la cohesión, que refiere al grado de
“sistematicidad” de las partes, tal como se expresa en cualquiera o en los tres niveles
de interdependencia. La integración se usa más apropiadamente para referir al grado
en que cada parte del sistema social tiene lazos directos o intercambios con cualquier
otra parte. La integración del sistema social está conectada crucialmente con la
distribución de poder dentro de él. Esto se puede aclarar fácilmente, al menos en el
plano conceptual. “Lazos” e “intercambios” en la frase anterior no deberían concebirse
31
Giddens, New Rules of Sociological Method.
acciones finalistas), inherente a toda relación social. Mientras todos los casos de
conflicto implican el uso de poder, lo inverso no puede sostenerse.
Ahora sabemos que este sentido de conflicto no es igual al que Merton da a
“disfunción”, aun cuando le dé preeminencia a este concepto para romper con el
“postulado de la unidad funcional” y para mostrar que el esquema funcionalista puede
dar cuenta de las tensiones y violencias de la sociedad. La “disfunción”, por supuesto,
no es equivalente al “conflicto”, porque la primera está ligada a las mismas exigencias
explicativas que la “función”: necesidades sistémicas o éxito adaptativo del sistema. La
idea de disfunción es también tratada por Merton como base para dar cuenta
conceptualmente de la complejidad de las sociedades avanzadas: el propósito del
análisis funcional es delinear un “balance neto de consecuencias funcionales” que
emana de un determinado ítem social. Este enfoque parece inicialmente atractivo,
especialmente si se lo compara con el “funcionalismo normativo” de Durkheim y
Parsons. Pero en un examen más minucioso aparecen sus debilidades. La dificultar de
aplicar la noción de un “agregado neto de resultados funcionales” ya ha sido planteada
por Hempel, y se trata ciertamente de una deficiencia lógica. Pero si se abandona,
surgen más problemas. Aunque parezca un par equilibrado de conceptos, la relación
función/disfunción es, en realidad, asimétrica en términos de la lógica de la
explicación funcional. Sin la noción de necesidades sistémicas, el nexo causal
homeostático implícito en la “función” provee (un tipo de) explicación de por qué
persiste una práctica social. Pero privada de toda conexión con las “necesidades
sistémicas” o “prerrequisitos funcionales” la función de disfunción no explica nada. Es
decir, se vuelve, entonces, equivalente al conflicto —o abarca esto tan bien como lo
que ahora caracterizaré como contradicción sistémica.
Por “contradicción sistémica” entiendo la disyunción entre dos o más “principios
de organización” o “principios estructurales” que gobiernan las conexiones entre
sistemas sociales en una colectividad más amplia. Dos de tales principios
estructurales podrían ser, por ejemplo, la localización fija de mano de obra
característica del feudalismo y la libre movilidad estimulada por los nacientes
mercados capitalistas, coexistiendo ambos en la sociedad europea post-feudal.
Expuesto así, brevemente, la contradicción sistémica suena igual a la
“incompatibilidad funcional” de la jerga funcionalista. Para aclarar lo que la diferencia
de esta última, es esencial plantear que la existencia de un principio estructural
siempre presupone una distribución de intereses implícita o explícitamente conocida,
a nivel de la integración social. Una vez que hemos evacuado cualquier noción de
necesidad sistémica, es evidente que no podemos hablar de contradicción sistémica
sin la presunción (por parte de los teóricos) de una división identificable de intereses
(que a su vez presupone deseos mutuamente excluyentes) entre actores o categorías.
Es esto y sólo esto lo que vuelve contradictorios principios estructurales como los
mencionados más arriba: el ejemplo presupone que ciertos actores (empresarios)
tienen intereses en promover la libre movilidad de la mano de obra, mientras otros no
(terratenientes feudales). Lo importante es que la existencia de contradicciones
sistémicas no implica inevitablemente que se produzca el conflicto social, según he
especificado esta noción; la conexión es contingente.
Este es un momento oportuno para retornar al problema de la acción intencional,
dado que en el gran rival de la teoría funcionalista, el marxismo, la comprensión de las
contradicciones sistémicas del capitalismo y su traslado a la lucha activa, son
concebidas como la médula de las potencialidades históricas contemporáneas de
transformación. En este sentido, por tanto, la reflexividad y la racionalización de la
acción son centrales para el marxismo al menos en sus formas menos mecanicistas.
Pero, salvo pocas excepciones,37 los simpatizantes o aquellos influidos por el marxismo
no han intentado continuar esto en la teoría de la acción como tal. Aunque el
funcionalismo, en sus distintas versiones, siempre implicó una referencia a la acción
intencional que contrasta con la teleología oculta de la función, no produjo una
exposición de la capacidad transformadora de la autorreflexión en los asuntos
humanos. La teoría de la estructuración, en cambio, se postula sobre la base de tal
exposición, que a modo de conclusión puede presentarse brevemente como sigue. La
producción y reproducción de la sociedad es siempre y en todas partes la creación
calificada de actores situados, basada en la racionalización reflexiva de la acción. Pero
la racionalización de la acción está limitada. En tres sentidos básicos podemos
explicar el aforismo de que “aún cuando los hombres hacen la historia” no la hacen en
general “bajo condiciones de su propia elección”; respecto de los factores desconocidos
de la motivación (deseos inconscientes/reprimidos); respecto de las condiciones
estructurales de la acción; respecto de las consecuencias inintencionales de la acción.
Los dos últimos son los que aquí nos conciernen. Pero las condiciones estructurales
de la acción son elementos constrictivos de la conducta humana solamente en la
medida en que son ellas mismas consecuencias no intencionales, antes que el
instrumento intencional de realización de fines. Por este motivo es importante separar
las consecuencias “reconocidas” o “anticipadas” de la acción, de las consecuencias
“intencionadas”. Porque la libertad humana no consiste simplemente en reconocer las
consecuencias de la acción, sino en aplicar este conocimiento en el contexto de la
racionalización reflexiva de la conducta.
37
El más notable en la generación actual, Habermas.