Você está na página 1de 24

ANTHONY GIDDENS.

“FUNCIONALISMO: DESPUÉS DE LA BATALLA”.


En: Studies in Social and Political Theory, Londres: Hutchinson, New York: Basic
Books, 1977, capítulo II, pp. 96-129.

El debate sobre los méritos y los defectos del funcionalismo, que dominó la mayor
parte de las discusiones teóricas en el campo de la sociología y de la antropología en
los años 1950 y 1960, parece actualmente agotado. 1 El campo de batalla está desierto
aunque de vez en cuando se siguen lanzando dardos aislados. 2 Al haberse disipado el
polvo, quizás sea este el momento propicio para hacer un balance de los residuos de la
controversia. Aun cuando pueda argumentarse que la variedad de ataques críticos a
los que fue sometido crecientemente el funcionalismo en sus distintas modalidades
forzó a sus partidarios a permanecer a la defensiva, sería difícil asegurar que la
controversia hubiera perdido su vigor porque una de las partes contendientes se haya
retirado vencida. Antes bien, otros tipos de enfoques teóricos adquirieron
preeminencia y provocaron el desplazamiento del centro del debate. Que esto haya
sucedido es, seguramente, en gran parte una bendición: la controversia con respecto
al funcionalismo, en el mejor de los casos, nunca fue apasionante y —si se me permite
abandonar la metáfora marcial a favor de otra— de vez en cuando llegaba a las
profundidades del formalismo aburrido. Pero sería un error suponer que todos los
problemas planteados pueden ser tranquilamente olvidados. Porque, sean cuales
fueren las limitaciones del funcionalismo (y en esta evaluación concluiré que son
decisivas e irremediables), éste siempre ha puesto en primer plano problemas de
organización institucional y se opuso firmemente al subjetivismo en la teoría social.
Creo que este énfasis sigue siendo necesario, y desde luego aun más urgente, habida
cuenta del rápido ascenso del subjetivismo y del relativismo que ha acompañado la
decreciente influencia de las nociones funcionalistas en las ciencias sociales. No es mi
propósito rescatar al funcionalismo de sus detractores, ni volver a examinar el curso
del debate en su totalidad, sino desarrollar, a través de la identificación de algunas
fallas inherentes al pensamiento funcionalista, los rudimentos de un esquema teórico
que pueda reemplazarlo.
Los orígenes del funcionalismo, en su forma moderna, están vinculados con los
adelantos logrados en la biología durante el siglo XIX. Si bien la mecánica clásica
continuó siendo el ideal de una ciencia madura, la biología y más específicamente la
teoría de la evolución, se convirtieron en la inspiración inmediata de las principales
escuelas de pensamiento social. Las obras de Comte, aunque precedieron a las de
Darwin, proveyeron una exposición persuasiva de la proximidad de la relación entre
“biología” y “sociología”, y su formulación de la “estática social” tuvo gran influencia
sobre la expansión subsecuente de las nociones funcionalistas, tal como fueron
elaboradas primeramente por Herbert Spencer, y más tarde por Durkheim. La idea de
la evolución social desempeñó un papel fundamental en los escritos de todos estos
autores, al igual que las analogías biológicas que fueron directamente apropiadas para
explicar la “anatomía y fisiología” de la vida social. 3
1
Algunas de las contribuciones más conocidas han sido recogidas en N. J. Demerath and Richard
Peterson: System, Change and Conflict, New York, 1967. Por motivos de conveniencia, cuando sea
posible, citaré de aquí.
2
Ver, por ejemplo, Piotr Sztompka: System and Function, New York, 1974.
3
El empleo de nociones biológicas y “organicistas” en los escritos de las últimas décadas del siglo XIX
fue más que analógico. Lilienfeld es, quizás, el mejor ejemplo.
ANTHONY GIDDENS

Las obras de Durkheim han sido, sin duda, la influencia individual más
importante en el desarrollo del funcionalismo en este siglo, a pesar de que la única
discusión explícita significativa de la “explicación funcional” ofrecida por él no ocupa
más que unas pocas páginas en la obra titulada Las reglas del método sociológico. La
incorporación de estas ideas en lo que emergió como una escuela distintiva en
sociología, aunque vagamente unida, el estructural-funcionalismo, se operó a
expensas de la dislocación de la “función” de la “evolución”. En Durkheim, la noción
de la evolución social ya ha sido atenuada. La solidaridad mecánica y orgánica se
recortaban aun sobre un amplio telón de fondo evolucionista, pero tomaban más la
forma de un contraste tipológico abstracto que de una corriente continua de cambio
evolutivo. La transferencia del concepto de función a la antropología, a través de la
influencia de Radcliffe-Brown y Malinowski, estaba directamente vinculada con el
repudio a las teorías evolutivas. Rompiendo con la preocupación del siglo XIX por la
evolución, estos autores reaccionaron específicamente contra la tradición de los
intentos especulativos por reconstruir los orígenes de las instituciones sociales tales
como la religión, el matrimonio, etc. Pero también reaccionaron contra la etnología de
“tijeras y engrudo” que, al intentar diagramar las etapas de la evolución de la
sociedad, reunían ejemplos de numerosas sociedades diferentes, sin preocuparse por
el contexto social en el que estaban insertos. El “funcionalismo” (nombre que
Malinowski aplicaba complacido a sus puntos de vista teóricos, pero que Radcliffe-
Brown rechazaba) tuvo mucho que ver con los orígenes del moderno trabajo de campo
en la antropología, poniendo el énfasis en el estudio de las instituciones en relación
con las totalidades sociales.
El funcionalismo retornó a la sociología al cruzar el Atlántico. A través de la
docencia en Chicago, Radcliffe-Brown contribuyó de modo directo a su influencia. Pero
esta fue, por supuesto, muy fuertemente reforzada por la obra de Talcott Parsons.
Aunque Parsons estudió un breve periodo con Malinowski en Gran Bretaña, los temas
que desarrolló y que continuó elaborando a través del resto de su carrera se
encontraban mas cerca de los puntos de vista de Radcliffe-Brown. El concepto de
“estructura” en la obra de ambos autores, se asociaba al de “función”. Antes que el
“funcionalismo instrumental” de Malinowski, fue el “funcionalismo estructural” el que
se convirtió durante unas tres décadas en una corriente prominente, aunque nunca
sin contendientes en la teoría social en la sociología norteamericana. 4 El estructural-
funcionalismo ha proporcionado una articulación de nociones funcionalistas más
coherente y detallada que cualquiera de las realizadas con anterioridad; y la mayoría
de sus partidarios han afirmado, de un modo u otro, que se trata de la base teórica
que identifica las tareas distintivas de la explicación socio-científica. La mayoría de los
autores vinculados al funcionalismo en esta forma moderna han sido en mayor o
menor grado influidos por Parsons. Pero es notorio que el “funcionalismo” es
comprendido de muchas maneras diversas por los distintos autores, ya sea
aprobatorias o críticas. Dado que los escritos de Parsons abarcan, sin duda alguna,
muchos temas que no son de relevancia inmediata para la discusión del
funcionalismo, no voy a intentar confrontarlos directamente aquí. Dirigiré en cambio
mi atención únicamente a tres contribuciones importantes hechas por otros autores:
primeramente dos fuentes relativamente tempranas, la “codificación” de R. K. Merton
sobre las tareas de la explicación funcionalista, y la subsecuente enmienda crítica
4
Algunos análisis críticos recientes han tendido definidamente a exagerar el grado en que el
estructural-funcionalismo, y más particularmente las ideas de Parsons, dominaron la sociología
americana. Un tanto aparte de las tendencias antiteóricas de la sociología americana, contra las que
Parsons luchó, el interaccionismo simbólico fue siempre, y aun es, una influencia persuasiva. Los
escritos de Parsons fueron despreciados por oscuros y tendenciosos (no sólo por oponentes radicales
como C. Wright Mills).

Digitalizado por Alito en el Estero Profundo 2


FUNCIONALISMO: DESPUÉS DE LA BATALLA

realizada por Ernst Nagel.5 Pese a haber sido publicado por primera vez en 1949,
anticipándose por ende al cuerpo principal de la controversia funcionalista, para la
que representó un punto de referencia esencial, el ensayo de Merton fue revisado y
extendido posteriormente. Y lo que es más importante, anticipa y en cierta medida
intenta enfrentarse a las críticas del funcionalismo que más adelante se convirtieron
en medulares para el debate: tales como la que plantea que los esquemas
funcionalistas no permiten abordar los problemas de conflicto, poder, etc. Además, la
obra de Merton fue de gran importancia para la reintroducción del funcionalismo en la
sociología, y su fuerza argumental consistió en que las ideas de Radcliffe-Brown,
Malinowski y otros antropólogos proporcionaban un marco teórico para la sociología
sólo si se enmendaban sustancialmente como para permitirles abarcar los problemas
que son peculiarmente agudos, si bien no específicos, de las sociedades desarrolladas.
A estas voy a añadir el estudio de una tercera obra, más reciente: la de
Stinchcombe.6 No se trata de una contribución al debate del funcionalismo como tal,
pero se enfrenta, en forma detallada y sofisticada, a varios de los mismos temas y se
encuentra en línea directa de descendencia de Merton.

MERTON: EL FUNCIONALISMO SISTEMATIZADO

Los temas de la descripción que hace Merton son, naturalmente, bien conocidos, y
sólo recapitularé brevemente aquellos elementos relevantes para los argumentos que
desarrollaré en la última parte del trabajo.
Merton comienza por notar precisamente aquello que se convirtió en la
desesperación de los participantes tardíos de la controversia funcionalista: la
“profusión y variedad del análisis funcional” (p. 10). Pero advierte contra la desilusión;
tal diversidad hace que una codificación sea a la vez posible y necesaria. Una
sistematización del análisis funcional debe vincular la teoría y el método: pero a la vez
debe probarse a sí misma en la manipulación de materiales empíricos. A esto último
Merton le presta bastante atención intentando proporcionar una extensa ilustración
de los frutos de la orientación funcionalista —distinguiéndose notablemente de la
naturaleza más parca de comentarios posteriores—. Los rasgos principales del examen
que hace Merton pueden caracterizarse como sigue: para comenzar, ciertas
deficiencias de la literatura preexistente deben ser aclaradas o remediadas:
El término “función” debe ser definido con precisión. Tiene varios usos profanos
diferentes, tales como, por ejemplo, el equivalente de “reunión pública”, así como un
sentido técnico en las matemáticas. Además hay una gran variedad de términos no
profesionales que a menudo se usan como sinónimos suyos: “propósito” y
“consecuencia” entre otros. Debemos separar nociones que refieren a los “estados
subjetivos” de los actores de aquellas que refieren al resultado de la acción. “La
función social”, dice Merton, “se refiere a consecuencias objetivas observables, y no a
disposiciones subjetivas (metas, motivos, propósitos)” (p. 14). Lo que una persona se
propone lograr puede o no coincidir con el resultado de su acción.
Varios de los énfasis típicos del funcionalismo en antropología deben ser
revisados, o completamente rechazados. La tesis según la cual la sociedad siempre
tiene una “unidad funcional”, o armonía implícita, que Merton atribuye a Radcliffe-
Brown, debe ser abandonada. O al menos no puede ser tomada como axioma: el grado
de integración de una sociedad debe ser tratado como empíricamente variable. Del
mismo modo sucede con el “postulado del funcionalismo universal”, expresado por
5
Robert Merton: “Manifiest and latent functions”; Ernest Nagel: “A formalization of functionalism with
special referente to its application in the social sciences”, ambos en Demerath and Peterson, op. cit.
6
Arthur Stinchcombe, Constructin Social Theories, New York, 1968.

3 Digitalizado por Alito en el Estero Profundo


ANTHONY GIDDENS

Malinowski: la idea de que toda práctica social estandarizada, todo ítem cultural tiene
una función, en virtud de su persistencia. También se cuestiona la afirmación de
Malinowski acerca de la “indispensabilidad” de las necesidades funcionales. Afirmar,
por ejemplo, que la “religión tiene ciertas funciones indispensables en toda sociedad”
oculta una confusión: ¿es la institución de la religión, como tal, la que es necesaria
para la sociedad, o lo son las funciones que se supone debe cumplir? Decir que la
existencia de la sociedad supone ciertos prerrequisitos funcionales, no es lo mismo
que decir que ciertas instituciones particulares son indispensables, ya que las mismas
funciones pueden ser desempeñadas por instituciones diferentes.
Merton encuentra cierta dificultar para rechazar el cargo de que el funcionalismo
es inherentemente “conservador” —punto de vista que, según él, ya no puede ser
sustentado toda vez que se han eliminado los énfasis mencionados en el parágrafo
anterior—. Documentando esto, Merton trata de mostrar que un esquema
funcionalista revisado, lejos de ser intrínsecamente conservador, una asimilación de lo
existente e inevitable, es completamente compatible con el “materialismo dialéctico” de
Marx y Engels —demostración que muchos autores posteriores a Merton creyeron
necesario intentar.7
Entre los elementos que Merton incluye en esta revisión, los más importantes son
los que siguen:
Las funciones se definen como “aquellas consecuencias observables (de prácticas
o ítems estandarizados) que contribuyen a la adaptación o ajuste de un sistema dado”
(p. 43). La función contrata con la disfunción, que refiere a fenómenos que actúan
contra la “adaptación o ajuste” del sistema.
El análisis funcional implica la evaluación de un “balance neto de un agregado
de consecuencia”: una práctica social particular, por ejemplo, puede ser funcional en
ciertos aspectos, o a ciertos niveles, para el sistema del que forma parte y disfuncional
en otros.
Deben separarse las funciones manifiestas, “aquellas consecuencias objetivas que
contribuyen al ajuste o adaptación del sistema, que son intencionales y reconocidas
por los participantes del sistema” (p. 43) de las funciones latentes, que no son
intencionales ni reconocidas.
Debe completarse el análisis de los requerimientos funcionales o prerrequisitos
de los sistemas sociales con el reconocimiento de que existe un campo de variación de
las alternativas funcionales. Las posibilidades de cambio que existen en cualquier
caso dado, están, no obstante, limitadas por “constricciones estructurales” derivadas
de la “interdependencia de los elementos de la estructura social” (p. 44).

NAGEL: UNA CORECCIÓN CRÍTICA

Aunque el ensayo de Merton ha sido muy discutido, son pocos los que han podido
revisarlo tan profundamente como Nagel, quien escribía como un crítico afín,
preocupado por relacionar los puntos de vista de Merton con los desarrollos
concurrentes en la ciencia biológica. 8 Nagel empieza por llamar la atención hacia un
punto tradicional (notado ya por Comte, por ejemplo, quien consideraba a la biología y
a la sociología como disciplinas “sintéticas”, en las que hay una “prioridad de la
entidad sobre el elemento”, en contraste con las ciencias “analíticas”, tales como la
7
E.g., Pierre L. van den Berghe: “Dialectic and functionalism: toward a synthesis”, en Demerath and
Peterson, op. cit.
8
Cf. también Nagel: “Concept and theory formation in the social sciences”, en Science, Language, and
Human Rights, Philadelphia, 1952; y Carl G. Hempel: “The logic of functional analysis”, en Aspects of
Scientific Explanation, New York, 1965.

Digitalizado por Alito en el Estero Profundo 4


FUNCIONALISMO: DESPUÉS DE LA BATALLA

química, la física, etc.): el de que las nociones funcionales son raras en las ciencias,
exceptuando a la biología. La diferencia parece depender del hecho de que la biología
estudia entidades autorreguladas con respecto a los cambios en sus ambientes. El
análisis funcional se aplica a esta clase de entidades, consideradas como sistemas
pero no a sistemas que carecen de capacidad autorreguladora.
El hilo principal del argumento de Nagel consiste en rastrear a través de las
ambigüedades que, en su opinión, Merton deja irresueltas en sus planteos, pese a que
su intento estaba dirigido a clarificar la literatura previa. Esto concierne, en primer
lugar, a la significación de “las disposiciones subjetivas” en el examen de Merton. No
está claro, según afirma Ángel, por qué —al distinguir una clase de “funciones
manifiestas”— Merton escoge los propósitos y motivos de los actores para prestarles
una atención especial. ¿Por qué no habríamos de considerar a las orientaciones
subjetivas simplemente como una variable sistémica igual que cualquier otra? Si “la
meta subjetiva” manifiesta no es introducida como una variable de este tipo, la
distinción de Merton entre funciones manifiestas y latentes no es necesaria, ya que no
distingue un tipo de función; si, por otra parte, se trata de una variable de esta clase,
la distinción es entre “ítems” sustantivos, en el sentido de Merton, no entre tipos de
función. Aparentemente Hempel concluye que es más útil considerar los estados
subjetivos como variables funcionales: uno puede seguir las consecuencias
funcionales de un resultado “intencional y reconocido” como potencialmente diferente
de las circunstancias en que el resultado es desconocido por los involucrados. Según
Hempel, el examen de Merton sobre las consecuencias funcionales es ambiguo en sí
mismo. La “función” de un ítem podría referirse simplemente a una característica de
un sistema al que sirve para conservar; o a la totalidad de los efectos que produce y
que contribuyen a la “adaptación o ajuste” del sistema. Pero esto hace difícil, quizás
imposible, emplear la noción de Merton de un “balance neto de consecuencias
funcionales”, ya que no existe una línea básica “terminante” o “decisiva” a lo largo de
la cual esto pueda juzgarse como un “balance neto”. Las funciones y las disfunciones
son relacionales respecto de los rasgos precisos del sistema que el analista se interesa
por explicar.
Nagel concluye intentando mostrar que las formulaciones de Merton acerca de las
“alternativas funcionales” y “constricciones estructurales” requieren elaboración. Aquí
Merton no continúa con una implicación de sus propias distinciones. Una “alternativa
funcional” podría referirse a un ítem alternativo que cumple la misma función que otro
—único sentido que considera Merton—, o podría referirse a una función alternativa,
la cual (quizás conjuntamente con otras) satisface ciertas “necesidades” del sistema.
La diferencia tiene consecuencias para los análisis funcionales del cambio social
potencial: la “constricción estructural”, si se relaciona sólo con el primer sentido, es
obviamente probable que sea concebida en forma más estrecha, y “conservadora”, que
si se relaciona también con el segundo sentido.
Estos puntos comprenden lo que considero el aporte crítico de Nagel. Quizás
sería bueno agregar, para cualquier lector que desconozca el ensayo en sí, que Nagel
acepta gran parte del análisis de Merton, y se ocupa fundamentalmente por traducirlo
a una serie de proposiciones formalizadas.

STINCHCOMBE: FUNCIONALISMO Y CONSTRUCCIÓN DE TEORÍA

La evaluación que hace Stinchcombe de la lógica del análisis funcional es de


procedencia más reciente (1968) que aquellas a las que nos hemos referido hasta
ahora. Se desarrolla en el contexto de una discusión “ecléctica” del método, en la cual

5 Digitalizado por Alito en el Estero Profundo


ANTHONY GIDDENS

el funcionalismo está presentado como una estrategia de explicación entre otras: esta
es la única parte de la obra de Stinchcombe a la que me referiré aquí.
La explicación funcional es para Stinchcombe un tipo de explicación causal
dentro de esquemas teóricos “multicomponentes”. “Por explicación funcional”, dice,
“entendemos una explicación en la cual las consecuencias de cierta conducta u orden
social constituyen elementos esenciales de las causas de esta conducta” (p. 80). En
ello están implicados tres eslabones causalmente relacionados: una “estructura” o
“actividad de estructura”, una “variable homeostática” y “tensiones” que estorban la
relación de las dos primeras. La biología evolutiva nos ofrece una ilustración
concerniente a la actividad del hígado en la conservación del azúcar en la sangre a
niveles constantes. Existen amplias variaciones, debidas a las diferencias de los
alimentos que se ingieren, etc., en el contenido de azúcar en sangre que entran al
hígado procedentes del sistema digestivo. De ahí que aquellos animales o tipos de
animales que desarrollan un hígado eficaz tienden a sobrevivir a expensas de aquellos
que no lo logran. La “tensión” es, según Stinchcombe, un elemento necesario de esto,
ya que si la actividad digestiva fuera constante, no habría una tendencia selectiva de
supervivencia de los animales con “hígados funcionales” para sobrevivir. En este
ejemplo, el almacenamiento de azúcar representa la actividad de estructura, el nivel
de azúcar en sangre la variable homeostática y las variaciones en las exigencias
digestivas, la tensión entre las dos primeras.
Los análisis funcionales, según sugiere Stinchcombe, son apropiados en
circunstancias de equifinalidad. En los sistemas cerrados los estados finales pueden
ser explicados, en principio, en términos de sus condiciones iniciales. En los sistemas
biológicos o sociales, por otra parte, una consecuencia uniforme puede resultar de la
recurrencia de diferentes tipos de actividad. De modo que las organizaciones sociales
normalmente “tratan de conseguir sus metas ante la incertidumbre y variabilidad del
ambiente”, pero lo hacen de diferentes formas: intentando, por ejemplo ser flexibles en
respuesta a cambios externos, tratando de controlar directamente los mercados,
mediante una planificación previsora, etc. “Un patrón equifinal de este tipo sugiere
una explicación funcional del comportamiento organizacional en términos de
reducción de incertidumbre” (p. 81).
Stinchcombe también aborda los temas de la naturaleza “conservadora” del
funcionalismo, y su relación con el marxismo. Como Merton, sostiene que “el aspecto
conservador de la teoría funcional no es lógicamente necesario”, a pesar de que
“representa una oportunidad retórica inherente en la teoría” (p. 91). Esta oportunidad
deriva de la posibilidad de considerar a las variables homeostáticas como moralmente
deseables, y su eliminación como necesariamente desafortunada. El análisis funcional
puede ser puesto al servicio de un planteo radical, mostrando cuál es la estructura
particular que opera, para perpetuar fenómenos que se consideran moralmente
indeseables, o que opera en beneficio de sectores o fracciones; “como advirtió Marx,
algunas consecuencias son más importantes que otras” (p. 99).

EL ATRACTIVO DEL FUNCIONALISMO

Antes de proceder a una evaluación crítica de estas versiones del análisis funcional,
desearía examinar brevemente las siguiente cuestión: ¿qué es lo que ha atraído tanto
de las nociones y abordajes funcionalistas en las ciencias sociales?
En lo que concierne al desarrollo del funcionalismo en el siglo XIX queda claro, tal
como mencioné previamente, que los conceptos funcionalistas ganaron popularidad
merced al influjo de la biología evolutiva. Si bien el periodo moderno del funcionalismo
data de una ruptura con el evolucionismo, hubo muy pocos funcionalistas que hayan
Digitalizado por Alito en el Estero Profundo 6
FUNCIONALISMO: DESPUÉS DE LA BATALLA

abandonado el punto de vista según el cual el análisis funcional en ciencias sociales


comparte las mayores uniformidades lógicas con su equivalente en biología. En las
tres referencias resumidas anteriormente, Merton por ejemplo, se basa en los escritos
de Cannon, el fisiólogo, mientras procura “no reincidir en la aceptación de analogías y
homologías mayormente irrelevantes que han fascinado durante tanto tiempo a los
devotos de la sociología organicista” (p. 40). El análisis de Hempel es un intento
explícito por clarificar el planteo de Merton a la luz de principios establecidos en la
microbiología. Stinchcombe hace uso de los escritos del fisiólogo del siglo XIX Claude
Bernard, cuyos trabajos tuvieron una influencia importante sobre los de Cannon.
Existen, quizás, tres factores principales que han estimulado el esfuerzo por
conectar las ciencias sociales con la biología. Primero, simplemente el deseo de
demostrar que existe una unidad lógica entre las ciencias sociales y naturales, cuando
menos en la medida en que estas últimas abordan complejos sistemas “abiertos” antes
que sistemas cerrados, o agregados de elementos. Quizás valga la pena señalar que la
iniciativa no sólo se ha originado desde la sociología. Los escritos de Cannon, por
ejemplo, contienen intentos de extender su teoría hacia la explicación de las
instituciones sociales, usando analogías orgánicas que recuerdan mucho al
“organicismo” en la teoría social del siglo XIX. Segundo, obviamente, la creencia de que
es provechoso, y desde luego necesario, considerar a las formas de organización social
como unidades integradas de partes interdependientes. La “interdependencia” se
concibe, por cierto, de varias maneras, pero generalmente se centra en una noción de
efectos recíprocos: la modificación que afecta a una de las partes tenderá a repercutir
sobre las otras, volviendo a influir finalmente sobre la fuente inicial de la modificación
misma. En la medida en que esto mantiene el equilibrio, los principios homeostáticos
que se observan en la fisiología, se aplican también a los sistemas sociales. Tercero, la
creencia de que los sistemas sociales manifiestan una “teleología oculta”, que opera a
través de las consecuencias inintencionales de la acción social. La diferenciación de
Merton entre funciones manifiestas y latentes explicita un rasgo integral de la teoría
funcionalista en las ciencias sociales: que las instituciones sociales demuestran una
teleología que no puede ser inferida necesariamente de los propósitos de los actores
involucra dos de ellas. En el funcionalismo sociológico, esto siempre depende en
última instancia de la tesis, o premisa, de que existen “necesidades sociales” que
deben ser satisfechas para que la sociedad tenga una existencia continuada. El
elemento teleológico en esto se supone generalmente similar al que opera en la
adaptación biológica: “las necesidades” se definen en términos de la facilitación del
“valor de supervivencia”.
Hay un cuarto factor, de tipo diferente: el de la persuasión ideológica, cuestión
nunca lejana del centro del debate funcionalista. No es mi propósito prestarle atención
detallada en este trabajo aunque deseo volver brevemente a ello mas adelante. Pero
hay que señalar que la afirmación convencional de que las nociones funcionales están
sólo contingentemente asociadas con el “conservadurismo” en la política, es difícil de
fundamentar en su historia en el pensamiento social. El “conservadurismo”, como he
sugerido en otra parte,9 no es, en realidad, una palabra apropiada para usar en este
caso; pero desde Comte, Spencer, Durkheim y Parsons, la terminología del
funcionalismo apareció junto a un rechazo de las políticas radicales, en favor de la
necesaria reconciliación del progreso con el orden. Una observación así, por supuesto,
tal como señala Merton, no demuestra que el funcionalismo esté lógicamente
vinculado con estos puntos de vista.

9
“Classical Social Theory and the origins of modern sociology”, American Journal of Sociology, vol. 81,
1976.

7 Digitalizado por Alito en el Estero Profundo


ANTHONY GIDDENS

Lo que me propongo en las secciones siguientes es “decodificar” el análisis


funcional, reseñar ciertas debilidades fundamentales del funcionalismo, con el objeto
de, evitando rechazar el énfasis que pone en favor del subjetivismo, encuadrarlo
dentro de un esquema teórico diferente. Para emprender esta tarea, concentrándome
principalmente en las tres reseñas que escogí para examinar en detalle, agruparé las
insuficiencias del funcionalismo en los siguientes apartados: el funcionalismo y la
acción intencional o dirigida a un fin, el contenido explicativo del funcionalismo, y los
conceptos de “sistema” y “estructura”.

EL FUNCIONALISMO Y LA ACCIÓN INTENCIONAL

Primera decodificación: el funcionalismo es una teoría teleológica que, sin embargo,


sólo permite una explicación limitada y deficiente de la acción humana intencional.
Toda escuela importante de teoría social incorpora un tratamiento explícito o implícito
de la acción intencional. Una característica frecuente de los esquemas funcionalistas
da cuenta de las intenciones como “internacionalización” de valores sociales: enfoque
que muestra una línea de continuidad directa desde Comte a Durkheim hasta su
plena elaboración en Parsons. He criticado esto en otra parte, y no me ocuparé
directamente de ello aquí.10 Y tampoco sería estrictamente conveniente hacerlo, ya que
los problemas que deseo analizar pueden ser iluminados con la suficiente claridad a
través de los tratamientos más parciales de la acción intencionada que se hacen en las
tres versiones del funcionalismo reseñadas anteriormente.
Nagel critica la distinción de Merton entre funciones manifiestas y latentes, que
es esencialmente un esfuerzo por separar intención “subjetiva” y consecuencias
“objetivas”, basándose en que “no es evidente por qué aquella («la disposición
subjetiva») tenga que aparecer bajo una categoría especial dentro de lo que,
ostensiblemente, constituye un paradigma «general» del análisis funcional” (p. 82).
Aparentemente, Stinchcombe coincide con esto porque, aunque no haga referencia a
Nagel, considera específicamente a la “motivación” como prototipo, aunque no
exhaustivo, del análisis funcional. Decir que alguien “quiere” algo, según
Stinchcombe, implica decir que “las consecuencias de la conducta constituyen su
causa principal” —para él esta es la característica básica de la explicación funcional—.
Querer, afirma, es equifinal por definición, aunque lo contrario no es válido.
Ahora bien, la dificultad de considerar “estados subjetivos” de querer como un
caso especial de las funciones en general, es precisamente lo que Merton quiso evitar
estableciendo la diferenciación entre funciones manifiestas y latentes; es decir,
distinguir la teleología de la acción intencional de la teleología oculta de sus
consecuencias. Stinchcombe está ciertamente equivocado al tratar el querer como un
caso de una clase general de situaciones en las cuales “la conducta está causada por
sus consecuencias”. Porque en la intención y el querer no es la circunstancia
resultante la que es causa de un comportamiento sino el deseo de su realización. Una
persona puede querer algo, pero no iniciar ningún curso de acción para obtenerlo; por
el contrario, un deseo puede realizarse por una concurrencia de acontecimientos
completamente independientes de la conducta del actor. Sin embargo, para el análisis
funcional es más importante que el curso de acción emprendido con ciertas
intenciones, o con una motivación particular, pueda producir resultados
completamente distintos de los previstos por la persona que lo emprende. La tesis de
que la acción tiene “consecuencias inintencionales y no reconocidas”, tal como aclara
Merton, es un elemento necesario de cualquier clase de esquema, aun modestamente

10
New Rules of Sociological Method, London [New York], 1976.

Digitalizado por Alito en el Estero Profundo 8


FUNCIONALISMO: DESPUÉS DE LA BATALLA

sofisticado, de análisis funcional en las ciencias sociales, por contraste con el análisis
funcional en la fisiología.
No obstante, la distinción de Merton entre funciones latentes y manifiestas no
resiste, por sí misma, un examen minucioso. Porque Merton unas los términos
“consecuencias «intencionales»”, por otra parte, y “consecuencias ‘no reconocidas’ o
‘no previstas’” por otra, como sinónimos. 11 Pero no son sinónimos. La diferencia tiene
grandes consecuencias para una teoría de la acción social, pero se trata de una
diferencia que está demasiado comentada en la mayoría de las escuelas de teoría
social que tienden hacia el determinismo. 12 Un ejemplo útil para ilustrar este caso es
la formulación de Durkheim del concepto de “suicidio”, y el papel que desempeña en
su intento de explicación del fenómeno. Durkheim define el suicidio, en forma ya
famosa, como “todos los casos de muerte que resultan directa o indirectamente de un
acto positivo o negativo de la víctima misma, que sabe que producirá este resultado”. 13
Lo que Durkheim hace aquí de modo harto consciente —quizás deberíamos decir
intencional— es eliminar la diferencia entre hacer algo sabiendo que se producirá un
resultado particular, y hacer algo con la intención de que un resultado particular se
produzca.14 No tener en cuenta la diferencia entre ambos conduce inevitablemente a
definir, como irrelevante para la explicación causal de la acción, a las intenciones,
razones, motivos, etc., con los cuales la gente actúa. Uno puede tomar un curso
particular de conducta sabiendo que puede resultar un efecto particular, pero ser
indiferente hacia este efecto X porque en realidad lo que uno persigue es otra cosa Y, o
estar dispuesto a tratar de lograr X, pese a saber que puede resultar un efecto Y no
deseado. Por un lado, la realización de la autodestrucción es lo que el que actúa
quiere e intenta lograr a través de su acto; por otro, se trata de lo que está dispuesto a
aceptar, o a arriesgar, con el fin de lograr otro propósito que tiene a la vista. 15
Pese a que Merton puede aceptar que existe una diferencia entre “tener la
intención” y “anticipar” que ocurra una consecuencia de la acción, no le da
importancia, ya que vincula los términos y los usa de modo intercambiable. Quizás el
hecho de usar ambos términos de esto modo, sea el que hace que la distinción entre
funciones manifiestas y latentes parezca más novedosa, en relación a la literatura
funcionalista preexistente, de lo que realmente es. La diferenciación entre propósito y
función, después de todo, ya ha sido enfatizada fuertemente por Durkheim en Las
reglas del método sociológico, como también de modo más sustantivo en sus demás
obras. Pero la “función manifiesta” significa algo más que esto, implica no sólo que (a)
la persona sabe que la consecuencia que pretende provocar se producirá, sino que
también (b) sabe en qué sentido esta consecuencia es funcional (o disfuncional en el
caso de la “disfunción manifiesta”) para un sistema social dado. Debería notarse que
el planteo de Merton mientras unifica “tener intención de” y “anticipar” en lo que
concierne a (a), es ambiguo en relación con (b). Las mismas diferenciaciones, sin
embargo, son válidas. ¿Acaso haya que emprender una acción con la intención (y el
conocimiento) de que la “función” particular sea una consecuencia de ella, para que la
“función manifiesta” exista? Toda esta cuestión se complica aún más si se intenta
11
Esto es claro a lo largo de todo el texto; ver particularmente la nota al pie de la página 43.
12
Para una discusión típica de la acción intencional en el funcionalismo ortodoxo, ver Sztompka, op.
cit., pp. 112 y ss.
13
Emile Durkheim: Suicide [Glencoe, 1951], London, 1952, p. 44.
14
Cf., Peter Winch: The Idea of Social Science, London, 1963 [New York, 1970], pp. 110-11; más en
particular, Alasdair MacIntyre: “The idea of social science”, en Bryan Wilson: Rationality, Oxford, 1970
[New York, 1971], pp. 124-5.
15
Tal diferenciación sólo se sostiene en el nivel lógico; muchas instancias actuales de comportamiento
suicida no envuelven una formulación clara del “deseo de morir”, sino una confusión de esto con otros
motivos. De todas formas esto no compromete la cuestión de ninguna manera.

9 Digitalizado por Alito en el Estero Profundo


ANTHONY GIDDENS

conectarla al concepto de Merton de “balance neto de consecuencias funcionales”. Un


actor puede proponerse (y conocer) sólo algunas series ramificadas de consecuencias
funcionales y disfuncionales de lo que hace, mezclando así probablemente las cuatro
combinaciones potenciales de distinciones manifiestas/latentes/funcionales/
disfuncionales. Finalmente, mencionaremos una ambigüedad más, que consideramos
importante. Merton no especifica quién debe tener la intención, y saber cuáles son las
funciones de un ítem para ser una función manifiesta. Simplemente, dice que las
funciones manifiestas son aquellas que son intencionales y reconocidas “por los
actores del sistema” (p. 43) a las cuales se refieren. ¿Pero cuáles? Se podría decir:
aquellos cuya conducta produce las consecuencias funcionales en cuestión. Quizá sea
esto lo que Merton dice. Pero pueden existir circunstancias en las que algunos actores
de un sistema social sepan cuáles son las consecuencias funcionales de la conducta
de otros, mientras estos mismos ignoran tales consecuencias. La significación de una
situación de esta índole no es difícil de advertir: es probable que exprese y contribuya
al poder de aquellos que tienen el conocimiento sobre los que no lo tienen.
Todo esto muestra que lo que inicialmente aparece como una distinción nítida y
exhaustiva entre funciones manifiestas y latentes, oculta varios problemas básicos
relativos a la naturaleza de la acción intencional y sus implicancias para la teoría
social. De algunos de estos problemas me ocuparé más adelante. Lo que he dicho
hasta ahora, sin embargo, sólo concierne a la distinción manifiesto/latente, no al
concepto de “función” en sí, que voy a examinar a continuación.

EL CONTENIDO EXPLICATIVO DEL FUNCIONALISMO

Segunda decodificación: el funcionalismo es una teoría social en la cual la teleología del


término básico de “función” es, o redundante o falsamente aplicada. La pregunta: ¿es el
análisis funcional un análisis causal? Ha aflorado con frecuencia en el debate sobre el
funcionalismo. El tema está relacionado con la división tradicional entre “estática” y
“dinámica”, para usar los términos adoptados por Comte de la teoría física o, en la
terminología de Radcliffe-Brown, estudios “sincrónicos” versus estudios “diacrónicos”.
Durkheim ha sido el único en considerar tal diferenciación como coextensiva de la que
existe entre función y causa. Es precisamente el sabor teleológico de la noción de
función el que está implicado aquí: porque, ¿cómo puede la consecuencia de un
comportamiento ser también causa del mismo? Parecería, por ende, que hemos de
reservar la explicación causal, tal como Durkheim lo hizo, para reseñas históricas de
los orígenes de las cosas, en las cuales los efectos siguen a las causas en secuencia
lineal, tratando a la explicación funcional como algo distinto. 16
Semejante enfoque puede sustentarse, prima facie, con el tipo de ejemplos
fisiológicos proporcionados por los funcionalistas. Es decir, podría sostenerse que las
funciones de un órgano en el cuerpo pueden ser examinadas con poca, o quizás
ninguna, referencia a las causas que originaron la aparición de este órgano. Pero se
trata de una idea engañosa. Una afirmación del tipo “la función del cerebro es
coordinar al sistema nervioso” puede, en principio, ser traspuesta en afirmaciones
causales sobre los efectos típicos de una serie definida de acontecimientos en el
cerebro, sobre una serie de acontecimientos en el resto del sistema nervioso. 17 Las tres
versiones del funcionalismo que he examinado más arriba parecen coincidir todas en
que la “función” puede ser interpretada como “efecto funcional” o “consecuencia
funcional”. ¿Cuál es entonces, según ellos, la diferencia entre la explicación funcional
y la explicación causal?
16
Cf., Hempel, op. cit.
17
Cf., Ronald Philip Dore: “Function and cause”, en Demerath and Peterson, op. cit., pp. 412-13.

Digitalizado por Alito en el Estero Profundo 10


FUNCIONALISMO: DESPUÉS DE LA BATALLA

Stinchcombe proporciona la contestación más explícita al respecto. La explicación


funcional es un tipo particular de explicación causal; y no duda en afirmar que se
trata de una explicación causal “invertida”, en la cual las consecuencias de la acción
son “elementos de sus causas”. Lo que esto en verdad refiere es la operación de un
proceso homeostático, explicado en términos de equifinalidad. Ahora Stinchcombe
dice que “no es cierto que la estructura causal de equifinalidad indique necesidad” (p.
82). Esto concuerda con su análisis porque, así como la explicación funcional es un
subtipo de la explicación causal en general, la necesidad constituye un subtipo de la
explicación funcional en general. Ello implica, aunque Stinchcombe no lo diga de este
modo, que las “necesidades” o las propiedades de los actores pueden ser distinguidas
de “las necesidades del sistema”. Porque la homeostasis, si ha de convertirse en el
modelo de análisis funcional, debe combinarse con una noción de sistema. Un proceso
homeostático es, esencialmente, un proceso de ajuste en el que, por medio del
funcionamiento de lo que Stinchcombe llama un “lazo causal”, el cambio en un
elemento causa un cambio en otro, provocando a su vez un cambio de reajuste en el
primer elemento. Pero un fenómeno de esta clase no puede ser llamado “funcional” a
menos que esté relacionado en alguna gorma con la supervivencia o continuidad de
un sistema más inclusivo dentro del cual existe. De otro modo el mismo término
“función” es una vez más redundante. Un proceso homeostático constituye
simplemente una serie de causas y efectos a menos que se pueda decir que está
funcionando con cierto “propósito a la vista” o para satisfacer alguna necesidad.
Deseo afirmar dos cosas: que la noción de necesidad sistémica, aun en la
biología, siempre presupone la existencia de “deseos” o “intereses”, y que esto resulta,
en las ciencias sociales, una aplicación falsa o caracterizadamente ilegítima de la idea
de necesidad sistémica —de la cual depende, como he tratado de mostrar, el uso del
concepto de función—. El análisis funcional en la biología o en la fisiología
normalmente presenta un mecanismo homeostático dado, en un cuerpo, implicando
ajustes que contribuyen a la vida del organismo como ser. Pienso que esto da por
supuesto que el organismo “quiere” o “tiene interés” en la continuidad de su
supervivencia, y por ello suena tonto aplicar el término “función” a procesos
puramente mecánicos, aun cuando impliquen procesos homeostáticos. Podemos
hablar de la función del resorte principal de un reloj, o del carburador de una
máquina, pero se trata de sistemas hechos por la mano humana por lo que el
elemento de necesidad o interés existe como un elemento humano latente. Los
sistemas sociales, a diferencia de los organismos, no tienen ninguna necesidad o
interés en su propia supervivencia, y la noción de “necesidad” está falsamente
aplicada si no se reconoce que las necesidades del sistema presuponen las demandas
(interés, exigencias) de los actores. Muchos funcionalistas, por supuesto, han
reconocido que las necesidades del sistema dependen de las demandas y algunos,
como Malinowski, han hecho de esto el punto central de sus análisis. Pero si, tal como
hemos visto, no existen necesidades independientes del sistema, la noción de función
es superflua, porque la única teleología que debe incluirse es la de los actores
humanos en sí, junto con el reconocimiento de que sus actos tienen consecuencias
distintas a las que ellos pretenden y que esas consecuencias pueden implicar procesos
homeostáticos.
Esto, no obstante, deja a un lado otra vía por la que la “supervivencia” penetra
constantemente en las teorías funcionalistas sobre la base de analogías con la biología
evolucionista. No es un hecho fortuito que, mientras los orígenes del moderno
estructural-funcionalismo coinciden con el abandono de la antropología evolucionista
decimonónica, algunos de sus exponentes más destacados hayan retornado
recientemente a modelos evolucionistas. En este punto consideraré la evolución

11 Digitalizado por Alito en el Estero Profundo


ANTHONY GIDDENS

solamente desde la perspectiva de la posible significación de las “funciones de


supervivencia”. Con frecuencia se propone que, aun cuando no es aconsejable afirmar
que los sistemas sociales tienen “necesidades” como tales, podemos no obstante
suponer que toda sociedad que haya obtenido una continuidad de existencia en el
tiempo debe haber cumplido ciertas exigencias. Un punto de vista correlativo sostiene
que la introducción de formas sociales particulares o instituciones en ciertas
sociedades, que se hallan ausentes en otras, les proporcionan “ventajas de
adaptación” y de este modo promueve su supervivencia a expensas de aquellas otras.
Este último enfoque podría parecer inicialmente muy diferente de aquel que
enfatiza los “prerrequisitos funcionales”, pero puede demostrarse que no lo es. Al
investigar vemos que los pretendidos prerrequisitos funcionales resultan clasificables
en dos tipos. Primero, están aquellos que son en realidad tautológicos: se encuentran
lógicamente implicados en la concepción de “sociedad humana”. Dos prerrequisitos
funcionales distinguidos por Aberle et al., por ejemplo, son aquellos de las
“orientaciones cognitivas compartidas” y “diferenciación de roles y asignación de
roles”. En toda sociedad, “los miembros deben compartir un cuerpo de orientaciones
cognitivas”, las que entre otras cosas “hacen estables, significativas y predecibles las
situaciones sociales en las cuales están involucrados”; y en toda sociedad debe haber
diferentes roles representados con regularidad “de otro modo todo el mundo haría todo
o nada —un estado de indeterminación que es la antítesis de la sociedad”. 18 Pero los
autores han definido siempre la “sociedad” de tal modo de hacer de éstos elementos
conceptualmente necesarios. La sociedad es definida como un “sistema de acción
autosuficiente”, definición en la cual la “acción” es concebida implícitamente de modo
parsoniano como conducta “significativa”, orientada por expectativas compartidas, y el
“sistema” como actividades conectadas —justo las características tratadas más
adelante como si fueran empíricamente independientes—. Segundo, existen factores
que refuerzan la “capacidad de adaptación” de las sociedades: por ejemplo, el
desarrollo de un modo de “proveer una relación adecuada con” el ambiente material o
“la prescripción de medios para obtener las metas socialmente formuladas de una
sociedad y sus subsistemas”.19 Estos elementos aun parecen rondar peligrosamente
cerca para ser incluidos lógicamente en el concepto de sociedad del autor, pero si
aceptamos que son separables entonces ya no constituyen “prerrequisitos” sino
“ventajas adaptativas” que algunas sociedades son capaces de desarrollar más
efectivamente que otras. Tomemos como ilustración la primera de ellas. Si significa
nada más que la provisión de producción material suficiente para conservar vivos a
los miembros de la sociedad y para permitirles reproducir su número, cae dentro del
anterior tipo de implicaciones lógicas de la noción de sociedad: porque los autores han
dicho previamente que una sociedad implica un “sistema autosuficiente de acción
capaz de existir más tiempo que el espacio de vida de un individuo, siendo
reproducido el grupo al menos en parte, por la reproducción sexual de sus
miembros”.20 Si, por otra parte, significa más que esto, debe comprender una
referencia a características tales como, por ejemplo, la capacidad de una sociedad que
ha desarrollado una tecnología particular de dominar su medio ambiente. Pero esto le
proporcionará una “ventaja adaptativa” sobre las demás.

LOS CONCEPTOS DE “SISTEMA” Y “ESTRUCTURA”

18
D. F. Aberle et al.: “The functional prerequisites of a society”, en Demerath and Peterson, op. cit., pp.
324 y 326.
19
Ibid., pp. 323 y 327.
20
Ibid., p. 319.

Digitalizado por Alito en el Estero Profundo 12


FUNCIONALISMO: DESPUÉS DE LA BATALLA

Tercera decodificación: el funcionalismo, o más específicamente el estructural-


funcionalismo, asimila erróneamente las nociones de sistema y estructura. Ambos
términos, “sistema y estructura”, aparecen crónicamente en la literatura del
estructural-funcionalismo. Ninguno, sin embargo, es específico de él: “sistema” es
usado en varias ramas de la teoría social y biológica contemporánea, tal como la
llamada “Teoría General de Sistemas”; el término “estructura” aparece casi en todas
partes, pero también ha sido usado para designar una tradición particular de
pensamiento, el “estructuralismo”. Ahora bien, si hay algo distintivo en este último es
que “estructura” se emplea en forma “explicativa”, en el sentido de que estructuras
profundas o subyacentes son consideradas explicativas de la superficie apariencial. 21
Este no es el sentido de estructura que es de uso característico en el estructural-
funcionalismo para el cual el término refiere usualmente a un modelo discernible en
detalles de superficie: es decir, en relaciones sociales en general o la organización de
instituciones dentro de la sociedad global. En el estructural-funcionalismo es la
“función” más que la “estructura” la que está llamada a jugar un papel explicativo
dirigiendo nuestra atención más allá de las apariencias superficiales.
Como estructura es usado de modo difuso para referir a “modelos discernibles”,
no sorprende que en la literatura funcionalista sea usado a menudo como más o
menos equivalente a “sistema”. Si un pattern representa un ensamblaje duradero de
“partes” entonces sólo es necesario inyectarle “funcionamiento” en él para que la
“estructura” devenga “sistema”. Una lectura cuidadosa de los textos de Merton
muestra, por ejemplo, que él a menudo usa estructura y sistema como términos
intercambiables. Además, mientras dedica un segmento considerable de su discusión
a tratar de corregir los usos indiscriminados de función, no provee un análisis
comparable de estructura, cuyo significado es mayormente dado por supuesto en su
exposición. Gran parte de esto es también válido para la discusión de Stinchcombe. El
término estructura aparece a lo largo de su libro, pero no es sujeto de un análisis
especial como lo es el de función; en las secciones dedicadas a la explicación
funcional, la “estructura” es tratada como sinónimo de “conducta”, “pauta de
conducta”, y “actividad de estructura”. Pese a que los autores estructural-
funcionalistas tienden a asimilar estructura y sistema en su uso real, hay una
distinción entre ambos que frecuentemente reconocen de modo formal. Es,
fundamentalmente, una distinción que corresponde a la que existe entre anatomía y
fisiología en el estudio de un organismo. Si la “estructura” refiere a la configuración
anatómica, la “función” al modo en que la configuración opera, entonces “sistema”
refiere a los dos términos anteriores tomados conjuntamente. Merton acepta, quizás
implícitamente, algo semejante. En el curso de su ataque contra el “postunalo de la
unidad funcional”, por ejemplo, cita (p. 16) a Radcliffe-Brown quien dice que un
sistema social es la “estructura social total de una sociedad junto con la totalidad de
los usos sociales, en los cuales esta estructura aparece y de los cuales depende para
la continuidad de su existencia. 22 Sin embargo Merton no comenta esto en forma
explícita.
Ahora bien, el uso de la estructura como “anatomía” quizás puede ser defendido
en la biología, donde podríamos decir que el esqueleto u órganos como el corazón o el
hígado son en cierta forma “visibles”, independientemente de su funcionamiento. Aún
aquí es difícil suponer que uno pueda describir lo que son, independientemente de lo
que hacen y en un sentido están continuamente “en proceso”: es decir, cambiando
continuamente, siendo construidos, erosionados, etc. La distinción no puede
21
Para estudios sobre el uso de “estructura” ver, entre otros, J. Piaget: Structuralism, London, 1971.
22
La cita es de Radcliffe-Brown: “On the concept of function in social science”, en Structure and
Function in Primitive Society, London, 1952.

13 Digitalizado por Alito en el Estero Profundo


ANTHONY GIDDENS

aplicarse, en absoluto, a la vida social donde existen “normas” sólo en la medida en


que son producidas y reproducidas constantemente por la acción humana. No hay
lugar para los dos términos, estructura y sistema, tal como son comúnmente
aplicados por el estructural-funcionalismo: este es el motivo por el cual los autores,
aun cuando parten de emplear tal distinción, tienden a colapsar una en la otra. Puede
haber “estructuras” que “funcionan” de modos particulares, pero entonces no hay
necesidad o lugar para un concepto independiente de sistema; puede haber “sistemas”
que “funcionan” de modos definidos, pero entonces la noción de estructura es
superflua. Porque “estructura” significa, en el uso del estructural-funcionalismo, algo
afín a “orden pautado, estable”. Cuando éste se refiere a la vida social, no puede sino
referirse a las regularidades que son reproducidas en la acción e interacción
humanas: esto es, estructura y función se presuponen mutuamente de modo
necesario. La “estructura” en funcionamiento —elementos organizados, pautados en
interacción— no significa otra cosa que “sistema”, dado que la noción de
interdependencia de parte ya está implícita en la idea de normas establemente
reproducidas, como elementos interconectados. Estructura y función no pueden ser
tratados aquí como fenómenos “independientemente observables” que puedan
entonces ser tratados conjuntamente como “sistema”. Lo que tiene sentido cuando
uno considera un cuerpo muerto, que es observado independientemente de su
“funcionamiento”, o un reloj sin cuerda, que puede ser observado cuando no trabaja,
no tiene absolutamente ningún sentido cuando se aplica a la sociedad humana que
sólo existe en su “funcionamiento”. (Para evitar malentendidos quizás haya que decir
que no tiene importancia el significado dado aquí a “observar”: podríamos sustituirlo
fácilmente por “concebir”.)
Afirmaré que necesitamos salvar los conceptos de estructura y sistema aunque
no el de función; pero que cada uno de esos términos deberá ser entendido de modo
diferente al de su uso característico en el estructural-funcionalismo. La noción de
sistema que usualmente aparece en los escritos estructural-funcionalistas es
inadecuada no sólo a raíz de no ser distinguible de la de estructura, sino por el modo
particular en que es concebida la “interdependencia de partes”. Tanto Merton como
Stinchcombe tratan a esta última como satisfactoriamente explicada sobre la base del
modelo de homeostasis copiado de la biología: Stinchcombe en particular integra el
proceso homeostático o lazo causal a su definición de función. El uso del término
sistema y la aparición frecuente de términos tales como “retroalimentación” (feedback)
en los escritos funcionalistas, hacen parecer que funcionalismo y teoría de los
sistemas son más o menos lo mismo: como si el funcionalismo fuera simplemente una
anticipación temprana de la teoría de los sistemas. Pero la homeostasis, como lo han
notado varios autores, no es lo mismo que la retroalimentación. 23 La primera implica
sólo los ajustes ciegos de las partes del sistema de modo tal que una parte en la que la
modificación se ha iniciado es “reajustada” como resultado del proceso que ella pone
en movimiento. Este proceso es más primitivo que el implicado en la
retroalimentación, que se refiere a la existencia de sistemas autorregulados
gobernados por controles cibernéticos. Nagel es el único de los tres autores
examinados anteriormente que vincula específicamente su análisis a la idea de la
autorregulación pero, una vez más, de hecho sólo se ocupa de la homeostasis y de
“mecanismos compensatorios” (p. 78).
Supongamos que la formulación de procesos homeostáticos como operación de
lazos causales, de Stinchcombe, es adecuada. La homeostasis puede entonces
23
Cf., Walter Buckley: Sociology and Modern System Theory, Englewood Cliffs, 1967; para una discusión
más en detalle, Jürgen Habermas and Nikolas Luhmann: Theorie der Gesellschaft oder
Sozialtechnologie, Frakfurt, 1971.

Digitalizado por Alito en el Estero Profundo 14


FUNCIONALISMO: DESPUÉS DE LA BATALLA

distinguirse de la autorregulación en sistemas, que implica el filtro selectivo de


“información” aplicada para controlar procesos mecánicos de “nivel inferior”. Los
procesos homeostáticos de ajuste mutuo de elementos causalmente conectados
pueden o no ser regulados cibernéticamente en este sentido. Deseo afirmar que esta
es una distinción importante y puede ser aplicada con provecho en el análisis social y
que ha sido ampliamente descuidada en la literatura funcionalista (excepto Parsons,
cuya posición examinaré de inmediato). Pero esto no significa que se pueda aceptar
sin más, como apropiadas para las ciencias sociales, lo que algunos han llamado
Teoría General de los Sistemas. Von Bertalanffy contrapone los enfoques
“mecanicistas” característicos de la ciencia física del siglo XIX a la perspectiva de la
teoría de los sistemas del siglo XX. Aquellos representaban las cosas como el juego “sin
finalidad” de los elementos atómicos, sin dirección o telos. La Teoría General de los
Sistemas, no obstante, reintroduce la teleología en las ciencias naturales y con ello
acorta la distancia entre naturaleza y sociedad. 24 Pero la intencionalidad de los
asuntos humanos no puede ser aprehendida en términos de un tipo de teleología que
implica simplemente controles cibernéticos a través de la retroalimentación de la
información. Este es un punto de importancia fundamental que deberá ser ampliado
oportunamente cuando vuelva a las preguntas anteriormente planteadas acerca de las
intenciones y propósitos. Por el momento me conformaré con afirmar que la
intencionalidad de la acción humana implica no sólo autorregulación sino
autoconciencia y reflexividad.25 La “intención relativa a los asuntos humanos está
referida de un modo integral a la posesión de motivos para la acción, o a la
racionalización de la acción en procesos de autorreflexión. A este respecto es muy
diferente de cualquier teleología implicada en procesos de autorregulación en la
naturaleza.
Una versión específica del control cibernético de información, ha sido introducida
muy recientemente en las ciencias sociales por Parsons. Se supone aquí que las
jerarquías de control pueden ser discernidas en sistemas sociales, en los cuales los
elementos de control son valores, con relaciones sociales, económicas, etc. 26 Vistas
como procesos de “nivel inferior” sujetos al gobierno de tales valores. Esto tiene una
filiación obvia con el bien conocido énfasis que pone Parsons en la significación de los
“valores compartidos” en la cohesión social, y es, esencialmente, una versión
reelaborada de la teoría de la integración social desarrollada antes en sus escritos.
Está, en consecuencia, sujeto a todas las objeciones que distintas críticas han hecho a
tal teoría. Pero, sea como fuere, los “valores” no pueden de ningún modo servir de
“reguladores de información” en el sentido exigido por la teoría de sistemas: como
centros de control que procesan información como para regular la retroalimentación.
Para sintetizar en este punto: podemos distinguir tres tipos abstractos de
circunstancias, relevantes para la “interdependencia de partes”, que pueden
prevalecer en los sistemas sociales y que son progresivamente inclusivas. Estas son,
en síntesis, la regulación, la autorregulacion y la autorregulación reflexiva. La
primera, como proceso homeostático, implica un nexo de elementos causalmente
interrelacionados; la segunda, un proceso homeostático coordinado a través de una
aparato de control; la tercera, la consumación deliberada de tal coordinación por
actores, en prosecución de fines racionalizadores. Un ejemplo de la primera podría ser
el “círculo vicioso” de circunstancias por las cuales la pobreza, la baja adquisición
educativa y el desempleo están interconectados, de modo tal que cualquier intento de
24
Cf., Ludwig von Bertalanffy: General System Theory, en Demerath and Peterson, op. cit.; también
Buckley, op. cit.
25
Cf., Charles Taylor, “Interpretation and the sciences of man”, Review of Metaphysics, vol. 25, 1971.
26
Ver Talcott Parsons: Societies: Evolutionary and Comparative Perspectives, Englewood Cliffs, 1966.

15 Digitalizado por Alito en el Estero Profundo


ANTHONY GIDDENS

modificar, digamos, los logros educativos, tiende a fracasar por el nexo causal que
interconecta los tres estados de cosas. En la medida en que, por ejemplo, el estado es
una institución a través de la cual se procesan y estabilizan las relaciones entre los
tres, como lo sigiere la teoría marxista, se trata de una situación que se aproxima al
segundo tipo. La tercera circunstancia sólo adviene cuando los hombres controlan
intencionalmente los procesos implicados en conocimiento de las condiciones bajo las
cuales suceden, esto es, subordinando la teleología de la retroalimentación a su propio
telos. Tal podría ser la diferencia entre el estado capitalista del siglo XIX y el “estado
planificador” de los tiempos modernos.
Permítaseme ahora volver al concepto de estructura. Lo que he dicho hasta aquí
conlleva la siguiente implicación: que mientras uno puede, si así lo desea, continuar
hablando de pattern sociales, esto debería referirse a la reproducción estable de
sistemas de interacción social. Si la noción de estructura no fuera usada en este
sentido, el cual es superfluo, ¿cómo podría ser conceptualizada de otro modo? Una
respuesta fácil parecería hallarse en el concepto como ha sido empletado por el
“estructuralismo”. Aunque este término ha sido usado en forma difusa, “estructura”
refiere aquí a algo semejante a un mensaje subyacente, un código que explica la
apariencia superficial de mitos, expresiones lingüísticas, etc. La dificultad específica
de esta versión del concepto de estructura es que omite por completo al sujeto activo.
Pese a que sostuve que el funcionalismo es incapaz de desarrollar un tratamiento
satisfactorio de la acción intencional, no lo ignora: la distinción de Merton entre
funciones manifiestas y latentes está dirigida precisamente a tal fin. No aparece un
análisis correlativo en la literatura estructuralista en la cual, si es que aparecen los
sujetos humanos, lo hacen típicamente a guisa de las nebulosas figuras de los
“portadores” (trager) del modo de producción de Althusser. Muchos estructuralistas
han hecho de necesidad virtud. Así Lèvi-Strauss acepta gustoso la caracterización de
su obra que hace Ricoeur como “kantismo con un sujeto ausente”. 27
No ofreceré una justificación especial a la demanda de que cualquiera de estas
aproximaciones a la teoría social es, en el mejor de los casos, parcial, y que la acción
—y la reflexividad— deber ser considerada central en cualquier intento comprehensivo
de proveer una explicación teórica de la vida social humana. Al mismo tiempo, es de
suma importancia evitar la recaída en el subjetivismo que acompañaría al abandono
del concepto de estructura. ¿Cómo podríamos reconciliar la noción de estructura con
la necesaria centralidad del sujeto activo? La respuesta, pienso, consiste en la
introducción de una serie de conceptos que no se encuentran ni en el funcionalismo
ni en el estructuralismo, junto con la reformulación misma de “estructura”. 28 Estos
otros conceptos son los de producción y reproducción de la sociedad, estructuración y la
dualidad de estructura. En cuanto hayamos abandonado, de una vez por todas, las
engañosas analogías con la “estructura anatómica” de los organismos, de fácil
representación visual, estaremos en condiciones de comprender todo el significado del
hecho de que los sistemas sociales sólo existen en tanto son creados y recreados
continuamente en cada encuentro como consumación activa de los sujetos. En las
escuelas de teoría social existentes, en las cuales esto ha sido reconocido
teóricamente, lo ha sido sólo a expensas del reconocimiento de la dimensión
estructural —como en el interaccionismo simbólico—. Permítasenos en esta coyuntura
reconceptualizar “estructura” refiriéndola a reglas generativas y recursos que son
ambos aplicados en y constituidos fuera de la acción. Bajo el rótulo de “reglas
generativas” agrupo dos tipos de reglas analíticamente separadas: semánticas y
morales. Las reglas semánticas incluyen aquellas de la sintaxis o de la gramática, pero
27
Claude Lévi-Strauss: “Reponses à quelques questions”, Spirit, vol. 11, 1963.
28
Para una ampliación de este análisis ver mi New Rules of Sociological Method, op. cit., cap. 3.

Digitalizado por Alito en el Estero Profundo 16


FUNCIONALISMO: DESPUÉS DE LA BATALLA

también, igualmente importantes, la totalidad de las reglas implícitas y dadas por


supuestas que estructuran el discurso cotidiano y los entendimientos mutuos de la
acción en tanto “significativa”. Las reglas morales incluyen cualquier clase de regla (o
estatuto legal formalizado) que genera evaluación de actos como “correctos” o
“equivocados”. Por “recursos” entiendo cualesquiera posesiones (materiales o de otro
tipo) que los actores están en condiciones de poder en juego a fin de facilitar el logro
de sus propósitos en el curso de la interacción social: y que por ende sirven como
medios para el uso del poder. Las reglas y recursos deben concebirse como los medios
por los cuales la vida social se produce y reproduce como actividad progresiva, y a la
vez como producidos y reproducidos por tal actividad; este es el sentido crucial de la
“dualidad de estructura”. La estructura es la fuente generativa de la interacción social,
pero se reconstituye solamente en esta interacción; en la misma forma en que una
oración hablada es a un mismo tiempo generada por reglas sintácticas y además, en
virtud de esto, sirve para participar en la reproducción de esas reglas.
Los sentidos en que estoy usando los términos “estructura” y “sistema” exigen un
concepto de estructuración: este puede ser usado efectivamente para conectar los dos.
Examinar la estructuración de un sistema social es examinar los modos por los cuales
tal sistema, a través de la aplicación de reglas generativas y recursos, es producido y
reproducido en la interacción social. Los sistemas sociales, que son sistemas de
interacción social, no son estructuras, aunque necesariamente tienen estructuras. No
hay estructura, en la vida humana, fuera de la continuidad de los procesos de
estructuración —a diferencia del caso de los organismos en los cuales en cierto
sentido que he señalado antes puede considerarse la “estructura” independientemente
de la “función”.
En la parte final de esta sección deseo volver a una breve consideración de las
posiciones funcionalistas del cambio social. Las críticas al funcionalismo han afirmado
frecuentemente que no puede proporcionar una teoría del conflicto o del cambio
social. Puede demostrarse fácilmente que esto es un error. Si se rechaza el “postulado
de la unidad funcional”, como Merton, y se acuerda para el concepto de disfunción un
lugar tan central como para el de función, el resultado es una aproximación muy
sofisticada a las fuentes de la tensión social que pueden ser importantes estimulando
el cambio. Pero todo lo que he dicho anteriormente sobre el concepto de función, se
aplica también al de disfunción; si el primero es redundante, también lo es el segundo.
Sugeriré, brevemente, una terminología para analizar las fuentes de tensión, que
puede dominar conceptualmente el tipo de problemas a los cuales Merton aplica la
oposición función/disfunción, de modo que antes de considerar esto con mas detalle
aquí, volveré a lo que me parece ser la explicación funcionalista prototípica del
cambio: la teoría de la evolución social. La explicación de Merton pertenece al período
en el cual, como consecuencia del énfasis de Radcliffe-Brown y Malinowski, las
nociones de evolución social, estuvieron temporariamente obnubiladas. Su
reemergencia posterior, de la mano de Parsons, Eisenstadt y otros, atestigua su
vinculación integral con el funcionalismo en general.
La naturaleza de la conexión no es difícil de dilucidar aunque, obviamente, las
versiones de la teoría evolucionista adoptadas por estos autores, ha diferido
considerablemente. Existen probablemente dos niveles en los cuales la dependencia
implícita o explícita de los modelos biológicos ha tenido claras consecuencias en la
teoría funcionalista en las ciencias sociales. El primero implica una analogía con el
desarrollo del organismo individual antes que con la evolución de las especies como
un todo. En los organismos complejos, como el cuerpo humano, el desarrollo implica
diferenciación progresiva antes que transformación radical, intermitente. De aquí que
una consecuencia ha sido la frecuente popularidad que tuvieron, entre los autores
17 Digitalizado por Alito en el Estero Profundo
ANTHONY GIDDENS

funcionalistas, modelos de cambio social que implican la diferenciación de partes del


sistema de modo continuo y progresivo, y la imagen de tal diferenciación progresiva
hacia una complejidad creciente es uno de los sentidos que ha tenido el término
“evolución” en las ciencias sociales. Sin embargo, la visión del cambio social como
diferenciación progresiva puede fácilmente asociarse a un tratamiento más amplio de
la evolución que involucre discontinuidades, sobre la base de un paralelismo con el
surgimiento de nuevas especies en la evolución biológica. El cambio se iguala a la
diferenciación, excepto cuando es interrumpido por fases de transformación mayores,
que implican la aparición de nuevos “tipos de especies sociales”. Ahora bien, se
pueden hacer muchas objeciones al uso de modelos evolucionistas en las ciencias
sociales, aun cuando no impliquen supuestos de desarrollo unilineal. Una de ellas es
la dificultad de definir especies tipos: las especies animales tienen características
definidas y fácilmente identificables, en su mayoría, y habitualmente hay un gran
número de miembros en una especie. En el caso de las sociedades humanas, es
mucho más difícil delinear con precisión las distinciones entre “tipos”; y ningún tipo
tiene más que un limitado número de miembros conocidos. Pero no me ocuparé
especialmente de este tipo de objeciones, que puede o no ser concluyentes si se las
examina detalladamente. Me quiero concentrar, en cambio, en la dependencia de los
modelos evolucionistas de una noción de “adaptación” a un medio externo dado, y las
consecuencias de ello para el tipo de teoría del cambio social que tiende a surgir. La
idea de adaptación ambiental es central en la mayoría de los modelos de evolución en
las ciencias sociales porque, como en la evolución biológica, se sostiene que la
supervivencia, incluyendo todo el desarrollo de diferentes formas de sociedad humana,
puede ser explicado en términos de capacidad adaptativa diferencial a las exigencias
externas. Así como surgen problemas en la designación de “especies sociales-tipo”, las
dificultades aquí consisten en dar algún tipo de precisión de términos claves como
“evolución” y “ambiente”, ya que este último no siempre significa “ambiente físico” en
las teorías funcionalistas de la evolución. Ignorando incluso esto, preferiría plantear
tres situaciones por las cuales la teoría evolucionista en las ciencias sociales, que
implica la noción de adaptación, es deficiente, aun cuando logre resolver
satisfactoriamente las dificultades enumeradas. (Al decir esto dejo abierta la
posibilidad de que pueda haber modelos evolucionistas generados por escuelas de
pensamiento social no funcionalistas, como el marxismo, que tiene una base
diferente.)
Los tres problemas de que se trata son los siguientes: a) El “éxito adaptativo” en
la lucha por la supervivencia es tratado como elemento explicativo en la teoría del
cambio social: las fuentes de estímulo al cambio, por ende, tienden a ser concebidas
como exógenas. Un punto de vista evolucionista de esta clase es difícil de reconciliar
con el esquema de Merton de funciones vs. disfunciones en un “balance neto de
consecuencias funcionales”, esto es, con el cambio internamente generado que se
origina en choques entre clases o grupos de intereses. 29 b) La evolución en el mundo
animal opera ciegamente, como resultado de mutaciones “exitosas”. Tal modelo
trasladado a la sociedad humana no puede hacer frente a las características
distintivas de esta última: la intervención intencional en el curso del desarrollo
sociales un intento por dirigirlo o controlarlo concientemente. c) Un aspecto
relacionado: la relación de la sociedad humana con su medio material está mal
concebida, como simple relación de adaptación. Los animales, tal como lo señaló Marx
hace tiempo, se “adaptan” sin más a su ambiente, aceptando sus exigencias; donde
29
Para las discusiones de Parsons sobre estos temas en el contexto de la evolución, ver Societies:
Evolutionary and Comparative Perspectives, “Evolutionary universals in society”, en Sociological Theory
and Modern Society, New York, 1967.

Digitalizado por Alito en el Estero Profundo 18


FUNCIONALISMO: DESPUÉS DE LA BATALLA

los animales producen, lo hacen mecánicamente y su producción no constituye una


intervención significativa en la naturaleza. Pero los seres humanos transforman la
naturaleza activamente y la subordinan a sus propios fines.

RECODIFICACIÓN DE CONCEPTOS BÁSICOS PARA EL ANÁLISIS SOCIAL

Habiendo decodificado la “explicación funcional”, permítaseme recodificar una serie de


conceptos básicos que, deseo afirmar, sustituyen al funcionalismo sin abandonar a los
cuatro vientos el tipo de tareas teóricas que, como sostuvo alguna vez Kingsley Davis,
son tan inherentes a la sociología que ésta y el funcionalismo son una y la misma
cosa.30 Primero esbozaré un esquema general y luego detallaré algunas de sus
implicaciones.
El funcionalismo y la amplia gama de tradiciones de pensamiento social influida
por él, se originaron en una visión de la actividad social humana que se ha integrado
tanto a la “sociología” —el mismo término acuñado por el propio Comte— que es
ciertamente plausible la afirmación de Davis de que las dos son idénticas. Es un
enfoque que busca descubrir las causas de la acción humana en las características de
la organización social, y en consecuencia, subestima persistentemente las intenciones
y razones de los actores —en síntesis, lo que denomino, la racionalización de la acción
— como irrelevante para la explicación de lo que éstos hacen. En Comte, lo que
nominalmente es un proyecto encaminado al logro de la libertad humana, escapando
de las ataduras mistificadoras de la religión, deviene en el descubrimiento de una
nueva forma de servidumbre: “la razón más elevada” de la sociedad misma. De modo
que la “sociología” de Comte redescubre la religión, habiendo proclamado inicialmente
la emancipación humana de sus cadenas. Si bien la penumbra teológica del
funcionalismo, aun claramente discernible en Durkheim, ha sido desbaratada
progresivamente en el moderno estructural-funcionalismo, queda el residuo del tema
de Comte del “progreso con orden”. En tanto permanezca, se desmiente la tesis de
neutralidad ideológica del funcionalismo que puede aplicarse igualmente para fines
“conservadores” o “radicales”. Es bastante claro que la posición de Merton es una de
las versiones más liberales del funcionalismo. Su versión de las “constricciones
estructurales” sobre las posibilidades de cambio social deliberadamente dirigido, es
muy fácilmente separable del funcionalismo como tal —y en cualquier caso él no
ofrece una especificación genérica de lo que son.
En lugar del concepto central de determinación social (funcional) de la acción, la
teoría de la estructuración parte de los conceptos de producción y reproducción de la
sociedad. Es decir, la interacción social es concebida en todas partes y en todas las
circunstancias como una realización contingente de los actores; y como producción
calificada sustentada en las condiciones de la reflexiva racionalización de la acción. El
componente finalístico de la acción humana no tiene equivalente en la naturaleza,
dado que la teleología de la conducta humana se desenvuelve en el contexto de una
conciencia reflexiva de razones que está íntima e íntegramente entrelazada con la
“responsabilidad moral” de la actividad. Ya he señalado que aquellas escuelas de
pensamiento social que han reconocido tales características de la conducta humana,
como el “interaccionismo simbólico”, han eludido el análisis de las estructuras —
quizás porque estas aparecen, en su connotación funcionalista, como influencias
básicamente “constrictivas” sobre la conducta. Otra manera de plantear esto es decir
que los interaccionistas simbólicos se han ocupado de la producción de la sociedad,
como consumación calificada de actores, pero no de su reproducción. La teoría de la
30
Kingsley Davis: “The myth of functional analysis as a special method in sociology and anthropology”,
en Demerath and Peterson, op. cit.

19 Digitalizado por Alito en el Estero Profundo


ANTHONY GIDDENS

estructuración trata la reproducción de sistemas de interacción en términos de


dualidad de estructura, por la cual la generación estructural de interacción es
también el medio de su reproducción. Esto rompe completamente con la dicotomía
abstracta de “estática” y “dinámica” o explicación “funcional” vs. “histórica”, típica del
funcionalismo. El cambio es concebido como inherente a toda circunstancia de
reproducción de un sistema de interacción, porque todo acto de reproducción es, ipso
facto, un acto de producción, en el cual la sociedad es nuevamente creada en un
conjunto nuevo de circunstancias.

Teoría (estructural) funcionalista Teoría de la estructuración

Conceptos básicos Conceptos básicos


A. sistema A. sistema
B. estructura B. estructura
C. función/disfunción C. estructuración
D. funciones manifiestas/latentes D. producción y reproducción de la sociedad

Explicación Explicación
A. Sistema = interdependencia de la acción, A. Sistema = interdependencia de la acción
concebida como nexos causales concebida como ( I) nexos causales
homeostáticos; (II) autorregulación por feedback;
(III) autorregulación reflexiva

B. Estructura = pauta estable de acción B. Estructura = reglas generativas y recursos


C. Función = contribución de “parte” del sistema C. Estructuración = generación de sistemas de
promoviendo su integración. Disfunción = interacción a través de la “dualidad de
contribución de “parte” del sistema promoviendo estructura”
su desintegración
D. Funciones manifiestas = contribución D. Producción y reproducción de la sociedad =
intencionada (anticipada) de la acción en la resultado de la interacción bajo condiciones
integración del sistema. Funciones latentes = limitadas de racionalización de la acción
contribución inintencional (no anticipada) de la
acción a la integración del sistema
Distinción también aplicable, en principio, a la
disfunción
Conceptos adicionales
E. Integración social/integración del sistema
F. Conflicto social/contradicción del sistema

También hace del poder un rasgo axial de toda interacción social, dado que la
reproducción implica siempre el uso de recursos (generalizados) que los actores
aportan a todo encuentro social.31
Mientras que la noción de función es redundante a la teoría de la estructuración,
la de la “integración social” puede conservarse como básica —junto con la más amplia
de “integración sistémica”—. Si la primera concierne a la integración dentro de
sistemas de interacción, la segunda concierne a la integración de, o “entre”, sistemas
de interacción. La noción de integración requiere más atención. La integración no
debería ser tratada como equivalente a la cohesión, que refiere al grado de
“sistematicidad” de las partes, tal como se expresa en cualquiera o en los tres niveles
de interdependencia. La integración se usa más apropiadamente para referir al grado
en que cada parte del sistema social tiene lazos directos o intercambios con cualquier
otra parte. La integración del sistema social está conectada crucialmente con la
distribución de poder dentro de él. Esto se puede aclarar fácilmente, al menos en el
plano conceptual. “Lazos” e “intercambios” en la frase anterior no deberían concebirse
31
Giddens, New Rules of Sociological Method.

Digitalizado por Alito en el Estero Profundo 20


FUNCIONALISMO: DESPUÉS DE LA BATALLA

como mutuamente equivalentes; es decir, tales vínculos implican normalmente


intercambios no equilibrados en términos de recursos aplicados en la interacción. 32
La separación de la “integración social” respecto de la “integración sistémica” ha
sido introducida por Lockwood, en el contexto de una crítica al funcionalismo
parsoniano.33 Esta distinción es importante, aunque no está estrictamente implicada
en las cuestiones lógicas que he tratado hasta aquí, porque atañe directamente a
dificultades asociadas hace tiempo al funcionalismo, aunque en este caso más a las
versiones de Durkheim y Parsons que a la de Merton. Las dificultades surgen,
fundamentalmente, de la tendencia de estos autores a enfocar la integración del
“individuo” en la “sociedad” como problema sobresaliente para el análisis
funcionalista, concibiendo “la sociedad” como todas y cada una de las formas de
interacción social desde el encuentro singular hasta el orden social global. Esto tiene
tres consecuencias: a) para estos autores la integración, es decir la conjunción de la
conducta de actores individuales con sistemas de interacción reproducidos, depende
primariamente de la coordinación moral de sus actos. Dado que esto se aplica a “la
sociedad” en general como teorema, se desprende que la integración del orden global
en sí (integración de sistema) depende de un consenso universal —enfoque
marcadamente sospechoso del que Merton por cierto toma distancia—. b) Como el
énfasis está puesto sobre todo en la integración del “individuo” en la “sociedad”, a
través de procesos de socialización moral, hay una gran dificultad para tratar
conceptualmente conflictos e intereses de grupos sectoriales. La única vía teórica para
explicar el conflicto es en términos de ausencia de regulación moral de los individuos,
por la comunidad como un todo; en otros términos, la teoría de la anomia. c) Dado
que el único tipo de “intereses” que tienden a tener alguna significación en este tipo de
perspectivas son aquellos que los “individuos” o de la “sociedad” (estos últimos
conceptualizados como necesidades funcionales), queda poco espacio conceptual ya
sea para interpretaciones divergentes de “elementos normativos” basadas en choques
de grupos de interés (tales como intereses de clase) o para la adhesión a obligaciones
morales fundadas en una “aceptación pragmática” antes que en una “convicción moral
internalizada”.
La distinción entre integración social y de sistema ayuda a superar tales
limitaciones, porque podemos afirmar que los modos de integración social son, en
varios sentidos, diferentes de los de la integración sistémica. La teoría de la
estructuración sugiere un tratamiento de la integración social que contrasta
profundamente con el que caracteriza al “funcionalismo normativo” de Durkheim,
Parsons y otros. Estos autores se concentran en la “integración”, queriendo significar
básicamente “internalización de valores”, para explicar la reproducción de formas de
interacción a través de conductas finalísticas: los valores que proveen un consenso
moral coherente, también figuran como elementos internalizados, motivadores de la
personalidad de los actores. La teoría de la estructuración difiere de este enfoque en
dos sentidos principales: a) La “internalización” es un esquema explicativo
determinista en el cual, a pesar del énfasis de Parsons en una concepción
“voluntarista” de la acción, la interacción no aparece como negociada y contingente.
En su lugar, planteamos que la interacción es una realización hábil, negociada
reflexivamente, ante el telón de fondo de la racionalización de la conducta. b) En
contraste con la tesis de la “internalización” que tiende a operar con una noción
general de “motivación” como “componente subjetivo” de la acción, diferenciamos
32
Comparar con Alvin Gouldner, “Reciprocity and Autonomy in Functional Theory”, en Demerath y
Peterson, System, Change, and Conflict, pp. 156 y ss.
33
David Lockwood, “Social Integration and System Integration”, en George K. Zollschan y Walter Hirsch,
eds., Explorations in Social Change (London: Routledge, 1964).

21 Digitalizado por Alito en el Estero Profundo


ANTHONY GIDDENS

entre motivos, razones, intenciones y propósitos en la acción. Los motivos difieren en


los deseos (concientes o no) que promueven conductas. Pero suponer que esto es todo
lo relativo a la “subjetividad” de la acción, es ignorar la vigilancia reflexiva de la
conducta que distingue específicamente el comportamiento humano del de los
animales. Por racionalización de la acción entiendo la capacidad de todos los actores
humanos (“competentes”) de controlar su actividad a través del conocimiento crónico
de sus condiciones y consecuencias, conectando con ello los deseos y las intenciones,
a lo que activamente buscan lograr en su interacción con otros.
En la integración social las “partes” son actores intencionados. En la integración
sistémica las “partes” son colectividades o sistemas de sistemas sociales. El sentido de
“partes” en ambos casos es difícil de explicar, de todos modos no trataré aquí con
detalle los temas involucrados, que han sido discutidos ampliamente en la literatura
sobre el “individualismo metodológico” y su crítica. 34 Lo que diré aquí y a
continuación, sin embargo, presupone una postura definida en relación a estos temas.
Quienes han defendido el individualismo metodológico, en una u otra versión, han
concebido frecuentemente al funcionalismo como uno de sus mayores blancos de
ataque críticos. En la medida en que objetan nociones tales como “necesidad de
sistema” encuentro sus críticas enteramente justificadas. En la medida en que objetan
absolutamente el uso de nociones como “colectividad” o equivalentes, o las consideran
descripciones taquigráficas de la acción individual, su posición es insostenible. Lo que
he designado como componentes estructurales de la acción social no son propiedades
de individuos,35 sino de colectividades o sistemas sociales. Esto puede aclararse
refiriéndonos a los actos de habla y al lenguaje. Los actos de habla son siempre los
productos situados de actores particulares, y presuponen, por ejemplo, conocimiento
de (capacidad de usar) reglas sintácticas por las cuales estos actos son generados;
pero estas reglas, como tales, son propiedades de la comunidad lingüística. Sin
embargo, para evitar la potencial reificación de frases como “propiedades de la
colectividad” es esencial enfatizar que tales propiedades existen solamente en y por su
reproducción en actos concretos.
De lo dicho anteriormente debería quedar claro que la distinción entre integración
social y sistémica no depende de suponer que la primera implica elementos
“subjetivos” (propósitos, etc.) mientras que la segunda se relaciona con las
consecuencias “objetivas” de la acción. Debemos rechazar la idea de que la integración
social concierne a “procesos sociales vistos… desde la perspectiva de los actores”,
mientras la integración sistémica trata los procesos sociales “desde ‘fuera’, por decirlo
así, desde la perspectiva del sistema social como totalidad en funcionamiento”. 36 No es
el caso, sin embargo, de la segunda distinción que me propongo sugerir: la de conflicto
social y contradicción social. Al discutir el conflicto social hay que ser cuidadoso en
reconocer la diferencia entre “conflicto de intereses” o “división de intereses” y
conflicto activo o lucha. Al referirme aquí a conflicto, utilizo el segundo sentido. El
conflicto puede involucrar tanto individuos como colectividades pero, tal como lo
especifico aquí, se vincula necesariamente a una lucha conciente, por la cual tal
confrontación entra en la racionalización de la conducta de al menos —normalmente
ambas o todas— de las partes implicadas. Para el análisis general que estoy ofreciendo
aquí, no es importante señalar nada acerca de las fuentes del conflicto social, excepto
plantear que el conflicto no es, como sí lo es el poder (la aplicación de recursos en
34
Ver John O’Neil, ed., Modes of Individualism and Collectivism (London: Heinemann, 1973).
35
En cualquiera de los sentidos en que pueda ser entendido. Ver mi “The ‘Individual’ in the Writings of
Emile Durkheim”, Archives européennes de sociologie (12: 1971): 210-228.
36
Nicos Mouzalis, “Social and System Integration: Some Reflections on a Fundamental Distinction”,
British Journal of Sociology 25 (1974).

Digitalizado por Alito en el Estero Profundo 22


FUNCIONALISMO: DESPUÉS DE LA BATALLA

acciones finalistas), inherente a toda relación social. Mientras todos los casos de
conflicto implican el uso de poder, lo inverso no puede sostenerse.
Ahora sabemos que este sentido de conflicto no es igual al que Merton da a
“disfunción”, aun cuando le dé preeminencia a este concepto para romper con el
“postulado de la unidad funcional” y para mostrar que el esquema funcionalista puede
dar cuenta de las tensiones y violencias de la sociedad. La “disfunción”, por supuesto,
no es equivalente al “conflicto”, porque la primera está ligada a las mismas exigencias
explicativas que la “función”: necesidades sistémicas o éxito adaptativo del sistema. La
idea de disfunción es también tratada por Merton como base para dar cuenta
conceptualmente de la complejidad de las sociedades avanzadas: el propósito del
análisis funcional es delinear un “balance neto de consecuencias funcionales” que
emana de un determinado ítem social. Este enfoque parece inicialmente atractivo,
especialmente si se lo compara con el “funcionalismo normativo” de Durkheim y
Parsons. Pero en un examen más minucioso aparecen sus debilidades. La dificultar de
aplicar la noción de un “agregado neto de resultados funcionales” ya ha sido planteada
por Hempel, y se trata ciertamente de una deficiencia lógica. Pero si se abandona,
surgen más problemas. Aunque parezca un par equilibrado de conceptos, la relación
función/disfunción es, en realidad, asimétrica en términos de la lógica de la
explicación funcional. Sin la noción de necesidades sistémicas, el nexo causal
homeostático implícito en la “función” provee (un tipo de) explicación de por qué
persiste una práctica social. Pero privada de toda conexión con las “necesidades
sistémicas” o “prerrequisitos funcionales” la función de disfunción no explica nada. Es
decir, se vuelve, entonces, equivalente al conflicto —o abarca esto tan bien como lo
que ahora caracterizaré como contradicción sistémica.
Por “contradicción sistémica” entiendo la disyunción entre dos o más “principios
de organización” o “principios estructurales” que gobiernan las conexiones entre
sistemas sociales en una colectividad más amplia. Dos de tales principios
estructurales podrían ser, por ejemplo, la localización fija de mano de obra
característica del feudalismo y la libre movilidad estimulada por los nacientes
mercados capitalistas, coexistiendo ambos en la sociedad europea post-feudal.
Expuesto así, brevemente, la contradicción sistémica suena igual a la
“incompatibilidad funcional” de la jerga funcionalista. Para aclarar lo que la diferencia
de esta última, es esencial plantear que la existencia de un principio estructural
siempre presupone una distribución de intereses implícita o explícitamente conocida,
a nivel de la integración social. Una vez que hemos evacuado cualquier noción de
necesidad sistémica, es evidente que no podemos hablar de contradicción sistémica
sin la presunción (por parte de los teóricos) de una división identificable de intereses
(que a su vez presupone deseos mutuamente excluyentes) entre actores o categorías.
Es esto y sólo esto lo que vuelve contradictorios principios estructurales como los
mencionados más arriba: el ejemplo presupone que ciertos actores (empresarios)
tienen intereses en promover la libre movilidad de la mano de obra, mientras otros no
(terratenientes feudales). Lo importante es que la existencia de contradicciones
sistémicas no implica inevitablemente que se produzca el conflicto social, según he
especificado esta noción; la conexión es contingente.
Este es un momento oportuno para retornar al problema de la acción intencional,
dado que en el gran rival de la teoría funcionalista, el marxismo, la comprensión de las
contradicciones sistémicas del capitalismo y su traslado a la lucha activa, son
concebidas como la médula de las potencialidades históricas contemporáneas de
transformación. En este sentido, por tanto, la reflexividad y la racionalización de la
acción son centrales para el marxismo al menos en sus formas menos mecanicistas.

23 Digitalizado por Alito en el Estero Profundo


ANTHONY GIDDENS

Pero, salvo pocas excepciones,37 los simpatizantes o aquellos influidos por el marxismo
no han intentado continuar esto en la teoría de la acción como tal. Aunque el
funcionalismo, en sus distintas versiones, siempre implicó una referencia a la acción
intencional que contrasta con la teleología oculta de la función, no produjo una
exposición de la capacidad transformadora de la autorreflexión en los asuntos
humanos. La teoría de la estructuración, en cambio, se postula sobre la base de tal
exposición, que a modo de conclusión puede presentarse brevemente como sigue. La
producción y reproducción de la sociedad es siempre y en todas partes la creación
calificada de actores situados, basada en la racionalización reflexiva de la acción. Pero
la racionalización de la acción está limitada. En tres sentidos básicos podemos
explicar el aforismo de que “aún cuando los hombres hacen la historia” no la hacen en
general “bajo condiciones de su propia elección”; respecto de los factores desconocidos
de la motivación (deseos inconscientes/reprimidos); respecto de las condiciones
estructurales de la acción; respecto de las consecuencias inintencionales de la acción.
Los dos últimos son los que aquí nos conciernen. Pero las condiciones estructurales
de la acción son elementos constrictivos de la conducta humana solamente en la
medida en que son ellas mismas consecuencias no intencionales, antes que el
instrumento intencional de realización de fines. Por este motivo es importante separar
las consecuencias “reconocidas” o “anticipadas” de la acción, de las consecuencias
“intencionadas”. Porque la libertad humana no consiste simplemente en reconocer las
consecuencias de la acción, sino en aplicar este conocimiento en el contexto de la
racionalización reflexiva de la conducta.

37
El más notable en la generación actual, Habermas.

Digitalizado por Alito en el Estero Profundo 24

Você também pode gostar