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21 feb. 2019 - Mente sana – N°145 – www.mentesana.es

MIREIA DARDER Psicóloga y terapeuta gestáltica

INFANCIAS ROTAS - SILENCIADOS Abusos sexuales

Haber sufrido abusos en la infancia supone un triple dolor. El dolor de ser


forzado, habitualmente por una persona de confianza y en la indefensión más
absoluta. El de mantenerlo en secreto por miedo o por vergüenza. Y, por último,
el de vivir con unas heridas emocionales abiertas que pueden permanecer
durante toda la vida.
Hace muchos años que en mi consulta se van acumulando un caso y otro caso
de víctimas de abusos sexuales en la infancia. Al principio pensaba que era una
cuestión de casualidad y de tendencia personal a atraer en mi sala de terapia
casos difíciles hasta que empecé a sospechar que era mucho más que una
simple coincidencia. ¿Y si lo que ocurre es que los abusos son más habituales
de lo que creemos? Las estadísticas así lo reiteran y cada vez salen más a la
luz.
Los casos de abusos son terribles de escuchar. Este es el crudo testimonio de
una de mis clientas, Olivia, víctima de un cruel incesto. “Yo lo que recuerdo es la
vez que me llevó a las viñas. La primera vez que me sentí feliz un rato porque
me cogió de la mano hasta que llegamos, y por primera vez lo miré y pensé:
‘Tengo padre’. Por primera vez, porque siempre había sido un extraño para mí.
Vivíamos en una ciudad dormitorio de una gran ciudad donde todo era campo.
Yo tenía 6 años y, como no nos daban de comer, era muy pequeña: aparentaba
cuatro años como máximo. Llegamos a las viñas cuando ya estaba oscureciendo
y entonces sacó aquella cuerda y me ató las manos. Muy fuerte, muy fuerte, muy
fuerte. Me hacía mucho daño. Me asusté mucho. Yo en aquella época todavía
lloraba. Y empecé a llorar. Creo que le gustaba verme llorar. A él le encantaba.
Y se reía, se reía, se reía y se reía… La risa era como de enloquecido.

Era agosto, pero yo tenía mucho frío entonces, aunque hiciera calor. Él no se
desvistió, pero a mí sí que me quitó la ropa. Solo se bajó los pantalones y lo que
recuerdo fue… dolor. Pero como si me subiera al cerebro y me estuvieran
partiendo por el medio. Un dolor que creía que me mataba. Además, no sé si
duró mucho, pero a mí se me hizo eterno. Y él jadeaba… Y luego, cuando se
levantó, vi que tenía todas las piernas llenas de sangre. Pero él no le dio
importancia. Él parecía calmado. Me desató, me limpió la sangre con hierba, me
vistió y aquí no ha pasado nada. De regreso, me llevó de la mano, pero yo ya no
tenía la sensación de ‘tengo padre’, sino que pensaba ‘me lleva un monstruo de
la mano’. Antes de subir a casa me compró un helado. Me costaba mucho
caminar. Desde entonces empezaron las visitas a las viñas que dependían de si
él trabajaba o no”.
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UN DOLOR QUE SE MANTIENE EN LA OSCURIDAD

El de Olivia es uno de los testimonios de personas víctimas de abusos que recojo


en mi libro La Sociedad del Abuso (Ed. Rigden Institut Gestalt), un libro que
finalmente, después de tantos casos tratados, me he decidido a escribir. Aún se
me saltan las lágrimas ante la crudeza, lo aberrante y el gran dolor vivido por
estas personas; y aún más ante la enorme dificultad y resistencias que, tanto por
parte de las mismas víctimas –que una vez aceptaron participar en el libro se
echan atrás– como por parte de la sociedad, existen para poner luz a este
fenómeno. Nunca jamás hubiera pensado que requiriera tanto esfuerzo e
implicase tanto desgaste emocional.

EL PACTO DE SILENCIO DEL QUE TODOS PARTICIPAMOS

Las mismas víctimas de abusos bloquean una y otra vez la posibilidad de mostrar
lo que han sufrido y prefieren mantener su dolor en la oscuridad, en parte
incapaces de romper el pacto de silencio que han mantenido durante años para
proteger a su familia –en muchos casos donde están los mismos abusadores– y
a sí mismas.

No las culpo. Ellas y ellos son víctimas también de la negación que hace nuestra
sociedad de los abusos, ya que también forman parte de nuestra cultura. Saben
que si son reconocidas quedarán estigmatizadas, nadie las creerá o pensarán
que están locas. De ahí, en buena medida, la dificultad de erradicar los abusos
en nuestra sociedad. Además, no son pocos los casos en los que los mismos
miembros de la familia (madres, padres, abuelos, tíos...) miran para otro lado
cuando su hija o su hijo, su sobrina o sobrino, su nieto o nieta sufren abusos.

Hay preguntas que persiguen a la mayoría de las víctimas: “¿Por qué no me


defendiste? ¿Por qué no me cuidaste?”. Esto muestra el desamparo y la soledad
en la que se encontraron estos niños y niñas. El pacto de silencio es una de las
armas más importantes que utilizan los abusadores para perpetuar sus actos
impunemente. “Recuerdo una escena en la que mi abuela me regaló un libro, un
cuento que tenía en casa y me dijo que leyera. Era una historia de una niña de
la que habían abusado. Trabajaba como criada. En uno de los dibujos, la niña
iba vestida de comunión con una corona blanca, estaba allí como muerta porque
había callado y callado. Se había muerto porque había callado. Esa era la historia
que me dio mi abuela diciéndome: ‘Mira lo que es ser una niña buena. ¡El
sacrificio que ha hecho!’. Y claro, luego yo recuerdo ver aquella fotito y decirme:
‘Pues, seré una niña buena’. Y me callé”, nos explica otra víctima con la voz
quebrada por el llanto muchos años después de que esto sucediera y tras largos
años de terapia.

EL SILENCIO PERMITE QUE LOS ABUSADORES PERPETÚEN SUS ACTOS


IMPUNEMENTE
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LA HISTÓRICA IMPUNIDAD LEGAL FRENTE AL INCESTO

En la Antigua Grecia, donde se inician los fundamentos de nuestra sociedad


actual, los hombres mayores utilizaban a los jóvenes como objetos sexuales sin
estar sujetos a ningún castigo. También la Ley de patria potestad romana –no
olvidemos que nuestras leyes se han basado en el Derecho Romano– daba
derecho al padre a vender como esclavos a sus hijos, a matarlos e incluso a
devorarlos. Asimismo, el infanticidio era una práctica legal en la Antigua Roma.
No fue hasta el cristianismo que se empezó a ver al menor como un ser puro e
inocente. Sin embargo, incluso en pleno siglo XVIII existía la creencia popular de
que tener sexo con menores curaba enfermedades venéreas, según recoge el
estudio Abuso sexual infantil. Cuestiones relevantes para su tratamiento en la
justicia, de Unicef Uruguay, la Fiscalía General de la Nación y el Centro de
Estudios Judiciales del Uruguay. No fue hasta 1908 cuando se criminalizó por
primera vez el incesto, y ocurrió en Gran Bretaña.

LO QUE MÉDICOS Y FILÓSOFOS QUISIERON TAPAR

En 1962, el pediatra C. Henry Kempe describió el síndrome del niño o niña


apaleado, lo que permitió a la comunidad médica identificar los síntomas de los
abusos en los niños. Freud, en sus investigaciones de finales del siglo XIX, se
atrevió a señalar que las pacientes histéricas habían enfermado como
consecuencia de los ataques sexuales recibidos por parte de los adultos que las
cuidaban. Más tarde, sucumbió a la creencia de la mayoría de los médicos de su
época; que entre el 60% y el 80% de los abusos sexuales eran una invención de
la víctima; y rectificó sus afirmaciones. Sin embargo, a principios del siglo XX,
ante el temor de que las clases acomodadas que atendía abandonaran su
consulta, cambió sus afirmaciones y dijo que la histeria era consecuencia de las
fantasías sexuales de sus pacientes, y no de abusos sexuales reales por parte
de miembros de su familia.

MIRAR HACIA OTRO LADO, AUN CUANDO LOS DATOS HABLAN

También escandalizó a la sociedad la revelación del Informe Kinsey sobre


sexualidad humana publicado en 1953. En este documento se aportaba un
alarmante dato: una cuarta parte de las mujeres habían sido víctimas de abusos
sexuales en la infancia. Cabe destacar, sin embargo, que lo que obtuvo mayor
repercusión de este informe no fue este dato sino las referencias a los contactos
sexuales prematrimoniales y extramatrimoniales de los encuestados. Tanto el
mismo autor del estudio como la sociedad volvieron a menospreciar el tema de
los abusos. Silencio y más silencio.

NEGAR LOS ABUSOS SUSTENTA EL SISTEMA

¿Por qué negamos los abusos sexuales? ¿Por qué no queremos reconocer
que existieron y existen en muchos hogares y colegios? En primer lugar, el
sistema se autodefiende para evitar cambiar: quien tiene el poder no quiere
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perderlo ni asumir la culpa o el castigo. Para lograrlo, culpabiliza o desacredita a


las personas abusadas tildándolas de enfermas o patologizándolas para no tener
que reconocer que el poder en nuestra sociedad está basado en el uso de la
violencia y el abuso del grande al pequeño. Silenciar los abusos y negarlos es la
manera más eficaz que ha encontrado el sistema de perpetuar su funcionamiento
y sus reglas, que establecen la superioridad del hombre sobre la mujer y los
menores. Podríamos establecer relaciones de otro tipo en las que no hubiera
violencia, reinara la igualdad y el respeto, pero ni el sistema patriarcal ni el
capitalista las contemplan. Se añade, además, que todo ello acontece en una
sociedad en la cual la sexualidad es tabú, se reprime, no tiene espacio en la vida
cotidiana ni es una práctica abierta. Del mismo modo, tampoco lo es el placer
sexual que se mantiene en la oscuridad, nunca se habla de él y se reserva para
“la noche”. Así, no resulta extraño que surjan explosiones de un deseo sexual
reprimido en la más estricta clandestinidad.

LA REPRESIÓN CONTRIBUYE A QUE SURJAN PULSIONES SEXUALES


NO PERMITIDAS EN FORMA DE ABUSO

¿QUÉ PASARÍA SI LOS ABUSOS DEJARAN DE SER INVISIBLES?

Por mucho que nos empeñemos en negarlo, el sexo es consustancial al


hombre. No en vano, la industria del sexo recauda anualmente en todo el mundo
entre 57.000 y 100.000 dólares, tal como señalan Christopher Ryan y Cacilda
Jethà, autores del libro El principio era el sexo: los orígenes de la sexualidad
moderna. Cómo nos emparejamos y por qué nos separamos (Editorial Paidós
Ibérica). Y si la pornografía que sigue siendo clandestina también registra este
enorme volumen de prácticas sexuales, ¿cómo podemos continuar manteniendo
que la sexualidad no es importante para el ser humano?
En esta restricción de la sexualidad que principalmente se reconoce en el
seno del matrimonio, es muy fácil que las otras pulsiones sexuales no permitidas
hagan explosión en forma de abuso. A menudo me cuestiono lo siguiente: si el
sistema reconociera los abusos sexuales en la infancia, los persiguiera y
castigara, ¿no se pondría en peligro el funcionamiento del sistema actual? Y
también me pregunto: ¿no se cuestionaría también con ello la preponderancia
masculina propia de nuestra sociedad? Reflexionemos.

HERIDAS EN UNA PERSONA QUE SUFRIÓ ABUSOS

Las mujeres (y también algunos hombres) sufren en la edad adulta las


consecuencias de un trauma acontecido en la infancia.
Este trauma afecta no solo psicológicamente sino también sobre la salud. No
en vano, Nadine Burke Harris, pediatra, en su charla en un vídeo Ted titulada
How childhood trauma affects health across a lifetime, explica que un 60% de los
adultos padecen efectos negativos en su salud mental y física derivados de un
trauma infantil. Y obviamente, el abuso sexual, junto con la violencia física, son
causas frecuentes de trauma infantil. Insomnio sin causa aparente. Una de las
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consecuencias habituales del abuso en la infancia es el insomnio. Ocurre porque


durante la noche perdemos el control y cuando se pierde el control pueden
aparecer recuerdos de abuso que son bloqueados desde la conciencia en el día
a día.
Desconexión del cuerpo. Otra de las principales consecuencias de un trauma
–y también de los abusos sexuales– es la desconexión de las sensaciones
corporales y de las necesidades del cuerpo. Las víctimas de abusos sexuales
utilizan diversas estrategias para no conectar con el dolor y transitar el trauma,
para sobrevivir. Se narcotizan para no sentir y esto puede ser a través de la
comida (dando lugar a un trastorno alimentario) o a través del consumo de
drogas. De esta forma evitan las sensaciones físicas reiteradas, los recuerdos
que les atormentan, que aparecen en forma de flashback.
Baja autoestima. Las personas que han sufrido abusos sexuales en la
infancia tienen habitualmente un mal concepto de sí mismas. No se dan valor,
tal como no se lo dieron sus abusadores en su momento. Esta baja autoestima
se manifiesta muchas veces en forma de ansiedad, culpabilidad y vergüenza.
Desconfianza en la pareja. Una persona que sufrió abusos suele tener
problemas para confiar en los demás durante toda la vida, ya que la principal
persona que debía cuidarle y protegerle le traicionó. Esto dificulta todas las
relaciones, pues la víctima de abusos no confía en nadie, pero afecta
especialmente a las relaciones sexuales. Y es que no hay que olvidar que en el
sexo, para poder sentir placer, se requiere de descontrol y eso puede llevar a
que aparezcan más recuerdos traumáticos. Por eso el momento del sexo puede
ser crítico.

Abusó de mí desde los 9 a los 12 años. Era nuestro secreto

Este es el testimonio de una persona que, tras sufrir abusos reiterados en la


infancia, necesitó un proceso que duró años para sanarse. Es muy valiente por
cómo lo ha afrontado y por aceptar explicarlo, lo que puede ayudar a muchas
otras víctimas. Es uno de los casos de abusos sexuales recogido en el nuevo
libro de Mireia Darder que da visibilidad a una realidad silenciada.

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A MI MADRE LE COSTÓ ACEPTAR QUE AQUELLO PUDO OCURRIR EN
NUESTRA FAMILIA, AUNQUE ME CREYÓ DESDE EL PRINCIPIO.

Tengo 32 años. Trabajo de enfermera en un hospital. Sufrí durante mi


infancia abusos sexuales que me han causado una herida muy profunda y han
dificultado mi desarrollo como persona. Han sido vivencias muy traumáticas.
Desde los 9 años y medio hasta poco más de los 12, el compañero de mi madre
abusó de mí. Este fontanero llego a mi casa tras el fallecimiento de mi padre,
que murió joven dejando a mi madre sola con 6 hijos. Él supo cómo ganarse
nuestra confianza. Se mostraba interesado en mi madre, pero en el fondo su
interés éramos yo y mis hermanas. Se fue haciendo insustituible y cogió su lugar
en la familia.
Normalmente sucedía así. Mi madre nos acostaba deseándonos buenas
noches y entonces él venía y hacía como un ritual: entraba en la habitación
cuando estaba en la cama, me ponía la mano debajo del camisón y en la espalda
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y me hacía como cosquillas y un masaje en la espalda, algo que a todos los niños
les suele encantar. Luego empezaba con los tocamientos. Cada noche era lo
mismo. Hay cosas que pasaban en este rato de las cuales me acuerdo muy bien.
Otras no las recuerdo tanto, son como una neblina. Tengo recuerdos borrosos
de lo que él me hacía y de lo que me hacía hacerle a él. Me parece tan alucinante
que a veces no me lo puedo creer,que incluso dudo de si de verdad llegó a pasar
todo aquello. Otras veces lo recuerdo todo perfectamente. A mi madre le cuesta
creer que alguien pueda hacer esto, y más aún que haya sucedido en nuestra
familia, aunque me creyó desde el principio.
Me sentí humillada y él nunca se ha hecho responsable de lo que hizo. Era
como si me dijera: “tu cuerpo es mío y yo hago lo que me da la gana y cuando
me da la gana con él. Y cuando ya no quiero estar más contigo, te dejo. Cuando
me da la gana también”. Entre las atenciones y cariños que me prodigaba se
incluía el hecho de bañarme. Le encantaba hacerlo, supongo que para quedarse
a solas conmigo. Cuando terminaba, me sacaba de la bañera, me envolvía en la
toalla con mucho cariño y me llevaba en brazos a la cama. De aquellos
momentos me vienen a la cabeza recuerdos muy borrosos y sospecho que en
alguna de estas ocasiones incluso se metió en la bañera conmigo y me violó.
Tiene que haber sido un día que estábamos solos en casa. Este es un recuerdo
único junto con otro que ocurrió en el sótano. Todos los otros recuerdos que
tengo son de tocamientos. Me sentía muy confusa, emocionalmente inestable y
no entendía nada ni de su comportamiento mientras duraba el abuso ni de
después. Él me hacía todo aquello de noche, mientras que de día parecíamos
una familia normal que seguía una educación idealista. Era como si existieran
dos vidas: una en la oscuridad y otra a la luz del Sol.
Él me manipulaba para hacerme sentir poco a poco su cómplice. De esta
forma guardaba “nuestro secreto”. Nadie más, solo él y yo lo sabíamos. Yo
intentaba borrar aquello que ocurría para poder ser normal al día siguiente.
Siempre hacía un gran esfuerzo para que no se me notara nada. Era buena
estudiante y la escuela se me daba bien.
Tras dos años de visitas bastante regulares a mi habitación –venía casi cada
noche–, de golpe dejó de venir y de interesarse por mí. Fue justo cuando empecé
a entrar en la pubertad. Eso me confundió y me dejó en un estado psicológico
muy abatido. Hay una parte de mí que querría que estos recuerdos no fueran
verdad. Algunos eran más traumáticos, pero menos repetitivos: son los que
emergieron más tarde con un trabajo terapéutico corporal. Es decir, antes no era
consciente de ellos. Fueron tan violentos y traumáticos que los borré. Los más
repetitivos siempre habían permanecido vivos en mi, aunque quizás no
recordaba los detalles y estos emergieron también más tarde en el proceso
terapéutico. Años después de los abusos empecé a sufrir insomnio; de hecho
nunca había dormido muy bien ni de niña ni en mi juventud. Cuando empecé a
tener relaciones sexuales con chicos, el hecho de entrar en contacto con el
hombre y la sexualidad hizo que conectara con esa sombra y con esa herida
enorme. Empecé a tener un comportamiento destructivo contra mí y contra mi
vida. Tomaba drogas que me hicieron desconectar más de mí. A raíz de
separarme de mi pareja dejé de comer y perdí bastante de peso. Entré en una
crisis muy fuerte. Tenía insomnio, ataques de pánico, miedo y estaba angustiada.

LO PEOR DEL ABUSO ES EL GRAN SENTIMIENTO DE CULPA QUE TE


QUEDA. ME SENTÍA SUCIA, ME DABA ASCO MI CUERPO.
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El abuso sexual durante mi infancia ha repercutido en todos los aspectos de


mi vida en mi edad adulta. Por supuesto, ha afectado a mi sexualidad, ya que yo
era incapaz de pedir lo que quería. Más bien tenía que servir al otro. Había como
una falta de consciencia de lo que sentía mi cuerpo, de mis necesidades y de
mis deseos. Era incapaz de hablar y de decir lo que deseaba. Mi necesidad
nunca era importante. Es lo que me pasó con con todas las parejas. Pero lo peor
del abuso es el sentimiento de culpa que te queda: me sentía sucia, me daba
asco mi cuerpo, me lo reprochaba todo.Y así era fácil que en muchas situaciones
de mi vida acabase siendo la culpable. No me valoraba y no se me valoraba.
Esto ha marcado muchas situaciones en mi vida.También he experimentado a
menudo el sentimiento de no ser vista.
Tras la experiencia vivida, tuve que conectar con mi cuerpo. Sentirlo.
Procesar las emociones y el trauma, procesar el dolor. Me ayudó a ello pasar por
ese agujero negro de manera consciente, pasar el umbral de reconocer el propio
cuerpo, de entrar en él cuando lo has estado ignorando. No lo puedes hacer sola:
necesitas estar bien acompañada y muy comprendida. Yo hice este proceso a
través de la diafreoterapia. Durante dos años. Cada dos semanas.Al iniciar las
sesiones no me sentía nada cómoda en mi cuerpo, era como haberlo borrado
todo. Me había cerrado a la percepción de lo que estaba ocurriendo: del cuello
para abajo no me sentía.Me había disociado de mi cuerpo.Ese había sido mi
método de supervivencia –aunque cada uno tendrá el suyo– porque mientras no
estás en tu cuerpo, tampoco puedes poner límites. Por eso una persona que ha
sido víctima de abusos siente a menudo una transgresión constante energética
y emocionalmente. La lucha es volver a hacerse amiga de tu cuerpo y volver a
conectar con él, volver a habitar ese templo. Me costó sudor y lágrimas. Realicé
diferentes técnicas terapéuticas: psicoterapia Gestalt, bioenergética,
acupuntura, arteterapia, canto, constelaciones familiares, osteopatía… Después
conecté con un psicólogo especialista en abusos que me recomendó
enfrentarme a mi abusador. Me dijo: “En esta única ocasión tú tienes que ser la
que tome el mando. Tienes que ponerte exactamente del otro lado: tú eres el
verdugo y él la víctima. Esto es importante”. Así que durante dos años me
entrené hasta que sentí que estaba preparada para confrontarle. Me fui a verlo
con una amiga que por edad podría ser mi madre para sentirme protegida, tal y
como me había dicho el psicólogo. Aproveché para contarle todo lo que
significaban para mí los abusos que había perpetrado, las consecuencias que
habían tenido para mí y mi familia. “Ahora puedes levantarte y marcharte. Y no
te quiero ver nunca más”, le dije. Tras este encuentro me sentí muy bien.
Me ha ayudado mucho mirar, sentir y ordenar lo sucedido, y también poner
cada cosa en su lugar y dar a cada uno la responsabilidad que le tocaba: la que
le corresponde a mi madre, la que tiene el hombre que abusó de mí, la mía propia
e incluso la de personas de mi alrededor, como por ejemplo los profesores, que
no me preguntaron nunca qué me estaba pasando. Como ocurre con un árbol
que no recibe luz y se curva para buscarla y poder sobrevivir, mi desarrollo
también había dejado de evolucionar en línea recta para adaptarse a la
experiencia traumática del abuso. Tuve que enderezar eso.

MI LUCHA FUE VOLVER A HACERME AMIGA DE MI CUERPO, VOLVER


A CONECTAR CON ÉL, VOLVER A HABITAR ESE TEMPLO. ME COSTÓ
SUDOR Y LÁGRIMAS.
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Aprendí que para seguir adelante necesito colocarme en el ser esencial, pero
todavía me cuesta mucho. Conectar con esa parte de mí que es capaz de
aprender algo de lo que pasó y aportar algo al mundo con esa experiencia es la
actitud que me ha permitido superarlo después de muchos años de terapia,
sufrimiento y dolor… En lugar de decirme cada día “¡Qué horror y qué mal lo he
pasado”, he aprendido a hacerme preguntas que me ayuden a salir de ese bucle
autocompasivo desde la consciencia y la comprensión! Ahora me pregunto a
menudo: “¿Qué he aprendido? ¿Cómo ha sido? ¿Qué puedo hacer?”. Quedan
cosas todavía por sanar respecto a mi relación con los demás. Siento miedo y
no sé si soy capaz de abrirme. Tengo una herida abierta y me hago responsable
de ella, pero necesito encontrar a una persona en la que pueda confiar, una
persona que no se vaya corriendo cuando le cuente cómo fue mi traumática
infancia. Mi miedo más grande ahora es no saberme proteger.

Licenciada Bueno – Mente Sana – 21 de febrero de 2019

El abuso sexual infantil suele ocurrir dentro del ámbito familiar. Hay señales
que indican que un niño está siendo agredido. Como adultos, debemos ayudar
al menor a salir de este infierno.

Según una definición de UNICEF, el Abuso Sexual Infantil (ASI), consiste


en involucrar a niños, niñas y adolescentes en actividades sexuales de
cualquier índole con o sin contacto corporal y con o sin violencia física, en las
que el agresor busca la gratificación personal y sexual, y donde la víctima
padece abuso de fuerza y de poder por la asimetría natural entre los menores y
el adulto. El ASI fue considerado por las Naciones Unidas como el “crimen
encubierto más extendido en la humanidad” en 2003. Y es que, en más
ocasiones de las que nos gustaría, el hogar o el colegio dejan de ser lugares de
sostén y apoyo para los niños para convertirse en su infierno particular.

¿CUÁL ES SU ALCANCE?

Este tipo de violencia es de las más graves, ya que suele ser infligida por
una persona querida y de confianza y es tremendamente habitual. No obstante,
el 80% de estos abusos son ocultados precisamente por estar producidos
dentro del ámbito familiar.
Desde Save the Children estiman que un 23% de las niñas y un 15% de los
niños sufrirá abusos sexuales antes de los 17 años de edad en España. Y lo
más inquietante es que se cree que solo vislumbramos la punta del iceberg: el
80% de los abusos son silenciados por estar producidos dentro del ámbito
familiar.
Otro estudio liderado por profesionales del servicio de urgencias del
Hospital Sant Joan de Déu de Barcelona (España) señala que, de los casos de
maltrato infantil detectados, los diagnósticos de ASI representaron el 20,2%.

MITOS Y CREENCIAS SOBRE EL ASI


Existen muchos mitos y creencias en torno al ASI que lo banalizan y lo
mantienen. Veamos cuáles son los más importantes y extendidos:
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1 Si no hay penetración o violencia no se considera agresión sexual:


FALSO
Aunque no se produzca contacto corporal, cuando un adulto busca
gratificarse sexualmente sometiendo a un menor siempre está cometiendo un
abuso sexual infantil. Además, el ASI dentro del ámbito familiar, aunque ocurra
sin ejercer violencia, es considerado de los más graves y conflictivos,
precisamente porque suele ser infligido por una persona querida y de
confianza, lo que provoca un gran dolor y sufrimiento.

2 Este tipo de violencia suele ser más habitual durante la


adolescencia: FALSO
Los abusos sexuales afectan a menores de todas las edades, incluso a
niños de menos de 2 años. De hecho, el grupo más vulnerable es el de los
menores de 12 años.

3 Los abusos a menores siempre se dan en familias desestructuradas


: FALSO
Ocurre en todas las clases sociales y todos los estratos socioculturales. Lo
que sucede es que en clases con mayores recursos económicos se tiende a
ocultar aún más la situación, produciéndose menos denuncias a instancias
públicas o privadas en estos casos.

4 Los agresores se identifican fácilmente porque son enfermos


mentales: FALSO
La mayoría de los abusadores sexuales, aunque podrían presentar algún
tipo de trastorno psicológico de base, realizan los abusos sabiendo lo que
hacen, sin ningún estado de enajenación mental propio de alguna patología
psiquiátrica.

5 Los abusos a menores son normalmente fáciles de detectar: FALSO


Hay muchas razones que dificultan que el menor identifique y denuncie el
abuso: el miedo a las amenazas del abusador, la falta de entendimiento de lo
que está ocurriendo y la percepción de que no le van a creer o le van a culpar o
incluso de que le intentaran convencer de que el abuso sexual no está
sucediendo realmente.

6 Los niños muchas veces se inventan que están siendo forzados a


tener sexo: FALSO
La probabilidad de que un niño o niña llegue a inventarse una situación de
abuso sexual es bajísima. Así, cuando algún infante relata que algo así le ha
ocurrido, lo más probable es que estemos ante una situación de abuso real. El
agresor, como forma de evadir su responsabilidad, intentará justificar su acción
alegando provocación por parte del niño. Sin embargo, el menor nunca es el
culpable.

SEÑALES QUE PUEDEN ALERTAR

Aunque sea difícil que un niño admita que está sufriendo abusos sexuales,
estos son síntomas y señales que podemos llegar a reconocer.
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Se trata de daños psicológicos, emocionales y físicos que se perciben de


distintos modos:
Molestias físicas. Pueden quejarse de dolor, lesiones o desgarros en el
área genital y anal (que les provoca dificultad para sentarse o caminar), tener
incontinencia urinaria o fecal, o padecer dolor de cabeza o de estómago sin
causa.
Síntomas visibles. A menudo presentan magulladuras y moratones o
manchas de sangre en la ropa interior. El embarazo y las enfermedades de
transmisión sexual también son una alerta.
Cambios de actitud. Alteración del estado de ánimo, menor rendimiento
escolar, cambios en los hábitos alimentarios, consumo de alcohol y drogas,
intentos de suicidio o agresividad.
Conducta sexual anormal. La hipersexualización –como una
masturbación compulsiva o un comportamiento seductor precoz– o el rechazo
repentino a abrazos, caricias o besos, son señales.

ACTUAR PARA AYUDARLE A SALIR


Sospechar que un menor de nuestro entorno puede estar sufriendo abusos
sexuales es una experiencia realmente impactante, marcada por la
incertidumbre y la inquietud por el bienestar de ese menor.
Eso no debería ser una excusa para inhibirnos en nuestra capacidad de
ayudar. Saber reaccionar requiere una gran responsabilidad y mucha
templanza.
Romper la barrera de la incredulidad y admitir que un menor pueda ser
usado para satisfacer los deseos sexuales de un adulto es un momento crucial.
Supone traspasar un límite invisible entre ofrecer ayuda; o por el contrario,
soslayar una realidad en la que hay familias y entornos donde los abusos
sexuales se producen. Si decidimos dejar atrás la indiferencia y ayudar,
conviene tener en cuenta lo siguiente:
Es una situación complicada de manejar,
● no debemos expresar ira o preocupación. Se trata de escuchar y
contener. Si nos mostramos desbordados por la emoción y la indignación,
nuestra ayuda será poco productiva.
● Si un menor cuenta su situación, hagámosle saber que le creemos.
El niño o niña sentirá una mezcla de miedo, vergüenza y culpa. Valoremos el
esfuerzo que le ha supuesto contarlo. Recalquemos que lo sucedido no es
culpa suya, y que lo que le ha ocurrido no debería haberle pasado jamás. El
abuso sexual nunca es culpa del menor. Si no sabemos qué decir o preguntar,
es mejor callar que decir algo que pueda resultar inoportuno o improcedente.
Nuestras intervenciones irán destinadas a reducir la confusión y a fortalecer su
autoestima. Es mejor explicarles los pasos que seguiremos, aunque sea
someramente. Digámosle si buscaremos ayuda profesional, si nos pondremos
en contacto con los servicios sociales, policía, pediatras o alguna asociación….
Lo importante es no dejarnos llevar por las prisas. Hay que buscar que las
intervenciones sean responsables y respetuosas. Es nuestro deber y
responsabilidad como adultos el asistir a cualquier niño o niña que sepamos o
sospechemos que es víctima de ASI. (Abuso Sexual Infantil)
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Abuso sexual intrafamiliar y terapia EMDR


http://emdr-es.org/abuso-sexual-intrafamiliar-y-terapia-emdr/
En el 13er Congreso Europeo de Terapia EMDR llevado a cabo en junio de
2017, se reunieron en Madrid más de 800 profesionales de la salud mental y
dedicaron una parte importante de su tiempo al tratamiento con psicoterapia
EMDR de infancia traumatizada desde distintas perspectivas.
Una de ellas fue la del abuso sexual intrafamiliar. La psicoterapeuta Victoria
Noguerol, especialista en el tratamiento de víctimas de abusos sexuales, y el
director de cine Montxo Armendáriz, presentaron una serie de comentarios en
torno a la película “No Tengas miedo” (2011), del director. El guión de la
película se escribió con el asesoramiento de Noguerol y otros especialistas, y
ofrece una acertada visión del proceso psicológico que sufre una persona
abusada sexualmente por su padre durante años.

El Consejo de Europa calcula que uno de cada cinco niños en Europa sufre algún
tipo de abuso sexual. En España, según datos de Félix López (1996, estudio más
reciente sobre abuso sexual infantil), en torno al 15 por ciento de los niños y el
23 por ciento de las niñas son víctimas de abusos sexuales.
El abuso sexual constituye un acontecimiento traumático, aunque no se viva de
forma violenta. Como explica Victoria Noguerol, el abuso no forma parte de las
necesidades del niño y la estimulación o excitación producidas por el mismo
abuso dejan una huella en el cerebro. El impacto del abuso en los menores es
mayor porque no tienen las funciones cognitivas desarrolladas.
Algunas de las consecuencias del abuso sexual en la infancia pueden ser la
necesidad de repetir, el “enganche” emocional de la víctima con el agresor o la
excitación sexual. La intensidad de las secuelas variará en función de la etapa
evolutiva del niño y su edad, la frecuencia e intensidad del abuso, la relación del
menor con el ofensor o la respuesta de la familia. Además, las personas que han
sido víctimas de maltrato o abuso sexual, tienen más riesgo de padecer un
trastorno psicológico en la edad adulta y es elevado el número de abusadores
que han sido víctimas de abuso sexual en la infancia.
¿Por qué se dice que el abuso sexual infantil es una “epidemia silenciosa”?
No conocemos el alcance del abuso sexual infantil y no se da a conocer cuando
sucede. En opinión de Victoria Noguerol, por parte de las Instituciones hay falta
de información y políticas poco eficaces, y los profesionales también callan por
miedo a las consecuencias. Entre unos y otros, no se protege al menor. Por otra
parte, es la propia víctima la que está amenazada o no quiere poner en riesgo la
seguridad de su familia, y por eso no dicen nada y se culpabiliza de la agresión
que ha sufrido.

La psicoterapia EMDR ayuda a que el recuerdo traumático del abuso no se


asocie a emociones negativas en el presente y no condicione la salud
mental de las personas que lo han sufrido.

La película “No tengas miedo” refleja el proceso de curación de su protagonista


con este abordaje psicoterapéutico.
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EMDR: la técnica psicológica para tratar experiencias traumáticas


Por Lic, Valeria Sabater

https://lamenteesmaravillosa.com/emdr-la-tecnica-psicologica-para-tratar-experiencias-traumaticas/

La terapia EMDR (movimientos oculares) tiene un fin muy concreto: La terapia


EMDR (movimientos oculares) tiene un fin muy concreto: reducir el efecto de las
experiencias traumáticas reducir el efecto de las experiencias traumáticas.
Estamos sin duda ante un novedoso modelo psicológico que atenúa el impacto
de las emociones negativas mediante estimulación bilateral, es decir, a través
del movimiento de los ojos, determinados sonidos o con estímulos kinestésicos,
como el tapping
.¿Un tratamiento basado en el movimiento de los ojos? Es muy posible más de
uno de nuestros lectores mire este enfoque terapéutico con una mezcla
entre curiosidad, extrañeza y una pincelada de escepticismo. Sin embargo,
cuando uno profundiza más en su técnica, acaba experimentando cierto interés.
Cabe decir que es una terapia relativamente nueva es una terapia relativamente
nueva, y que a pesar de no haber causado el impacto que en un principio se
esperaba, cada vez son cada vez son más los terapeutas que se animan a
utilizarla. más los terapeutas que forman y se animan a utilizarla.

El objetivo de EMDR es procesar las experiencias pasadas y resolver las


emociones asociadas. Los pensamientos y sentimientos negativos que ya
no son útiles se reemplazan por pensamientos y sentimientos positivos
para fomentar así un comportamiento más saludable.

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TRATAMIENTO DEL ABUSO SEXUAL CON EMDR


Anabel Gonzalez y Dolores Mosquera
REVISTA DE PSICOTERAPIA / Vol. XX - Nº 80
Resumen
La terapia EMDR ha obtenido reconocimiento internacional como tratamiento de
elección para el trastorno de estrés postraumático, aunque su utilización se ha
extendido a numerosas patologías. Desde EMDR se entiende que el origen de
los síntomas está en experiencias traumáticas previas que se almacenan en el
cerebro de una manera disfuncional. La resolución de los problemas presentes
del paciente se consigue a través del procesamiento de las memorias
traumáticas, que se reconsolidarán como memorias ordinarias. El procedimiento
estándar incluye no sólo el procesamiento de eventos pasados, sino también de
las situaciones presentes y la proyección de futuro.
Para su aplicación específica en casos de abuso sexual es preciso tener en
cuenta si se trata de un abuso temprano y/o prolongado, sobre todo un
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abuso sexual intrafamiliar, ya que las consecuencias en este caso van más
allá de un estrés postraumático simple, como ocurre en un episodio aislado de
agresión sexual en un paciente con una historia previa sin elementos de
traumatización grave temprana.

Introducción:
La terapia EMDR (siglas de desensibilización y reprocesamiento por movimiento
ocular) es un abordaje psicoterapéutico que enfatiza la importancia del sistema
de procesamiento de información intrínseco del cerebro y cómo se almacenan
los recuerdos. Los síntomas actuales se consideran resultado de experiencias
perturbadoras previas que no fueron procesadas adecuadamente, y permanecen
en un estado específico, es decir, están almacenadas disfuncionalmente
(Shapiro, 1995, 2001, 2007 y Solomon y Shapiro, 2008)
La esencia del EMDR es la transmutación de esta información almacenada
disfuncionalmente a un modo adaptativo que promueva la salud psicológica.
La estimulación bilateral activa y facilita la conexión entre la información
relacionada con la experiencia traumática y el resto de las experiencias
almacenadas en las redes neurales, integrando por lo tanto los recuerdos
traumáticos con información adaptativa y funcional para el paciente.
Por ejemplo, una mujer abusada desde niña por su padre puede desarrollar la
creencia de que es culpable, que no es digna, etc. Durante la sesión de EMDR
puede tener el insight que la lleva a entender lo ocurrido y a cambiar esta
creencia. A menudo la paciente con un tratamiento
EMDR logra cambiar la perspectiva, llegando a la conclusión que “tenía 3 años
cuando ocurrió el abuso y por lo tanto no podía protegerme, Era mi padre el
responsable de lo que estaba haciendo; él era el adulto, yo era una niña normal
de 3 años, por lo tanto, creo y siento ser digna”. Como vemos, el relato de la
paciente refleja que la memoria traumática inicial (fragmentada, sin palabras,
sólo elementos perceptuales no integrados) se ha convertido en memoria
semántica, declarativa (puede hablar sobre lo que sucedió) lo que se
corresponde con los hallazgos neurobiológicos sobre cómo funciona EMDR
(Siegel, 2002; van der Kolk, 2002; Stickgold, 2002).
La eficacia de EMDR en casos de adultos abusados sexualmente en infancia
ha sido avalado por estudios empíricos (Edmond, Rubin & Wambach, 1999;
Parnell, 1999) mostrando una mayor eficacia de EMDR frente al tratamiento
habitual. En víctimas de violación los resultados son muy buenos con muy pocas
sesiones (Rothbaum, 1997). Los supervivientes refieren una mayor resolución
del trauma con EMDR frente a terapia ecléctica (Edmond, Sloan & McCarty,
2004). En comparación con Terapia Cognitivo Conductual EMDR muestra mayor
eficiencia, precisándose aproximadamente la mitad de sesiones que con TCC
(Jaberghaderi, Greenwald, Rubin, Dolatabadim & Zand, 2004; Rothbaum, Astin
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& Marsteller, 2005). La eficacia del tratamiento con EMDR se mantiene a


los 18 meses de seguimiento (Edmond & Rubin, 2004)
Aparte del tratamiento de un abuso o agresión sexual que cumple criterios de
trastorno de estrés postraumático (TEPT), en el que el tratamiento con EMDR ha
demostrado una alta eficacia, hay dos situaciones específicas, que pueden ser
tratadas efectivamente con EMDR, pero requieren consideraciones particulares.
Una es cuando los recuerdos de abuso sexual no eran accesibles para el
paciente y surgen en la sesión de terapia o posteriormente a ella. Dado que
EMDR es una terapia muy poco directiva la posibilidad de que sea el terapeuta
el que sugiere o induce al paciente es muchísimo más baja que en otras
orientaciones terapéuticas.
El terapeuta pregunta únicamente al paciente, en medio de la cadena de
asociaciones, “qué te viene”. Es difícil pensar que este comentario tan neutral
pueda ser el causante de recordar un evento tan traumático como un abuso. Esto
ocurre incluso en casos que acuden por una situación que no parece tener
relación con abusos (por ejemplo, una fobia). Una vez accesibles, estos
recuerdos y evaluados los recursos de regulación emocional del paciente,
pueden ser procesados con el procedimiento estándar de EMDR.
Otra situación particular es la presencia de psicopatología postraumática grave
como trastornos disociativos, trastornos conversivos, trastorno límite de
personalidad o trastornos por somatización. Estos casos pueden ser tratados de
modo efectivo con EMDR, pero precisan modificaciones en el plan terapéutico y
en el protocolo de aplicación, de cara a garantizar que el procesamiento del
trauma se haga después de una adecuada estabilización del paciente. Esta área
está en desarrollo y habrá de ser evaluada en profundidad, aunque hay algunos
estudios (Korn & Leeds, 2002) que presentan resultados positivos.
Conclusiones
EMDR es una terapia que ha demostrado su eficacia en casos de abuso sexual.
La aplicación de los procedimientos habrá que adaptarla al tipo de trauma que
presenta el paciente, habiendo de manejarse procedimientos modificados en los
casos de traumatización compleja. La terapia EMDR trabaja sobre el recuerdo
del trauma y lo procesa, contribuyendo a elaborar las emociones y las creencias
negativas. Por lo tanto, supone un aporte importante al campo de la psicoterapia
y del trauma psíquico.

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