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¿De traición a la democracia, a mal necesario?

Alianzas y políticas

Sergio S. Maicot

Interesante ha sido el ruido que ha ido ocasionado la posibilidad de concretar las alianzas políticas de
manera cada vez más generalizada. Valorarla como alternativa política con sus implicaciones frente a la
amplia experiencia histórica al respecto, aquí y en China y estimar su pertinencia o no para el caso
nacional y en lo local podría ser válido.

Una alianza política entendida como un acuerdo de cooperación entre diferentes entidades o elementos,
en este caso partidos políticos, en relación con una agenda política común, tiende a formarse cuando se
comparten intereses básicos, al menos parcialmente y entre más cercanos sean estos intereses entre los
miembros aliados podría ser de mucho más peso y valor la alianza, podrían ser más los beneficios que
los costos.

Construir una alianza puede significar, hacer compromisos con los aliados, estar dispuesto a escuchar, a
negociar siempre, a ceder en ocasiones, a instalar a la cooperación como un valor en la gestión política,
pero sobre todo a evitar todo tipo de purismo o radicalismo. Una convergencia requiere un esfuerzo y
un ejercicio cotidiano de tolerancia, es un tanto una tarea de equilibrista, ya que se trata de mantener
viva la alianza pero igualmente de hacer avanzar el propio interés partidario. Se trata evidentemente de
una situación social en la que hay que adoptar decisiones y asumir riesgos ante componentes aleatorios.
Resulta imprescindible pues madera política de inmejorable veta.

Gobernar en alianza da mayor oportunidad de obtener mayoría absoluta o casi, asimismo evita las
tentativas de bloqueo sistemático de oposición, podría así evitar la parálisis, que llega a instalarse en los
palacios legislativos.
La alianza como concepto político despierta una gran inquietud y sensibilidad social, deja ver
claramente las posiciones contrastantes, desde quien lo percibe como algo “contranatural”, hasta quien
lo valora como un parte de una normalidad democrática, con amplios testimonios históricos a su favor.

La situación de la experiencia internacional se aprecia variopinta, se pueden reconocer diversas manera


de operar las alianzas, por ejemplo, entre pocos partidos (como en Alemania con dos), o con muchos
(como en Finlandia entre 5, o en India, con 14 partidos o en Japón e Israel, con participación también
crecida.

Una alianza se supone que es cooperativa y en la que sus miembros aportan recursos de todo tipo, con
la intención de cumplir con alguna meta común. Pero la naturaleza de las alianzas, señalan los
analistas, es cambiante, tanto en su naturaleza, como en su apariencia y comportamiento, lo que hace
esencial e imperativo una concreción y claridad de los principios y límites de una coalición entre los
participantes, para que el siempre posible “fuego amigo” pueda ser del menor impacto posible. Una
alianza será viable sólo hasta el punto en que sea capaz de reflejar los intereses de sus miembros, pero
no se puede forzar o hablar de seguridad en los resultados. Una alianza busca la consecución de una
meta y se piensa que si se hace con otros puede resultar más efectiva la acción, de como podría hacerse
sin apoyo mutuo.

En la, digamos, dinámica de los convenios aliancista históricos, se ha visto cómo es posible que
primero los participantes se acerquen para posiblemente irse distanciando después o llegar incluso a
volver enemigos a los aliados, que pueden serlo una jornada y ser enemigos en la siguiente.
Historiadores señalan que esta por ejemplo, fue la lógica (tan oportunista como de alto sentido práctico
militar) de las alianzas políticas de Álvaro Obregón y Venustiano Carranza contra Francisco Villa y
Emiliano Zapata.
Los argumentos a favor de esta lógica de alianzas señala que hoy y ya desde tiempo atrás, son un mal
necesario, ¿o quizá un bien necesario?. Que son ya algo común en no pocos países donde, desde hace
tiempo, no son más una novedad. Ya forman parte de su “normalidad ” de convivencia política. Otro
argumento a favor es que resultan necesarias cuando se enfrentan elecciones muy competidas, donde
parece que han funcionado mejor, como en los sistemas políticos bipolares al extremo.

Se pueden rastrear múltiples experiencias que dan cuenta de la posible conveniencia o no, de las
alianzas: la experiencia internacional documentada señala algunos casos notables, como en Chile en
1973 a 1988, entre el partido demócrata cristiano y el partido socialista (sí, ¡justo entonces!), también
en Alemania del 2005 al 2009 el gobierno aliancista lo integraron tanto el partido de la señora Merkel,
la unión demócrata cristiana, y sus adversarios socialistas, de la que se decía se trataba de una alianza
"de ensueño".

En Argentina en 1999, se construyó una alianza entre el Frente País Solidario (Frepaso) y la Unión
Cívica Radical (UCR), que se unieron para derrocar al Menem, dando una unificación histórica de
partidos representantes de la clase media para romper, dijeron, con la inercia de una gestión
gubernamental con corrupción galopante y una mala gestión política.
Igualmente hoy funcionan alianzas en la ONU, donde existen de manera no oficial 5 grupos integrados
por alianzas (Africa, Asia, Europa Oriental, Europa Occidental, Latinoamérica y el Caribe). Esta
modalidad comenzó como un medio informal para organizar la distribución de las comisiones de la
asamblea general. Un país que no es miembro de alguno de estos grupos regionales es Estados Unidos,
junto con Israel al que no se le ha permito tener participación en uno de estos grupos regionales.

Otros países donde hay experiencia reciente al respecto y también experiencia histórica de alianzas
políticas son: aparte de los ya mencionados, Australia, Chile, Grecia, Italia, Líbano, Montenegro,
Serbia, Taiwan, Rusia, España, Irlanda, Inglaterra, Turquía, Suiza, Suecia y otros nórdicos. En el
parlamento europeo se han dado también estos procesos, que han llegado a ser calificados de
sorprendentes. Hay países donde es inimaginable pensar que un partido pueda gobernar solo (cómo en
Bélgica, Alemania, Holanda).
Así, desde esas experiencias las alianzas han sido no sólo necesarias sino hasta inevitables. En algunos
sentidos y circunstancias, han resultado convenientes tanto para los partidos como para los electores.

Aquí, López Portillo fue candidato común de los partidos Popular Socialista y Auténtico de la
Revolución Mexicana, además del PRI, en la elección presidencial de 1976. No fueron en coalición,
simplemente adoptaron el mismo candidato. Fidel Herrera ganó en 2004 su elección como gobernador
de Veracruz por menos de un punto porcentual. Y fue en coalición encabezada por el PRI, mientras que
su adversario Gerardo Buganza contendió sólo y solo por el PAN. Por mencionar algunos casos.

En México, las coaliciones, candidaturas comunes y alianzas entre partidos, han venido realizándose
desde no pocos años, y se han vuelto más comunes a partir de la llamada "transición democrática",
cuando fue posible sacar al PRI de Los Pinos.

Desde la oposición a esta idea, con reacciones cargadas de emoción, se califica con adjetivos subidos
de tono, se dicen cosas como que se trata de simple ¨amnesia cínica¨, incluso se llega a calificar como
un patológico “Alzheimer político”. Se argumenta que representa una autentica traición a la tradición y
a una idea elemental de democracia, por lo menos de la que conocemos hasta hoy.
Las alianzas políticas podrían ser símbolos de progreso y estabilidad democrática, si tuvieran como
objetivo neto, se dice, el hacer frente a los típicos “monopolios partidarios” que toman posesión sin
más miramientos. O también si no se olvidara tan fácilmente la meta última de todo trabajo
parlamentario en una sociedad como la nuestra, con toda su constelación de rezagos históricos.

Un elemento más que podría inscribirse en los contras, y es la creciente desconfianza de electores por
las decisiones políticas, por percibirlas tan distantes a sus necesidades, por identificarlo como parte de
la simple rebatinga por el poder como meta última y única. Se ven desde ahí, de ese modo, sólo como
electorales estas alianzas, electoreras, supeditadas sólo a esos fines.
Finalmente esto último es el resultado de la distancia que se ha construido a pulso, “nuestra” clase
política indiferente frente a la mayoría de sus representados famélicos, desde sus bunkers de nuevos y
viejos millonarios. Desde jueces y magistrados en quien la gente ya no cree, hasta funcionarios y
diputados de un estado y país en pobreza mayúscula mientras nos dejan ver, sin ruborizarse siquiera,
sus desempeños dispendioso hasta el escándalo, comenzando por sus sueldos de primer mundo.

La experiencia reciente igualmente deja ver, para alimentar la desconfianza, algunas muestras de
convenios, pactos, alianzas, ¿ o cómo llamarles? ¿cochupos?, entre por ejemplo el paisanito presidente
y la señora que dice ser maestra y también es dueña de la SEP, que entre sus creaciones nos han
impuesto la miope y vituperable Alianza por la Calidad Educativa (ACE).
O aquellas alianzas trabajadas para ir contra otras alianzas, como la establecida hace unos meses entre
lideres, el panista Nava y la priista Paredes, para no hacer alianza con ¨ideologias contrarias¨
(¿contrarias a qué?), a cambio de mayoritear para la aprobación de la ley de ingresos de este año.
Frente a engendros semejantes, ¿será posible alimentar la confianza en las posibles bondades de
encuentros aliancistas?

Otros políticos han hecho advertencias acerca de sus ¨grandes y graves consecuencias¨ y de la traición
implicada en el hecho de aliarse con fuerzas contrarias, como lo señaló el líder moral e histórico del
PRD, desde su vitrina. Será otro caso de Alzheimer o sólo desmemoria de oficio, pero quizá no, quizá
recuerda bien, las consecuencias graves de esa especie de alianza suya, de los tiempos de la
“solidaridad” institucionalizada. Esas consecuencias están hoy aquí instaladas. Quizá se trata entonces
de un ¿”mea culpa” histórico, a destiempo?

Este fenómeno de la hibridez en las alianzas políticas parece que ha recibido menos atención de la
investigación académica de lo que meritaría, aunque es precisamente la dificultad para estudiarlas fuera
de las situaciones en que se precipitan sus consecuencias en la vida pública, puede ser algo que explica
esta situación de pobreza en su estudio y análisis.

Y entonces, ¿qué responderemos a nuestros insufribles representantes políticos, cuando nos consulten
(algún muy lejano día, quizá) ¿deben aliarse o mejor no ? La respuesta debe ser Sí, deben aliarse, pero
primero con nosotros, de entrada, sus representados. ¿No lo crees usted así?.

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xepiti@hotmail.com

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