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LECTURAS PROFANAS

«El cuadro de su práctica no es tan sombrío felizmente.


Alguien ante quien se repite siempre en el momento fijado sobre la muralla el fenómeno de la
inscripción de las palabras “Mane, Thecel, Phares”, aunque estuviesen trazados en caracteres
cuneiformes, no puede ver indefinidamente en ellos solamente festones y astrágalos.
Incluso si lo dice como se lee en el poso del café, lo que leerá no será nunca tan estúpido, con tal de
que lea, aunque fuese como Monsieur Jourdain sin saber lo que es leer.»
Jacques Lacan, El psicoanálisis y su enseñanza (1957).
Escritos 1, Buenos Aires, Siglo Veintiuno editores, 1991, página 437

Introducción

Al recorrer este escrito de Lacan por primera vez hace algunos años, tres palabras, insensatas por
cierto, me tomaron por sorpresa.
En este texto, Lacan insiste en que la resistencia es del analista, en tanto se resiste a leer, diríamos,
de una manera profana, desacralizada.
Profano significa pro: afuera – fanus: templo.
Es decir, leer por fuera de cualquier aspiración monopólica del discurso, aquello que se discute y
sobre lo que se reflexiona interrogando con irreverencia el texto.
El psicoanálisis, después de Freud, devino una práctica religiosa, plena de sentidos estancos, y
alrededor de él, se construyó una ciudad fuertemente amurallada, como Jericó.
Jericó es el lugar del retorno que puso fin al éxodo hebreo tras su salida de Egipto.
El sonido de siete shofar hizo estallar las murallas.
Lacan, con su retorno a Freud, cual soplo de Shofar, derriba las murallas de la resistencia, que los
llamados posfreudianos habían levantado en torno al descubrimiento freudiano, impulsados por
la pasión de la ignorancia.
Pues ese retorno consiste, precisamente, según sus propias palabras en “volver a leerlo”.
Pero, ¿qué es la lectura?
Se trata de proceder como el talmudista, en la pesquisa del significante y la letra, cuando se
pregunta ¿dónde está Ester en la Torá?
El Libro de Ester relata su matrimonio con el rey de Persia, Asuero –Jerjes- y da cuenta de la
irreverencia judía, en la negación del pueblo a hacer reverencias a una ídolo o una persona, no
importa cuán investida esté de autoridad, aún bajo amenaza de muerte.
Pregunta sin sentido, siendo que Ester vivió varios siglos después del establecimiento de la Torá
durante el reinado de David.
Entonces descubre que las propias letras del nombre se repiten en otro significante que encuentra
en la Torá.
En hebreo la pregunta es “Ester min hatorá minain” que podemos traducir por “¿Ester en la Torá?,
¿dónde?”. Luego él encuentra las letras de Ester duplicadas, en el párrafo de la Torá que dice
“Aster astir et panai” que podemos traducir por “voy a ocultar mi rostro”.
Lo que interesa retener, es lo que esto nos enseña, acerca de qué cosa se trata el acto de leer.
Se trata de descubrir una cadena dónde una letra o un significante, nos conduce a otro para
producir un anudamiento. Leer es hacer topología.
Hace eco aquí la fórmula de Lacan, “un significante representa al sujeto para otro significante”.
Podríamos decir que el sujeto adviene en la lectura, en tanto que al leer un significante lo conduce
a otro significante.
Freud, como sabemos, fue educado en la tradición judía.
Al aplicar el mismo método de lectura, desprovisto de cualquier posible impronta religiosa, para
leer el inconciente a través de sus manifestaciones, los sueños, el chiste judío y el lapsus, hace del
psicoanálisis su síntoma y, por extensión, el síntoma del judaísmo, en tanto que en el método
psicoanalítico sobrevive la práctica de la lectura sostenida por los judíos durante miles de años con
el texto de la Torá y otros textos, al mismo tiempo que funda un discurso nuevo y sin precedentes,
tal vez sólo comparable a lo que hizo Spinoza cuando escribe su Ética.

Mane, Thecel, Phares.

Las extrañas palabras citadas por Lacan, provienen de El Libro de Daniel, uno de los libros que
integra el Tanaj, la Biblia Hebrea en Ketuvim (Escritos) y no en Neviim (Profetas) como en las
Biblias cristianas, en su capítulo cinco dónde se narra el episodio de Belsasar (Baltasar) que da fin
al sometimiento de los hebreos en Babilonia, adónde fueron llevados por Nabucodonosor tras la
destrucción del Templo de Jerusalém en el año -587, con la caída del imperio, que fue dividido
entre medos y persas.
Interrogando al texto de Lacan en ese fragmento, ¿por qué escribe esas palabras?, y para realizar a
partir de allí una lectura posible es necesario recurrir al menos a otro texto, por caso el Tanaj de
dónde él las toma.
Así la lectura requiere del al menos dos textos para que, entre ellos, algo de la verdad pueda
surgir.
El Libro de Daniel es uno de los más alterados de la Biblia en sus traducciones, se incluyeron
relatos, oraciones y cantos que no aparecen en el original, para dar fundamento a algunos de los
dogmas cristianos como el de la resurrección de la carne y ponerlo en continuidad con el
Apocalipsis.
Daniel es el ejemplo de quien sabe leer otra cosa, de lo que el texto muestra en apariencia.
Conocido como lector de sueños y de inscripciones cifradas, cómo es el caso que se relata en el
capítulo cinco adónde aparecen estas palabras.
Lacan señala que en aquello que se repite, no se puede ver solamente adornos indefinidamente,
sino que se trata de leer en ellos, señalando dos tiempos, uno en que se “ve” y otro en el que se
“lee” haciendo de esas inscripciones, letra.
La letra es lo que resulta del acto de leer, como lo demuestra en su Seminario sobre la Carta
robada (1)
El análisis consiste en aprender a leer, allí dónde otros sólo ven festones y astrágalos.
Leer en la confusión, como enseña J.M. Vappereau (2).
Despejada esta primera diferencia entre ver y leer, subsiste la pregunta: ¿qué es la lectura?
Al recorrer el texto bíblico citado por Lacan, Daniel es convocado por el rey para leer unas
inscripciones que ningún sabio puede descifrar.
Daniel procede de una manera semejante al ejemplo citado por J.M. Vappereau en “Essaim” (3)
dónde reproduce una historieta en la que un investigador revela un mensaje cifrado en el sello de
un sobre. El dibujo es de una corona adornada por perlas. Al ampliar la imagen descubre que esos
adornos contienen una serie de cifras dispuestas en grupos.
Veamos ahora de que se trata el episodio bíblico:
En un banquete que ofrece el rey Belsasar a su corte, utilizó para el festejo vasos de oro y plata
que fueron robados del Templo de Jerusalén, luego de su destrucción, por parte de su padre
Nabucodonosor. Aparecen entonces una serie de inscripciones enigmáticas en la pared.
El rey se aterroriza y llama a sus sabios quienes no pudieron leer la escritura.
A sugerencia de la reina, manda a llamar al judío Daniel, “el que sabe leer” sueños y descifrar
enigmas.
Daniel ingresa al salón y tras observar lo que ahí estaba sucediendo y advertir la ofensa, rechaza
los regalos y títulos que el rey le ofrece para leer, tras asegurarle que igualmente realizará la
lectura.
Primero le recuerda la suerte trágica de su padre y le señala que él también ha cometido una
ofensa al utilizar los vasos del Templo en la fiesta.
“Esta es la escritura”, dice (reproducir escritura hebrea) (3) (4):
“M-NE-, M-NE-, T-QUEL, U-FARSI-N.
Y esta es la interpretación de la cosa: M-NE- (contar), ha contado Dios (los días de) tu reino y ha
hecho fin de él.
T-QUEL (pesar): Has sido pesado en la balanza y hallado falto de peso (en falta).
P-ré-s (dividir): Ha sido dividido tu reino y dado a Ma-day y Pa-rá-s (Medos y Persas).”
Luego de esto, Belsasar igualmente premia a Daniel y lo nombra en el tercer lugar del gobierno del
reino.
Esa misma noche muere Belsasar y el Medo Darío toma el poder y confirma a Daniel en su cargo.
Las inscripciones que aparecen en la pared según las reproduce la Biblia en hebreo, tienen dos
particularidades que él descubre. Una, es que son letras hebreas (no caracteres cuneiformes
propias del acadio, la lengua de Babilonia) que en lugar de estar escritas de derecha a izquierda,
como se escribe en hebreo, están colocadas de arriba para abajo de modo tal que, para un
hipotético lector del hebreo, no sería evidente. En segundo lugar son letras hebreas que escriben
palabras en otra lengua. Daniel lee a la manera de una sopa de letras hebreas que escriben
palabras, con caracteres de otra lengua, acadio o arameo antiguo.
Además la palabra Pares, en tanto que en hebreo no se escriben las vocales, puede ser leída como
Pares (dividir) o Parás (persas).
La lectura concluye recién con el comentario posterior de la significación de esas palabras.
Este método de lectura es el mismo que el de la lectura que hacen los judíos de la Torá.

Nos preguntamos si es posible hablar de una lectura judía que se diferenciaría de otras lecturas, lo
cual supondría que habría diversidad de lecturas propias de cada lengua.
Esta pregunta apareció con insistencia a lo largo del trabajo de cartel. Personalmente encuentro
que si nos remitimos a la Interpretación de los Sueños [5], Freud nos muestra que hay un método
por el cual puede ser leído cualquier sueño, a la manera de un jeroglífico, por ejemplo. Pero no
existe una clave universal, una especie de código que pueda aplicarse por igual a cada uno de
ellos.
Freud conocía, por supuesto, el método de lectura de la Torá y, en general, las particularidades de
la escritura del hebreo que al no escribir las vocales abre un abanico de posibilidades sobre las que
el lector deberá decidir, sin descartar las otras, aun siendo contradictorias entre sí, como veremos.
Así como un sueño puede ser leído de múltiples maneras, todas ellas válidas, así leemos la Torá
encontrando nuevos elementos y nuevas significaciones cada vez. De hecho la lectura de la Torá se
halla ritualizada en la liturgia judía, leyéndose el mismo párrafo cada día del año, cada año, pero,
al mismo tiempo extrayendo nuevas conclusiones y comentarios. Un mismo texto adquiere una
nueva significación cada vez que es “leído” sin desconocer las otras. De lo contrario no hay lectura,
sino una mera repetición mecánica a la manera de un loro o del lenguaje-código de los animales.
Para este caso, bastaría una grabación.

Freud lee como judío o, más precisamente, “sabe leer”, como lo saben hacer los judíos.
Hay ahí una diferencia entre “leer como judío” y “los judíos saben leer”.
Me animo a formular entonces que “hay algunos judíos que saben leer cómo leen los judíos la
Torá” por caso Freud, pero también que “hay algunos no judíos, que saben leer cómo leen los
judíos la Torá”, por caso Lacan.
En ocasión del conflicto entre Freud y Jung, quien se obstinó en encontrar un código de lectura de
los símbolos aplicable a los sueños, Freud le replicó, como consta en la última carta que le dirige,
que él no podía entender porque era cristiano, es decir, porque no sabe leer como judío. [6]
En esta misma dirección podemos citar un párrafo de la entrevista realizada a Lacan por Paolo
Carusso en 1966 en ocasión de la publicación de los Escritos, dónde afirma que, cito: “saber leer
un texto y comprender lo que quiere decir, darse cuenta en qué «modo» está escrito (en sentido
musical), en qué registro, implica muchas otras cosas, y sobre todo, penetrar en la lógica interna
del texto en cuestión. Se trata de un género de crítica que no soy el único que lo practica de una
manera específica; basta abrir un libro de Lévi-Strauss para darse cuenta de ello. La mejor manera
de practicar la crítica sobre textos metodológicos o sistemáticos es la de aplicar al texto en
cuestión el método crítico que él mismo preconiza.
Y así, al aplicar la crítica freudiana a los textos de Freud, se llegan a descubrir muchas cosas.”
Esto tras aclarar que la educación secundaria y universitaria, paradójicamente, impiden que las
personas sepan leer.
A casi cincuenta años después de esta afirmación, podríamos decir que ni siquiera se enseña a leer
a la manera de M. Jourdin, el snob personaje de Moliére al que se refiere en el párrafo inicial.
De ahí deducimos que la enseñanza del psicoanálisis consiste justamente en enseñar a leer.
La destrucción creciente de la lectura, se corresponde con la segregación y el rechazo de la
diferencia, que es lo que se ataca en el cuerpo del judío en un intento de consolidar una única
versión, una única lectura posible, un único y homogéneo discurso verdadero, el de la religión y su
legado, el discurso de la ciencia y hoy, de una manera más difusa, a través del fenómeno de la
globalización que intenta borrar toda diferencia subjetiva.
Estrategia a la larga estéril, puesto que no hay allí posibilidad para el sujeto cuyo cuerpo vive en el
lenguaje, de lo que resulta, necesariamente, una división, más de una versión, siendo ésta la
estructura del narcisismo freudiano y que Lacan nos muestra en su segundo esquema óptico, el
del narcisismo en el lenguaje. [6, Paula, Sobre el Narcisismo y la Segregación].

Volviendo a lo que nos enseña la tradición judía sobre la lectura, la escritura del hebreo, como
dijimos, a diferencia de la escritura grecolatina, no escribe las vocales, por lo tanto es una escritura
que propicia una multiplicidad de lecturas y por ende de lectores, es decir, que convoca al sujeto
en la procura de una significación no cristalizada, no establecida.
La escritura japonesa, china de origen, también toma distancia del intento de escribirlo todo,
propio de las lenguas occidentales. No solamente porque puede ser un mismo ideograma leído en
otras lenguas –cómo quedó demostrado que sucede con el hebreo en el análisis que hicimos del
episodio de Daniel-, sino también porque el sentido resulta de la oposición de por lo menos dos
ideogramas que componen la letra. Por ejemplo, el ideograma para “padre” se escribe con la
conjunción de una figura de un brazo extendido y otro, un puño cerrado, una manera de significar
padre por sus opuestos: “lo que protege y lo que amenaza”, a su vez este ideograma puede
integrar otros siendo la escritura japonesa un conjunto de letras inacabado, más de dos mil Kanji
son los básicos, pero siempre es posible la escritura de una nueva letra.

La lectura y el lazo social


Jebrutá o Metutá, es un refrán en arameo que significa leer con otro o morir.
La práctica de la reunión de varios lectores para estudiar y debatir un texto hace surgir cada vez
una nueva significación por oposición. El lazo social surge como efecto entre el escrito y la lectura
ya que si bien cada quien hace su “propia lectura”, no es sin dirigirse a un otro. Y, para prevenirse
del estancamiento de la lectura y sus efectos imaginarios, ya sea por acuerdo o desacuerdo entre
los comentarios, la midrash prevé la intervención de un otro cualquiera, que no tiene la función de
apuntalar alguna de las posiciones sino que pasa a integrar el debate como uno más. Así la
práctica de la lectura de la Torá evoca a la estructura del cartel propuesta por Lacan y la función
del más uno que una vez producido el anudamiento es uno cualquiera, de modo tal que la
separación de cualquiera de los integrantes del cartel resulta en su desanudamiento.
El método consiste en el comentario de cada lector de un fragmento cualquiera acordado, a través
de la investigación de todas las palabras y las letras que lo componen y que pueden remitir a otra
parte del texto o bien, a otro texto y así…
La palabra “midrash” proviene de la raíz hebrea “darash”, que significa investigación, y es por lo
tanto la exposición de los comentarios que surgen de la lectura de un versículo, tras haber
sondeado las diferentes vías que se abren a partir de cada una de sus palabras y sus letras.
La lectura y la verdad
Según la tradición rabínica, se entiende que cada letra está cargada de innumerables
significaciones, no siendo ninguna más verdadera que otra.
Esto nos introduce a la concepción de la verdad como surgiendo del discurso y siendo una
construcción permanente.
El Talmud, a propósito del debate entre Shamai y Hillel, contrincantes dialécticos, los máximos
exponentes de las escuelas saducea y farisea, de dónde procede el judaísmo clásico dice:
“Las palabras de ambas escuelas son verdaderas porque ambas son las palabras del Dios viviente
(…)” [7].
Así la verdad se aparta de cualquier ilusión de correspondencia biunívoca, de cualquier adecuación
entre las palabras y las cosas que supuestamente nombra, cercana a la posición de Tarski respecto
de la verdad y su crítica al criterio de verdad aristotélico como adecuación. [8]
La verdad sólo aparece como un medio decir en el discurso.
Lacan en la entrevista citada, sostiene a propósito:
“La verdad es lo que resiste al saber. (…)
Sólo puedo concebir un ámbito de la verdad en donde hay una cadena significante. Si falta un
lugar en donde pueda manifestarse lo simbólico, nada se puede proponer como verdad. Es lo real,
con toda su opacidad y con su carácter de imposible esencial, y sólo cuando entramos en el
ámbito de lo simbólico puede abrirse una dimensión (dit-mension) de cualquier clase. La verdad
difícilmente puede ser calificada de dimensión porque en el fondo, todo lo que decimos es verdad
en cuanto lo decimos como verdad; incluso en el caso de que haya cierto matiz de falsedad, no se
trata propiamente de falsedad precisamente porque lo decimos como verdad; la verdad no tiene
ninguna clase de especificidad.” [9]
Encontré un comentario que hace el gramático Melampo en la Tékhne Grammatiké de Dionisio de
Tracia, quien debate con los estoicos y da fundamento a la gramática de las lenguas greco-latinas,
acerca de las etimologías y su relación con la verdad. Dice así:
“Etimología es la desmembración de las palabras, mediante la cual se aclara la verdad; ἔτυμον, en
efecto, se llama lo verdadero [...] Luego etimología es como si se dijera ἀληθινολογία («estudio de
la verdad»), pues las palabras griegas no fueron en su origen dispuestas a cada cosa al azar, sino
que mediante el análisis del sentido descubrimos por qué tal cosa se llama de tal modo. Como si
alguien me preguntase por qué se llama βλέφαρον («párpado»): cambiando la φ en π y partiendo
de la palabra, descubrí que se llama βλέφαρον porque cuando está levantado «miramos hacia
arriba», como si fuese βλεπέαρον («mira hacia lo alto»). O bien, sin cambiar nada, sólo partiendo
de la palabra, hallé que es como un φᾶρος («manto») porque es cobertor de nuestra mirada.”[10]
Este análisis se corresponde con la manera en que procede el judío que sabe leer cuando lee…
La etimología de la palabra “etimología” es ἔτυμος, 'étymos'=verdadero, real y logos=estudio,
saber.
Melampo, en su lengua, procede como cualquier exégeta hebreo y, la verdad, queda situada como
algo inacabado que surge del lenguaje, de la misma manera en que la postula la tradición judía de
la lectura y el psicoanálisis.

La letra hebrea.

De niño, en mi casa, en la biblioteca de mi padre, había varios libros escritos en hebreo y, también,
varios objetos adornados con letras hebreas.
Lamentablemente, no he sido educado en la lectura del hebreo y, a propósito de mi bar-mitzvá, fui
entrenado para leer por fonética la Torá, repitiendo palabras que no me decían demasiado, a la
manera de un loro, para poder cumplir con el ritual.
Pero retengo para mí con emoción, el recuerdo de la curiosidad que sentía cuando veía esas letras
que no tenían mucho más valor que el de un bello adorno destellante que atraía mi atención.
Siempre supe que decían algo, especialmente cuando leía como cuentos, el Tanaj bilingüe de mi
padre.
Me ha llevado mucho tiempo empezar a entender algo acerca de en qué consiste leer esas letras.
Quiero finalizar con una referencia al Cantar de los Cantares, tal vez el más hermoso poema de
amor que se haya escrito. La tradición le atribuye su autoría a Salomón y dedicado a su amor,
Belkis, conocida como la reina de Saba, la Sulamita.
La interpretación rabínica más frecuente encuentra que el escrito es una metáfora de la alianza de
Israel con Dios, siendo Israel la esposa y Dios el esposo.
Ser la esposa de Dios evoca el análisis freudiano del delirio de Schreber.
Para mi gusto, prefiero la lectura que hace Shimon Bar Rajai, Rashbi, el autor del Zoar, el libro
fundamental de la Cábala.
El párrafo en el que se detiene es uno de los primeros, dónde la amada se presenta:
"Negra soy, pero bella, oh hijas de Y-ru-sha-laim, negra como las tiendas de de Q-edar, la mujer
más bella como las cortinas de Sh-lo-mo.
(...)
No me miréis con desprecio por que soy negra.” [11]
Rashbi lee en el significante “negra” y dice que la mujer es la sabiduría, en tanto hace alusión a la
letra hebrea (de color negro en los rollos de la Torá): "Soy negra, pero bella".
La asociación de la letra a la mujer, en Cantar de los Cantares, pone en juego al amor en el acto de
leer y sitúa en el lugar del esposo, al que lee y a la letra, en el lugar del objeto como causa de
deseo.

Finalmente, quiero proponerles un intento de realizar un ejercicio de lectura topológica y profana


sobre el nombre de Daniel, el personaje del que parto.
En Radiofonía, Lacan dice del judío que es “aquél que sabe leer, es decir que por la letra toma
distancia de su palabra, encontrando allí el intervalo justo, para jugar una interpretación » [8].
Encuentro reveladora la expresión que utiliza Belsasar cuando manda a llamar al profeta: “llamen
a Daniel, el judío que sabe leer”, y su eco en la definición de Lacan que acabo de repetir “judío es
aquél que sabe leer”.
Daniel significa en hebreo “el que hace justicia de Dios” o “juez de Dios”, la homofonía del fonema
“ju” en “ju-sticia” que se repite en “ju-dío”, y de “dio” que se repite en “Dio-s” y “ju-dío”, toma un
valor especial para mí, en tanto que Daniel es el nombre que eligieron mis padres para
nombrarme. Así hacer justicia de Dios es ser judío, como Daniel, el que sabe leer.
SI la religión es lo que resulta del rechazo de la lectura profana que el psicoanálisis nos enseña, es
éste el que me permitió descubrirme en y por esa lectura y en el análisis, de otra manera que la
religiosa, como judío, en mi propio nombre en el acto de aprender a leer.

Tras más de dos años de estudio sostenido deseo agradecer a Topología en Extensión de Buenos
Aires que nos ha brindado el marco en el que fue posible desplegar este trabajo.
Agradezco a mis compañeras Frida y Paulina por la generosidad con que me acercaron a los textos
y me explicaron pacientemente de qué se trata la lectura de la Torá, y que hayan hecho de cada
uno de nuestros encuentros, que a veces se extendía por horas, un espacio deseado.
A Paula, que nos ayudó a sostener el entusiasmo, nos orientó y nos esclareció con sus aportes para
la lectura de los textos psicoanalíticos de referencia.
Finalmente a Jean-Michel Vappereau, de cuya enseñanza nos hemos servido permanentemente
para alcanzar a producir estos escritos.

Daniel E. Wainziger
Buenos Aires, 29 de mayo de 2014

Referencias

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