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Siendo soldado fue enviado a cumplir tareas de policía estatal sin haber
recibido capacitación para ello: patrullar ciudades, realizar arrestos, catear
viviendas, interrogar personas.
Una noche durante el patrullaje en las calles de una ciudad de Nuevo León,
el convoy del que formaba parte el soldado, asesinó a un civil inocente que
volvía a su casa del trabajo.
Israel, el soldado que patrullaba como policía estatal las calles de Nuevo
León, explica lo que aprendió sobre identificar a un “enemigo”:
“Nos enseñaron a identificarlo: si trae chaleco negro, capucha negra,
armas. En este caso cuando Calderón dijo que esta era una guerra contra
el narco, pues hoy en día identificas al narco porque anda bien armado,
mejor armado que uno. Los jefes nos decían la facha de un narco:
camionetota, armados, chalecos (…) Imagínate en la noche cuando vamos
a patrullar y vemos de esos, les hacemos el alto, porque se obedeció la
orden”.
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OBEDIENCIA DEBIDA
“Cuando estás obligado a
obedecer, estás sometido.
Cuando sólo obedeces ya
no eres persona, ya no
eres nadie. Eres unas
manos que hacen cosas”.
El testimonio es del soldado Javier. Luego de estar destacamentado 3
años en el norte del país, fue acusado del homicidio de un hombre a quien
su mando torturó. Según relata Javier, el mando lo hizo para sacarle
información de un grupo criminal al que supuestamente pertenecía.
Entonces, el soldado tenía 25 años. Él asegura que recibió la orden de
sostener al hombre detenido mientras su mando y otros compañeros lo
torturaban. Asegura que estaba obligado a hacerlo. Asegura que se
trataba de un narco. Que no era buena persona. Que él no pudo evitar su
muerte. Que cuando la tortura llevaba tiempo intentó defender al joven y
decirle a su mando “ya déjelo, hay que parar, se está poniendo color
morado”.
“Los soldados inferiores estamos sometidos a obedecer órdenes, si no
obedecemos es un delito. Lo único que vale aquí es la jerarquía, lo que
respetas aquí es la jerarquía, no a la persona, porque aquí no saben lo que
es respetar a una persona. Somos los que lamentablemente hacemos las
cosas. Somos las manos de alguien más, se nos utiliza. Las manos somos
nosotros y los que pagamos somos nosotros, la inferioridad es la que
paga”, dice Javier.
Javier, como los otros soldados rasos, está en la parte más baja de la
cadena de mando de las fuerzas armadas. Sobre él hay 15 superiores
jerárquicos que pueden darle órdenes: cabo, sargento segundo, sargento
primero, subteniente, teniente, capitán segundo, capitán primero, mayor,
teniente coronel, coronel, general brigadier, general de brigada, general de
división, el Secretario de la Defensa Nacional y el Presidente de la
República.
“A partir de los cabos ya te pueden dar órdenes y tu solo tienes opción a
obedecer, no puedes opinar”, dice Alberto, otro soldado que causó alta en
el Ejército a los 18. Dos años después, ya había participado en
enfrentamientos con presuntos criminales, decomisos de drogas y
rescates de personas secuestradas.
¿Desobedecer órdenes?
CADENA DE MANDO
Parecía una orden rutinaria: el mayor Alejandro Rodas Cobón mandó al
sargento Andrés Becerra que llevara a la camioneta Lobo dos garrafones
de reserva de 60 litros, uno de gasolina y otro de diesel. Luego vino la
siguiente orden: como no hay choferes, Becerra debía conducir el vehículo
y llevar a un grupo de soldados y un bulto. Ese bulto encobijado era una
persona muerta y el destino del viaje era un rancho donde iban a
desaparecer su cuerpo. Era la madrugada del 23 de junio del 2008.
En otra ocasión de ese mismo año 2008, la tropa detuvo a seis personas
por el asesinato de un soldado y en lugar de presentarlos ante un agente
del ministerio público, como debe ser por ley, los llevó a la Tercera CINE
de Ojinaga. En una palapa, ubicada en esas instalaciones militares, los
soldados vendaron los ojos y torturaron a los detenidos, hasta matar a uno
de ellos. De nuevo vino otra orden a Becerra: debía abastecer la camioneta
Lobo con una reserva de 40 litros y subir a la persona muerta para llevarla
a las afueras de Ojinaga.
Esa camioneta Lobo era conocida entre los soldados como “la Lobo del
mal”. La camioneta había sido asegurada en un cateo a narcotraficantes,
luego la pintaron de verde militar y la rotularon con el número 8013148,
como si se tratara de un vehículo castrense.
El sargento Becerra continúa en su relato con las órdenes que le habría
dado el mayor Rodas Cobón:
“Recibí la orden de que subiéramos al civil muerto y lo trasladáramos al
lugar que el teniente (de infantería Jesús Omar Castillo Martínez) quisiera,
pero que no quería pendejadas de que dejáramos huella alguna de la
desaparición del civil”. En el paraje, continuó Becerra, vio cómo los
soldados quemaron el cuerpo y tiraron las cenizas desde la camioneta que
él conducía, en el camino y un arroyo.
Cómplices, no testigos
Según dijo Rodas Cobón “los mandos que ejecutan las órdenes de los
comandantes no pueden tomar decisiones con base en su propia
evaluación de situaciones, teniendo que ejecutar única y exclusivamente
la orden que recibe del superior, aún cuando sea visiblemente ilegal y se
cause graves daños a la seguridad de las tropas y a la población civil”.
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Erradiquen
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José ingresó a las fuerzas armadas en 2003, cuando tenía 18 años. Como
varios de sus compañeros, ser soldado, dice, le daba la posibilidad de
tener un ingreso fijo y de salir de su hogar. José creció en una familia con
problemas, el padre abandonó a la madre desde que él era niño y no tuvo
otra opción que trabajar, por lo que dejó los estudios cuando iba en la
primaria. En el año 2007 salió de las fuerzas armadas para convertirse en
Policía Federal pues el ingreso como soldado, menor a dos mil pesos
quincenales, no alcanzaba para mantener a su propia familia, además de
que quería un mejor status social.
“Ellos nos decían ‘jóvenes, van a salir a patrullar, van a salir, quiero
chamba, quiero que metan resultados, la pinche delincuencia debe quedar
erradicada, los sicarios, los traidores a la patria, todos esos pinches
militares que ya no están con nosotros y que están en el otro bando deben
ser erradicados. Ellos a ustedes no se la van a perdonar (…) Erradiquen
jóvenes, erradiquen a todos los pinches traidores de la patria’. Entonces tu
salías con esa imagen, pinche sicario pa´abajo”.
Lo que José relata sucedió en 2005, cuando salía a patrullar las calles de
Nuevo Laredo, Tamaulipas, donde estuvo destacamentado durante un año
y 15 días. Entonces esa era la ciudad más violenta del país con un récord
de 250 asesinatos por año. Entonces, la llamada “guerra contra el narco”
no había sido declarada, pero los soldados ya patrullaban en las calles de
esta ciudad y estaban al frente de operativos policiales. Él explica que la
palabra “traidores” era la forma de nombrar a los ex militares que dejaron
las filas de las fuerzas armadas para sumarse al grupo de los zetas.
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“Luz verde significa que te dan la libertad de hacer lo que tú quieras, sin
pedir permiso o autorización. Por ejemplo por reglamento las camionetas
de los soldados (cuando van en convoy) no se pueden separar, con luz
verde, se pueden separar; si ves a un sospechoso se puede revisar y
disparar antes de que ellos disparen porque un hombre armado es un
peligro para el soldado”, dice Ramiro.
“El general nos recibió en el batallón y nos reunió con un equipo de audio,
éramos como 200”. El soldado se refiere a la bienvenida como parte del
Operativo Conjunto Tamaulipas-Nuevo León, lanzado durante el Gobierno
de Felipe Calderón que como parte de la estrategia gubernamental contra
el crimen consistía en enviar fuerzas federales a los estados con altos
niveles de violencia, casi siempre con la consecuencia de disparar más
aún los índices de muerte. “Nos dijo ‘cuídense mucho, ya saben que hay
que trabajar conforme a derecho, pero si ven camionetas con vidrios
polarizados en la noche, son malandros’…”.
Israel reflexiona sobre la guerra contra las drogas lanzada por Felipe
Calderón en el 2006, que es vigente en el sexenio de Enrique Peña Nieto.
Desde que el Ejército fue sacado a patrullar en las calles, en el año 2006,
la presión social y política para devolverlo a los cuarteles ha sido
constante: en el 2011 Javier Sicilia encabezó una caravana que cruzó el
país acompañado por cientos de víctimas con ese reclamo; en ese año
2011 la CNDH reconoció que entre 2007 y 2011 habían llegado 4 mil
quejas por violaciones graves a derechos humanos. También
organizaciones internacionales como Human Rights Watch y Amnistía
Internacional, incluso la Corte Interamericana de Derechos Humanos,
emitieron informes o comunicados llamando a sacarlos de las calles.
Recientemente, el informe Atrocidades innegables, confrontando
crímenes de lesa humanidad en México, Open Society Foundations se
sumó al reclamo.
“Ellos, los soldados, decían que estaban buscando a gente que tuviera
problemas legales o delictivos. Mi hijo estaba en el lugar equivocado. Es
evidente que algo anormal habían hecho los militares porque cuando
fuimos a buscar a nuestro hijo, a preguntar si lo tenían, lo negaron. Al tercer
día de desaparecido estas gentes lo negaron y la policía municipal, la
federal, la milicia firmaron el documento diciendo que no tenían
conocimiento de Jethro cuando después se supo que sí tenían que ver”,
relata el padre.
El soldado de infantería Cristhian Abisay Andrade Rodríguez, declaró al
ministerio público lo que escuchó y vio ese día de la detención dentro del
cuartel militar: “Comenzando a escuchar gritos muy fuertes, como de dolor,
pasando media hora de que estaba gritando y de repente ya no se escucho
nada, y observé que sacaron al civil, todavía caminando, lo sentaron en la
parte trasera de la camioneta siglas 0821303, se veía muy cansado y
comenzó a convulsionar, como un ataque, llamando al de sanidad sin que
pudiera reanimarlo para después informar a los oficiales, los cuales
corrieron a todo el personal de tropa subiendo al civil muerto a la camioneta
0821307 saliendo los cuatro oficiales de las instalaciones con rumbo
desconocido”.
“Mi hijo fue enterrado vivo”, dice su papá, “le echaron ácido muriático para
tratar de deshacer el crimen… fue una muerte espantosa la que tuvo mi
hijo. A mi hijo se le encontraron golpes, tenía un daño en el cráneo que fue
lo que aparentemente lo mató, tenía tierra en los pulmones lo que significa
que aún estaba vivo cuando lo enterraron”.
“Yo lamento esto porque ellos tienen familia, hijos, no les da vergüenza
con su mujer, su madre, sus hijos lo que fueron capaces de hacerle a una
persona? A mi me da pena por sus familias, obviamente que no tienen
nada que ver con esto”, continúa el señor Héctor Sánchez.
“Jethro era un chavo con una calidad humana normal, no era un santo, era
un muchacho normal, le gustaba la fiesta, era responsable en su cuestión
de trabajo, como hijo, como amigo, buscaba tener relación de gente con la
que se pudiera contaminar de algo positivo”.
Los empleados del puente se escondieron bajo las mesas de revisión y los
que alcanzaron corrieron a esconderse a las oficinas. Según contaron
después al ministerio público, una parte del grupo armado entró a las
instalaciones y preguntó por el jefe. Jorge Parral era el responsable del
puente, pero ese día era su descanso y a cargo estaba una empleada.
La mujer dijo que ella solo era responsable del turno, pero que el jefe
estaba en su cuarto –una habitación acondicionada en las instalaciones
del puente- y los condujo hasta allá. Los hombres armados entraron a la
habitación donde Jorge descansaba en pants, lo jalaron de los brazos y se
lo llevaron. También se llevaron una camioneta Cherokee blanca,
propiedad de Jorge. Al arrancar los vehículos e irse del lugar, los hombres
armados dispararon al aire y gritaron:
Dos días después del secuestro, el 24 de abril del 2010, un convoy militar
circulaba por la carretera federal de General Bravo-Reynosa cuando,
según la versión de los soldados, un hombre les dijo que en un rancho
cercano había movimientos extraños. Los militares se dirigieron al rancho
El Puerto en General Bravo, Nuevo León y, de nuevo su versión, comenzó
un enfrentamiento con hombres armados.
La búsqueda de Jorge
Paralelamente, la familia de Jorge lo buscaba. “El mismo día del secuestro,
que nos enteramos de lo ocurrido, viajamos desde Morelos hasta Reynosa
para exigir a las autoridades que lo buscaran”, dice Jorge Parral, padre del
joven. El mismo día del ataque y asesinato –sin saber la familia lo que
habían hecho los militares- empujaron una denuncia ante la PGR para su
localización.
Durante once meses la familia de Jorge lo buscó hasta que descubrió que
la camioneta Cherokee -que los hombres armados se llevaron con él el día
del secuestro- había sido decomisada en el ataque de los soldados. La
familia jaló el hilo y llegó a la fosa común donde estuvo enterrado Jorge,
sin nombre, mientras lo buscaban.
Sin castigo
Por el secuestro, desaparición y asesinato de Jorge Parral y Óscar
García se abrieron ocho averiguaciones previas, en las procuraduría
estatal de Nuevo León, en la Militar y en la General de la República.
Actualmente el caso está integrada en una, a cargo de la PGR.
“Los soldados le
dispararon a pesar de
estar desarmado, a
menos de un metro. Le
“sembraron” armas para
hacerlo pasar como un
criminal”.
Por su parte la Sedena intentó esconder la responsabilidad de sus
soldados en el asesinato de Jorge y Óscar. Primero negó el registro de las
armas utilizadas para el crimen y cuando la PGR comprobó que
pertenecían a la corporación, señaló que ya no eran utilizadas y que el
soldado a quien estaban asignadas no acudió a ese operativo. Además,
interrogó a sus soldados casi un año después sobre el operativo del
rancho, según consta en la recomendación que la CNDH hizo por el caso
y que publicó el 21 de noviembre del 2013.
http://cadenademando.org/capacitacion.html