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LA CAPACITACIÓN

La primera vez que Israel disparó en movimiento fue durante un patrullaje


en Nuevo León. Había pasado ocho semanas de capacitación militar en
los cuarteles antes de ser enviado a las calles, pero el entrenamiento que
recibió no incluyó algo tan básico para la vigilancia en medio de una
ciudad: la ubicación y tiro a objetivos en movimiento.
Israel tuvo una formación que se dividió en dos partes: la primera fue
instrucción académica, la segunda militar: le enseñaron sobre
formaciones, sobrevivencia, camuflaje y uso básico de armas.

Siendo soldado fue enviado a cumplir tareas de policía estatal sin haber
recibido capacitación para ello: patrullar ciudades, realizar arrestos, catear
viviendas, interrogar personas.

“El adiestramiento es muy pobre, lo veía como un juego, disparar a una


silueta... no nos ponían a simular enfrentamientos. Nos enseñaron a
visualizar, analizar, reaccionar, pero ya cuando estás ahí lo único que
piensas es a disparar para salvar tu vida. La primera vez que disparé a
algo en movimiento fue cuando salí a patrullar, le disparé a un automóvil”,
dice Israel.
Las ocho semanas de adiestramiento tampoco le alcanzaron para
aprender sobre derechos humanos, al menos en su caso, las lecciones no
estaban en su currícula.

Una noche durante el patrullaje en las calles de una ciudad de Nuevo León,
el convoy del que formaba parte el soldado, asesinó a un civil inocente que
volvía a su casa del trabajo.

Según la Secretaría de la Defensa Nacional los soldados son instruidos en


el respeto a los derechos humanos. En su página de internet informa que
durante el sexenio de Felipe Calderón se publicaron dos programas
nacionales de este tema, que derivaron en una dirección de derechos
humanos y cuatro programas académicos. Lo que se ha podido encontrar
en las entrevistas con los uniformados, es que no todos recibieron esa
capacitación.

Raúl Benítez-Manaut, académico de la Universidad Nacional Autónoma de


México, ha impartido clases a jefes militares, dentro de los cursos de
maestría en la Marina y el Ejército. En entrevista, explica que los cursos
de derechos humanos se dan a nivel de los oficiales superiores, pero en
mucho menor nivel a los oficiales de rango inferior.

“La formación en derechos humanos en el Ejército va de arriba abajo: de


académicos y expertos a jefes y oficiales de mayor grado. Ellos tratan de
trasladar lo que han aprendido a los oficiales de menor grado y así
sucesivamente. De ahí que puede ser difícil en ocasiones, por su nivel de
estudios, que en la tropa y oficiales inferiores se pueda comprender qué
significa respetar los derechos humanos”.

Esa situación podría generar un desequilibrio, explica el experto. “Los


oficiales inferiores [tenientes, subtenientes], que son los que comandan
operativos, reciben órdenes ambiguas: por ejemplo, tienes que acabar con
los zetas, pero tienes que respetar los derechos humanos”.

La ambigüedad se completa con la “independencia relativa del mando que


controla el patrullaje” y el “factor de adrenalina de combate: si un narco
tiene un AK-47 y se te para enfrente, tú le disparas”.
Benítez-Manaut agrega que la formación que reciben los soldados
respecto a la de marinos y policías federales es deficiente. “Tengan en
cuenta”, razona, “que los marinos son reclutados en puertos, ciudades más
o menos grandes, que ofrecen la posibilidad de estudiar” y contrapone que
los soldados viene en gran parte de zonas rurales de muy bajo nivel
socioeconómico, por ejemplo Guerrero, Oaxaca o Chiapas, las regiones
más pobres de México, con baja escolaridad.
En su artículo Las Fuerzas Armadas en México: entre la atipicidad y el
mito, Marcos Pablo Moloeznik, investigador del Conacyt y de la
Universidad de Guadalajara, sostiene que “la ideología y la composición
del Ejército mexicano son diferentes del resto de cuerpos de América
Latina”. Las Fuerzas Armadas son hijas de la revolución mexicana y sus
integrantes, entonces y ahora, las clases humildes.

“Existen dos ejércitos en México”, matiza “el de los privilegiados y el de las


masas (…) Aquí el Ejército es “el pueblo mismo en uniforme”, al menos en
el sentido de que comparte las abismales diferencias y contrastes que
caracterizan a la sociedad en su conjunto”. Y luego, “los requisitos de
ingreso para el personal subalterno son muy laxos: basta presentar el acta
de nacimiento, la constancia de antecedentes penales y el certificado de
educación básica (secundaria)”.

En entrevistas con soldados involucrados en enfrentamientos estos años


-algunos señalados después de haber perpetrado ejecuciones- el bajo
nivel de estudios, la zona de origen y la falta de claridad en la comprensión
del significado de los derechos humanos y su aplicación, coincide con lo
que apuntan los expertos.
El soldado Felipe, involucrado en un enfrentamiento en Guerrero, cuenta
que se dio de alta en el Ejército por necesidad. “Yo era maestro (pintor)
tenía gente a mi cargo, pero cuando empezaron las cuotas (de extorsión
del crimen organizado)… algunos ya me dejaron de pagar y tuve que
abandonar. Había estado en Estados Unidos pero me agarró la migra. Ya
de vuelta, un día, me visitó un primo militar. Le pregunté y me ayudó. Así
entré yo”.

Sobre la capacitación que tuvo refiere:

“Son ocho semanas de adiestramiento muy duras, se madruga mucho. A


veces hay prácticas por la noche. Te dan muchas clases de derechos
humanos. De ahí, en la segunda fase, cada quien se va para su batallón”,
dice Felipe.
El soldado Felipe fue a la región de la sierra guerrerense. En ese batallón,
relata, el adiestramiento de otras seis semanas consistió en desarmar
morteros de 60 milímetros, aprender a manejar ametralladoras Heckler &
Koch y continuar el entrenamiento físico. Luego, explica, les mandaron a
la sierra, de supervivencia.

Y entonces, después de 14 semanas, él y los demás dejaron de ser


reclutas y se convirtieron en soldados del Ejército mexicano, elementos de
tropa.

En su caso, Felipe cuenta que participó en un “enfrentamiento” que acabó


en la muerte de un grupo de civiles en Guerrero. La justicia luego le
acusaría de homicidio. Aquella vez fue la primera que participaba en un
tiroteo. “No me sentía preparado, pero uno nunca está preparado para una
emboscada, por mucho entrenamiento que reciba”, dice.
Otro soldado, que se identifica como Alberto, no tuvo entrenamiento para
ejercer funciones de policía, a pesar de que su trabajo siempre fue patrullar
en las calles. “Nos capacitan para una guerra, no para andar en
fraccionamientos, haciéndole de policía”.

Él tuvo dos meses de capacitación antes de salir a las calles. Ahí le


enseñaron a disparar a siluetas que simulaban un civil armado y un civil
desarmado, también a siluetas en movimiento e inmóviles.
“El reclutador me había dicho que te adiestran, que las armas, así como
un rambo y tu te la crees. Pero las prácticas de tiro te dan diez cartuchitos
y ya. Nos dieron la materia de ‘guerra de guerrillas’, aprendimos a capturar
prisioneros de guerra, inmovilizarlos con putazos, ponerles playera en la
cabeza y echarles agüita”, dice refiriéndose a la práctica de tortura que
simula ahogamiento.

A partir de que comenzó la llamada “guerra contra el narco” por Felipe


Calderón, se empezó a implementar el adiestramiento de operaciones
tácticas urbanas, dice Ramiro. Su testimonio contrasta con el de otros
soldados, quienes negaron tener capacitación para el patrullaje en calles,
por lo que quizá ese entrenamiento no fue regular para todos.

“Hacían la maqueta de una calle y te enseñan a moverte. Igual nos decían


de eso de los derechos humanos y que respetáramos, pero si uno no
empleaba eso, de los golpes para obtener información, pues no había
nada. Ahorita siento que protegen más a un delincuente que a nosotros, el
delincuente hasta se reía de que lo ponías a disposición y al mes lo
liberaban”, dice Ramiro.

Además de la capacitación institucional, el soldado explica que hay otras


formas de aprendizaje, por ejemplo, el soldado recluta aprende de los
mandos.
“Sicológicamente… pues uno va agarrando escuela. Cuando eres
soldadito recluta te das cuenta y aprendes cómo acciona el cabo. Primero,
cuando empezó todo, nos decían ‘hasta que no vean que ellos les
disparen, ustedes disparen’. Pero la realidad es otra porque si ya me vio y
está armado, pues yo más rápido puedo neutralizarlo porque es una
amenaza para mi. Nosotros por eso llegábamos a un extremo de violencia,
de uso de la fuerza, porque las armas que nos daban de cargo son las
únicas que tenemos para defender y es un calibre grueso, es un arma que
te vuela un brazo, pierna, por eso nos recriminan de que somos muy
salvajes”, dice Ramiro.
A la pregunta de quién es su enemigo, el enemigo del Ejército, él responde
que los narcos. A la pregunta de cómo identificar a un narco en la calle,
Ramiro responde:

“Te das cuenta porque como no siempre están en la ciudad, andan en


brechas están todas polveadas las camionetas, con vidrios polarizados. Si
van más de 3 o 4 hombres en una camioneta, esas son señas que te
ayudan a detectar a las personas que son malas. El mando nunca nos dijo
‘este es el enemigo’ simplemente estás a la defensiva. Como yo vi muertos
a compañeros, pues yo ya vi qué persona es la que anda en malos pasos,
cuando tiran o huyen o corren, solitos se delatan. Ahí no hubo necesidad
de buscarlos porque te los encontrabas, te los encontrabas”.

José, otro de los entrevistados, explica el concepto de enemigo que


aprendió.

“Tu enemigo es el sicario, es el narco. Te enseñan lenguaje corporal para


saber identificarlos, te dicen algunas señas. Al principio (los narcos) traían
camionetas o carros con potencia de arranque, de ocho cilindros.
Después todo eso cambió para despistarnos, ya andaban en motos, en
coches de cuatro cilindros. Después nos la cambiaron, andaban una pareja
con un niño, ya era bien difícil identificar a la maña. Antes ocupaban al
típico pelón, tatuado, rapado, después nos la cambiaron con playeritas
polo, bien cortaditos del pelo, los que eran sicarios de élite”.

Israel, el soldado que patrullaba como policía estatal las calles de Nuevo
León, explica lo que aprendió sobre identificar a un “enemigo”:
“Nos enseñaron a identificarlo: si trae chaleco negro, capucha negra,
armas. En este caso cuando Calderón dijo que esta era una guerra contra
el narco, pues hoy en día identificas al narco porque anda bien armado,
mejor armado que uno. Los jefes nos decían la facha de un narco:
camionetota, armados, chalecos (…) Imagínate en la noche cuando vamos
a patrullar y vemos de esos, les hacemos el alto, porque se obedeció la
orden”.

Armas destruccion letal

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El soldado Alberto, recuerda que en una ocasión al convoy en el que


patrullaba le ordenaron detener a un automóvil por tener actitud
sospechosa, en el norte del país. “Llevaba muchos integrantes, iba
polarizado, manejando mal, rebasando, traía tierra en la carrocería.
Coincidía con lo que nos han enseñado de los narcos, que van muchos
porque son un grupo criminal, traen los vidrios polarizados para esconder
las armas, manejando mal porque vienen drogados o ansiosos, y traen
tierra porque vienen de la brecha donde hacen sus fechorías”.

Los soldados cumplieron la orden y detuvieron al automóvil a disparos,


mataron a dos personas inocentes. Uno de los sobrevivientes, explicaría a
este equipo de reporteros que traían tierra en la carrocería porque venían
de un convivio familiar de un rancho, que venían muchos porque eran
familia, que manejaban mal porque traían dos llantas de refacción en mal
estado, que tenían vidrios polarizados, porque en el norte del país es
común usarlos para amainar el calor.

“Cuando vi que eran civiles, sentí un temor, de qué va a pasar el día de


mañana, que la hubiéramos regado (…) Recuerdo muchos lamentos y
empezamos a solicitar una ambulancia. Me sentí mal porque yo estaba
confiado en el capitán, siento que el capitán hizo eso porque 15 días antes
le habían emboscado y le habían matado a dos soldados, de hecho horas
antes de que nos incorporaran al convoy nos armaron bien”, dice el
soldado Alberto.

OBEDIENCIA DEBIDA
“Cuando estás obligado a
obedecer, estás sometido.
Cuando sólo obedeces ya
no eres persona, ya no
eres nadie. Eres unas
manos que hacen cosas”.
El testimonio es del soldado Javier. Luego de estar destacamentado 3
años en el norte del país, fue acusado del homicidio de un hombre a quien
su mando torturó. Según relata Javier, el mando lo hizo para sacarle
información de un grupo criminal al que supuestamente pertenecía.
Entonces, el soldado tenía 25 años. Él asegura que recibió la orden de
sostener al hombre detenido mientras su mando y otros compañeros lo
torturaban. Asegura que estaba obligado a hacerlo. Asegura que se
trataba de un narco. Que no era buena persona. Que él no pudo evitar su
muerte. Que cuando la tortura llevaba tiempo intentó defender al joven y
decirle a su mando “ya déjelo, hay que parar, se está poniendo color
morado”.
“Los soldados inferiores estamos sometidos a obedecer órdenes, si no
obedecemos es un delito. Lo único que vale aquí es la jerarquía, lo que
respetas aquí es la jerarquía, no a la persona, porque aquí no saben lo que
es respetar a una persona. Somos los que lamentablemente hacemos las
cosas. Somos las manos de alguien más, se nos utiliza. Las manos somos
nosotros y los que pagamos somos nosotros, la inferioridad es la que
paga”, dice Javier.

Javier, como los otros soldados rasos, está en la parte más baja de la
cadena de mando de las fuerzas armadas. Sobre él hay 15 superiores
jerárquicos que pueden darle órdenes: cabo, sargento segundo, sargento
primero, subteniente, teniente, capitán segundo, capitán primero, mayor,
teniente coronel, coronel, general brigadier, general de brigada, general de
división, el Secretario de la Defensa Nacional y el Presidente de la
República.
“A partir de los cabos ya te pueden dar órdenes y tu solo tienes opción a
obedecer, no puedes opinar”, dice Alberto, otro soldado que causó alta en
el Ejército a los 18. Dos años después, ya había participado en
enfrentamientos con presuntos criminales, decomisos de drogas y
rescates de personas secuestradas.

“Quería hacer una carrera militar, superarme, quería superarme, me veía


no como en un trabajo, sino como en una profesión. Cuando entras al
Ejército entras con emoción de los helicópteros, el uniforme, las armas,
eso es lo que atrae. Cuando entras te enseñan normas, valores, pero ya
en las acciones se olvida todo eso.”

“En el Ejército lo primero que nos enseñan es a obedecer. Las órdenes


son claras para nosotros, empiezas con cosas simples, nos dicen por
ejemplo, vayan a barrer, hay que barrer. Vayan a hacer equis cosa, lo
tenemos que hacer a la brevedad posible y con todo el respeto al mando
sin insubordinarnos. A nosotros como soldados nos enseñan a obedecer
órdenes. Si no las obedecemos, estamos insubordinados y eso amerita un
castigo”, dice Alberto.
¿Puede un soldado, sometido a sus mandos, desobedecer una orden que
es ilegal, que significa un crimen contra alguien?

La obediencia, en el ADN del soldado

Un mensaje claro en el libro que rige la vida castrense es la obediencia y


jerarquía. El Código de Justicia Militar tipifica el delito de desobediencia, el
cual comete quien no ejecuta o respeta una orden del superior, la modifica
o se extralimita al cumplirla. Las penas por este delito, según la gravedad
de la circunstancia de desobediencia, van desde nueve meses hasta 60
años.

La única salvedad que tiene el Código para la desobediencia es que


cumplirla pueda constituir un peligro justificado para la tropa, por ejemplo,
desobedecer la orden de mantener a la tropa acuartelada cuando hay un
terremoto o un incendio en el cuartel.

Además de la desobediencia, el código tipifica la insubordinación al


considerarla un delito contra la jerarquía y la autoridad.

La insubordinación la comete quien con “palabras, ademanes, señas,


gestos o cualquier otra manera” falte al respeto a un superior, aun cuando
se encuentren francos o fuera de servicio, y está castigada con penas
desde un año y medio, hasta 60 años si esa insubordinación causa la
muerte del mando.

El abuso de autoridad de los mandos se da cuando el superior da órdenes


de interés personal a un inferior, lo insulta, lo denigra, lo maltrata, lo manda
golpear o se extralimita en castigos. Las penas van desde un año hasta 60
años de prisión si hay homicidio calificado.

El control de la persona dentro de la estructura militar es tal, que, según el


código militar la insubordinación se castiga incluso cuando la orden del
mando es contraria a la ley o cuando el mando maltrata o comete abuso
de autoridad o actos denigrantes contra el soldado. En estos casos el
soldado “insubordinado” recibe la mitad de la pena mínima.

Otro artículo del Código Penal de Justicia Militar establece que si un


mando da una orden a un inferior por interés personal o que no tuviera
relación con el servicio, será castigado sólo con cuatro meses de prisión,
a denuncia del subordinado. Esto no eximiría el proceso en contra del
soldado que hubiese cumplido la orden, si ésta resultó ilegal.

La investigadora argentina radicada en México Pilar Calveiro publicó el


libro "Política y/o violencia". En él, Calveiro busca explicar cómo los
militares fueron capaces de torturar, matar y desaparecer durante la
dictadura argentina. La clave, plantea, está en la obediencia.

"La obediencia, junto con el castigo, es el requisito indispensable para la


disciplina militar. El condicionamiento a la obediencia ciega que reciben
los militares hace que en verdad se les prepare para cumplir las órdenes
sin que exista oportunidad del cuestionamiento acerca de su legalidad, es
decir, precisamente para que sean capaces de cumplir las órdenes
ilegales". Y cuando existe este cuestionamiento, explica, a un orden que
pudiera ser “ilegal”, existe un segundo condicionamiento: el miedo al
castigo.

“Cada soldado, cada cabo, cada oficial en su proceso de asimilación y


entrenamiento, ha aprendido la prepotencia y la arbitrariedad del poder en
su propio cuerpo y en el cuerpo colectivo de la institución”.

En el libro, Calveiro hace un recuento del control que se ejerce sobre el


cuerpo y la mente del soldado: se le asignan horarios, se supervisan sus
actividades, se mide la velocidad de sus acciones, se le controla cada acto,
cada paso, cada momento… así el soldado va extendiendo los límites de
su cuerpo, violentándolo, con un fin:
“El hombre se prepara para el fin último de la institución militar: aceptar sin
resistencia la orden de matar y la posibilidad de morir”.

¿Desobedecer órdenes?

CADENA DE MANDO
Parecía una orden rutinaria: el mayor Alejandro Rodas Cobón mandó al
sargento Andrés Becerra que llevara a la camioneta Lobo dos garrafones
de reserva de 60 litros, uno de gasolina y otro de diesel. Luego vino la
siguiente orden: como no hay choferes, Becerra debía conducir el vehículo
y llevar a un grupo de soldados y un bulto. Ese bulto encobijado era una
persona muerta y el destino del viaje era un rancho donde iban a
desaparecer su cuerpo. Era la madrugada del 23 de junio del 2008.

De acuerdo al relato contenido en el expediente de juicio de amparo


15/2010, antes y después de esas órdenes hubo otras, comandas que
derivaron en el asesinato de siete personas y la desaparición de sus
cadáveres, presumiblemente cometidos por el “Pelotón de la muerte”.

El “Pelotón de la muerte” es el nombre con que un ministerio público militar


llamó al grupo de mandos militares y soldados pertenecientes a la Tercera
Compañía de Infantería No Encuadrada (CINE), en Ojinaga Chihuahua,
que, según expedientes judiciales, hacía tareas de combate al crimen
organizado fuera de la legalidad. Una CINE es una unidad del Ejército que
no depende de una unidad superior, por ejemplo un batallón. Es una
unidad independiente.

El grupo fue llamado así porque habría matado y desaparecido a siete


personas, según la investigación contenida en el juicio de amparo. Además
de realizar cateos sin orden judicial, robar dinero y autos o refrigeradores
decomisados. Además de repartirse el botín o almacenar armas y droga
que después serían “sembradas” a algún detenido.

Las supuestas operaciones del llamado “Pelotón de la muerte” –


documentadas en el expediente judicial del caso-, nos ayudan a entender
las dinámicas cotidianas dentro de un escuadrón militar y cómo se habrían
dado las relaciones de orden y obediencia que habrían derivado en un
entramado de complicidades y en la ejecución de órdenes ilegales.

Para entender cómo se van construyendo esas dinámicas en la vida de un


cuartel, este equipo de reporteros seleccionó algunos de los testimonios
de los soldados que muestran la escalada de órdenes presuntamente
ilegales.
De chofer a cómplice

“Mayor, se va a molestar mi teniente coronel (José Julián) Juárez Ramírez


si me manda fuera de la Unidad”, le respondió el sargento Becerra al mayor
Rodas Cobón, cuando éste le ordenó trasladar en la camioneta Lobo a los
soldados y al bulto. “Entonces el mayor me dijo ‘yo te estoy ordenando que
vayas, entiende que no hay choferes y ahorita que llegue el teniente
coronel le digo que yo te mandé´”, respondió el sargento.

Según declaró el sargento Becerra, aquella madrugada del 23 de junio


condujo la camioneta Lobo a un paraje. En ese lugar vio cómo los soldados
sacaron el cuerpo de la batea, le echaron leña encima, lo rociaron con
gasolina y lo incineraron, para después esparcir las cenizas a lo largo del
camino.

En otra ocasión de ese mismo año 2008, la tropa detuvo a seis personas
por el asesinato de un soldado y en lugar de presentarlos ante un agente
del ministerio público, como debe ser por ley, los llevó a la Tercera CINE
de Ojinaga. En una palapa, ubicada en esas instalaciones militares, los
soldados vendaron los ojos y torturaron a los detenidos, hasta matar a uno
de ellos. De nuevo vino otra orden a Becerra: debía abastecer la camioneta
Lobo con una reserva de 40 litros y subir a la persona muerta para llevarla
a las afueras de Ojinaga.

Esa camioneta Lobo era conocida entre los soldados como “la Lobo del
mal”. La camioneta había sido asegurada en un cateo a narcotraficantes,
luego la pintaron de verde militar y la rotularon con el número 8013148,
como si se tratara de un vehículo castrense.
El sargento Becerra continúa en su relato con las órdenes que le habría
dado el mayor Rodas Cobón:
“Recibí la orden de que subiéramos al civil muerto y lo trasladáramos al
lugar que el teniente (de infantería Jesús Omar Castillo Martínez) quisiera,
pero que no quería pendejadas de que dejáramos huella alguna de la
desaparición del civil”. En el paraje, continuó Becerra, vio cómo los
soldados quemaron el cuerpo y tiraron las cenizas desde la camioneta que
él conducía, en el camino y un arroyo.

“En otra ocasión, el teniente coronel Juárez Ramírez me mandó a llamar y


me dijo que no le tenía confianza a los oficiales porque no le reportaban
dinero o joyas o armas que aseguraban en los cateos, y por lo tanto no
podía encomendarles a dichos oficiales los reportes de los informantes,
diciendo que me tenía confianza suficiente porque había controlado bien
el combustible”.
“Los informantes”, según explicó Becerra, eran integrantes del crimen
organizado que le aportaban al mando datos de grupos criminales
contrarios, que derivaban en cateos, detenciones o decomisos. El mando
al sargento le ordenó convertirse en el enlace entre ellos. El sargento
intentó negarse y el teniente le recordó que era una orden, que no se
preocupara pues solo recibiría información.

Posteriormente, el teniente coronel habría ampliado la orden al sargento


Becerra:
“Me dijo que como ya antes se habían hecho trabajos de ejecutar gente,
sin decirme a quienes, que iba a ordenarles a los informantes que mataran
a otras personas, a lo que le dije que yo no me prestaba para verme
involucrado en ese tipo de actividades, ya que él me había dicho que solo
era recibir información de informantes de casas para catear”.
Becerra dijo a los ministerios públicos militares que intentó resistir a la
orden, pero al final accedió.

“Diciéndome el teniente coronel Juárez Ramírez que yo ya había valido


verga, que yo -como muchos- ya sabía de las actividades que llevaban a
cabo el mayor Rodas Cobón, el sargento Cruz González y el general
Moreno Aviña, amenazándome en ese instante de muerte a mí,
diciéndome que también a mi familia se la iba a cargar la chingada y que
si no colaboraba en esas actividades, los primeros en ser ejecutados iban
a ser mi familia”.

La siguiente orden que recibió el sargento, según narró el mismo Becerra


en el expediente, fue entregar a los presuntos integrantes del crimen
organizado las armas con las que se harían las ejecuciones que ordenó el
mando militar. Becerra también debía entregarles la marihuana como pago
por los asesinatos.

“Desde la primera ejecución en la que se me ordenó ir como conductor yo


me opuse y le quise hacer entender al mayor (Rodas Cobón) que no quería
tener ninguna participación en nada. Sin embargo a partir de esas fechas
como notó que no quise colaborar en cuestiones irregulares me empezó a
agarrar mucho odio, presionándome así para que me fuera de la CINE ya
que no era de su confianza. Pero como no me iba, pretendía involucrarme
con la gente que detenía mostrándole mi foto y los golpeaba para que
dijeran que yo les daba información”, declaró Becerra.

Cómplices, no testigos

Además de Becerra, varios elementos de tropa narraron ante el ministerio


público militar distintas órdenes que supuestamente recibieron de sus
mandos. Esas órdenes permitirían entender la forma en que operaba la
obediencia en las filas en la Tercera CINE de Ojinaga, Chihuahua:

El cabo Adalberto Petlacalco Vázquez declaró sobre la forma en que se le


involucró en crímenes:
“El jefe Rodas Cobón me mandó llamar y me entregó diez dólares, un anillo
de oro y una esclava diciéndome que eso me lo daba para que me
alivianara, además de que me daba esas cosas para que yo no dijera nada
de lo que había pasado (cateos y detenciones sin orden judicial) porque
de lo contrario me iba a matar o desaparecer, que al fin y al cabo ya estaba
dentro de las cosas que él hacía y cometía. Yo por ese temor no dije nada
y recibí el dinero y las alhajas que me estaba dando”.

El soldado Francisco Nava Hernández:


“El mayor empezó a revisar la cartera y papeles (de un detenido), de ahí
vi que el mayor sacó dólares de la cartera de ese civil y a todos los que
estábamos ahí nos dio cuarenta dólares”.

El cabo conductor Dolores de la Cruz Pérez:


“El mayor Rodas Cobón le decía al personal que agarraran lo que quisiera,
que él quería cómplices, no testigos”.

El sargento segundo Alberto Alvarado Vázquez:


“Todo lo que hice en relación a los hechos en que murieron el Michoacano
y el Cholo (dos civiles que habrían sido detenidos y torturados en la
Tercera CINE) fue porque tenía temor de que si me negaba a cumplir las
órdenes del mayor de infantería Alejandro Rodas Cobón, tuviera
represalias en mi contra o de mi familia”.

El cabo de infantería Fernando Nandez García:


“Nos dijo que íbamos a ir a consignar a los cuatro civiles detenidos, yo le
aclaré y le dije ‘mi mayor, yo no quiero poner a disposición a esos civiles,
porque yo no los detuve y cuando nos manden traer a diligencias ¿qué
vamos a decir?’ Él me contestó ‘ustedes aguanten la verga, yo ya le di
parte a mi general Moreno Aviña y él ordenó que fuéramos nosotros’. Pero
yo le dije que yo no quería hacer eso porque después yo podía tener
problemas, pero como él me ordenó, yo cumplía la orden”.

El soldado de infantería Vicente Domínguez Carmona:


“El mayor Rodas Cobón nos reunió cerca de la (camioneta) Lobo y nos dijo
que eso que acababa de pasar (incineración del cuerpo de un civil muerto)
quedaba entre nosotros, porque luego la raza cuando anda peda habla de
más y no quiero que eso pase”.

La cadena de mando, hasta el final

En el proceso penal del caso Ojinaga también hablaron los mandos. El


teniente coronel José Julián Juárez Ramírez, uno de los acusados por los
soldados de darles órdenes ilegales, habló sobre la normalidad con que
los mandos no ponían a disposición cosas decomisadas –como armas y
vehículos- y de cómo esos hechos los conocían el comandante de la
guarnición, el comandante de la zona y el comandante de la región.

“De todo esto (los decomisos y el no poner a disposición) ya estaba


enterado y yo lo controlaba por mis funciones propias de ser el
comandante de la Unidad y porque así se me ordenó por parte del
comandante de la Guarnición, procedimiento con el cual no estuve de
acuerdo con esas formas de operar y cuando así lo manifestaba, el general
respondía diciéndome ‘no tengas miedo, que así se está haciendo en
todas partes’”.

El teniente coronel negó que personal de la Tercera CINE hubiera


realizado ejecuciones o protegido delincuentes.
Interrogado por la Fiscalía Militar, el teniente coronel respondió:

--¿Sabe que conforme a la legislación mexicana es un delito no poner a


disposición de la autoridad competente la totalidad de droga, armas,
dinero, vehículos y personas asegurados en cumplimiento de misiones? –
preguntó el ministerio público.
--Sí sé que es un delito, pero por otra parte estaban las órdenes de un
superior (…) Entonces en esa situación como militar subalterno a quien
ordena otra cosa me vi obligado a obedecer la orden del superior para no
incurrir en delitos del fuero militar.

También habló el mayor Rodas Cobón, quien en sus declaraciones


atribuyó toda la responsabilidad al general Moreno Aviña:
“El general (Aviña) me ordenó que reforzara las acciones que desde hacía
un año venía realizando el teniente de infantería Huesca Isasi, él ordenó
al teniente y a mi que no esperáramos a obtener la orden de cateo
correspondiente, esto con el fin de agilizar los resultados, que esto ya
estaba autorizado, pero no dijo por quién”

El mayor negó haber torturado o asesinado personas, y sobre la


desaparición de cuerpos, dijo que solo transmitió la orden del general a la
tropa.
“El general (Moreno Aviña) comandante de la guarnición nos decía que los
cateos sin orden de un juez estaba permitido desde arriba, sin saber a
quién se refería, que debíamos obtener resultados a toda costa y que esto
se hace en toda la república mexicana, insistiendo constantemente de que
en Ciudad Juárez obtenían resultados y a cada rato y nosotros cuándo y
que ahí los procedimientos fuera de la ley eran normales y que no iba a
haber problema, que así lo hiciéramos, que era en todas partes”.

El domingo 17 de noviembre del 2013 el periodista Jorge Carrasco publicó


en la revista Proceso una entrevista con el abogado del teniente coronel
José Julián Juárez Ramírez y algunos fragmentos de las declaraciones de
los acusados.

En una de ellas, el mayor Rodas Cobón declaró, según lo publicado en el


semanario:
“Todas las órdenes que se recibían deberían ser cumplidas (pues) venían
directamente del Comandante Supremo de las Fuerzas Armadas
(Calderón) (…) Cuando se me da una orden y estoy consciente y tengo
conocimiento de que es ilegal, no estoy obligado a cumplirla; sin embargo,
cuando las órdenes vienen desde el Mando Supremo en ninguno de los
casos es cuestionada”.

En la publicación, el abogado Víctor Alonso Tadeo Solano detalló que,


como defensa del coronel Juárez Ramírez, ha solicitado en varias
ocasiones que se cite a comparecer al ex presidente Felipe Calderón en
calidad de testigo como comandante supremo de las fuerzas armadas
entre 2006 y 2012. No ha tenido éxito en su encomienda. Además
detalla que el entonces titular de la Sedena, el general Guillermo Galván,
ha sido citado a declarar en cinco ocasiones y no ha asistido. Estos
testimonios, explica la nota, permitirían conocer hasta dónde llega la
cadena de mando y demostrar que los hechos imputados se realizaron
cumpliendo órdenes transmitidas por Galván.

La publicación de Carrasco también detalla que los inculpados alegaron


haber sido detenidos de manera arbitraria y torturados para declarar lo que
está contenido en el expediente.
Por entonces, 2.000 soldados y policías acababan de llegar a Chihuahua
en el marco del Operativo Conjunto Chihuahua. Era una de las acciones
coordinadas desde el Gobierno Federal, en las manos de Felipe Calderón,
para contener el aumento de la delincuencia.

El 4 de julio del 2015 el reportero Juan Veledíaz publicó, también en


Proceso, extractos del expediente judicial, en particular las declaraciones
del mayor Alejandro Rodas Cobón, uno de los mandos a quien los
soldados acusan de haberles dado órdenes ilegales.

En las declaraciones publicadas en dicho artículo, Rodas Cobón intentó


explicar la cadena de mando que operó en la época de los crímenes
cometidos por la Tercera CINE en Ojinaga Chihuahua entre 2008 y 2009:
ésta comenzaba en el entonces presidente Felipe Calderón “quien declaró
la guerra contra el narcotráfico”, el entonces titular de la Sedena Guillermo
Galván, el general de división Marco Antonio González, el general de
brigada Felipe de Jesús Espitia, -quien era comandante de la quinta zona
militar de Chihuahua-, el general Jesús Moreno Aviña, quien era el
comandante de la guarnición de Ojinaga y el teniente coronel José Julián
Juárez Ramírez, comandante de la Tercera CINE.

Según dijo Rodas Cobón “los mandos que ejecutan las órdenes de los
comandantes no pueden tomar decisiones con base en su propia
evaluación de situaciones, teniendo que ejecutar única y exclusivamente
la orden que recibe del superior, aún cuando sea visiblemente ilegal y se
cause graves daños a la seguridad de las tropas y a la población civil”.

El 13 de septiembre del 2009, 31 jefes militares y soldados de la Tercera


CINE de Ojinaga, fueron recluidos en el penal militar de Mazatlán
acusados de delitos contra la salud, robo, tortura, asesinato y violación a
las leyes de inhumación. A la fecha, algunos de los soldados de bajo rango
inculpados han sido exonerados; el general Moreno Aviña, el teniente
coronel Juárez Ramírez y el mayor Rodas Cobón singuen en proceso bajo
la justicia civil federal.

Ellos no te van a perdonar.


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En sus filas ex militares.


MATAR O MORIR

“Cuando estás en un enfrentamiento sudas, entras en un shock de ¿qué


va a pasar? ¿voy a morir aquí? Algunos compañeros los ves llorando, otros
repeliendo, otros defendiéndose, otros diciendo ‘órale, cabrón, ¿piensas
morir aquí?’ En tu cabeza solo pasa si vas a morir o no. En ese momento,
un segundo, unos segundos, te acuerdas de que tienes familia y pones en
juego todo lo que tienes y como todos, de que lloren en tu casa, pues que
lloren en la de él, lamentablemente”.
"Habla Javier. El nombre con que será identificado este soldado de 27
años que ingresó a las fuerzas armadas apenas cumplió la mayoría de
edad. Javier no quería portar uniforme militar, quería ser arquitecto pero
no logró terminar los estudios de la preparatoria. La urgencia de mantener
a la familia lo llevó a buscar espacio en el Ejército".

“Nunca tuve en mi vida un sueño… Nunca me sentí comprometido aquí,


era un trabajo más. Antes había trabajado en el comercio, con mi familia.
En algún momento, ya adentro, tuve expectativa de ser soldado, estudiar
aquí y tener una carrera… Yo no me metí aquí para morir ni para matar,
yo me metí aquí para superarme, para ser un orgullo a la familia… Y
mira….”, lamenta. Javier enfrenta un proceso penal por un homicidio
cometido por su convoy durante un patrullaje en Tamaulipas.

Aquí se presentan testimonios de soldados entrevistados que, como


Javier, participaron en acciones contra la delincuencia organizada y se
vieron involucrados en homicidios. Los testimonios reflejan la forma en que
ellos dicen combatir el crimen: las órdenes, la presión, las emociones, las
dudas, las ganas de vengar la muerte de sus compañeros. ¿En qué
condiciones sale a la calle un soldado?

Erradiquen

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José ingresó a las fuerzas armadas en 2003, cuando tenía 18 años. Como
varios de sus compañeros, ser soldado, dice, le daba la posibilidad de
tener un ingreso fijo y de salir de su hogar. José creció en una familia con
problemas, el padre abandonó a la madre desde que él era niño y no tuvo
otra opción que trabajar, por lo que dejó los estudios cuando iba en la
primaria. En el año 2007 salió de las fuerzas armadas para convertirse en
Policía Federal pues el ingreso como soldado, menor a dos mil pesos
quincenales, no alcanzaba para mantener a su propia familia, además de
que quería un mejor status social.
“Ellos nos decían ‘jóvenes, van a salir a patrullar, van a salir, quiero
chamba, quiero que metan resultados, la pinche delincuencia debe quedar
erradicada, los sicarios, los traidores a la patria, todos esos pinches
militares que ya no están con nosotros y que están en el otro bando deben
ser erradicados. Ellos a ustedes no se la van a perdonar (…) Erradiquen
jóvenes, erradiquen a todos los pinches traidores de la patria’. Entonces tu
salías con esa imagen, pinche sicario pa´abajo”.

Lo que José relata sucedió en 2005, cuando salía a patrullar las calles de
Nuevo Laredo, Tamaulipas, donde estuvo destacamentado durante un año
y 15 días. Entonces esa era la ciudad más violenta del país con un récord
de 250 asesinatos por año. Entonces, la llamada “guerra contra el narco”
no había sido declarada, pero los soldados ya patrullaban en las calles de
esta ciudad y estaban al frente de operativos policiales. Él explica que la
palabra “traidores” era la forma de nombrar a los ex militares que dejaron
las filas de las fuerzas armadas para sumarse al grupo de los zetas.

Los muertos no hablan


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“El mando se aprovecha de que tú como elemento andas en la calle, de


que si te tumbaron a un compañero ya tienes rencor en contra del crimen.
Entonces el mando te dice ‘no hay pedo, mátenlos, que no quede nada
vivo, ustedes mátenlos, yo los pago’, porque haciendo memoria en el
Ejército sí me tocó recibir esa orden, que no queden vivos, los muertos no
hablan. Esa era la norma número uno, los muertos no hablan, los muertos
no declaran. Esa es la uno. Ah pero cuando ya todo sale mal, que se
chinguen las escalas básicas, que se chingue la tropa. El mando se lava
las manos”, agrega José.

Otro soldado, que será identificado como Ramiro, de 31 años de edad y


que ingresó a los 18 años a las fuerzas armadas, relata aquella ocasión
en que su convoy fue enviado a patrullar las calles de Nuevo León de rutina
y terminaron en un “enfrentamiento”. Esa noche, antes de salir, recuerda,
el capitán al mando les dio “luz verde” para “accionar”.

“Luz verde significa que te dan la libertad de hacer lo que tú quieras, sin
pedir permiso o autorización. Por ejemplo por reglamento las camionetas
de los soldados (cuando van en convoy) no se pueden separar, con luz
verde, se pueden separar; si ves a un sospechoso se puede revisar y
disparar antes de que ellos disparen porque un hombre armado es un
peligro para el soldado”, dice Ramiro.

Ramiro es del estado de Oaxaca y se hizo soldado por urgencia. Su mamá


lo había corrido de la casa y necesitaba encontrar un trabajo, una salida;
a los tres días se fue a registrar a las fuerzas armadas.
“(Estar en un enfrentamiento) es pura adrenalina. Por los muertos muchas
veces dices no, no quiero venganza, pero sí que pagaran lo que hicieron.
Los narcos ejecutaban civiles, te tocaba ver a familias llorando por sus
hijos ejecutados. La mamá de un chavo llorando, por ejemplo, nos decía
‘haga algo, haga algo, búsquelos y hágalos pagar’. Muchas veces, por qué
les voy a decir que no, había veces y golpeábamos al narco. Por ejemplo,
en una esquina está un tirador (vendedor de droga). Para que tengas
información es necesario golpear a una persona y así te da los puntos (de
venta) y así era cómo obteníamos información y los resultados ahí
estaban, agarrábamos gente con armas”, explica Ramiro.

Cuando había heridos en un enfrentamiento, relata el soldado Ramiro, el


mando les decía que era mejor matarlos. “A veces detenerlo es más
complicado porque lo tienes que llevar al hospital, a veces el mando nos
decía que para evitarse trámites, pues mejor tirarle (…) Así lo manejaban,
porque también si lo pones a disposición, te conoce porque te careas con
él, sale y busca su desquite. A dos o tres compañeros los mataron porque
se carearon con personas y pagaron un dinero y salieron libres y buscaron
venganza. El mando se dio cuenta de esto y tomó una medida interna: si
había forma de no carearse con tal delincuente, pues mejor no hacerlo, el
oficial lo decía. Muchas veces ya las palabras u órdenes salen sobrando
porque el soldado se da cuenta de la situación que vive. Ahí uno usa el
criterio, tienes familia, mejor que lloren allá a que lloren en mi casa. En una
situación de riesgo, con tu vida en peligro, es lógico, si tengo con qué
defenderme claro que lo voy a hacer, más si son personas que hacen mal
a la población”.
“La extrema violencia en Nuevo León era el pan de todos los días. Ya no
era novedad que hubiera muertos, todos los días te topas a los malos. El
uso extremo de la fuerza se volvió cotidiano porque era lo que hacíamos
normal, ellos muchas veces nos madrugaban, ya no había reglas ni de uno
ni de otro bando”, dice Ramiro.

Israel es un soldado más que entrevistó este equipo de reporteros. Él


ingresó a las fuerzas armadas a los 18 años y fue destacamentado en
Nuevo León. Recuerda el recibimiento que tuvo por parte de su mando.

“El general nos recibió en el batallón y nos reunió con un equipo de audio,
éramos como 200”. El soldado se refiere a la bienvenida como parte del
Operativo Conjunto Tamaulipas-Nuevo León, lanzado durante el Gobierno
de Felipe Calderón que como parte de la estrategia gubernamental contra
el crimen consistía en enviar fuerzas federales a los estados con altos
niveles de violencia, casi siempre con la consecuencia de disparar más
aún los índices de muerte. “Nos dijo ‘cuídense mucho, ya saben que hay
que trabajar conforme a derecho, pero si ven camionetas con vidrios
polarizados en la noche, son malandros’…”.

Israel reflexiona sobre la guerra contra las drogas lanzada por Felipe
Calderón en el 2006, que es vigente en el sexenio de Enrique Peña Nieto.

“Pensábamos, ‘si esto es una guerra, desgraciadamente va a haber


muertos’. Desde que dices guerra, sabes que va a haber muertos.
Realmente era algo verdadero, nunca he visto una guerra donde no haya
muertos. Y pues eso era, tener mucho cuidado porque no disparas a un
enemigo, disparas a tu paisano. Para mí no es un enemigo, aunque esté
armado. Yo no veo a nadie como un enemigo, jamás”.

-¿Cómo se explica que muera gente en un enfrentamiento?

-Por la ignorancia, el poco adiestramiento. Mucha gente se mete al ejército


por la cartilla y se queda por la tortilla. Hay gente que ni leer sabe, desde
ahí empieza la mala, en el reclutamiento. Dentro de la institución, te haces
la idea y aceptas de que va haber fallecidos.

-Después de un enfrentamiento ¿llegaban a sembrar cosas?


-Agarrábamos a un delincuente y por ponerlos a disposición me tocó ver
que a unos individuos iban bien drogados, llevaban armas, traían poca
droga y les pusimos a disposición, les pusimos un poco más de droga. No
sé de dónde la sacaban o si ya la llevaban en la camioneta.

Maureen Meyer, directora del programa para México de WOLA, considera


que hay varias razones para explicar las ejecuciones extrajudiciales.

Por ejemplo, durante el sexenio de Felipe Calderón fue común el asesinato


al no detenerse en un retén, o en ataques a la población civil, “en estos
casos tiene que ver con la capacitación militar, con una lógica de usa de
la fuerza masiva”. En otros casos, como el de Tlatlaya, lo que explica la
ejecución extrajudicial es la orden o la interpretación de una orden. La
especialista en derechos humanos critica que en México la investigación
de las ejecuciones no avanza en la cadena de mandos.

“Si hay una investigación de un soldado responsable, se queda en el


soldado implicado. Hay que investigar la cadena de mando, la disciplina
militar, preocupa porque es dejar toda la responsabilidad al soldado y no a
sus superiores que podrían estar emitiendo órdenes ilegales o
simplemente permitiéndolas”, dice.

LOS PATRONES DE LA MUERTE


Tener automóvil con vidrios polarizados, rebasar a un convoy militar,
circular con actitud sospechosa, parecer drogado, parecer
narcomenudista, parecer que quiere desenfundar un arma, barbechar el
sembradío comunal o no detenerse en un retén militar fueron los motivos
por los cuales distintas personas murieron asesinadas por soldados del
Ejército.

Estos son, según los testimonios de soldados que cumplían órdenes de


combate al crimen organizado en las calles del país, los motivos por los
cuales dispararon y mataron a personas.

Desde el año 2006 a abril del 2016 la Comisión Nacional de Derechos


Humanos ha dado 143 recomendaciones a las fuerzas armadas por
violaciones a los derechos humanos (tortura, desaparición forzada,
ejecución extrajudicial y otras como discriminación y violación al derecho
a la salud en los centros hospitalarios). De ese total, casi una tercera parte,
el 28.6 por ciento, son por ejecuciones extrajudiciales.

Desde que el Ejército fue sacado a patrullar en las calles, en el año 2006,
la presión social y política para devolverlo a los cuarteles ha sido
constante: en el 2011 Javier Sicilia encabezó una caravana que cruzó el
país acompañado por cientos de víctimas con ese reclamo; en ese año
2011 la CNDH reconoció que entre 2007 y 2011 habían llegado 4 mil
quejas por violaciones graves a derechos humanos. También
organizaciones internacionales como Human Rights Watch y Amnistía
Internacional, incluso la Corte Interamericana de Derechos Humanos,
emitieron informes o comunicados llamando a sacarlos de las calles.
Recientemente, el informe Atrocidades innegables, confrontando
crímenes de lesa humanidad en México, Open Society Foundations se
sumó al reclamo.

Marcos Pablo Moloeznik, académico de la Universidad de Guadalajara


especializado en fuerzas armadas, dice en entrevista: “Si usas a los
militares sabes cuales son los efectos. En muchos casos, la intervención
del Ejército sí es necesaria, y es amparable en el artículo 29 constitucional,
que regula el uso del estado de excepción. Pero de la manera que se ha
hecho, evitando declarar el estado de excepción, las fuerzas armadas
actúan sin un manto de protección legal. La respuesta del Ejército debe
ser cortoplacista, de choque, para recuperar espacios públicos al narco. A
largo plazo, es malo”.

En respuesta a la presión política y social el 30 de mayo del 2014 el


gobierno de Enrique Peña Nieto publicó el Manual del Uso de la Fuerza,
que prohíbe, entre otras cosas, restringir la respiración a una persona
detenida, disparar desde o hacia vehículos en movimiento –excepto
cuando “no hay alternativa” y haya riesgo inminente contra personas-,
disparar a través de ventanas, puertas o paredes a un objetivo que no está
plenamente identificado, disparar cuando se puede hacer daño a terceros
o disparar a personas que sólo hacen daños materiales.

Pese a la publicación de este documento y a la capacitación en derechos


humanos que la Sedena presume dar a la tropa para regular el uso de la
fuerza y evitar acciones arbitrarias, los crímenes y las víctimas siguieron
aumentando.

Apenas un mes después de que se hiciera público el manual del uso de la


fuerza, soldados asesinaron a civiles en Tlatlaya, Estado de México, en lo
que podría ser una de las más graves masacres cometidas en México,
como lo calificó Human Rights Watch. Sin embargo, un juez exoneró a los
soldados implicados, pues entendió que la PGR no había aportado
pruebas suficientes. El caso está en proceso.
El 28 de julio del 2015 soldados agredieron a comuneros de Ostula y un
niño murió a causa de las balas; en Calera, Zacatecas, el 7 de julio del
mismo año, militares –actualmente en proceso judicial- desaparecieron y
asesinaron a siete personas; en Veracruz, en marzo del 2016
desaparecieron y asesinaron al mecánico Víctor García –también se inició
proceso judicial por este hecho-.

Por ninguno de estos casos tres crímenes la CNDH ha dado


recomendación, pese a que en algunos tienen más de un año de ser
cometidos. La CNDH tampoco emitió recomendación por el asesinato de
11 personas, dos de ellos mecánicos, ocurrido el 17 de junio del 2011 en
la carretera Xalapa-Banderilla, en la que participaron policías estatales,
federales y militares, quienes justificaron la agresión diciendo que se
trataba de criminales. La versión de las autoridades fue desmentida por
Janet Figueroa, hija de uno de los mecánicos asesinados, quien aclaró que
fueron atacados cuando se dirigían del trabajo a casa, que les sembraron
armas y les dieron tiros de gracia. La CNDH tendría que aclarar las razones
por las cuales no ha investigado o concluido la investigación de estos
hechos.

Este equipo de reporteros revisó las 34 recomendaciones que la CNDH


emitió por ejecución extrajudicial contra el Ejército desde el 2007 a la
fecha, que suman 154 víctimas de las cuales 73 fueron asesinadas. A
partir del año 2013 el organismo defensor bajó considerablemente los
señalamientos a la autoridad militar, pues desde entonces sólo ha dado
dos recomendaciones por ejecuciones extrajudiciales, a pesar de que las
mismas cifras de la Sedena reflejan en el 2014 un ligero incremento de
personas asesinadas en supuestos enfrentamientos.

En la revisión a los documentos se encontraron patrones que muestran


poca capacidad de los soldados para responder a momentos de tensión,
presión para salir a combatir a “un enemigo” y el respaldo de la institución
castrense que en sus informes oficiales justifica siempre el uso excesivo
de la fuerza y culpa, a primera instancia, a los muertos de su destino.
Por ejemplo, durante un enfrentamiento ocurrido en pleno centro de
Apatzingán, Michoacán, el 5 de julio del 2007, los militares utilizaron una
bazuca para atacar una vivienda y detener a unos presuntos criminales,
matando a cuatro personas y dejando a otras ocho heridas.
El 1 de junio del 2007 la familia Esparza pasó por un campamento militar
instalado en la carretera que lleva al poblado La Joya, en Sinaloa, cuando
los soldados dispararon contra ellos, matando a cinco personas, entre ellas
tres menores de edad. Para justificar su crimen, los soldados alteraron la
escena del crimen colocando un costal de marihuana en la camioneta,
comprobó la CNDH.

El 8 de mayo del 2008 habitantes de la comunidad indígena de San Carlos,


Oaxaca, estaban limpiando su solar cuando un grupo de 20 soldados llegó,
hizo disparos al aire y cuando asustados las personas comenzaron a
correr, dispararon contra ellos matando a dos personas y sembraron cinco
armas en el terreno, según la CNDH.

El 20 de noviembre del 2011, soldados sacaron de su domicilio a dos


personas, las llevaron al cuartel militar donde se les interrogó y torturó y
uno de ellos murió por la tortura. Los soldados dijeron que le habían
detenido porque salió de su domicilio con una maleta negra llena de armas
y droga, y que su muerte fue por causas naturales, según la CNDH.

Criminalizar a las víctimas

En 32 de las 34 recomendaciones, es decir 94 por ciento, las autoridades


militares intentaron evadir su responsabilidad alterando la escena del
crimen o la narrativa de los hechos para responsabilizar a las víctimas de
su destino.

De las 32 agresiones, en 18 casos se alteró la escena del crimen: en diez


ocasiones los soldados sembraron armas, en tres casos hubo exhumación
clandestina del cuerpo de la víctima, en dos ocasiones se sembró droga y
en un caso los soldados hicieron disparos para inculpar a las víctimas.

En 14 agresiones, los soldados alteraron la narrativa de los hechos para


responsabilizar a las víctimas: por ejemplo mintieron sobre la forma de
detención, negaron la tortura, o simplemente no informan sobre los
hechos.

Los soldados colocaron un costal de marihuana a la familia Esparza del


poblado La Joya, Sinaloa, que perdió a cinco integrantes agredidos al
pasar un campamento militar, en 2007, según la recomendación de la
CNDH. Soldados colocaron armas sobre los cuerpos de los estudiantes
del Tec de Monterrey asesinados en 2010. A los esposos Rocío Elías
Garza y Juan Carlos Peña asesinados al salir del trabajo en Anáhuac,
Nuevo León, en 2010, los soldados les colocaron rifles junto a los cuerpos
y la Sedena los boletinó con apodos del narco. Ese mismo año a un
campesino asesinado en Guerrero, los soldados le colocaron un AK-47.
Los soldados le colocaron armas al cuerpo de Jorge Parral, empleado de
Capufe, y otro compañero de Aduanas, ambos asesinados en General
Bravo, Nuevo León, en 2010. Se movieron algunos cuerpos de las víctimas
de la masacre en Tlatlaya, en el Estado de México en 2014.
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¿Cómo los mataron?

11 casos: ocurrieron cuando los vehículos de las víctimas estaban en


movimiento (incluye pasar por retén, o pasar cerca de donde había un
convoy militar)

14 casos: soldados dijeron que estaban en enfrentamiento o fuego


cruzado, aunque pudo ser ataque directo (incluye asesinato directo con
el pretexto de estar en enfrentamiento)

9 casos: detención arbitraria (incluye detención arbitraria, tortura,


interrogatorio)

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¿Evadieron responsabilidad?
18 casos: soldados alteraron escena del crimen (sembrando armas,
droga o moviendo cuerpos)

14 casos: soldados alteraron la narrativa de los hechos.


LOS CRÍMENES
Otilio Cantú Leer Mas

Margarita Leer Mas


Patricia Leer Mas

JETHRO RAMSÉS: Lo detuvieron, apareció muerto y torturado 10 días


despué

Jethro Ramsés Sánchez fue detenido por elementos del Ejército el 1 de


mayo del 2011 en la Feria de la Primavera de Cuernavaca, en el Estado
de Morelos. Diez días después su cuerpo aparecía sin vida, con señas de
tortura, en un camino vecinal del estado de Puebla, a dos horas del lugar
de donde se lo habían llevado.

Ese 1 de mayo Jethro acudió a la feria con compañeros de un equipo de


fútbol, a celebrar un partido. Hubo una riña que los involucraba. Jethro se
acercó con otro amigo a ver qué ocurría. Llegaron policías municipales que
acusaron a Jethro de ostentarse como miembro de la delincuencia
organizada. Los policías llamaron a los federales para pedir apoyo. Los
federales llegaron, detuvieron a Jethro y su amigo Horacio Hernández y
los entregaron a los soldados, que llegaron en un convoy de 3 camionetas
con 20 elementos aproximadamente. Los federales, concluiría después la
CNDH, realizaron una detención arbitraria porque debieron presentarlos
ante el Ministerio Público de inmediato y dejarlo asentado. Los soldados
se llevaron a los jóvenes. A Jethro lo subieron a la primera camioneta, a
Horacio a la segunda. Los llevaron a un cuartel de la 24a zona militar.

“Lo trasladaron a la carpintería de la unidad (lugar que con frecuencia


utilizan citados oficiales para interrogar a las personas detenidas o
involucradas con la delincuencia organizada, dentro del cuartel militar). En
el interrogatorio participaron los tenientes Orizaba y Guerra, Legorreta
Álvarez y el subteniente Aguilar Guerrero (…) por los golpes que los
oficiales en mención le propinaron al civil y aunado al estado de ebriedad
en que se encontraba, se comenzó a convulsionar”, dijo un soldado, cuyo
nombre se omite en el expediente, ante el MP militar durante la
investigación del caso.

En su declaración ante la CNDH, Horacio, el joven que iba con Jethro,


recordó que una persona que vestía pantalón de mezclilla lo golpeó en la
cara y los pies. También dice que se acercó otra persona con uniforme
camuflado y botas, como las de los soldados; que ésta persona le vendó
la cara, lo esposó y lo llevó a un vehículo, al parecer una camioneta. Luego
añade que al llegar a un lugar, le ordenaron bajar y permanecer hincado.
Allí comenzaron a interrogarlo sobre Jethro y la delincuencia organizada.
Minutos después, escuchó que las personas que lo interrogaban cortaban
cartucho a un arma. Tenía la cabeza tapada. Luego se la colocaron en la
cabeza, lo pusieron de pie y lo subieron nuevamente al vehículo para
trasladarlo a otro lugar. Entonces lo liberaron; ahí lo encontraron policías
de Miacatlán, Morelos. Horacio les dijo que le habían asaltado. Tenía
miedo de que le pasara algo si contaba lo que le acababa de pasar.

Pero a Jethro no lo liberaron y la familia emprendió la búsqueda del joven.

“Ellos, los soldados, decían que estaban buscando a gente que tuviera
problemas legales o delictivos. Mi hijo estaba en el lugar equivocado. Es
evidente que algo anormal habían hecho los militares porque cuando
fuimos a buscar a nuestro hijo, a preguntar si lo tenían, lo negaron. Al tercer
día de desaparecido estas gentes lo negaron y la policía municipal, la
federal, la milicia firmaron el documento diciendo que no tenían
conocimiento de Jethro cuando después se supo que sí tenían que ver”,
relata el padre.
El soldado de infantería Cristhian Abisay Andrade Rodríguez, declaró al
ministerio público lo que escuchó y vio ese día de la detención dentro del
cuartel militar: “Comenzando a escuchar gritos muy fuertes, como de dolor,
pasando media hora de que estaba gritando y de repente ya no se escucho
nada, y observé que sacaron al civil, todavía caminando, lo sentaron en la
parte trasera de la camioneta siglas 0821303, se veía muy cansado y
comenzó a convulsionar, como un ataque, llamando al de sanidad sin que
pudiera reanimarlo para después informar a los oficiales, los cuales
corrieron a todo el personal de tropa subiendo al civil muerto a la camioneta
0821307 saliendo los cuatro oficiales de las instalaciones con rumbo
desconocido”.

“Posteriormente se procedió a subir al detenido a la camioneta militar y


después procedió a retirar al personal de la tropa, quedando únicamente
los oficiales, el teniente Orizaga, el teniente Albañil y el de la voz, y que yo
me quedara con él en la parte de atrás de la camioneta, de ahí salimos
con rumbo desconocido (…) Empezó a manejar el teniente Albañil quien
manejó por más de una hora, era un terreno boscoso y posteriormente
entramos a un área fuera de la carretera y ahí fue donde llegamos a
depositar el cuerpo. Cuando salimos de la carretera encontramos un
terreno despejado donde depositamos el cuerpo, estuvimos apoyándonos
entre los tres oficiales para excavar con una pala y un pico alumbrándonos
con lámpara de mano (…) Aproximadamente excavamos un metro o un
metro y medio de hondo y un metro 70 cm de largo por 60 cm de ancho
donde enterramos el cuerpo, donde lo desnudamos (…) Eran como entre
3 y 430 de la mañana…”, declaró Edwin Aziel Aguilar Guerrero,
subteniente de infantería.

Fueron precisamente las autoridades militares las que encontraron el


cuerpo del joven en un paraje de Puebla La Ocotera-Tochimilco, diez días
después de la desaparición, el 11 de mayo del 2011. En el certificado de
defunción se estableció que murió por traumatismo craneoencefálico y
asfixia por enterramiento. Tres meses después se logró la identificación
del cuerpo, como perteneciente a Jethro.

La Sedena informó en un comunicado el 6 de julio del 2011 que dos


oficiales subalternos habían sido consignados por el crimen.

“Mi hijo fue enterrado vivo”, dice su papá, “le echaron ácido muriático para
tratar de deshacer el crimen… fue una muerte espantosa la que tuvo mi
hijo. A mi hijo se le encontraron golpes, tenía un daño en el cráneo que fue
lo que aparentemente lo mató, tenía tierra en los pulmones lo que significa
que aún estaba vivo cuando lo enterraron”.

“Yo lamento esto porque ellos tienen familia, hijos, no les da vergüenza
con su mujer, su madre, sus hijos lo que fueron capaces de hacerle a una
persona? A mi me da pena por sus familias, obviamente que no tienen
nada que ver con esto”, continúa el señor Héctor Sánchez.

“Argumentaron que no lo detuvieron. Luego argumentaron que él se había


presentado como integrante de un grupo delictivo y que iba a matar a
alguien. Lo detienen, no trae armas ni drogas, lo debieron llevar al MP. No
lo hicieron así. El Ejército se lo llevó. Argumentaron que él iba muy ebrio y
se ahogó y se murió… lo que han hecho es tratar de desvanecer el delito.
El delito está totalmente claro, están tratando de meter una estrategia que
está de moda, argumentar que fueron detenidos de manera ilegal para
alargar el proceso en su contra… ya van 4 años de proceso judicial y me
preocupa que pueda quedar impune”.

Actualmente hay tres soldados en proceso judicial en la vía civil, sin


embargo el coronel al mando no ha sido sometido a proceso.

“Jethro era un chavo con una calidad humana normal, no era un santo, era
un muchacho normal, le gustaba la fiesta, era responsable en su cuestión
de trabajo, como hijo, como amigo, buscaba tener relación de gente con la
que se pudiera contaminar de algo positivo”.

“Jethro era un muchacho que le gustaba salir adelante. Vendió un carrito


que tenía y se fue a trabajar a Estados Unidos para aprender inglés.
Regresó, se inscribió en una maestría, estaba listo para titularse, hizo
proyectos… su sueño era que nuestra empresa familiar fuera algo mayor,
que dejara de funcionar como taller mecánico, que fuera algo más”.

JORGE PARRAL: matar, criminalizar y desaparecer

La mañana del 24 de abril del 2010 un convoy de 14 camionetas de


hombres armados llegaron hasta el puente internacional de Camargo, en
Tamaulipas, levantando las armas al vuelo y gritando:

“¡Venimos por el panochón que le habló al ejército!”

Los empleados del puente se escondieron bajo las mesas de revisión y los
que alcanzaron corrieron a esconderse a las oficinas. Según contaron
después al ministerio público, una parte del grupo armado entró a las
instalaciones y preguntó por el jefe. Jorge Parral era el responsable del
puente, pero ese día era su descanso y a cargo estaba una empleada.

La mujer dijo que ella solo era responsable del turno, pero que el jefe
estaba en su cuarto –una habitación acondicionada en las instalaciones
del puente- y los condujo hasta allá. Los hombres armados entraron a la
habitación donde Jorge descansaba en pants, lo jalaron de los brazos y se
lo llevaron. También se llevaron una camioneta Cherokee blanca,
propiedad de Jorge. Al arrancar los vehículos e irse del lugar, los hombres
armados dispararon al aire y gritaron:

“Esto les pasa por andar pidiendo a los soldados”.

Al día siguiente, ni Jorge Parral ni Óscar García, fiscal de Aduanas,


llegaron a trabajar al Puente. Jorge tenía 38 años de edad y desde el 2003
estaba contratado por Caminos y Puentes Federales, los últimos dos y
medio en Camargo. Óscar también había sido secuestrado por el grupo
criminal.

En esa zona, en esos tiempos, la violencia era común. A diario se


escuchaban los enfrentamientos entre grupos del crimen organizado, una
vez balacearon los transformadores y dejaron sin electricidad al municipio,
incluido el puente fronterizo. Por eso, Jorge Parral escribió oficios a su
jefe inmediato, José Alberto González Karam, el subdelegado de
Operación de Capufe, para pedirle apoyo del Ejército y garantizar la
seguridad de los usuarios y el personal. Desde Capufe le respondieron que
no enviarían refuerzos, por falta de presupuesto.

Entonces los criminales llegaron por él.

Dos días después del secuestro, el 24 de abril del 2010, un convoy militar
circulaba por la carretera federal de General Bravo-Reynosa cuando,
según la versión de los soldados, un hombre les dijo que en un rancho
cercano había movimientos extraños. Los militares se dirigieron al rancho
El Puerto en General Bravo, Nuevo León y, de nuevo su versión, comenzó
un enfrentamiento con hombres armados.

Los soldados avanzaron y encontraron dentro del rancho a siete personas


tiradas boca abajo, tres de ellas atadas de pies y manos, quienes dijeron
haber estado secuestradas. Encontraron también a otros tres hombres
desarmados, a quienes les dispararon y mataron.
A uno de ellos, un el soldado le disparó en el abdomen, el muslo y la pierna
izquierda, luego le dio 6 tiros en la cara, el cráneo y el tórax, tres de ellos
a quemarropa, a menos de 2 centímetros de su piel. Esa persona era Jorge
Parral, quien había sido secuestrada dos días antes por un comando
armado.

Luego de dispararles, los soldados se acercaron a los cuerpos y a dos de


ellos, uno el de Jorge Parral, les colocaron un par de armas junto a sus
manos, con los cartuchos abastecidos.

Más tarde los uniformados informaron a sus superiores lo que ocurrió en


el día: cómo los interceptó un hombre y les alertó del rancho, el
enfrentamiento con los sicarios y la fuga de la mayoría de ellos. El
Ministerio Público militar, con sede en Monterrey, decidió no ejercer acción
penal contra los integrantes del 46 batallón de infantería porque, les creyó:
el asesinato de las tres personas fue en defensa propia. Más tarde, la
Secretaría de la Defensa Nacional emitió un comunicado que se difundió
a nivel nacional donde señaló que durante un operativo en la frontera norte
se rescataron a siete personas secuestradas, se detuvieron cuatro
criminales y tres más fueron asesinados en defensa propia.
El día del enfrentamiento el ministerio público de Nuevo León llegó al
rancho a realizar la inspección cadavérica y fe ministerial del
enfrentamiento. Encontró, entre otras cosas, una camioneta Cheeroke
color blanca con placas de Coahuila, con la puerta del piloto abierta y con
daños en la carrocería por armas de fuego. Al interior de la camioneta
había una credencial con fotografía perteneciente a Jorge Parral, quien se
acreditaba como trabajador de Capufe, en ella estaba su tipo de sangre y
el teléfono de su padre para comunicarse en caso de emergencia.

A pesar de que había su identificación en el lugar del crimen, y una


denuncia por su desaparición. los cuerpos de Jorge Parral y de Óscar,
fueron enviados a la fosa común.

La búsqueda de Jorge
Paralelamente, la familia de Jorge lo buscaba. “El mismo día del secuestro,
que nos enteramos de lo ocurrido, viajamos desde Morelos hasta Reynosa
para exigir a las autoridades que lo buscaran”, dice Jorge Parral, padre del
joven. El mismo día del ataque y asesinato –sin saber la familia lo que
habían hecho los militares- empujaron una denuncia ante la PGR para su
localización.

Durante once meses la familia de Jorge lo buscó hasta que descubrió que
la camioneta Cherokee -que los hombres armados se llevaron con él el día
del secuestro- había sido decomisada en el ataque de los soldados. La
familia jaló el hilo y llegó a la fosa común donde estuvo enterrado Jorge,
sin nombre, mientras lo buscaban.

En la investigación que la Comisión Nacional de Derechos Humanos hizo


del caso –recomendación 57/2013- concluyó que los soldados ejercieron
excesivamente la fuerza contra Jorge, pues le dispararon a pesar de estar
desarmado, a menos de un metro de distancia, además de que le
“sembraron” armas para hacerlo pasar como un criminal.

Después de 11 meses del secuestro y asesinato de Jorge, la familia pudo


enterrarlo. Lo hicieron el 27 de febrero del 2011.

Sin castigo
Por el secuestro, desaparición y asesinato de Jorge Parral y Óscar
García se abrieron ocho averiguaciones previas, en las procuraduría
estatal de Nuevo León, en la Militar y en la General de la República.
Actualmente el caso está integrada en una, a cargo de la PGR.

“Los soldados le
dispararon a pesar de
estar desarmado, a
menos de un metro. Le
“sembraron” armas para
hacerlo pasar como un
criminal”.
Por su parte la Sedena intentó esconder la responsabilidad de sus
soldados en el asesinato de Jorge y Óscar. Primero negó el registro de las
armas utilizadas para el crimen y cuando la PGR comprobó que
pertenecían a la corporación, señaló que ya no eran utilizadas y que el
soldado a quien estaban asignadas no acudió a ese operativo. Además,
interrogó a sus soldados casi un año después sobre el operativo del
rancho, según consta en la recomendación que la CNDH hizo por el caso
y que publicó el 21 de noviembre del 2013.

Una necropsia realizada por la CNDH a los cuerpos de las personas


asesinadas por los soldados, demostró que ellos no habían disparado
arma de fuego, pese a que tenían dos rifles en sus manos.

http://cadenademando.org/capacitacion.html

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