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de Georgieva
Cuatro de cada 10 dólares desembolsados en programas del Fondo están
en el país sudamericano, con el que se espera una dura renegociación en
el primer trimestre de 2020
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IGNACIO FARIZA
La
nueva directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva, a mediados de diciembre en
París. IAN LANGSDON EFE
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Argentina acuerda un rescate con el FMI de 50.000 millones de dólares
Los argentinos temen al FMI
El FMI en la Argentina de la dictadura, la hiperinflación y el corralito
“Más que una papa caliente, es una papa que pela de lo caliente que está”, dispara Claudio
Loser, economista que conoce bien las interioridades del FMI: fue durante ocho años su jefe
para la región. Las cifras están ahí: Argentina le debe al Fondo 14 veces su cuota, cuatro de
cada 10 dólares (3,5 de cada 9 euros) destinados a planes de rescate están hoy en Buenos
Aires y, según las cifras de Loser, el del año pasado es el programa número 21 en seis
décadas. Y, como reza el dicho popular, si debes un peso el problema lo tienes tú; si debes
5.000, el embrollo es para el banco.
“Lagarde se jugó mucho, el Fondo ha perdido y no puede salirse tan fácilmente. Debió
pensar que no había muchos programas abiertos y que podía jugar un monto mayor, dando
más margen a las autoridades argentinas que en el pasado. Esos fueron sus grandes errores”,
desliza Loser por teléfono. Y agrega otro factor al cóctel: la presión de Donald Trump como
parte de su acercamiento a los países contrarios al eje bolivariano. “Georgieva recibe la
herencia más difícil en la historia del Fondo, sin contar con la de Dominique Strauss-
Kahn y Rodrigo Rato, ambas por temas personales”, concluye.
El tamaño del rescate fue “tan exagerado que a muchos nos descolocó”, apunta Arturo
Porzecanski, profesor de la American University. “Argentina tiene problemas legendarios.
El FMI no debería haber hecho una apuesta tan grande. 20.000 millones (17.900 millones
de euros) ya habrían sido un acto de fe, pero 50.000 millones (44.000 millones de euros) y
ampliarlos después… Fue descabellado. Una gran apuesta con un Gobierno que no tenía
más de 18 meses de vida política y que no iba a apretar los tornillos”, continúa.
Gabriel Oddone, de la consultora CPA Ferrere, ve “una situación de muy difícil digestión”
con repercusiones sobre el futuro del FMI. “Los técnicos no lograron frenar un rescate de
una magnitud inconmensurable”, añade. Este “error”, opina Oddone, tendrá repercusiones
no solo para el Fondo y Argentina, sino para toda América Latina: “Se ha gastado toda la
confianza. ¿Qué pasará con Bolivia, Uruguay o Paraguay, candidatos a recibir algún
programa del FMI?”. A esa lista hay que agregar Ecuador, inmerso en un rescate, aunque el
Fondo descarta consecuencias de la saga argentina en este caso.
Nemiña prefiere centrarse en las consecuencias económicas del rescate para el propio país
austral: “un completo desastre”. El plan, subraya, “fue un fracaso porque sus planteamientos
fueron los de siempre: un ajuste del déficit en cuenta corriente en medio de una recesión,
con el consiguiente desplome de la actividad y la depreciación del tipo de cambio”. A eso
hay que sumar que el Gobierno de Macri fue “aún más ortodoxo” que el propio FMI.
“Como no puso control de capitales, los pocos dólares que había se fugaron en manos de los
inversores privados. La única novedad fueron las redes de contención social, que evitaron
un estallido social”.
Cuando las primarias del 11 de agosto pusieron en evidencia que Macri no sería reelegido,
Buenos Aires hizo saltar por los aires el acuerdo de austeridad con el Fondo y, en un intento
por salvar su suerte en las legislativas, limitó la compra de divisas, congeló el precio de las
tarifas públicas y los combustibles y anunció ayudas extra para los más pobres. Abonado al
eufemismo, anunció el “reperfilamiento” del calendario de pagos a los bonistas privados y
negociaciones con el Fondo para posponer la cancelación de intereses. Entonces, las
calificadoras de riesgo ya consideraban los bonos argentinos en zona de impago y el riesgo
país navegaba por encima de los 2.000 puntos.
El FMI, que había entregado hasta ese momento 44.000 millones de dólares, congeló los
desembolsos pendientes con el argumento de que las medidas se salían del libreto original.
Pero pronto fue evidente que el problema era otro: los técnicos del Fondo consideraron una
pérdida de tiempo negociar con el Ejecutivo saliente y preferían esperar al peronista Alberto
Fernández, el responsable final de resolver el problema de la deuda. Ante la ansiedad de los
mercados, el FMI advirtió que cualquier negociación con Argentina debería esperar los
detalles del plan de Fernández.
“El nuevo Gobierno está empezando a asumir sus funciones. Lo importante es escuchar a
las autoridades argentinas sobre sus prioridades y sus planes”, dijo el 12 de diciembre un
portavoz del organismo. Mientras, Fernández advertía a Georgieva de que la crisis heredada
no dejaba espacio para “más ajustes fiscales”.
Más allá del siempre neutro discurso público y con Buenos Aires emitiendo señales
confusas sobre la negociación, la preocupación en el organismo con sede en Washington ha
crecido en las últimas semanas: no conocen las intenciones de Fernández y lo que ven, de
momento, les genera muchas dudas. Quieren más concreción. Un plan, en definitiva. “El
Fondo quiere negociar, pero hay que convencerlo de que hay un plan económico
razonable”, dice Benjamin Gedan, analista del Wilson Center. “Aunque el nuevo ministro
de Economía ha dicho que no quiere préstamos adicionales, necesitará demorar el pago de
la deuda existente”.
Fernández ha logrado el aval del Congreso para una ley de “emergencia económica” que
congela las pensiones, sube los impuestos a las exportaciones agrícolas (la principal fuente
de divisas) e impone una penalización del 30% sobre la compra de dólares. El Gobierno no
usó la palabra ajuste, un término maldito para cualquiera que quiera mantener a flote su
popularidad, pero los inversores leyeron enseguida que más gravámenes y menos recursos a
las pensiones eran evidencia de voluntad de pago. “Las medidas demostraron que la
intención es cuidar el dólar y ser fiscalmente cautos”, resume Nemiña. “Los bonistas
esperan que la quita que pueda proponer el Gobierno sea menor de lo que esperaba. La
clave es ahora ver la reacción del Fondo: si da un aval informal o si dice que antes de
negociar con los acreedores privados, Argentina tiene que firmar con él”, continúa.