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Felipe Munizaga, Andrés Beltrán, Carolina Padilla, Irina López & Uwe Kramp
Resumen: A partir de las recientes demandas de los estudiantes chilenos sobre las condiciones
académicas y universitarias que repercuten negativamente sobre su salud mental, este trabajo busca
definir los principales conceptos que se utilizan, para luego reflexionar sobre las causas y
soluciones del malestar en el contexto de la educación superior. Primero, se sistematiza la
información de distintos organismos: Organización Mundial de la Salud, Ministerio de Salud y de
las Instituciones de Educación Superior (IES). Segundo, se profundiza en la demanda estudiantil
y sus posibles causas. Tercero, se busca responder a la pregunta: ¿Deben las IES hacerse cargo de
las problemáticas de salud mental estudiantil?, y de ser afirmativa la respuesta: ¿De qué forma las
IES deberían hacerlo? Los principales resultados de este ensayo científico-reflexivo, plantean que
es necesario comprender el malestar universitario desde las nuevas claves culturales que expresan
los jóvenes, que van desde los 18 a 29 años –adultos emergentes. Por su parte, la demanda
estudiantil asocia las causas a la sobrecarga académica; la normalización de las prácticas
universitaria (competencia y exitismo) y, sobre todo, la invisibilización de cuadros de ansiedad,
estrés y depresión. En consideración a lo expuesto, se concluye que las IES sí deben hacerse cargo
(en ámbitos de gestión, de aula, psicosocial e institucional); enfocando su trabajo en la promoción
de la calidad vida universitaria; y en la prevención, derivación y seguimiento de casos específicos
en salud mental. Todo lo anterior en pos de formar de manera integral a las y los estudiantes no
sólo como profesionales, sino también como ciudadanas/os del futuro.
Una de las principales características del perfil de estudiante es su rango etario, lo que se
conoce como “adultos emergentes” (AE), que van de los 18 a 29 años (Arnett, 2000). En este
sobresale la autonomía, responsabilidad académica (y en algunos casos económica), expectativas
familiares y personales, y la búsqueda de la identidad personal (Baader, Rojas, Molina, Gotelli,
Álamo, Fierro, Venezian & Dittus, 2014). La serie de cambios que se presentan en la “adultez
emergente”, obligan a las personas a movilizar diversos recursos para adaptarse a las nuevas
exigencias del ambiente, esto debido a la alta exigencia que conlleva a los estudiantes presentar
malestares psicológicos (Baader, et al., 2014; Cova, Alvial, Aro, Bonifetti, Hernández, Rodríguez,
2007; Rioseco, Valdivia, Vicente, Vielma, Jerez. 1996; Fritsch, Escanilla, Goldsack, Grimber,
Navarrete, Pérez, Rivera, González, Sepúlveda, Rojas, 2006).
Los elementos del perfil AE se intensifican con el “nuevo estudiante” que se integra a la
educación superior, agudizando la prevalencia de trastornos psicológicos, debido a sus condiciones
sociodemográficas (Ortiz, López & Borges, 2007). Uno de los motivos de la inestabilidad
emocional de los estudiantes, son su situaciones económicas y la gestión de éstas para el futuro,
en función de sus deseos académicos, profesionales, personales y sociales (Vaez, M., Kristenson,
M. & Laflamme, L. 2004).
Esto implica que las instituciones formadoras, especialmente aquellas de carácter estatal,
pueden desarrollar acciones y estrategias que fortalezcan la equidad social. Actualmente muchas
universidades chilenas han incorporado políticas internas en temas de equidad, inclusión y
diversidad, sin embargo, a pesar de los esfuerzos, aún queda mucho por avanzar. Esto se refleja en
las dos últimas movilizaciones estudiantiles; primero, la lucha feminista de mayo del 2018, la cual
exige mayor visibilización de las mujeres dentro de la vida universitaria y el mundo académico. Y
en el presente año -2019- una nueva demanda cobra importancia: salud mental.
Desarrollo
Salud mental ha sido el constructo utilizado por la demanda estudiantil para expresar el
malestar relacionado a la sobrecarga académica, normalización del tipo de experiencia que tienen
dentro de la universidad (competencia y exitismo), condiciones precarias de estudios, problemas
de financiamiento y, sobre todo, la invisibilización de cuadros de ansiedad, estrés y depresión
(Jiménez, Rojas & Martínez, 2019)1.
Los datos que presenta el Ministerio de Salud chileno es que la problemática “salud
mental” está presente en toda la población. Las cifras muestran que el 23% de las enfermedades
son consideradas como problemas psicológicos, siendo las más significativas los trastornos
ansiosos, depresivos y de consumo (MINSAL, 2017). En las IES el panorama no varía, según la
Encuesta Nacional de Salud Mental 2019, el 46% de los universitarios asegura tener síntomas de
ansiedad y depresión, y el otro 54% de sufrir estrés.
A partir de lo anterior, se hace necesario ahondar aún más sobre el concepto de salud
mental, pues, para la Organización Mundial de la Salud, se trata de “...un estado de bienestar en el
cual el individuo es consciente de sus propias capacidades, puede afrontar las tensiones normales
de la vida, puede trabajar de forma productiva y fructífera y es capaz de hacer contribución a su
comunidad” (OMS, 2004). La compresión de esta definición es amplia, lo que ha liberado distintas
concepciones del fenómeno, observándose categorías poco unificadas y heterogéneas (Restrepo &
Jaramillo, 2012). A lo anterior, se suma que en la literatura se presentan diversos constructos
relacionados y que muchas oportunidades se utilizan como sinónimos. En este escenario
encontramos: salud mental, calidad de vida, bienestar psicológico y experiencia estudiantil2.
Es por lo anterior que en este documento se decide utilizar el concepto de calidad de vida,
que se define como “…la percepción individual de la posición en la vida en el contexto de la
cultura y sistema de valores en el cual se vive y su relación con las metas, expectativas, estándares
e intereses” (The WHOQOL Group, 1995). El uso de calidad de vida en un contexto universitario,
es por una lado, validar la complejidad del fenómeno, y por otro lado, evitar el sesgo médico-
patológico que presenta el concepto de salud mental. En el modelo conceptual de la OMS (1995)
se contempla que la calidad de vida tiene dos dimensiones: percepción objetiva y autoreporte
subjetivo. Ambas dimensiones presentan subcategorías que comparte: dominio físico, dominio
psicológico, medio ambiente, nivel de independencia, relaciones sociales y espiritualidad. En el
dominio psicológico se encuentra la salud mental, como parte de un todo.
1Al ser un fenómeno reciente aún no existen artículos que sistematicen la demanda estudiantil 2019, es por esto que
se cita una columna de investigadores del Núcleo Milenio para Mejorar la Salud Mental de Adolescentes y Jóvenes.
2
Se pueden revisar las diferentes acepciones que admite cada constructo: calidad de vida (Urzúa & Caqueo-Urízar,
2012); bienestar psicológico (Quevedo, Botto, Leighton & Martínez, 2019); y experiencia estudiantil (Carli, 2014).
aquellos provenientes de sectores subrepresentados), la calidad de vida universitaria debe ser
prioridad para que las instituciones puedan cumplir los objetivos antes mencionados.
Si bien no existe una taxonomía clara de las variables psicosociales, existen autores (Kim,
Newton, Downey & Benton, 2010; Krumrei-Mancuso, Newton, Kim &Wilcox, 2013; Russell &
Petrie, 1992) que mencionan seis variables psicológicas como las más influyentes a la hora de
entender el logro académico, y que además tienen la característica de ser modificables por los
propios estudiantes, éstas son: autoeficacia; organización; atención del estudio; manejo del estrés
y del tiempo; involucramiento en actividades universitarias; satisfacción con los académicos; y la
participación en clases.
En base a la información presentada, sostenemos que las IES deben hacerse cargo de la
demanda estudiantil, enfocando sus esfuerzos en las acciones e intervenciones de variables
psicosociales que pueden mejorar la calidad de vida universitaria. Es un gran desafío que debe
estar presente en toda la comunidad universitaria y que se contemple en los requisitos de
acreditación. Esta reflexión invita a extender la concepción de calidad educativa no sólo a un
ámbito profesional, sino también personal, subjetivo y humano.
Asumiendo que toda institución debe hacerse cargo de sus estudiantes, apuntando tanto a
la promoción de la calidad de vida universitaria, como a la prevención, derivación y seguimiento
a casos de malestar psicológico de los estudiantes, es que este ensayo científico- reflexivo propone
tres dimensiones de intervención:
Referencias