Você está na página 1de 15

1

Los muchachos:
Narrativas de la delincuencia juvenil en las
barriadas de Medellín

Alejandro Ponce de León – Calero


Universidad de los Andes
Maestría en Estudios Culturales

*Documento elaborado para el 54 international congress of Americanist.

Universität Wien, 16 de Julio de 2012


2

Somos testigos de una llamada crisis de la juventud latinoamericana. Si el siglo XIX

había marcado las pautas para la emergencia del joven como sujeto en camino hacia la

madurez, el final del siglo XX marcará de la mano de los cholos en México (Arce, 2008), las

maras en Guatemala (Brands, 2010), los pibes chorros en Argentina (Míguez, 2010), los

malandros en Venezuela (Pedrazzini & Sánchez, 1998) y los favelados en Brasil

(Herschmann, 1997) una nueva condición de existencia para el adolecente: ya no será transitar

de la naturaleza a la cultura, sino ser la alteridad, vivir la anomia, encarnar el sin sentido y

cargar consigo las identidades y utopías fallidas.

En Colombia este cambio también implicó un viraje total en las formas de

representación de lo juvenil. Diversos saberes expertos convergieron en la emergencia de un

nuevo discurso sobre la problemática de la criminalidad urbana, y con ella apareció un nuevo

sujeto-problema: el joven delincuente1. Desde la academia se reflexionó acerca de los

escenarios endémicos en que se estaban formando las futuras generaciones2; los medios

masivos, a través de filmes tales como Rodrigo D: No futuro (1990), La vendedora de rosas

(1998) o Sumas y restas (2005) evidenciaron una vida sin esperanzas; las ONGs consolidaron

miles de informes que recomendaban diversas estrategias para superar la crisis3; y siguiendo

1
Entiendo discurso a partir del trabajo de Michel Foucault sobre la dinámica del discurso y del poder en la
representación de la realidad social. En particular, considero su contribución al estudio de los mecanismos
mediante los cuales un determinado orden del discurso produce unos modos permisibles de ser y pensar al
tiempo que descalifica e incluso imposibilita otros. (Foucault, 1973).

2
Para una buena síntesis de la producción académica sobre la juventud en los noventas, referirse a Arroyave y
ondo o (1997).

3
Es interesante que la gran parte de la producción catalogada como académica provenía de los centros de
pensamiento de las mismas ONG que se vinculaban a la fiscalización local de los programas de colaboración
internacional. A propósito de este debate, consultar Bolivar, Posada y Segura (1997).
3

estas advertencias, las agencias estatales desarrollaron un amplio portafolio

institucional para contener a la juventud que ahora se llamó población en alto riesgo.4

Los jóvenes, divino tesoro para Rubén Darío (2001), adquirieron una nueva

verse, visibilizarse, ubicarse y producirse dentro de la sociedad colombiana: el peligro

amenaza. Pero aunque ya hayan pasado varios años desde que se acusó esta desgracia,

poco lo que sabemos en la literatura nacional sobre cómo la gente interactúa y

desde la vida cotidiana a estos muchachos que discursivamente permanecen a la

exterioridad del orden cívico. Por ello, en el presente documento abordaré las formas

como los vecinos de un barrio popular5 de Medellín (Colombia) se relacionan con los

jóvenes delincuentes a partir del estudio etnográfico de los tres componentes que

considero el corazón discursivo de esta representación: 1) son foráneos frente a la

comunidad, 2) imponen el desorden social, y 3) no tienen otra oportunidad económica

más que estar en estas dinámicas criminales.

El trabajo investigativo está enmarcado dentro de los estudios de las políticas

de la representación, comprendidos como el estudio de la disputa – a veces consciente,

pero muchas veces inconsciente –, sobre el significado de las prácticas sociales

(Shapiro, 1988). Para ello, tomo como categoría central de análisis el concepto de “lo

político” del filósofo argelino Jacques Rancière, entendiéndola como el punto de

4
El programa Fuerza Joven de la alcaldía de Medellín cuenta con un componente llamado “Jóvenes en Alto
Riesgo” en el cual se enfoca en acciones preventivas de la juventud antes que propositivas, apuesta que ha sido
insistentemente criticada desde los movimientos sociales y las mismas agencias del Estado.

5
Haciendo una relectura a los planteamientos de Jesús Martín-Barbero (1987), entiendo el barrio como espacio
de fermentación cultural y política de una nueva identidad, como un ligar de identidades, de pequeñas historias
de vida, que en la sumatoria prefiguran una historia común que es de todos; es la propia historia asumida de
manera colectiva. “El barrio anuda y teje nuevas redes que tienen como ámbito social la cuadra, el café, el club,
la sociedad de fomento y el comité político” (p. 213).
4

suspensión de la existencia de un escenario común a partir del encuentro entre dos relaciones

de mundo heterogéneas (Rancière 2002, p. 60). Esta conceptualización orienta hacia el

estudio de la interrupción, la fractura y en las líneas de paso que quiebran el sistema de

representación vigente, y por ello, más que contrastar la correspondencia o resistencia entre

discursos populares y los saberes policiales, permite enfocarse en los puntos de inestabilidad

representacional que se producen en el uso y la práctica.

Esta misma alternativa rompe con las dos propuestas tradicionales en que se lee “lo

político” de los procesos criminales: tanto como la capacidad relacional para construir o

destruir un orden social (Berger & Luckmann 1968), o como el quehacer institucional en la

toma de decisiones en asuntos de orden público (Olson 1964, Ordershook 1992, Ostrom

2000). Por ende, entiendo la apuesta rancièreana como una apuesta estratégica por la

investigación tanto de la apertura como del “extra amiento”, pues no parte de evidenciar

situaciones límite sino más bien, siguiendo la propuesta de Bolívar y Nieto (2003), planteando

una nueva lectura frente a los términos políticos con que tales inestabilidades son

interpretadas. Por ejemplo, a mi informante “El Conejo”, su tío abstemio le regalaba cocaína

mientras que su madre le guardaba dentro del nochero “los fierros”. Este tipo de escenarios de

interactuación permiten explorar cómo las disposiciones emocionales, morales y políticas de

los vecinos a la hora de hablar de delincuencia juvenil, y complejizan los marcos conceptuales

con que se ha abordado la problematización de la delincuencia juvenil durante las últimas

décadas en Colombia.

El corpus investigativo se construyó con base en cuarenta entrevistas a profundidad y

mi propia experiencia etnográfica de dos años en el barrio medellinense de Villa Amor. He


5

considerado como unidad de estudio las “narrativas del delito” 6, concepto acuñado

para detallar desde las trayectorias barriales la confluencia y reapropiación de

discursos sobre la criminalidad juvenil. Al hablar sobre la criminalidad, considero que

preguntarse por las narrativas emergentes permite precisamente entender la afinidad y

ruptura entre las valoraciones discursivas y las realidades estructurales de las

comunidades. Cuando los vecinos justifican las acciones de estos jóvenes asociadas a

sus condiciones de vida, como de dónde viene o identificando claramente el motor de

su actuar, están construyendo escenarios comunes que sirven como canales políticos

para hablar del fracaso de las instituciones, de las transformaciones de la ciudad, la

ciudadanía o los derechos humanos. El documento estará dividido en tres secciones,

cada uno dando cuenta diferencialmente de los componentes a trabajar.

1. El silencio del barrio

La primera vez que llegué al barrio me recomendaron no mirar a nadie a los

ojos, pues se manejaba un estricto código de interacción que para mí era desconocido.

Aunque Villa Amor era en ese momento “el barrio más pacífico de Medellín” de

acuerdo a los funcionarios públicos que me acompañaban, nos encontrábamos allí para

desarrollar una encuesta en la que se rastreaba la presencia activa de actores armados

en los diferentes sectores de la ciudad. La investigación fueron un total fracaso pues la

mayoría de los vecinos prefirió dejar en blanco sus respuestas, lo que nos presentó un

nuevo interrogante: ¿Qué había detrás de ese silencio? Años después, doña Gloria, una

6
Entiendo la categoría narrativa como la estructura comunicacional que establece conexiones causales y mapa de
acciones de los personajes. Más allá de la simple representación o ejecución, la narrativa implica una
reconstrucción simbólica (individual o colectiva) de elementos dispares en forma coherente (Eagleton, 1996).
6

señora de tercera edad, me comentaba cómo lograba vivir tranquilamente en el vecindario

“Pues si uno no se mete con nadie, nadie se mete con uno. Yo vivo en mi casa, de mi casa al

centro solidario, a la iglesia, y no más”. Gloria, como la mayoría de los vecinos de Villa

Amor, sabe que en su barrio ocurren hechos ilegales que ni ella misma puede mencionar para

evitar cualquier tipo de problemas.

En este sentido, la narrativa con la que quiero iniciar es aquella que pone en duda la

frecuentada posición estructuralista en que la delincuencia es la discontinuidad en la estructura

social a partir de una desviación disfuncional (Merton, 1968). En villa Amor, la totalidad de

los vecinos entrevistados tocan dos puntos que permiten entender la interactuación

comunitaria desde la delincuencia: por un lado reconocen a los muchachos que incurren estas

prácticas incluso identificando su madre y su casa, pero por el otro nunca entran en detalle a

hablar directamente de ellos, amparándolos en el silencio. Voluntaria o involuntariamente,

esta narrativa carga con estrategia para velar todo aquello que aunque se conozca no puede ser

visibilizado, y está vinculada a la construcción de una ética del buen vecino como aquel que

sabe mantener los silencios, que no habla en público, que no interviene en los asuntos de los

sus semejantes, que no recuerda nada, que no opina, y que es permisivo con la ilegalidad; “¿Y

quién lo vio? ¿Quién lo vio? Nadie. Si se pone a hablar, olvídese” decía Gloria. El silencio en

términos de Barthes (1981) carga con la significación de la inexistencia, y en este sentido, ser

un funcionario del aparato de la delincuencia, ser “uno de los muchachos del barrio”, implica

necesariamente no existir ante los ojos del vecindario, ser olvidado y formar parte de una

tercera persona exteriorizada: ellos.

El escenario donde se teatraliza la identificación y el silencio es en el no - lugar por

excelencia: la calle (Augé, 2001). Mientras que la ciudad letrada entiende las calles como
7

escenarios de tránsito entre lugares tales como el hogar y el trabajo (Rama, 1984), me

parece importante tener en cuenta los planteamientos de Simmel (1971) en cuanto la

calle no debe ser considerada como una entidad espacial con consecuencias

sociológicas, sino una entidad sociológica formada espacialmente. En Villa Amor, la

calle es un espacio que determina la convivencia barrial al contar con reglas de

interacción tales como no hacer contacto visual, no hablar, no fijar la mirada etc., ya

que es en la calle donde se realizan todas las actividades delictivas. Antonia, quien baja

a diario a la tienda a comprar arepas, cruzó hace unos meses al lado de un expendio de

drogas. Cuando los niños que la acompañaban se quedaron mirando lo que ocurría en

el sitio, los traficantes los amenazaron a muerte, pero ella reaccionó, "yo me hice la

que no vi, cogí a mis muchachitos y me encerré. "Mateo, no puede mirar a esa gente".

La práctica del tránsito por las Villa Amor requiere una adaptación de los sentidos y la

calle se convierte en un espacio disciplinario, sujeto a prescripciones que regulan las

conductas y obligaciones de los viandantes; los muchachos están siempre presentes

pero deben ser invisibles, quien no logra adaptarse muere en el intento.

2. Delincuencia y orden

Hablar del rumor es romper con la prudencia, pues permite al locutor

mantenerse en los márgenes y llenar de sentido todo aquello que ve en la calle. A

través del rumor accedí a la segunda narrativa barrial, aquella que confronta la

delincuencia juvenil con a la idea del orden. Si el Estado entiende al bajo la premisa

Rousseauniana de aquel rebelde que vulnera el pacto social (1950), la segunda

narrativa propone que ser un buen vecino no es excluir la delincuencia; todo lo


8

contrario, la delincuencia es parte constitutiva y garante de la vida en la marginalidad urbana,

pues en ellos se deposita la confianza para mantener el statu quo del barrio.

Para entender la profundidad de esta aseveración, quisiera retomar los planteamientos

de Boaventura de Sousa Santos (2005) sobre la configuración punitiva del Estado en la

marginalidad urbana. Como ya lo han planteado varios académicos, el crecimiento

demográfico de Medellín en la segunda mitad del siglo XX generó un proceso de inclusión

excluyente (Roldán, 2003), en el cual la policía como institución estatal reprimió

indiscriminadamente a los vecinos de las barriadas populares a través de desaparecimientos

selectivos, agresiones físicas indiscriminadas, o detenciones no justificadas. Experiencias

similares a lo ocurrido en la masacre de Villatina7, en las cuales la policía es referida como

figura de terror asociada inmediatamente al terrorismo de Estado, a la ilegalidad e

irregularidad, son recurrentes entre los relatos vecinales. El caso de María es particularmente

diciente:

No pues ósea, hasta el momento pues que de pronto los policías sabían que iban

a matar a mi esposo (…) entonces como que permitieron pues que esa gente los

matara. Este es un grupo armado pues, ¿entonces no me causa confianza, la

policía? No…Si uno es de un barrio de invasión, ya de entrada lo tratan como

criminal.

7
La masacre de Villatina fue una masacre de ocho niños y un joven por parte de la policía colombiana, que tuvo
lugar el 15 de noviembre de 1992 en la ciudad de Medellín. En ella, la policía estaba tratando de vengarse en
contra de las pandillas mediante la realización de la masacre a los niños del barrio. En 1996, el gobierno
reconoció públicamente que sus agentes habían cometido el ataque, y pidió disculpas a los familiares de las
víctimas.
9

De forma opuesta al atropello policial, los vecinos dan cuenta de la existencia

de un complejo repertorio de celaduría barrial administrado por los muchachos del

barrio que garantiza un mínimo de orden y justicia. Me explica Mónica que “En estos

días un muchacho le robó un celular a una amiga. ¿Qué hizo ella? Fue y habló con los

muchachos y ahí en la calle lo cogieron y le dieron en la cabeza, lo aporrearon, y le

dijeron que cada ocho días tenía que dar 30.000 pesos.” Aunque los muchachos estén

articulados a redes criminales de gran magnitud, a través de la amenaza o la violencia

estos jóvenes citan a reuniones, establecen multas a los vecinos problemáticos,

castigan a los chismosos, ponen a trabajar a los ladrones, "ajustician" a los delatores,

destierran a los sospechosos, prohíben el tránsito por ciertas partes del barrio, entre

muchas otras prácticas.

De lo que he podido reparar, los muchachos representan una institución a la que

acuden los vecinos de Villa Amor principalmente por tres razones: su efectividad, su

inmediatez, y los bajos costos que genera el proceso. A pesar de que no existan pautas

sólidas para solucionar conflictos, es en los momentos de necesidad e insuficiencia

estatal que los jóvenes son asociados a las figuras de poder en el barrio. Los

muchachos retoman su lugar en la comunidad para manifestar la autoridad y garantizar

la convivencia. Sólo con su presencia en una simple riña, robo, problema de celos o

altanería es motivo para apaciguar la situación y recobrar la tranquilidad del barrio,

pues el miedo al accionar juvenil es compartido por todos los vecinos.

3. Trabajo y oportunidades
10

Los trabajos de Pérez (1997) y Salazar (1990) le recuerdan al lector que a mediados de

los años 90tas el problema de la delincuencia juvenil en Colombia era un problema de falta de

oportunidades. Ya casi dos décadas después, no se puede negar que la alcaldía está

comprometida con la generación de nuevos espacios para la juventud, como dan cuenta los

varios informes del Concejo Municipal de Medellín, el programa de la alcaldía de Medellín

Fuerza Joven, o la iniciativa interinstitucional Medellín Joven. Pero las cifras de inversión

social no parecen corresponder al incremento en las tasas de primer empleo. según el DANE

en Medellín y su área metropolitana, el desempleo para el 2010 fue de 14,9%, cifra menor a la

registrada en el mismo trimestre del año anterior (16,3%) y por debajo de la tasa registrada por

las trece ciudades principales de Colombia, que fue del 12,7%. (Medellín Cómo Vamos,

2010).

Pero si hay algo particular de las condiciones de empleo informal en los países

latinoamericanos es el sub-registro y la carencia de herramientas conceptuales para

aproximarnos a él8, pues al hablar del mundo laboral, los habitantes de Villa Amor presentan

mayoritariamente un panorama constituido básicamente por el sector secundario, con

frecuentes salidas y entradas en el mercado, desempleo y sin ninguna prestación social.

Paradójicamente, esta informalidad no es recriminada, ya que la flexibilidad del tiempo y

oficio del sector secundario adquiere un mayor peso frente a las disciplinas corporales, oficios

indeseados e inversión del horario productivo que implica un trabajo “de verdad”. La

reconocida antropóloga colombiana Virginia Gutiérrez de Pineda (1975) describía esta

dinámica como una elasticidad de la moral (cristiana/ciudadana) para la obtención del triunfo

8
Es importante tener en cuenta que no todos los oficios son registrados por las cifras institucionales como
labores inmersas en el mercado. Algunos trabajos cuentan como empleo y otros nunca son registrados debido a
que se escapan de la matriz de lo que debería ser un trabajo, de sus rutinas, espacios, horarios, etc.
11

en los negocios o actividades productivas a partir de la máxima antioque a “traiga

plata, mijo; si puede ganársela trabajando, bien; pero si no, de todas formas traiga

plata”. Por ello, hablando de la posibilidad de laboral de la delincuencia, Natalia, una

joven del barrio me decía:

Si le dicen "si coge un fierro, y le pagamos 150.000 semanales"

Ud. dice "bueno, yo aquí sentado, no me estoy ganando nada, no puedo

pasar de este lado a este otro porque me matan ... no metámonos a esto,

peleemos por lo de nosotros, si yo viví aquí 5 años yo peleo por esto"

entonces es eso "¿150.000 semanal? bueno le puedo ayudar a mi mamá

con 50 para la comida, y 50 para mi vicio, y lo otro para mis amigos o

para mi novia"...

En Villa Amor, los vecinos entienden la informalidad de la delincuencia como

una oportunidad más de trabajo entre la plomería y la construcción, que genera buenos

ingresos y que no requiere ningún esfuerzo mayor; varios se refieren a “la vida fácil”

del crimen en oposición del arduo trabajo corporal de la construcción. La delincuencia

no es un último recurso laboral, y el dinero que se gana pocas veces se invierte en la

subsistencia familiar. Los jóvenes que deciden vincularse al delito son entendidos

como dependientes de alguna empresa criminal de mayor envergadura (llámese

paramilitarismo, narcotráfico, guerrillas, milicias urbanas, etc.) y se presenta una

tajante diferencia entre los jefes y los empleados rasos: los segundos son simplemente

operarios en la estructura delictiva.

Consideraciones
12

Los criterios desde los cuales entendemos la delincuencia desde nuestras prácticas

investigativas, son precisamente los elementos en disputa entre los distintos actores sociales

que les dan uso. Como hemos visto, los vecinos resaltan cómo detrás del sistema de celaduría

barrial juvenil se encuentra la inoperancia de las lógicas policiales del Estado, que detrás de la

anomia hay un desacuerdo frente a las lógicas de orden y la justicia barrial. Detrás de llamar a

un asesinato como un “trabajito” hay un llamado de atención frente a la ilusión de la división

social del trabajo. Detrás del silencio de los vecinos no hay una pasividad sino una

complicidad barrial que canaliza una crisis social detrás de la delincuencia.

Como sostiene Jaques Rancière (2010), al reverso del universo social se encuentra un

orden que se materializado a través de complejos sistemas representacionales, omitiendo el

“exceso” detrás del ruido. Pero como esta etnografía exhibe, incluso dentro de este orden

existe un permanente desacuerdo que no permite clausurar la pluralidad de formas desiguales

en que se constituye la experiencia. Preguntarnos por “lo político” desde la mirada micro

permite un enriquecimiento teórico frente a las potencialidades que se le escapan a cualquier

modelo analítico. ¿Quién cuenta? ¿Cómo cuenta? Son dos preguntas que siempre están

presentes a la hora de entender nuestras categorías y que permiten reflexionar sobre una teoría

de los márgenes, de aquello que no puede ser inscrito en estructura pero que aun así cuenta

con lógicas de existencia altamente “racionales”.

Quisiera cerrar este documento haciendo una invitación hacia un debate sobre la

reconfiguración cotidiana de los criterios desde los cuales hablamos sobre delincuencia juvenil

en América Latina. En otras palabras, quisiera proponer nuevas agendas que enfrenten la

pretensión legalista propia del Estado por construir un orden estable a partir de la

determinación de los modos del hacer, del ser y decir de los sujetos, desde el nivel de la
13

cotidianidad y las restricciones materiales y efectivas del contexto. Es importante

señalar a la discusión sobre la gobernanza, que las categorías mismas en que se

determinan las estrategias policiales son escenarios de desacuerdo político, y que solo

entendiendo los usos, podremos nutrir el debate.


14

Lista de referencias
Ang , M. (2001). os no lugares espacios del anonimato una antropología de la
sobremodernidad. Barcelona: Gedisa.
Arce, T. (2008). "Subcultura, contracultura, tribus urbanas y culturas juveniles:
¿homogenización o diferenciación?". Revista Argentina de Sociología. 5, 11: 257-27.
Arroyave, C. ., ondo o, I. O. (1 ). Caracterización de los jóvenes de Medellín
sistematización de 130 fuentes bibliográficas producidas entre los años 1990 y 1997.
Medellín: Secretaria de Bienestar Social.
Barthes, R. (1981). Theory of the text. Young, R. Untying the text: a post-structuralist reader.
Boston: Routledge & Kegan Paul.
Berger, P. L., & Luckmann, T. (1968). La construcción social de la realidad. Buenos Aires:
Amorrortu.
Bolívar, I., y Nieto, L. (2003). Supervivencia y regulación de la vida social. Nómadas, 19, 78-
87.
Bolívar, I., Posada, A. y Segura, R. (1997). El papel de las ONG en la sociedad civil: la
construcción de lo público. Controversia, 170, 57-97.
Brands, H. (2010). Crime, violence, and the crisis in Guatemala: a case study in the erosion of
the state. Carlisle, PA: Strategic Studies Institute, U.S. Army War College.
arío, R. (2001). elected poems of Rub n arío a bilingual anthology. ewisburg ucknell
University Press.
Eagleton, T. (1996). Literary theory: an introduction (2nd ed.). Minneapolis, MN: University
of Minnesota Press.
Foucault, M. (1973). El orden del discurso. Barcelona: Tusquets.
Gaviria, V. (Director). (1990). Rodrigo D: no futuro. Colombia: Facets.
Gaviria, V. (Director). (1998). La vendedora de rosas. Colombia: Venevision.
Herschmann, M. (1 ). Abalando os anos 0 funk e hip-hop globaliza o, viol ncia e estilo
cultural. Rio de Janeiro: Rocco,.
Martín - Barbero, J. (1987). De los medios a las mediaciones: comunicación, cultura y
hegemonía. México: Ediciones G. Gili.
Medellín Como vamos (2010). El desempleo en Medellín y su área metropolitana reporta
tasas preocupantes. Recuperado el 9 de Abril de 2012, de
http://www.medellincomovamos.org/el-desempleo-en-medell-n-y-su-rea-
metropolitana-reporta-tasas-preocupantes
Merton, R. K. (1968). Social theory and social structure. New York: Free Press.
15

Míguez, . (200 ). Los pibes chorros: estigma y marginación. Buenos Aires: Capital
Intelectual.
Olson, Mancur. 1964. The Logic of Collective Action: Public Goods and Theory of
Groups.Cambridge: Cambridge University Press.
Ordershook, Peter. 1992. A Political Theory Primer. Routledge.
Ostrom, Elinor. 2000. El gobierno de los bienes comunes. La evolución de las instituciones de
acción colectiva. FCE: México.
Pedrazzini, y ánchez M (1 ). Malandros bandes, gangs et enfants de la rue culture
d urgence Caracas. Paris C. . Mayer.
Pérez, C. (1997). Caracterización de los jóvenes de Medellín: sistematización de 130 fuentes
bibliográficas producidas entre los años 1990 y 1997. Medellín: Corporación Paisa
joven.
Pineda, V. (1 ). Estructura, función y cambio de la familia en Colombia. ogotá
Asociación Colombiana de Facultades de Medicina.
Rama, A. (1984). La ciudad letrada. Hanover: Ediciones del Norte.
Rancière, J. (2002). La división de lo sensible. Estética y política. Salamanca: Consorcio
Salamanca
_________ (2010). Dissensus: on politics and aesthetics. London: Continuum.
Roldán, M. (2003). A sangre y fuego la violencia en Antioquia, Colombia, 1946-1953.
Bogotá: Instituto Colombiano de Antropología e Historia.
Rousseau, J. J. (1950). The social contract: and discourses. New York: E.P. Dutton and
Company Inc.
Salazar, A (1990). No nacimos pa' semilla: la cultura de las bandas juveniles de Medellín.
Medellín Corporación Región.
Santos, B. d. (2005). Democratizing democracy: beyond the liberal democratic canon.
London: Verso.
Shapiro, M. (1988). The Politics of Representation. Madison: University of Wisconsin Press
Simmel, G. (1971). On individuality and social forms; selected writings. Chicago: University
of Chicago Press.

Você também pode gostar