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La terapia de la palabra
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El presente texto expone algunas ideas de una indagación más amplia desarrollada como parte de una
línea de investigación en escrituras terapéuticas de PEIRAS, grupo de estudios en filosofía antigua y
medieval. Mis agradecimientos a los profesores Andrea Lozano-Vásquez (Universidad de Los Andes) y
Germán Meléndez (Universidad Nacional de Colombia) por su acompañamiento y orientación.
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Ahora bien, ¿cuál sería el remedio estilístico que utiliza Séneca en sus Cartas
para introducir al lector en el examen de sí mismo, el reconocimiento del error y
la concomitante voluntad de mejorar?, ¿cuál es el uso de la palabra escrita que
cumple con este fin en las Cartas a Lucilio? Se trata, principalmente, de la
confesión. 3 Pdemos encontrar un ejemplo de confesión en el consejo de
moderar el llanto frente a la muerte de un amigo. Luego de haber expuesto la
ridiculez y necedad del dolor excesivo, Séneca relata un momento de debilidad
propia en que cedió al dolor por la muerte de Anneo Sereno (Ep. 63.14).
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No se trata, ciertamente, de una idea exclusiva de Séneca. Pedro Laín Entralgo subrayaba en el
Cármides de Platón esta condición de entregar y ofrecer el alma al tratamiento (Laín, 1958, p. 175); y
Foucault muestra en Epicteto y en Plutarco que la invitación a reconocerse como enfermo no solo es
fundamental sino que deriva del paralelo entre medicina y moral (Foucault, 2003, p. 40). Se ha llegado a
afirmar, en el campo estrictamente pedagógico, que mientras se cuente con el interés por aprender será
indiferente el método de la enseñanza (Neil, 1986, p. 20-1).
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Debe aclararse que no basta con reconocer el error para emprender el camino del progreso moral. Este
reconocimiento debe venir acompañando de la intención de mejorar. En una investigación más detallada
he señalado que, mientras la confesión induce al reconocimiento del error, se requieren además otros
recursos estimulantes como los elogios de la virtud o las citas poéticas, que suscitan la voluntad de
mejorar encaminándose al bien. La confesión, sin embargo, es el principal instrumento para introducir o
mantener al lector en el interior del camino estoico propuesto en las Cartas.
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Estamos ahora frente a una segunda versión del problema planteado, a saber:
¿cómo debe ser el tratamiento de una enfermedad, que si bien ya no es
crónica, se mantiene siempre proclive a reincidir en el error? En la carta 20
Séneca señala dos factores de esta inconstancia: la inquietud anímica
proviene, o bien de una falta de propósito, o bien, en caso de proponerse un
fin, de una falta de perseverancia. En esta incoherencia entre acciones y
propósitos, la inconstancia no solo vacila de un bien a otro, sino que puede
reincidir en los errores que había rechazado (Ep. 20.4). Se pueden determinar
así los dos objetivos a los que debe apuntar un tratamiento de la inquietud
anímica: el propósito y la perseverancia garantizarán el acceso a la sabiduría.
Pero la conjugación de ambos objetivos sólo es posible si se apunta hacia un
bien estable que no esté sujeto a los cambios de la fortuna. Una terapia de la
inquietud sólo será exitosa si, de un lado, persuade de la virtud como único
bien y propósito de la vida, y del otro, si aconseja las acciones para perseverar
en la consecución de este bien.
3. Ejercitarse en la pobreza
La carta 17 comienza refiriendo una preocupación respecto de la vida filosófica.
Una preocupación que, vale decir, todavía nos concierne dos mil años
después. Si bien Lucilio quiere dedicarse a la filosofía, este no es un arte
lucrativo. Lucilio teme que no le alcance el dinero para entregarse de lleno al
estudio de la filosofía.
¿Pero qué debe hacer el aprendiz con este ejercicio cuando al rededor brillan
lujos, cuando rebosan los platos y las copas? Esto se plantea al comienzo de la
carta 18, a propósito de la celebración de las Saturnales de diciembre. ¿Se
debe seguir en el rigor de la pobreza voluntaria, o se pueden seguir las
costumbres públicas? Sin prescribir un cumplimiento rígido e incondicional de
los preceptos (Ep. 18.13), Séneca responde que en las festividades es posible
hacer lo mismo que los demás, pero no del mismo modo, celebrar sin perder
los límites (Ep. 18.1-4); el festejo es ocasión para poner a prueba la propia
templanza. Sin embargo, Séneca insiste en su consejo de imitar la vida del
pobre por unos días soportando privaciones.
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En otras cartas los consejos se desprenden de confesiones del propio Séneca. La confesión es
transferible como consejo a quien sufre dolencias comunes; por ello, se hace posible que el
consejo tenga un uso terapéutico eficaz, como lo decía Ep. 8.2; cf. 30.6; 63.14, donde Séneca
relata, a modo de confesión, momentos de debilidad; con ello, suscita una empatía que lleva al
lector a reconocer en sí mismo la misma debilidad. Una vez cumplida esta condición, se ha
ganado la disposición del lector para escuchar un consejo.
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4. Argumentación doctrinal
No basta, sin embargo, con impartir consejos sobre cómo se debe actuar, sin
persuadir sobre las razones que sustentan dicho deber. El precepto de
ejercitarse en la pobreza perdería todo sentido si no contara al mismo tiempo
con ciertos conceptos o principios doctrinales que lo guíen, principios relativos
a la valoración de las cosas, por ejemplo, saber cuál es el verdadero bien para
el hombre, comprender que la riqueza o la posesión de lujos no son un bien
(Ep. 95). Esto exige un trabajo argumentativo, en un cuidadoso desarrollo que
va más allá del consejo razonado. Veremos a continuación, en sus rasgos
principales, cómo se despliega este otro enfoque de la terapia en la carta 87.
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Aquí el uso de la confesión tiene nuevamente la función de propiciar un autoexamen en el lector, si bien
la confesión no va dirigida a los interlocutores reacios como Marcelino, sino a los ya iniciados como
Lucilio. La carta 87 nos demuestra que incluso un estoico relativamente avanzado como Séneca requiere
sostener una reflexión permanente sobre las opiniones erradas que siguen presentes.
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Los estoicos argumentan que las riquezas no son bienes, pues ellas no hacen
bueno al hombre y todo bien hace bueno al hombre. Este argumento es
apoyado por un ejemplo analógico: lo bueno en el arte de la música modela al
músico. La objeción peripatética reportada enseguida se instala en el terreno
de esta analogía: un buen instrumento no hace bueno al músico. Esto da la
ocasión para definir el concepto de bien sostenido por el estoicismo: al hablar
de algo bueno para el hombre o bueno para el músico, se hace referencia al
bien propio, específico de cada uno; lo que es bueno para el hombre en cuanto
hombre, para el músico en cuanto músico. Pero la analogía con el arte de la
música no satisface del todo, pues entraña una ambigüedad que Séneca se
afana en precisar: en la música hay unos bienes que ayudan en la ejecución (el
buen instrumento) y otros bienes conciernen al arte mismo (la práctica, la
interpretación, el talento), pues el artífice puede forjarse sin aquéllos pero no
sin el arte mismo; esta distinción no cabe en el arte de vida, pues aquello con lo
que se hace bueno al hombre es el hombre mismo y su vida (Ep. 87.12-4). Se
observa aquí que, en el contexto de la confrontación de argumentos, también
se esgrimen analogías como se hacía en el consejo de preceptos con un fin
persuasivo. Pero las analogías aquí son sometidas a un detenido examen,
pues gran parte del peso del argumento depende de la adecuación de la
analogía con el caso en discusión.
El segundo argumento estoico sostiene que las riquezas no son bienes para el
hombre, pues no es un bien humano lo que puede darse en personas
despreciables e indignas. La objeción peripatética replica que, en ese orden de
ideas, tampoco la gramática, la medicina o la navegación serían bienes, pues
sus artes alcanzan incluso a los hombres más viles y despreciables. En
respuesta a ello se vuelve a distinguir entre el bien del hombre en cuanto tal, y
el bien de las demás artes, pues el bien propiamente humano es el único que
puede elevar al hombre hacia lo divino. Para insistir en este punto central del
argumento, Séneca ilustra ejemplos de personajes viles que en posesión de las
riquezas no son enaltecidos por estas sino que, a la inversa, son ellos los que
las ensucian y rebajan. El dinero cae en manos de algunos como en una cloaca
(Ep. 87.15-6). Esta analogía, y los ejemplos esgrimidos, además de recalcar la
premisa central del argumento, pretenden provocar una reacción de
repugnancia hacia la ambición del dinero, asociándola con representaciones y
nociones que son familiares al lector.
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Es notable aquí la cercanía con el análisis epicúreo del deseo (Máximas, 29-30), lo cual pone en tela de
juicio la lectura de autores como M. Griffin (2007), quien pretende ver un uso utilitario de las citas
epicúreas que se limita a las primeras cartas y su abandono progresivo a medida que Lucilio es
introducido más en la doctrina estoica. Griffin advierte que a partir de la carta 33 se abandona el uso de
sentencias citadas de Epicuro, y explica esto como una herramienta protréptica para convertir a Lucilio,
de inclinaciones epicureístas, al estoicismo (2007, pp. 90-91). Es evidente que, como lo muestra Griffin,
el desarrollo estilístico de las Cartas responde a un progreso espiritual ficcional que va teniendo el
personaje de Lucilio: así, por ejemplo, las doctrinas se van introduciendo con un nivel de detalle en la
discusión que va aumentando gradualmente la extensión y complejidad de las cartas. Pero se puede
comprobar que incluso en cartas más avanzadas, como la 52 o 66 Epicuro sigue siendo un referente digno
de tener en cuenta en las discusiones doctrinales, y la intención de encontrar coincidencias con doctrinas
epicureístas se mantiene aún en pasajes avanzados como Ep. 66.18 y 66.45-8.
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Luego de discutir estas ideas con Lucilio, Séneca ofrece un consejo final a
modo de conclusión de su defensa: “así pues ninguna otra cosa desearía
aconsejarte con más empeño que esta que nadie aconseja lo bastante: que
ajustes toda tu conducta a los deseos naturales que se satisfacen gratis o a
bajo precio” (Ep. 119.12). En refuerzo de este consejo, se recurre a una cita de
las Sátiras horacianas:
Esta cita poética, que se ofrece hacia el final de la carta, presenta varias
utilidades: primero, al contrastar las necesidades naturales con las necesidades
triviales de refinamiento, condensa en ella la idea central defendida a favor de
la vida frugal y en contra de la ambición de lujos y riquezas; segundo, su
formulación en segunda persona interpela confrontándolo con el absurdo de
pretender la satisfacción refinada de las necesidades naturales; con ello, busca
reafirmar en el lector el repudio de todo deseo de riquezas.
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Referencias
Fuentes
Epicuro. (2002). Máximas capitales. En: Epicuro (C. García Gual, trad.). Madrid:
Alianza Editorial.
Séneca, Lucio A. (1931). De la tranquilidad del ánimo. En: Los siete libros (P.
Fernández N., trad.). Madrid: Rubio.
Séneca, Lucio A. (1996) [1986] Epístolas morales a Lucilio (Libros I-IX) (I. Roca M.,
trad.). Madrid: Planeta-DeAgostini.
Séneca, Lucio A. (1996) [1989] Epístolas morales a Lucilio (Libros X-XX y XXII) (I.
Roca M., trad.). Madrid: Planeta-DeAgostini.
Bibliografía secundaria
Horacio (2008). Sátiras. Epístolas. Arte poética (J.L. Moralejo, trad.). Madrid:
Gredos.