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LOS JESUITAS EN EL

ECUADOR

400° Aniversario
de su llegada
al Ecuador
La Comisión Nacional
Permanente de Conmemo -
raciones Cívicas y la Casa
de
la Cultura Ecuatoriana

Presentan:
LOS JESUITAS EN EL
ECUADOR

con textos de
Alejandro Carrión, Jorge Salvador Lara, Julio
Terán Dutari S. J. y
Jorge Villalva S. J.
y un apéndice conteniendo el Mensaje del Padre
General Peter-Hans Kolvenbach

CASA DE LA CULTURA ECUATORIANA


“BENJAMIN CARRION”
Quito, 1987
Co-edición de la Comisión Nacional
Permanente de Conmemoraciones
Cívicas y la Casa de
1. Cultura Ecuatoriana.

CNPCC, 1987.

la. Edición, noviembre, 1987

2.000 ejemplares

Texto y Diagramación: KROHMA


PUBLICIDAD, Telf. 459345 Fotomecánica:
SCANN CROMO - Telf. 459345 - Quito.
Impresión y Encuadernación: NUEVA
EDITORIAL
Casa de la Cultura Ecuatoriana “Benjamín
Carrión”
Dirección: Av. 6 de Diciembre No. 794 y Patria
Casilla: 67 — Telf. 521451
Quito-Ecuador
Printed la Ecuador Impreso en el Ecuador.
LA COMPAÑIA DE JESUS
Y SU IV CENTENARIO

Por el Lic. Alejandro Carrión Aguirre,

Presidente de la Comisión
Permanente de Conmemoraciones Cívicas,
Miembro de la Academia
Ecuatoriana de la Lengua
Discurso inicial de la Sesión Solemne
Conmemorativa realizada en la
Pontificia Universidad Católica
de Quito el 26 de febrero de 1987
I

Por el P. Pedro de Ribadeneyra sabemos que, yendo a


Roma San Ignacio con sus amados compañeros Pedro
Fabro y Diego Laínez, encontró en su camino un viejo
templo desierto y “se entró a hacer oración en él, y
estando en el mayor ardor de su plegaria vio con los
ojos del alma una luz resplandeciente”, y a su influjo
supo lo que de él se quería. Oyó una voz que sin
haberla escuchado antes, reconoció y no dudó de quién
era y desde dónde venía y habiendo comprendido su
mensaje, aceptó la misión que se le encomendaba. La
voz le dijo; “Ego vobis propitius ero”, “Yo os seré
propicio y favorable”, y desde ese momento jamás
vaciló.

La misión que en ese templo desierto y solitario le fue


encomendada era la de “instituir y fundas religión..,
que se debía llamar la Compa-

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ñía de Jesús... para que quienes por vocación
divina en ella entraren entendieran que no habían
sido llamados a la Orden de Ignacio, sino a la
Compañía de Jesús y bajo tan gran Caudillo
siguieran su estandarte... Y para que no se
cansaran ni desmayaran en su sagrada milicia,
tuviesen por cierto que su Capitán estaría con
ellos y les sería siempre propicio y favorable”.
Conviene no olvidar que el término “Compañía”
no está en este caso empleado en el sentido de
“efecto y acción de acompañarse”, ni en el de
“sociedad o junta de varias personas”, sino en el
estricto sentido militar: “cierto número de
soldados que militan bajo las órdenes y disciplina
de un Capitán”. Tal fue la inspiración de San
Ignacio: fundar la milicia de Cristo, que marche a
la vanguardia de la Iglesia, evangelizando y
educando, con la disciplina del buen ejército, que
crea un cuerpo indivisible y adopta un solo norte,
meta posible gracias a una sabia estrategia y a una
decisión indesanimable, seguro de que su Gran
Capitán le será siempre propicio y favorable.
El Papa Paulo III no quería más órdenes
religiosas. Con ser tan grande la Iglesia, ya en ella
no cabían. Pero al leer las “constituciones” for.
muladas por San Ignacio, el Pastor abandonó su
convicción y las aprobó exclamando: “Digitus
Dei est hic”, “el dedo de Dios está aquí”. Gran
verdad: las generaciones han reconocido en ellas

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las normas de una sociedad monolítica, que siendo
rígida como una máquina de acero es, sin embargo,
capaz de adaptarse a todos los cambios que el mudable
curso de los tiempos trae consigo.

El secreto de su éxito, empero, no radica solamente en


su disciplina y homogénea solidez. Radica también en
que San Ignacio no creía en la bondad de la fe del
carbonero que a tantos apóstoles ha vuelto temerosos y
enemigos de la cultura, en perpetua desconfianza de la
inteligencia. San Ignacio resolvió conquistar la firmeza
de la fe con la luz del conocimiento y para su obra
llamó, como principales auxiliares, a la ciencia, las
artes y las letras. Con ello, además de su propósito
principal, consiguió dejar en la historia un sendero de
luz.

La Compañía vino a librar dura batalla, como valeroso


cuerpo de vanguardia y se enfrenté al mundo sin
negarlo, comprendiéndolo, sabiendo sus potencias,
conociendo su tremendo volumen. Coseché frutos
desde el primer día, y en ellos afincó sus pasos,
haciendo espacio siempre para seguir venciendo y sin
reposo alguno porque, como ocurre con toda cosa
verdaderamente grande que aparece en la tierra, la
Compañía, milicia combatiente, fue combatida por
todos sus costados. Hubo ocasión en la que pareció
haber sido vencida, pero, nuevo fénix, se levantó de
sus cenizas aun más fuerte.

Su presencia combatiente se extendió por

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el mundo valerosamente, desde su primer día. No
esperó crecer para presentar combate; nuevo
Hércules, peleó junto a su cuna: El P. Francisco
Xavier salió a la India en fecha tan temprana
como 1542, trazando una trayectoria luminosa en
territorios tan flenos de misterio como el Japón lo
era entonces. Al mismo tiempo se fundó en
Coimbra el primer colegio, y luego el de Padua y
enseguida él de Alcalá, el primero en España.
Adviértase que la Compañía nace universal, no se
refugia en naciones fáciles por amigas, acomete
empresas temerarias: tras la jornada del Japón el
P. Juan Nuñez va a Etiopía y, en ambiente típico
de novela de caballerías, el Padre Luís González
de Cámara parte para el mítico Reino de
Monicongo.
Esto ocurre por 1548. Y luego, la hueste de San
Ignacio marcha a las nuevas tierras, cruzando el
Gran Océano, casi virgen aún. El rey don Juan los
envía al Brasil, “una provincia muy extendida,
fértil y alegre... mas también terrible y espantosa,
por ser habitada de gente tan fiera que hace de los
hombres pública carnicería, y los tienen por su
ordinario manjar”. El P. Pedro de Ribadeneyra se
estremece de horror, pero no hay razón para ello,
porque el buen soldado no teme el peligro, más
aún cuando su gran Capitán lo acompaña y le será
siempre propicio y favorable.

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II

Tras el Brasil, la Compañía va al Perú. Y tras el Perú,


a Quito, la nueva nación que comenzaba a tomar forma
en el Norte, a donde llegan los jesuitas exactamente
hace cuatrocientos años. Era entonces su General San
Francisco de Borja, quién los envió con instrucciones
de aprender la lengua de los indios y adoctrinarlos en
ella. Importa conocer esas instrucciones, según las
cuales los indios serán el principal objetivo de la
Compañía, su cristianización deberá ser para ella
prioritaria tarea que significa incorporarlos al nuevo
mundo naciente, el plena calidad de hombres,
redimidos por la preciosa Sangre, iguales a todos los
demás hombres.

Encabeza a los jesuitas recién llegados el P. Baltasar


de Piñas, catalán, maestro en humanida-

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des y gramática latina, compañero de S. Ignacio en la
fundación, misionero celoso, predicador excelso.
Vienen después los grandes nombres de los
misioneros, que encabeza el P. Onofre Esteban, que
logró estar en todas partes y ser amado filialmente por
los indios. Tan temprano, y sigue ya brillando el
rosario de los Apóstoles: el P. Ferrer, apóstol de los
cofanes, el P. Gómez, apóstol de la Costa...

Dos campos son los cultivados cuidadosamente por los


jesuitas en la Colonia, durante la cual, lentamente,
asistieron al nacimiento de nuestra nación: la cultura y
las misiones, dos campos que en realidad son uno solo.
Por medio de los colegios se extienden por todo el
joven país y afrontan la enseñanza como si estuviesen
en España u otra nación eutopea. No es la mezquina
educación que se da a las colonias, la que ellos
imparten, sino la que merece una nación que ellos
quieren ver creciendo al más alto nivel. Las misiones
los llevan a las profundas selvas de Mamas, verdes
infiernos de soledad, de lluvia, de extrañas bestias,
donde su entereza se demuestra admirable,
convirtiéndose en celosos fundadores de la nueva
nación, buscándole un vasto territorio oriental que se
pierde cuando la Compañía, víctima de una tenebrosa
conspiración mundial, es extrañada de toda la
América. Para nosotros, ese nefasto acontecimiento
significa el colapso cultural, en el cual perdemos la
mitad de nuestra “inteligentsia” y la otra mitad en el
masivo mar

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tirio del 2 de agosto, de manera que nacemos a la
Independencia huérfanos de la indispensable élite
directiva, entregados a una oscura soldadesca de la que
ni siquiera Olmedo y Rocafuerte nos pudieron rescatar.
La tarea que la Compañía aceptó entre nosotros fue
inmensa y la supo cumplir. Nos trajo la imprenta. Hizo
nacer con el P. Velasco, nuestra historia y con el P.
Fritz al estudio científico de nuestra geografía. En
arquitectura nos dio la flor de los templos y en
santidad la Azucena de Quito. EDn pintura la corte
solemne y grandiosa de los profetas de Goríbar y en
escultura los ensangrentados penitentes del P. Carlos.
La poesía nació en su seno con el P. Bastidas y llegó a
alturas inmarcesibles con el P. Aguirre. La
Universidad fue parte de esa tarea y junto a agustinos y
dominicos, la Compañía la hizo realidad. En la
Colonia que González Suárez, exagerando sin
necesidad, llamó oscura y miserable, supo formar la
mejor biblioteca de América que, desintegrada cuando
el extrañamiento, ha vuelto a reunir erigiendo esa
potencia de la cultura que es la que lleva el nombre
ilustre del P. Aurelio Espinosa Pólit y regenta con
mano sabia el P. Julián Bravo. Esta Universidad en la
que estamos rindiéndole tributo, cuyo aporte a la vida
del país es sobresaliente, constituye su obra principal
en estos días difíciles y en ella retorna la Compañía sus
tareas de los días coloniales, que fueron difíciles
también.

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Obra maestra de la historia, la Compañía es, sin duda,
una organización en la que se puede ver el dedo de
Dios. Pero este discurso sería una ciega apología, que
ella no necesita, si dejara de reconocer que ha tenido
aquí y en el resto del mundo graves defectos que la
muestran obra de seres humanos; tal es nuestra
naturaleza: aun cuando seguimos el dedo de Dios,
cometemos imperfección. Pero su dirección, su
impulso, el balance de su obra la declaran, sin duda,
inmortal: su renacer victorioso de las cenizas, su
perpetua fuerza de rectificación constante, su valentía
para explorar nuevas rutas, su confianza en las
ciencias, las letras y las artes que son la luz de las
almas, muestran que ayer como hoy, su Gran Capitán
le ha sido propicio y favorable.

El Ecuador le debe mucho a la Compañía de Jesús y


por ello, en cumplimiento de un grato deber, la
Comisión Nacional Permanente de Conmemoraciones
Cívicas, que presido por delegación del señor
Presidente Constitucional de la República, y en
cumplimiento de sus expresas instrucciones, le rinde
en este acto académico su homenaje, que es el de la
nación ecuatoriana. Hacemos votos porque el quinto
siglo que comienza a vivir entre nosotros sea marcado
con el mismo signo excelso, para beneficio constante
de nuestra nación. Estamos ciertos de que así será,
porque bien sabemos que su Capitán está siempre con
ella y le seguirá siendo propicio y favorable.

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CUARTO CENTENARIO DE LA
COMPAÑIA DE JESUS EN EL
ECUADOR

Por el Dr. Jorge Salvador Lara, Asesor de


la Comisión Nacional Permanente de
Conmemoraciones
Cívicas y Presidente de la
Academia Nacional de Historia
Discurso pronunciado en la Sesión
Solemne Conmemorativa realizada
en la Pontificia Universidad Católica
de Quito el 26 de febrero de 1987
Nos encontramos aquí reunidos para celebrar el IV
Centenario de la llegada de los Padres de la Compañía
de Jesús al territorio de lo que hoy es República del
Ecuador y antes fue la Real Audiencia y Presidencia
de Quito, durante los siglos hispánicos; el Reino de
Quito, el Quito, simplemente, desde que la memoria
del ser humano tomó conciencia de estas regiones de
singular, telúrica osamenta, atravesadas por los Andes
y la Línea Equinoccial, donde se encuentran, como
hitos de nieve y lava, entre otras montañas que con sus
deshielos dan origen al Amazonas, el Cayambe y el
Cotopaxi.

Apenas seis años de diferencia hay entre ese par de


fechas augurales y aurorales: el 6 de diciembre de
1534, establecimiento definitivo de Quito, fundado por
los españoles sobre el mismo ancestral pueblo
aborigen de idéntico nombre; el 27 de septiembre de
1540, en que el Papa Paulo

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III, mediante la Bula “Regimini militantes Eclesiae”,
aprobó la Compañía de Jesús como nueva orden
religiosa al servicio directo de la Iglesia Católica y del
Sumo Pontífice, Vicario de Cristo.
Iñigo López de Loyola y Oñaz supo imprimir algunos
rasgos de su recio carácter al nuevo instituto,
constituido como un organismo militar bien preparado,
con férrea disciplina y rigurosos estudios humanístico-
filosófico-teológicos, adiestrado con singulares
prácticas anímicas conocidas con el nombre de
“Ejercicios espirituales”, de sabia hondura sicológica.
Les manda un General, elegido democráticamente pero
con plenos poderes vitalicios, altamente centralizados,
siempre a órdenes del Papa, a quien prometen
obediencia especial con un voto estricto. Aquella
milicia está compuesta por religiosos vinculados a la
Orden con diversos grados: novicios, hermanos
coadjutores, escolares, profesos de cuatro votos y
coadjutores espirituales y temporales. Su fin es “la
mayor gloria de Dios” por medio de la evangelización,
particularmente entre la juventud, a través de colegios
y universidades, y entre los no creyentes, a través de
misiones. Aplican en su preparación, más profunda y
extensa que la de los conventuales ordinarios, un
novedoso método creado por el fundador, denominado
“ratio studiorum”, cuya práctica fue perfeccionándose
y dio pronto a los jesuitas esa fama con que hasta hoy
se aureolan de hombres sabios, eruditos, de fácil
palabra, colosal memoria, acerada voluntad y
tenacidad a toda prueba.

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San Ignacio comprendió, desde el comienzo de su
obra, la necesidad de conciliar la divulgación del
Evangelio con el desarrollo de las ciencias y la
tecnología, en acciones coherentes, bien planificadas,
perseverantes y dinamizadas por una estricta sujeción
a las verdades contenidas en las Escrituras y
desarrolladas por el Magisterio de la Iglesia, las
directrices pontificias y la luz permanente del Espíritu
Santo que obra sobre sus apóstoles.

Con razón Menéndez y Pelayo, ese coloso de la crítica,


dice refiriéndose al Capitán de Loyola: “San Ignacio es
la personificación más viva del espíritu español en su
Edad de Oro. Ningún caudillo, ningún sabio influyó
tan poderosamente en el mundo”. Y de los jesuitas
expresa lo siguiente: “Dios suscitó la Compañía de
Jesús para defender la libertad humana que negaban
los protestantes con salvaje ferocidad; para purificar el
Renacimiento de herrumbres y escorias paganas; para
cultivar bajo la égida de la religión todo linaje de
ciencias y disciplinas y adoctrinar en ellas a la
juventud; para extender la luz evangélica hasta las más
rudas y apartadas gentilidades. Orden como las
necesidades de los tiempos la pedían, y que debía vivir
en el siglo, siendo tan docta como las más doctas, tan
hábil como los más hábiles, dispuesta siempre para la
batalla y no rezagada en ningún adelanto intelectual.
Allí el geómetra al lado del misionero; el director
espiritual, el filósofo y el crítico en amiga-

21
ble consorcio”. (Miguel Gascón, “Los Jesuitas en
Menéndez y Pelayo”, pp. 36 y 38).

El III General de la Orden, San Francisco de Borja,


envió a la América del Sur los primeros misioneros
jesuitas a pedido del Rey Prudente, Don Felipe II,
Hapsburgo. A Quito llegaron definitivamente el 19 de
julio de 1586, aunque ya diez años antes esta ciudad
había recibido una primen visita de los hijos de
Loyola. Se hospedaron inicialmente en el Hospital de
la Misericordia, viejo y glorioso edificio que todavía
subsiste, aun cuando su restauración se halla
desgraciadamente suspendida. El 31 de julio se les
asignó provisionalmente la iglesia, casa y solares de
Santa Bárbara, a donde se trasladaron, en medio de
gran concurso de autoridades civiles y eclesiásticas y
pueblos en general el 15 de agosto. De inmediato
comenzaron sus tareas de culto, predicación,
administración de sacramentos y cuidado de enfermos,
así como las tareas educativas.

La UNP adquirió en este siglo una de las viejas casas


coloniales donde los jesuitas desarrollaron sus
primeros ministerios, y construyó allí su primera sede
social, conservando la vieja portada pétrea con la
leyenda “Magne amor is Amor” que hasta hoy puede
verse en la calle García Moreno entre Manabí y
Oriente, junto a la iglesia parroquial de Santa Bárbara.
Es una reliquia de 400 años de apostolado y acción
civilizadora de los jesuitas en el Ecuador, uno de los

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hitos imperecederos que ellos levantaron A.M. D.G.
(“ad majoren Dei Gloriam”). Como se ve por estas
iniciales —y por las otras, 5.1., “Societatis lesu”—,
los jesuitas parecen haber sido —y más concretamente
su genial fundador— los primeros en utilizar las siglas
como medio de simplificación y fijación conceptual.
¡Hoy, cuatro siglos y medio después, vivimos en el
siglo de las siglas! ¡Simplificación, por una parte;
complejificación, por otra; signos de los tiempos, señal
de progreso humano!.

La Iglesia de la Compañía de Jesús, en Quito,


culminación del arte barroco, es otro de aquellos
gloriosos hitos, verdadero joyel destinado a dar
testimonio permanente de adoración a la divinidad. Me
atrevo a decir que es la iglesia de los tres nombres: se
consagró en honor de “San Ignacio”, que así se llamó
oficialmente, pero todos prefirieron identificarla,
simple y llanamente, como “La Compañía”, y así sigue
denominándola todo e! mundo, en especial las clases
populares, no obstante que en este siglo fue bautizada
como “Basílica de Santa Mariana”, porque allí se
santificó la Azucena de Quito, Mariana de Jesús Flores
Zenel de Paredes, canonizada por Su Santidad Pío XII,
“toda jesuita” según ella misma se definía aludiendo a
la dirección espiritual que había recibido. Allí, en esa
iglesia maravillosa, verdadero poema en piedra y oro,
permanecen los óleos inmortales de Goríbar y el
Hermano Hernando de la Cruz, las tallas y reta

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bios del enigmático Padre Carlos, “ese desconocido”,
según suelo llamarle utilizando para él el epíteto que
Alexis Carrel asignaba a todo ser humano. Nada se
sabe del P. Carlos sino que era quiteño, mestizo y el
mayor de los escultores del siglo XVII. Era además,
según parece, un jesuita secularizado, cuya traza
documental se ha perdido, Chacón de apellido a juzgar
por varios indicios, que consagró su vida a honrar a
Dios y a los santos con sus prodigiosas tallas,
conservadas en varias iglesias y monasterios, a veces
sedentes, a veces aureoladas de taumaturgos carismas
que hasta ahora atraen la devoción popular, por
ejemplo el Jesús del Gran Poder, que se venera en la
iglesia de San Francisco, o el Señor de la Buena
Esperanza, cuyo culto ya secular se mantiene en San
Agustín. ¡Cuánto se podría decir sobre la Iglesia de la
Compañía de Jesús, en Quito: arte e historia se
conjugan en ella; admiración de los turistas, sigue
siendo, sobre todo, imán que atrae a los creyentes! Con
sus tres naves, su crucero, sus múltiples retablos, su
altar mayor, su sacristía, su gran cúpula y cupulines, su
torre del reloj y el muñón de la torre mayor
—destruida por el terremoto de 1858 y que debiera
reconstruirse, pues hay felizmente un grabado de esa
época que reproduce su silueta y detalles exactos—, y
con su hermosa fachada, plena de columnas
salomónicas, gloria del barroco americano, ella forma
parte de un enorme complejo de edificios que
albergaban el Colegio Seminario de San Luís, la Real
y Pontificia Univer-

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sidad de San Gregorio Magno, y la gran biblioteca de
ese alto centro de estudios, pacientemente enriquecida
durante siglos.

Otro capítulo magnífico de nuestra historia son las


misiones jesuíticas del Marañón: llenan con sus
proezas evangelizadoras los anales de los siglos XVII
y XVIII. Desde Quito partían los misioneros, en
verdaderas expediciones, cargados del avituallamiento
necesario, y recorrían todos los ríos de nuestro Oriente,
todo el Amazonas y sus tributarios australes y
septentrionales, por todo el territorio de Maynas,
sobrepasando las lindes con los dominios portugueses,
entonces incorporados a la corona de Felipe II, por lo
que los jesuitas quiteños avanzaban hasta la
desembocadura del Río-mar en el Atlántico. Con eso
el Amazonas solía llamarse entonces Río de San
Francisco de Quito. Se lo representaba, en efecto,
como un árbol de agua, cuyo tronco líquido nacía en el
Atlántico y ascendía en multitud de ramas —sus
numerosos afluentes mayores y menores—, hasta
perderse en las cumbres y nubes de los altos Andes, en
cuya cúspide florecía —y aquí perdura— brillante
muestra de colorido y luz, la ciudad de Quito, con sus
torres y colinas. Demostración de la acción misionera
jesuítica, aparte de los numerosos relatos de viajes y
catequesis y los catálogos de lenguas y dialectos, es
otro célebre mapa del Marañón, el del P. Fritz, ya
trazado según los avances de la cartografía científica
de comienzos del siglo XVIII. La plan

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cha de cobre dorado donde se grabó fue esculpida en
Quito en 1707, con este título: “El gran río Marañón o
Amazonas, con la Misión de la Compañía de Jesús,
geográficamente delineado por el Padre Samuel Fritz,
misionero continuo en este rí o”; y esta dedicatoria: “A
la Católica y Real Majestad del Rey nuestro Señor
Don Felipe V, la Provincia de Quito de la Compañía
de Jesús, ofrece y dedica en eterno reconocimiento
este Mapa del Gran Río Marañón con su misión
apostólica, como su soberano patrono y mantenedor
por mano de su Real Audiencia de Quito”. Vese allí el
gran río, casi paralelo a la Línea Equinoccial, desde
Quito, a cuyos pies nace el Napo, hasta Macapá y
Para, las dos ciudades situadas a ambos lados del delta
con que desemboca en el Atlántico. Las etnias
aborígenes de la inmensa hoya amazónica —que a
veces cobraban tributos de mártires— recibían con la
semilla de la fe los beneficios de la civilización en las
célebres “reducciones”, gobiernos comunales similares
a los del Paraguay, especie de realización del gobierno
de Utopía en el corazón mismo de la América del Sur.
Otra demostración significativa de la obra cultural de
los jesuitas en el Reino de Quito fue la Universidad de
San Gregorio Magno, que iluminó los siglos
hispánicos desde su erección, por Bula del Papa
Gregorio XV, de 8 de agosto de 1621, y Cédula Real
de 2 de febrero de 1622. En ella, no obstante la
distancia que nos separa

26
ba de Europa, se conocían las enseñanzas de los
grandes sabios que allá innovaban en las ciencias. Su
biblioteca, que asombró a los Académicos Franceses
en 1736, cuando vinieron para la mensura de un arco
de meridiano terrestre, podía exhibirse con orgullo en
cualquier universidad europea. Las Tesis doctorales de
sus alumnos son hasta hoy motivo de entusiasmo para
los eruditos. La revolución copernicana llegó a Quito
tempranamente, así como los “Principiae” de Newton.
El P. Juan Bautista Aguirre rechazaba la generación
espontánea un siglo antes que Pasteur. El P. Velasco,
enciclopedia viviente, era la conciencia histórica del
Quito del XVIII, como el P. Mercado lo había sido
del siglo XVII. La “Academia Pichinchense”, cenáculo
del saber, dinamizada por los jesuitas y adjunta a la
Universidad, se anticipó en cincuenta años a la
Sociedad Patriótica de Amigos del País, del Dr.
Eugenio Espejo, precursor de la independencia,
alumno de los jesuitas; en cien años a la “Academia
Nacional” de García Moreno, y en casi ciii- cuenta a
nuestras actuales Academias Ecuatorianas de la
Lengua y Nacional de Historia.

También debemos a la Compañía de Jesús la


introducción de la primera imprenta en el Reino de
Quito. Instalóse inicialmente en Ambato y desde allí
comenzó a difundir sus primeros impresos. ¡Cuánta luz
se debe a la primera imprenta! Aunque llegó
tardíamente a nuestros lares en relación con otras
regiones de la América

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española, el hecho de traerla fue hazaña cultural que la
historia señala con miliaria piedra blanca. Mil
dificultades debieron vencer los jesuitas empeñados en
dotar a nuestra ciudad de la revolucionaria invención
de Guttenberg. Datan de 1740 las primeras gestiones
realizadas por los Padres Tomás Nieto Polo y José
María Maugeri. Fue éste, en especial, el gran artífice
del formidable avance y fue también el introductor y
difusor de la devoción a los Corazones de Jesús y
María, cuya representación simbólica hizo tallar en
piedra de Tolóntag para la fachada de la iglesia de la
Compañía, sobre los portones, donde puede vérselas.
Al fin logró el P. Maugeri que la imprenta llegase a
estas tierras: fue desembarcada en Guayaquil el 25 de
octubre de 1754 e instalada a comienzos de 1755 en
Ambato, donde aquel Padre residía como superior, y
confiada al Hermano Coadjutor Adán Schwartz,
nuestro primer tipógrafo-impresor. Este era natural de
Hamburgo, de Silesia. El primer criollo en aprender el
oficio fue Raimundo ¿e Salazar y Ramos. Cuando en
1759 fue trasladado a Quito el P. Maugeri, con él se
trajo también la primera imprenta a esta capital, y tras
ella vino el Maestro Raimundo, quien quedó como
regente cuando la expulsión de los jesuitas. En esa
misma imprenta editó el Dr. Espejo nuestro periódico
inicial, las “Primicias de la Cultura de Quito”.
Este múltiple florecer de ciencias, artes y
evangelización requería cuantiosos recursos. Se

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obtenían éstos con la racionalizada y técnica
explotación de las haciendas que la Compañía de Jesús
había llegado a poseer, donaciones por lo general, pero
también administración celosa, ahorrativa y visionaria,
animada de los altos ideales de servicio característicos
de la Orden. Esos bienes despertaron la codicia de la
burocracia borbónica, dinastía que transformó en
empresa de lucro colonialista lo que antes fue,
predominantemente, bajo los Hapsburgo, obra de
evangelización misionera y difusión cultural y
civilizadora. La expulsión de los jesuitas de los
dominios españoles se explica en parte por la ambición
de apoderarse de los bienes de la Compañía de Jesús,
como antes había ocurrido con los del Temple, en la
Francia medieval. No comprendió el monarca
napolitano-español que, al expulsar a los jesuitas, se
deshacía de la tecnología, supervigilancia y celo que
ellos, por motivaciones más altas de carácter espiritual,
ponían en sus empresas, y que sin ellos moriría, como
ocurrió, la supuesta “gallina de los huevos de oro” y
todos sus empeños de fe y cultura.
Por otra parte, los jesuitas habíanse concitado, por su
firme defensa de los valores sustanciales del
Cristianismo, la enemistad de todos los enemigos de la
Iglesia y la Fe: portaestandartes de la verdadera
Reforma, tenían en su contra todas las sectas
protestantes: luteranos, calvinistas, hugonotes,
anglicanos; sostenedores de la conciliación entre
ciencia y fe y partidarios del recto

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uso de la razón, recibían los embates del
Racionalismo, la Ilustración y la Enciclopedia:
Voltaire, Rousseau, Diderot y D’Alembert y sus
seguidores eran sus mortales enemigos, que no
vacilaban en utilizar contra los jesuitas todos los
medios de que disponían, por vedados que fuesen, sin
escrúpulo alguno; por ser firmes defensores del
Papado, gonfalonieros de los derechos de la Iglesia, los
enemigos de ésta asechaban contra ellos, y al fin
triunfaron coaligándose, regalistas y jansenistas, de
una parte, y de otra los corifeos de la Francmasonería,
por entonces empeñada en guerra sin cuartel contra los
Pontífices y el clero; en fin, como partidarios de una
moral rigurosa, se echaron encima el odio vengativo
de la corrupción de las Cortes, cuyos Pactos de Familia
sirvieron para generalizar en buena porción de Europa
la expulsión de los jesuitas.

El retroceso de Quito con el extrañamiento de la


Compañía de Jesús en 1716 fue particularmente
grande: se cerraron universidades, colegios y escuelas;
amortiguase la cultura; vinieron a menos las iglesias y
perdieron se en ellas muchos tesoros artísticos; se
paralizó la obra de las misiones; se deterioraron la
agricultura y la ganadería. Pero los jesuitas expulsos
irradiaron, aun en Europa, su saber: los Padres
Velasco, Aguirre, Orozco, Arteta, Larrea, Andrade,
Crespo, etc., son hasta hoy gloria de nuestras letras. Y
algunos de ellos vinieron a ser, a la postre
indirectamente, como los Padres Velasco, Larrea y

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Crespo, precursores de nuestra emancipación política.
Menos de dos años estuvieron de nuevo los jesuitas en
el Ecuador a mediados del siglo pasado, traídos por
García Moreno, cuando gobernaba Noboa, y otra vez
fueron extrañados por Urbina, quien, llevado del
sectarismo que importara de la Nueva Granada, cedió
a las presiones foráneas del General Mosquera y
expulsé de nuevo a los jesuitas. Ardua lucha se libré en
torno a este asunto, y salieron al palenque de la
discusión, contra los agentes de Mosquera y los
propósitos, conculcadores del derecho, del gobierno
urbanista, las plumas de los mejores hombres del
Ecuador, entre ellos el P. Solano, el Dr. Agustín
Yerovi y, sobre todo, García Moreno. Este, al ser
elegido Presidente, corrigió esa quiebra de la soberanía
nacional y trajo definitivamente a los jesuitas al
Ecuador. Los que Regaron procedían, en buena parte,
del grupo de perseguidos y expulsados de Alemania
por el “Kulturkampf” de Bismarck, el Canciller de
Hierro, uno de los más extremistas bonzos de la
masonería europea. Acoger a sus perseguidos resultó
un valiente desafío del vigoroso jefe de un pequeño
estado sudamericano: eso y su firme adhesión al Papa
Pío IX, prisionero en el Vaticano, significaron al fin,
para García Moreno, el inicuo asesinato del 6 de
agosto de 1875.

Pero hasta tanto los jesuitas habían recomenzado en el


Ecuador sus tareas educativas, mi-

31
sioneras y de apostolado. Otra vez surcaron los
evangelizadores los ríos del Oriente, por el Napo hasta
Mazán, cerca de Iquitos, aunque el general don Eloy
Alfaro suprimió después esas avanzadillas de nuestra
jurisdicción nacional, lo que aprovechó el Perú para
avanzar y arrebatarnos las riberas del Amazonas,
privándonos de una salida propia y soberana al gran
río, injusticia que lacera nuestra América. Otra vez
brillaron los estudios superiores con la Politécnica (P.
Wolf, Geografía; P. Sodiro, Flora y Jardín Botánico; P.
Menten, Observatorio Astronómico, etc.), pero la 1
Politécnica murió en tiempos del Presidente Borrero:
el Dr. Velasco Ibarra, hijo de un ex- alumno de la
Politécnica, la refundo medio siglo después.
Bajo la acertada y acerada conducción del Presidente
García Moreno recobró su prioridad el espíritu y el
Ecuador fue consagrado, el primero, al Corazón de
Jesús, obra en parte del P. Manuel José Proaño,
propulsor también del Neo- tomismo, y en parte de
otros dos apóstoles:

Mons. José Ignacio Checa y Barba y Mons. Pedro


Rafael González y Calisto, ambos, discípulos en Roma
de los jesuitas, el primero en la Academia de
Eclesiásticos, y el segundo en el Colegio Pío-
Latinoamericano. Comenzaron por aquella época a
brillar las Congregaciones Marianas, uno de cuyos
apóstoles fue el P. Terenziani, propulsor también con
el P. Proaño y el Dr. Matovelle
—otro ex-alumno de los jesuitas y fundador de

32
los Oblatos— del 1 Congreso Eucarístico Nacional en
1886. Por aquellos años Dios concedió a los jesuitas,
encargados de la dirección de almas santas, una nueva
flor: la Rosa del Guayas, Sor Mercedes de Jesús
Molina, beatificada por Juan Pablo II en Guayaquil
durante su visita al Ecuador en 1985.
Y se fundó el Colegio San Gabriel, que tiene ya más
de un siglo de fecunda labor en formación de
juventudes. Ante sus alumnos se produjo el 20 de abril
de 1906 el prodigio de la Virgen Dolorosa del Colegio,
cuyo cuadro venerando atrae hasta ahora el fervor de
las multitudes, ha recorrido toda la República y fue
solemnemente coronado en 1956, en impresionante
acto que congregó a todos los poderes públicos. Otros
colegios fueron también abiertos en la República.
Cuatro ex-alumnos han alcanzado el solio presidencial:
los Drs. Velasco Ibarra y Ponce Enríquez, del San
Gabriel de Quito; don Clemente Yerovi y el Dr.
Osvaldo Hurtado Larrea, del San Felipe de Riobamba.
Y brotó el periodismo católico, primero con “El
Mensajero del Corazón de Jesús”, que hasta hoy
subsiste, aunque amputado en su nombre, ha cumplido
68 años y ha superado los 700 números mensuales, y
luego con el P. Luís Mancero, que hizo célebre su
seudónimo de “Armando Guerra” en semanarios como
“Dios y Patria”, de Quito, y “Catolicismo”, de
Guayaquil, lamentablemente desaparecidos. Y
nacieron la librería “La Prensa Católi-

33
ca”, con su imprenta, que sirvió muchas décadas, y la
radiodifusión, “Radio Xavier de Quito”, con ese gran
apóstol navarro, el P. José Urarte.

En Cotocollao comenzó luego a irradiar un alto Centro


de Cultura, presidido por el P. Aurelio Espinosa Pólit:
Biblioteca Virgiliana, Instituto Superior de
Humanidades Clásicas, Archivo- Museo-Biblioteca
Ecuatoriana, Colegio Loyola. Y se expandieron e
intensificaron los “Ejercicios espirituales”, apostolado
en el que tuvo singular trascendencia el P. Eduardo
Vásquez Dodero. Y la alta oratoria sagrada y valiente
conducción de la educación católica nacional y
continental, con el P. Jorge Chacón. Luego vino, en
1946, la Universidad Católica del Ecuador, a poco
Pontificia, cuyo primer Rector fue el P. Aurelio. Y “Fe
y Alegría”, con sus muchas escuelas. Y el “Centro del
Muchacho Trabajador”, con el P. Halligan.

Y ante la imposibilidad de nombrar a cientos de


jesuitas que desde el púlpito, la cátedra, la
administración de sacramentos, los ejercicios
espirituales, el libro o el artículo, han servido a la
gloria de Dios y han dado lustre a su Orden y a la
Patria, nos limitamos a mencionar la serie de ilustres
obispos jesuitas (Lizarzaburu, Machado, Heredia,
Chiriboga y Orellana) presididos por el Cardenal Pablo
Muñoz Vega, auténtica gloria de la Patria, fundador de
la nueva Facultad de Teología, Radio Católica
Nacional del Ecuador, “Múnera”, etc., ex-Rector del
Colegio Pío La-

34
tinoamericano y de la Pontificia Universidad
Gregoriana de Roma, Consultor del Concilio Vaticano
II y Presidente del Sínodo Mundial de Obispos.
Terminemos diciendo que, como culminación de esta
trayectoria gloriosa, dos Superiores Generales de la
Compañía de Jesús nos han visitado: los Padres Pedro
Arrupe y PeterHans Kolvenbach, y que desde la áurea
Iglesia jesuita de Quito, el propio Papa Juan Pablo II
dirigió su voz y su mensaje de fe y esperanza a los
hombres de cultura del Ecuador.

¡400 años de los jesuitas en nuestra Patria:


cuatro siglos de espiritualidad, evangelización, ciencia
y cultura!

35
LA TRADICCION JESUITICA DE
ENSEÑANZA SUPERIOR EN LA
CULTURA ECUATORIANA

Por el Dr. Julio Terán Dutari S. J., Rector


de la Pontificia Universidad
Católica del Ecuador (Quito
Discurso pronunciado en la Sesión
Solemne Conmemorativa realizada
en la Pontificia Universidad Católica,
Quito, el 26 de febrero de 1987
La celebración del Cuarto Centenario de la presencia
de la Compañía de Jesús en el Ecuador coincide con el
cuadragésimo aniversario de la Fundación de nuestra
Universidad Católica; este hecho me lleva a considerar
la actividad de los hijos de Ignacio de Loyola en el
campo educativo y particularmente en el de la
educación superior, a la cual se han dedicado en los
siglos XVII, XVIII, XIX y XX, en circunstancias
parecidas, con similares fines académico-religiosos.

La Universidad Católica se estableció en noviembre de


1946, rompiendo una larga tradición de monopolio
estatal en la enseñanza superior, gracias a un decreto
del Presidente, Dr. José María Velasco Ibarra, decreto
que fue el fruto de eventos providenciales, sin duda;
pero, al mismo tiempo, del empeño constante de
caballeros católicos y de las autoridades de la Iglesia,
que la venían solicitando desde años atrás.

39
Bajo la dirección del Primado de la Iglesia
ecuatoriana, el Cardenal Arzobispo de Quito, prestaron
su aporte los profesores fundadores, las damas
bienhechoras, y no menos los estudiantes, para poner
en marcha con pie firme una institución de la magnitud
que ha desarrollado nuestra Universidad Católica,
hasta mostrarse digna de parangonarse con las
restantes instituciones de educación superior católica
en el mundo; y hasta merecer que se la escogiera por
Sede de la reunión anual del Consejo de la FIUC, que
acaba de tener lugar en estas mismas aulas.

En pocos años experimentó un fuerte crecimiento: tras


una década adquirió casa propia, en este campus de la
Avenida Doce de Octubre, construyó edificios, se
extendió a otras zonas del país con la modalidad de sus
diversas Sedes, y en esta Sede principal de Quito fue
estableciendo sus ocho facultades actuales, incluida
desde 1973 la Facultad Eclesiástica de Ciencias
Filosófico-Teológicas. Habiendo recibido muy pronto
el reconocimiento oficial de la Santa Sede como
universidad católica, se le concede también el Título
de Universidad Pontificia en 1963, por el mismo
tiempo en que la Sede Apostólica confiaba su
dirección y administración a la Compañía de Jesús,
que había dado a la Universidad el primer Rector. Ese
largo y brillante Rectorado inicial ha sido continuado
por otros cinco, en que otros tantos Rectores y un
número considerable de miembros de la Orden, en
íntima colabora

40
ción con doctos sacerdotes —de los que han salido varios
Obispos— y con otros religiosos y seglares, se han esforzado
por mantener y llevar a- delante, si bien con sus
características propias cada vez, la estabilidad institucional,
la identidad católica, la excelencia académica, el clima
humano privilegiado, y la preocupación vigilante por las
necesidades de nuestro pueblo.

La actual PUCE aparece entonces como una continuación de


los centros académicos superiores mantenidos en esta nación
por el esfuerzo de nuestros mayores, en beneficio de la
educación católica integral, desde el Siglo XVII hasta el
Siglo XIX. Vamos a dedicar nuestras reflexiones al recuerdo
de esas obras con que en siglos pasados la Compañía de
Jesús sirvió aquí a la juventud, a la Patria y a la Iglesia.
Señalemos tres hitos decisivos: Primero, el establecimiento y
consolidación de la Real y Pontificia Universidad de San
Gregorio Magno, durante el Siglo XVII; segundo, el
encuentro con la ciencia europea, y en especial con los
Académicos franceses, en el Siglo XVIII; y tercero, la
creación de la primera Escuela Politécnica Nacional en el
Siglo XIX.

Nota: Al presentar este recuento emocionado, como un


homenaje de filial devoción a la que los jesuitas llamamos
“nuestra Madre, la Compañía de Jesús”, me sirvo de los
materiales históricos y de las notas redaccionales que me ha
proporcionado el Padre Jorge Villalba Freile, Profesor de
Historia de esta

41
1.— La Real y Pontificia Universidad de San Gregorio
Magno, desde el Siglo XVII.

La ciudad de Quito, desde que se sintió vigorosa y dotada de


personalidad, a mediados del siglo XVI pidió al Rey del
Imperio español tener una Audiencia, esto es un Tribunal de
jueces solo inferior al Real Consejo de Indias y al propio
monarca, solicitó tener silla episcopal, y también ser la Sede
de una Universidad o de un Instituto de Estudios Generales,
como el que funcionaba en Lima, la capital del Virreinato

Notable aspiración era ésta de los quiteños por ver a sus


hijos lucir los títulos académicos del doctorado, en tiempos
en que todavía no se habían establecido los centros de
estudios secundarios en una forma regular y sistemática.

Para este preciso fin fueron fervientemente solicitados los


Jesuitas por las autoridades de la Real Audiencia y por su
segundo Obispo, el dominico Fray Pedro de la Peña. Era este
Prelado

Universidad, Director de su Archivo Juan José Flores, y


curador del Archivo de la Provincia Jesuítica Ecuatoriana.
Con su profunda sabiduría de la historia, unida a la
caballerosidad fraterna con que siempre ha sabido participar
los frutos de sus investigaciones, ha hecho él posible la
manifestación de este testimonio. Las referencias
bibliográficas que lo sustentan abundantemente pueden
encontrarte en los escritos de los historiadores de la
Compañía de Jesús en el Ecuador, ante todo en los del
mismo Padre Villalba.

42
un clérigo de altos méritos y profunda ilustración, se
había graduado en San Gregorio de Valladolid y había
ejercido el magisterio en la ciudad de Méjico. En
Quito intentó formar un seminario para clérigos; su
convento de San Pedro Mártir impartía enseñanza,
como los otros conventos y monasterios quiteños, a
grupos de jóvenes. Pero nada de esto le satisfacía:
quería Institutos que sistemáticamente proporcionaran
la mejor educación de la época.

Respondiendo a estas circunstancias vinieron a Quito


los Jesuitas en 1856. De este hecho los Oidores
informaron al Rey:

Llegaron tres sacerdotes de la Compañía del Nombre


de Jesús. . . Esperamos que ellos pondrán escuelas y
estudios de latinidad y de retórica para los niños. Más
adelante podrán establecer la Universidad de Estudios
Generales; porque, cierto, es gente que muestra
desinteresadamente y promete mucho.

Este año 1987 se conmemora el cuarto centenario de la


apertura del primer colegio de secundaria en nuestro
país. Lo abrieron los jesuitas en locales
apresuradamente dispuestos en la parroquia de Santa
Bárbara, y a él acudieron cien alumnos; a Lima y a
Roma se mandaban noticias de que esos jovencitos
eran de agudo ingenio, que iban aprendiendo las
disciplinas clásicas

43
igual que en Europa y que deseaban recibir cursos de
Filosofía.

La revuelta de las Alcabalas trajo penosas


consecuencias al Reino de Quito, una de ellas fue la
suspensión de los trámites para la fundación de la
Universidad. Además, en Madrid se debía de pensar
que bastaba la Universidad de San Marcos de Lima
para graduar a los súbditos del virreinato, algo así
como bastaba un virrey para gobernarlos.
Sin embargo, Felipe III accedió a los renovados
requerimientos de Quito, pero en forma limitada,
autorizando sólo una universidad particular, algo así
como una extensión universitaria, en lenguaje
moderno, de acuerdo a lo que se dice en la
Recopilación de Leyes de los Reinos de las
Indias:

Está permitido que en ciertas ciudades haya estudios y


universidades, y que se ganen cursos y se den grados
en ellas, por el tiempo que se juzgare conveniente;
para lo cual hemos impetrado bulas de la Sede
Apostólica; y les hemos concedido algunos privilegios
y preeminencias.

Siguiendo estas normas, el Rey Felipe III impetró del


Pontífice Gregorio XV, a 2 de febrero de 1620, la
autorización para que los colegios de estudios
generales de los jesuitas, en lugares

44
de los dominios españoles de ultramar que distasen
mucho de universidades ya constituidas, pudieran
otorgar todos los grados académicos. Así se estableció
en 1622 en la ciudad de Quito, la que se llamó
Universidad de San Gregorio, en honor del Sumo
Pontífice que la fundaba. En sus aulas se preparaban
los estudiantes y el obispo autorizaba y refrendaba los
grados. Igual cosa sucedió, por virtud de la misma
Bula y Cédula Real, en ciudades como Santa Fe de
Bogotá, Córdoba junto al Río de la Plata, y en las
lejanas islas Filipinas.

Fue cobrando prestigio internacional la Gregoriana de


Quito por la calidad de sus profesores, que se
equiparaban a los catedráticos de Alcalá de Henares, la
universidad fundada por el cardenal Jiménez de
Cisneros, según informaba al Rey el obispo Fray Pedro
de Oviedo; de suerte que en 1649 obtuvo de la Real
Audiencia, en nombre del monarca, la calidad de
universidad plena.

Llevaba 27 años de vida nuestra Gregoriana cuando


los jesuitas se creyeron con capacidad y con
documentos suficientes para solicitar de la Audiencia
este reconocimiento; ante ella presentaron copias
autenticadas de numerosas bulas de nueve pontífices, a
partir de Paulo III, en que se les autorizaba
irrestrictamente a dar grados en sus universidades,
bulas que habían sido aceptadas por el Consejo de
Indias. La Audiencia las

45
acató y, en virtud de ellas, expidió cédula refrendada
con el sello real:

En cuya conformidad fue acordado por los dichos mi


Presidente y oidores usen de los privilegios en dar los
grados, conforme las bulas que presentan, atento a
que consta están pasadas por el Real Consejo de
Indias; lo cual ansí haga y cumpla, sin hacer otra cosa
en contrario. Dada en Quito, a 26 días del mes de
agosto de 1649 años. Lcdo. Don Martín de Arriola,
presidente.

El 19 de mayo de 1651 fue solemnemente promulgada


esta decisión, o mejor “obedecida”, en sesión plenaria
de la universidad. Se leyó esta cédula en la cátedra; el
Rector, padre Rodrigo Barnuevo, se levantó, besó y
puso sobre su cabeza esta provisión real y mandó: “se
guarde, cumpla y ejecute, como en ella se contiene, y
copie en el libro de esta Universidad por su secretario
Diego Rodríguez de Ocampo”. Hasta entonces, 1650,
como el mismo Ocampo dice, los grados de los 160
maestros y 120 doctores habían sido conferidos por el
obispo o su cabildo. De allí en adelante los conferiría
el Rector jesuita.

Por fin fue honrada con los títulos de Real y Pontificia


Universidad de San Gregorio Magno, como consta en
el libro aúreo, conservado hasta hoy en la Universidad
Central del Ecuador, donde se consignan los grados
otorgados a tantos

46
quiteños y americanos ilustres (venían regularmente
estudiantes de Panamá, pero también de otras lejanas
regiones), entre ellos a Pedro Vicente Maldonado y a
Eugenio de Santa Cruz y Espejo.

2.— La Universidad de los Jesuitas y la ciencia


europea y americana en el Siglo XVIII.

Nuevo impulso, nuevo rigor, esta vez en el terreno del


estudio de las ciencias, adquirió la Gregoriana durante
el siglo siguiente por la presencia y actividad de los
Académicos y Geodésicos franceses y sus colegas
españoles que visitaron nuestro país desde 1736, hace
250 años.

Es sabido que el señor Carlos de la Condamine en


Quito se hospedó en el colegio y universidad de los
jesuitas, y lo mismo en el Colegio de Cuenca; y
escribió en su “Journal du Voyage a L’Equateur”:

Los jesuitas me proporcionaron en su colegio un


aposento muy cómodo; la gratitud me obliga a decir
que los d(as que pasé alojado en ese colegio fueron los
más gratos y agradables durante los siete años de
permanencia en la América Meridional.

Fueron frecuentes las relaciones de todos los


académicos franceses y de sus colegas españo-

47
les con el personal de la Universidad y Colegio
Máximo de Quito. La Condamine refiere que en la
terraza construyó con ladrillos la línea del meridiano
de Quito y un gnomo o reloj de sol de tres metros de
alto. Ha servido, añade, para hacer dar las once y
media del día al reloj del colegio, que regulaba la vida
de la ciudad, en el instante en que el sol llegaba al
cenit. Sabemos que en la torre de la iglesia, ahora
destruida, existió un reloj público desde comienzos del
siglo XVII, que daba las horas con sonido potente en
servicio de toda la población.

Al laboratorio del Colegio acudió en 1741, cuando


tuvo necesidad de purificar el mercurio nativo de las
impurezas de plomo. Lo pudo lograr pese a la
deficiencia de instrumentos allí existentes. Sin duda
este suceso espoleó al colegio para completar sus
equipos en años posteriores.

El propio La Condamine narra que en mayo de 1742,


poco antes de su partida, fueron invitados los
Geodésicos franceses a un acto académico de tipo
escolástico que la Universidad de San Gregorio les
dedicó como muestra de admiración y gratitud.
Según la costumbre de las universidades, uno de los
estudiantes exponía el tema; y de entre los asistentes,
podían los profesores, estu-

48
diantes e invitados argüirle y pedirle explicaciones.
Exposición y discusión, todo ello se hacía en idioma
latino. En esa ocasión fue seleccionado el joven
estudiante Carlos Arboleda, payanés de 23 años. El
tema elegido no fue de ciencias sino de filosofía y
teología, pues versaba sobre la libertad de Dios y la
libertad del hombre, y las relaciones metafísicas entre
el Criador y la criatura. No importaba eso, porque los
Académicos hablaban latín y porque ellos también
habían estudiado esas asignaturas y se interesaban por
tales problemas; de suerte que Luís Godin intervino en
la discusión que estaba presidida por el profesor
Francisco Sanna, el catedrático más eminente de la
Universidad.

A más de eso la Universidad tuvo un gesto espléndido,


porque el programa de la disertación se esculpió
primorosamente en una lámina de plata,. burilada por
un Hermano jesuita de colegio. Y el Rector obsequió a
los Académicos franceses la preciosa joya. Tenemos la
suerte de conservarla: en la parte superior , al gusto
renacentista, aparece Minerva, la diosa de la sabiduría,
en su trono. Diez geniecillos juegan con los
instrumentos de los Geodésicos, hacen experimentos y
resuelven ecuaciones. La inscripción la compuso el
célebre latinista y famoso predicador, Padre Pedro
Milanesio, en frases grandilocuentes que traducida
vienen a decir:

A la Academia de Ciencias de París, maes-

49
tra de matemáticas y física, a quien Francia dio
nacimiento y favor, y Europa aplausos, América
dedica este humilde homenaje, por medio de Carlos
Arboleda de la Compañía de Jesús, en un certamen de
sagrada Teología. Lo preside el R.P. Francisco Sanna,
dignísimo profesor de prima en la Universidad
Gregoriana de Quito. lo. de mayo de
1742.

Si nos preguntamos ahora por la contribución con que


nuestra universidad de San Gregorio aportó a la cultura
americana, especialmente en aquel controvertido Siglo
XVIII,. podemos responder desde los diversos
aspectos que deben caracterizar a un centro de
formación superior.

En cuanto a los profesores, tanto europeos como


americanos, es de justicia decir que fueron muy
selectos. El Padre José María Vargas ha publicado la
reseña de los catedráticos del hábito blanco, que
actuaron en su universidad quiteña de Santo Tomas de
Aquino. Por lo que toca a los profesores jesuitas
gregorianos, si de algo se les culpó fue de su afán de
estar muy al día en la exposición de sus disciplinas y
aun de aventurarse en la formulación de tesis nuevas y
peregrinas, de lo cual tenemos ejemplos. Por ello el
Superior General llegó a imponer que ninguno
defendiese doctrina que no estuviese publicada en
cuatro autores de la Compañía, so pena de verse
privado de la cátedra. Tienen en cambio el mérito in

50
discutible de haber transmitido a la sociedad
hispanoamericana lo mejor de los conocimientos
europeos de su tiempo. Lo demuestran los catálogos de
sus bibliotecas, que aún se conservan; los libros de
Grados y los 400 textos manuscritos de preelecciones,
que guarda el Archivo Nacional de Quito.
Pero con igual empeño se dedicaron al cultivo de lo
que llamaríamos “ciencia americana”, esto es, al
estudio de la historia, geografía, antropología,
lingüística, cartografía y ciencias naturales quiteñas. Y
este estudio del mundo americano es lo que había que
pedir específicamente a esas universidades de la
América española, según los reproches de los actuales
críticos a esa que sólo entienden como “época
colonial”, sin darse cuenta de lo mucho en que ya
habían cumplido este programa suyo nuestros ilustres
antepasados.

Hemos hablado de la importancia de la Biblioteca de


la Gregoriana, porque la altura de un centro
universitario se calibra también por su biblioteca,
instrumento indispensable de labor académica. Halaga
sin duda el saber que quienes la conocieron la
estimaron por una de las mejores de Sudamérica; y de
hecho superior a las de Bogotá y de Lima. El Padre
Bernardo Recio, S.J., español, comentó:

Muchas bibliotecas buenas he visto, pero a

51
ninguna doy la primacía. Vi las de Alcalá y de
Salamanca, y aunque la una le excede en
selección y cantidad de libros; y la otra también
en ornato y grandeza de la pieza; mas en la de
Quito admiré un complejo que ni se halla en las
dos mencionadas, ni pienso que en ninguna parte
se hallará tal cabal.

El material de laboratorio y biblioteca que servía a la


Universidad de San Gregorio era incrementado
constantemente por las expediciones de misioneros
europeos que traían de España, y sobre todo de Italia y
de Alemania, las más recientes investigaciones y los
novedosos instrumentos con que, especialmente en el
Siglo XVIII, la ciencia superaba todos sus estadios
anteriores, medievales, renacentistas y modernos.

Acerca de la pléyade ilustre de Profesores jesuitas de


San Gregorio, acerca del prestigio que en toda la
Audiencia tenía el sustentar una cátedra en ese centro
superior, acerca de las doctrinas científicas (en parte
revolucionarias para la época) que allí se defendían,
existe ya cierto material bibliográfico editado en los
últimos años, al que hemos contribuido personalmente,
sobre todo por lo que toca al más famoso de los
Profesores de San Gregorio, que sobrevivió a la
destrucción de la Universidad por la Real Cédula de
Carlos III en 1767. Juan Bautista Aguirre, que había
nacido en Daule en 1725, murió en Tívoli

52
en 1786, hace dos siglos justos, y dejó la más profunda
huella en los ambientes académicos y eclesiásticos de
Italia, particularmente en su a- migo y admirador, el
futuro Papa Pío VII, quien había de restablecer para
toda la Iglesia esa misma Compañía de Jesús por la
que trabajaron y sufrieron los jesuitas de la Provincia
de Quito hasta el destierro, la desautorización y la
muerte en el ostracismo.

Luego del extrañamiento de los jesuitas por Carlos III,


la biblioteca de la Universidad de San Gregorio, junto
con las provenientes de los colegios jesuíticos de
Ibarra, Latacunga, Ambato y Riobamba, pasaron a
formar la Biblioteca Pública de Quito, con más de
20.000 volúmenes, los cuales fueron puestos en manos
del Doctor Eugenio Espejo, en 1792, quien exigió un
alto sueldo por dirigirla, a juzgar por una elogiosa
carta dirigida al Presidente Luís Muñoz de Guzmán:

He recibido el despacho en forma; mediante él he


pedido la asignación de mil pesos anuales de renta; a
ejemplo de la de mil y quinientos que goza el que lo es
de la Real Biblioteca de Lima, que no es ni tan
numerosa, ni tan comprensiva de tantas facultades,
como ésta de los regulares extinguidos, los Jesuitas de
Quito.

Mas adelante, en 1802, el sabio Francisco José de


Caldas, que solo a regañadientes recono-

53
cía los méritos del Reino de Quito, escribía a su amigo
don Santiago Arroyo:

No acabo de admirar cómo ha venido tanto libro


bueno a Quito; no hay particular que no los tenga; y
libros que no pude hallar en Santa Fe de Bogotá, los
hallado aquí. A mi me parece que hay más copia de
buenos libros aquí en Santa Fe. Quizá me engañará en
esto.
La Biblioteca Pública es la que fue de los Jesuitas; y
es preciso confesar que es pieza magníficamente
adornada.

Mucho sufrió la Biblioteca Pública durante los largos


años de la Independencia y durante las perturbaciones
de comienzos de la República, hasta que el Presidente
García Moreno volvió a confiarla al cuidado de los
jesuitas, en 1862. Para entonces se había reducido a la
mitad el número de sus volúmenes. La administraron
estos religiosos hasta la revolución del general
Veintimilla en 1876; al entregarla la habían
enriquecido con 2.126 volúmenes y con nuevas
estanterías. Pero esto ya pertenece al último período
del que conviene referir ahora.

3.— Los jesuitas y la primera Escuela Politécnica


Nacional, en el Siglo XIX,

En 1870 el Presidente García Moreno funda con


jesuitas europeos, pedidos expresamente

54
al General de la Orden, la primera Escuela Politécnica
del Ecuador. Se reanudaba así, después de un siglo de
violenta ruptura, ].a presencia oficial de la Compañía
de Jesús en la educación superior de nuestra Patria.
Fue este un esfuerzo académico gigantesco, y sin
paralelo en el Continente austral, destinado a
desarrollar los estudios científicos entre la juventud
ecuatoriana, y a despertar las potencialidades de la
industria, que se hallaba tan retrasada en el país.
Estaba la Politécnica constituida ante todo por una
Facultad de Ciencias, que otorgaba doctoradas en
ciencias exactas; había además carreras intermedias de
mecánica, Ingeniería, topografía, agrimensura,
tecnología, química industrial, y otras más. Por fin, se
adjuntaba una institución docente de Artes y Oficios,
llamada el Protectorado Católico, a cargo de Hermanas
de La Salle, norteamericanos.

Cierto que no duraron muchos estos institutos de


ciencias: no sobrevivieron a la muerte de su fundador,
ocurrida trágicamente el 6 de agosto de 1875. Pero sus
frutos perduraron; por lo que toca a los catorce
profesores jesuitas, nos quedaron más de 130 obras y
artículos. Quedó también la Biblioteca de Ciencias
reunida por los jesuitas. Continuando su actividad
científica ya fuera de la Escuela Politécnica,
permanecie-

55
ron entre nosotros los tres más ilustres Profesores que
ella tuvo: Juan Bautista Menten, Teodoro Wolf, Luís
Sodiro.

Menten construyó y equipó el Observatorio


Astronómico de La Alameda, en Quito. Wolf compuso
los mejores tratados de Geografía y Geología del
Ecuador. Sodiro escribió 32 tratados de botánica de
nuestro suelo y de agricultura práctica; recolecté un
Herbario Nacional; y fue Director de la Escuela de
Agronomía del estado, por nombramiento de los
Presidentes Caamaño, Antonio Flores, Luís Cordero y
Eloy Alfaro.

Educaron y graduaron, por fin, a los primeros


ingenieros del país, a los primeros doctores en física y
química, que fueron la simiente de la actual Escuela
Politécnica Nacional.

Y algo más: los maestros de la Politécnica de 1870, en


unión con los catedráticos jesuitas y seglares de la
Universidad Central (porque García Moreno había
dado acceso allí a los jesuitas), revisaron y renovaron
los programas y métodos de estudios de todos los
colegios y de la enseñanza superior.

Este beneficio académico se aplicó de lleno en la


Universidad del Azuay en Cuenca, centro superior que
por circunstancias muy originales dirigió también la
Compañía de Jesús en el siglo

56
pasado. Solo recordaremos brevemente que en octubre
de 1869 el señor doctor Mariano Cueva, Rector de la
Corporación Universitaria del Azuay, creyó oportuno
entregar el rectorado de esa Universidad al Padre
Miguel Franco, S.J., que ya era rector del Seminario y
del Colegio de la ciudad que se llamaría Benigno
Malo.

El Padre Franco, italiano de Turín, ejerció ese


rectorado y dictó la cátedra de Teología Moral, hasta la
elección del Presidente Dr. Antonio Borrero Cortázar.
Las asignaturas medias de letras, latín y matemáticas
estaban en manos de los entonces jóvenes jesuitas
Federico González Suárez y Abelardo Moncayo. Los
catálogos de premiaciones de esos años muestran que
sobresalían en las aulas los alumnos Cornelio Crespo,
Honorato Vásquez, Emiliano Crespo Astudillo,
Benigno Malo Crespo. Curiosamente, la Universidad
del Azuay era por entonces la única universidad que
dirigían los jesuitas en todo el mundo, excepto la
Universidad Gregoriana de Roma y los centros
universitarios destinados a los propios estudiantes
religiosos de la Orden.

Ha sido grato para mí rendir tributo, siquiera sea en


esta forma, a los catedráticos y demás promotores
jesuitas de la cultura superior en las centurias pasadas
de la historia nacional, a nombre de esta universidad
nuestra que me toca presidir, y que se esfuerza por
mantener en alto la tradición gloriosa que ellos nos
legaron. Ven-

57
turosamente los jesuitas contamos ahora para este
propósito con el concurso de numerosos maestros y
maestras, de alta calificación, y con los miembros de
todo un compacto equipo administrativo, unidos con la
Compañía de Jesús en este patriótico esfuerzo y en una
misma inspiración fundamental.

58
AGRADECIMIENTO DEL
PROVINCIAL DE LA COMPAÑIA
DE JESUS

Por el Dr. José Araujo S.J.,


Provincial de la Compañía de
Jesús en el Ecuador
Pronunciadas clausurando la Sesión
Solemne Conmemorativa celebrada
en la Pontificia Universidad Católica,
del Ecuador el 26 de febrero de 1987
Distinguidas Autoridades y amigos:
En la Fórmula del Instituto de la Compañía de Jesús,
escrita por San Ignacio de Loyola y aprobada por el
Sumo Pontífice Paulo III, documento fundacional,
oficial y solemne, se afirma:

“Compañía fundada principalmente para emplear-se en la


defensa y propagación de la fe y en el provecho de las almas
en la vida y doctrina cristiana, sobre todo por medio de las
públicas predicaciones, lecciones y cualquier otro ministerio
de la palabra de Dios, de los Ejercicios Espirituales, la
doctrina cristiana de los niños y gente ruda, y el consuelo
espiritual de los fieles, oyendo sus confesiones y
administrándoles los otros sacramentos. . . . se empleen
(además) en la pacificación de los desavenidos, el socorro
de los presos en las cárceles y de los enfer-

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mos en los hospitales, y el ejercicio de las demás
obras de misericordia, según pareciere conveniente
para la gloria de Dios y el bien común”.

Dentro de la riquísima gama de ministerios apostólicos


a los que puede entregarse el jesuita, guiado por sus
Superiores, se realza especialmente en la Fórmula del
Instituto: la evangelización directa: defensa y
propagación de la fe, la comunicación gozosa de la
palabra de Dios, la santificación sacramental y el
trabajo con el pueblo de Dios, los niños, los rudos y
todos los que sufren.

En el magnífico recuento histórico que con tanta


elocuencia, erudición y objetividad nos han hecho,
tanto el Sr. Lcdo. Alejandro Carrión, Presidente de la
Comisión Nacional Permanente de Conmemoraciones
Cívicas, como el Sr. Dr. Jorge Salvador Lara, ilustre
Director de la Academia Nacional de Historia y ex-
alumno esclarecido, junto con el Profesor Dr. Julio
César Terán Dutari, Rector de esta Pontificia
Universidad Católica, habréis podido formaros un
juicio sólido sobre la actuación de los sacerdotes y
hermanos de la Compañía de Jesús, en estos cuatro
siglos.

Tenéis un acervo rico de datos para responderos a una


pregunta importante: ¿Han sido los hijos de Ignacio de
Loyola fieles a su estatuto fundacional, a su propio
carisma? En medio de sus limitaciones humanas ¿han
marchado al ritmo de las urgencias redentoras de
Cristo?

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Tenemos un juez, el definitivo, que sabrá juzgarnos
con toda su infinita bondad de Padre. El ha seguido
con amor todos los pasos de sus elegidos, pero no hay
duda de que entre las realidades históricas
mencionadas con tanta brillantez por los oradores que
me han precedido, se ha puesto de relieve el influjo
singular que la acción de la Compañía de Jesús ha
tenido en el desarrollo y acrecentamiento de la fe y de
la cultura ecuatorianas.

No hemos sido los únicos, ni los primeros. Nos


precedieron meritísimas órdenes religiosas. Pero la
gracia del Señor nos concedió colaborar con ellas, con
la jerarquía de la Iglesia y con todos los hombres de
buena voluntad, en la búsqueda y el hallazgo de esa
síntesis, difícil pero necesaria, de fe y cultura, algo que
Su Santidad Juan Pablo II reconocía jubilosamente en
su discurso a los intelectuales en el templo de la
Compañía. Nos decía textualmente:

“Son valores substanciales que aglutinan e impregnan


vuestras formas de vida familiar y social, privada y
pública. Una sabiduría profunda de vuestra gente, una
memoria histórica de luchas y triunfos, una común
aspiración de Patria, Están simbolizadas en los
mismos grandes temas religiosos que viven en el
pueblo como focos de actividad cultural y que inspiran
la instrucción, el arte, las artesanías, la fiesta y el
descan-

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so, la convocación multitudinaria y hasta la
organización misma de las comunidades...”

Y luego, con acento admonitorio, como reconocimiento


válido del pasado y como reto el futuro, recalcaba:

“porque la fe que no se convierte en cultura es una fe


no plenamente acogida, no enteramente pasada, no
vivida en total fidelidad

Nuestro agradecimiento reconocido para el Gobierno


Ecuatoriano y para la muy ilustre Comisión Nacional
Permanente de Conmemoraciones Cívicas, que dignamente
presidida por el polifacético y consagrado escritor, Sr.
Licenciado Don Alejandro Carrión Aguirre, han querido
honrar a la Compañía de Jesús en la celebración del Cuarto
Centenario de su establecimiento en la Audiencia de Quito.
Y nuestro especial homenaje de gratitud a tan excelentes
oradores que han exaltado la obra de nuestros hermanos
unida a la historia de nuestra Patria.

Para los jesuitas ecuatorianos de hoy, Señores y amigos


presentes, esta conmemoración, a una con el testimonio de
vuestro nobilísimo afecto, en un llamado para preservar sin
mengua el patrimonio de familia que nos han legado
nuestros mayores –

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“La valentía y el denuedo sobrenatural
—nos advertía en su Visita el P. Peter Hans
Ko!venbach, General de la Compañía— que nuestros
hermanos demostraron en la obra colosal de las
misiones del Marañón, en el cuidado pastoral de las
doctrinas desperdigadas por el altiplano ecuatoriano,
en el trabajo silencioso pero fecundo de Universidades
y Colegios, en los templos y creaciones artísticas, debe
encontrar un eco profundo hoy, en todos Ustedes”.

Este eco podremos mantenerlo profundo y vibrante en


la medida en que vosotros aceptéis caminar con
nosotros! Es ésta una vieja historia de cuatro siglos: el
investigador P. José Jouanen señala que el 20 de julio
de 1586 fueron recibidos los primeros jesuitas por
todos los quiteños con grandes demostraciones de
afecto y cariño. Y luego añade: “y este afecto y cariño
de la ciudad entera de Quito a los jesuitas jamás se
desmintió en tiempos posteriores hasta la injusta
expulsión de Carlos III”. Otras dos veces hemos sido
desterrados de la Patria en tiempos republicanos.
Todos estos destierros los hemos sufrido de parte de
los que detentaban el poder. Nadie ha logrado
desterrarnos del afecto y cariño de nuestro pueblo. - -
En el futuro —perdonadme que os lo diga sin ningún
orgullo, sino más bien como una íntima exigencia de
autenticidad— mantendremos incontaminado este
pacto de fidelidad en la medida en que los jesuitas de
hoy y los que nos sigan seamos fieles a nuestra acta
fundacional, a

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nuestro carisma, a nuestras misión, que traducida al
lenguaje de nuestros días afirma:

“La misión de la Compañía hoy es el servicio de la fe,


del que la promoción de la justicia constituye una
exigencia absoluta en cuanto forma parte de la
reconciliación de los hombres exigida por la
reconciliación de ellos mismo con Dios’

En el mismo sentido nos estimulaba el Sumo Pontífice


en su Visita: “Os aliento, decía, a contribuir
solidariamente, con un esfuerzo cultural integral e
integrador de todos los recursos, a la elevación del
hombre ecuatoriano; hombre sufriente y oprimido
muchas veces; hombre profundamente religioso y
trabajador, que no quiere caer bajo la dictadura de los
materialismos; hombre con un inmenso patrimonio
cultural que está luchando por preservar para elevar así
su propia dignidad; hombre que es para todos la pieza
clave del universo, y que para el cristiano es un ser de
inmensa dignidad porque lleva en sí la vida de Aquél
que se reveló en la historia a través del Hijo del
Hombre, Camino, Verdad y Vida”.

Gracias a todos vosotros. Con este singular gesto de


amistad, con vuestra adhesión sincera a esta
celebración, con la promesa de vuestro cualificado
apoyo, marcharemos confiados hacia el futuro y
trataremos de ser dignos de vuestra lealtad.

66
EL CUARTO CENTENARIO DE
LA LLEGADA DE LA COMPAÑIA
DE JESUS AL ECUADOR,
1586 1986 —

Por el Dr. Jorge Villalba Freile S. J.,


Profesor de Historia de la
Universidad Católica, Director de su Archivo
“Juan José Flores” y curador del Archivo de
la Provincia Jesuítica Ecuatoriana
Texto
cedido por su ilustre autor
especialmente para esta
Edición
LOS JESUITAS SE ESTABLECEN EN EL
REINO DE QUITO

La Compañía de Jesús se estableció en el Reino de


Quito en julio de 1586, hace cuatrocientos años. Fue la
última orden religiosa en llegar al país; desde la
fundación de Quito hispánico en 1543, estuvieron
presentes los franciscanos, dominicos, mercedarios,
luego los agustinos, formando una corona de
conventos al rededor del núcleo de la pequeña villa.
Igual cosa encontramos en las restantes ciudades que
se fueron fundando.

Cada una de estas comunidades ha intervenido tanto en


la vida religiosa y cultural de la patria, que no es
posible escribir adecuadamente la historia nacional sin
mencionas la parte que ellas han tomado: así como no
se puede describir el

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centro centenario de la ciudad capital, prescindiendo de las
torres, campanarios y domos de los egregios templos
conventuales.

La Compañía de Jesús fue la última en llegar, porque era la


más joven orden religiosa: solo fue establecida por Ignacio
de Loyola en 1540, y se propagó de inmediato por Europa,
por África, por la India y Japón; mas a los dominios
americanos del Rey Católico solo llegó en 1568. En abril de
ese año arribó a Lima un grupo de Jesuitas enviados por San
Francisco de Borja a petición de Felipe II. Tenían orden de
extenderse por el norte y por el sur, tan pronto como les
fuera posible.

En efecto, hacia 1572 aparecieron los primeros jesuitas en la


Audiencia de Quito, recorriéndola con misiones populares
esporádicas. Así se dieron a conocer, y desde entonces los
vecinos y las autoridades los empezaron a pedir con
insistencia.

Uno de los primeros en misionar en Guayaquil y su


provincia, y quizá en la capital, fue el padre Blas de Valera,
personaje muy conocido de los historiadores y de especial
interés cabalmente porque fue mestizo; como tal conocía el
quechua su lengua materna, y se sentía emparentado y
relacionado por igual con los aborígenes y con los
españoles1.

1.- Blas de Valera escribió la Historia de los Incas y de la


conquista; sus fragmentos utilizó, con grandes elogios,
Garcilaso Inca de la Vega en sus comentarios.

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Llegó por fin a los jesuitas de Lima petición
oficial del obispo de Quito, el dominico Pedro de la Peña, y
de la Real Audiencia. Respondiendo a esta invitación, en la
reunión consultiva de 1579, el visitador del Perú, P. Juan de
la Plaza y el provincial José de Acosta acordaron que

“Con la primera comodidad de obreros convendría


que la Compañía fundase en Quito, por ser provincia
de muchos indios, y muy aptos para recibir el
Evangelio: aunque no haya de presente dotación, se
entiende por la voluntad y deseo que el obispo, Pedro
de la Peña, ha mostrado, y el presidente de aquella
audiencia, licenciado Hernando de Santillán, y otros
muchos, que la Compañía vaya allá: que dentro de
poco tiempo habrá suficiente dotación.2

Entre tanto, antes que llegara esa buena ocasión, se


adelantaron varios quiteños en busca de la Compañía de
Jesús a Lima; iban representando a todas las clases sociales:
ingresó al noviciado Gaspar de Ulloa, criollo que poseía
perfectamente el quechua; un mestizo, Domingo Bermeo, de
23 años; su lengua materna le favoreció para ser excelente
predicador de los indios; se nos dice que era humilde y
devoto3. Ingresó también el joven Alonso de Paz, hijo del
Dr. Luís

2.- Monumenta Peruana (MP) II,doc. 126, 25-IV-1579.


3.- MP. II doc. 20,130.

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de Acosta y de doña Ana de Paz, él era encomendero y
abogado de la audiencia; ella rica dama emparentada con la
aristocracia de la ciudad. Los dos se vieron envueltos en
dolorosos disturbios familiares, y sus muertes causaron
consternación, como lo refiere el ilmo. Federico González
Suárez; su hijo mientras tanto renunciaba a la herencia
paterna para vestir la sotana religiosa4.

No faltaron los indios de nuestra Serranía en las


demostraciones de amistad a los jesuitas; pues nos refiere el
padre José de Acosta que cuando él levantaba el templo
jesuítico en el Cuzco, recibió la entusiasta ayuda de los
mitimaes Cañaris allí residentes. El Inca Huaynacápac los
había llevado como soldados escogidos de su guardia
imperial, y los aposentó en la fortaleza de Sacsayhuamán.
Estos indígenas Cañaris nativos de los Andes azuayos, se
hicieron cristianos y amigos del Padre Acosta; de manera
que espontáneamente le llevaban piedras labradas, extraídas
de la fortaleza aborigen, marchando en procesión, adornados
con atavíos nativos y cantando en su idioma5.

Por fin en 1586 se cumplieron las condiciones requeridas,


pues, la Compañía contaba en

4.- Arch. S.J. Quito; F. González Suárez. Historia General de la


República del Ecuador, 1893, tomo IV. c. 1.

5.- Monumenta Peruana (MP Rama, 1958; tomo 2o.,doc. 126,


25-IV-1 579. José de Acosta, S.J. al general Everardo Mercuriano,
Lima, 1 1-IV-1 579, en MP, 2o. doc 123, p. 618.

72
la provincia limeña con 133 religiosos, 55 sacerdotes
entre ellos. El provincial Juan de Atienza destinó a
cuatro religiosos para que bajaran a fundar casa en el
Reino de Quito: eran los Padres:
Baltazar Piñas, superior, Diego González de Holguín,
Juan de Hinojosa, y el hermano coadjutor Juan de
Santiago, partieron el 11 de abril de 1586, y llegaron a
la capital de la Audiencia al atardecer del 19 de julio.
Todos eran peninsulares: Baltazar de Piñas, natural de
Urgel (1530-1611) vino a América en 1575, luego de
haber fundado y regido colegios en España y Cerdeña;
en el Perú fue rector del colegio de Lima y Provincial,
distinguiéndose por su actividad apostólica y
amabilidad de trato.

González Holguín (1552-1618) fue aceptado por el


padre Piñas para trabajar en las Indias, a donde arribó
en 1528; residiendo en el Cuzco y otras regiones; llegó
a dominar tan perfectamente el idioma quechua, que
compuso una gramática y su vocabulario. Un ejemplar
de la Gramática posee el convento de Santo Domingo
de Quito; y del Vocabulario, el Archivo de la
Compañía de Jesús. En 1600 volvió al Perú, donde
publicó la Gramática de la Lengua Quechua y Arte
nuevo de la Lengua del biga, 1608.

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Juan de Hinojosa fue profesor en Lima de Artes o
filosofía; desempeñó igual cargo en Quito, hasta que
falleció santamente en 1589.

Juan de Santiago tenía a su cargo la administración de


la casa y la catequización.

Se supo en la capital del Reino que ya venían de


camino: la Audiencia, los dos Cabildos, los vecinos,
los aguardaban con inmenso alborozo y expectativa
del fruto espiritual y cultural, poniendo en no pequeño
compromiso a los expedicionarios. La actitud de estas
corporaciones no deja de sorprender si consideramos
que Quito y su territorio disponía de numeroso y
selecto clero, como lo atestigua nada menos que el
austero y celoso Fray Pedro de la Peña, O.P, segundo
obispo de Quito, quien se expresó así al inaugurar el
primer sínodo diocesano:

“Dios nuestro Señor milagrosamente ha proveído a


esta su Iglesia de ministros suficientes para la
doctrina de estos naturales, que hoy tenemos en
nuestro obispado más de cien sacerdotes clérigos e
muchos religiosos, todos doctos y de buen ejemplo, de
buenas lenguas (conocedores de los idiomas
aborígenes); de los cuales se. han congregado con
nuestra persona, en este santo Sínodo, cinco
prebendados de esta santa iglesia, y los prelados de 5.
Francisco, Santo Domingo e la Merced; seis
licenciados y maes-

74
tros canonistas, teólogos, cuatro bachilleres y treinta
clérigos y seis religiosos, tan prudentes y doctos, que
más parece congregación e sínodo de Cartilla que
hecho en las Indias; todos unánimes y conformes para
la doctrina destos naturales’.6

Sin embargo de esto, los hijos de Loyola eran


ardientemente solicitados por villas y ciudades; y esto por
dos razones principalmente, por dos necesidades importantes
que hasta entonces no habían podido ser plenamente
atendidas: a saber, primero la educación sistemática de la
niñez y juventud en escuelas y colegios; y los jesuitas se
habían especializado en esta labor. Segundo para las
misiones encaminadas a cristianizar profundamente a los
indios.

Quito poseía, de acuerdo a las repetidas informaciones de la


época, una población muy densa de indios, mayor
proporcionalmente a la de otros distritos, que desbordaban el
celo y posibilidades de sus párrocos. Eran bautizados, pero
su cristianismo no pasaba de ser superficial, se hablaba
conviviendo en extraña amalgama con sus antiguas
supersticiones y hechicerías; la Iglesia sentía la necesidad de
hallar un método y una institución que se dedican con
intensidad a una misión apostólica en gran escala en favor de

6.- REVISTA del Instituto de Historia Eclesiástica Ecuatoriana, No.


3-4. Quito. 1978, Parte Segunda, Constituciones sobre indios, p. 42.

75
76
los naturales. Y los jesuitas habían dado muestras de
saberlo hacer.

En efecto traían normas y métodos bien probados para


este propósito que consistían en la aplicación práctica
de los cánones del gran Concilio Limense Segundo de
1567. Los jesuitas llegaron a Los Reyes poco después
de terminado el concilio, y fue el mismo San Francisco
de Borja quien les exhortó a aplicarlo ampliamente en
su ministerio. Desde Madrid escribió al padre
Jerónimo Nadal, su vicario en Roma, mandándole
copiar el Concilio Segundo Limense, y que se lo
enviase, a fin de entregarlo como norma de conciencia
a los jesuitas que iban a las Indias.

A esto se añadieron las experiencias de los misioneros


y la doctrina propuesta por el padre José de Acosta en
su magna obra De Procuranda Indorum Salute o
Predicación del Evangelio en las Indias.

Se resolvió, pues, en la Congregación provincial de


1576 que no se aceptarían parroquias o doctrinas de
indios; en cambio se establecerían residencias en zonas
intensamente pobladas, como centro de misiones
populares, donde se daría una precisa e intensiva
instrucción doctrinal, apoyada en inflamada emoción
religiosa, que supliera, que hiciera olvidar las
ceremonias paganas en honor del Sol y las huacas que
celebraban con cantares y profusión de bebidas
embriagadoras.

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Para lograrlo, para que su palabra fuera eficaz había
que abrir las puertas a la gracia divina con dos medios:
la pericia en las lenguas indígenas, y luego el uso de
un catecismo en idiomas aborígenes, elaborado con
todo arte y acierto.

Desde el comienzo advirtieron que el CATECISMO


debía componerse de varios volúmenes o cuerpos
escalonados: Una Cartilla, que se repetiría diariamente
hasta saberla de coro, en las iglesias, en las haciendas,
en los obrajes, en las minas.

De un Catecismo más amplio para adultos.


Por fin una ayuda para el catequista: un Sermonario
explicativo de la doctrina cristiana en todas sus partes
y dogmas. Además un Confesionario, con examen de
conciencia, explicación de los mandamientos para
súbditos y caciques, seguida de consideraciones
motivas al arrepentimiento y buenos propósitos. En
estos dos últimos libros se tuvo muy en cuenta la
mentalidad indígena, y toda la actividad, todas las
razones y argucias que ponían los hechiceros contra la
doctrina y el misionero, los cuales estaban por todas
partes y eran terriblemente influyentes en el pueblo.

José de Acosta, con la ayuda de clérigos y sus


hermanos experimentados, elaboraron estos libros y
sus textos; se ayudaron del estudio

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de las religiones aborígenes elaborado por el antropólogo
Polo de Ondegardo. La traducción empero a los idiomas
quechua y aymara se encomendó a los jesuitas mestizos Blas
de Valera y Bartolomé Santiago, que los habían aprendido a
los pechos de sus madres.

Se había advertido que para atender tácticamente a tantos


millares de indígenas había que empezar por sus jefes, por
los caciques que gozaban de increíble influjo sobre sus
súbditos: si los caciques eran buenos cristianos, sus indios
subordinados lo serían también. Más adelante había que
atender particularmente a los indios ladinos, indígenas que se
habían hispanizado y vivían en las ciudades. Para los hijos
de aquellos propusieron fundar internados; para éstos,
cofradías. Los cofrades debían desempeñar un activo
programa de caridad con los necesitados, y de proselitismo
religioso. Debían añadirse demostraciones masivas con
procesiones y actos de culto con profusión de luces,
imágenes, cantares y representaciones de autos
sacramentales que atrajeran la imaginación de [as
muchedumbres 7.

7.- Francisco Mateos, S.J. “Primeros Pasos en le Evangelización de


los Indios”, en Missionalia Hispánica, Madrid, Año IV, No. 10,5.
Los Dos Concilios Limenses de Jerónimo de Loaysa, ibd. No. 12
479, ss.

79
EL CATECISMO TRILINGUE, 1585

Portada del Catecismo Tercero o tercer tomo, guía


para el catequista. Fue el primer libro impreso en
Sudamérica, en el Colegio de la Compañía de Jesús de
Lima, por Antonio Ricardi, en 1585.

80
Lo compuso el Padre José de Acosta, S.J., y lo
tradujeron al quechua y aymara los jesuitas
indoamericanos Blas Valera y Bartolomé de Santiago.

El Concilio tercero limense de 1583, presidido por


Santo Toribio de Mogrovejo lo aprobó e impuso como
texto oficial para las doctrinas de toda la arquidiócesis.

Con este bagaje espiritual y pedagógico llegaron a las


puertas de la urbe audiencial, aún inciertos de su
porvenir, pues nada había seguro sobre la fundación de
una residencia: ellos no traían consigo dinero ni
bienes; tampoco en la ciudad se había ofrecido algún
vecino a fundar el colegio, aportando el capital
necesario. Por eso, y por otros motivos, prefirieron
entrar en Quito ya anochecido, y fueron a pedir posada
al Hospital de la Misericordia, como lo hacían los
peregrinos. Era el 19 de julio de 1586,

Al día siguiente voló la nueva de su llegada por calles


y plazas; de inmediato acudieron los oidores y los
canónigos, los superiores y los caballeros, a saludarles
y ofrecerles sus servicios.

Ellos, por su parte, empezaron sus ministerios, dando


comienzo a las pláticas a los indios en quechua, lo cual
fue acogido con asombro y entusiasmo por los
naturales. Sorprendentemente hasta entonces se les
solía predicar usual

81
mente en castellano. Aquí se ve la ventaja de los
Catecismos que traían consigo, elaborados en idioma y
palabras adecuadas a sus mentes y corazones.

SE FUNDA EL COLEGIO DE LA
COMPAÑIA DE JESUS

Muy pronto conferenciaron Audiencia y Cabildo


eclesiástico y la gente principal para idear los medios
de subsistencia que hicieran posible el establecimiento
de los jesuitas, y la erección del primer colegio para la
numerosa chiquillería. Les ofrecieron, primero, una
casa e iglesia, la parroquia de Santa Bárbara en la
cuesta de la loma del Huanacauri; la cedió su párroco
el buen padre Juan de Borja, que fue trasladado a la
catedral. No bastaba sin embargo para colegio el
edificio existente; así, pues, recibieron suficiente
limosna para comprar un solar adyacente en 3.300
pesos, y se comenzó a edificar.

A los pocos días de llegados los llevaron en procesión


a tomar posesión de la casa de Santa Bárbara, en
suntuoso desfile. No hubo a la verdad fundador; lo fue
toda la ciudad. El Padre Baltasar de Piñas se dio por
satisfecho y aceptó oficialmente el compromiso de
quedarse y establecer un colegio.

Para atender a su sustento les proveyeron de útiles,


víveres, dinero y tierras. Ya desde ese

82
año se echa mano del sistema que se volverá normal
para la fundación de colegios;, consistente en donarles
una o más haciendas, para que los religiosos las
volvieran productivas mediante sus hábiles hermanos
coadjutores; y de su producto vivieran, sustentaran el
colegio y compraran bibliotecas y alhajaran sus
iglesias.

La Audiencia compuesta entonces solo de los oidores


Pedro Venegas de Cañaveral, Francisco de Auncibay y
Pedro Zorrilla les otorgó la limosna usual para
ornamentos y culto; y luego alrededor de 5.000 pesos,
dinero fruto de una contribución de los indios, y que
debía emplear- se en bien de los naturales.

Entre el bienhechor Matías Arenas, y otros amigos, les


proporcionaron una buena hacienda con 1.200 vacas, a
diez leguas de la ciudad. Años adelante, en 1607, el
Presidente Miguel de Ibarra les donó 30 caballerías,
junto a esa estancia. (MP. IV, doc. 112).

La catequización del indígena y el funcionamiento del


colegio de adolescentes son los dos ministerios
principales y novedosos; así lo refiere la carta anual de
1589:

Quito, por el número de sus habitantes y de edificios,


se acerca mucho a Lima, la capital del virreinato;
somos queridos y estimados de casi todos, pero mucho
más de los in

83
dios. Se congregan animosos y de su propia voluntad
acuden a la instrucción religiosa, cuando antes no
había fuerza humana que los convocara; les gusta la
afabilidad con que se les habla y el cariño que se les
muestra; serán más de 7.000 los que asisten a las
pláticas de la mañana y de la tarde y no se ha llevado
cuenta de las confesiones.

Se tiene comprobado que les atrae la cofradía


establecida, en la cual solo se les inscribe después de
preparación y pruebas satisfactorias. Los cofrades
velan por las buenas costumbres, convocan a la gente
a la plática, atienden a los enfermos y les llevan
alimentos especiales. El día de Corpus salieron en
procesión con velas, vestidos de rojo y blanco, con tal
orden, silencio y solemnidad que impresionó a toda la
población. Les atraen poderosamente los autos
sacramentos que se representan en tablados erigidos
en la calle delante del colegio. (MP. II, doc. 140).

Se remitieron a Lima y Roma estos informes con la


solicitud de refuerzos de personal, que no se hicieron
esperar; al año siguiente llegaron los padres Juan de
Anaya, Jerónimo de Castro y Onofre Esteban, con el
hermano Pedro de Vargas. Se pudo dar con este
refuerzo un gran paso en la historia cultural de la
ciudad: empezó en 1587 el PRIMER COLEGIO
formal del Reino

84
de Quito, con clases de latinidad y de cultura clásica,
base de todos los restantes conocimientos. Nada menos
que cien jovencitos acudieron a sus aulas, llegando a
150 poco después. Demostraban vivo ingenio, dando
promesas de halagadora cosecha intelectual. Se añadió
una cátedra de lengua quechua, a cargo del erudito
padre González Holguín.

La Audiencia y el Cabildo rivalizaban en mostrar favor


a los recién venidos; los Oidores informaron a la
Corona:

Llegaron tres sacerdotes de la Compañía del Nombre


de Jesús, los cuales serán muy útiles a los indios; el
superior padre Piñas es hombre muy grave; los otros
son lenguas y prometen mucho fruto. Esperamos que
ellos pondrán escuela y estudios de latinidad y de
retórica para los niños; más adelante podrán
establecer la Universidad de Estudios Generales,
porque cierto, es gente que muestra
desinteresadamente y promete mucho fruto.1

El Cabildo por su parte acogió la solicitud del rector


del convento y el Colegio de Santa Bárbara, pidiendo
se le permitiera cerrar la calle que separaba los dos
edificios, con la condición de abrir otra al lado.

1.- La Audiencia al Rey, AGI, Quito, Cartas y


Expedientes del Presidente, Col. V.G. 1,620.

85
Lo firmaron a 16 de marzo de 1587 los Regidores Don
Lorenzo de Cepeda, sobrino de Santa Teresa de Jesús,
el Dr. Luís de Acosta, cuyo hijo ingresó en la
Compañía de Jesús (Arch. S.J., Quito, 1, 2).

LAS CONTRADICCIONES: EL TERREMOTO,


LA EPIDEMIA, LOS LITIGIOS

Todo marchaba con prosperidad, cuando surgieron las


contradicciones.
La primera fue el espantable terremoto de 28 de agosto
de 1587.

Antes de la llegada de los jesuitas, el 8 de setiembre de


1575, ocurrió una erupción del vol. cán Pichincha que
aterré a los quiteños; fueron despertados por los
truenos y relámpagos de fuego que se sucedían en la
cumbre del cerro, a los que acompañaba una lluvia de
ceniza que oscureció el cielo “como si fuera noche
tenebrosa”.

Es comprensible el temor y aprensión de los vecinos,


pues podían temer que la ceniza y deyecciones
arrojados por el volcán sepultaran a la ciudad como lo
había hecho el Vesubio con Pompeya.

Todos clamaron al cielo y a Nuestra Señora pidiendo


misericordia, especialmente los dos cabildos, como
representantes de la ciudad; a las

86
once del día cesó la ominosa lluvia gris, y se aclaró el
cielo. Atribuyeron ambos Cabildos a la intercesión de
la Virgen María la Salvación de la ciudad; en
agradecimiento hicieron voto de celebrar el
acontecimiento cada año, para siempre jamás, con ritos
sacros y procesión al templo de la Merced, 15 de
septiembre de 1575 1

Algunos historiadores juntan equívocamente esta


erupción de ceniza del Pichincha de 1575, con el
terremoto de 1587.

Este sismo de 1587 fue el primero que azotó a la


ciudad hispana de Quito, según Teodoro Wolf2 solo
hay memoria de otro en Quijos, 40 años antes, cuando
Gonzalo Pizarro caminaba por allá en busca del País
de la Canela.

No parece que en 1587 se presentara actividad alguna


del volcán Pichincha.

Tiene indudable interés la narración de un testigo de


este primer terremoto, referida por el
P. Juan de Hinojosa, con pormenores de la situación
del Quito de 1587.

“En ésta daré a VR, relación de un terrible temblor de


tierra que hubo en esta ciudad que

1 . Colección de Documentos sobre el ObisDado de


Quito, 1546- 1583, PAM, Quito, XXII, 1946,
2.- Teodoro WoIf: Geografía y Geología del Ecuador,
Leipzig 1892, p. 374.

87
causó extraordinaria admiración, así por ser nunca
vista en esta ciudad, como por la terribilidad dól; y en
general digo que en mi vida nunca he visto tan
espantosa cosa, y los Padres que acá están dicen lo
mismo. Fue a los 30 de agosto, a las ocho de la noche,
1587. Estábamos todos juntos, y en sintiéndolo
salimos todos al patio donde nos hincamos de rodillas,
esperando sin duda el fin de nuestros días, porque en
saliendo al patio y puestas las rodillas en el suelo,
dimos todos en tierra, que no me parecía la tierra y el
suelo sino mar con unas olas, y altos y bajos, que
quedamos desvanecidos como quien da vueltas a la
redonda. Con el movimiento de las torres se tañían las
campanas; pensamos que se abría la tierra, como se
hizo en otros pueblos cerca de aquí. No vino el
temblor avisándonos, sino de golpe, sin ruido, duró
obra de dos o tres credos; que si más durara, no
quedara casa ni pared enhiesta. Pero fue Nuestro Señor
servido que no duró más, con aquella fuerza, y aunque
hasta ahora hay temblores, no es cosa que da pena.

Salimos luego por la ciudad el Padre Diego González


y yo con linternas, cada uno por su parte, y rodeamos
toda la ciudad. Confesamos y animamos y consolamos
al pueblo, que lo había bien menester, y lo estimaron
en mucho. Acudió luego mucha gente a nuestra casa,
teniendo por cierto que la iglesia y nuestras chozas se
habían caído; y fue Nuestro Señor servido que en toda
ella no se halló una hendidura, ni recibió lesión

88
alguna, que causó admiración por ser el edificio flaco
y no con mucho fundamento, y muy antiguo, de más
de 40 años, que dicen fueron las primeras casas que en
esta ciudad se edificaron, y que ahora 14 años
estuvieron los moradores de ellas por deriballas por
este respecto.

En la ciudad hubo mucho daño: la iglesia del convento


de Santo Domingo cayó en tierra; y los claustros, que
eran muy buenos y bien edificados, no quedan de
provecho, y casi no queda celda donde poder habitar,
que es grande lástima. Duermen en toldos, en los
patios y huertas. En el convento de San Francisco hubo
también averías, en especial en la iglesia, con ser muy
fuerte, la cual quedó sentida mucho en algunas partes;
y en San Agustín y en la Merced también hubo harto
daño. En la iglesia mayor hubo notable daño, en
especial en la torre y campanario. Cayéronse muchas
casas y muchos tejados de otras; y si las paredes no
fueran más fuertes que las de Lima, dicen se hundiera
todo el pueblo; y las casas no son tan altas, que
también fue ayuda. Los que se hallaron en Lima al
temblor del año pasado, dicen que fue mayor éste en la
intensidad, aunque no duró tanto tiempo. Muriera
mucha gente si fuera más de noche. Murieron ocho
indios y una mujer española en la ciudad, y hubo otros
descalabrados.

Hizóse luego aquella noche una procesión y disciplina


de sangre desde la iglesia mayor a

89
nuestra casa, y hubo hartas confesiones, en que se vio
no pequeño fruto.

En un pueblo legua y media de esta ciudad murieron


dos españoles y quince indios, y se abrió la tierra y
echó un buey de agua negra y de mal olor; lo cual me
dijo un fraile que tenía a cargo la doctrina de aquel
pueblo, en el cual no quedó casa en pie, que no cayese.

En otro pueblo llamado Guayllabamba murieron dos


españoles, y no quedó casa que no se asolase. El
corregidor de allí me afirmó que veía hervir la tierra y
derribar algunos cerros, abrirse en algunas partes la
tierra y quedar tan abierta que podían esconder veinte
hombres en algunas concavidades.

En otro pueblo, tres leguas de aquí, que es el más


regalado valle que hay en estas partes, que se dice
Pomasqui, de mucha frescura y fruta, han edificado los
vecinos de aquí casas muy principales; murieron 25
indios. Y lo que dio más lastima, una mujer casada y
principal, preñada, con sus hijos, criadas y sobrinos,
que eran todos 17 personas. Se cayó la casa del todo y
a todos los mató, sin que se librase más que una niña
suya de tres años que sacó una moza huyendo del
temblor; y una negrilla de 13 años que, cavando la
casa, a cabo de dos días, dio voces y la hallaron libre,
metida debajo de una viga. Fue un padre de casa a
consolar al marido, que quedaba el corazón verle llorar
teniendo la niña en brazos.

90
Todas las casas se cayeron desde los cimientos, y una iglesia
que estaba allí muy principal, con mucha cantería y muchas
celdas de frailes franciscos se asolaron y destruyeron. Dicen
que apenas hallaban el Santísimo Sacramento.

Sacaron a un fraile de debajo de la tierra, casi sin sentido.

Cayóse una parte del cerro y mató mucho ganado de cabras,


con otros indios muchos que dicen estaban bebiendo en una
borrachera, y que ninguno de ellos escapó.

En Otavalo, doce leguas de esta ciudad, murieron cincuenta


indios y el corregidor de este pueblo, en el cual hay una
grande laguna, la cual reventó y anegó mucha parte del
pueblo. Todo él anda atemorizado.
Su Majestad se apiade y nos disponga para una buena
muerte.

Quito, a 12 de septiembre de 158710.

LA PESTE ATROZ DE 1589

Calamidad inmensamente mayor fue la peste del año 1589,


de caracteres gravísimos como

10.- Carta del P. Juan de Hinojosa al Provincial Juan de Atienza,


MP. IV, doc. 52, 213.

91
ninguna, y tan generalizada, porque provino de Cartagena en
el Nuevo Reino y cundió violentamente hasta Chile;
transmonté los Andes y azotó a las tribus de las vertientes
orientales; se cebó más cruelmente en los indígenas, de los
cuales, dicen, perecieron más de 4.000 en la zona quiteña; y
apenas se salvé una de cada centenar de niños contagiados.

Las “Litterae Annuae” o Cartas anuales peruanas de 1590


exponen detalladamente los síntomas nunca vistos hasta
entonces, que causaron horror a los testigos, y que los
copiamos aquí por ser un episodio en la crónica de las
dolencias epidemias y que han afligido al país.

Dice el relator que en los contagiados se presentaban


pústulas purulentas y abscesos ardientes que producían un
color cárdeno en todo el cuerpo, como cuando lo ataca la alta
fiebre de la erisipela gangrenosa. Las úlceras se cubrían de
una costra dura y prominente. Les faltaba el aliento, y apenas
se escuchaba su voz anhelante y quejumbrosa, que provenía
de fauces resecas incapaces de ingerir alimento sólido; aun
los líquidos eran suministrados trabajosamente por medio de
canutillos. Los mataba a unos la asfixia; otros perdían uno y
aun ambos ojos.

Los dolientes despedían un hedor intolerable — no pequeño


tormento para los sacerdotes que los confesaban. La angustia
llevaba a los pa-

92
cientes a dilacerarse los rostros, las manos, el cuerpo entero,
que era una llaga viva, hasta convertirse en espectros
inhumanos, que sin embargo aún podían hablar.
El que advertía en silos primeros síntomas del contagio
suspiraba por una muerte rápida; porque la convalecencia era
inalcanzable.

Acudían los jesuitas del colegio tarde y mañana a prestar la


ayuda que podían a los apestados; acudían otros también por
caridad o por obligación, todos conscientes de que se
exponían a ser arrebatados por el torbellino mortífero.
No había mas remedio que sepultar cuanto antes a los que
fallecían, sin lugar a duelos ni ritos fúnebres, porque el
socorro de los enfermos reclamaba todo el tiempo y todas las
fuerzas.

A los dos o tres meses cedió la pestilencia, dejando dolor y


un recuerdo terrorífico por todas partes.

En cada ciudad los jesuitas lamentaron la muerte de sus


hermanos contagiados en el ministerio sacerdotal; en Quito
sucumbió por su caridad el padre Juan de Hinojosa; su
muerte fue deplorada, y acompañada con sumo cariño11.

11.- Annuae Litterae S. 1. anni 1589, MP. IV, doc. 140.

93
EL COLEGIO SE ESTABLECE EN LA
PLAZA MAYOR

CONTIENDA CON EL CONVENTO DE


SAN AGUSTIN, 1589

Pasados los flagelos referidos, las comunidades


religiosas, masculinas como femeninas se dispusieron
a construir en forma definitiva sus iglesias y
monasterios con sillares de piedra, con ladrillo y
firmísimos argamasas, bajo la dirección de arquitectos
y alarifes de fama que seguían los mejores modelos
renacentistas de España.

Se empezó o se continuó en la erección suntuosa de la


Capital, y los jesuitas no quisieron quedarse atrás,
impulsados por sus amigos y bienhechores. Mas esos
mismos amigos les indujeron a buscar un sitio mejor,
pues el de Santa Bárbara quedaba en un extremo de la
urbe, a demasiada distancia para sus ministerios con
los colegiales, y sobre todo con los indios, los cuales
solían reunirse en la plaza mayor por ser el lugar del
mercado; allí vendían hortalizas e infinidad de
productos de sus huertas y corrales; allí obtenían
trabajo de quienes solicitaban sus servicios, allí
estaban muy a la mano para convocar- los a sermones
e instrucción religiosa.

Había una oportunidad que invitaba a dar el paso; el


escribano Luís de Cabrera, y Benito Gutiérrez estaban
dispuestos a vender sus casas,

94
en la misma plaza mayor. Luís Cabrera en dueño de la
que fuera del Capitán Rodrigo Núñez de Bonilla, uno
de los fundadores de Quito; situada en el sitio que
ocupó luego la casa episcopal. La de Gutiérrez estaba
al lado, hacia el norte.

El rector, Padre Diego González Holguín, compró las


dos casas en 10.000 pesos, tomó posesión de ellas ante
las autoridades del Cabildo y su escribano, con las
formalidades de rigor de ordenar a todos salir a la
calle, abrir y cerrar puertas, sin contradicción de nadie.
Sobre lo cual se levantó acta, con firmas (le testigos y
del escribano. De hecho se instalé el Coleto y
empezaron las clases con el bullicio natural de los 150
estudiantes, en las calles inmediatas y con sus actos
académicos; entre otras cosas representaciones
teatrales, para lo cual construían tablados y escenarios
en la fachada y en la calle que daba a la plaza.

Todo esto fue causando molestia al vecino convento de


San Agustín hasta volvérseles insoportable, tanto más
que supieron que los jesuitas se disponían a construir
allí un suntuoso templo, el noviciado, a la vez que el
colegio. Resolvieron impedirlo, aprovechando de
ciertos derechos legales antiguos a la propiedad de
esas mismas casas. Y sin esperar más se apoderaron de
la casa de Gutiérrez, que fuera de Juan de Vega;
decían que ellos iban a fundar allí un colegio que se
llamaría de San Nicolás de Tolentino. Así empezó la
contienda jurídica ante el Cabildo Eclesiástico

95
y la Audiencia; apoyó el deán Bartolomé Hernández de Soto
a los jesuitas; la Audiencia, presidida por el Presidente Dr.
Manuel Barros estuvo indecisa; dando la razón y prestando
poderosa ayuda unas veces a los unos, otras al contrario. Al
fin se llegó a un empate o arreglo. Los jesuitas mantuvieron
la propiedad, pero no se les permitió edificar allí su
convento.

El Presidente Barros intervino para que obtuvieran un buen


solar al Sur de la Catedral, quebrada por medio, frente al
actual templo de la Compañía. Allá arreglaron el edificio
para el colegio y levantaron una modesta iglesia en honor de
San Jerónimo, patrono de la ciudad por ese entonces. Era el
año 1597.

No llevaron a bien los canónigos esta vecindad y se quejaron


a la Corte diciendo “que los había colocado allí el Presidente
Barros, pared en medio del claustro, por odio que tenía al
Cabildo catedralicio, por fuerza y contra derecho, pese a la
contradicción que presentó ese cuerpo eclesiástico. Piden
Cédula Real para que el nuevo presidente lo remedie
anulando la venta de ese local”.1

1.- AGI, Quito. Canas y Expedientes, Vacas Galindo, Vol. II. 599.

96
LA COMPAÑIA TOMA A SU CARGO
EL SEMINARIO DE SAN LUÍS REY
DE FRANCIA

A 15 de junio de 1594 llegó a Quito su cuarto obispo,


el ilustre agustino Fray Luís López de Solís, a quien el
fiscal del rey describió así:

“Es un prelado sagaz de muchas letras y gobierno, que trae


muy ajustado y corregido el estado eclesiástico; tiene mucha
experiencia en las Indias, que si hubiera estado antes, no
pasaran tan adelante las revueltas de este Reino, porque el
valor que ha mostrado en algunas y la prudencia de que usa
en otras, fuera de mucho efecto para componerlas. Es muy
caritativo, aunque la renta de su obispado es poco. (22411-
1595)”.

Dos fueron las inmediatas actividades del obispo Solís:


convocó al segundo sínodo eclesiástico quítense, que
adaptaría a la realidad diocesana los cánones del
Concilio limense tercero, de 1583; y en segundo lugar
fundó el Seminario conciliar de San Luís, ese año 94,
que entregó a la dirección de la Compañía. Escribió al
rey:

“El Colegio Seminario de españoles ha ido de bien en mejor


en virtud, letras y enseñanza, con el mucho cuidado de los
Padres

1 .- La revuelta de “las alcabalas”, 1592.

97
de la Compañía de Jesús, a quien lo encomendé. Hay
al presente más de 50 colegiales, de dos géneros: el
uno se sustenta, como pobres, a costa del colegio; el
otro, como ricos, con el estipendio que pagan. Son
hijos de lo más noble de la tierra; y salen tan buenos
sujetos, que son de los que más me ayudo para la
predicación, mayormente en tierras ásperas y de
montaña”.

Con cierto recelo recibieron este importante encargo el


Provincial y el Padre General; sin embargo se lo
mantuvo todo el tiempo hasta el exilio de 1767. Junto
a él planeaba Solís edificar el Colegio de Caciques.
El Colegio Seminario se fundó en un local reducido,
frente al colegio de la Compañía y a la Puerta del
Perdón de la Catedral, hasta que en 1597 el obispo
Solís y el Rector Diego Álvarez de Paz, S.J. trocaron
los edificios, y así obtuvo su local definitivo que se
llamó: COLEGIO DEL BIENAVENTURADO
IGNACIO DE LOYOLA.
De ahí en adelante la Compañía fue adquiriendo los
solares de toda la manzana, donde empezó a edificar
su convento, noviciado y la magnífica iglesia.

Descollaron entre los primeros jesuitas los padres


Onofre Esteban y Diego Álvarez de Paz; el Padre
Esteban (1556-1638) era natural de Chachapoyas,
llegó a Quito en 1587 y se dedicó

98
con celo admirable a la evangelización de los indios en
la ciudad y en las montafias de los Andes
Occidentales.

LA PROVINCIA DE QUITO, 1696-1767

Establecido el colegio de Quito, los de Santa Fe y


Cartagena y la residencia de Panamá, se creó la
VICEPROVINCIA DEL NUEVO REINO Y QUITO,
dependiente del Perú; su territorio comprendía el de las
tres audiencias. Su primer provincial fue el padre
Diego de Torres Bollo, el cual informaba de su
presencia en Quito:

“Llegado a Quito asenté el noviciado, estudios de arte


y teología escolástica y moral, y enderecé las de latín
y el Seminario de clérigos. Envié dos padres a las
misiones de Cofanes, Omaguas y Coronados y otras
de infieles, en las selvas del río Amazonas; y he tenido
nueva van haciendo poblaciones de indios e iglesias a
que acuden bien al catecismo, haciéndose cristianos.
(Al rey, 28-1-1606) “.
En el territorio quiteño había ya 32 sujetos.

En 1622 se erige la UNIVERSIDAD DE


SAN GREGORIO MAGNO en Quito, por autoridad
del Papa Gregorio XV y del Rey Felipe
III.

99
Las ciudades y villas solicitan con insistencia colegios:
Ibarra, Latacunga, Loja, Riobamba, Cuenca,
Guayaquil, multiplicaban solicitudes de los
procuradores de sus cabildos, dirigidos a los superiores
religiosos y a las autoridades civiles, ya desde
comienzos del 1600. Sin embargo largos lustros de
espera se interpusieron: solo en 1637 se funda el de
Cuenca, en 1685 el de Ibarra, en 1705 el de Guayaquil.

¿Por qué esta demora? Se debía al sistema


administrativo de la época: la fundación de un colegio
debía ser solicitada por el cabildo de la ciudad, por el
obispo, por la audiencia, y aún por las otras
comunidades religiosas que en cierta forma daban su
aceptación a los recién venidos. Estas solicitudes se
enviaban a España, al Rey y a su Consejo, que las
solían detener por muchos años.

Por otra parte, tanto el superior general de la Orden,


como el Rey exigían que el futuro colegio contara con
dinero suficiente para la construcción del edificio, la
respectiva iglesia y para la administración del
establecimiento.

La enseñanza era gratuita: si no contribuían los


estudiantes con pensiones, los vecinos ricos eran los
llamados a dotar a estos colegios de medios
económicos. Los donativos no se daban
ordinariamente en dinero, sino en tierras, en fincas de
cuyo producto se mantenía al colegio.

100
Al fin venció la constancia de los vecinos y de los
jesuitas. Quedan en los archivos, en las cartas de
agradecimiento que enviaba el General desde Roma, la
lista de los bienhechores de la Compañía de Jesús, y de
la instrucción pública en el siglo XVII.

Los jesuitas del Reino de Quito formaron una


provincia autónoma desde e]L 21 de noviembre de
1696, cumpliéndose así una vieja aspiración de
independencia. Antes habían dependido de Lima: y
luego, en 1606 formaron una sola entidad con el
Nuevo Reino de Granada.

En el CATALOGO de 1761, impreso en Quito, en la


primera imprenta del país, traída por los jesuitas seis
años antes, se registran estos datos:

Esta provincia está compuesta de catorce domicilios:


doce colegios, una casa de probación, una residencia,
tres misiones.

Los sacerdotes son 148, los escolares 49, los hermanos


63, novicios seis. Por todos 266 jesuitas.
En la casa central de Quito se albergaban la Curia del
Provincial, El Colegio Máximo, La Universidad de
San Gregorio, el Terceronado.

En el Colegio Seminario de San Luís traba

101
jaba la primera imprenta. Cada una de estas entidades
disponían de su biblioteca.

En el Noviciado, situado al pie del Panecillo, se


construyó un tramo para el Juniorado y otro para Casa
de Ejercicios.

Los colegios funcionaban en Buga, Popayán, Pasto,


Ibarra, Latacunga, Riobamba, Cuenca, Loja,
Guayaquil. En Panamá, que dependía de Quito, el
Colegio universitario de San Francisco Javier. Una
residencia en Ambato.

La Misión del Marañón mantenía 16 doctrinas,


atendidas por 23 sacerdotes; la del río Napo cuatro
doctrinas, con seis misioneros; la de Piura tres
sacerdotes.

La construcción de templos y edificios, la casa de


formación que albergaba alrededor de cien jóvenes
religiosos, el seminario, los colegios, la universidad,
las tres misiones, las expediciones que iban y venían
de Europa, se sustentaban con el fruto de las
haciendas, de los ingenios de azúcar del Chota, de las
fábricas de tejidos u obrajes dirigidos por los hermanos
hacenderos.

LAS MISIONES AMAZONICAS DE MAINAS

A comienzos del siglo XVII varios jesuitas del colegio


de Quito sintieron el llamado de la

102
selva, la vocación de internarse por los bosques
tropicales, al oriente de los Andes, por donde se habían
aventurado el capitán Gonzalo Pizarro y Francisco de
Orellana y otros exploradores.

Los misioneros iban con un propósito religioso;


buscaban a las tribus primitivas para intentar ser
aceptados como amigos y transmitirles dos cosas:
ciertas ventajas de la cultura occidental, y a la vez la
buena nueva de la Fe cristiana.

En 1603 el valenciano padre Rafael Ferrer penetró en


el Oriente por Baeza hacia Ávila y los Quijos hasta dar
con los Coronados, tan alejados de las parcialidades
serranas, que no usaban vestido alguno.

Hacia 1640 empiezan las Misiones de Mainas en el


Amazonas, entre los ríos Santiago, Pastaza, Ucayali y
Huallaga.

Lo notable es que tanto Ferrer en el norte, como los


llegados a Mamas van a instaurar un método misional
innovador y arriesgado; un sistema similar a las
célebres misiones del Paraguay.

LAS REDUCCIONES DE MAINAS Y LAS


DEL PARAGUAY

En la Sierra, en el altiplano, los jesuitas habían


catequizado a los indígenas dentro de los moldes
coloniales hispanos; esto es a indios tri-

103
butanos sujetos a la mita, dependientes de
encomenderos y corregidores blancos. Estas
instituciones eran, al fin, una herencia muy arraigada
del sistema incaico.

En la selva no existían estas tradiciones: las tribus


ocupaban territorios amplios, donde vivían dispersos
en rancherías independientes, subsistiendo de la pesca
y de la cacería principalmente.

El misionero debía tener en cuenta y respetar el estado


y las costumbres de estos pueblos primitivos, restos de
la edad de culturas recolectoras y seminómadas, para
quienes resultaba insufrible toda sumisión, todo
trabajo organizado; y solo se sujetaban a los caciques
que los encabezaban en las guerras y en los asaltos a
las tribus enemigas.

En el Paraguay los jesuitas toparon con gente de igual


cultura, el habitante de la inmensa franja boscosa
situada entre el Atlántico y la cordillera de los Andes.
Estamos familiarizados con lo que fueron las
Reducciones del Paraguay, con los esquemas de vida y
catequización introducidos por los misioneros del río
Paraná; mas podemos afirmar que las reducciones a
orillas del Amazonas fueron muy similares en su
organización, en su comunitarismo, en sus éxitos y en
sus dificultades.

104
Los hijos de la selva al sur y al norte pertenecían a cultura
similar, si bien los guaraníes se mostraban más dóciles y
pacíficos que los amazónicos. Si en el Paraguay se podían
topar con las cataratas del Iguassú, en Mamas tenían que
entrar por los sobrecogedores rápidos y cascadas imponentes
del Amazonas en el Pongo de Manseriche. Ambas misiones
colindaban con tierras del Brasil; de donde, por los ríos,
llegaban canoas con hombres armados de carabinas, en
cacería de esclavos y de más tierras para su imperio.
Ambas se enfrentaban a peligros parecidos y temían a los
mismos enemigos, al comerciante, al aventurero sin
conciencia, a los políticos que las usaron para sus fines, y
que al fin terminaron por destrozarlas.

Las Reducciones del P-aguay fueron más espectaculares y


famosas, pero una y otra obtuvieron éxitos sorprendentes en
la culturización del hijo de la selva y en su cristianización,
que por primera vez trajo la paz y hermandad a la selva y a
los ríos, y a los numerosísimos pueblos que con su capilla y
campanario, con las casas en hileras ordenadas al rededor de
la plaza, las huertas, las trojes, las dehesas comunales daban
un color de vida nuevo al antiguo panorama inhóspito del
bosque interminable.

Por eso, a la una y a la otra misión se le puede aplicar la


definición que de las Reduc-

105
ciones paraguayas escribió don Marcelino Menéndez y
Pelayo: “Ellas constituyeron el imperio colonial
pacífico, el más extraordinario de que la historia
conserva el recuerdo”. (Antología, BAC. 1956, p.
586).

Las Misiones de los ríos amazónicos y paraguayos se


establecen hacia la misma época; por eso no es fácil
precisar si las experiencias de los jesuitas del sur
influyeron en los del norte; es posible que el contacto
con la misma realidad les inspiraran soluciones
parecidas.

En 1637 se establecieron las de Mamas, en el


Amazonas, teniendo por cabecera la ciudad de Borja;
desde allí se extendieron hasta el río Negro, y en las
riberas de los caudalosos ríos que desaguan en el
Marañón, ocupando un territorio mayor que el del
actual Ecuador. Tomaron contacto con 40 naciones de
la selva, y con otros tantos idiomas y dialectos; entre
esas tribus y con ellas establecieron 88 pueblos o
reducciones.

Fundaron la misión dos hombres maravillosamente


dotados para el efecto, el sardo Gaspar Cugía y el
español Lucas de la Cueva, encaminándose a Borja por
Loja y Jaén de Bracamoros. Llegados al Amazonas, se
embarcaron en canoas a surcar las turbulentas aguas de
los temibles rápidos del río, que rompe entre peñascos
la cordillera oriental.

Escribía el Padre Lucas en 1640:

106
“FI Pongo es un puesto por el cual rompe el Marañón
una gran cordillera, estrechándose tanto el que antes
y después parece un mar, que pone admiración y duda
el ver tantas aguas por una pequeña abertura. Tiene
de largo tres leguas; navéganse con indecible
velocidad, con el Jesús y el Credo en la boca, porque
el riesgo de la vida está siempre ante los ojos. En esta
distancia, que toda es con riesgo continuado, hay tres
pasos que son de mayor peligro: el paso del
Gobernador, porque en él se volcó el que lo era de
Mamas, perdiendo la hacienda y vida de los indios.

Este es el que por antonomasia llaman el Salto del


Marañón. El segundo llaman los Manseriches: aquí
bate el río grandes peñascos con tanta violencia, que
resurtiendo sus corrientes vuelven hacia arriba,
abriendo grandes olas y muy profundos remolinos. El
último llaman Los Hornillos, donde abre grandes
reventones olas, tragaderos y remolinos”.

“Certifico a y. 1?. que siempre que los paso me


confunde el ver que sus primeros descubridores y los
que en ellos han perecido, no fueron obreros del
Evangelio, sino mercaderes de humanos intereses.
“Si las necesidades son grandes, y tales que me he
visto a punto de perecer de hambre, ¿.a quién no
avergüenza ver que treinta sol

107
dados padecían la misma necesidad y plaga por la
codicia de unas pocas camisetas?”.
“Confieso de mi que me consume más esta
consideración que la misma hambre

Entraron los dos jesuitas a Borja llevados por el Gobernador


Pedro Vaca de la Cadena, a ver si ellos como sacerdotes
podían aplacar a los indios mamas que se habían sublevado;
porque los primeros conquistadores de la región creyeron
que también allí podrían implantar el sistema de la Sierra,
esto es las encomiendas y el servicio personal, como tributo.

“Hallamos levantada la tierra, cuenta el padre Lucas,


porque los Mamas irritados con el trabajo y acosados
con el servicio personal y tributos y extorsiones con
que los afligían, se levantaron matando a treinta
personas. Haciendo retirada penetraron a las
naciones enemigas, queriendo más morir a manos de
sus enemigos, que a las del trabajo y hambre con que
tanto les afligían los soldados a quienes tienen ellos
por sus mayores enemigos”.

A la vista de este desastre, los dos misioneros


comprendieron que con las tribus amazóni-

3.4. Relación de la Misión de los Maynas al Provincial


Gaspar Sobrino, por Gaspar Cugia y Lucas de la
Cueva, 1640. Archivo de la Compañía de Jesús, Roma.

108
cas había que probar otro sistema: entraría en su territorio el
misionero solo, acompañado únicamente de indios
intérpretes. Sin soldados, sin ningún español. Los invitaría a
formar pueblos, porque en ellos hallarían muchas ventajas de
civilización europea: seguridad, medicinas, instrumentos de
hierro, educación, alimentación segura. Seguirían mandando
los caciques, y manteniendo las costumbres tribales, pero
bajo la dirección paternal del misionero.
Se logró el portento de que estos hijos de la selva,
acostumbrados por siglos a vivir en rancherías
desperdigadas, entregados a una libertad ilimitada y viciosa,
aceptaran la invitación del misionero, y se congregaran en
pueblos con casas ordenadas en hilera, al rededor de la plaza
y de la iglesia. Que se sujetaran a cambiar de hábitos: en vez
de cazadores de fieras y de las cabezas de sus enemigos, se
tornaran agricultores estables, que fielmente, cuando sonaba
la campana, salían a trabajar a las huertas comunales y en sus
chacras particulares o a aprender oficios o instrumentos
musicales. Ni más ni menos que en las Reducciones del
Paraguay.

Las narraciones de la época recuerdan que el pueblo más


vistoso era el de San Pablo de Napeanos a orillas del Nanay,
organizado por el misionero quiteño José Bahamonde: lo
dotó de aves de corral, vacas, cabras, cerdos, un trapiche
para la obtención de miel y aguardiente, la pana-

109
cea de los indios; y una carpintería además de escuela para
niños. Lo notable es que Bahamonde entró en Mamas en
calidad de catequista, los padres le indujeron al sacerdocio, e
hizo su noviciado en un pueblo de la selva.
Un misionero.

El superior de Quito había inculcado que se procediera con


mucho tiento en la evangelización, con paciencia en la
introducción de la moral cristiana, induciéndoles suavemente
a la monogamia, a la sobriedad y continencia.
¿Era posible cambio tan radical? Nos asegura que sí el
misionero suizo, padre Juan Magnin, que lo mismo era
catequista de los amazónicos que cartógrafo o profesor de
filosofía y ciencias en la universidad:

“La rucia —dice— los hace fervorosos y firmes


cristianos. Y si eso en los que se transplantan, por lo
envejecido del tronco no siempre se consigue, los
cogollos que de allí nacen son los que lo logran. Con
su simplicidad, candidez, prontitud y obediencia, y su
continua asistencia en oír la doctrina de Cristo,
publican a voces con sus nuevas y cristianas
costumbres, su victoria y triunfo “.

5.- Juan Magnín, S.J. Mamas. Arch. S.J. Roma.

110
CUGIA Y DE LA CUEVA RECHAZAN
TODA PROTECCION MILITAR

Surgió la preocupación en las autoridades, y


especialmente en el superior de la Compañía, sobre la
seguridad de sus súbditos allá, sumidos entre la tupida selva,
a merced de cazadores de cabezas y de la malicia perversa de
los brujos resentidos. Nada menos que el padre José Acosta,
tan experimentado en misiones y tan apasionado defensor de
los indios, creía que era indispensable resguardar la vida de
los misioneros con el respaldo de unos cuantos soldados
arcabuceros.
Escribió:

4Fiarse de la razón y albedrío de estos hijos de la


selva será como pretender amistad con jabalíes y
cocodrilos”.6

Pero los fundadores de la Misión de Mamas estimaron que


en su caso debían prescindir de escolta de soldados
españoles, porque el indígena aborrecía al soldado
arcabucero como al demonio. Cugía y de La Cueva juzgaban
que era imposible convertir a los amazónicos bajo la
protección militar. Ni encomenderos, ni comerciantes, ni
turistas, y menos aún soldados, debían entrar en los
territorios de misioneros.

Lo notable es que el gobernador español de Borja aceptó esta


condición; [a pusieron por

6.- José de Acosta OPIS, cap. VIII, BAE, 1954, p442.

111
escrito y la firmó; los misioneros lo hicieron a nombre
del indio.

Supongo que es el primer tratado escrito con las tribus


amazónicas: ellas aceptarían al misionero, entrarían a
formar parte de la Audiencia y Reino de Quito,
recibirían la cultura cristiana; a cambio de mantener su
independencia. Solo obedecerían al misionero: él era el
único lazo con el imperio español. Dice textualmente
el padre Lucas:

“La condición que del Gobernador sacamos es que a


nuestras REDUCCIONES no han de entrar soldados,
ni verlas. Por escrito se lo ha concedido y asegurado a
los Jeveros que no les inficionarán su tierra’?

Notase que el padre Lucas ha llamado reducciones a


sus pueblos. En efecto acabamos de ver que siguen el
mismo método que las paraguayas.

Sigue refiriendo que alguien, posiblemente los brujos,


regaron el rumor calumnioso entre los Jeveros
ribereños del Amazonas y del Huallaga, que el padre
Lucas los reunían en pueblos para entregarlos más
fácilmente maniatados a los soldados, que los
transportarían a servir en las plantaciones y tejedurías
de Borja. Se alborotaron; y ya se disponían a huir y
remontarse a la selva, cuando llegó el padre Lucas. Al
ver lo que pasaba les dijo:

112
“Hijos míos, si vosotros os huís de los españoles,
yo también quiero huirme de ellos.
¡ Vamos, a prisa!: llevadme a vuestra retirada,
que allá os enseñará”.7

Fue —dice— como una palabra de Dios—, desistieron


de la fuga y le contestaron:

“pues nos dices eso: aquí moriremos contigo”.

Creo que todos captamos la sublimidad de este diálogo


entre el europeo y estos amazónicos: ambos se ofrecen
lo más preciado que tienen; ambos están dispuestos a
dar la vida por el amigo.

MAPA DEL REINO DE QUITO

Mapa del Reino de Quito, del Río Amazonas y


Misiones de Mamas de la Compañía de Jesús.
Lo trazó el misionero checo Samuel Fritz, S.J. y lo
buriló en Quito el Padre Juan de Narváez, S.J., en
lámina de 1.19 x 0.45.
Carlos de La Condamine comentó:

“El gran mapa español del curso de este río


que hizo a su regreso del Paró, fue grabado

7.- Lucas de la cueva, ib.

113
en formato pequeño en Quito en 1707 y copiado
después en 1 717, en la Colección de Cartas
edificantes y curiosas. Este mapa es una pieza
preciosa y única; prueba la habilidad de su autor,
tenidas en cuenta la falta de instrumento, su debilidad
y las circunstancias molestas de su travesía. El
original del P. Fritz en el que los grados del gran
círculo tienen casi una pulgada, me llegó felizmente a
las manos, cuando estaba por ser destruida por el
tiempo, la humedad y los insectos que arruinan todo
en un país cálido; soy deudor del R. P. Nicolás
Sindlher, jesuita bávaro, Superior de las Misiones de
Mamas, que ha acortado su vida a causa de su celo y
de sus fatigas; tengo decidido depositarlo en la
Biblioteca del Rey, cuando haya publicado mi mapa
grande”.

Mas no siempre se llegaba a tan desinteresada amistad


en las reducciones; el mismo padre Lucas estaba
consciente del peligro que con frecuencia, por no decir
incesantemente, corrían ante la volubilidad del neófito
de instintos primitivos. Lo aceptó y lo aceptaron sus
compañeros de entonces y los 160 sucesores en
Mamas. Cada uno de ellos, más de una vez debió de
repetir ante el Crucifijo de su capilla lo que sentía el
padre Lucas:

115
“Y, si algún misionero peligrare en esta demanda. .

gloriosa es la empresa, y muy de Dios la demanda.

LOS MISIONEROS DEFENSORES DEL


TERRITORIO NACIONAL

Estamos acostumbrados a mirar a los misioneros del Oriente


como los mejores defensores de la integridad del territorio
nacional. Y con razón.

Tanto los jesuitas del Paraguay como los del Amazonas


soportaron las depredaciones de aventureros procedentes del
Brasil que subían y bajaban por los ríos, cautivando o
comprando esclavos indios para llevarlos al trabajo en las
plantaciones orientales. Conquistaban de paso tierras que no
les pertenecían. Un historiador asegura que las misiones se
confederaron y concibieron el plan de formar un frente de
misiones, con pueblos escalonados, desde el Paraguay,
pasando por Bolivia, hasta la línea equinoccial, en nuestro
país, como un valladar en el límite del imperio castellano
frente a las incursiones portuguesas. La expulsión decretada
por Carlos III frustró estos intentos.8

En el Paraguay se defendió la frontera con las armas; en el


Amazonas, con la geografía y con documentos.

8.- W. Bangert, 6. 1. Historia de a compaña de Jesús,


Santander, 1981,cap5.

116
El más insigne defensor de nuestros límites
en 1700 fue sin duda el Padre Samuel Fritz, de
Bohemia, que obtuvo venir al Reino de Quito en
1685, hace cabalmente 300 años,; fue destinado
a Mamas y perseveró en esas misiones por 18 años,
hasta morir entre sus queridos indios.

Las misiones del Padre Samuel eran las que más


sufrían por las incursiones provenientes del Brasil. El
protegió a su neófitos y su territorio, como geógrafo,
ante las autoridades del Brasil y ante el mismo rey de
Portugal don Juan II.

Se basó en la famosa Bula de Alejandro VI, el Papa


Borja, la INTER COETERA de 1493, en la cual
dividió la zona de descubrimientos y colonización de
España y Portugal. Trazó un meridiano, de polo a polo,
que pasaba a 100 leguas al occidente de las islas
Azores. Portugal y España aceptaron el arbitraje
pontificio, como lo habían solicitado y aceptado otros
estados. Pero para su realización celebraron convenios
que precisaron el meridiano de demarcación.

En consecuencia, lo que hizo el padre Fritz fue sacar


las conclusiones de estos documentos internacionales,
aplicarlos como geógrafo, y establecer dónde caía el
límite de los dos imperios en la región amazónica; y
luego exigir su observancia a los invasores. Trazó,
pues, un mapa científico del Amazonas; y en él señaló
el límite de la Audiencia de Quito, en el río Pinzón,

117
más allá, más al oriente del río Negro. Lo envió con
una carta al virrey de Lima, conde de la Moncloa, para
que la remitiera al rey de España.

Escuchemos al menos unas líneas de la voz que resonó


en nuestro Oriente, tomadas de una carta autógrafa de
1692:

“El límite entre las conquistas de las Coronas de


Castilla y Portugal se basa en la Bula de Alejandro
VI, en la cual se mando se formase una línea
imaginaria, de polo a polo, distante de las islas de
Cabo Verde hacia Occidente 22 grados y un tercio.

El cual meridiano pasa por la boca del río de Vicente


Pinzón, donde por mandato de Carlos V se puso el
lindero en mármol con las armas de la Corona de
Castilla.

Se concluye que las posesiones que desde el dicho


meridiano del río Pinzón han usurpado hacia
occidente los Portugueses hasta el río Negro, son
inválidas y nulas”. (Arch. 5. 1 U).

En el río Negro mantenía la guardia Samuel Fritz; y


junto a él un pequeño destacamento de soldados
quiteños. En estos pasados años, los dos últimos
presidentes del Ecuador, en sus visitas al Oriente,
llegaron al río Negro y navegaron por él, sintiendo sin
duda la añoranza de que ese río corría por territorio
quiteño.

118
Comprendía sin embargo el P. Fritz que los portugueses del
delta del Marañón no respetarían los límites señalados por
los tratados. Concibió entonces una solución radical,
verdaderamente genial: y era que el rey (le España cornprara
al de Portugal la desembocadura del Amazonas y lo
entregara a la Audiencia de Quito. He aquí sus palabras:

“En Lima di al Conde la Monclova noticias


individuales de la demarcación (de limites) y cuánto la
habían propasado ya los portugueses. Juntamente le di
un mapa desde Marañón para que informara a Su
Majestad. Más propuse a SE.. para q’.titar los
perjuicios y pleitos que hay, y en otros tiempos
venideros podrá haber, puesto que a Portugal le toca
por derecho en este Marañón hasta el Para (en la
desembocadura); que rescatase (que comprase) Su
Majestad del rey de Portugal este Para; y fuese todo
este río de la Corona de España. Y no dudo que con
cuatro palabras, o poco rescate (o coste) se hubiera
entonces conseguido”.9

Dejo a la consideración del lector el sacar las consecuencias


de esta singular propuesta del misionero padre Samuel Fritz.
Solo unas palabras más que completarán la imagen de este
misionero.

9.- Samuel Fritz al P. Sebastián Abad, 5. Joaquín, 1 5-X-1709 Cartas


al Provincial Francisco Dassa, 2 de agosto de 1702. Arc. S.J. Quito.

119
El mismo refiere que una partida de esclavistas
portugueses habían cogido por la fuerza y maniatado a
un indio cristiano de su misión. Al saberlo el padre
Samuel abordó la canoa pirata; puso un pie en ella,
cortó las ligaduras y salvó al indio con sus poderosas
manos. Al advertir que un portugués alargaba la mano
a su escopeta, Fritz descubrió el pecho,
enfrentándosele y diciéndole: ¡Dispare!9

Este escorzo del misionero defendiendo la libertad de


su indio y arriesgando la vida por él, es una pintura
monumental y fidedigna de lo que fueron estos
misioneros, y las Misiones de Mamas, que por todo lo
dicho se presentan tan paralelas en sistemas y en
resultados a las famosas Reducciones del Paraguay.

EXPLORADORES DE CAMINOS AL
ORIENTE

Hubo otra clase de hombres beneméritos en la defensa


de las posesiones orientales: fueron los misioneros y
los acompañantes, indios sobre todo, que se dedicaron
a encontrar caminos breves y seguros entre la Capital y
las aldeas del Amazonas. Comprendían que era
indispensable enlazar ese sector de la patria con el
gobierno de Quito.

Los portugueses tenían la facilidad de penetrar desde


el Perú por la amplia vía de los ríos

120
navegables, en grandes canoas, con soldados y numerosos
indios remeros, Quito, en cambio, estaba a un mes de penoso
camino, separado por barreras de difícil penetración. La
Audiencia se sentía impotente para defender el Amazonas de
las incursiones de los molestos vecinos orienta-
La narración de los proyectos, intentos, de las expediciones
exitosas o fracasadas de los misioneros descubridores de
caminos llenarían varios capítulos de aventuras honrosas.
Más de un expedicionario rindió la vida en este empeño: el
padre Lucas de la Cueva varias veces citado en el presente
estudio, comprendió que el camino que él siguió por Jaén y
el Pongo no era el mejor; e intentó abrir camino por el
Pastaza. Mas los indios que le guiaban lo desampararon una
noche, dejándole solo, con pocos acompañantes en la
enmarañada selva. Dice que en tan penosa ocasión estuvo a
punto de morir de hambre.

Mucho se lamentó en 1662 la pérdida del glorioso misionero


ibarreño Padre Raimundo de Santa Cruz. Pereció en los
remolinos del un a- fluente del río Bobonaza, cuando ya
creía que había logrado su propósito de hallar un seguro y
corto camino hacia Latacunga; cuando estaba cierto de haber
encontrado en la cordillera el Abra del Dragón que le
conduciría cerca de la ciudad de Quito.

121
RESUMEN

Si echamos una mirada de conjunto al sistema


misional y a los objetivos que pretendió la Iglesia, a
través de estos misioneros, hallamos estas
características:

1) La aceptación de la fe cristiana y de su
representante, el misionero, es libre y voluntaria, de
parte de las tribus amazónicas.

2) Sabemos que varias de ellas solicitaban la entrada


del padre. Y se dijo que se empieza la misión de
Mamas por medio de un contrato escrito.

3) Por lo tanto, se predica la fe cristiana por


imposición, como resultado de una conquista armada.
4) Ambos, el misionero y el indígena, ofrecen mucho
de su parte.

5) El indígena acepta dejar su vida nómada y formar


pueblos.

6) Renuncia, sacrifica su total independencia; se sujeta


al paternalismo del misionero y a la disciplina de la
Reducción.

7) Acepta y quiere ciertos bienes de la cultura


occidental: sus instrumentos de hierro, la

122
educación, los animales de corral; pero también las
leyes, mediante las cuales imperará la paz; formarán
una nación inmensa de amigos; de suerte que podrán
viajar por bosques y ríos sin temor.

8) A cambio de esto, mantendrán su independencia:


permanecerán sus caciques. No tributarán ni trabajarán
para el español. Conservarán su lengua y sus
costumbres.

9) El Misionero y el gobierno se comprometen a


respetar esta independencia, y los reciben bajo la
protección del Reino de Quito.

10) El Misionero, además, entrega su persona y su


trabajo: más que un jefe de las reducciones, será un
padre, un maestro, un defensor. Para ello tiene que
aceptar hacerse ciudadano de la selva, sujeto a los
sacrificios y riesgos y desamparo que ello suponía.

11) Solo gente muy escogida, con especial vocación y


voluntarios, podían dedicarse a este tipo de
ministerios. En Europa se decía que los americanos
eran incapaces de este esfuerzo. No es verdad: entre
los 160 misioneros de Mamas, 63 fueron americanos.
Esto es uno de cada tres.

12) ¿Qué se pretendía, cuáles eran los objetivos?


Primero, entregarles la fe cristiana, el tesoro de la fe
cristiana, que el amazónico buscaba

123
confusamente, quizá sin encontrar palabras que
expresaran su deseo.

13) Darles también los beneficios de la cultura


occidental, en cuanto lo deseaba y era oportuno para el
hijo de la selva.

14) Debo añadir que aquí en la Sierra entró el


Cristianismo y la cultura hispana, también
voluntariamente, gracias a una solicitud de las
parcialidades del sur y del norte. Los investigadores
aseguran, cada vez más, que los fundadores de Quito
hispano fueron llamados y apoyados por los grandes
caciques autóctonos del sur del centro y del norte del
Reino de Quito.

15) También es interesante saber que hubo intento de


aplicar los métodos de Mainas a la evangelización en
la Sierra: el obispo de Quito Luís López de Solís
propuso al rey en 1600 que las parcialidades indígenas
se pusieran bajo el gobierno eclesiástico y también
civil del párroco doctrinero. Pero ya se había
establecido otro sistema de gobierno, que no se
cambiaría.

LOS JESUITAS Y EL MOVIMIENTO DE


LA ILUSTRACION EN QUITO

En el articulo aludido del número 15 de CULTURA


HISPÁNICA se narra la actividad

124
de los primeros jesuitas en la enseñanza a la juventud de la
capital y de las provincias o corregimientos del Reino de
Quito.

Completemos esos datos con los referentes a la Universidad


de San Gregorio Magno,

Por muchos años la ciudad había solicitado al Rey y al


Pontífice la creación de una universidad; pero los disturbios
de las Alcabalas y la penuria de medios fiscales lo habían
procrastinado. En realidad, en aquel tiempo, solo las
comunidades religiosas contaban con local, biblioteca y
profesorado para la labor universitaria –
Cupo a los jesuitas prestar este servicio cuando en 1622 les
llegaron la bula del Papa Gregorio XV y la cédula de Felipe
IV, permitiéndoles otorgar a los quiteños los grados
académicos.

Conservamos todavía el pergamino en que se copió la bula y


la cédula que firmaron y sellaron las autoridades. La
adornaron con cenefas de flores y laureles, los primeros
universitarios de la ciudad, la enarbolaron en un estandarte y
la pasearon a caballo por las calles de la Capital, que los
aplaudía desde los balcones.

Ciertamente la Gregoriana no llegó en sus primeros años a


tener la importancia y

125
universalidad de otras universidades de estudios generales,
como se las denominaba. Pero ya en 1630 mereció este
juicio del obispo Fray Diego de Oviedo:

“En esta provincia ha habido Universidad y Estudios


Generales de la Compañía de Jesús, con sujetos muy
eminentes que han regentado sus cátedras. Hay
muchos ingenios hábiles. Y los profesores y maestros
que tiene en ella la Compañía, lo son tanto, que
podrían ser catedráticos en Alcalá”.

Desde 1648, por permisión de la Audiencia, empezó a tener


Rector y Canciller y a intitularse REAL Y PONTIFICIA
UNIVERSIDAD DE SAN GREGORIO MAGNO. Así
consta en el Libro de Grados, verdadero Libro de Oro, que
aún se guarda en los archivos de la ciudad.

Se diría, sin embargo, que la Gregoriana llegó a su apogeo a


mediados del siglo XVIII, luego la visita de los Académicos
franceses, con los cuales mantuvo estrecha amistad. El
apogeo consistió principalmente en dos actividades: primero
en haber enriquecido su biblioteca con los mejores libros
antiguos y recientes de toda suerte de ciencias.

10.- El Obispo de Quito al Rey, r. q. Ecl. III.

126
Segundo, porque sus profesores entraron en el
movimiento intelectual de la Ilustración Católica que
renovó el sistema de estudios.

Se había despertado en Europa un vehemente


entusiasmo y fervor por las ciencias: la botánica, la
medicina, las matemáticas, la física, química y
astronomía. Los continuadores de Copérnico, Kepler,
Galileo, escudriñaban el cielo y el sistema solar. La
Academia de Ciencias de París formaba expediciones
para medir la Tierra y conocer su forma. Otros, como
el abate Spalanzani, admiraban por el microscopio los
seres diminutos, asomándose a un mundo
infinitamente pequeño.

Cuando estos vientos culturales soplaban por Europa,


¿qué ocurría en estos rincones de los Andes? Es
halagueño saber que Quito y sus universidades de San
Gregorio y Santo Tomás siguieron de cerca y
participaron en el estudio de las ciencias
experimentales. Así lo demuestran serios y recientes
investigadores, como los Drs. Ekkehart Keeding y
Carlos Paladines.

Es algo que despierta la admiración el comprobar que


cuando el genio de la nación quiteña se apagaba;
cuando languidecían las fortunas y la opulencia de los
siglos anteriores se trocaba en pobreza y frustración,
estaba aún viva la llama de los estudios en las aulas
universitarias.

127
El Dr. Pablo Herrera, en los Anales de la Universidad de
Quito,1 enumera a los profesores sobresalientes de ambas
universidades; y cita a 45 de la Gregoriana. Mas debemos
confesar que aún no conocemos en detalle en qué consistió la
prestancia de la mayoría de ellos; sin embargo, hemos tenido
en recientes años la buena oportunidad de descubrir con
profundidad los quilates de uno de sus mejores exponentes,
el Padre JUAN BAUTISTA AGUIRRE, natural de Daule
(1725-1786), cabalmente a los 200 años de su fallecimiento.

Lo hemos descubierto gracias a que salió a luz su tratado de


FISICA que había dormido en los anaqueles de los archivos
por más de 200 años, resguardado por el idioma latino en
que está escrito en letra pequeñísima. Esas circunstancias
hicieron que el Dr. Pablo Herrera lo citara con el nombre
erróneo de Francisco Javier Aguirre. El mérito es de los
promotores de la Biblioteca San Gregorio que lo publicó, y
del paciente y experto traductor, licenciado Federico Yépez
Arboleda.

La Física de Aguirre ahora ya publicada, trae como prólogo


un estudio muy cabal, compuesto por el Dr. Julio Terán
Dutari, S.J. Rector de la Universidad Católica, en el cual
trata con visión de un filósofo actual, del tipo de filosofía

1 Pablo Herrera, ANALES DE LA UNIVERSIDAD DE QUITO,


No. 3y 5, 1883.

128
que enseñaba el padre Aguirre, de los conocimientos
que poseía sobre autores antiguos y recientes; de los
métodos analíticos que usó; y especialmente de su
capacidad para enjuiciar las teorías y sintetizar los
conceptos. Las apreciaciones del Padre Terán Dutari,
que iré citando, constituyen también la apología más
cumplida sobre la importancia y originalidad del
profesor dauleño.

Aguirre a más de filósofo tuvo que ser científico,


porque entonces, en el siglo XVIII, luego de exponer
la metafísica, el profesor debía ocuparse de las
ciencias exactas, del fenómeno de la vida, de la
constitución del universo.

Aquí cabalmente nos encontramos con la gran


novedad: en las páginas del texto de Física, aparece el
padre Juan Bautista, como investigador,
experimentador, comprobador de las teorías y de las
hipótesis científicas, mediante el uso de aparatos muy
variados e instrumentos científicos.

Cuando La Condamine en 1741 necesitó purificar el


mercurio de las impurezas de plomo, acudió al
laboratorio de los Jesuitas: encontró todas las
facilidades; mas no los instrumentos de química y los
hornillos que necesitaba2. Pero quince años más tarde,
en los días de Aguirre, hallamos que se habla de
numerosos instrumentos que tenía a su disposición en
la Gregoriana:

2.- charles-Marie de la Condamine, Diario del Viaje al


Ecuador, Quito, 1986.

129
brújulas, máquina neumática, reloj astronómico,
telescopio, binóculos, barómetro, especialmente un
microscopio.

Con creciente sorpresa el lector va encontrando


revelaciones aubiográficas de este profesor que sitúa la
posición de la tierra respecto de las estrellas con la
brújula; que maneja la máquina neumática; que
observa, especialmente, con el microscopio la
existencia de un mundo insospechado, el mundo de 1s
seres increíblemente pequeños.

Veámoslo en faena, aplicando los métodos


mencionados a dos importantes asuntos: el origen y
naturaleza de la vida; y segundo, la configuración del
universo y del sistema solar.

EL ORIGEN DE LA VIDA — RECHAZO


DE LA GENERACION ESPONTANEA

En el siglo de nuestro profesor, y todavía después de


él, se enseñaba como dato de la experiencia, la
generación espontánea. El maestro Aristóteles,
Bartolomé Cobo, José de Acosta y otros naturalistas
afirmaban como evidente que los insectos, las abejas y
aún las ranas y ratones provenían de desperdicios en
putrefacción, creados por el influjo de los astros, el
calor, la humedad. El sapiente padre José de Acosta se
preguntaba en 1590 cómo había llegado el hombre a
poblar América. Estima que era inverosí-

130
mil que llegaran por mar en balsas o canoas,
careciendo de medios de orientarse en alta mar.
Dedujo que debieron venir por algún puente natural;
sospeché que en alguna parte América se juntaba con
Asia. Y así mismo, añadía debieron llegar los animales
mayores; en cuanto a los pequeños no había dificultad:
ellos brotaban sin progenitores, de la podredumbre: así
aprecian desde siempre las ranas y los ratones y los
mosquitos. 3

En estas circunstancias se requería no solo


atrevimiento, sino pruebas experimentales palpables,
para rechazar una creencia tan arraigada. Lo hizo
Aguirre: estampó en su texto:

‘Afirmo primeramente que los animales, aun aquellos


que se llaman insectos, no son engendrados por la
podredumbre, sino que provienen de huevos o
gérmenes

De inmediato pasa a dar la batalla, atacando y


defendiéndose. Su texto parece una copia taquigráfica
de la viveza de la discusión en clase, porque se
entremezclan razones, pruebas, anécdotas, ocurrencias.
No solo presenta los experimentos practicados por el
médico italiano Francisco Redi, sino que apela a sus
propios experimentos que se podían comprobar en la
Universidad: asegura que él mismo ha visto los huevecillos,
gérmenes de

3.- José de Acosta, 5. J. Historia Natural y Moral de as


Indias, SAE 1954,1, c. XX.

131
los insectos, mediante el perfectísimo microscopio de
Kuff; e invita a sus discípulos y adversarios a
comprobarlo.
¿Fué éste el primer microscopio llegado a Quito? ¿Lo
dejaron acaso en la Gregoriana los Académicos
franceses, como donaron otros recuerdos científicos?
Sencillos quizá se dirá que eran los experimentos de
Aguirre; no eran mucho mejores los de sus maestros
europeos. Pero ya contienen en germen los que
realizaba en Itaha el abate Spalanzani; o los que un
siglo más tarde, con mejores instrumentos realizaría
Pasteur.

LOS GERMENES MICROSCOPICOS


CAUSAN LAS ENFERMEDADES

El profesor Aguirre pasó adelante y sacó las


consecuencias: deduce que existe un mundo diminuto
que sobrepasa el poder de nuestra vista, pero que actúa
en el ser humano: son gérmenes, como los llama, que
no solo viven en el agua y los alimentos, sino también
en el aire, y con el aire que se respira penetran en el
organismo y ocasionan enfermedades. Ese en el origen
de los contagios y las pestes (Disp. 3 Art. 1, p. 153).

El Dr. Eugenio Espejo trató más adelante de estas


materias. Cuando el profesor Juan Bautista Aguirre
inflamaba a las aulas con estas afirmaciones, Espejo
contaba solo diez años; mas

132
debió de escucharlas cuando ingresó en la Universidad
de San Gregorio; en ella recibió el bachillerato, y el 8
de junio de 1762 se presentó para el grado de Maestro
en Filosofía, según lo podemos ver en el Libro de
Grados de la Universidad Real y Pontificia de San
Gregorio.

EL SISTEMA SOLAR TYCHO


BRAHE Y COPERNICO

En el libro tercero de la Física estudia Aguirre los


sistemas del mundo o sistema solar; las teorías de
Tolomeo de Alejandría, del danés Tycho Brahe, del
polaco Copérnico.

En 1543 salió a luz en Nuremberg la obra del canónigo


polaco Nicolás Copérnico en que exponía el sistema
heliocéntrico como el único enseñado por la ciencia.
Llevaba por título SOBRE LOS MOVIMIENTOS
CELESTES. Tras larga espera, de 30 años y sólo a
instancia de su obispo y del cardenal Nicolás
Schomberg, consintió en que se lo diera a la estampa,
dedicado al Pontífice Paulo III, a cuya protección
encomendaba su revolucionaria teoría. Mas con el
tiempo se suscitaron controversias, y en consecuencia
se suspendió la difusión y aceptación del helio-
centrismo copernicano.

Ya en el siglo XVII llegaron a la biblioteca de los


jesuitas de Quito, libros que comentaban a Copérnico.
Mas la propia obra solo llegó dos

133
siglos después, me refieron a la tercera edición del
sabio polaco de 1854.

Entra Aguirre en tan peligroso terreno científico,


usando sus mismos métodos; empieza por rechazar a
Tolomeo, debido a que su teoría estaba en contra de
las observaciones astronómicas de la época. Confiesa
en cambio que el helio- centrismo de Copérnico
explica adecuadamente los fenómenos celestes, y hasta
lo dibuja para sus alumnos. Y allí se contiene: Aguirre
sabe que debe sujetarse a la prudencia que se exigía al
maestro desde Roma, y termina decidiéndose por el
sistema intermedio, el de Tycho Brahe, amigo y
confidente de Kepler. Esto ocurría en 1757. Al año
siguiente Benedicto XIV retiraba la censura del
heliocentrismo, y entonces Aguirre pudo estar de
acuerdo con el Padre Juan de Hospital y sus otros
colegas, cuando en 1761 se defendió públicamente en
certamen memorable la tesis heliocéntrica en la
Universidad Gregoriana. Es grato saber que con ello se
adelantó Quito, académicamente, al sabio Celestino
Mutis, de la Nueva Granada, y aún a la Universidad
española de Salamanca.

En el caso que acabo de tocar, cumplió la Gregoriana


con las finalidades de una universidad al servicio de la
Iglesia y de la sociedad; porque provocaba el diálogo
entre la ciencia y la fe; coordinaba y conjugaba la
sujeción a las disposiciones pontificias con el respeto a
los fueros de la investigación de su época.

134
135
137
Y lo hacía no con retraso a los acontecimientos, sino
poniéndose a la vanguardia de la intelectualidad, hasta
parecer a veces exploradora temeraria de las teorías y
de las hipótesis más recientes.

Por otra parte dio la Gregoriana al Reino de Quito y a


las restantes provincias americanas un número grande
de hombres notables en la Iglesia y lo social.
Todo este adelanto y concierto de la ciencia, del
estudio, de la investigación, se detuvo de pronto, y en
buena parte quedó destruido, cuando una noche aciaga
de agosto de 1767, Carlos III desterró a los profesores
y cerró sus aulas.

El imaginar es peligroso, el cavilar sobre lo que habría


podido acontecer en Quito, si no hubiera venido esa
orden de destierro, puede equivaler a un sueño
engañoso; mas no deja de estar en lo posible que estos
maestros tan progresistas, como Aguirre, Hospital,
Magnin, Velasco y otros, hubieran influido
poderosamente en sus alumnos para que además de la
ciencia teórica moderna, penetrara en Quito también la
aplicación mecánica, la revolución industrial que en
esos años se estaba gestando en Europa.

¡Qué distinta! ¡Qué prometedora habría sido la


situación del país, si en los obrajes y telares, en la
navegación, en la agricultura, en el

139
transporte, hubieran penetrado, a tiempo, los inventos
de las máquinas y el vapor; es indudable que habrían
transformado la decadente economía del país, habría
vuelto el vigor, el progreso que distinguieron al Reino
de Quito en sus mejores días.

140
E PI L O G O
******* *****

Cuando estas novedades de las ciencias ocurrían


en las aulas de la Gregoriana, cuando
generaciones de misioneros mantenían la fe y la
cultura cristiana en el Amazonas, cuando 270
jesuitas estudiaban o enseñaban en ¡6 colegios y
residencias, otras empresas simultáneamente se
llevaban a cabo, otras actividades, que darían
lugar a largos comentarios del investigador.
Grabado que trae la VIDA DE LA VENERABLE
VIRGEN MARIANA DE JESUS (1697) escrita por el
Padre Jacinto Morán de Butrón y Ramírez de Guzmán,
S.J. (1668- 1749), natural de Guayaquil.

“La Vida de la Venerable Virgen Mariana de Jesús


Paredes es un monumento histórico, por ser la primera
bio-

143
grafía escrita a base de documentos auténticos de la
misma época, como son los procesos con los
testimonios de los testigos; mediante ellos estampa el
Padre Morán un retrato fidedigno y lleno de vida de
nuestra Santa, la Azucena de Quito”. (Aurelio
Espinosa Pólit, S.J.).

Añade el señor Roberto Páez: “Esta biografía tiene el


encanto de las cosas antiguas, el sabor colonial
imposible de hallar en otra parte”.

144
TEMPLO DE LA COMPAÑIA DE JESUS EN
QUITO

Uno de los más bellos y suntuosos de la época hispano


americana. Se empezó a construir en 1605 en estilo
que reúne elementos barrocos, platerescos y moriscos
en algunas de sus ornamentaciones.

145
Las dimensiones son de 58 metros, por 26,52; cubre la
nave central una bóveda artesonada de 15,18 metros de
altura; corona el ábside la cúpula que asciende a 26
metros; una linterna ilumina la decoración de ángeles y
de los cardenales de la Orden.

Le adornan espléndidos retablos de cedro recubierto de


pan de oro, en honor del Fundador y santos de la
Compañía de Jesús; y cuadros bíblicos, obras del
pincel del hermano Hernando de la Cruz y de don
Nicolás Gorfbar. Los constructores fueron miembros
de la Orden: los italianos padre Nicolás Durán
Mastrilli, y los hermanos Marcos Guerra y Vencio
Gandolfi; los hermanos padre Leonardo Deubler y
hermano Jorge Vínterer.

146
Me refiero a las 63 haciendas, y en ellas a los telares e
ingenios de azúcar, en ordenada labor de colmenas, como
base económica de la empresa misional y educativa. El juicio
o apreciación que se dio en Méjico sobre el aspecto agrario
en las fincas de los jesuitas, por la Fundación Alemana para
la Investigación Científica, en 1976, puede con igual razón
aplicarse a sus hermanos del Reino de Quito. Dice Ursula
Ewald:

“El éxito de los jesuitas en la agricultura fue


impresionante e indiscutido sus haciendas y ranchos
estaban excelentemente administrados. Esta
supremacía en el agro no se basaba en la explotación
inescrupulosa de los indígenas, sino más bien en el
sentido de responsabilidad de los administradores, en
la habilidad para los negocios y en la acertada
organización’

Y en otros campos, Monseñor José Felix Heredia presenta


una lista nutrida de escritores dignos de memoria en una
amplia gama: los protohistoriadores de la nación y de la
epopeya misional del Oriente: Juan de Velasco, Mercado,
Manuel Rodríguez, Recio, Magnín, Brentan; y con ellos
Morán de Butrón, Arteta, Viescas y tantos otros.
Nobles recuerdos, amigos, de grandezas pasadas. Mas aún
está enhiesto el monumento que pregona el empuje y vigor y
la organización ar-

147
moniosa de nuestra Patria y de los Jesuitas de los
siglos coloniales: el TEMPLO DE LA COMPAÑIA
DE JESUS DE QUITO, santuario en que se conjuga la
fe y el arte de europeos y americanos; donde se juntan
el cielo y la tierra: porque ese templo fue elegido por
relicario de la Mirada de la MADRE DOLOROSA, y
para guardar el perfume de azucena de MARIANA DE
JESUS.

148
Mensaje del
P. Peter-Hans Kolvenbach,
General de la Compañía de Jesús,
a la Pontificia Universidad Católica,
con ocasión de su visita a Quito
Versión oficial
Como superior General de la Compañía de Jesús,
deseo ante todo, dar las gracias al Padre Rector y a
todos Vosotros por la oportunidad que me habéis
brindado de conoceros y de saludaros con profunda
gratitud y aprecio.

Sé que esta selecta representación de Directivos,


Profesores, Administradores, Trabajadores y Alumnos
de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, se
siente vinculada, como una verdadera familia, a una
misma grande obra educativa y cultural.

Esta Universidad se aglutina, históricamente, en tomo


a la tradición patriótica, espiritual, pedagógica,
literaria y científica de los jesuitas ecuatorianos. Con
todo derecho, ellos se han ganado un luminoso nombre
en la historia nacional y en los anales de la universal
Compañía. Dicha tradición ofrece dos grandes
modelos, precurso

151
res de la actual obra universitaria. La Pontificia y Real
Universidad de San Gregorio, de la antigua Provincia
de Quito, en la época colonial, y la Escuela Politécnica
del Ecuador, constituida por el Presidente García
Moreno, con jesuitas europeos del siglo pasado.

La primera, se orientó principalmente las humanidades


y a los estudios eclesiásticos. Sobresalieron en ella
muchos espíritus. Recordemos, entre otros, al Padre
Juan Bautista Aguirre:

filósofo y teólogo, poeta y orador, científico de gran


competencia, reconocido en Europa, y maestro del
médico y prdcer quiteño Eugenio Espejo.
La Escuela Politécnica del Ecuador cultivó las ciencias
naturales y exactas y, con nombres como los de Wolf y
Sodiro, dió la primera llamada para el desarrollo
técnico-científico de este país.

Embarcados en esa exigente tradición, los jesuitas de


esta nueva Universidad, pontificia y ecuatoriana,
confiada a la Compañía de Jesús, se han esforzado,
junto con todos sus demás colaboradores, seglares,
sacerdotes y religiosos por promoverla hasta un puesto
de inmensa responsabilidad en la vida nacional, con el
ejemplo del Rector fundador, Padre Aurelio Espinosa
Pólit, de indiscutido renombre internacional.

152
La Compañía de Jesús tiene conciencia de estar
cumpliendo una importante misión educativa integral,
tal como la Iglesia (le! Vaticano Segundo y de Puebla
lo quieren. Es la misión de evangelizar la cultura en el
campo académico y universitario, según lo recalcó
ante Vosotros el Sumo Pontífice Juan Pablo Segundo,
aquí en Quito. Se trata de seguir evangelizando una
cultura muy propia, con grandes tesoros tradicionales y
con una fuerte raigambre cristiana. Cultura que, sin
embargo, afronta hoy los más duros desafíos de
ideologías y de intereses particulares. Cultura que, al
mismo tiempo, está llamada a mostrar su fuerza de
vitalidad y cristianismo a través de la liberación
auténtica y del rescate de los valores que salvarán al
pueblo. Para ello, y a nivel académico, habéis de saber
integrar en ese esfuerzo en favor de la cultura, e.[
nuevo espíritu técnico, racional y administrativo en
forma socialmente eficaz.

Es necesario que, a la luz de las orientaciones de la


Iglesia, de la Compañía de Jesús y de los criterios
mismos que animan a la Universidad Pontificia del
Ecuador, os comprometáis con este reto del presente y
del futuro: forjar para el Ecuador y para todos sus
hombres, una sociedad más humana, más cristiana y
más justa. Cuando, como cristianos y hombres de
ciencia y de cultura, afirmáis esto, es necesario dejar
audazmente de lado, una visión del hombre y de la
sociedad que pretendiera, consciente o
inconscientemente

153
te, encontrar la respuesta de los problemas de la
humanidad y de vuestro pueblo, en un mero desarrollo
económico. Es en la totalidad del ser humano,
entendido como criatura de Dios, orientado hacia una
vocación filial y fraterna, donde hallaréis la clave de
vuestro quehacer universitario.

No deja de llamar la atención el hecho de que, la


expresión “Universidad Católica”, suscite actualmente
dificultades. Prueba de ello son algunas recientes
polémicas acerca de su definición. Para algunos, se
trata casi de una “contradictio in terminis” ya que
ciencia y fe serían irreconciliables. Para otros, una
Universidad sería católica si, al lado de las Facultades
científicas, poseyera un Departamento de estudios
teológicos aun sin vinculación alguna estructural e
interna con las demás unidades académicas.

Vuestra institución académica tiene la osadía de ser


plenamente católica. Y plenamente católica en la
convicción de que, en lugar de excluirlo, el carácter
católico —en sentido fuerte-— refuerza el carácter
universitario de la institución.

Católica quiere decir que el universitario estudia y


escruta toda la verdad y sólo la verdad, tal como ésta
brota de la revelación de Dios, y tal como emerge de la
investigación del hombre iluminada, en todos los
campos del saber, por esa misma revelación.

154
Católica quiere decir que la Universidad, según su verdadera
vocación científica y su misión educativa, no se detiene en la
docencia, considerada como mera transmisión de un saber, o
como si fuese posible enseñar una materia, aun la más
científica, en el estado puro. Por el contrario, la Universidad
Católica ha de tener en cuenta el conjunto del universo
humano en el cual las diferentes disciplinas se articulan.

Vuestra concepción de la Universidad se atreve a mirar la


iniciación al saber, como un saber vivificado por una
profunda relación con la existencia del creyente y del
cristiano. En otros términos, como personas responsables de
la comunidad humana y, en tanto que hombres- para-los
demás, en nombre del Señor.

Las Universidades tienen que luchar, no sólo contra la


superproducción de especializaciones particulares que le
impiden educar para lo universal, mediante una necesaria E
imprescindible interdisciplinariedad, y de la cual forman
también parte como interlocutores obligados, la filosofía y la
teología.
Sobre todo, las Universidades católicas deben empeñarse a
fondo contra una obsesión de cientifismo bien diversa, por lo
demás, del verdadero rigor científico que honra a una
Universidad.

Dicho cientifismo trae como consecuencia,

155
para el mundo universitario, un gran desnivel entre los
fantásticos avances de la investigación en ciencias exactas, y
una muy débil evolución de los cuestionamientos étnicos e
intelectuales del hombre acerca del hombre. Es preciso que
una Universidad Católica se empeñe en descubrir las leyes
del mundo físico, biológico, económico. Pero es una
exigencia de su vocación católica, académicamente
responsable, el tener muy presente la madurez del hombre en
Jesucristo. Por eso busca integrar todas las ciencias —las del
hombre y las del universo— - mediante la inspiración que
recibe de la fe católica.

Será siempre a través de su esfuerzo de síntesis --siempre


inacabado y sobre el que deberá volver continuamente—-
como la Universidad Católica mostrará que no existe
incompatibilidad alguna entre ciencia y fe, entre el progreso
técnico y la educación del hombre, entre la vida académica y
su responsabilidad por promover la justicia en la sociedad.

Todos esos aspectos constituyen diversos acercamientos a la


única Verdad. Verdad única en la cual están llamados a
encontrarse como “universitas”, sin perjuicio alguno para la
entidad propia de cada uno. Y esto, precisamente, es fuerza
de la fe católica.

Los recursos que pone la Compañía de Jesús al servicio de


esta misión son, ante todo, sus

156
propios recursos humanos. Lo hace renunciando a
aspiraciones materiales, y buscando más bien
compartir algunos medios con miembros necesitados
de la comunidad universitaria. En el momento actual,
los recursos humanos de los jesuitas ecuatorianos están
mucho más restringidos, no obstante la valiosísima
colaboración de jesuitas de otros países de América y
Europa.

Por esto, y a pesar de que, con la gracia de Dios,


contaremos para un futuro, con jóvenes jesuitas que
saben que la Universidad es un campo privilegiado
para impulsar el servicio de la fe y de la justicia en
América Latina, es necesario ir revisando y
reajustando, periódicamente, nuestra forma de
presencia y de actuación en la Universidad. Esta debe
ser tal, que permita a los jesuitas cumplir la misión
dada por la Iglesia y ungida por vosotros, que sois
nuestra familia universitaria. En el futuro, nuestro
influjo no habrá de medirse tanto por el número cuanto
por el espíritu.

El Concilio Vaticano Segundo, decía el Santo Padre a


todos los Provinciales de la compañía en Roma,
iluminó el valor y la naturaleza del apostolado de los
laicos y los exhortó a ocupar su puesto en las tareas de
la Iglesia. En el quehacer de la Universidad Católica
del Ecuador hemos de marchar juntos, seglares y
eclesiásticos. Hemos aprendido los unos de los otros
construyendo, así, una Iglesia en donde se conjugan
armoniosamente valores, experiencias y rea

157
lizaciones, dentro de este auténtico “ministerio de la
enseñanza”. Por eso, no puedo dejar de enaltecer aquí,
a nuestros colaboradores seglares: Directores
Generales, Decanos, miembros de Consejos,
Directores de otras unidades académicas y
administrativas, Secretarios, Asesores y demás
dignatarios y funcionarios de la Universidad, y de
agradecer muy sinceramente su generosa entrega al
ideal común y su lealtad con la Compañía de Jesús.
Asimismo, quiero manifestar mi aprecio profundo a
los Profesores y Trabajadores, por su aporte abnegado
e insustituible.

A las jóvenes y a los jóvenes que estudian en esta


Universidad deseo asegurarles todo el afectuoso
empeño de los jesuitas y de sus colaboradores. Los
estudiantes no son simples usuarios sino que son los
destinatarios primeros de nuestra acción universitaria.
En cierto modo, son ellos los que deben imponernos el
ritmo y el estilo de nuestra tarea.

Tenemos el deber de atenderlos y de escucharlos. Así


—en un continente joven y en el que los jóvenes son la
fuerza del mañana— podremos discernir juntos el
impulso del Espíritu de Dios, la nueva forma de ser
Iglesia. Vosotros, jóvenes, sois los artífices
privilegiados de una nueva sociedad más justa, más
cristiana, más fraterna.

Gracias, también, a los antiguos alumnos,

158
por la confianza que nos han brindado y, todavía más,
por el ejemplo de valor y de alegría con que asumen su
papel de futuro. Gracias por último, y de manera
especial, a la Iglesia que ha creído en nosotros y a la
cual queremos servir. Ella, junto con innumerables
personas en la vida pública y en la privada, han
acompañado el camino no siempre fácil de esta
Universidad durante cuatro décadas. Que el Señor nos
ayude a agradecer y a corresponder a tantos esfuerzos
e ilusiones y a convertirlos en realidad.

‘Revista de la pontificia Universidad Católica del


Ecuador” Año XV - No. 46- Febrero de 1987— Quito
- Ecuador, pp. 107. 112.

* Con motivo del IV Centenario de los Jesuitas en el


Ecuador,
en la solemne sesión académica, el día 30 de
septiembre de 1986, toda la Comunidad Universitaria
de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador
recibió al Padre Prepósito Genera de la Compañía de
Jesús, R.P. Peter-Hans Kolvenbach, S.J.

159
AL MUNDO DE LA CULTURA

Discurso de S. S. Juan Pablo II

Quito,
Iglesia de la Compañía:
30 de Enero de 1985
Excelentísimos e Ilustrísimos Señores,
Señoras y Señores:

1. Tengo el honor de encontrarme hoy con vosotros,


distinguidas personalidades que representáis el mundo
de la cultura ecuatoriana. Saludo ante todo a los
miembros de las Academias Nacionales de la Lengua y
de la Historia, de la Casa de la Cultura Ecuatoriana y
del Centro de Investigación y Cultura del Banco
Central del Ecuador, a las autoridades y profesores de
las Universidades católicas o estatales, y de manera
especial de la Pontificia Universidad Católica. Mi
saludo defente se extiende a todos los aquí presentes,
hombres y mujeres, comprometidos en los campos de
las letras, de las ciencias, de las artes y del liderazgo
social.

Vaya en primer lugar a vosotros mi agradecimiento


sincero por vuestra presencia, junto con mi admiración
y respeto por todo lo que re-

163
presentáis en el campo de la cultura ecuatoriana; una cultura
que posee hoy un panorama muy variado, una intensa
actividad intelectual y artística, reconocida en el ámbito
internacional y que expresa la creatividad de una nación que
quiere salvaguardar su dignidad y su paz, en armonía y
colaboración fraterna con los países limítrofes y con todas
las otras naciones.

2. Este magnífico templo de “la Compañía”, marco


estupendo para nuestra reunión, expresa el aprecio que desde
siglos la Iglesia en Ecuador ha mostrado a los valores
artísticos y a su raigambre autóctona. El se yergue como uno
de esos eximios logros en los que se ha plasmado la cultura.
Tal obra, una entre tantas que son orgullo de vuestra nación,
(de esta ciudad)* es ejemplo de esa transfiguración de la
materia con la que el hombre expresa su historia, conserva y
comunica sus aspiraciones y experiencias más hondas,
encarna y transmite una herencia espiritual a las
generaciones venideras.

La herencia espiritual que ha ido forjando la nación


ecuatoriana es el resultado de un fecundo encuentro entre la
fe católica y la religiosidad indígena de este país; encuentro
que ha creado una cultura artística autóctona portadora y
transmisora de grandes valores humanos, ennoblecidos por el
Evangelio.

Son valores sustanciales que impregnan y aglutinan


vuestras formas de vida familiar y so-

* Improvisación.

164
cial, privada y pública. Una sabiduría profunda de
vuestra gente, una memoria histórica de luchas y
triunfos, una común aspiración de patria, están
simbolizadas en los mismos grandes temas
religiosos que viven en el pueblo como focos de
actividad cultural, y que inspiran la instrucción, el arte,
las artesanías, la fiesta y el descanso, la
convocación multitudinaria y hasta la organización
misma de las comunidades.

Ejemplos sobresalientes de tales símbolos se admiran


en tantas obras, en las que la “escuela quiteña” expresó
su culto a los grandes temas del cristianismo. Aquí, en
esta misma Iglesia, “los Profetas” de la Biblia,
vivientes en lienzos, nos hablan de la historia de la
salvación. Esparcido por tantos rincones de la patria y
más allá de sus fronteras, están los conjuntos
escultóricos sobre el nacimiento y la pasión del Señor,
los múltiples signos de la arraigada piedad mariana de
este pueblo, con la admirable “Virgen de Quito” que es
a la vez acercamiento al humilde y signo de júbilo, de
esperanza y fraternidad para todos los ecuatorianos.

Ante estos signos artísticos y la cultura existencial que


representan, ante los eximios valores humanos de esta
Nación dE, sello cristiano, es justo recordar a vuestro
ilustre compatriota que definió a la Iglesia como
“modeladora de la nacionalidad” en Ecuador. El
“Itinerario para párrocos de indios” del obispo de
Quito, Alonso

165
de la Peña; la primera Carta Fundamental del Ecuador
republicano, redactado por sacerdotes del cabildo
eclesiástico quiteño en 1812, la vigorosa orientación
social y científica en las cátedras de jesuitas de la
Universidad nacional y su primera Escuela Politécnica,
son hitos luminosos, entre otros, de esta tarea de
modelación y servicio.

3. Todo esto no es solamente recuerdo de un pasado.


Es esfuerzo de actualidad y reto para el futuro, que
pasa por el grave compromiso que los hijos de la
Iglesia tienen de seguir evangelizando la cultura, de
seguir encamando la fe en la cultura, porque, como he
dicho en otra ocasión, la fe que no se convierte en
cultura, es una fe no plenamente acogida, no
enteramente pensada, no vivida en total fidelidad.
Por ello no es grato recordar que en el firmamento de
la cultura brilla un ilustre religioso ecuatoriano, el
Santo Hermano Miguel, académico, educador y
catequista, a quien he tenido el honor de canonizar
hace poco.

A él se une vuestra “Heroína Nacional” cuyos restos se


veneran en esta misma iglesia: Santa Mariana de Jesús
Paredes, quien encarnó su fe religiosa en esa expresión
suprema de cultura que es la fraternidad en el servicio,
y ofrendó su vida para la salvación de su pueblo.

166
Todos vosotros, Señoras y Señores, conocéis mi
preocupación por el tema de la cultura en la Iglesia y
de su irradiación como diálogo con la sociedad actual.
En mi visita a la UNESCO quise poner los
fundamentos de una nueva evangelización del mundo
cultural; y con la creación del Pontificio Instituto para
la Cultura he querido establecer las bases de un
diálogo permanente entre fe y cultura, entre la Iglesia y
la sociedad en sus altos representantes que son, como
vosotros, los interlocutores en una tarea común, de
importancia decisiva para la humanidad.

4 Para la Iglesia, la cultura tiene como punto de


referencia el hombre, tal como ha sido querido y
creado por Dios; con sus valores humanos y sus
aspiraciones espirituales, con sus necesidades y
realidad histórica, con sus connotaciones ambientales,
con sus múltiples riquezas tradicionales. Sabemos que
este acervo de valores no está exento de ambigüedades
y errores; que puede ser manipulado para fines que a la
larga atentan contra la dignidad del hombre.

Por eso la Iglesia se pone ante la cultura en atenta y


respetuosa actitud de acogida y de diálogo, pero no
puede renunciar a esa evangelización de la cultura que
consiste en anunciar la buena noticia del Evangelio, de
los valores profundos del hombre, de su dignidad, de
la constante elevación que exige su condición de hijo
de

167
Dios. A tal fin, pone en el horizonte de la cultura la
palabra, la gracia y la persona del Hombre nuevo,
Jesucristo, que “manifiesta plenamente el hombre al
propio hombre y le descubre la sublimidad de su
vocación” (cf. Gaudium et spes, 22; Redemptor
hominis, 8, 15).

Es convicción de la Iglesia que su diálogo y


evangelización de la cultura constituyen un alto
servicio a la humanidad, y de manen especial a la
humanidad de nuestro tiempo, amenazada
paradójicamente por lo que podrían considerarse
logros de su cultura autónoma; y que con frecuencia se
convierten en atentados contra el hombre, contra su
dignidad, su libertad, su vocación espiritual.

Por eso, la Iglesia sigue proclamando el misterio de


Cristo que revela la verdad profunda del hombre; ella
tiene la firme convicción de que el contacto del
Evangelio con el hombre, con la sociedad, crea cultura
auténtica; sabe que la cultura que nace de ese
encuentro con el Evangelio es humana y
humanizadora, capaz de llegar hasta las profundidades
del corazón e irradiarse benéficamente a todos los
ámbitos de la sociedad, a los campos del pensamiento,
del arte, de la técnica, de todo lo que constituye
verdadera cultura, auténtico esfuerzo para promover y
expresar cuanto el Creador ha puesto en el corazón y
en la inteligencia de los hombres, para bien y armonía
de toda la creación. Es una actitud que la I-

168
glesia quiere reflejar también en su contacto con las
culturas de las minorías, dignas de todo respeto y
promoción.

5. En esta hora de vuestra patria y con los ojos puestos


en el futuro, quiero referirme a algunos datos que os
confío como mensaje, esperando produzca frutos
abundantes.

Ante todo me parece justo recordar que la obra de la


evangelización de la cultura en vuestra nación supone
a la vez dos cosas: que la tarea evangelizadora no
puede realizarse al margen de lo que es y lo que está
llamada a ser vuestra cultura nacional; y que,
paralelamente, la cultura ecuatoriana no podrá, sin
traicionarse a sí misma, dejar de prestar atención a los
valores religiosos y cristianos que lleva en su misma
entraña; antes bien, deberá tener un fecundo y
enriquecedor intercambio con estos valores.

La Iglesia, además, quiere ser garantía y lugar de


diálogo, de reconciliación y convergencia de todos los
esfuerzos culturales que miren a la elevación del
hombre. Permitidme decir que es hora de que hagamos
desaparecer las incomprensiones y recelos que han
podido surgir, en esta nación, entre Iglesia y
representantes de la cultura. Construyamos juntos el
camino de la Verdad, que siendo única, hará confluir
hacia ella los propósitos bienintencionados de todos;
construyamos juntos la civilización de la dignidad del

169
hombre, del culto insobornable a la moralidad, del
respeto a la conciencia sincera; en una palabra, la
civilización del amor, asumiendo con responsabilidad
las tareas de fidelidad a la propia condición y al propio
futuro. Nuestro encuentro es ya un signo y
compromiso de colaboración entre la Iglesia y las
Instituciones culturales del Ecuador, para servir al
hombre de esta nación, especialmente al más
necesitado, al que más pone su esperanza de progreso
y libertad en la misión de la Iglesia y en la rectitud de
la inteligencia de los hombres influyentes de su Patria.

En esta tarea han de hallar su puesto los cristianos y


las Instituciones eclesiales de cultura, sabiendo
hermanar las exigencias de la fe y los requisitos de la
cultura. Dentro de un clima de libertad y respeto,
participando limpiamente en la vida democrática de la
nación, en fructuoso diálogo con todos los
intelectuales, sin privilegios ni discriminaciones, sin
renunciar a proponer y pedir respeto hacia los propios
valores.

6. Este vasto proyecto adquiere carácter de urgencia y


de solidaridad ante los nuevos retos de la convivencia
social, del impacto del materialismo, de la progresiva
amenaza de la violencia.

Hasta ahora ha podido preservarse, en este extremo


occidental de América del Sur, la síntesis dinámica de
convivencia social surgida del encuentro de diversas
razas, cosmovisiones y culturas, bajo un signo de
carácter cristiano.

170
Ante las nuevas exigencias de la sociedad actual, que
reclama juntamente metas de mayor dignidad para las
personas, se impone un gran esfuerzo en favor de la
justicia, del cambio de estructuras injustas y de la
liberación del hombre de todas las esclavitudes que le
amenazan. Sin que podamos olvidar, ante la tarea que
nos incumbe, que fuerzas sociales alimentadas bajo el
signo de cualesquiera materialismos, teóricas o
prácticos, quieren instrumentalizar, a servicio de sus
propias finalidades, los dirigidos análisis de la realidad
social; mientras elaboran estructuras políticas y
económicas en las que el hombre, desposeído de su ser
íntimo y trascendente, pasa a ser una pieza más del
mecanismo que le priva de su libertad y dignidad
interiores, de su creatividad como ser libre ante la
cultura sin fronteras.

Al acercarse el quinto centenario de la epopeya


evangelizadora, se vislumbra la posibilidad de que
América Latina ofrezca al mundo un modelo de
civilización que sea cristiana por sus obras y estilo de
vida, más que por sus títulos meramente tradicionales.

La Iglesia hace un llamado apremiante a todos los


cristianos del Ecuador comprometidos en una tarea
intelectual de amplios reflejos culturales, sociales y
políticos, para que asuman con fe y valentía la cuota
de colaboración y riesgo que les corresponde en esta
común empresa.

Que esos hombres y mujeres contribuyan e-

171
ficazmente al robustecimiento de la nacionalidad,
desde sus raíces de moralidad evangélica vivida y
alimentada por la doctrina de la Iglesia. Que el sabio
humanismo de este pueblo extienda su eficacia a los
nuevos campos conflictivos en los que hoy se está
debatiendo ya su mañana. Quiera Dios que la síntesis
entre fe y cultura conduzca hacia una nueva era de paz,
de progreso, de elevación de los más pobres, de
enriquecedora convivencia dentro y fuera de las
fronteras de este querido país.

7. Aunque sólo sea sumariamente, no puedo dejar de


mencionar algunas tareas de responsabilidad cultural
que competen solidariamente a vosotros y a las
instituciones que representáis.

La moralidad en la vida privada y pública es la primera


y fundamental dimensión de la cultura, como tuve
ocasión de afirmar en la UNESCO. Si se resquebrajan
los valores morales en el cumplimiento del deber, en
las relaciones de confianza mutua, en la vida
económica, en los servicios públicos en favor de las
personas y de la sociedad, ¿cómo podremos hablar de
cultura y de cultura al servicio del hombre?

El ordenamiento armonioso de las condiciones sociales


es uno de los máximos imperativos de nuestro tiempo.
Por ello, en el sentido más noble, la cultura es
inseparable de la política, entendida como el arte del
bien común, de

172
la justa participación en los recursos, de la ordenada
colaboración dentro de la libertad. La cultura tiene que
ayudar a esta noble tarea política, sin dejar que nadie
se apropie indebidamente de la cultura y que la
instrumentalice para sus propias miras de poder.
Es necesario también que vuestro pueblo, iluminado
por los grandes principios de la doctrina social de la
Iglesia, encuentre el camino de la paz y de la justicia
social en el amor y el mutuo respeto. No se trata de
elegir simplemente entre la alternativa de los sistemas
que se disputan la hegemonía del poder. Desde la
originalidad cristiana, y desde la sabiduría de vuestro
pueblo, hay que encontrar ese camino transitable que
conduzca a la elevación y la paz social entre todos los
hijos de vuestra patria.

Es urgente ese esfuerzo cultural, que, desde la misma


entraña de este pueblo, construya una convivencia que
no necesita apoyarse en falaces ideologías
contrapuestas. Por eso, los intelectuales están llamados
a ofrecer un serio análisis de la sociedad que restituya
toda su importancia autónoma a loa factores
específicamente culturales, más allá de los simples
indicadores económicos, en los que queda prisionera la
visión materialista de la sociedad.

8. Finalmente, en el contexto global de la cultura, la


educación entra de lleno en la forma

173
ción de los espíritus. En ese campo tiene un lugar
privilegiado la universidad.
Vuestra patria, que tiene una tradición universitaria
sería y reconocida, debe favorecer los centros
universitarios, politécnicos, y otras instituciones de
enseñanza, como sedes imprescindibles de la cultura,
evitando con una política cultural adecuada que se
transformen en lugares de lucha y de frustración para
los más jóvenes. Antes bien, deben ser santuarios de la
verdad, de la rectitud, del sentido solidario, talleres de
laboriosidad intelectual, comunidades vivas donde se
experimenten y vivan las formas pacíficas de una
mayor participación y colaboración, palestras de los
bienes del espíritu.

La Iglesia debe estar presente en esos ámbitos, no sólo


con una adecuada pastoral universitaria, sino también
con la presencia de profesores que desde su vocación
cristiana en el laicado, con su ciencia y testimonio,
ofrecen la síntesis de una alta calificación intelectual y
una profunda convicción cristiana, generadora de
educación y de cultura.

En el amplio panorama de las valiosas universidades


católicas que dependen de la Iglesia y que el Estado
reconoce a través de acuerdos internacionales con la
Sede Apostólica.

Por su calidad de universidades, su propia

174
identidad y su dependencia de la Iglesia, están
llamadas por título especial a desarrollar el programa
de evangelización de la cultura al que he aludido antes.
No puedo olvidar, por último, la Pontificia
Universidad Católica del Ecuador, con sus diversas
sedes. (Pontificia como se decía al comienzo)t. Es para
mí motivo de gozo y ha de ser compromiso de
fidelidad ese título de “pontificia”. Que el esfuerzo de
todos mantenga alto ese nombre, tanto por la seriedad
y autenticidad de su obra cultural como por la plena
participación de cuantos en ella colaboran: sacerdotes,
religiosos y laicos, así, fiel a su estructura original,
podrá favorecer un fecundo diálogo con las otras
instituciones culturales del país.

9. Señoras y Señores: He podido apenas pergeñar


algunos rasgos de vuestra alta misión de hombres de
cultura, a la que me siento muy respetuosamente
cercano. Al reiterar mi profunda estima por vuestra
función, concluyo alentándoos a contribuir
solidariamente,, con un esfuerzo cultural integral e
integrador de todos los recursos, a la elevación del
hombre ecuatoriano:
hombre sufriente y oprimido muchas veces;
hombre profundamente religioso y trabajador, que no
quiere caer bajo la dictadura de los materialismos;
hombre con un inmenso patrimonio cultural que está
luchando por preservar, para elevar así su propia
dignidad; hombre que es pa-

175
ra todos la pieza clave del universo; y que para el
cristiano es un ser de inmensa dignidad, porque lleva
en sí un soplo de vida de Aquel que se reveló en la
historia, a través del Hijo del Hombre, Camino,
Verdad y Vida. He dicho.

(Aclamaciones)

Que no sea un escándalo para vosotros que acepte


aplausos, que mi persona, mi orgullo personal deberían
desoir, pero los acepto porque han manifestado los
momentos más importantes de nuestro encuentro,
nuestro encuentro espiritual. Mi proyecto era proponer,
a la altura naturalmente de vuestro país, a la Cultura
Ecuatoriana, una función, una función de
responsabilidad en la promoción integral del pueblo
ecuatoriano. He buscado proponer que esta función sea
un producto original, desde la tradición, la vuestra, la
de vuestra cultura. Cultura es siempre la originalidad
de un pueblo, como de un hombre, de un ambiente, de
un pueblo sobre todo. Yo admiro esta cultura que
encuentro aquí porque veo en ella una originalidad
profunda. Entonces, éstos son los motivos por los
cuales he osado decir que para mí muy importantes
fueron vuestros aplausos*

(Aclamaciones)

¡Muy bien! Entonces, entonces, ¡Adiós! ¡Adiós!


¡Hasta la vista!

* improvisación.

176
INDICE

Pág.

La Compañía de Jesús y su IV Centenario por el


Lcdo. Alejandro Carrión Aguirre 7

Cuarto Centenario de la Compañía de Jesús en


el Ecuador por el Dr. Jorge Salvador Lara 17

La tradicción Jesuítica de enseñanza superior en


la Cultura Ecuatoriana por el Dr. Julio Terán
Dutari 37

Agradecimiento del provincial de la Compañía


de Jesús por el Dr. José Araujo 5. J 59

El Cuarto Centenario de la llegada de La Compañía


de Jesús al Ecuador por el Dr. Jorge Villalba S.J 67

Mensaje del Padre General a los representantes


de la Pontificia Universidad Católica del Ecua do por el P.
Peter.Hans Kolvenbach, S. J 149

Al Mundo de la Cultura. Discurso deS. 5. Juan


Pablo VI 161
COMISION NACIONAL PERMANENTE DE
CONMEMORACIONES CIVICAS
(CNPCC)

PRESIDENTE:
Lic, don Alejandro Carrión Aguirre, Miembro de la
Academia Ecuatoriana de la Lengua, Representante
del Presidente Constitucional de la República.

VICEPRESIDENTE EJECUTIVO:
Lic, don Byron Morejón,
Ministro Director General de Relaciones Culturales de
la Cancillería, Representante del Ministro de
Relaciones Exteriores.

VOCALES:
Profesora Licenciada doña Teresa León de Noboa,
Directora Nacional de Cultura, Representante del
Ministro de Educación Nacional.
General de Brigada don Gonzalo Orellana, Director de
los Museos Militares, Representante del Ministro de
Defensa Nacional.
Doctor don Pedro Barreiro,
Secretario General de la Casa de la Cultura
Ecuatoriana y su representante.

ASESORES
R.P. doctor don José María Vargas O.P_ Premio
Nacional “Eugenio Espejo” 1984, Miembro de la
Academia Ecuatoriana de la Lengua.
Doctor don Jorge Salvador Lara,
Ex-Ministro de Relaciones Exteriores,
Director de la Academia Nacional de
Historia.

SECRETARIO:
Licenciado don Eugenio Vásquez Galarza, De la
Dirección General de Relaciones Culturales de la
Cancillería.
LOS JESUITAS EN EL ECUADOR se terminó
de imprimir el día 4 de diciembre de 1987, en la
NUEVA EDITORIAL de la Casa de la Cultura
Ecuatoriana ‘Benjamín Carrión”, siendo su
Presidente el Profesor Edmundo Ribadeneira M.
y su Asesor Técnico de la Nueva Editorial el
señor César Viteri H.

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