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“[L]a
universidad
sin
condición
no
se
sitúa
necesaria
ni
exclusivamente
en
el
recinto
de
lo
que
se
denomina
hoy
la
universidad.
No
está
necesaria,
exclusiva,
ni
ejemplarmente
representada
en
la
figura
del
profesor.
Tiene
lugar,
busca
su
lugar
en
todas
partes
donde
esa
incondicionalidad
puede
anunciarse.
En
todas
partes
en
donde
ella
da,
quizá,
qué
pensar
y
se
da,
quizá,
para
ser
pensada.
A
veces,
más
allá
incluso,
sin
duda,
de
una
lógica
y
de
un
léxico
de
la
condición”.
Jacques
Derrida
Desiderata
Este
texto
re‐presenta
una
vocación
de
amor
por
la
Universidad,
una
profesión
de
fe
y
un
compromiso
incondicional
por
un
proyecto
común.
Proponemos
aquí
un
pensamiento
de
conjunto
que
al
mismo
tiempo
concilie
y
confronte
nuestras
diferencias.
Creemos
en
la
prosperidad
del
fruto
de
nuestros
deseos,
aquello
que
soñamos
y
que
planteamos
“como
si”
fuera
posible.
Presentamos,
sin
más
dilación,
nuestra
visión
de
la
universidad
sin
condición.
Ésta
apunta
a
“como
si”
ni
el
poder
del
Estado,
ni
ningún
otro
pudiera
limitarla,
“como
si”
se
escurriera
de
sus
controladores
tentáculos.
Esa
universidad
no
se
puede
contener
dentro
de
un
territorio
delimitado,
no
hay
reja
que
la
pueda
encerrar.
Apuntamos
a
una
universidad
que
se
piensa
y
profesa
más
allá
de
las
voluntades
del
poder
y
de
la
lógica
del
mercado,
una
universidad
que
se
torna
ubicua
y
comprometida
con
la
humanidad.
Su
compromiso
se
articula
como
profesión
de
fe
de
quienes
la
con‐forman.
Ha
leído
bien,
dijimos
“profesión
de
fe”
porque
la
incondicionalidad
se
constituye
mediante
la
práctica
de
lo
imposible,
el
acto
comprometido
con
el
saber
y
la
verdad.
Esa
misma
aspiración
a
que
suceda
lo
imposible
hace
que
la
universidad
deje
de
ser
meramente
un
brazo
de
la
modernización
(del
desarrollo
del
capitalismo
salvaje)
como
se
intentó
desde
su
fundación
en
1903,
producto
del
proyecto
progresista.
Debe
ser
un
lugar
o
varios
donde
se
piense
con
paciencia
y
con
calma,
sin
dejarse
dominar
por
la
impaciencia
de
la
productividad
material
y
del
deseo
de
modernización.
Que
no
se
subsuma
ni
emerja
del
utilitarismo
o
el
pragmatismo
burdo,
ni
de
la
tecnocracia,
siempre
esclava
de
la
vorágine
del
mercado.
La
universidad
que
pensamos
es
un
brazo,
pero
igualmente
es
una
pierna,
una
espalda
y
un
cuerpo
entero
de
un
deseo
humanista
que
da
cuenta
de
la
singularidad
y
la
generalidad
de
lo
humano:
la
comprensión,
el
amor,
la
amistad
y
el
respeto.
Para
mirar
hacia
el
futuro
debemos
mirar
hacia
el
pasado,
como
el
ángel
de
la
historia
de
Walter
Benjamin,
y
de
sus
escombros
producir
una
nueva
sociedad.
Hijas
e
hijos
de
nuestros
tiempos,
no
podemos
más
que
ser
del
presente.
Sin
embargo,
procuramos
identificar
en
este
presente
el
juego
continuo
entre
sombras
y
luces,
el
cruce
constante
de
un
futuro
que
se
hace
pasado
y
de
un
pasado
que
se
vierte
sobre
el
hoy.
La
universidad
sin
condición
será
necesariamente
de
todos
los
tiempos
y
de
todos
los
modos
de
ser‐hacer.
La
cláusula
adjetival
“sin
condición”
propone
otra
dimensión
importante
que
alude
a
cómo
la
universidad,
no
sólo
puede
estar
afuera
del
poder
del
Estado
–o
cualquier
otro‐,
sino
que
lo
confronta
y
lo
reta.
Pensar
el
espacio
universitario
como
ajeno
a
lo
político,
extraído
de
las
relaciones
de
poder,
puede
ser
una
trampa.
Lo
académico
y
lo
intelectual
son
manifestaciones
de
lo
político.
Por
tal
razón,
deseamos
que
el
poder
no
estrangule
el
proyecto
universitario,
no
lo
enreje
con
sus
condiciones,
ni
que
lo
intelectual
y
lo
académico
se
enclaustre
de
su
entorno
social.
Para
que
la
universidad
sea,
en
efecto,
sin
condición,
debe
considerarse
como
un
espacio
para
pensar
nuestro
presente
por
el
prisma
de
lo
que
no
existe,
de
un
futuro
aún
no
realizable
y
de
un
pasado
en
continua
con‐figuración.
La
universidad
sin
condición
es
un
proyecto
autónomo
de
nunca
acabar,
está
en
constante
gestación
y,
por
lo
tanto,
no
puede
ser
prisionera
de
la
especificidad
de
un
Estado
y
su
poder.
De
manera
que
podamos
subrayar
su
incondicionalidad,
la
universidad
que
pensamos
debe
esforzarse
en
ampliar
los
fondos
para
la
producción
de
saberes,
en
elaborar
su
autosuficiencia.
La
estrechez
fiscal
constituye
una
seria
limitación
al
proyecto
universitario,
una
terrible
condición.
Mediante
la
autogestión,
manifestamos
nuestro
compromiso
con
la
creación
de
otro
pensamiento
económico
que
conduzca
a
la
autosustentabilidad
y
la
solidaridad.
Considerando
la
posibilidad
de
que
el
mundo
se
pueda
articular
más
allá
de
la
mercadería
y
el
egoísmo
del
capitalismo
salvaje,
la
universidad
sin
condición
requiere
de
una
aspiración
liberadora
que
no
se
deje
dominar
por
la
producción
material
del
momento.
Esta
universidad
que
vislumbramos
debe
ser
emprendedora
de
nuevos
tiempos.
La
fundación
Nuestros
postulados
sobre
la
Universidad
sin
condición
servirán
de
cimientos
en
la
creación
de
una
fundación
universitaria.
Esta
fundación
tendrá
variados
objetivos
y
será
un
ejemplo
inconcluso
de
lo
que
deseamos:
desde
otorgar
becas,
fomentar
la
producción
de
saberes
y
realizar
investigaciones
hasta
crear
espacios
de
discusión
y
agenciamiento.
Sabemos
que
lo
que
proponemos
opera
dentro
de
un
juego
semántico
y
dentro
de
una
política
del
deseo/sentimiento.
Esa
dualidad
abre
grandes
oportunidades
para
sentir‐sentar
el
cambio
al
que
aspiramos.
Cuando
pensamos
en
la
universidad
sin
condición
tenemos
en
mente
que
hay
ciertas
limitaciones
que
operan
en
su
contra.
Sin
embargo,
esto
no
debe
sumergirnos
en
la
impotencia,
sino
elevarnos
al
reino
de
la
invención.
Invitamos
a
romper
con
el
pensamiento
gremial
de
la
división
por
talleres
y
en
cambio
con‐formar
un
todo
universitario
encarnado
por
la
experiencia
y
el
deseo
común.
La
comunidad
universitaria
es
un
todo
in‐divisible,
compuesto
de
una
multitud
de
identidades
e
individuos.
Si
bien
podemos
distinguir
y
diferenciar
sus
componentes
(profesores,
estudiantes,
trabajadores),
su
enredo
y
colaboración
son
lo
que
hacen
viable
la
universidad
como
tal.
Estos
tres
sectores
se
intercambian
de
cuerpo
para
ser
luz,
sombra
y
figura,
nunca
permaneciendo
estáticos
en
su
identidad
y
caracterizándose
por
la
fluidez
de
su
actuar.
Una
universidad
sin
condición
es,
por
necesidad,
una
universidad
común
–aquello
que
es
de
todas
y
todos
porque
es
de
nadie–
donde
paradójicamente
se
juega
lo
singular
de
cada
cual.
Es
tiempo
de
que
aspiremos
a
una
universidad
que
transgreda
las
condiciones
que
se
le
imponen.
Debemos
transformar
la
oposición
actuar/pensar
y
desvelar
su
tensa
relación,
la
innegable
conexión
entre
el
movimiento
de
cuerpos
y
de
mentes.
Lo
que
presentamos
en
este
manifiesto
existe
ya
en
nuestras
mentes,
se
presenta
como
la
transformación
de
lo
imposible,
no
solo
aquello
que
es
contrario
a
lo
posible
sino
aquello
que
aún
está
por‐venir.
Abramos
nuestras
mentes,
nuestros
corazones
y
nuestros
cuerpos
por
el
más
grande
acto
de
amor:
la
creación
de
una
universidad
sin
condición.
Este
manifiesto
lo
firman:
Marta
Ivette
Vélez‐Álvarez,
Verónica
A.
Muñiz‐Soto,
Iván
Chaar‐López,
Luis
A.
García‐Vázquez,
Verónica
M.
Pacheco‐Ortiz,
Eduardo
Valsega‐Piazza,
Santiago
Velázquez,
María
Mercedes
Carruthers
Ferrero,
Mara
Negrón,
Rubén
Ríos
Ávila
e
Hiram
Guadalupe‐Pérez
por
una
Universidad
sin
condición.
Si
desea
participar
de
este
proyecto
por
una
Universidad
sin
condición,
escríbanos
a
yoquiero@universidadsincondicion.org.