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SYLLABUS. Bien común y justicia política.

I. Parámetros antropológicos, éticos y políticos.


II. Antropología del bien común.
1. “La razón por la cual el hombre es un ser social, más que cualquier abeja y que cualquier
animal gregario, es evidente: la naturaleza, como decimos, no hace nada en vano, y el
hombre es el único animal que tiene palabra. Pues la voz es signo del dolor y del placer
y por eso la poseen también los demás animales, porque su naturaleza llega hasta tener
sensación de dolor y de placer e indicársela unos a otros. Pero la palabra es para
manifestar lo conveniente y lo perjudicial, así como la justo y lo injusto. Y esto es lo
propio del hombre frente a los demás animales: poseer, él sólo, el sentido del bien y del
mal, de lo justo y de lo injusto, y de los demás valores” (Aristóteles, Pol. I, 1253a 10-12)
2. “así como el hombre perfecto es el mejor de los animales, así también, apartado de la
ley y de la justicia, es el peor de todos” (Aristóteles, Pol. I, 1253a 15)
3. “La injusticia más insoportable es la que posee armas, y el hombre está naturalmente
provisto de armas al servicio de la sensatez y de la virtud, pero puede utilizarlas para las
cosas más opuestas. Por eso, sin virtud, es el ser más impío y feroz y el peor en su lascivia
y voracidad. La justicia, en cambio, es un valor cívico, pues la justicia es el orden de la
comunidad civil, y la virtud de la justicia es el discernimiento de lo justo” (Aristóteles,
Pol. I, 1253a 16)
III. Libertad, bien, perfección y verdad.
1. “el sujeto humano es libre no en virtud de una especie de indiferencia ingénita, de una
suerte de apatía abúlica e inapetente respecto a lo bueno y lo malo, (que lo situaría al
nivel o por debajo de los animales, que al menos resultan capaces de captar su bien);
sino, muy al contrario, por la superioridad que representa su finalización primigenia no
hacia el suyo, sino hacia el bien en cuanto tal y, de manera todavía más drástica, hacia
el Bien sumo e infinito (que lo eleva abismalmente por encima de los seres no libres)”
(Melendo & Millán-Puelles, 1996, 57)
2. “Más entre las muchas verdades y bienes de este mundo hay diferencias esenciales de
intensidad, siendo la específicamente superior la que se encuentra en las personas. No
se trata simplemente de que la criatura humana, o sus potencias, tengan como «objeto
propio», la verdad o el bien de las cosas. Es decisivo entender que la finalización de la
criatura humana no es a «la verdad», o «al bien», «en general» o «en abstracto», o «en
universal», sino una finalización al Dios vivo, personal, verdadero e infinitamente
bueno. Derivadamente, la persona humana se ordena a sus semejantes […] Por esto, la
inteligencia y la voluntad humana no son potencias neutras, que se actualizan
igualmente con cualesquiera contenidos verdaderos o buenos. La inteligencia humana
y la voluntad humana se cumplen y alcanzan su reposo propio en la situación de
comunicación con Dios –con el conocimiento y el amor que esta comunión implica–, no
en la búsqueda de siempre nuevas verdades o en la unión a siempre nuevos bienes, «de
deseo en deseo», como afirmaba Hobbes. Sólo cuando se considera al hombre desde
una perspectiva que olvida su origen divino y vocacional, llega a afirmarse que las
potencias espirituales del ser humano tienen exclusivamente objetos universales o
abstractos” (Ruíz Retegui, 1999, 23-24)
3. “Por eso, entre los griegos, el esclavo sometido a servidumbre podía gozar de muchos
de los privilegios que hoy consideramos constitutivos de la libertad: podía, por ejemplo,
tener bienes y posesiones en abundancia, e incluso otros esclavos; participaba en cierta
forma de la vida de familia de sus dueños; estaba capacitado para alcanzar las cotas más
altas en variados campos del desarrollo humano (algunos de los poetas y filósofos de
renombre, como Epicteto, eran efectivamente esclavos)… Pero lo que les negaba la
condición de ciudadano, de hombre libre, era justamente la forzosa necesidad de
ocuparse sólo de su bien propio, la incapacidad de prestar atención y promover el bien
común o en cuanto tal, el bien de los otros, el de la polis” (Melendo & Millán-Puelles,
1996, 57-58)
4. “Es, por consiguiente, el distinto modo de captar y relacionarse con el bien lo que marca
la diferencia –infinitamente infinita, como veremos que decía Pascal– entre el
comportamiento del hombre y el de los animales” (Melendo & Millán-Puelles, 1996, 58-
59)
5. “la posibilidad de aprehender lo bueno en cuanto tal se configura como raíz y condición
de toda auténtica libertad, como facultad de sustraerse a la coacción instintiva que
ejerce el bien-para-mí. Y es, simultáneamente, principio posibilitante del amor: sólo
porque puede captar el bien-en-sí, trascendiendo la estrechez de sus propios intereses
y apetencias, está el hombre capacitado para advertir, bajo la razón común de bien, la
bondad de los demás. Si no conociera el bien en cuanto tal o si, reconociéndolo,
prescindiera de él, cualquier persona se vería abocada a actuar en atención exclusiva a
la pulsión necesitante de sus tendencias «instintivas»; por el contrario, en la medida en
que eleva por encima de esos condicionamientos –queriendo con liberalidad el bien-
en-sí y el bien-de-los-otros–, se demuestra y configura ulteriormente como ser libre y
amoroso” (Melendo & Millán-Puelles, 1996, 126)
6. “¿qué es lo que el hombre puede querer sin necesitarlo y, en esa misma proporción,
libremente? La respuesta es sencilla: el bien del otro en cuanto otro, aquello que quiere,
justamente, al amar” (Melendo & Millán-Puelles, 1996, 125-126)
IV. Actitudes políticas frente al bien común.
1. Responsabilidad cívica
a. Indivisibilidad del derecho y de la libertad
b. Encuentro, diálogo e interacción ciudadana
c. Cultura de la responsabilidad cívica
d. La participación y la configuración humanista de la vida sociopolítica
2. Apatía cívica y enajenación política
a. Egoísmo e individualismo
b. Despotismo y aislamiento
c. Transgresión normativa y corrupción
d. Partidocracia y organización tecnócrata de la vida social
V. La ley como canal programático y operativo del bien común.
1. Estado de Derecho, cultura de la legalidad y cultura de la justicia
2. “En absoluto llamé ahora a los denominados magistrados servidores de las leyes por un
afán de acuñar nombres nuevos, sino porque pienso que la conservación de la ciudad y
lo contrario se encuentra en esto más que en cualquier otra cosa. En efecto, en la que
la ley esté eventualmente dominada y no tenga poder, veo su ya pronta destrucción.
Pero en aquella en la que la ley fuere amo de los gobernantes y los gobernantes esclavos
de las leyes, contemplo la salvación” (Leyes, IV, 715d)
3. “es preferible que mande la ley antes que uno cualquiera de los ciudadanos, y por esa
misma razón, aun si es mejor que gobiernen varios, estos deben ser establecidos como
guardianes y servidores de las leyes” (Política, III, 1287a 3-4)
VI. Justicia legal
1. Justicia y alteridad
2. Obediencia cívica de la ley: paradigma de la coacción y paradigma de la convicción
3. Virtudes cívicas o virtudes del hombre como animal político

Melendo, T., & Millán-Puelles, L. (1996). Dignidad: ¿Una palabra vacía? Navarra: Ediciones
Universidad de Navarra (EUNSA).
Ruíz Retegui, A. (1999). Pulchrum. Reflexiones sobre la belleza desde la antropología cristiana (2nd
ed.). Madrid: Ediciones RIALP.

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