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ENSAYO ACADEMICO

LA OEA EN EL CASO VENEZOLANO


Introducción

Venezuela actualmente atraviesa por una crisis política y socioeconómica que

ha llamado la atención de los países vecinos y del mundo. La ideología que

lideró el fallecido presidente Hugo Chávez denominada Socialismo del Siglo

XXI y que llegó a atraer intelectuales como Noam Chomsky, Eduardo Galeano,

Heinz Dieterich, entre otros, pasó de una interesante propuesta que exhibía

algunos logros sociales, a una de la más grandes crisis históricas de la región

latinoamericana, la cual se ha evidenciado en la alarmante emigración de los

venezolanos a países allende y más allá del atlántico. Tal éxodo ha puesto las

alarmas en países vecinos que no están acostumbrados a tal situación, verbi

gratia, Colombia nunca ha sido un país que se haya caracterizado por recibir

inmigrantes, sino al contrario, la situación del país ha impulsado a muchos

neogranadinos a vivir a otras tierras; pero también ha impulsado a la región a

buscar mecanismos para la solución de conflictos. En este sentido, ¿puede la

OEA ser el organismo adecuado para darle respuesta la crisis venezolana?

Para la elaboración del presente ensayo se considera pertinente revisar los

planteamientos de la teoría neoinstitucional descrita por Steinmo y que

establece, entre otros aspectos, las reglas de juego a las cuales deben acogerse

los actores que forman parte de una organización. Tal planteamiento se

contrastará con las propuestas teóricas de la Escuela de Copenhague con

respecto a la globalización, entendida ésta como un mecanismo para compensar


las brechas entre el centro (país potencia) y la periferia (países

subdesarrollados).

Contenido

Abordaje teórico

El regionalismo puede ser entendido como una política y proyecto mediante

el cual los estados y los actores no estatales cooperan y coordinan estrategias

dentro de una región determinada (Fawcett, 2005, pág. 24); también puede verse

como “un subsistema supranacional del sistema internacional o como una

formación regional emergente con su propia dinámica” (Oyarzún, 2008, p. 96).

Cada regionalismo entonces es sui generis y se va configurando de acuerdo a las

coyunturas interna y externa. Así, la naturaleza y la capacidad de los Estados y

los regímenes son elementos claves para entender el regionalismo (Fawcett,

2005, pág. 26). De ello se desprende que países más homogéneos (en sistema de

gobierno y valores) como ocurre con la Unión Europea o la OTAN pueden ser

más estableces que otros regionalismo. En otras palabras, el regionalismo puede

prosperar mejor en un entorno democrático donde la sociedad civil está

relativamente avanzada, pero no es solo el dominio de las democracias.

(Fawcett, 2005, p. 26)

Rodríguez y Ochoa (2014) plantean un elemento que no puede pasarse por

alto y es que en las organizaciones regionales se le otorga preponderancia a un

Estado por encima del resto (p. 80), lo cual aplica cómodamente en el

continente americano teniendo los Estados Unidos un peso asimétrico con


respecto al resto de los países; aunque no es así formalmente, en la práctica la

influencia del país fuerte es innegable.

Ahora bien, de acuerdo con los planteamientos regionalistas

neofuncionalistas de Steinmo, las instituciones representan un conjunto de reglas

persistentes y conectadas que tienen como propósito establecer roles de

comportamiento, constreñir la actividad y moldear las expectativas. En otras

palabras, instauran las reglas del juego por las que se va a regir determinado

regionalismo, pero también establecen los niveles de cooperación que tendrán y

seguramente tales reglas determinarán las posibilidades de éxito o fracaso que

tenga el regionalismo, sin obviar, la voluntad política que tengan los Estados

miembros para ampliar o limitar su cooperación (Rodríguez, 2012, p. 3). Para

Steinmo, además, los países deben actuar de manera recíproca teniendo sus

interacciones carácter racional. Por lo tanto, de acuerdo a la teoría

neoinstitucional, el éxito de un regionalismo va a depender en buena medida de

la edificación de las instituciones desde una perspectiva cualitativa y

cuantitativa. (Rodríguez, 2012, p. 4)

Quiliconi y Salgado, al referirse a las posturas pesimistas de la integración,

sostienen, entre otros aspectos, un elemento que también juega en contra y es la

proliferación de acuerdos regionales que impiden alcanzar la unión, solidaridad

y el desarrollo económico y social. Pero advierten dichos autores que para otras

personas tal variedad de organizaciones podría jugar a favor para fortalecer una

región.

Las peculiaridades del caso venezolano obligan a tomar en cuenta los

planteamientos de Hurrell (2005) para quien la política regional parece ser

imposible de entender dentro del viejo mundo de las Relaciones Internacionales


de Estados, poder e interés. Considera demasiado limitante ver el regionalismo

únicamente en términos de una coalición, una alianza o incluso un complejo

conjunto de instituciones interestatales. (p. 39). Si a ello se le toma que

Venezuela es un país petrolero, con un gobierno que difícilmente podría

considerarse democrático y que maneja una retórica de izquierda, son factores

que hacen más complejo el caso venezolano.

Análisis del caso

Venezuela ha sido miembro fundador de la OEA desde que suscribió la Carta

de dicha organización en 1948, en Bogotá. Su rol en la construcción y

consolidación del a democracia en América Latina debe valorarse; su forma

gobierno representaba una excepción mientras en Sudamérica regían férreas

dictaduras auspiciadas por los Estados Unidos. En los años noventa se

reconfiguran las relaciones internacionales tras la caída de la Unión Soviética y

por ende el fin de la Guerra Fría; una característica del nuevo orden es el inicio y

consolidación de las democracias en América Latina, pero para entonces la

democracia venezolana ya daba signos importantes de desgaste, que motivó a la

irrupción de Hugo Chávez en calidad de outsider de la política, primero en el 92

y finalmente en 1998 cuando gana las elecciones presidenciales.

Para cuando Chávez comienza a gobernar, se inició en Sudamérica un

prometedor crecimiento económico y una reducción de la pobreza sin

precedentes que alentaban un mundo multipolar, post hegemónico y post

neoliberal relegando la economía neoliberal, la globalización institucionalizada

y dicotomía liberal de guerra y paz (Vivares, 2018, p. 4). En esto coinciden otros

autores como (2008) para quien las propuestas de Chávez no surgen como una

parte integral de la globalización sino como una oposición a ésta. (p. 97) Es
decir, Chávez iba contra él esta blishment, contra el statu quo. Vivares también

señala que tal despegue se debió al auge de las materias primas (commodities

boom) que se inició en el 2003 pero terminó en el 2012, justo el año donde

Chávez, por razones de salud, se ausenta de la presidencia.

Chávez aprovechó el desinterés que tenía los Estados Unidos en la región

latinoamericana desde los tiempos de Kissinger para establecer y consolidar

relaciones con gobiernos progresistas como los de los Kirchner en Argentina y

Lula en Brasil. Su espíritu populista le facilitaba esa postura regionalista que va

en contra de la globalización. Un populista, en esencia, va contra lo global y

apoya lo regional o local.

La OEA, en plena Guerra Fría, fue concebida como una organización para

hacer contrapeso a lo que se consideraba la amenaza comunista, por lo que se

excluyó de la organización a Cuba ya que tenía un gobierno de corte marxista

leninista y además estaba relacionada con la Unión Soviética y China; es decir,

había dictaduras de derecha que votaron para expulsar a Cuba porque no

importaba el talante democrático sino la postura ideológica (López, 2009) pero

también la seguridad de los Estados Unidos.

En el caso venezolano el peso ideológico no es solo significativo sino

determinante. Hugo Chávez fue capaz de sacrificar instituciones y procesos de

integración regional porque los otros países miembros no compartían o

adversaban su postura; así, por rechazar tratados de libre comercio con EEUU

retiró a Venezuela de la CAN para proponer el ALBA (Jaramillo, 2008, p. 13)

igualmente incorporó al país a MERCOSUR porque en aquel entonces contaba

con Lula y Néstor Kirchner, aliados que compartían su visión contra los Estados

Unidos y su propuesta del ALCA. Esto hace que los procesos de integración en
la región sean inestables, sujetos a los gobiernos de turno; y esa ha sido una gran

debilidad en el regionalismo latinoamericano, que no puede llegar a consensos

porque hay países que son partidarios de la globalización y otros que lo

rechazan.

En caso venezolano hay que considerar un elemento externo y un elemento

interno. En cuanto a lo externo, ahora que Sudamérica ha virado

ideológicamente a la derecha, solo apoyado por Bolivia y tibiamente por

Uruguay, el gobierno venezolano se siente amenazado y apela, como siempre, a

un discurso que critica la globalización y el imperialismo. A nivel interno, las

trasgresiones contra la Asamblea Nacional de mayoría opositora, y la imposición

de una Asamblea Nacional Constituyente, aunado a la abstención y renuncia a

participar en comicios electorales por parte de la mayoría de los partidos

opositores, han puesto en tela de juicio el talente democrático del gobierno

venezolano. Esto ha generado un dilema al cual no se llega a un consenso: ¿está

efectivamente Venezuela violando los principios establecidos en la Carta de la

OEA o la organización está actuando para proteger los intereses de los Estados

Unidos como se alega que ocurrió con el caso cubano?

La diplomacia venezolana tiene características del periodo de Guerra Fría, y

aunque trate de establecer un nuevo regionalismo, más multifacético y no

limitado a lo comercial (Murillo, 2004, p. 20), se ajusta mejor al viejo

regionalismo, toda vez que es más proteccionista, buscando sustituir el modelo

de importaciones y sin simpatizar con la liberación económica y apertura de

mercados sino establecer la planificación económica y la regulación

gubernamental (Murillo, 2004, p. 22)


El gobierno venezolano ha negado tajantemente su propia crisis, aduciendo

que las cifras de emigrantes han sido exageradas, que al contrario, las personas

se están regresando al país, y que en todo caso es el Estado colombiano quien

debe indemnizar a Venezuela por acoger a casi 6 millones de refugiados de

aquel país. (Prensa Presidencial, 2018).

La problemática de Venezuela añade otro capítulo más a la tendencia de las

integraciones latinoamericanas de darle prioridad a lo político y social- incluso

lo ideológico- por encima de lo económico, como factores de integración, y la

falta de profundización en este aspecto es lo que ha generado posturas pesimistas

con respecto a la consolidación del regionalismo latinoamericano. (Quiliconi &

Salgado, 2018, p.p. 20). Desafortunadamente este fue el caso que se dio en

América Latina con organizaciones con escasa proyección como UNASUR y

especialmente la ALBA, que llegó a proponer su propia moneda, el SUCRE,

pero no pudo capitalizar una integración, ni siquiera cuando Argentina y Brasil

estaban presididos por los aliados de Hugo Chávez. Ese proyecto de Chávez

pretendía ir más allá del comercio, ámbito al que se habían limitado los alcances

del MERCOSUR el cual había perdido el interés de Europa luego que no se

concretara el ALCA (Jaramillo, 2008, p. 24)

En la propia página digital del Partido de gobierno (PSUV) puede leerse que

Maduro y otros funcionarios del Estado, califican a la OEA como un ministerio

de colonias, una institución donde se pierde tiempo, y que el pueblo venezolano

hará una fiesta cuando se cumpla el plazo de retiro de esa organización. (PSUV,

2018, p. 1).

El regionalismo latinoamericano ha tenido una relación ambivalente con los

Estados Unidos. Cuando Hugo Chávez planteó sus integraciones regionales lo


hizo no solo como una alternativa a los Estados Unidos sino para oponerse

(combatir) a la hegemonía estadounidense, o propiamente a su unilateralismo

que se hizo palmario después del 11 de septiembre de 2011 y cuya práctica

también es contraria a las instituciones en general y al propio regionalismo

(Fawcett, 2005, p. 22)

El regionalismo, entonces, se entiende como la antítesis de la autarquía y del

unilateralismo, que son características propias de las grandes potencias

(Rodríguez & Ocha, 2014, p. 81), rol ejercido por los Estados Unidos; pero

también practicada por Venezuela cuando ya no le conviene sujetarse a las

reglas de juego.

En definitiva, las organizaciones regionales se han entrampado en asuntos

políticos y sociales o apenas han podido dar respuestas en materia económica.

Sea como fuere, no ha podido cohesionarse. UNASUR habla de una ciudadanía

común pero tales proyectos quedan en el aire, y el caso venezolano ha sido una

muestra de ello, y de por qué se hace cada vez menos viable. La OEA, como

organización suprarregional, al tener a los Estados Unidos como miembro y ser

potencial mundial y paladín de la globalización, ocasiona resquemores entre los

miembros latinoamericanos. Esto hace de la OEA un espacio no adecuado para

resolver la crisis. Curiosamente Venezuela en la ALBA actúa como el Estado

fuerte en la organización y por lo tanto es una organización aún más inadecuada

que la propia OEA.

No obstante la OEA no ha renunciado a su rol en el caso venezolano. Desde

una perspectiva funcionalista y neofuncionalista, la organización procura que sus

miembros acaten las reglas de juego, pero no tiene capacidad coercitiva, de ahí

que Venezuela, emulado por Nicaragua, puedan actuar al margen de dichas


reglas y en un caso extremo simplemente salir de la organización para seguir

actuando bajo sus propios intereses y no sujeto a reglas o intereses colectivos o

comunes.

Como ideas finales, Diamond (2016) pone en evidencia la debilidad

institucional para controlar los abusos de poder, señalando que incluso en

Estados débiles, los autócratas perciben que ahora la presión está baja así que

pueden hacer lo que quieran para censurar a los medios, aplastar a la oposición y

perpetuar su gobierno, y Europa y los Estados Unidos se lo tragarán (p. 96). Por

otra parte, como señala Sunkel (1998) hay países de la región latinoamericana

que le da la espalda a la región para estrechar fuertes lazos extrarregionales de

todo tipo con las potencias mundiales del momento (pág. 4); en este caso,

Venezuela se ha desconectado (parcialmente) de los Estados Unidos para servir

como proveedor de materia prima a otra potencia mundial, es decir, a China.

Conclusión

- Cuando se hace referencia a la OEA no son pocos los que la vinculan con

los Estados Unidos y sus intereses. Propuestas como MERCOSUR y CAN son

más autónomas y por lo tanto generan menos polémicas en su seno; mientras

que las propuestas de Hugo Chávez como la ALBA jamás se consolidaron por

estar abiertamente contra EEUU y a favor de Venezuela. En definitiva, la mera

existencia de los Estados Unidos genera divisiones- como una especie de

manzana de la discordia- entre los países latinoamericanos que muchas veces se

rigen por el viejo esquema de izquierda-derecha, siendo el gobierno venezolano

uno de ellos.
- El tema venezolano es harto complejo por varias razones: en primer lugar

es un gobierno híbrido, calificado por algunos como una semidemocracia, por lo

que tiende a confundir a la organización y a sus miembros y esto choca con una

visión funcionalista de la OEA. En segundo lugar, su marcada ideología genera

inevitablemente división entre los propios países que entienden la integración

desde una visión más globalizadora. En tercer lugar, mediante el ALBA el

gobierno venezolano ejerce en los países miembros (petrodiplomacia) para que

se pronuncien a favor o no en contra en otros organismos, como la OEA e

incluso la ONU.

- En definitiva, tomando en consideración además el retiro oficial de

Venezuela de la OEA, no parece que la organización pueda servir como un

espacio para dirimir la crisis. Además, el gobierno venezolano se apoya en el

petróleo y en sus relaciones con Rusia y China para combatir el aislamiento

regional como aún sigue haciendo Cuba.


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