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Huelga de piernas cerradas

En plena guerra del Peloponeso, las mujeres de Atenas, Esparta, Corinto y


Beocia se declararon en huelga contra la guerra.
Fue la primera huelga de piernas cerradas de la historia universal. Ocurrió
en el teatro. Nació de la imaginación de Aristófanes y de la arenga que él
puso en boca de Lisistrata, matrona ateniense:
—¡No levantaré los pies hasta el cielo, ni en cuatro patas me pondré con el
culo al aire!
La huelga continuó, sin tregua, hasta que el ayuno de amores doblegó a los
guerreros. Cansados de pelear sin consuelo, y espantados ante la
insurgencia femenina, no tuvieron más remedio que decir adiós a los
campos de batalla.
Más o menos así lo contó, lo inventó, Aristófanes, un escritor conservador
que defendía las tradiciones como si creyera en ellas, pero en el fondo
creía que lo único sagrado era el derecho de reír.
Y hubo paz en el escenario.

En la realidad, no.

Los griegos ya llevaban veinte años peleando cuando esta obra fue
estrenada, y la carnicería continuó siete años más.

Las mujeres continuaron sin tener derecho de huelga, ni derecho de
opinión, ni más derecho que el derecho de obediencia a las labores propias
de su sexo. El teatro no figuraba entre esas labores. Las mujeres podían
asistir a las obras, en los peores lugares, que eran las gradas más altas, pero
no podían representarlas. No había actrices. En la obra de Aristófanes,
Lisistrata y las demás protagonistas fueron actuadas por hombres que
llevaban máscaras de mujeres.

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