En este texto no quiero remitir textualmente a las lecturas de clase, no por falta de respeto, sino porque las palabras tan adornadas, e incluso los nuevos conceptos de los académicos pueden distraer las intenciones de construir la siguiente narración. Recuerdo que en clase de ciencias sociales la profesora describía las diferencias entre el mito y la historia. “El primero asociado a un conocimiento inferior, a una narración exagerada, que varía en la geografía y el tiempo, en cambio la segunda es académica, científica y fidedigna”. la rivalidad de estas dos hermanas es un ejemplo de la imposición de un saber, la hegemonía de los discursos coloniales sobre la narraciones de pueblos nativos. El mito ha salvaguardado la identidad, sin embargo ha vivido relegado mientras la historia es canonizada como disciplina; la cual llegó a los puertos del nuevo mundo para salvarnos de la ignorancia. La educación ha estado al servicio de la institución colonial, entendemos por arte o cultura lo proveniente eurocéntrico, la pedagogía responde a la relación de poder, profesores cultos-estudiantes que necesitan ser salvados. Las huellas invisibles siguen vigentes en el sistema educativo, al interior de la escuela se impone el saber de las matrices geopolíticas. El aprendizaje se basa en la lecto-escritura, todo eso da como resultado alumnos con unas competencias básicas desarticuladas de su contexto. El Discurso Los hombres son dueños de otros humanos, a los jefes les pertenece el tiempo de las mujeres y las cosas son propietarias de las personas, en el caso de la colonización que nos compete España negó las riquezas culturales, abuso y saqueo. Construyó el discurso de la Teo-estética y la necesidad de salvación/evangelización; estos discursos hegemónicos causan confusión en mí, por ejemplo cuando tenía clases de geografía, veíamos siempre a Europa, sin reconocer el propio territorio, generando desconocimiento de la propia identidad. Los discursos de los colombianos están desarticulados de su identidad, escuchando he identificado que las historias propias son construidas bajo la auto complacencia, violencia e incluso en el olvido. Pero, habría sido diferente si de niños nos contaran que habían indígenas los cuales tenían construcciones sofisticadas; sistemas de riego muy avanzados, que resistieron la conquista. Sujetos tan inteligentes que aprendieron no solo castellano sino que sabían muchas lenguas nativas por los canales de comercio. Sin embargo, a mi me contaron que habían unos sujetos desnudos olvidados de Dios; que fueron salvados por otros fulanos de toga y sotana. Aún hoy el discurso de la institución es un problema para mí, ya que el imaginario de artista y arte es más cercano a una estrella de rock que a un servidor público. Esto hace que cuestione mi práctica artística. ¿Cómo puedo responder a la sociedad desde mi investigación?, ¿cuál es el papel de las artes plásticas?, ¿es un soliloquio del sentir del pintor? Desde mi viaje a España me he cuestionado sobre el concepto de identidad, antes pensaba que eran esas cosas autóctonas y bonitas de cada sociedad como los souvenirs o las artesanías; pero realizando este análisis y complementando con las lecturas entiendo que es una cuestión muy compleja que acompaña a los gobiernos, quienes tienen la tarea de sintetizar y con ello resultan programas políticos o turísticos bastantes particulares. No obstante, leyendo la invención del sujeto de Antonio Campillo puedo identificar el discurso dentro del ámbito educativo, uno descentralizado que se propone formar sujetos maleables; discursos que justifican lo injustificable como la inequidad en Colombia, que viene de tiempos antiguos a la conquista hasta los escándalos de corrupción y asesinatos a líderes sociales. Una identidad construida sobre el dolor y el olvido, esta construcción simbólica tiene graves problemas para narrarse e intenta constituirse a manera de institución política, a pesar de que quiere olvidarse a sí misma y no puede desprenderse de la subjetividad histórica del territorio. A pesar de que el sistema de enseñanza tenga cáncer y las relaciones de poder en Colombia sigan basadas sobre el vasallaje y seguir enmarcando durante páginas la problemática de este lugar, quiero proponer una alternativa para comprender el país que convive con las huellas de la colonización que están en un constante sometimiento a los saberes hegemónicos. El Taller de historia
El taller de historia no es un lugar, es una experiencia colaborativa para acercarse
al pasado: al otro y así mismo. En un taller común y corriente, el mecánico arregla el carro y el artista pinta.
Entonces lo que haremos en el taller de historia es pensar el pasado con prácticas
manuales, las cuales permitirán desarrollar un aprendizaje por proyectos, el taller inicia con una premisa y es que el pasado está en todo lo que nos rodea; la arquitectura, la naturaleza e incluso en las arruguitas de los abuelos.
En esta sociedad narcisista, ultra competitiva e insatisfecha, las propuestas
colaborativas que permitan resignificar los espacios del arte, y comprender los matices del “yo”, son valiosos lugares para salvaguardarse del mundo hostil.
La clase ha dejado una increíble sensación de trabajo en equipo, análisis propio,
conversaciones sobre autores cercanos a nuestras inquietudes; fue un lugar que me dio tranquilidad y valor para buscar lo que significa el arte para mi, sin sentir miedo a ser discriminada. Cuando digo que me aburre pintar al oleo o que me parece egoísta plasmar una imagen de mi sentir en un muro, solo porque algunos eruditos lo consideran arte, para mi el arte es para la personas, para compartir, sanar, crecer, es o debería ser un espacio para salvarnos de tanto poder, discurso de superioridad e individualidad.