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Se acaba un ciclo, no sólo por vejez de lo vivido, sino por la novedad del
evangelio. No se trata sólo de empalmar con un tipo de jóvenes de Río, sino de
inyectar juventud de evangelio al conjunto de la Iglesia. Río es un buen lugar
para empezar, como indicaré, señalando unos motivos y criterios de
rejuvenecimiento de la iglesia.
REFLEXIÓN DE FONDO
Quizá por vez primera, tras siglos de imposición religiosa, que ha corrido el
riesgo de velar el evangelio, los cristianos católicos (=universales) pueden
recuperar el poder radical de la propuesta de Jesús. Ésta no es ocasión para
pequeños retoques estéticos, sino para un cambio radical, en línea de
evangelio y de modernidad, en clave de tradición católica, pero aceptando y
compartiendo los retos e impulsos de otras tradiciones cristianas (ortodoxa,
protestante), retomando un impulso religioso de trascendencia y encarnación
que también puede encontrarse en otras religiones.
Algunos cristianos quieren que, en este contexto, a los cincuenta años del
Vaticano II, se convoque un nuevo Concilio abierto a las diversas confesiones
cristianas y, en el fondo, a todas las religiones. Sería un concilio antropológico,
fundado en la realidad del ser humano antes de toda religión particular, antes
de todo rito. Habría que partir del hombre como viviente que busca la felicidad y
la justicia, y que no tiene una respuesta dada de antemano, pero que es capaz
de buscar la justicia, de optar por el amor, de seguir buscando con Jesús el
Reino de Dios (es decir, la nueva humanidad).
Éstos pueden ser, a mi juicio, los momentos centrales de una opción por la
Juventud de la iglesia
1. Recuperar a Jesús
Ese mensaje no sirve para confirma lo que existía (un orden superior ya
dado), ni para sacralizar el orden existente, sino para encender una luz y
ofrecer una experiencia alternativa de humanidad. La Iglesia sólo puede
ofrecer ese mensaje a través de su palabra y con el testimonio de su vida,
como testigos del Dios de Jesús en el camino de la historia de los hombres.
2. En gesto de solidaridad
Por eso, ellos no quieren crear un sistema sagrado, que domine con poder,
sino abrir para los hombres y mujeres un espacio de libertad y diálogo
interhumano, en gesto de comunión personal.
4 De la Teocracia a la comunión
Eso significa que el cristiano, seguidor de ese Jesús, no querrá (ni podrá)
imponer su verdad sobre nadie, pero querrá (deberá) ofrecer su
testimonio, su propuesta, en diálogo creador con los hombres y mujeres de
su entorno. No condenará a los que piensan de otra forma, sino que dialogará
con ellos, ofreciéndoles una experiencia y camino de humanidad cristiana, en la
línea del Jesús del Evangelio.