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1843

Carta a
ARNOLD RUGE

Escrito: Por Marx en Kreuzenach, septiembre de


1843.
Primera publicación: Deutsch- Franzosische
Jahrbucher,1844.
Primera edición digital por el MIA: En ingles, en
el Marx-Engels Internet Archive (transcrito por
Zodiac; HTML por Sally Ryan).
Traducción al castellano: Virginia Monti, 2008.
Revisada en julio de 2014.
Esta Edición: Marxists Internet Archive, abril de
2008; julio 2014.

Esta es la tercera de la serie de cartas que Marx


[25 años] escribió a su amigo, Arnold Ruge, en
1843 – como así también es la última carta de las
ocho que intercambiaron. Marx y Ruge incluirían
toda la serie en la primera y única edición de su
empresa conjunta, la Deutsch-Franzosische
Jahrbucher (ANALES FRANCO ALEMANES),
febrero de 1844.

Esta carta de Marx es en respuesta a la carta


anterior de Ruge, en la que este último se proclamó
a sí mismo ateo y un vigoroso defensor de los
"nuevos filósofos".

De Marx para Ruge

Kreuznach, septiembre de 1843

Me alegra que se haya decidido y que, habiendo dejado de


mirar al pasado, esté dirigiendo sus pensamientos hacia un
nuevo proyecto[1] y, por ende, hacia París, hacia la antigua
universidad de filosofía —¡absit omen! [que no sea un mal
augurio][2] — y la nueva capital del nuevo mundo. Lo
necesario siempre sucede. No tengo dudas, por lo tanto, de
que será posible superar todos los obstáculos, cuya
importancia reconozco.

En cualquier caso, sea posible o no la concreción del


proyecto, estaré en París a fin de mes[3] ya que la atmósfera
aquí lo convierte a uno en siervo y en Alemania no veo
ninguna posibilidad para la actividad libre.

En Alemania, todo es suprimido por la fuerza; una


verdadera anarquía de la mente, el reino de la estupidez
misma prevalece allí, y Zúrich obedece órdenes de Berlín.
Es por esto que se vuelve cada vez más obvia la necesidad
de buscar un nuevo punto de concentración para el
pensamiento genuino y las mentes independientes. Estoy
convencido de que nuestro plan responde a una necesidad
real y, después de todo, las necesidades reales deben poder
satisfacerse en la realidad. Por esto, no tengo dudas acerca
de esta iniciativa, siempre y cuando se la lleve a cabo
seriamente.

Las dificultades internas parecen ser mayores que los


obstáculos externos. Si bien no caben dudas en cuanto a
«desde dónde», gran confusión prevalece en la cuestión
«hacia dónde». No solo se ha instalado un estado de
anarquía general entre los reformistas, sino que
todos deberán admitir que no tienen idea exacta de lo que
ocurrirá en el futuro. Por otro lado, es precisamente una
ventaja de la nueva tendencia la de no anticipar
dogmáticamente el mundo sino la de solo querer encontrar
el nuevo mundo a través de la crítica del que nos precede.
Hasta el momento, los filósofos han tenido la solución de
todos los enigmas desplegados sobre sus escritorios, y al
estúpido mundo exotérico solo le bastaba abrir su boca para
que cayeran en ella las palomas asadas del conocimiento
absoluto[4] . Hoy la filosofía se ha trivializado y la prueba
más contundente es que la misma conciencia filosófica ha
sido arrastrada al tormento de la lucha, no solo externa sino
también internamente. Pero si construir el futuro y asentar
todo definitivamente no es nuestro asunto, es más claro aún
lo que, al presente, debemos llevar a cabo: me refiero a
la crítica despiadada de todo lo existente, despiadada tanto
en el sentido de no temer los resultados a los que conduzca
como en el de no temerle al conflicto con aquellos que
detentan el poder.

Por lo tanto, no estoy a favor de levantar ningún estandarte


dogmático. Por el contrario, debemos ayudar a los
dogmáticos a ver claro sus propias proposiciones. Así, el
comunismo particularmente es una abstracción dogmática
con relación a la cual, no obstante, no estoy pensando en un
comunismo imaginario y posible, sino en un comunismo
que de hecho existe, como aquel que profesan Cabet,
Dézamy, Weitling, etc. Este comunismo es en sí mismo
únicamente una expresión particular del principio
humanista, aún contaminada por su propia antítesis: el
sistema privado. De allí que la abolición de la propiedad
privada y el comunismo no son bajo ningún punto idénticos,
y no es accidental sino inevitable que el comunismo haya
visto surgir otras doctrinas socialistas —como aquellas de
Fourier, Proudhon, etc.— para confrontarlo porque él es en
sí mismo solo una realización especial y unilateral del
principio socialista.

Y todo el principio socialista a su vez es solo un aspecto,


en lo que respecta a la realidad del verdadero ser humano.
Pero debemos prestar igual atención al otro aspecto, a la
existencia teórica del hombre, y por ende, hacer que la
religión, la ciencia, etc. sean el objeto de nuestra crítica.
Además, queremos influenciar a nuestros coetáneos,
especialmente a los alemanes. Surge la pregunta: ¿cómo
comenzar? Hay dos cuestiones innegables. En primer lugar,
la religión y luego, la política son los dos temas que más
interesan a la Alemania de hoy. Debemos tomarlos,
independientemente de la manera en que se nos presenten,
como nuestro punto de partida y no confrontarlos con
ningún sistema preelaborado como ser el de Voyage en
Icarie. [Etienne Cabet, Voyage en Icarie. Roman
philosophique et social.]

La razón ha existido siempre, pero no siempre bajo una


forma razonable. El crítico puede, por lo tanto, comenzar
por cualquier forma de conciencia teórica y práctica y por
las formas peculiares de la realidad existente para
desarrollar la verdadera realidad como su obligación y fin
último. En cuanto a la vida real, es precisamente el Estado
político en todas sus formas modernas el que, aún donde no
está conscientemente imbuido en las exigencias socialistas,
contiene las exigencias de la razón. Y el Estado político no
se detiene allí. En todas partes supone que la razón ha sido
concretada. Pero precisamente por esto es que cae siempre
en la contradicción entre su función ideal y sus
prerrequisitos reales.

Partiendo de este conflicto del Estado político consigo


mismo es posible desarrollar la verdad social. Así como
la religión es un registro de las luchas teóricas de la
humanidad, el Estado político es un registro de las luchas
prácticas de la humanidad. Por ende, el Estado político
expresa, dentro de los límites de su forma sub specie rei
publicae [como una clase particular de Estado] todas las
luchas, necesidades y verdades sociales. Entonces, tomar
como objeto de crítica una de las cuestiones políticas más
específicas —como la diferencia entre un sistema basado en
el Estado social y uno basado en la representación— no está
de ningún modo por debajo de hauteur des principles [el
nivel de los principios]. De hecho, esta cuestión solo
expresa, de manera política, la diferencia entre el poder del
hombre y el poder de la propiedad privada. Por esto, el
crítico no solo puede, sino que debe, lidiar con estas
cuestiones políticas (que, de acuerdo con los socialistas
extremos, no son dignas de atención). Al analizar la
superioridad del sistema representativo sobre el sistema
social-estatal, el crítico, de manera práctica, gana el
interés de un gran grupo. Al elevar el sistema representativo
de su forma política a la forma universal y al acentuar la
verdadera importancia que subyace a este sistema, el crítico
obliga al mismo tiempo a este grupo a ir más allá de sus
confines ya que su victoria es a la vez su derrota.

Por lo tanto, nada nos impide convertir en el punto de


partida de nuestra crítica a la crítica de la política, la
participación en la política y, por ende, a las luchas reales,
e identificar nuestra crítica con ellas. En ese caso, no nos
enfrentamos al mundo en actitud doctrinaria con un nuevo
principio: ¡Esta es la verdad, arrodíllense ante ella!
Desarrollamos nuevos principios para el mundo sobre la
base de los propios principios del mundo. No le decimos al
mundo: «Termina con tus luchas, pues son estúpidas; te
daremos la verdadera consigna de lucha». Nos limitamos a
mostrarle al mundo por qué está luchando en verdad, y la
conciencia es algo que tiene que adquirir, aunque no quiera.

La reforma de la conciencia consiste solamente en hacer


que el mundo sea consciente de su propia conciencia, en
despertarlo de la ensoñación que tiene de sí mismo,
de explicarle el significado de sus propias acciones. Nuestro
objetivo general no puede ser otra cosa que —como también
lo es para la crítica de la religión de Feuerbach— darle a las
cuestiones religiosas y filosóficas la forma que le
corresponde al hombre, que se ha vuelto consciente de sí
mismo.

Entonces, nuestro lema debe ser: la reforma de la


conciencia, no por medio de dogmas, sino a través del
análisis de la conciencia mística, ininteligible a sí misma, ya
sea que se manifieste de forma religiosa o política. Luego,
será evidente que el mundo ha estado soñando por mucho
tiempo con la posesión de una cosa de la cual, para poseerla
realmente, debe tener conciencia. Será evidente que no se
trata de trazar una línea mental divisoria entre el pasado y el
futuro, sino de concretar los pensamientos del pasado.
Finalmente, será evidente que la humanidad no está
comenzando una nueva tarea, sino que está llevando a cabo
de manera consciente su antigua tarea.

En resumen, podemos formular la tendencia de nuestra


publicación de la siguiente manera: el autoesclarecimiento
(filosofía crítica) por parte del presente de sus luchas y
deseos. Ésta es una tarea para el mundo y para nosotros. Solo
puede ser la tarea de fuerzas unidas. Requiere de
una confesión y nada más. Para asegurar el perdón de sus
pecados, la humanidad solo debe declararlos tal y como son.

___________________________

NOTAS

[1] En una carta a Marx, en agosto de 1843 (publicada


en Deutsch-Französische Jahrbücher) Ruge le informó
acerca de la decisión final de llevar a cabo la publicación en
París. Anteriormente, no había habido un acuerdo sobre este
punto. Además de París, se habían sugerido otros lugares, en
particular Suiza y Estrasburgo.

[2] Del Latin.

[3] La partida de Marx a París fue demorada. Llegó allí


con Jenny a fines de octubre de 1843.

[4] Traducción literal de la frase original. Es una alusión


al proverbio “A roast pigeon does not fly into your mouth”
- del proverbio Latín Non volat in buccas assa columba tuas
(Una paloma asada no vuela hasta tu boca) O en otras
palabras, “la plata no crece de los árboles”
F. Engels

Apuntes para una


crítica de la
economía política

Escrito: Por F. Engels, en Manchester, entre


octubre y noviembre de 1843.
Publicado por vez primera: En el Deustche-
Französische Jaharbücher, Paris, febrero de 1844.
Traducción: Por Juan Miguel Salinas Granados, en
base a F. Engels, «Umrisse zu einer Kritik der
Nationalökonomie», en Marx-Engels Werke, vol.
1, Dietz Verlag Berlin, págs. 499-524.

La Economía Nacional se originó como una consecuencia


natural de la extensión del comercio, y con ella se colocó en
la posición del sistema preparado del fraude consentido, el
juego más sencillo, poco científico, una ciencia para el
enriquecimiento completo.

Esta ciencia del enriquecimiento o Economía Nacional,


que surgió de la envidia recíproca y la codicia de los
comerciantes, lleva el cuño del egoísmo más hediondo
grabado en la frente. Vivía aún en la concepción ingenua de
que el oro y la plata sería la riqueza, y nada tuvo que ver con
la prisa por prohibir en todos lados la exportación de metales
"nobles". Las naciones se encontraban de frente como
avaras, las cuales rodeaban cada una su saco de dinero con
ambas manos, y con envidia y recelo miraban a su vecina.
Fueron seleccionados todos los medios para obtener
astutamente del pueblo, con el cual se estaba en tráfico
comercial, tanto dinero en metálico como fuera posible y
para retener el lindo feliz aporte dentro de las líneas
aduaneras.

La realización más consecuente de este principio habría


acabo con el comercio. Se comenzó por tanto del siguiente
modo para sobrepasar este primer grado; se comprendió que
el Capital yace muerto en cajas, mientras que en la
circulación se reproduce. Así de este modo se fué filántropo,
se enviaba sus monedas de oro como reclamo, con esto
tendrían que devolverse con otras, y se reconoció que no
daña nada, si se paga a A tanto por su mercancía, mientras
aún se pueda desembarazar de B por un precio más alto.

Sobre esa base se levanto el sistema mercantil. El carácter


codicioso del Comercio fué desde el principio algo oculto;
las Naciones se acercaron algo más, cerraron tratados de
amistad y comerciales, hicieron negocios recíprocos e
hicieron todo lo posible con afición y bondad mutuamente
para conseguir grandes ganancias. Pero en el fondo esto no
fue más que la vieja codicia y egoísmo, y esto desencadenó
de tiempo en tiempo las guerras que estaban basadas por los
celos comerciales, en cada período. En estas guerras
también se mostró que el comercio, como el robo, se
basaban en la ley del más fuerte (das Faustrecht); no se
tomó ninguna conciencia de ello para extorsionar mediante
la astucia o la violencia tales tratados, como si se mantuvo
para los momentos más oportunos.

En todo el sistema mercantil se encuentra, en un punto


principal, la teoría del balance comercial. A saber, porque
aún se aferra a la proposición de que el oro y la plata serían
la riqueza, así se mantiene sólo los negocios como
portadores de ventajas que al final traerían dinero en
metálico al país. Para hallar esto se comparó la exportación
y la importación. Se habría exportado más que importado,
así se creía que se alcanzaría la diferencia en dinero metálico
en el país y se mantendría para esa diferencia más opulenta.
El arte de la economía existía en aquello, para lo que se
preocupaba, que al final de cada año la exportación daría un
balance oportuno frente a la importación; y ¡para alcanzar
esa ridícula ilusión habían sido sacrificados miles de
humanos! El comercio ha mostrado también su Cruzada y
su Inquisición.

El siglo XIX, el siglo de la Revolución, revolucionó


también la economía; pero como todas las Revoluciones de
ese siglo fueron unilaterales y en oposición se quedaron
atascadas, como igual fueron opuestos el espiritualismo
abstracto al materialismo abstracto, la monarquía a la
República, el derecho sagrado al contrato social, así
tampoco rebasó la revolución económica sobre las
oposiciones. Todos los requisitos quedaron en pié; el
materialismo no arremetió contra el desprecio cristiano y la
humillación de los humanos y tan sólo contrapuso, en lugar
del Dios cristiano a la naturaleza de los humanos como
Absoluto; la política no pensó en comprobar los requisitos
del Estado en sí y para sí; la Economía no se dejó invadir,
después de cuestionar la autorización de la propiedad
privada. Por eso fueron los nuevos economistas tan sólo la
mitad de progresivos; ello fué necesario, esto es, traicionar
y desmentir sus propios requisitos, para tomar a sofistas e
hipócritas como auxilio y ocultar las contradicciones en las
que se habían involucrado, y para dar con la llave hacia la
que ellos habían sido derivados, no a través de sus
requisitos, sino a través del espíritu humanista del siglo. Así
adoptaron los economistas un carácter filántropo; ellos
retiraron su favor a los productores y se desencantaron por
los consumidores; sintieron una aversión solemne contra el
terror sangriento del sistema mercantil y explicaron que el
comercio era una banda amistosa y de unidad tanto entre las
Naciones como entre los Individuos. Todo era ruidosa
magnificencia y majestuosidad - pero los requisitos se
hicieron nuevamente pronto valer y produjeron, en
oposición a esa resplandeciente Filantropía, la teoría de la
población Malthusiana, el más tosco y bárbaro sistema que
nunca existió, un sistema de la desesperación que tumbo al
suelo todos aquellos tipos de discursos bellos sobre el amor
a la Humanidad y el mundo civilizado; ellos produjeron y
levantaron el sistema fabril y la esclavitud moderna, de la
cual los antiguos nada cedieron en tanto inhumanidad y
crueldad. La nueva economía, basada en el sistema fundado
del libre mercado de las Wealth of Nations de Adam Smith,
demostró ser como aquella misma hipocresía,
inconsecuencia e inmoralidad que ahora se colocaba frente
a todos los terrenos de la libre Humanidad.

¿Pero entonces, no supuso el sistema de Smith ningún


progreso? Claro que lo fué, y además fué un progreso
necesario. Fué necesario que el sistema mercantil hubiera
sido derrocado con sus Monopolios y su cohibición del
tráfico, con esto podrían salir a flote las verdaderas
consecuencias de la propiedad privada; fué necesario que
retrocedieran todas esas consideraciones locales y
nacionales, con esto podría llegar a ser la lucha de nuestro
tiempo una lucha general y humana; fué necesario que la
teoría de la propiedad privada abandonase la senda
examinación puramente empírica y meramente objetiva y
asumiera un carácter científico que se hiciera responsable de
las consecuencias y con ello dirigiera el asunto hacia un
terreno generalmente humano; que fué intensificada una
inmoralidad implicada, a través del intento de la negación
de su trayectoria y a través de la hipocresía introducida –
una consecuencia necesaria de aquellos intentos – sobre la
más alta cumbre en la vieja economía. Nosotros
reconocemos de buen grado que hemos sido primeramente
colocados en este estamento a través de la instauración y la
realización del libre comercio, para rebasar a la economía de
la propiedad privada, pero debemos tener al mismo tiempo
el derecho de describir ese libre comercio en su total nulidad
teórica y práctica.

Nuestra sentencia debería de haberse tornado más


rigurosa, cuanto más economistas llegan a nuestro tiempo,
aquello que disponemos para juzgarlos. Entonces mientras
Smith y Malthus hallaron tan sólo aislados fragmentos
acabados, los más nuevos tenían ante sí todo el sistema
consumado; todas las consecuencias habían sido sacadas, las
contradicciones salieron claramente a la luz, y ellas no
vinieron para un examen de premisas, y siempre tomaron la
responsabilidad para sí de todo el sistema. Cuanto más se ha
acercan los economistas a la actualidad, tanto más lejos se
distancia de la honestidad. Con cada progreso de los tiempos
asciende necesariamente los Sofistas para recibir a los
economistas sobre la altura de los tiempos. Por eso
es Ricardo, por ejemplo, más culpable que Adam Smith,
y MacCulloch y Mill más culpables que Ricardo.
La más nueva economía no puede juzgar de una sola vez
correctamente el sistema mercantil, porque ella misma
adolece de la unilateralidad y aún con los requisitos de
aquella misma. Hasta el punto de vista que se alza sobre las
oposiciones de ambos sistemas, que critica los requisitos
comunes de ambos y que salen de una base (estructura)
puramente humana, general, podrá indicar su posición
correcta. Se mostrará que los defensores del libre comercio
son peores monopolistas que los mismos viejos
mercantilistas. Se mostrará que detrás de la humanidad
hipócrita de los más nuevos se esconde una Barbarie, de la
que los viejos nada sabían; que la confusión conceptual es
aún sencilla y consecuente frente a la Lógica de dos caras de
sus agresores y que ninguna de las dos partes podrá
incriminar algo al otro que no reincida sobre sí mismo. Por
eso no puede la más novedosa economía liberal asimilar la
restauración del sistema mercantil a través de artimañas,
mientras que la cosa está muy clara para nosotros. La
inconsecuencia y bilateralidad de la economía liberal se
debe resolver necesariamente de nuevo sobre sus elementos
fundamentales. Así como la Teología o bien debe volver
hacía la ciega creencia, o debe avanzar hacia la Filosofía
libre, así debe el libre comercio producir por un lado la
restauración del monopolio, y por otro la supresión de la
propiedad privada.

El único progreso positivo que ha realizado la economía


liberal ha sido el desarrollo de las leyes de la propiedad
privada. Estas están sin embargo contenidas en ella, aunque
aún no estén desarrolladas hasta las últimas consecuencias y
claramente expresadas. De aquí sigue que en todos los
puntos donde se llegan a la decisión, por la manía sucinta,
de llegar a ser rico, esto es en todas las controversias
estrictamente económicas, los defensores del libre comercio
tienen la ley de su lado. Bien entendido - en controversia con
los monopolistas, no con los enemigos de la propiedad
privada, los socialistas ingleses han demostrado desde hace
mucho, práctica y teóricamente, que están en condiciones de
hacer esto, de decidir en cuestiones económicas, también de
forma económicamente correcta.

Por lo tanto examinaremos en la crítica de la economía


nacional las categorías fundamentales que a través del
sistema del libre comercio desvela las contradicciones que
en sí llevan y sacan las consecuencias de ambos lados de las
contradicciones.

_____

La expresión de riqueza nacional surgió ya por el afán


generalizado de los economistas liberales. Mientras exista la
propiedad privada esa expresión carecerá de sentido. La
"riqueza nacional" de los ingleses es muy grande, y sin
embargo ellos son el pueblo más pobre que habita bajo el
sol. O bien se abandona por completo la expresión, o se
asume los requisitos que le dan un sentido. Lo mismo con la
expresión Economía Nacional, política, economía pública.
La ciencia debería de llamarse, bajo las relaciones actuales,
economía privada, pues sus relaciones pública son tan sólo
para las que quiere la propiedad privada.

_____

La siguiente consecuencia de la propiedad privada es


el comercio, el intercambio de necesidades opuestas,
compra y venta. Ese comercio debe tornarse, bajo el
dominio de la propiedad privada, como toda actividad, en
una adquisición de fuentes inmediatas para el contrabando
comercial; esto es, cada uno debe tratar de vender tan caro
como le sea posible y comprar tan barato como le sea
posible. Para cada compra y venta se encuentran así dos
humanos con intereses enfrentados uno frente al otro; el
conflicto es decididamente hostil, pues cada uno conoce las
intenciones del otro, sabe que ellos están enfrentados uno al
otro. Por tanto la primera consecuencia es, de una parte la
mutua desconfianza, de otra la justificación de esa
desconfianza, la aplicación de medios inmorales para la
imposición de objetivos inmorales. Así es por ejemplo la
primera máxima en el comercio la discreción,
encubrimiento de todo aquello que pudiera disminuir el
valor de los artículos frágiles. La consecuencia
consiguiente: en el comercio está permitido, del
desconocimiento, sacar el mayor uso posible de la confianza
de la parte opositora, y así mismo enaltecer propiedades que
su mercancía no posee. En una palabra, el comercio es el
fraude legal. Que la Praxis concuerda con esa Teoría me lo
puede atestiguar todo comerciante, si éste quiere dar la
verdad de la honradez.

El sistema mercantil tenía aún una fundada y católica


rectitud y no cubría, cuando menos, la esencia inmoral del
comercio. Hemos visto como llevaba su secreta codicia
patente a ser expuesta. La posición mutua hostil de la Nación
en el siglo XVIII, la hedionda envidia y celo comercial
fueron la principal consiguiente consecuencia del comercio.
La opinión pública aún no estaba humanizada, y por lo tanto
se tendría que esconder cosas que se deducían de la esencia
hostilmente inhumana del comercio.

Pero de aquellos tiempos del Lutero económico, Adam


Smith, que criticó la economía actual, a acá, las cosas han
cambiado mucho. El siglo fué humanizado, la razón se
habían hecho valer, comenzó la moralidad, reclamó su
eterno derecho. Los tratados comerciales, que eran un
chantaje, las guerras comerciales, el brusco aislamiento de
la Nación, chocaron muy fuerte contra la consciencia
progresiva. En la posición de la rectitud católica entró la
hipocresía protestante. Smith justificó que también la
humanidad estaría fundada en la esencia del comercio; que
el comercio, en lugar de ser "la más horrible fuente de
discordias y hostilidades", debiera ser una "banda de la
unión y amistad entre las Naciones como entre los
individuos" (cf. Wealth of Nations B.4, c.3, §2); queda en la
naturaleza de la cosa que el comercio sería favorable en todo
y todos los grandes participantes.

Smith tenía razón, cuando alabó el comercio como algo


humano. No hay nada absolutamente inmoral en el Mundo;
también el comercio tiene un lado donde éste rinde
homenaje a la Moralidad y la Humanidad. ¡Y que alabanza!
El derecho del más fuerte que había humanizado el robo en
la calle de la edad media, cuando el en el comercio, el
comercio como su primer etapa, aquella que se caracteriza
por la prohibición de la exportación de dinero, se transformó
en el sistema mercantil. Ahora aquél mismo fué
humanizado. Naturalmente es en interés de los comerciantes
mantenerse en buena comunicación, tanto con unos, de los
cuales el compra barato, como con otros, a los cuales el
vende más caro. Es por lo tanto poco inteligente de una
nación proceder, si ella alimenta un ánimo hostil para sus
abastecimientos y clientes. Cuanto más amistoso tanto más
ventajoso. Esta es la Humanidad del comercio, y este modo
hipócrita, la moralidad para abusar de objetivos inmorales,
es el orgullo del sistema del libre comercio. ¿No hemos
acaso derrocado la barbarie del monopolio, exclaman los
hipócritas, no hemos acaso llevado la civilización a todas la
partes del mundo, no hemos acaso hermanado los pueblos y
aminorado las guerras? – Sí, todo eso habéis hecho ustedes,
pero y como lo habéis hecho! Habéis aniquilado los
pequeños monopolios para dejar operar tanto más libre y sin
limitaciones a un gran monopolio fundamental, la
propiedad; ¡Habéis civilizados todos los confines de la tierra
para conquistar nuevos terrenos para el despliegue de
vuestra mísera avaricia; habéis hermanado a los pueblos,
pero hacia una Hermandad de ladrones, y las guerras
aminorados para ganar tanto más en la paz, para practicar en
la más alta cúspide la enemistad de los individuos, la
deshonrada guerra de la concurrencia! – ¿Dónde habéis
hecho algo que proceda de la pura Humanidad, de la
conciencia de la vanidad de la oposición entre los intereses
generales y los individuales? ¿En qué punto habés sido
morales, sin ser unos interesados, sin abrigar en el fondo
inmoralidad, motivos egoístas?

Después de que la economía liberal hubiera dado lo mejor


de sí misma, para generalizar la enemistad por la disolución
de las nacionalidades, para transformar la humanidad en una
horda de animales feroces – ¿y que son sino los
concurrentes? -, que por ello se devoran recíprocamente,
porque cada uno tiene los mismo intereses que todos los
demás, después del trabajo preparatorio le quedo aún sólo
un paso restante como objetivo, la disolución de la familia.
Para imponer este paso vino en su ayuda su bello
descubrimiento, el sistema fabril.

Pero el economista mismo no sabe a qué objeto está


sirviendo. Pero él no sabe que con todo su razonamiento
egoísta tan sólo forma un eslabón de la cadena del progreso
general de la Humanidad. Él no sabe que con su resolución
tan sólo abre paso a los intereses particulares para el cambio
brusco, que se acerca a fin de siglo, la conciliación de la
Humanidad con la Naturaleza y consigo mismo.

_____

La siguiente categoría condicionada por el comercio es


el Valor. Sobre este, lo mismo que sobre todas las otras
categorías, no existe ninguna polémica entre los viejos y los
nuevos economistas, porque los monopolistas, en su rabia
inmediata por el enriquecimiento, no encuentra tiempo que
les sobre para ocuparse con estas categorías. Todas las
cuestiones polémicas sobre este tipo de puntos partían de los
nuevos.

El economista que vive de las divergencias tiene también


naturalmente un Valor doble; el Valor abstracto o real, y el
valor de cambio. Sobre la esencia la esencia del Valor real
se dió una larga polémica entre los ingleses, que
determinaron los costes de producción como expresión del
Valor real, y el francés Say, que fijó ese Valor según la
utilidad (Brauchbarkeit) de una cosa para medir. La
polémica ha estado en el aire desde principios de este siglo
y se ha languidecido, no decisivamente.

Los ingleses – MacCulloch y Ricardo particularmente –


afirman entonces que el Valor abstracto será determinado a
través de los costes de producción. Bien entendido esto, el
Valor abstracto, no el Valor de cambio, el exchangeable
value, el Valor en el comercio – esto sería otra cosa. ¿Son
los costos de producción por eso la medida del Valor?
¿Porque – escucha, escucha!- porque nadie vendería una
cosa, bajo circunstancias normales y de relación de la
concurrencia del juego sereno por menos que lo que la
producción le costó, la vendería? ¿Qué tenemos aquí que
tenga que ver con "Vender", dónde no se trate del Valor
comercial? Porque tenemos nuevamente incluso el comercio
en juego que tenemos incluso que soltar directamente – y
vaya que comercio! un comercio donde lo principal, la
relación concurrente, no tendría que llegar de golpe!
Primero un Valor abstracto, ahora también un Comercio
abstracto, un Comercio sin concurrencia, esto es, un humano
sin cuerpo, un pensamiento sin cerebro para producir
pensamientos. ¿Y no tiene presente el economista en
absoluto, que así como la concurrencia será dejada en el
juego, donde no hay ninguna garantía, que el productor
compra su mercancía directamente de los costes de
producción? ¡Vaya confusión!

¡Continuemos! Aceptemos por un momento que todo esto


fuera así, como el economista dice. ¿Suponiendo que
alguien hizo algo totalmente inutilizable con tremendo
esfuerzo y enormes costes, algo que nadie solicita, es esto
también los costos de producción del valor? ¿Todo y
absolutamente nada, dice el economista, quién querría
comprarlo? Porque no sólo tenemos por tanto de una vez la
Utilidad de mala fama de Say, sino – con la "compra"- sino
además la relación de concurrencia. No es posible, el
economista no puede mantener su abstracción por un
momento. No solo eso que quiere eliminar con esfuerzo, la
concurrencia, sino también aquello que él acomete, la
Utilidad, le viene a cada momento entre los dedos. El valor
abstracto y su determinación a través de los costes de
producción son justamente sólo abstracción, un absurdo.

Pero vayamos una vez más, por un momento, al derecho


del economista – ¿cómo quiere él determinar entonces los
precios de producción sin apuntar la concurrencia? Veremos
en la investigación de los costos de producción que también
esa categoría está basada en la concurrencia, y también aquí
se mostrará nuevamente como de mal podrá llevar a cabo
sus afirmaciones.

Pasemos a Say, así encontraremos las mismas


abstracciones. La Utilidad de una cosa es algo puramente
subjetivo, en absoluto para decidir sobre decisiones
fundadas – al menos mientras se merodee en oposiciones.
Según esa teoría las necesidades requeridas deberían de
poseer más valor que los artículos de lujo. El único camino
posible hacia para llegar a una decisión objetiva
y aparentemente general sobre la mayor o menor Utilidad
de una cosa es, bajo el dominio de la propiedad privada, la
relación de concurrencia, y esto tendrá que ser dejado
incluso aparte. Pero siendo admitida la relación de
concurrencia, así entran también los costes de producción;
pues nadie venderá por menos de lo que el mismo haya
invertido para la producción. Por lo tanto también aquí
relega a un lado de la oposición, contra la voluntad en el
otro.

Tratemos de arrojar luz ante esta confusión. El valor de


una cosa encierra ambos factores que serán separadas de las
partes en disputa con violencia y como hemos visto sin
éxito. El valor es la relación de los costes de producción
sobre la utilidad. La siguiente aplicación del valor es la
decisión sobre si una cosa tendrá que ser en general
producida, esto es, si la utilidad compensa los costes de
producción. Entonces primeramente la cuestión puede ser de
la aplicación del valor para el cambio. Los costes de
producción de dos cosas equiparadas será la utilidad el
momento decisivo para determinar su valor de medida
comparativo.

Esa base es la única base justa del cambio. ¿Pero


terminamos en aquello mismo, quién tendría que decidir
sobre la utilidad de la cosa? ¿La mera opinión de los
implicados? Así será uno estafado. ¿O uno sobre la utilidad
inherente de la cosa independiente de las partes fundadas
implicadas y sus determinaciones no convincentes? Así sólo
puede realizarse el cambio mediante la coacción, y cada uno
se considerará como estafado. No se puede suprimir esa
oposición entre la utilidad real inherente de la cosa y entre
la determinación de esa utilidad, entre la determinación de
la utilidad y la libertad de los cambios, sin suprimir la
propiedad privada; y tan pronto como está sea suprimida no
podrá ser más la cuestión de un cambio, como existe ahora.
La aplicación práctica del concepto Valor será limitada cada
vez más a la decisión sobre la producción y ahí está su
verdadera esfera.

¿Pero cómo están las cosas ahora? Hemos visto como el


concepto de Valor es violentamente desgarrado y serán
llamados los lados particulares cada cual por entero. Los
costes de producción, tergiversados desde el principio por la
concurrencia, tienen que ser válidos para el mismo valor; lo
mismo la mera utilidad – pues ahora no se puede dar otra -.
Para mantener sobre las piernas esa definición coja deberá
hacerse uso en ambos casos de la concurrencia; y lo mejor
es que para los ingleses la concurrencia, frente a los costes
de producción, reemplaza la utilidad, mientras esto es a la
inversa para Say quién recoge los costes de producción
frente a la utilidad. ¡Pero vaya que utilidad recoge, que
costes de producción! Su utilidad depende de la casualidad,
de la moda, del ánimo de los ricos, sus costes de producción
se desprenden y brotan de la relación causal entre demanda
y la oferta.

De la diferencia entre valor real y valor de cambio queda


un hecho para fundamentar – particularmente que el valor
de una cosa es diferente del llamado equivalente dado para
el en el comercio, esto es, que el equivalente no es un
equivalente. El llamado equivalente es el precio de la cosa,
y si el economista fuera sincero, así usaría él esta palabra
para referirse al "valor comercial". Pero el debe guardar aún
una huella de apariencia, que el precio está relacionado, de
alguna manera, con el valor, con esto no sale a la luz tan
claramente la inmoralidad del comercio. Pero que
el precio será determinado por el efecto de cambio de los
costes de producción y la concurrencia, esto es totalmente
correcto y una ley principal de la propiedad privada. Esto
fué lo primero que el economista encontró, la ley empírica
pura; y sobre esto abstrae el economista pues su valor real,
esto es, el precio por el tiempo, si la relación de concurrencia
se balancea, si la demanda y la oferta son cubiertas –
entonces quedan restantes naturalmente los costos de
producción, y a esto nombre entonces el economista valor
real, mientras de lo que se trata es tan sólo de una
determinación del precio. Pero así esta todo sobre la cabeza
en la economía; el valor que originariamente es la fuente del
precio, será hecho dependiente de ello, de su propio
producto. Es conocida esa inversión de la esencia la
abstracción sobre la que Feuerbach compara.

_____

Según el economista los costos de producción se


componen de tres elementos: impuesto sobre bienes
inmuebles (Grundzins) por el uso del trozo de tierra para
producir la Materia prima, sobre el Capital con la ganancia
y el salario por el Trabajo que fueron requeridos para la
producción y la manipulación. Pero muestra al mismo
tiempo que Capital y Trabajo son idénticos porque los
economistas mismos admiten que el Capital sería "Trabajo
acumulado" (aufgespeicherte Arbeit). De este modo nos
quedan tan sólo dos lados restantes, el natural, objetivo, el
suelo, y el humano, subjetivo, el Trabajo que encierra el
Capital – y por fuera del Capital aún un tercero, en el que el
economista no piensa. Me refiero al elemento intelectual de
la invención, el pensamiento, junto al físico, al mero
Trabajo. ¿Qué ha conseguido el economista con el intelecto
inventor? ¿No se le han ido volando todos los inventos sin
su intervención? ¿Le han costado a él algo? ¿Qué tiene pues
que encargarse él para el cálculo de los costos de
producción? Para él son la tierra, el Capital, el Trabajo las
condiciones de la riqueza, y por consiguiente no necesita
nada más. La ciencia no le concierne.

¿Si ello le han servido de obsequios a través de del


Berthollet, Davy, Liebig, Watt Cartwright, etc., que a él y a
su producción lo han elevando infinitamente, que le queda
de ello? Eso mismo no sabe calcularlo; los progresos de la
ciencia rebasan sus números. Pero para una condición
razonable que está por fuera sobre el reparto de los intereses,
como tiene lugar para los economistas, pertenece, sin
embargo, el elemento intelectual a los elementos de la
producción y encuentra también en la economía su posición
bajo los costos de producción. Y porque es sin embargo
satisfactorio conocer como la atención de la ciencia se
recompensa materialmente, conocer que uno de los únicos
frutos de la ciencia, como la máquina de vapor de James
Watts, en los primeros cinco años de su existencia ha
aportado más al Mundo que gastado el Mundo desde el
comienzo por el cuidado de la ciencia.

Tenemos dos elementos de producción, la Naturaleza y el


Humano, y el último nuevamente físico e intelectual en la
actividad y podrían regresar hacia el economista y sus
precios de producción.

_____

Todo lo que no pueda ser monopolizado no tiene ningún


Valor, dice el economista – una frase que investigaremos
más tarde o más temprano. Cuando decimos que "no tiene
ningún precio" la frase es así correcta para la condición
basada en la propiedad privada. Si disponer del suelo fuera
tan fácil como tener el aire, así no sería ninguna persona
pagada con intereses de fondo. Y porque esto no es así, sino
que está limitada la extensión de este en un caso especial de
derecho de disposición privado del suelo, así se paga interés
fundamental para el derecho de disposición privado tomado,
esto es, el suelo monopolizado, o sucumbe para ello en un
precio de compra. Pero es muy raro escuchar según qué
información sobre la formación del valor fundamental del
economista que sería el interés fundamental la diferencia
entre el beneficio del interés por pagar y el peor de todos, el
esfuerzo del cultivo más enriquecedor el terreno. Es
conocido que fué Ricardo el primero en dar una definición
desarrollada integral de los impuestos sobre los bienes
inmuebles (Grundzinses). Esa definición es, a decir verdad,
correcta, si se requiere que un caso reaccione a la
demanda instantáneamente sobre el impuesto de bienes
inmuebles, y así mismo coloca una cantidad correspondiente
de la peor tierra cultivada salvo el labrado. Por sí solo este
no es el caso, la definición es por ello insuficiente; asimismo
esta no encierra la causa del impuesto sobre bienes
inmuebles y por eso debe caer ya. El coronel T.P.
Thompson, de la Liga pro Ley Anti-cereales, innovó, en
oposición a esa definición de Adam Smith y la fundó. Según
el es el impuesto sobre bienes inmuebles la relación entre la
concurrencia. Cómo mínimo es un regreso al origen del
impuesto sobre bienes inmuebles; pero esa explicación
excluye la variada fertilidad del suelo, como la arriba
mencionada omite la concurrencia.

Tenemos nuevamente dos definiciones unilaterales y por


ello una media definición para un objeto. Habremos de
resumir nuevamente, como para el concepto de Valor, esas
dos determinaciones, para encontrar la correcta que procede
del desarrollo de la cosa sucesiva y por ello de toda
abarcadora determinación Praxis. El impuesto sobre bienes
inmuebles es la relación entre la productividad del suelo, el
lado natural (que nuevamente consta de la
instalación natural y del cultivo humano para la mejora del
trabajo aplicado) – y el lado humano, la concurrencia. Los
economistas gustan de zarandear sus cabezas sobre esa
"definición"; para su asombro verán que ella encierra todo
lo que tiene con respeto a la cosa.

El terrateniente no tiene nada que recriminar al mercader.


Él roba en tanto que él monopoliza el suelo. Él roba en
tanto que él explota para sí el aumento de la población, la
cual aumenta la concurrencia y con ello el Valor de su
terreno, en tanto que él hace para la fuente de sus ventajas
personales, lo que no realiza a través de su hacer personal,
lo que le es puramente casual. En última instancia las
mejoras se rompen en sí. Este es el secreto de la permanente
riqueza creciente de los grandes terratenientes.

El axioma que cualifica el tipo de adquisición del


terrateniente como ladrón, a saber, que cada uno tiene un
derecho al producto de su trabajo, o que nadie debería de
cosechar donde él no ha sembrado, estás no son nuestras
afirmaciones. La primera excluye el deber de la
alimentación de los niños, la segunda excluye a cada
generación del derecho a la existencia, en tanto cada
generación hereda el legado de la generación precedente.
Esos axiomas son otras tantas consecuencias más de la
propiedad privada. O bien se hizo pasar antaño por sus
consecuencias, o bien se dio como premisa.

Sí, la apropiación original misma fué justificada a través


de la afirmación del otrora derecho de posesión común.
Miremos donde miremos la propiedad privada nos lleva a
contradicciones.

Fué el último paso para la autoventa barata, para regatear


la Tierra, que es la primera condición de nuestra existencia,
nuestro uno y todo; fué y es, hasta nuestros días, una
inmoralidad, que sólo será sobrepasada por la inmoralidad
de la autoalienación (Selbstveräußerung). Y la apropiación
originaria, la monopolización de la Tierra por una por una
pequeña parte, la exclusión del resto de las condiciones de
su vida, no cede nada ante la inmoralidad del posterior
regateo del suelo.
Dejemos caer nuevamente la propiedad privada aquí y así
quedará reducido el impuesto de bienes inmuebles a su
verdad, a un parecer razonable que está en la base esencial
de el. El mismo Valor separado, como impuesto de bienes
inmuebles del suelo, reincide entonces en los suelos. Ese
Valor, que es para medir a través de la capacidad de
producción de mismas superficies por el mismo trabajo
aplicado, queda apuntado sin embargo como parte de los
costes de producción para la determinación del Valor del
producto y es como el impuesto de bienes inmuebles la
relación de la capacidad de producción a la concurrencia,
pero sobre verdadera concurrencia como si ella hubiera
desarrollado su Tiempo.

_____

Hemos visto como Capital y Trabajo son originariamente


idénticos; vemos de lejos, del desarrollo del economistas
como el Capital, el resultado del Trabajo, en el proceso de
la producción será hecha nuevamente de inmediato, hasta el
sustrato, la materia del trabajo, como por tanto aquella por
un momento reglada separación del Capital del Trabajo, será
abolido nuevamente de inmediato en la unidad de ambos; y
aún así separa el economista el Capital del Trabajo, pero
mantiene fija la desunión, sin reconocer la unión al lado del
otro como por la definición del capital: "trabajo acumulado".
Esta consecuente escisión, procedente de la propiedad
privada, entre Capital y Trabajo no es nada más que la
condición desunida correspondiente y de ello la desunión
derivada del trabajo en sí mismo. Y después de llevarse a
efecto esa separación, el Capital se divide otra vez más en el
Capital originario y en la ganancia, el incremento del Capital
que es recibido en el proceso de la producción, aunque la
misma Praxis de esa ganancia golpea nuevamente contra el
Capital y con este se coloca en la corriente. Sí, la ganancia
misma será nuevamente escindida en intereses y en ganancia
real. En los intereses es practicada sobre la cúspide la
irracionabilidad de esa escisión. La inmoralidad de la
concesión de intereses, es el recibo sin trabajo en forma
préstamo, aunque ya subyacente en la propiedad privada,
pero desde hace tiempo reconocida de forma manifiesta y de
conciencia popular despreocupada, que en esas cosas la
mayoría de las veces tiene razón. Todas esas escisiones
distinguidas y divisiones se forman de la separación
originaria del Capital del Trabajo y la culminación de esa
separación en la escisión de la humanidad en capitalistas y
trabajadores, una escisión que todos los días será formada
más y más agudamente y que debe aumentar siempre, como
veremos. Pero esa separación, como la ya contemplada
separación del suelo del Capital y del Trabajo, es en última
instancia algo imposible. No está absolutamente por
determinar cuánto aporta la porción del suelo, del Capital y
del Trabajo a un determinado producto. Las tres magnitudes
son inconmensurables. El suelo produce la materia prima,
pero no sin Capital y Trabajo, el Capital requiere del suelo
y del Trabajo, y el Trabajo requiere como mínimo del suelo,
y la mayoría de las veces también del Capital. Las
ejecuciones de los tres son tres tipos distintos y no
mesurables en una cuarta magnitud común. Si se viene por
tanto de las relaciones actuales hacia el reparto del beneficio
bajo los tres elementos, es así que no se les da ninguna
magnitud inherente, sino que una magnitud totalmente
desconocida y casual a ellas decide: la concurrencia o el
derecho refinado del más fuerte. El interés fundamental
implica la concurrencia, la ganancia sobre el Capital será
únicamente determinada a través de la concurrencia, y
veremos lo mismo que sucede con el trabajo asalariado.

Si dejamos caer la propiedad privada, así caerán todas


esas escisiones antinaturales. La diferencia entre interés y
ganancia cae; El Capital no es nada sin el Trabajo, sin
movimiento. La ganancia reduce su significado sobre el
peso que queda en la determinación de los costes de
producción del capital en la báscula, y así queda el Capital
inherente, como este mismo reinciden en su unidad
originaria con el trabajo.

_____

El Trabajo – lo principal para la producción, la "fuente de


la riqueza", la actividad humana libre, sale mal parado para
el economista. Como el capital ya fué separado del Trabajo,
así será escindido nuevamente el Trabajo por segunda vez;
el producto del Trabajo se enfrente a él como salario, es
separado de el y será de nuevo, como habitualmente,
determinado por la concurrencia, porque no se da para la
porción de Trabajo en la producción, como ya hemos visto,
ninguna medida fija. Suprimamos la propiedad privada y así
caerá también esa separación artificial, el Trabajo es su
propio salario, y el verdadero significado del antiguo salario
laboral enajenado llega al día: el significado del Trabajo
para la determinación del coste de producción de una cosa.

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Hemos visto que mientras exista la propiedad privada, al


final, todo va a parar a la concurrencia. Ella es la categoría
principal del economista, su hija predilecta, a la que dará
cuidados, con continuos mimos y caricias, de la que se
descubrirá el rostro de una medusa.

La siguiente consecuencia de la propiedad privada fué la


escisión de la producción en dos lados opuestos, el natural y
el humano; el suelo que sin la fertilización del humano está
muerto y estéril, y la actividad humana, cuya primera
condición es justamente el suelo. Vimos de lejos como se
resolvía la actividad humana de nuevo en el Trabajo y el
Capital, y como esos dos lados nuevamente se hacían frente
el uno al otro. Teníamos por tanto la lucha de los tres
elementos unos contra otros, en lugar del apoyo mutuo de
los tres; ahora tenemos además que la propiedad privada trae
consigo la fragmentación de cada uno de esos elementos. Un
terreno está frente a otro, un capital frente a otro y una fuerza
de trabajo frente a otra. Con otras palabras: porque la
propiedad privada aísla a cada uno a su propio por menor en
bruto y porque no obstante tiene el mismo interés que su
vecino, así se enfrenta hostilmente un propietario a otro, un
capitalista a otro, un trabajador a otro. En esa enemistad del
mismo interés, justamente por querer los mismo, está
culminada la inmoralidad de las condiciones actuales de la
Humanidad; y esa culminación es la concurrencia.

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Lo opuesto a la concurrencia es el monopolio. El


monopolio fué el clamor de tierra de los mercantilistas, la
concurrencia el grito de guerra de los economistas liberales.
Es sencillo comprender que esa oposición es absolutamente
de nuevo una caverna. Todo concurrente debe desear de
tener el monopolio, el quiere ser trabajador, capitalista o
terrateniente. Cada pequeña totalidad de los concurrentes
debe desear de tener para sí el monopolio frente a todos los
otros. La concurrencia se basa en el interés, y el interés
produce de nuevo el monopolio; en pocas palabras, la
concurrencia pasa por el monopolio. De otro lado el
monopolio no puede detener la corriente de la concurrencia,
incluso este mismo produce la concurrencia, como por
ejemplo, la prohibición de importación o las altas aduanas
produce directamente la concurrencia del contrabando. La
contradicción de la concurrencia es totalmente la misma que
aquella contradicción de la propiedad privada. Queda en
interés de cada individuo de poseerlo todo, pero en interés
de la totalidad queda que cada uno posea lo mismo que otro.
Así quedan por tanto el interés general y el individual
diametralmente opuestos. La contradicción de la
concurrencia es: cada uno desea para si el monopolio,
mientras la totalidad debe perder como tal a través del
monopolio y debe distanciarse. Si, la concurrencia claro
requiere el monopolio, particularmente el monopolio de la
propiedad – y aquí entra de nuevo a la luz del día la
hipocresía de los liberales – y en tanto que exista el
monopolio de la propiedad, estará en igualdad de derecho
propiedad del monopolio; pues también el monopolio una
vez dado es propiedad. Es una deficiencia lamentable atacar
los pequeños monopolios y dejar existir los monopolios
fundamentales. Y si hacemos uso aquí aún de las anteriores
frases apasionadas del economista, que nada que no pueda
ser monopolizada tiene Valor, que por tanto nada, que no
admita esa monopolización, puede entrar en esa lucha de la
concurrencia, esta es nuestra afirmación, que la
concurrencia requiere, totalmente justificada, del
monopolio.

_____

La ley de la concurrencia es que la demanda y la oferta


siempre se complemente y justamente por eso jamás se
complementen. Ambos lados son nuevamente partidos y
transformados en la más abrupta oposición. La oferta está
siempre igual detrás de la demanda, pero jamás se
yuxtapone a ella para cubrirla. Ella es o bien demasiado
grande o demasiado pequeña, jamás la demanda
corresponde porque en esa circunstancia inconsciente de la
Humanidad ningun humano sabe como de grande es esta o
aquella. Si la demanda es mayor que el suministro (Zufuhr)
así aumentará el precio, y por ello será desorientado, en
cierto modo, el abastecimiento; como ello se muestra en el
Mercado, caen los precios y si ella es mayor que aquel así la
caída de los precios será tan significativa que la demanda
será soliviantada por ello nuevamente. Así continúa, nunca
en una condición sana, sino en una siempre alternancia de
confusión y lasitud que excluye todo progreso, una eterna
oscilación sin llegar jamás al objetivo. Esta ley con su
continua compensación, donde lo que aquí se pierde allí será
nuevamente ganado, le parece una maravilla al economista.
Es su principal gloria, el no puede verse satisfecho y lo
contempla bajo todas las relaciones posibles e imposibles. Y
queda sin embargo sobre la mano que esta ley es una ley
natural pura, y no una ley de espíritus. Una ley que produce
la revolución. El economista se acerca con su preciosa teoría
de la demanda y el abastecimiento, verificar ustedes, a que
"nunca podrá ser producido en demasía", y la Praxis
responde con las crisis comerciales que vuelven tan
regularmente como los cometas y de los cuales tenemos
ahora por término medio de 5 a 7 años. Esas crisis
comerciales han llegado cada dieciocho anhos justamente
con tanta regularidad como antiguamente las grandes
epidemias (ver Wade: History of the Middle and Working
Classes, London 1835, p.211). Naturalmente confirman esas
revoluciones comerciales la ley, las confirman en gran
medida, pero de un modo diferente como el economista nos
quiere hacer creer. Que se puede pensar de una ley que sólo
puede imponerse a través de revoluciones periódicas? Es
justamente una ley natural que se basa en la inconsciencia
de los participantes. Si los productores supieran tal cosa,
cuanto necesitan los consumidores, entonces organizaran la
producción, la repartieran entre sí, entonces serían
imposible la oscilación de la concurrencia y su tendencia a
la crisis. Producid con conciencia, como humanos, y no
como átomos fragmentados sin conciencia de género y
estaréis por encima de todas esas oposiciones superficiales
e insostenibles. Pero mientras sigáis adelante con ello, sobre
la inconsciencia de hoy, descuidados, por dejar producir
abandonados al dominio de la casualidad, entretanto
quedarán las crisis comerciales; y cada consecutiva deberá
ser universal, por tanto peor que las precedentes, deberán
empobrecerse una gran cantidad de pequeños capitalistas y
el resto de la clase trabajadora viva aumentará en relación
creciente – por tanto la masa ampliará el trabajo que está por
ocupar visiblemente, principal problema de nuestro
economista, y finalmente dará como resultado una
revolución social, tal como no se deja soñar por la sabiduría
escolar del economista.

La eterna oscilación de los precios, como ha sido


conseguida a través de la relación de concurrencia, saca del
comercio completamente hasta la última huella de
moralidad. Del Valor no hay más que decir; el mismo
sistema, que parece dejar sobre el Valor tanto peso que la
abstracción del Valor en dinero la honra da una particular
existencia – este mismo sistema destruye a través de la
concurrencia todo Valor inherente y transforma la relación
de Valor de todas las cosas unas contra otras a diaria y cada
hora. ¿Dónde queda en esa vorágine la posibilidad de un
intercambio basado en un principio moral? En ese continuo
dar y tomar debe buscar cada uno el momento más oportuno
para comprar y vender, cada uno deberá especular, esto es,
cosechar donde no ha sembrado, enriquecerse a costa de la
pérdida de otros, calcular sobre infortunio de otros o ganar
la casualidad para sí. El especulador siempre cuenta con
casos de infortunio, particularmente sobre las malas
cosechas, el utiliza todo, como por ejemplo, en su momento
el incendio de New York, y el punto de culminación de de
la inmoralidad es la especulación bursátil en Fondos, por lo
cual será desacreditada la Historia y en ella la Humanidad
como medio, para satisfacer la codicia de los especuladores
que calculan y arriesgan. Y no gusta al sincero "sólido"
comerciante, no fariseo, alzarse sobre el juego bursátil, te
doy las gracias Dios etc. Él esta tan malo como el
especulador de fondos, el especula tanto o más como ellos,
debe de hacerlo, la concurrencia le obliga a ello, y su
comercio implica por tanto la misma inmoralidad como la
suya. La verdad de la relación de concurrencia es la relación
de la fuerza de consumo por la fuerza de producción. Algún
día la Humanidad dignificará su condición y no volverá a
darse ninguna otra concurrencia que aquella. La comunidad
habrá de contar que podrá producir sobre la oferta de medios
existentes, y después de aumentar o disminuir la relación de
la fuerza de producción, hasta que punto ella habrá de cejar
el lujo o de limitarlo. Pero para juzgar correctamente sobre
esta relación y aquellas, de unas condiciones razonables, de
la comunidad hacia un aumento esperado de las fuerzas de
trabajo, gusten de comparar a mis lectores los escritos de los
socialistas ingleses y en parte también de Fourier.

La concurrencia subjetiva, la competición de Capital


contra Capital, Trabajo contra Trabajo etc., será establecida
bajo esas circunstancias sobre aquellas en la naturaleza
humana, y hasta ahora tan sólo reducida por la rivalidad
desarrollado soportable de Fourier, que después de la
supresión de los intereses contrapuestos será reducida sobre
su esfera peculiar y sensata.

_____

La lucha de Capital contra Capital, Trabajo contra


Trabajo, suelo contra suelo finca la producción en una fiebre
de calor que fija en la cima de todas la relaciones naturales
y razonables. Ningún Capital puede soportar la concurrencia
de otro si no es llevado al estadio más alto de su actividad.
Ningún terreno podrá ser cultivado si su fuerza de
producción no se incrementa permanentemente. Ningún
Trabajo puede mantenerse frente a sus concurrentes si este
no entrega toda su fuerza de Trabajo. Pero nadie que se meta
en la lucha de la concurrencia podrá soportar sin el mayor
esfuerzo de su fuerza, sin la entrega de todos los fines
humanos. La consecuencia de esa sobretensión de una parte
es necesariamente la relación de la otra parte. Si la
fluctuación de la concurrencia es escasa cuando la demanda
y la oferta, el consumo y la producción están casi igualados,
así tendrá que producirse en el desarrollo de la producción
un estadio en la que este a disposición tanta fuerza de
producción excedente que la gran masa de la nación no
tenga nada de lo que vivir; que la gente muera de hambre
ante la exuberante sobreabundancia. En esa terrible
posición, en absurdo vivo se encuentra Inglaterra desde hace
algún tiempo. Si oscila fuertemente la producción, como
hace a consecuencia de tales condiciones necesariamente,
así se sobreviene la alternancia de sangre y crisis,
sobreproducción y congestión. El economista no ha podido
explicar esta disparatada posición; para poder explicarla
inventó la teoría de la población que es igualmente
disparatada, incluso más disparatada que esa contradicción
de riqueza y miseria al mismo tiempo. El economista no
debió de ver la verdad; no debió de reconocer que esa
contradicción es una sencilla consecuencia de la
concurrencia porque de lo contrario todo su sistema habría
venido abajo.

Para nosotros es sencillo de explicar la cosa. Es


inconmensurable que la Humanidad esté a la orden de la
fuerza de producción disponible. La rentabilidad del suelo
está en incremento infinito mediante la aplicación de capital,
trabajo y ciencia. La "excedente" Gran Bretaña podrá ser
llevada allí después de 10 años, según el cálculo del más
diligente economista y estadista (compárese
Alison Principles of Population, T.1, Cap.1 y 2)[1] , que es
producido suficiente cereal para el séxtuplo de su población
actual. El Capital se acrecienta diariamente; la fuerza de
Trabajo crece con la población, y la ciencia supedita a diario
al humano la fuerza de la naturaleza más y más. Esa
capacidad de producción inconmensurable, manejada a
conciencia y en interese de todos, mermará pronto al
mínimo el trabajo recaído sobre la humanidad; la
concurrencia cede, ella hace lo mismo, pero dentro de las
oposiciones. Una parte del país será cultivado sobre las
mejores tierras, mientras otra parte – en Gran Bretaña e
Irlanda 30 millones de Acres de buena tierra – yace desierta.
Una parte del Capital circula a una velocidad descomunal,
otra parte queda muerta en la caja. Una parte de los
trabajadores trabajan catorce, dieciséis horas al día, mientras
otra parte queda inactiva y perezosa, y muere de hambre. O
la distribución se destaca con esa simultaneidad: hoy le va
bien al comercio, la demanda es muy significativa, todos
trabajan, el Capital será doblado con prodigiosa rapidez, la
agricultura florece, los trabajadores trabajan enfermos –
mañana entra una congestión, la agricultura no merece el
esfuerzo, grandes segmentos de tierra quedan sin cultivar, el
Capital se petrifica en medio de la corriente, los trabajadores
no tiene empleo, y toda la tierra trabaja en riqueza
superficial y población superficial.

Ese desarrollo de la cosa no puede reconocerlo el


economista como el correcto; el debió, por el contrario,
como dije, debió renunciar a todo su sistema de
concurrencia; el debió de comprender el vacío de su
oposición entre producción y consumo, de la población
sobrante y la riqueza sobrante. Pero para equiparar los
hechos con la teoría, porque los hecho nos fueron negados
una sola vez, fué descubierto la teoría de la población.

Malthus, el autor de esa teoría, afirmó que la población


presiona siempre sobre los medios de subsistencia, que así
como la producción aumentará, la población se reproducirá
en la misma relación y que la población, de forma
tendencialmente inherente, que se reproduce por encima de
los medios de subsistencia disponibles, es la causa de todas
las miserias, de todos los vicios. Entonces cuando haya
tantos humanos, así se deberá conseguir de una forma u otra
quitarlos del medio, bien matándolos violentamente, bien
matándolos de hambre. Pero si esto sucede, habrá
nuevamente un hueco ahí que deberá ser rellenado
inmediatamente por otra reproducción de la población, así
comienza nuevamente la vieja miseria. Esto es así incluso
bajo todas las condiciones, no sólo en las civilizadas, sino
también en las condiciones naturales; los salvajes de nueva
Holanda, algunos de los cuales provienen de millas
cuadradas trabajan tanto en superpoblación como Inglaterra.
En pocas palabras, si queremos ser consecuentes, debemos
así confesar que la tierra ya estaba superpoblada cuando
tan sólo existía un humano. Ahora bien, las consecuencias
de ese desarrollo son que debido a que los pobres son
precisamente los excedentes, no se tiene que hacer nada mas
por ellos que hacer la inanición lo más leve posible,
convencerlos de que no se puede cambiar y que para toda su
clase no hay ninguna otra salvación que una posible escasa
procreación, o cuando esto no sea posible, así será siempre
mejor, que una institución estatal será establecida para la
muerte indolora de los hijos de los pobres, como "Marcus"
ya ha propuesto- según la cual cada familia trabajadora dos
niños y medio; si reciben más de lo establecido, se les dará
muerte de forma indoloramente. Dar limosna sería un acto
de delincuencia ya que ayudaría al crecimiento de la
población excedente; pero sería muy propicio si se hace de
la pobreza de una delincuencia y de los hospicios a
institución penitenciaria, como precisamente está
sucediendo en Inglaterra por medio de la nueva ley de
pobreza[2] "liberar". ¡A decir verdad es cierto que esa
Teoría concierta de muy mal modo con las enseñanzas de la
Biblia de la perfección (die Vollkommenheit) de Dios y su
creación, pero "es una mala refutación, si se dirige la Biblia
contra los hechos en ese campo"!

¿Tengo que desarrollar aún más esa infame, vil Doctrina,


esa atroz blasfemia contra la Naturaleza y la Humanidad,
tengo que perseguirla más allá de sus consecuencias?
Finalmente hemos llevado aquí, sobre su más alta cima, la
inmoralidad de la Economía. ¿Qué son todas esas guerras y
sobresaltos del sistema del monopolio contra esa Teoría? Y
justamente ella es la piedra angular del sistema liberal del
libre comercio, cuya caída arrastra tras de sí todo el edificio.
Pues aquí queda demostrada la concurrencia como la causa
de la miseria, de la pobreza, de los delincuentes, entonces,
¿quién quiere aún arriesgarse a tomar la palabra para hablar?

Alison ha convulsionado, en su obra arríba citada, la


teoría malthusiana, en tanto que él opone el hecho a las
apeladas fuerzas de producción de la Tierra y el principio
malthusiano, de que cada humano adulto puede producir
más de lo que él mismo necesita, un hecho sin el cual la
Humanidad no puede reproducirse, incluso ni aún podría
existir; ¿de qué tendrían por el contrario que vivir los
adolescentes? Pero Alison no va al meollo de la cuestión y
llega por tanto en últimas de nuevo al mismo resultado que
Malthus. A decir verdad él demuestra que el principio de
Malthus es incorrecto, pero no puede negar el hecho de que
aquellos han derivado en sus principios.

Si Malthus no hubiera contemplado la cosa tan


unilateralmente, así debería de haber visto que la población
excedente o la fuerza de trabajo siempre están ligadas con la
riqueza excedente, capital excedente y terratenientes
excedentes. La población es numerosa allí donde la fuerza
de producción es numerosa. La condición de cada país
sobrepoblado, particularmente de Inglaterra, desde aquellos
entonces donde Malthus escribió, muestra esto de la forma
más clara. Estos fueron los hechos que Malthus tuvo por
contemplar en su totalidad y cuya contemplación debió de
haberle dirigido hacia los resultados correctos; en lugar de
ello seleccionó él unos, dejo otros desatendidos y llegó por
tanto a su delirante resultado. El segundo error con el que
comienza fué la confusión de los medios de subsistencia y
de ocupación. Que la población presiona siempre sobre los
medios de la ocupación, que tantos humanos podrán ser
empleados, también como tanto sea producido, en pocas
palabras, que la producción de la fuerza de trabajo hasta aquí
fué regulada por la ley de la concurrencia y por tanto han
estado expuesto también a los períodos de crisis y
fluctuaciones, eso es un hecho de cuya constatación es
mérito de Malthus. Pero los medios de ocupación no son los
medios de subsistencia. Los medios de ocupación se verán
multiplicados con el aumento de la fuerza maquinaria y el
capital tan sólo en su resultado final; los medios de
subsistencia se reproducen tan pronto como la fuerza de
producción, principalmente, sean incrementadas por algo.
Aquí sale a la luz del día una nueva contradicción de la
economía. La demanda del economista no es la demanda
real, su consumo es algo artificial. El economista es sólo un
verdadero interrogador, un verdadero consumidos, que para
aquellos que el recibe tiene un equivalente que ofrecer. Pero
cuando se da el hecho de que cada adulto produce más de lo
que puede consumir, que niños son como árboles, que se
reembolsan sobreabundante nuevamente sobre los gastos
familiares – y bien, ¿estos son los hechos?, así se debería de
opinar, cada trabajador debería de poder producir tanto más
de lo que el necesita, y la comunidad debería de querer
suministrarle amablemente con todo lo que el necesita, así
se debería de opinar, una gran familia debería de ser a la
comunidad un deseable regalo. Pero el economista en la
crudeza de su opinión no conoce ningún otro equivalente
que pagarle en palpable dinero en metálico. El está tan
anclado en sus oposiciones que le preocupan tan poco los
hechos más contundentes como los principios más
científicos.

Nosotros destruimos la contradicción sencillamente dado


que la anulamos. Con la fusión de los ahora intereses
contrapuestos desaparece la oposición entre la
superpoblación aquí y la superriqueza allí, desaparece el
hecho maravilloso, maravilloso como todas las maravillas
juntas de la religiones, por el que deben morir de hambre
una nación ante la vanidosa riqueza y la abundancia;
desaparece la demente afirmación que dice que la Tierra no
posee la fuerza para alimentar a los humanos. Esa
afirmación es la más alta cúspide de la economía cristiana –
y que nuestra economía es esencialmente cristiana, lo
hubiera podido demostrar por cada frase, por cada categoría,
y también lo haré en su momento; la teoría Malthusiana es
tan sólo la expresión económica para el dogma religioso de
la contradicción del espíritu y la naturaleza y de ello la
perversión consiguiente de ambos. Esa contradicción que se
disuelve para la religión y con ella a lo largo del tiempo,
espero haberla mostrado también sobre el terreno
económico en su vanidad; por lo demás no aceptaré ninguna
defensa de la teoría Malthusiana como competente, que no
me sea aclarada antes fuera de su propio principio, como un
pueblo de acentuada abundancia puede morir de hambre y
conciliar esto con la razón y los hechos.

La teoría Malthusiana ha sido por lo demás un punto de


transferencia absolutamente necesario que nos ha hecho
avanzar infinitamente. Nos ha sido advertido, como
principalmente a través de la economía, de que la fuerza de
producción de la Tierra y la humanidad, y después de la
superación de esa desesperación económica esta por
siempre asegurada ante el miedo de la superpoblación. De
ella sacamos los argumentos económicos más fuertes para
una reorganización; pues incluso cuando Malthus hubiera
tenido absolutamente razón, así debería proponerse esa
reorganización sobre el lugar, porque sólo ella, sólo a través
de ella se hace posible la formación orientadora de la masas,
aquella limitación moral del instinto de reproducción, que
Malthus mismo representó como el remedio más efectivo y
leve contra la superpoblación. Nosotros hemos conocido a
través de ella la más profunda degradación de la
Humanidad, su dependencia de la relación de concurrencia;
ella nos ha mostrado como en última instancia la propiedad
privada ha hecho de los humanos una mercancía, cuya
producción y destrucción también depende sólo de la
demanda; como de tal manera ha sacrificado, y sacrifica a
diario a millones de humanos el sistema de la concurrencia;
todo esto lo hemos visto, y todo esto lleva a la deriva de la
supresión de esa degradación de la Humanidad a través de
la supresión de la propiedad privada, la concurrencia y los
intereses opuestos.

Entretanto volvamos una vez más sobre la relación de la


fuerza de producción sobre la población, para toda asumir
todas las bases del miedo general a la superpoblación.
Malthus formula un cálculo en el que se basa todo su
sistema. La población se reproduce en una progresión de
tipo geométrica: 1+2+4+8+16+32 etc., la fuerza de
producción del suelo en una progresión de tipo aritmético:
1+2+3+4+5+6. La diferencia es aparente, es alarmista; pero,
es esto correcto? Dónde queda manifiesto que la capacidad
productiva del suelo se reproduce en una progresión de tipo
aritmética? La extensión del suelo está limitada, bien. La
fuerza de trabajo aplicada sobre esa superficie aumenta con
la población; supongamos nosotros mismo que la
reproducción del rendimiento a través de la reproducción del
trabajo no siempre aumenta en relación con el trabajo; así
que un tercer elemento que naturalmente el economista
jamás será algo válido, la ciencia y su progreso es tan
infinitamente, y por lo menos, otro tanto tan rápido como el
de la población. ¿Qué progresos no debe de agradecer la
agricultura de este último siglo sólo a la química, incluso
sólo a dos hombres – Sir Humphrey Davy y Justus Liebig?
Pero la ciencia se reproduce por lo menos como la
población; esta se reproduce en relación con la cantidad de
la última generación; la ciencia progresa en relación con la
masa de conocimientos que le fué dejada por la generación
precedente, esto es, bajo la relación de todas las relaciones
comunes también en progresión geométrica - y, ¿qué es
imposible para la ciencia? Pero es ridículo hablar de
superpoblación mientras "el valle de Mississippi ocupe
suficientes suelos desertificados, como para poder
transplantar allí a toda la población de Europa"[3] , mientras
que, generalmente, no sea vista una tercera para de la Tierra
para el cultivo y la producción de esa tercera parte misma a
través de la aplicación, ahora, de las ya mejoras conocidas
para poder hacerla aumentar a un séxtuplo y más.

_____

La concurrencia coloca por tanto al Capital contra el


Capital, al Trabajo contra el Trabajo, al Terrateniente contra
el Terrateniente, y lo mismo a cada uno de estos tres
elementos contra los otros dos. En la lucha vence el más
fuerte y habremos de examinar el más fuerte de los
combatientes para predecir el resultado de esa lucha.
Primero están el Terrateniente y el Capital cada cual más
fuerte que el Trabajo, pues el trabajador debe trabajar para
vivir, mientras el Terrateniente puede vivir de su renta y el
Capitalista de sus intereses, y en caso de necesidad de su
capital o del Terrateniente capitalista. La consecuencia de
ello es que el Trabajador recae sólo lo indispensable, los
medios de subsistencia desnudo, mientras que la gran parte
del Producto se reparte entre el capital y el Terrateniente. El
trabajador más fuerte saca la parte más débil, el más grande
Capitalista la más escasa, el más grande Terrateniente la más
pequeña del Mercado. La práctica confirma ese cierre. Las
ventajas que tienen el gran Fabricante y el vendedor sobre
el pequeño, son conocidas. La consecuencia de ello es que
bajo relaciones habituales el gran Capital y el gran
Terrateniente devoran al pequeño Capital y al pequeño
Terrateniente según la ley del más fuerte – la centralización
de los propietarios. En el comercio – y en la crisis de la
agricultura la centralización se da mucho más presta para sí.
– El gran propietario se reproduce principalmente mucho
más presto que el pequeño porque del usufructo recibe una
parte mucho más escasa que el desembolso del propietario
en deducción. Esa centralización del propietario es
justamente una ley inmanente, como todas las otras, de la
propiedad privada; las clases medias deberán ir siempre a
menos, hasta que el Mundo quede dividido en Millonarios y
pobres, en grandes Terratenientes y pobres asalariados.
Toda ley, todo reparto de los Terratenientes, toda
fragmentación posible del Capital no ayuda en nada - este
resultado debe llegar y llegará, si no se anticipa una total
reconfiguración de las relaciones sociales, una fundición de
los intereses opuestos, una liquidación de la propiedad
privada.

La libre concurrencia, la principal palabra clave de


nuestros economistas de hoy día, es algo imposible. El
monopolio tiene, como mínimo, la intención de proteger a
los consumidores del fraude, si este tampoco puede ser
llevado a cabo. La abolición del Monopolio abre la puerta
de par en par a los estafadores. El dice, la concurrencia
contiene en sí mismo el antídoto contra el fraude, nadie
compraría cosas malas – esto es, cada uno debe ser un
conocedor de todos los artículos, y eso es imposible – por
tanto, la necesidad del monopolio, que se muestra también
en muchos artículos. Las farmacias etc., deben tener un
monopolio. Y el artículo más importante, el dinero, tiene
directamente el monopolio, en la mayoría de los casos
necesariamente. El medio circulante ha producido, cada vez,
así como paró de ser monopolio de Estado, una crisis
comercial, y los economistas ingleses, entre otros Dr. Wade,
admiten aquí también la necesidad del Monopolio. Pero el
monopolio tampoco protege del dinero falso. Nos pongamos
sobre aquel lado de la cuestión que queramos, uno es tan
difícil como el otro, el monopolio produce la libre
concurrencia y esa nuevamente al monopolio; por eso deben
caer ambos y esa dificultad será levantada por la anulación
de sus principios producentes.

¬¬¬_____

La concurrencia ha penetrado en todas nuestras relaciones


de vida y ha concluido la servidumbre opuesta, en la que se
mantienen ahora los humanos. La concurrencia es el gran
resorte que incita a la actividad siempre y nuevamente
nuestro viejo y durmiente aprovechable orden social, o
mejor desorden, pero que también consume una parte de las
fuerzas que se van a pique en cada nuevo esfuerzo. La
concurrencia domina los numéricos progresos de la
humanidad, ella también domina sus progresos morales.
Quién esté familiarizado de alguna manera con las
estadísticas sobre los crímenes, le debe de ser llamativa la
regularidad propia con la que progresan los crímenes
anuales, con la que se producen a causas fundadas crímenes
fundados. La extensión del sistema fabril ha tenido ante todo
como consecuencia el incremento del crimen. Se puede
determinar previamente la cantidad de detenciones, casos
criminales, incluso la cantidad de asesinatos, de ladrones,
los pequeños robos, etc., de una gran ciudad o de un distrito
con la justa exactitud todos los años, como ya ha sucedido a
menudo en Inglaterra. Esa regularidad demuestra que el
crimen también reaccionaría ante la concurrencia, que la
sociedad produce una demanda después de los crímenes,
que sería correspondido a través de
un abastecimiento adecuado, que haría los huecos que a
través de las detenciones, transportaciones o ejecuciones y
de inmediato rellenaría a través de otros nuevamente, igual
que cada hueco en la población sería rellanado de inmediato
por un nuevo forastero, con otras palabras, que los crímenes
presionan igual sobre medios de castigo que los pueblos
sobre los medios de empleo. Cómo de justo es castigar los
crímenes bajo esas circunstancias, al margen de todos los
otros, lo dejo a cargo del juicio de mis lectores. Por el resto,
de lo que se trata para mi es de demostrar la concurrencia
también en el terreno moral y de señalar como la propiedad
privada ha llevado al humano a la más profunda
degradación.

_____

En la lucha de capital y suelo contra el trabajo aventajan


aún los dos primeros elementos un particular interés frente
al trabajo – la ayuda de la ciencia, pues también esta es
dirigida, bajo las relaciones actuales, contra el trabajo. Casi
todos los descubrimientos mecánicos, por ejemplo, han sido
ocasionados por la carencia de fuerza de trabajo, así
particularmente el telar mecánico de algodón Hargreaves,
Cromptons y Arkrights. El trabajo no ha sido jamás tan
buscado sin que por ello no resultara un descubrimiento que
incrementara la fuerza de trabajo significativamente, pues la
demanda de trabajo humano desvió. La historia de Inglaterra
de 1770 hasta hoy es una prueba continua de ello. El último
gran descubrimiento en el telar mecánico, la self-acting
mule, fué del todo resultado de la cuestión según el trabajo
y el aumento del salario – se duplicó el trabajo maquinario
y limitó por ello la mano de obra a la mitad, sacó fuera de su
empleo a la mitad de los trabajadores y rebajó por ellos el
salario de los otros a la mitad; aniquiló una conspiración de
los trabajadores contra los fabricantes y destruyó el último
resto de su fuerza, con el que el trabajo aún había resistido
la desigual lucha contra el capital (vgl. Dr. Ure, Philosophy
of Manufactures, vol. 2). El economista dice ahora, a decir
verdad, que el resultado final de la industrialización sería
favorable para los trabajadores, en tanto que haría la
producción más barata y por a través de ello conseguiría un
nuevo gran Mercado para sus productos, y así por último die
außer Arbeit gesetzen Arbeiter doch wieder beschäftige.
Totalmente correcto, pero el economista olvida aquí que la
producción de la fuerza de trabajo será regulada a través de
la concurrencia, que presiona siempre a la fuerza de trabajo
sobre el medio del empleo, que por tanto si tiene que darse
esa ventaja ya espera nuevemente encima una abundacia de
concurrentes para el trabajo y por ellos esa ventaja se hará
ilusioria, mientras la desventaja, la repentina retirada de los
medios de subsistencia para unos y la caida del salario para
la otra mitad de los trabajadores, ¿no es ilusoria? ¿El
economista olvida que el progreso de los inventos nunca
para, que por tanto esa desventaja se eterniza? ¿Olvida él
que un trabajador sólo pueda vivir en nuestra civilización,
tan infinitamente creciente división del trabajo, si él puede
ser empleado en esa determinada máquina para ese
determinado mezquino trabajo? ¿Que la transición de una
ocupación a otra, más nueva, es para el trabajador adulto
casi siempre una imposibilidad definitiva?

En tanto tengo en vista los efectos de la maquinaria, llego


a otro tema, mucho más alejado, el sistema fabril, y para
tratar este de aquí, no tengo ni tiempo, ni ganas. Por lo
demás espero tener pronto la ocasión de desarrollar y
desvelar con detenimiento la atroz inmoralidad de ese
sistema y la hipocresía del economista, que aparece aquí en
todo su esplendor.

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[1] Archibald Alison, The Principles of Population, and their Connection with
Human Happiness, Vol. 1-2, Londres 1840.
[2] Se refiere a la nueva ley de pobreza aceptada en Inglaterra en 1834. Esta
ley deja valer tan sólo una forma de ayuda para los pobres: su ingreso en casa de
trabajo con régimen de cárcel o de trabajo forzoso. Esas casa de trabajo fueron
llamadas por el pueblo como "ley de pobres – Bastille".

[3] Archibald Alison, The principles of Population, Vol. 1, Londres 1840.

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