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Ernest Renan, en su conferencia ¿Qué es una nación?

(1882) desarrollaba la idea de que las naciones


se construyen con base en sentimientos, con base en un “alma, un principio espiritual”. Y estos
sentimientos se motivaban, como un fuerte componente, en el culto a los antepasados. Al final, deja
entrever Renan que las naciones se inventan un pasado y, con éste, un futuro.

Imagínense que la historia que nos han contados desde las etapas más tempranas de nuestra
infancia, y que han motivado y cimentado un amor incondicional y un vínculo, que asumimos como
indisoluble, con nuestra patria (que incluso nos haría ir a sacrificar nuestra vida para defenderla) y
que hemos creído como una verdad absoluta y objetiva que aconteció de la manera redonda en que
nos la cuentan, no es más que una invención de ciertos grupos sociales para mantener privilegios
heredados históricamente.

Imagínense que la historia esa que nos cuentan de que México nación de la conquista española y de
la mezcla entre dos razas (la española y la indígena) no es más que un constructo ideológico y que
no tiene ningún fundamento histórico real. Imagínense que los mexicanos no somos hijos de Hernán
Cortés y de la Malinche como nos lo contó Octavio Paz. Imagínense que la idea de la “raza cósmica”
es solamente el delirio de un loco acomplejado. Imagínense que el sentimiento nacional de derrota
que nos han inculcado con base en la Conquista española es una falacia. Imagínense que nuestra
visión de menosprecio contra la piel morena y contra las culturas indígenas es motivado por una
narración de la historia de un grupo de españoles y de criollos que querían mantener el poder
político y económico.

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