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¿Adán y Eva eran negros?
"En África empezó el viaje humano en el mundo. Desde allí emprendieron nuestros
abuelos la conquista del planeta. Los diversos caminos fundaron diversos destinos, y el sol
se ocupó del reparto de colores. Ahora las mujeres y los hombres, arcoíris de la tierra,
tenemos más colores que el arcoíris del cielo; pero somos todos africanos emigrados.
Hasta los blancos blanquísimos vienen de África. Quizás nos negamos a recordar nuestro
origen común porque el racismo produce amnesia, o porque nos resulta imposible creer
que en aquellos tiempos remotos el mundo entero era nuestro reino, inmenso mapa sin
fronteras, y nuestras piernas eran el único pasaporte exigido."
“Espejos”, Eduardo Galeano.
La desmemoria/1
Estoy leyendo una novela de Louise Erdrich. A cierta altura, un bisabuelo encuentra a su
bisnieto.
El bisabuelo está completamente chocho (sus pensamientos tienen el color del agua) y
sonríe con la misma beatífica sonrisa de su bisnieto recién nacido. El bisabuelo es feliz
porque ha perdido la memoria que tenía. El bisnieto es feliz porque no tiene, todavía,
ninguna memoria.
He aquí, pienso, la felicidad perfecta. Yo no la quiero.
La desmemoria/2
"El miedo seca la boca, moja las manos y mutila. El miedo de saber nos condena a la
ignorancia; el miedo de hacer nos conduce a la impotencia. La dictadura militar, miedo de
escuchar, miedo de decir, nos convirtió en sordomudos. Ahora la democracia, que tiene
miedo de recordar, nos enferma de amnesia; pero no se necesita ser Sigmund Freud para
saber que no hay alfombra que pueda ocultar la basura de la memoria"
La desmemoria/3
En las islas francesas del Caribe, los textos de historia enseñan que Napoleón fue el más
admirable guerrero de Occidente. En esas islas, Napoleón restableció la esclavitud en 1802.
A sangre y fuego obligó a que los negros libres volvieran a ser esclavos de las plantaciones.
De eso, nada dicen los textos. Los negros son los nietos de Napoleón, no sus víctimas.
La desmemoria/4
Chicago está llena de fábricas. Hay fábricas hasta en pleno centro de la ciudad, en torno al
edificio más alto del mundo. Chicago está llena de fábricas, Chicago está llena de obreros.
Al llegar al barrio de Haymarket, pido a mis amigos que me muestren el lugar donde fueron
ahorcados, en 1886, aquellos obreros que el mundo entero saluda cada primero de mayo.
-Ha de ser por aquí-, me dicen. Pero nadie sabe.
Ninguna estatua se ha erigido en memoria de los mártires de Chicago en la ciudad de
Chicago. Ni estatua, ni monolito, ni placa de bronce, ni nada.
El primero de mayo es el único día verdaderamente universal de la humanidad entera, el
único día donde coinciden todas las historias y todas las geografías, todas las lenguas y las
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religiones y las culturas del mundo; pero en los Estados Unidos, el primero de mayo es un
día cualquiera. Ese día, la gente trabaja normalmente, y nadie, o casi nadie, recuerda que
los derechos de la clase obrera no han brotado de la oreja de una cabra, ni de la mano de
Dios o del amo.
Tras la inútil exploración de Haymarket, mis amigos me llevan a conocer la mejor librería
de la ciudad. Y allí, por pura casualidad, descubro un viejo cartel que está como
esperándome, metido entre muchos otros carteles de cine y música rock.
El cartel reproduce un proverbio del África: Hasta que los leones tengan sus propios
historiadores, las historias de cacería seguirán glorificando al cazador.
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Casi olvido escribir este ensayo, y en ese olvido casi programado, llega a mi
memoria, si es que allí no estaba, la sensación de no recordar con mucho detalle de que
consta “escribir un ensayo”.
Todos los seres vivos dotados de un sistema nervioso simple, poseen la capacidad
de adquirir conocimientos sobre el mundo que los rodea, y por lo tanto crear recuerdos.
Estos últimos señalan que se ha realizado un aprendizaje. Y un aprendizaje no es más que
un cambio relativamente permanente en el comportamiento de una persona dado por la
experiencia1.
1
Feldman, 2005.
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Llego a la conclusión de que el ser humano nace predispuesto al olvido, nada existe
si no es para ser olvidado. Todo tiende al estado de amnesia2, amnesia que nos es común a
gran parte de la humanidad.
Y hoy, aparentemente lejos de esos años, aún seguimos repitiendo los mismos
hechos, sin más esperanza que la probabilidad de que las cosas algún día cambien.
Esperanza de esperar el momento justo, el preciso instante en que se nos diga que
aun no es tarde, que quizás se pueda cambiar de rumbo, ahora, o mañana; no importa.
Así también es la memoria, lejana, incierta, inmóvil. Hasta que aparecen esas
pequeñas cosas, silentes indicios, que le devuelven el alma y dejan de ser inertes fotografías
para convertirse en breves fragmentos de vida; que en su conjunto configuran nuestro
actuar.
Hablar de memoria colectiva, supone reconocer una historia común, más allá de las
disparidades o distorsiones de lo relativo; supone utilizar una licencia del lenguaje que nos
permita decir como propias, palabras de todos. La memoria de una sociedad comprende el
“para qué” de nuestro pasado, donde éste es “algo más” que hechos; donde “nosotros”
formamos parte de él y por ello es “nuestro”.
Pretendo hoy ejercer memoria para reflexionar acerca de lo ocurrido hace no mucho
más de 30 años, pero no puedo. Mi existencia no resiste el ejercicio de la memoria, se trata
de una época de la cual no fui testigo, y por lo tanto he de recurrir siempre a fuentes orales
o escritas, anteriores a mí.
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adquirir; algunos dicen que debe ejercitarse para no perderla; según creo yo, esa capacidad
llega sola… la capacidad de recordar digo, y la de olvidar también…
…hace ya casi nueve años que vivo en Coronel Dorrego, Provincia de Buenos
Aires, y a raíz de este trabajo, mi pequeño Rawson (también en Provincia de Buenos Aires)
vuelvo a mí…
Olvidar es aún más difícil que rememorar, su acción es ignorar, pasar por alto, o en
ciertos casos negar lo que hasta entonces reconocíamos. La idea no es juzgar “por qué” lo
hacemos, más bien me pregunto, ¿para qué lo hacemos?
- No se… No recuerdo…
Pero me retruca:
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no alcanza, hace falta sentirnos participes, testigos responsables, aprender de esas pequeñas
cosas, testimonios que a su vez le devuelvan el alma a la historia, para que deje de ser eso,
un inanimado pedazo de tiempo, que solo le importa a unos pocos que dedican su vida a
leerla, o a interpretarla, a contarla, a escribirla…
Es un camino complicado, hay que tener muy claro a dónde vamos, para no
desviarnos, para no caer otra vez en el trágico “no te metas” o el clásico pretexto escolar:
“fuimos todos”, el “algo habrán hecho”…
Justicia que no es ni inmediata ni concreta, justicia que solo será tal, cuando sepamos
valorar la vida en cualquiera de sus formas, cuando aprendamos que la única y más
duradera herencia que podemos dejar, es la certeza de que hicimos lo que debíamos hacer,
o más; que la memoria es algo más que una proyección en el tiempo, es un “arma cargada
de futuro”, es memoria-herramienta, es quizás lo único que sobreviva tanto a las secretas,
como a las cotidianas muertes.
Los hijos, herencia de la vida, fueron en la mayoría de los casos, sobrevivientes de las
secretas muertes que se llevó consigo la dictadura.
Hace tiempo que conozco a uno de ellos, uno de esos hijos cuyos padres arrebató el
pasado golpe de estado. Es profesor en la escuela a la que asisto, la E. E. M. N° 2 de
Coronel Dorrego, enseña física, química, y matemática en algunos cursos, sin enumerar
talleres opcionales que la escuela brinda.
Desde hace un tiempo, la escuela ofrece a los alumnos de los últimos tres años, un
taller sobre medio ambiente, en el cuál él, Ramón Aiub, es el profesor a cargo. En ese
espacio estudiamos (y discutimos) acerca del entorno y su intrínseca relación con la
sociedad. No se trata de una materia con demasiada carga horaria, apenas unas tres horas
semanales repartidas en tres días. A lo largo de esa hora (hora y pico a veces) los temas a
tratar suelen sucederse sin demasiado reposo, por lo que al cabo del día, bien pudieron ser
tres o cuatro las veces que la clase torna en un giro inesperado a causa de una expresión o
una idea que abre paso, a su vez, a otra cuestión de igual o mayor importancia. Otro caso,
completamente distinto, se da cuando la charla implica cuestionamientos sociales; la clase
se extiende invariable, doy por seguro que se debe a que es una persona muy
comprometida.
No se cuán distinto sería él hoy, si sus viejos hubieran estado allí para acompañarlo,
como lo hacen los míos conmigo. Ocurre que los viejos son algo irremplazable, calan a
fuerza de retos, palabras de aliento, abrazos, cobijo, en todo lo que al fin y al cabo somos.
¿Memoria Genética?
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Recuerdo recientemente haber compartido con él una canción de Armando Tejada
Gómez llamada “Piedra Libre” que llegando al final de una de sus estrofas canta:
Pero la herencia trasciende más allá de las ausencias, y es así como padre e hijo,
quizá sin querer, comparten el amor por las palabras, uno construye poemas, el otro
compone canciones… en fin…
“veinticuatro”, del libro “Versos Aparecidos” de Carlos Aiub. Editorial Libros de la talita
dorada, 2007
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Es de mañana, llueve desde temprano, pienso en qué trae esa lluvia a mi recuerdo…
Pienso en todos los que se fueron en masivas despedidas, en los que se fueron en
silencio también. ¿Qué los hizo parte de la memoria?
Pienso también en los que mataron a sangre fría, y por ello merecen el peor de los
castigos; ser recordados.
Aún conservo la sensación, de no saber a ciencia cierta, si todo esto acaba de llegar a
mi memoria, o si allí estaba…