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Deborah Tannen

Yo no quise decir eso!


Cómo la manera de hablar
facilita o dificulta
nuestra relación con los demás

editorial
PAIDOS
México — Buenos Aires — Barcelona
Titulo original: That’s not what I meant! How conversational Style Makes
or Breaks Relationships

Publicado en inglés por Ballantine Books, Nueva York

Traducción de Isabel M. Valle

Cubierta de Alfred Aston

México, 1991

Q uedan rigurosam ente prohibidas, sin la au to rizació n escrita de ios propietario» d el «C op y rig h t» , b a jo las san ­
ciones establecidas e n las leyes» Ea repro d u cció n to ta l o parcial d e esta o b ra p o r cualquier m edio o procedim ien­
to, com p ren d id o s la reprografía y el tra tam ien to in fo rm ático , y la d istribuci6n d e ejem plares d e ella m ed ian te al­
q uiler o p résta m o públicos,

© 1980 by Deborah Tannen


© de todas las ediciones en castellano,
Ediciones Paidós Ibérica, S.A.,
Mariano Cubí, 92 - 08021 Barcelona;
Editorial Paidós, SAICF, „
Defensa, 599 - Buenos Aires.

© de esta edición
Editorial Paidós Mexicana, S.A.
Rubén Darío 118
Col. Moderna 03510
México, D,F.
Tels.: 579-5922 • 579-5113
Fax: 590-4361

ISBN: 968-853-200-2

Impreso en México
Printed in Mexico
Indice

Prólogo..............................................................................,............. 9
Agradecimientos ........................................................ 11

I. Lingüística y estilo de la conversación

1. El problema es el proceso................................ 15
2. Los funcionamientos del estilo de la conversación............................ 27
3. Señales y esquemas de la conversación............................................... 43

II. Estrategias dé la conversación

4. Por qué no decimos lo que queremos d ecir ......... 63


Parte 1. Por qué no decimos lo que queremos decir ............... 64
Parte II. Por qué no podemos decir lo que
queremos d ecir...................................................... -.............. 69
5. Construyendo y reconstruyendo........................................... 79
6. Poder y solidaridad........................................ *................................ 97

III. Hablando en el hogar; estilo de conversación entre los íntimos

7. Por qué las cosas empeoran.................................................................. 117


8. Charla en la relación íntima: de él y de ella..................................... 129
9. El íntimo como crítico ............................................................... 148

IV. Lo que usted puede y no puede hacer con el estilo de conversación

10. Hablando sobre modos dehablar .............................. 171

Notas ......... 195


Bibliografía............. 201
Indice analítico................................... 203

7
A mis profesores de lingüística:

A. L. Becker
Wallace L, Chafe
John J, Gumperz
Robín Tolmach Lakoff

que en forma desinteresada me brindaron la observación de


su trabajo para formar la base del mío, así como también me
animaron a realizar mi propio trabajo y a escribir y hablar
sobre él con voz propia, tanto dentro como fuera del ámbito
universitario.
P rólogo

Una estudiante que siguió el curso sobre comunicación in­


tercultural que imparto en el Departamento de Lingüística de
la Universidad de Georgetown, comentó que el curso había
salvado su matrimonio. En las reuniones de profesores, mis
colegas lingüistas me detienen en la sala para decirme que han
mostrado uno de mis artículos a amigos o parientes, y que eso
ha ayudado a salvar sus matrimonios.
¿Qué tienen que ver los lingüistas con el salvataje de matri­
monios? La lingüística es la disciplina académica que se dedica
a comprender cómo trabaja el lenguaje. A través de la conver­
sación, se hacen, se mantienen y se rompen relaciones; la
lingüística brinda un método concreto para comprender estos
procesos. Algunas ramas de la lingüística se interesan princi­
palmente por la historia, la gramática o la representación
simbólica del lenguaje. Pero también otras ramas —la socio-
lingüística, el análisis del discurso y la lingüística antropológi­
ca— tratan de comprender cómo utiliza la gente el lenguaje en
su vida diaria, y cómo la gente proveniente de distintas cultu­
ras emplea el lenguaje de modos diferentes. Este libro nace en
estas ramas de la lingüística.
Pero la estudiante que dijo que mi curso salvó su matrimonio
es norteamericana, y su esposo también. ¿Qué relación tiene la
comunicación intercultural con ellos? Por cierto que está rela­
cionada con todos, porque toda comunicación es más o menos
intercultural. Aprendemos a utilizar el lenguaje mientras
crecemos; y crecer en diferentes partes del país, tener una
formación étnica o religiosa diferente, pertenecer a diferentes
clases sociales, incluso ser hombre o mujer, todo produce
distintas maneras de hablar, que denomino estilos de conver­
sación. Y las diferencias sutiles en el estilo de conversación
producen malentendidos y decepciones, que individualmente
no tienen importancia pero sumados sí la tienen, y mucha.
Como expresó el novelista E. M. Forster en Pasaje a la India,
“una pausa en el lugar equivocado, una entonación mal enten­
dida y ha fracasado toda una conversación”. Cuando las conver­
saciones fracasan, buscamos causas, y por lo general las encon­
tramos culpando a otros o a nosotros mismos. Los que tenemos
una actitud más generosa, culpamos a la relación. Este libro
muestra cuán inmerecidas son esas atribuciones de culpa. Con
frecuencia los malos sentimientos son el resultado de malen­
tendidos que surgen de las diferencias en el estilo de conversa­
ción.
Cierta vez, durante una charla, el anfitrión me presentó
diciendo que en su larga carrera había leído muchos libros
sobre el arte de hablar, pero que todos eran sobre el arte de
hablar en público. Sin embargo, la mayoría de las conversacio­
nes en las que tomamos parte durante nuestra vida no tienen
ese carácter sino que son privadas: se desarrollan entre dos
personas o pocas más. Este libro trata sobre el habla a nivel
privado: cómo trabaja, por qué a veces se desarrolla bien y otras
veces mal. Explica los procesos invisibles del estilo de conver­
sación que influyen en las relaciones. Entender estos procesos
restablece un sentido de control sobre nuestras vidas, haciendo
posible que se mejoren la comunicación y las relaciones en
todas las situaciones en que las personas conversan: en el
trabajo, en las entrevistas, en asuntos públicos, y la más
importante de todap, en el hogar.

10
A gradecim ientos

Quiero agradecer a los que creyeron en mí y me apoyaron:mi


agente, Rhoda Weyr; mi editora, Maria Guarnaschelli; Amy
Gross, de la revista Vogue; mis padres, Dorothy y Eli Tannen;
mis hermanas Naomi y Mimi Tannen; mis amigos Karl Gold­
stein, June McKay, Lucy Ray y David Wise. En especial estoy
agradecida a los que leyeron borradores previos y brindaron
sus comentarios críticos: A, L. Becker, Naomi Tannen y David
Wise.
Casi todas las personas con las que me encuentro se trans­
forman en una fuente potencial de ejemplos. Mi familia, ami­
gos, estudiantes y colegas, y también miembros del público
presente en charlas en las que participé; todos, de forma
generosa, ofrecieron sus propias experiencias, que me ayuda­
ron a entender la conversación y a ilustrar esa comprensión
para otros. Muchos de ellos deben figurar sin nombre, pero
agradezco su ayuda igualmente. Algunos, cuyos nombres co­
nozco, son Tom Anselmo, Tom Brazaitis, Mark Clarke, Sysse
Engberg, Ralph Fasold, Crawford Feagin, Thaisa Frank, Jo
Ann Goldberg, Karl Goldstein, Paul Goldstein, Walter Gor­
man, Donald Wei Hsxung, Imelda Idar, Deborah Lange, Bill
Layher, Joice Muis-Lowery, Susie Napper, Carol Newman,
Mathilde Paterakis, Marda Perlstein, Eileen Price, David
Rabin, Laurel Hadassah Rabin, Lucy Ray, Dan Read, Chuck
Richardson, Cynthia Roy, Debby Schiffrin, Ron Scollon, Naomi
Tannen, Jackie Tanner, Anne Walker y David Wye. Mi agrade­
cimiento a ellos y a los que me proporcionaron ejemplos, no a
través de un acto de la voluntad, sino simplemente por haber
conversado conmigo.

11
I

LINGUISTICA Y ESTILO
DE LA CONVERSACION
r

fe ;-
1
El problem a es el proceso

Usted conoce la sensación: usted se encuentra con alguien


por primera vez, y es como si se hubieran conocido de toda la
vida. Todo va sobre ruedas. Usted sabe con exactitud qué quiere
decir ella; ella sabe con exactitud qué quiere decir usted. Se ríen
al mismo tiempo. Sus oraciones y las de ella tienen un ritmo
perfecto. Se siente estupendamente; lo está haciendo todo de
forma correcta. Y usted piensa que ella también es estupenda.
Pero usted también conoce la otra sensación: se encuentra
con alguien, trata de ser amigable, causar una buena impre­
sión, pero todo va mal. Hay incómodos silencios. Usted busca
temas. Chocan uno con el otro mientras comienzan a hablar al
mismo tiempo y luego ambos se detienen. Usted comienza a
decir algo interesante pero el otro lo corta. El comienza a decir
algo y parece que nunca tenga que acabar. Usted trata de
aligerar el modo y él se siente como si usted lo hubiera golpeado
en el estómago. El dice un chiste, pero es más grosero que
gracioso. Cualquier cosa que usted haga para mejorar la
situación, la empeora.
Si la conversación siempre siguiera el primer patrón, no
tendría que escribir este libro. Si siguiera siempre el segundo,
nadie hablaría jamás con nadie y no se haría nada. La charla
se halla principalmente en un punto intermedio. Hacemos
cosas; charlamos con la familia, amigos, colegas y vecinos. A
veces lo que la gente dice parece pleno de sentido; a veces suena
un poco extraño. Si alguien no capta con exactitud nuestro
punto de vista, lo pasamos por alto, la charla continúa y nadie
se preocupa demasiado.
Pero si algo importante depende de la conversación —si se

15
trata de una entrevista por un empleo, una reunión de negocios
o una cita con el médico— las consecuencias pueden ser muy
serias. Si se trata de una negociación pública o una conferencia
cumbre internacional, las consecuencias pueden ser calamito­
sas. Y si la conversación tiene lugar con la persona más
importante de su vida, las pequeñas dificultades pueden llegar
a ser enormes, y usted puede terminar en una conversación del
segundo tipo, sin saber cómo llegó allí. Si esto sucede con
frecuencia —en el hogar, en el trabajo o en los encuentros de
rutina cotidianos, de manera tal que usted siente que lo
inalinterpretan siempre y no comprende con exactitud qué
quieren decir los otros— usted comienza a dudar de su propia
habilidad, o hasta de su sano juicio. Por lo tanto 110 puede
prestar atención.
Por ejemplo, Judy Scott solicita un empleo como gerente en
la oficina central de un distribuidor de helados, cargo para el
cual reúne todos los requisitos. En su empleo anterior como
“asistente administrativa”, en realidad había manejado toda la
oficina y realizado una buena tarea. Pero en la entrevista, en
ningún momento tuvo oportunidad para explicarlo. El entre­
vistador llevó toda la charla, Judy se sintió frustrada y no
consiguió el trabajo.
O en el hogar, Sandy y Matt forman un buen matrimonio. Se
aman y son muy felices. Pero una constante fuente de tensión
es que Sandy siente a menudo que Matt en realidad no la
escucha. El le formula una pregunta, pero antes de que ella
pueda contestar, formula otra o comienza a contestarla él
mismo. Cuando se encuentran con los amigos de Matt, la
conversación es tan veloz que Sandy no puede decir una
palabra. Luego, Matt se queja de su silencio a pesar de que no
es callada, por cierto, cuando se encuentra con sus amigos. Matt
piensa que es porque a ella no le gustan los amigos de él, pero
la única razón por la cual no le gustan es que ella siente que la
ignoran, y no puede encontrar la forma de introducirse en su
conversación.
A veces, las tensiones en una conversación reflejan diferen­
cias reales entre las personas: están enojadas una con la otra,
en realidad no se comprenden. Se han escrito libros sobre esta

16
situación; cómo pelear limpio, cómo hacerse valer. Pero a veces
aparecen tensiones y peculiaridades cuando en realidad no
existen diferencias básicas de opinión., cuando todos, sincera­
mente, tratan de congeniar. Este es el tipo de mala comunica­
ción que hace que la gente enloquezca. Y por lo general se debe
a diferencias en el estilo de conversación.
Una conversación bien llevada es una visión de cordura, una
ratificación de nuestro propio modo de ser humano y de nuestro
propio lugar en el mundo. Y no hay nada más profundamente
inquietante que una conversación que fracasa. Decir algo y ver
que se entiende de otra manera; tratar de ser atentos y que se
piense que somos insistentes; intentar ser considerados y que
nos llamen fríos; tratar de establecer un ritmo de manera tal
que la charla se deslice en el ambiente sin esfuerzo, sólo para
terminar sintiéndonos como un interlocutor pesado que no
puede coger el ritmo. Ese fracaso en la charla socava nuestra
sensación de que somos una capaz y buena persona. Si sucede
con frecuencia, también puede hacer tambalear nuestra sensa­
ción de bienestar psicológico.
Este libro presenta el punto de vista de un lingüista sobre
cuál es el elemento que hace que la conversación sea estimulan­
te o frustrante. A través de la lente del análisis lingüístico del
estilo de conversación, muestra cómo ésta va sobre ruedas, o no
avanza. Su meta es hacerle saber que usted no está solo ni loco,
y ofrecerle más posibilidades de continuar, finalizar o mejorar
la comunicación en su vida pública y privada.
Este libro también le dará una idea de cómo puede ayudarle
un análisis lingüístico del estilo de conversación. Comenzaré
por describir cómo aprendí a amar la lingüística y a prestar
atención al estilo.
La lingüística me atrapó el año en que se disolvió mi
matrimonio. Tratando de convertir un fracaso en éxito, aprove­
ché mi libertad recién descubierta y asistí al Instituto de
Lingüística de la Universidad de Michigan durante el verano,
en 1973, para descubrir sobre qué trataba.
Siete años de convivencia con el hombre del cual me acababa
de separar, me habían dejado aturdida con preguntas sobre la
comunicación. ¿Qué es lo que andaba mal cuando tratábamos

17
de hablarnos? ¿Por qué ese hombre maravilloso, adorable, se
convertía en un demente cruel cuando tratábamos de analizar
las cosas y hacía que yo también me sintiera así?
Recuerdo una discusión casi al final de nuestro matrimonio.
Me quedó grabada no porque fuese original, sino porque era
dolorosamente típica y porque «1 nivel de mi frustración alcan­
zó una nueva altura. Sentí que estaba perdiendo el juicio. Era
una de nuestras frecuentes conversaciones sobre planes, sim­
ples, sin mayor consecuencia, pero que involucraban a ambos
y, por lo tanto, tenían que hacerse de común acuerdo. En este
caso se trataba de aceptar o no una invitación para visitar a mi
hermana.
Pregunté, cómoda en el marco de nuestro hogar y segura de
mi consideración por estar dispuesta a hacer lo que mi esposo
deseara, “¿Quieres ir a lo de mi hermana?”. Respondió, “De
acuerdo”. Supongo que “de acuerdo”no me sonó como respuesta
aceptable; más bien me pareció que indicaba otra cosa. Así que
proseguí. “¿En realidad quieres ir?”. El explotó: “¡Me estás
volviendo loco! ¿Por qué no decides qué deseas?”.
Su explosión me lanzó en picada. En primer lugar, había
aprendido de .mi padre que aun los impulsos más groseros
deberían expresarse en tono bajo, por lo tanto el volumen e
intensidad de la voz de mi esposo siempre me infundieron
temor y me parecieron mal desde el punto de vista moral. Pero
la razón por la cual me sentí más incrédula y ultrajada que
enojada, fue por la aparente irracionalidad de su comentario.
(Como Bruno Bettelheim ha señalado,1 las personas pueden
soportar casi cualqüier cosa si ven una razón para ello.)
“¿Decidir? Ni siquiera he dicho que lo desee. Estoy dispuesta a
hacer lo que tú quieras, ¿y recibo esto?”. Me sentí atrapada en
un teatro del absurdo cuando deseaba de manera desesperada
vivir en una obra de teatro bien hecha.
Leerlo puede dar la impresión (a algunos) de que mi esposo
estaba loco. Así lo pensé. Y pensé que yo también estaba loca
por haberme casado con él. Siempre se enfadaba conmigo por
decir cosas que yo nunca antes había dicho, o por no prestar
atención a algo que yo estaba segura de que él nunca había
dicho.
En la tranquilidad de la reflexión a solas y al recordar sus
buenas cualidades, podría decidir que, puesto que ambos éra­
mos personas decentes que por lo general agradábamos y, por
otra parte, no mostrábamos signos de perturbación mental, y
puesto que nos amábamos, no había razón para que peleára­
mos amargamente por nada. Podría decidir que no volviera a
suceder. Pero luego comenzaríamos a hablamos y antes o
después algún comentario insignificante podría provocar una
respuesta acalorada y así quedar enredados en una batalla
irracional.

LA LINGÜISTICA AL RESCATE

Había renunciado a tratar de resolver estas dificultades


insuperables de la conversación, pero cuando asistí al Instituto
de Lingüística todavía estaba tratando de comprender cómo se
habían producido. Allí escuché al profesor Kobin Lakoff en una
conferencia sobre los rodeos que se hacen al hablar. Las
personas prefieren no expresar con franqueza lo que quieren
decir porque no sólo se interesan por las ideas que quieren
expresar. También —más aún— se interesan por el efecto de
sus palabras sobre aquellos a quienes están hablando. Quieren
asegurarse de mantener la camaradería, evitar imponerse y
ofrecer (o al menos parecerlo) a la otra persona la posibilidad de
elección en el tema que tratan, Y las personas tienen diferentes
modos de cumplir estos objetivos potencialmente conflictivos.
Entonces, la luz de un reflector iluminó el escenario de mi
matrimonio. Di por sentado que podría salir a la escena y decir
lo que quisiera, que podría preguntar a mi esposo qué deseaba
hacer y él me lo diría. Cuando le pregunté si quería visitar a mi
hermana, me propuse dar a la pregunta un sentido literal. Es­
taba pidiendo información sobre sus preferencias para compla­
cerlo. El también quería complacerme. Pero supuso que las
personas —aun las casadas— no siempre revelan lo que de­
sean. Según él, eso sería coercitivo porque le resultaba difícil
negarse a un pedido directo. Por lo tanto, supuso que las
personas insinúan lo que desean y captan las insinuaciones.

19
Una buena forma, de insinuar es formular una pregunta. Mi
esposo creyó oír, tan claro como es posible, que le estaba
haciendo saber que yo quería ir. Si no» yo no lo hubiese
mencionado. Como él acordó dárme lo que yo deseaba, tendría
que haberlo aceptado de manera elegante —y agradecida—.
Cuando proseguí con la segunda pregunta. “¿En realidad
quieres ir?”, oyó —otra vez fuerte y claro— que yo no lo deseaba
y que le volvía a preguntar para que él me liberara del
compromiso.
Desde el punto de vista de mi esposo, en ese momento yo era
irracional. En primer lugar, le insinué que quería ir, y luego,
cuando obtuve lo que deseaba, cambié de opinión y le hice saber
que no quería ir. El trataba de ser agradable, pero yo me
mostraba caprichosa. Esa era exactamente mi impresión, pero
con nuestros roles intercambiados. La intensidad de su explo­
sión (y de mi reacción) provino del efecto acumulativo de esas
repetidas frustraciones.
Esto nos sucede tan a menudo que uno de nuestros propios
chistes era la protesta “Sólo lo hice por ti”. Pudimos apreciar el
humor de todo esto en retrospectiva, pero en el momento en que
sucedió, fue cualquier cosa menos gracioso.'
Continuamente teníamos conversaciones como ésta:

“No fuimos a la fiesta porque tú no quisiste.”


“Yo quise ir. Tú no quisiste.”

Resulta que él había tomado algo que yo había dicho como


una insinuación sobre lo que yo deseaba, y yo había tomado por
un deseo de él su conformidad con mi supuesto deseo. El
continuaba guiándose por insinuaciones que yo no había hecho,
y yo seguía pasando por alto insinuaciones que él sí había
hecho. Colmados ambos de buenas intenciones, seguíamos
haciendo lo que ninguno de los dos deseaba. Y en lugar de
agradecimientos, ambos recibíamos recriminaciones. Uno vol­
vía loco al otro.

20
“¿POR QUE?”

Uno de los elementos perturbadores más importantes en


nuestro matrimonio fue la preguntita aparentemente inocente
“¿Por qué?”. Habiendo crecido dentro de una familia en la cual
las explicaciones se ofrecían como cosa corriente, siempre
estaba preguntando a mi esposo “¿Por qué?”. Por el contrario,
en la familia de él no se ofrecían ni se requerían explicaciones,
por lo tanto, cuando yo preguntaba “¿por qué?”, él buscaba un
sentido oculto a la pregunta y concluía que yo cuestionaba su
decisión y hasta su derecho de tomarla. El hecho de que le
preguntara constantemente “por qué”, le parecía un esfuerzo
de mi parte para destacar su incompetencia. Más aún, al no
estar acostumbrado a escuchar a las personas dar explicacio­
nes de sus actos y al no haber tenido en el pasado la obligación
de explicar sus razones, tendía a actuar por instinto. Por lo
tanto, no hubiera podido explicar sus razones aunque hubiese
querido.
Como resultado, solíamos tener conversaciones como ésta:

“Vamos a casa de Toliver esta noche.”


“¿Por qué?”
“De acuerdo. No debemos ir.”

Luego se enojaba conmigo por no estar dispuesta a hacer


esta pequeña cosa por él, y yo me enojaba con él porque
cambiaba de parecer en el momento, se negaba a explicar por
qué deseaba ir o por qué no, y se ponía de mal humor sin razón.
Lo que hace que sea difícil desenmarañar malentendidos de
este tipo es el hecho de que nuestras maneras de comunicamos
nos parecen naturales a nosotros mismos. El sintió no que
estaba insinuando, sino que se estaba comunicando. No creyó
que estaba captando insinuaciones de mi parte, sino que me
escuchaba comunicarme.
Por eso el consejo “sea franco”, que se oye con frecuencia, no
ayuda demasiado. Eramos francos. Pero nuestras formas de
serlo eran distintas y mutuamente ininteligibles. Cuando yo
pasaba por alto su insinuación, él presumía que yo sabía qué

21
quería decir y me negaba a respetarlo. Cuando negaba haber
querido decir lo que él me había escuchado decir (o insinuar, la
misma cosa), pensaba que yo me mostraba frívola o falaz.
Cuando yo no había querido decir lo que él me había escuchado
decir, y yo no había escuchado lo que él sabía que había querido
decir, nuestros intentos por resolver el problema fracasaban.
La única forma que conocíamos de tratar la enfermedad era
precisamente lo que la causaba: hablar.

DIFUNDIENDO LA PALABRA

Cuando llegué al Instituto de Lingüística en Ann Arbor, con


la confusión y frustración de años de enredos frescos en mi
memoria (y con la pena de la ruptura fresca en mi corazón),
comencé mi estudio de la lingüística analizando mis propias
fallas de comunicación que recordaba. Proseguí para obtener
un doctorado en lingüística y luego para enseñar, dar conferen­
cias y para continuar investigando cómo el uso normal del
lenguaje lleva a malentendidos aparentemente anormales, en
público y en privado.
Al escuchar estos relatos y otros ejemplos, amigos y extraños
que hablaban conmigo, asistían a mis conferencias o leían mis
artículos, insistían en que ellos también tenían los mismos
tipos de malentendidos. Una y otra vez escuchaba: “Usted pudo
haber estado hablando sobre mi esposo y yo” o “mi novio y yo”
o “mi jefe y yó” o “mis parientes políticos y yo”.
Por ejemplo, la suegra de Stephanie acostumbraba a visitar­
la con su perro, una pequeña criatura astuta pero nerviosa, que
ladraba al perro de Stephanie y causaba un alboroto general.
Stephanie trató, en forma amable, de hacerle saber a su suegra
que no deseaba que llevara el perro cuando la visitaba, y le dijo:
“No debería traer su perro porque no es justo para él. Se altera
y ladra a nuestro perro y luego tiene que encerrarlo y no está a
gusto”. La suegra agradeció á Stephanie su preocupación pero
le aseguró que el perro estaba muy bien durante las visitas.
Entonces Stephanie tuvo que ser más directa y decirle que a

22
ella no le gustaba tener el perro allí. La suegra no se ofendió,
pero Stephanie se enfadó porque pensó que su suegra la había
forzado a ser descortés. Se quejó a su esposo: “¿Por qué siempre
tengo que explicarle las cosas en detalle?”.
Después de haber escuchado mi explicación sobre los rodeos
que se hacen al hablar se le ocurrió que el problema se debía a
los diferentes estilos de conversación más que al carácter
obstinado de su suegra. Vio por primera vez que lo que ella
consideraba ser amable era en realidad una comunicación
indirecta y tal vez no clara. Por su parte, Robert a menudo
ofendía y molestaba a la madre de Stephanie al ser muy directo,
diciendo, por ejemplo, “No quiero hacer eso” en lugar de
“Bueno, veré qué puedo hacer”, negándose sólo después de dar
la impresión de haberlo tratado.
Lo que algunos llamarían franqueza, para Stephanie era
descortesía. Por ejemplo, una amiga de Stephanie la llamó para
decirle que cancelaba su invitación a cenar porque estaba muy
cansada. Stephanie se ofendió. Estar sólo cansada no le pareció
razón suficiente para dejar de cumplir lo convenido, así que
darlo como razón parecía demostrar cierta insensibilidad ante
la invitación. Una excusa aprobada podía haber sido que no se
sentía bien o que había surgido algo inesperado, fuese o no
verdad. Stephanie nunca reiteró la invitación y ella sí inventó
las excusas apropiadas cuando-¡Linda la invitó a su vez. Y ése
fue el fin de una amistad en cierne.

EL HABLA HACE NUESTROS MUNDOS

De este modo, las conversaciones dan forma a nuestros


mundos personales, no sólo con la familia, los amigos y com­
pañeros de trabajo, sino también en público. Que el mundo sea
un lugar placentero u hostil depende en gran parte del resulta­
do global de la impresión acumulativa de encuentros diarios en
apariencia insignificantes: tratos con vendedores, empleados
bancarios, carteros, funcionarios burocráticos, cajeros y telefo­
nistas. Cuando estos intercambios de relativa trascendencia

23
son fluidos y agradables, sentimos (sin pensar en ello) que
hacemos las cosas de manera correcta Pero cuando son tensos,
confusos o aparentemente groseros, podemos perder el humor
y agotar nuestra energía. Nos preguntamos qué sucede con
ellos o con nosotros.
El hablar con rodeos, los modos de emplear preguntas o
rehusarse en forma.cortés, son aspectos del estilo de la conver­
sación. También enviamos señales por lo rápido o alto que
hablamos, por nuestra entonación y elección de palabras, así
como también por lo que en realidad decimos y cuándo lo
decimos. Estos cambios lingüísticos están en constante trans­
formación, guían nuestras conversaciones pero no los adverti­
mos porque pensamos en términos de intenciones (grosero,
amable, interesado) y carácter (ella es agradable, él no).
A pesar de las buenas intenciones y del buen carácter que
todos tenemos—de nuestra parte (que damos por sentado) y de
otros (de los cuales dudamos con facilidad)— nos encontramos
atrapados en la mala comunicación, porque los mismos méto­
dos —y los únicos— qüe tenemos para comunicarnos no son,
como parecen, axiomáticos y “lógicos”. En cambio, varían según
las personas, en especial en una sociedad como la norteameri­
cana, donde los individuos provienen de culturas tan diversas.
Muchos comportamientos en apariencia inexplicables —
indicios de acercamiento o distanciamiento— tienen lugar
porque otros reaccionan a nuestro estilo de hablar de manera
que los lleva a conclusiones que nunca imaginamos. Las perso­
nas con las que hablamos nunca perciben muchos de nuestros
motivos, tan obviqs para nosotros. Muchos casos de descorte­
sía, obstinación, falta de consideración o negativas de coopera­
ción tienen como causa las diferencias en el estilo de conversa­
ción.

¿QUE DEBE HACERSE?

¿Qué podemos hacer para evitar esos malentendidos en


conversaciones breves o íntimas? En algunos casos, podemos

24
alterar nuestros estilos con determinadas personas. Y podemos
tratar de clarificar nuestras intenciones explicándolas, aunque
sea difícil. Rara vez advertimos que haya habido un malenten­
dido. Y aunque lo supiéramos, pocas personas estarían dis­
puestas a retroceder y seleccionar lo que acabaran de decir o
escuchar. El sólo hecho de permitir que otros se den cuenta que
prestamos atención a su modo de hablar puede ponerlos muy
nerviosos. En la escena de apertura de la obra de teatro de
Bernard Shaw, Pygmalion, cuando los espectadores ven a
Henry Higgins tomando notas sobre el acento de Eliza, asumen
que es un policía a punto de empujarla a la cárcel.
Tratar de ser franco con alguien que no está acostumbrado
a esa manera de hablar, sólo empeora las cosas, como Stepha-
nie, que'se enojó con su suegra porque la forzó a ser descortés
al “explicarle las cosas en detalle". Las personas empeñadas en
hallar significados ocultos buscan, de manera más y más
desesperada, las intenciones no expresadas, implícitas en
nuestra comunicación “directa" intencional.
A menudo, la reparación más efectiva consiste en cambiar la
estructura —la claridad o el tono acerca de lo que está sucedien­
do— no hablar sobre ello en forma directa, sino diferente,
presentar diversas hipótesis y, por lo tanto, provocar distintas
respuestas en la persona con quien hablamos.
Pero lo más importante es tomar conciencia de que pueden
surgir malentendidos y, con ellos, enojos, cuando nadie está
loco, nadie tiene mal genio ni nadie es falaz de manera inten­
cionada. Hemos de aprender a detenernos y recordar que los
demás tal vez no quisieran decir lo que les escuchamos.
No sé si mi matrimonio hubiese perdurado si hubiera descu­
bierto la lingüística antes de la ruptura y no precisamente
después, pues habría comprendido mejor lo que sucedía, al
margen de querer o no que continuara. Y no hubiera pensado,
como lo hice en malos momentos, que mi esposo era un Mr.
Hyde, o que él o yo, o ambos nos estábamos volviendo locos, de
manera intermitente pero indudable.
La vida consiste en tratar con otras personas cuestiones
intrascendentes o catastróficas, y eso significa un diálogo
constante. Este libro intenta asegurarle que usted no está

25
perdiendo el juicio cuando las conversaciones parecen tender
más a causar problemas que a resolverlos. Y no perderá (si no
lo desea) a su amigo, su socio o su dinero en las mandíbulas
eternamente abiertas de los diferentes estilos de conversación.
Y ahora veamos cuáles son estos estilos y cómo funcionan.

26
2
Los funcionam ientos del estilo
de la conversación

EL SIGNIFICADO ES EL METAMENSAJE

Usted está sentado en un bar —o en un café o en una


reunión— y de repente se siente solo. Se pregunta: “¿Sobre qué
consideran tan importante hablar todas estas personas?”. Por
lo general, la respuesta es “Sobre nada”. No hay nada que sea
tan importante. Pero para hablar, las personas no esperan
hasta tener algo importante que decir.
Muy poco de lo que se dice es importante para la información
que se expresa en palabras. Pero éso no quiere decir que la
conversación no sea importante. Tiene importancia crucial,
como modo de demostrar que uno se interesa por el otro y cómo
nos sentimos al respecto. Nuestra charla está diciendo algo
sobre nuestra relación.
La información que se da a entender a través de los signifi­
cados de las palabras es el mensaje. Lo que se comunica entre
las amistades —las actitudes de uno con respecto al otro, la
ocasión y lo que estamos diciendo— es el metamensaje. Y son
los metamensajes los que provocan mayor reacción. Si alguien
dice "No estoy enoj ado” y su mandíbula está tensa y aprieta las
^ palabras en un siseo, usted no creerá el mensaje, sino el
metamensaje que dio a entender, por la forma como lo dijo, que
está enfadado. Comentarios como “No es lo que tú dijiste, sino
la forma en que lo dijiste” o “¿Por qué lo dijiste así?” o “Es obvio
que no es ‘nada’, algo anda mal”, son respuestas a los metamen­
sajes de la conversación.
Muchos de nosotros descartamos por inútil la conversación
que no transmite información importante: una pequeña charla

27
sin sentido si se trata de un ambiente social o “retórica vacía”
que se desarrolla en un marco público. Advertencias como
“Omita la charla trivial", “Vaya al tema” o "¿Por qué no dice lo
que quiere decir?” pueden parecer razonables. Pero lo son sólo
si lo único que cuenta es la información. Esta actitud con
respecto a la conversación ignora el hecho de que las personas
se involucran emocionalmente unas con otras, y que la conver­
sación es el principal medio por el que establecemos, mantene­
mos, controlamos y nos adaptamos a nuestras amistades.
Mientras las palabras transmiten información, el modo
como decimos esas palabras —en voz alta, en forma rápida, la
entonación y el énfasis— comunica lo que pensamos cuando
hablamos: tomamos el pelo, flirteamos, explicamos o castiga­
mos; si nos sentimos joviales, enojados o inquisitivos; si quere-
.mos acercarnos o distanciamos. En otras palabras, la manera
como decimos lo que decimos, comunica significados sociales.
A pesar de que con frecuencia respondemos al significado
social durante la conversación, nos es difícil hablar sobre él,
porque ese significado no se encuentra en las definiciones de
palabras que nos da el diccionario, aunque la mayoría de
nosotros le profesa una fe inquebrantable como si fuera el
Evangelio. Siempre es muy difícil hablar —aun ver o pensar—
sobre fuerzas y procesos cuyos nombres desconocemos, aunque
sintamos su impacto. La lingüística brinda términos que des­
criben los procesos de comunicación y, por lo tanto, posibilita
reconocerlos, pensar y hablar sobre ellos.
Este capítulo introduce algunos de los términos lingüísticos
que asignan nombres a conceptos cruciales para entender la
comunicación y, en'consecuencia, las relaciones. Además del
concepto de los metamensajes, en cierto sentido subyacen a
necesidades humanas universales que motivan la comunica­
ción: la necesidad de vincularse con otros y la de estar solos.
Tratar de satisfacer estas necesidades conflictivas nos enfren­
ta a un doble vínculo. El concepto lingüístico de la cortesía
responde a la forma como cubrimos estas necesidades y reaccio­
namos a-ese doble vínculo por medio de los metamensajes
durante nuestra conversación.2

28
PARTICIPACION E INDEPENDENCIA

El filósofo Schopenhauer dio un ejemplo que se cita con


frecuencia: los puercoespines que tratan de pasar un crudo
invierno. Se aprietan unos contra otros para darse calor, pero
con sus afiladas púas se pinchan mutuamente y, por lo tanto,
se separan, Pero luego vuelven a sentir frío. Tienen que regular
la cercanía y la distancia con los otros puerco espines para
evitar congelarse y pincharse: éste es el origen del bienestar y
del sufrimiento.3
Necesitamos acercamos para tener un sentido de comuni­
dad, para sentir que no estamos solos en el mundo. Pero pre­
cisamos mantener nuestra distancia para preservar nuestra
independencia, para que otros no abusen de nosotros o no nos
avasallen. Esta realidad refleja la condición humana. Somos
criaturas individuales y sociales. Necesitamos de otras perso­
nas para sobrevivir, pero deseamos sobrevivir como individuos.
Otra forma de considerar esta dualidad es que somos todos
iguales y todos distintos. Sentimos bienestar cuando nos com­
prenden, y sufrimiento ante la imposibilidad de que nos com­
prendan por completo. Pero también experimentamos bienes­
tar por el hecho de ser diferentes —especiales y únicos— y su­
frimiento por el hecho de ser iguales a los demás, sólo un diente
más de una pieza del engranaje.

VALORANDO LA PARTICIPACION Y LA INDEPENDENCIA

Todos mantemos el equilibro entre la necesidad de partici­


par y la de independencia, pero tanto ios individuos como las
culturas asignan distintos valores relativos a estas necesida­
des, y tienen diversos modos de expresarlos. Estados Unidos,
como nación, ha glorificado el individualismo, en especial con
respecto a los hombres. Esto muestra un marcado contraste,
con respecto a las personas que residen en otros países fuera de
Europa Occidental, quienes a menudo glorifican la participa­
ción dentro de la familia y del clan, tanto en las mujeres como
en los hombres.

29
Los pioneros independientes —y luego la imagen que tene­
mos de ellos— nos han prestado un gran servicio. La glorifica­
ción de la independencia sirvió al progreso general de la nación,"
ya que los individuos (tradicionalmente los varones) estuvie­
ron dispuestos a dejar su ciudad natal —el bienestar de la
familia y de lo conocido— para hallar oportunidades, acceder a
la mejor educación posible, viajar, trabajar dondequiera que
encontrasen los mejores empleos o dondequiera que tuvieran
que ir por sus trabajos. El anhelo de participación atrajo a otros
individuos (tradicionalmente mujeres) que se unieron a ellos.
Los valores del grupo se reflejan en valores personales.
Muchos norteamericanos, en especial (pero no sólo) varones,
ponen mayor énfasis en su necesidad de independencia y
menos en su necesidad de participación social. Por lo general,
ello implica prestar menos atención al nivel del metamensaje
de la conversación —el nivel que se da entre las amistades— y
fijarla, en cambio, en el nivel informativo. Esta actitud puede
llegar hasta la convicción de que sólo el nivel informativo es el
que en realidad cuenta, o el que realmente se encuentra ahí.
Entonces se puede concluir lógicamente que se prescinda de la
charla que no sea rica en información. Así, muchos hijos e hijas
de todas las edades que llaman por teléfono a sus padres,
descubren que el papá desea intercambiar cualquier tipo de
información necesaria y luego cuelga, pero su mamá desea
charlar, “mantenerse en contacto”.
Los hombres norteamericanos tienden a concentrar la char­
la en la información, este enfoque ha determinado el modo
norteamericano de hacer negocios. La mayoría de los nortea­
mericanos pensamos que es mejor “ir al grano” lo antes posible
y no “perder tiempo” en conversaciones intrascendentes (con­
versación social) o “irse por las ramas”. Pero este tipo de enca­
rar los negocios no funciona muy bien en las transacciones
comerciales con griegos, japoneses o árabes, para quienes “la
conversación intrascendente” es necesaria a fines de establecer
la relación social que debe proporcionar la base para manejar
los negocios.
Otra expresión de esta diferencia —que cuesta enormes
sumas de dinero a los turistas norteamericanos— es nuestra

30
incapacidad de comprender la lógica que existe detrás de la
negociación. Si el vendedor africano, indio, árabe, sudamerica­
no o mediterráneo ofrece un producto y el turista desea com­
prarlo, ¿por qué no fijar un precio justo y dejar que la venta se
lleve a cabo? Porque la venta es sólo una parte de la interacción.
Tan importante, si no más, es el juego que tiene lugar durante
la negociación: un astuto método del cual se valen el cliente y
el vendedor para reafirmar su aceptación del hecho de que
están tratando con seres humanos —y que ellos también lo
son— y no máquinas.
Creer que sólo el nivel informativo de la comunicación es
importante y real también desilusiona a los hombres cuando se
trata de mantener relaciones personales. No suele haber infor­
mación trascendente para comentar todos los días. Se encasilla
a las mujeres de manera negativa al considerar que sostienen
conversaciones largas y frívolas que no transmiten informa­
ción significativa. Sin embargo, su habilidad para mantener
una charla con otras mujeres posibilita entablar amistades
íntimas. El columnista Richard Cohén, del 'Washington Post,
comentó que él y otros hombres que conoce, no tienen realmen-
; te amigos, como las mujeres, en parte porque no hablan entre
ellos si piensan que el tema a tratar no es esencial. Por con­
siguiente, muchos hombres se encuentran sin relaciones perso -
nales cuando se jubilan.

EL DOBLE VINCULO

No interesa el valor relativo que asignemos a la participa­


ción y a la independencia, y nuestra manera de expresarlo: las
personas, como los puerco espines, están siempre tratando de
mantener el equilibrio entre estas dos necesidades conflictivas.
Pero la metáfora del puerco espín es un poco engañosa porque
sugiere la secuencia del acercamiento y del alejamiento alter­
nados. Nuestras necesidades de participación e independencia
— estar unidos o aislados— no son sucesivas sino simultáneas.
En forma inmediata debemos cubrir ambas necesidades en
i todo lo que decimos.

31
Y ésa es la razón por la cual nos encontramos en un doble
vínculo. Todo lo que digamos para indicar que estamos relacio­
nados con otros amenaza nuestra individualidad (y la de ellos).
Y todo lo que digamos par^ indicar que mantenemos la distan­
cia con respecto a otros amenaza nuestra necesidad (y la de
ellos) de relacionarnos. No es sólo un conflicto (sentirse desga­
rrado entre dos alternativas), o una ambivalencia (sentir de dos
modos distintos con respecto a una misma cosa). Es un doble
vínculo porque todo lo que hagamos para satisfacer una necesi­
dad, viola la otra. Y no podemos salir del círculo. Si tratamos de
alejarnos sin comunicarnos, golpeamos el campo de fuerza de
nuestra necesidad de relacionarnos y rebotamos dentro del
círculo.
Debido al doble vínculo, la comunicación nunca está plena­
mente lograda: no podemos alcanzar el punto de equilibrio per­
fecto. No nos queda más elección que continuar tratando de
equilibrar la independencia y la participación, la libertad y la
seguridad, lo familiar y lo extraño: hacer ajustes constantes al
inclinamos por una opción o por la otra.4El modo de hacer estos
ajustes en nuestra conversación se entiende como fenómenos
de cortesía.

INFORMACION Y CORTESIA EN LA CONVERSACION

Un ñlósofo de la lengua, H. P. Grice,5 codificó las reglas con


las cuales podría construirse la conversación si la información
fuese su única, finalidad:
• Diga todo lo necesario y nada más.
♦ Diga la verdad.
* Sea relevante.
• Sea claro.
Estas reglas tienen sentido hasta que escuchamos, y pensa­
mos sobre, conversaciones reales. En primer lugar, todos los
aparentes absolutos que sustentan estos preceptos son en
realidad relativos. ¿Cuánto es necesario? ¿Qué verdad? ¿Qué es
ser relevante? ¿Qué es ser claro?

32
Pero aunque pudiéramos ponemos de acuerdo sobre estos
valores, no desearíamos simplemente decir en forma abrupta lo
que pensamos, porque tendríamos que hacer malabarismos
con las necesidades de participación e independencia. Si lo que
queremos decir revela participación, deseamos mitigarla para
indicar que no estamos abusando. Si lo que queremos decir
revela distancia, deseamos mitigarla con participación para
indicar que no estamos rechazando. Si planteamos lo que
deseamos o creemos, otros pueden estar en desacuerdo o no
desear la misma cosa, por lo tanto nuestro planteamiento
podría generar discordia. En consecuencia, preferimos tener
una idea de lo que otros desean o piensan, o cómo, se sienten
sobre lo que deseamos o pensamos, antes de comprometemos
—tal vez, incluso, antes de decidirnos— con lo que queremos
decir.
Los lingüistas y antropólogos denominan “cortesía” a este
amplio concepto de los fines sociales que cumplimos cuando
conversamos: no la idea de la cortesía relacionada con la
afectación, sino en un sentido más profundo al tratar de tener
en cuenta cómo afecta lo que decimos a las otras personas.
El lingüista Robin Lakoff ideó otra serie de reglas que
¡ describen las motivaciones que subyacen a la cortesía, es decir,
cómo modificamos lo que decimos para considerar sus efectos
sobre los demás. Lakoff las señala6:

- 1. No abuse; mantenga su distancia.


y , 2. Ofrezca opciones; permita participar a la otra persona.
. 3. Sea amigable; mantenga la camaradería.

Si seguimos la regla 3 (sea amigable) haremos que los demás


¡ se sientan a gusto al satisfacer su necesidad de participación.
Si aplicamos la regla 1 (no abuse) haremos que los demás
[ . también se sientan a gusto al satisfacer su necesidad de.
\ independencia. La regla 2 (ofrezca opciones) se encuentra entre
la 1 y la 3. Las personas se diferencian según las reglas que
: tienden a aplicar, y cuándo y cómo las emplean.
Consideremos una conversación bastante trivial pero
:. común. Si usted me ofrece algo para beber, puedo responderle
“No, gracias”, aunque tenga sed. En algunas sociedades esta
respuesta es la correcta y esperable; usted insiste y yo cedo
después del tercer ofrecimiento, lo que correspondería a la
regla 1 (no abuse). Si usted espera esta forma de cortesía y yo
acepto al primer ofrecimiento, usted pensará que soy atrevido
o que estoy sediento. Si no la espera y yo la empleo, usted
tomará mi negativa en el sentido literal, y yo podría muy bien
morir de sed mientras espero que usted me haga otra vez la
pregunta.
Yo también podría decir, como respuesta a su ofrecimiento,
“Tomaré cualquier cosa que usted tome”. Esto es cortés en el
sentido de la regla 2: le permito decidir qué ofrecerme. Si lo
hago, pero usted espera que yo rechace el primer ofrecimiento,
seguirá pensando que soy un descarado. Pero si usted espera la
regla 3 (sea amigable), puede considerarme desabrido. ¿No sé
lo que quiero?
Practiquemos la regla 3 (estilos de cortesía, sea amigable).
Podría responder a su ofrecimiento para beber algo dicien­
do “Sí, gracias, un poco de jugo de manzana, por favor”. En
realidad, si éste es mi estilo de cortesía, podría no esperar
que usted me ofrezca algo, sino preguntar en forma directa,
"¿Tiene algo para beber?” o incluso dirigirme a su cocina, abrir
la puerta del refrigerador y gritarle desde allí, “¿Tiene algún
jugo?”
Si tanto usted como yo creemos que esta actitud es la
apropiada, al yo manifestarla refuerza nuestra mutua confor­
midad, porque ambos aprobamos la regla de romper reglas; no
seguir las regías más formales envía un metamensaje: “Somos
tan buenos amigós.que no hay necesidad de ceremonias”. Pero
si usted no aprueba este tipo de cortesía o no desea ser tan
amistoso conmigo, se ofenderá por mi manera de ser tan
amigable. Si nos acabáramos de conocer ése sería el fin de
nuestra amistad.
Por supuesto, éstas en realidad no son reglas, sino sentidos
que tenemos sobre el modo "natural” de hablar. No pensamos
en seguir reglas o incluso (excepto en situaciones formales) en
ser amables. Simplemente hablamos de maneras que parecen
obviamente apropiadas en el momento que las palabras salen

34
de nuestra boca: aparentemente maneras obvias de ser buena
persona.
Sin embargp, el uso que hacemos de estas “reglas” no es
inconsciente. Si nos preguntan por qué dijimos algo en esta o en
otra forma, es probable que expliquemos que hablamos así
porque intentamos “ser amables" o “amistosos” o “considera­
dos". Estos son términos lógicos a los que, la lingüística se
refiere en modo global, como cortesía: métodos para tener en
cuenta el efecto que tiene lo que decimos sobre otras personas.
Las reglas o sentidos de la cortesía no se excluyen mutua­
mente. No elegimos una e ignoramos las otras. Más bien
equilibramos a todas para lograr ser apropiadamente amisto­
sos sin . abusar, para mantener la distancia adecuada sin
parecer demasiado reservados.
Negociar el ofrecimiento de una bebida es un asunto bastan­
te trivial, aunque no debería subestimarse la importancia de
una conversación tan efímera. La manera de hablar en los
innumerables encuentros de este tipo que se producen a diario,
es parte de lo que constituye la imagen que tenemos de nosotros
mismos, y es sobre la base de esos encuentros que formamos
nuestras propias impresiones de cada uno de nosotros y de los
demás. Estos encuentros, tienen un poderoso efecto acumula­
tivo en nuestras vidas personales y de interrelación.
Más aún, el proceso de equilibrar estos sentidos conflictivos
de la cortesía —que están al servicio de la participación y la
independencia— es el fundamento de las interacciones más
trascendentales y que son, a su vez, las más triviales. Conside­
remos los recursos lingüísticos de que disponemos para satis­
facer estas necesidades y su indeterminación inherente, que
significa que nos pueden defraudar con facilidad.

LA ESPADA DE DOBLE FILO DE LA CORTESIA

Sue se proponía visitar a Amy que vivía en una ciudad


distante, pero poco antes del día de su arribo, la llamó para
cancelar su visita. A pesar de que Amy se sintió decepcionada,
trató de comprender, y así se lo manifestó a Sue, creyendo ser

35
amable al no abusar, y respetar la necesidad de independencia
de su amiga. Sue pasaba entonces por una mala época y se
deprimió más. Interpretó la actitud considerada de Amy como
indiferencia, desinterés total, falta de participación. Amy, al
enterarse de la depresión de Sue se sintió en parte responsable
por no haber insistido para que Sue la visitara. Es fácil caer en
esta confusión y difícil superarla, ya que las formas de mostrar
interés e indiferencia son intrínsecamente ambiguas.
Usted puede ser amable con alguien, ya sea demostrándole
su interés o no abusando. Y puede ser mezquino negándose a
demostrar interés, ignorarlo o abusar, es decir, siendo "descon­
siderado”. Puede demostrar a alguien que está enojado y
gritarle, abusando; o negarse terminantemente a hablar con él:
la actividad silenciosa denominada rechazo.
Usted puede ser gentil al decir algo o al callarse. Por ejemplo,
si alguien ha sufrido un revés —no aprobó un examen, perdió
un empleo o contrajo una enfermedad—, puede demostrar su
solidaridad expresando su preocupación en palabras o, de
forma deliberada, no mencionándolo para evitar causar sufri­
miento al hacérselo recordar. Si todos siguen este camino, el
silencio se convierte en una cámara en la cual el enfermo, el
afligido y.el desempleado quedarán aislados.
Si usted opta por evitar mencionar el contratiempo sufrido,
corre el riesgo de parecer que lo ha olvidado o que no le importa.
Puede tratar de evitarlo mirando con expresión de reconoci­
miento, haciendo una referencia indirecta o suavizando el
hecho con eufemismos (“su situación"), evasivas y vacilaciones
(“su... ejem... bueno....eh... usted sabe”) o disculpas (“Espero
que no le moleste que lo mencione”). Pero las miradas signifi­
cativas y las evasivas1'verbales pueden por sí solas ofender al
enviar el metamensaje “Esto es demasiado terrible para men­
cionarlo” o “Su condición es lamentable”. Una persona protegi­
da de esta manera puede tener deseos de gritar “¡¿Por qué no
lo dice de una buena vez?!”.
Un matrimonio norteamericano fue a Alemania a visitar al
hermano del esposo, que vivía con su mujer alemana. Una
noche, durante la cena, la mujer le preguntó dónde había
llevado a sus huéspedes norteamericanos ese día. Al escuchar

36
que había ido al campo de concentración en Dachau, ella
exclamó con repugnancia que ése era un lugar horrendo ¿por
qué había hecho una cosa tan estúpida? El marido cortó su
exclamación susurrándole algo mientras miraba a su cuñada
1 norteamericana. Entonces la mujer inclinó la cabeza en señal
de entendimiento, y dirigió también miradas a la norteameri­
cana, que no se sentía agradecida por la discreción de su cu ñado
y su mujer. Por el contrario, estaba ofendida porque presumía
i que su condición de judía era la causa de los susurros y de las
miradas furtivas.
Todo intento por suavizar el impacto de lo que se dice puede
tener el efecto opuesto. Por ejemplo, una escritora recordó que
i la crítica de un colega sobre el manucristo de su libro le había
impresionado como extremada. Preparándose para revisarlo,
volvió a leer esos comentarios y se sorprendió al descubrir que
eran bastante benignos. La palabra culpable de su primera
; impresión fue la que precedía el comentario, no el comentario
en sí. Al comenzar la oración con “Francamente”, su colega
¡ transmitió este mensaje: “Tenga fortaleza. Esto va a doler
|: mucho”. Estos estratos de significado funcionan siempre en la
conversación; todo lo que usted diga o calle envía metamensa-
jes que forman parte del significado de la conversación.

, METAMENSAJES MIXTOS EN EL HOGAR


■-

' El amor parental pone énfasis en la participación, pero


cuando los hijos crecen, la mayoría de los progenitores mani-
i fiestan más y más signos de amor al respetar la independencia
de su prole que, por lo general, llega muy tarde para el gusto de
: los hijos. El adolescente que toma a mal que le digan que se
ponga un suéter o tome el desayuno, interpreta el signo de
i interés del padre como una imposición. A pesar de que no está
\ en el mensaje, el adolescente descifra un metamensaje que le
í{ dice: “Todavía eres un niño que necesita que le digan cómo debe
^cuidarse”.
¡ Las parejas en relación íntima a menudo difieren sobre el
modo de equilibrar la participación y la independencia. Algu­

¡ 37
nos demuestran amor asegurándose de que el otro coma bien,
se vista con ropa abrigada o no vaya solo por la noche. Otros
piensan que todo eso es abusivo y corresponde al trato con
niños. Otros hay que creen que sus parejas no se preocupan por
ellos porque no se interesan por lo que comen, visten o hacen. ¿
Lo que se puede interpretar como una muestra de respeto por
su independencia, lo toman por falta de participación, que
también podría darse.
Maxwell desea estar solo y Samantha desea atención. En­
tonces ella le presta atención y él la deja sola. El proverbio “Haz ;
por los otros lo que desees que los demás hagan por ti”puede ser
el origen de mucha angustia y muchos malentendidos si el que j
hace y el qué recibe tienen diferentes, estilos.
Samantha y Maxwell podrían sentirse de otra manera si i
cada uno actuara de forma diferente. El puede desear estar solo ;
precisamente porque ella le presta tanta atención, y ella puede
desear atención precisamente porque él la deja sola. Con un ;
cónyuge excesivamente afectuoso, ella podría encontrarse
suplicando que la dejara sola, y con una cónyuge independiente j;
él podría encontrarse suplicando atención. Con respecto a otras J
personas, es importante recordar que la forma como le hablan |
es, en parte, una reacción a su estilo de relacionarse, así como :
este estilo es en parte su reacción frente al estilo que los demás ;
tienen con usted. j;
La manera que tenemos de demostrar participación y consi- í:
deración mientras conversamos nos parecen obviamente apro-
piadas. Y al interpretar lo que otros nos dicen, creemos que ¡£
quieren decir lo qué diríamos si dijéramos lo mismo de idéntica;t
forma. Si no consideramos las diferencias en el estilo de |
conversación, no vemos razón para cuestionarlo. Tampoco lo
hacemos silo que percibimos como considerado o desconsidera-; %
do, cariñoso o no, tenía esa intención. i|
Al tratar de llegar a un entendimiento con alguien que ha ¿|
malinterpretado nuestras intenciones, a menudo llegamos a
un punto muerto, que se reduce a una insistencia infantil:

“Usted lo dijo.”
“¡Yo no dije tal cosa!”

38
“¡Sí lo dijo! ¡Yo lo escuché!"
“No me diga lo que yo dije.”

En realidad, ambas partes pueden ser sinceras y estar en lo


correcto. El recuerda lo que quiso decir y ella recuerda lo que
escuchó. Pero lo que él quiso decir no fue lo que ella entendió:
que fue lo que ella hubiese querido decir si hubiese dicho lo que
él dijo de la forma como lo dijo.
Estos metamensajes paradójicos son constantes y fuentes
potenciales de confusión en todas las conversaciones. En una
serie de charlas entre las mismas personas, cada encuentro
guarda las cargas, así como también los frutos, de conversacio­
nes anteriores. Los frutos de las relaciones actuales constitu­
yen el sentido de comprensión basado en cada vez menos
charla. Este es uno de los gozos más grandes de las conversa­
ciones íntimas. Pero las cargas incluyen también confusión y
decepción en aumento por malentendidos anteriores, y la con­
vicción sólida acerca de la irracionalidad y la mala voluntad del
interlocutor.
Los beneficios de la comunicación reiterada no necesitan
explicación; toda nuestra sabiduría convencional sobre “cono­
cerse uno al otro”, “resolverlo” y “hablar la misma lengua” nos
brinda modos de comprender y hablar sobre esa situación feliz.
Pero necesitamos un poco de ayuda —y algunos términos y
conceptos— para comprender por qué comunicarse a lo largo
del tiempo no siempre resulta en un mejor entendimiento
mutuo, y por qué a veces comienza a parecer que uno u otro está
hablando en otro idioma.

METAMENSAJES MIXTOS A TRAVES DE LAS CULTURAS

El peligro de la tergiversación es mayor, por supuesto, entre


hablantes que hablan diferentes idiomas o provienen de distin-
.tos medios culturales, porque la diferencia cultural necesaria­
mente implica distintas presunciones sobre modos naturales y
obvios de ser amable.
;, El antropólogo Thomas Kochman da el ejemplo de una

39
empleada de oficina blanca que un día llegó al trabajo con un
brazo vendado y se sintió rechazada porque su compañera, una
joven negra, no le hizo ningún comentario. La empleada (doble­
mente) herida presumió que el silencio de su colega se debió a
que no notó o no se interesó por su brazo lesionado. Pero, en
realidad su compañera no había querido llamar la atención de
los demás empleados sobre algo que su colega tal vez no quería
comentar y, al no mencionarlo, le permitió decidir que lo hiciera
o no: fue considerada no abusando. Basándose en su investiga­
ción, Kochman dice que estas diferencias reflejan los estilos
reconocibles de blancos y negros.7
Una mujer norteamericana se sintió ofendida repetidas
veces —incluso, en los peores días, la enfurecieron— por los
ingleses en situaciones en que la ignoraron cuando ella pensó
que deberían haberle prestado atención. Por ejemplo, un día
estaba sentada a la mesa de una cafetería en una estación
ferroviaria, Ante su sorpresa vio que un matrimonio se acomo­
daba en el asiento opuesto de su mesa. Dejaron su equipaje;
apoyaron sus sacos en el asiento vacío; él le preguntó a la esposa
qué le gustaría comer y fue a buscarlo. La mujer se deslizó en
el asiento, de frente a la norteamericana. Y durante todo este
proceso, no mostraron señal de haber notado que había alguien
sentado a la mesa.
Cuando la inglesa prendió un cigarrillo, la norteamericana
tuvo algo concreto para demostrar su enfado. De forma osten-
tosa, comenzó a mirar a su alrededor para mudarse a otra
mesa. Por supuesto, no había ninguna desocupada; ésa era la
razón por la que el matrimonio inglés se había sentado a su
mesa. De inmediato la fumadora apagó su cigarrillo y se
disculpó, lo qué demostró que había notado la presencia de
a lg u ie n más sentado a la mesa y que no era su intención
molestarlo. Luego continuó ignorando a la norteamericana,
actitud también asumida por el esposo cuando volvió con la
comida y la consumieron.
Para un norteamericano, ser amable requiere una charla
entre extraños, forzados a compartir una mesa en una cafete­
ría, aunque no sea más que un breve “¿Le molesta si me.siento?”
o un convencional “¿Hay alguien sentado aquí?”, así sea obvio

40
; que no haya nadie. La omisión de esa charla.le pareció a la
norteamericana una terrible grosería. Ella no advirtió que allí
operaba otro sistema de cortesía. (No podía ver nada excepto su
enojo.) Al ignorar su presencia, el matrimonio inglés la liberaba
de la obligación de advertir la de ellos. La norteamericana
= esperaba una muestra de participación; los ingleses eran
amables al no abusar.
Un norteamericano que había vivido durante años en Japón
explicó una modalidad de cortesía similar. Vivía, como muchos
otros japoneses, en un cuarto muy próximo al de todos los
demás: un pequeño cuarto separado de los vecinos por finas
f paredes de papel. (En este caso, las paredes estaban literal*
í mente hechas de papel.) Para preservar la privacidad, en es­
ta situación carente de ella, sus vecinos japoneses simplemen-
; te actuaban como si nadie más viviese allí. Nunca mostra-
I ban signos de haber escuchado conversaciones, y si mien­
tras caminaban por el pasillo sorprendían a un vecino con
la puerta abierta, en forma resuelta miraban hacia adelan-
¡ te como si estuviesen solos en un desierto. El norteamerica-
j no confesó sentirse ofendido, como creo que la mayoría de los
: norteamericanos se sentiría si un vecino pasara a pocos pa­
sos de distancia sin reconocer su presencia. Pero más tarde se
dio cuenta de que la intención de los japoneses no era ser
i groseros al no demostrar participación, sino ser amables al no
] abusar.
El destino del mundo depende de la comunicación intercul­
tural. Las naciones deben llegar a acuerdos y éstos se hacen a
través de los representantes de las naciones que se sientan a
■ hablar: análogos públicos de las conversaciones privadas. Los
ií procesos y los escollos son los mismos. Sólo las posibles conse-
I cuencias son más extremas.

' NECESITAMOS LOS HUEVOS

fk A pesar del hecho de que hablar a menudo no produce la


comprensión que buscamos, perseveramos en ello, así como las
naciones continúan tratando de negociar y llegar a acuerdos.

41
Woody Alien sabe el porqué y su película Annie Hall termina 3
con este chiste.8
Señales y esquem as de la conversación
Este individuo va a un psiquiatra y dice:

“Doctor, mi hermano está loco. Cree que es un pollo.” Y el


psiquiatra dice: “Bueno, ¿por qué no lo trae?”. Y el individuo
dice: “Lo haría, pero preciso los huevos”. Bueno, supongo que
eso es bastante similar a lo que siento con respecto a las
relaciones.
Cuando abrimos' la boca para decir algo, por lo general
A pesar de que tanto las conversaciones íntimas como las sentimos que sólo estamos hablando, pero lo que decimos y
breves no producen la comunicación perfecta que anhelamos— cómo lo decimos lo elegimos de una amplia gama de posibilida­
y podemos ver por la experiencia pasada y por el análisis des. Y otros reaccionan a nuestras elecciones de la misma
realizado que no pueden— no dejamos de desear y tratar manera que a las ropas que vestimos, cuyo doble propósito es
porque necesitamos los huevos de la participación y la indepen­ cubrimos y mantenemos abrigados, pero también revelan el
dencia. El pollo de la comunicación no puede darnos estos Jtipo dé persona que somos y nuestras actitudes con respecto a
huevos de oro debido al doble vínculo: la proximidad amenaza cada situación. Vestir un traje de tres piezas puede señalar un
nuestras vidas como individuos, y nuestras diferencias reales estilo formal (chapado a la antigua) o respeto por la ocasión;
como individuos amenazan nuestra necesidad de relacionar­ yestir jeans puede señalar un estilo informal (o zaparrastroso)
nos con los demás. o no tomar la ocasión con seriedad. Las personalidades (formal
Pero debido a que no podemos librarnos de la situación —la e informal, chapada a la antigua y zaparrastrosa) y las actitu­
situación humana—, insistimos en equilibrar estas necesida­ des (respetuosa o irreverente) también se señalan por los
des, y para lograrlo no decimos con exactitud lo que queremos modos de hablar.
decir en nuestros mensajes, mientras al mismo tiempo negocia­ Todo lo que se dice debe decirse de forma determinada: en
mos lo que queremos decir en los metamensajes. El significado cierto tono de voz, a cierta velocidad, con cierta entonación y
de los metamensajes depende de señales sutiles y mecanismos ■volumen. Podemos considerar o no a nivel consciente qué decir
lingüísticos, cuyo funcionamiento explicamos en el próximo antes de expresarlo en palabras, pero rara vez consideramos a
capítulo. ' . niyel consciente cómo decirlo, salvo que la situación tenga un
propósito determinado, por ejemplo, una entrevista por traba­
jo, ,un discurso público, despedir a alguien o romper una
relación personal. Y casi nunca tomamos decisiones delibera-
\ das sobre subir o bajar el tono de nuestra voz, si apurarnos o ir
f más despacio. Pero éstas son señales por las cuales interpreta*
íSjnos el sentido de quienes hablan y decidimos qué pensamos de
silos y de sus comentarios.
, ÍSLestilo de conversación no es un mero adorno como el glacé
de una torta. Es el principal ingrediente con el cual está hecha

42 43
i V'-r. •

*r' '
la torta de la comunicación. Los distintos estilos de conversa­ ; , Pero ¿cómo sabe usted cuándo termino? Pues bien, cuando
ción son herramientas básicas para la charla: el modo como i,me detengo. Pero ¿cómo sabe usted cuándo me detengo? Cuan­
demostramos lo que queremos significar cuando decimos (o do mi voz se suaviza, cuando comienzo a repetir o cuando hablo
callamos) algo. Las señales principales son ritmo y pausa, ; más lentamente y hago una pausa al final.
volumen y tono, todos los cuales forman lo que comúnmente se Pero, ¿hasta qué grado tiene que suavizarse mi voz para
considera como entonación. llegar a significar “Esto es todo” en contraposición con “Todavía
Estas señales se utilizan en esquemas lingüísticos que ,. no llegué al punto principal” o “¿Estoy mascullando?” ¿Repetir
hacen el complejo trabajo de la conversación: incluyen siempre, significa “No tengo nada nuevo que decir” o “Estoy enfatizan­
y en forma simultánea, crear conversación tomando turnos al , do”? ¿Y qué extensión de pausa a continuación de una palabra
hablar; demostrar cómo se relacionan las ideas entre sí; demos­ ‘ significa “Me estoy deteniendo” en contraposición con “Estoy
trar lo que pensamos que hacemos cuando hablamos (por .. haciendo una pausa dentro de mi tumo”, haciendo una pausa
ejemplo, escuchar, sentirnos interesados, agradecidos, amisto­ jipara respirar, para encontrar las palabras adecuadas, para dar
sos, en busca o en ofrecimiento de ayuda) y revelar cómo nos ; |un efecto dramático o, como con cualquier señal de la conversa­
sentimos en el momento de hablar. : ción, sólo por hábito?
En primer lugar, describiré las señales de la conversación, i ’ En la bruma de una conversación, usted no se toma tiempo
sus funciones y cómo pueden causar estragos cuando los ha­ i para descifrarlo. Basándose en sus años de experiencia en
blantes tienen diferentes hábitos y tiempos de emplearlas. Las j' charlar con la gente, usted percibe cuándo he terminado o estoy
señales son ritmo y pausa, volumen y tono, y entonación. En i po r introducir un tema o charlo sin un propósito en especial,
segundo lugar, presentaré algunos ejemplos de la manera como i ¿Cuando nuestros hábitos son similares, no hay problemas. Lo
se combinan estas señales para formar los esquemas de la ; |que usted percibe y lo que yo siento es similar. Pero si nuestros
conversación: reacción expresiva, formulación de preguntas, i ||íábitos son distintos, usted puede comenzar a hablar antes que
quejas y disculpas; y cómo pueden emplearse con éxito (cuando >feo haya terminado —en otras palabras, interrumpir— o no
i | tomar su turno cuando yo he realmente terminado, lo que me
se comparten estilos) o sin él (cuando los estilos difieren).
Inclina a pensar que usted no presta atención a la charla o no
feene nada que decir.9
PARTE I: SEÑALES DE LA CONVERSACION fes Eso es lo que pasaba con;Betty y Sara. La breve pausa que
pietty se quedaba esperando nunca se producía cuando Sara
“¡No hay prisa!” / “¿Qué está esperandoV’: Ritmo y pausa instaba cerca, ya que antes que tuviese lugar, Sara percibía un
pmcómodo silencio y con amabilidad le ponía fin llenándolo con
Sara trátó de ofrecer su amistad a la nueva esposa de su viejo
Inás charla, la propia. Pero cuando Betty comenzaba a decir
amigo Steve", pero Betty parecía no tener nunca algo que decir.
plgo, tendía a hacer lo que a Sara le parecían largas pausas en
Mientras Sara sentía que Betty no detenía su charla, esta
¡gü hablar, dándole la impresión de que Betty había terminado,
última se quejaba con Steve porque Sara nunca le daba una
Ipiando apenas comenzaba a hablar.
oportunidad de hablar, El problema tenía que ver con las
K|:.Estas diferencias no se relacionan, con personas que esperan
expectativas sobre ritmo y pausa.
jppausas largas y otras que esperan pausas breves. Largo y breve
La conversación es ün juego por turnos. Usted habla, luego
Spip términos relativos; sólo tienen significado en comparación
hablo yo, luego habla usted nuevamente. Una persona comien­
Mp|gl:algo: lo que se espera o la pausa de otra persona. El que
za a hablar cuando otra ha terminado. Eso parece bastante
«Papera una pausa más breve de la persona con la que está
simple.
44 45
'

hablando, a menudo comenzará a hablar antes que la otra , que existían distintas expectativas sobre el volumen normal de
tenga la oportunidad de finalizar o de comenzar. Quien espera conversación.
una pausa más larga de su interlocutor para comenzar a hablar , Todo lo que se diga debe decirse con un determinado nivel de
no logrará decir una palabra. energía o suavidad, y mientras se habla, ese nivel puede
Cuando Bob, que proviene de Detroit, conversa con sus . ascender o descender. Hablar con voz más alta puede demos­
colegas de la ciudad de Nueva York, lo interrumpen constante­ trar relación entre ideas (“Este punto es importante”), o servir
mente porque él espera entre los tumos para hablar más como señal de cambio ("Espere, deseo decir algo”; “Espere,
tiempo que ellos. Pero en las conversaciones con los indios ¡^todavía no he terminado”) o expresar emoción (“Estoy enojado”;
7 'fEstoy excitado”). Hablar con mayor suavidad puede reflejar
athabaskan en Alaska, donde él trabaja,.él hace toda la charla,
ya que los athabaskan esperan pausas más largas entre los ^significados paralelos: “Este punto es de paso” (un paralelo
turnos que las que él espera. Con los neoyorquinos, Bob es un «hablado de los paréntesis) o “Me he quedado sin fuerzas; siga
conversador lento; con los athabaskan, es un conversador usted” o “Me siento muy mal o incómodo con respecto al tema
veloz. |cpmo para decirlo con voz más alta”. También puede ser un
Una mujer de Texas se trasladó a Washington por un empleo tligno de respeto; por ejemplo, en un funeral o cuando se habla
de administradora de un hotel. En las reuniones de personal, íja alguien de edad más avanzada o de mayor rango.
ella se quedaba esperando el momento apropiado para interve­ Debido a que el volumen de la voz puede señalar todas estas
nir en la conversación y nunca lo encontraba. A pesar de que enl^iferentes intenciones, suele generar confusión sobre el signi-
su hogar la consideraban extravertida y segura de sí misma, en pcado de lo que se dice. Por ejemplo, Alice baja su voz cuando
Washington la percibían como tímida y retraída. Al evaluarla lg dice a Carolyn algo sobre su marido. Carolyn pregunta por
en su trabajo le recomendaron que siguiera un curso para |jué Alice se siente tan mal al respecto, y Alice le contesta que
imponerse, por su falta de aptitud para hablar en voz alta. po se siente mal; mantiene bajo el tono de voz porque él se
Esa es la razón por la cual sutiles diferencias en el estilo de cuentra en la habitación contigua. Pero todo puede volverse
conversación —como microsegundos de pausa— pueden tener uy confuso cuando conversan individuos que tienen distintas
un efecto enorme en la vida de las personas. Estas pequeñas deas sobre cómo y cuándo utilizar la energía y la suavidad, y
señales constituyen la mecánica de la conversación y, aun f|pbre qué se considera fuerte,
cuando estén apenas desconectadas, ésta se desvía o, incluso, Y;:Una neoyorquina nunca había advertido que tenía una leve
se corta. El resultado en este ejemplo fue considerar la existen­ dera hasta que se mudó al Medio Oeste (EE.UU.). A menudo
cia de problemas psicológicos, generando la duda en la mujer, ii>,lograba oír lo que decían las personas que se encontraban en
sobre su capacidad para relacionarse, lo que la decidió a seguir; |mismo lugar. En Nueva York rara vez tenía dificultad para
un curso. . as.
¡ICuando usted oye a otros hablar más alto de lo que espera,
“¿Quién grita?" / “¿Por qué murmura?": Volumen Aparece que están gritando o que se muestran enojados o
olentes. Si escucha a otros hablar con más suavidad de la
Otro problema entre Sara y Betty consistía en que, según el espera, cree que están murmurando y que se muestran
punto de vista de Sara, Betty siempre murmuraba. Y ésta se¿ ¿servados o tímidos. Si emplean mayor energía en algunos
horrorizaba cuando Steve se reunía con Sara y sus amigos y¡ itos inesperados de la conversación, usted puede confundir
familiares, porque siempre parecían enojados: se gritaban] |que es importante o incluso cuál es el tema en cuestión. Si
unos a otros de la forma más espantosa. Aquí el problema era| |ed espera energía extra para expresar emoción —por ejem-

46 47
pío, enoj o— y no lo advierte puede que no advierta cuándo están
enojados los que tienen diferentes estilos de conversación. Si
usted descubre que lo están, puede pensar que les sucede algo
porque no lo expresan de la forma que usted considera normal.
Por ejemplo, Joe, que trabajaba en úna oficina, se sorprendió
al comprender que su gerente, Murray, estaba enojado con él.
Murray nunca levantaba la voz ni tampoco manifestaba emo­
ción a través de ella. Resultó que Murray había expresado su
enojo dejando de hablar a Joe. Este no captó el mensaje; pensó
que el gerente sólo estaba muy ocupado. (Por su parte, Murray
nunca se negaba a pararse y charlar, no importaba lo ocupado
que estuviera, y el hábito que tiene Joe de hablar precipitada­
mente cuando él está ocupado hiere los sentimientos de Murray
y le hace sospechar que Joe está enojado con él, cuando no es
así.)
Cuando Joe se enteró de que Murray estaba enojado con él, ,
concluyó que no se podía confiar en que Murray hiciese saber ■
a las personas lo que pasaba por su mente. Esa es la tragedia j
de las señales de conversación cruzadas. Joe piensa que algo le ¡
sucede a Murray: toda persona normal manifiesta emoción a ¡
través de su voz cuando está enojada, Y Murray piensa que algo ¡
le sucede a Joe: “¿Cómo se atreve a gritarme?”. Ninguno puede j
ver la lógica en el sistema del otro ni tampoco la relatividad en '
el propio,

Negocios como siempre ! Expresión de emoción: \


Tono y entonación \
* \
Un griego' acusaba a su esposa norteamericana de hablar^
con una irritante monotonía, en especial cuando estaban mal-J
humorados. Se sentía terrible con respecto a este defecto reciénj
descubierto en ella, y se preguntaba por qué nunca nadie se loj
había mencionado antes. Jamás se les había ocurrido a alguno:
de los dos que él encontraba monótono el tono de voz de su mujer-
porque esperaba escuchar los cambios extremos del tono típico;
de los hablantes griegos, en especial las mujeres. Y el hábito:
norteamericano de la esposa de amortiguar la expresión de su:j
emoción cuando estaba molesta, a él le parecía antinatural. f
La música de la conversación, o entonación, surge de la
lí^Qmbinación de ritmo, pausa, volumen y, quizá principalmen-
B e , de cambios de tono. Nuestras voces tienen diferentes tonos
¡¡absolutos; la estructura física lo determina. Y las mujeres
Jftienden a tener voces de tono más agudo que los hombres. Pero
icón respecto al volumen y al ritmo, lo significativo no reside en
pos valores absolutos sino en los comparativos: lo que hacemos
|con los tonos que tenemos.
Cambiar el tono en una palabra puede modificar el meta-
tensaje de lo que se emite. Como la energía y la suavidad, el
¡fono puede señalar significado relativo, cambio de turno para
¿hablar o emociones.
Los cambios de tono son una herramienta básica para
l^enalar el significado de lo que se dice. Por ejemplo, el tono que
Isube al final de una oración puede transformarla en una
|pregunta. Pero también puede indicar inseguridad o búsqueda
kp e aprobación. Y ambos significados pueden confundirse.
>bin Lakoff observó que muchas mujeres utilizan la entona-
in ascendente para ser agradables. Cuando se pregunta
|¿Qué le gustaría beber?", una mujer que responde “¿Vino
Blanco?”puede querer decir “Vino blanco, si es apropiado”, pero
te puede interpretar como “Creo que deseo vino blanco pero no
>toy segura”.
| Algunas personas, al comentar sus experiencias, emplean la
itonación ascendente al final de cada frase. Esto anima a sus
|yentes a decir “ajá” o “hum” con más frecuencia, pero también
íliede dar la impresión de que están buscando aprobación o
orificación.
¿ Ciertas personas (la mayoría procedente de distintas cultu-
s) suben y bajan el tono de su voz. Estos cambios indi-
p í cuáles son sus actitudes con respecto al tema tratado así
«cao también que se interesan y se involucran emocionalmen-
jíí-- .
r^En una conversación que grabó durante una cena, Louis le
üguntóaPeter qué libro estaba leyendo. Este dio el título, que
^extraño. En tono alto, Louis preguntó “¿Qué es eso?”. Su
So: pareció implicar (con una ironía bien intencionada típica
¿su estilo), “Ese es un libro raro para leer”. Peter demostró

49
que había entendido y apreciaba la ironxa.de Louis igualando^ ¡ sted no espera cambios de tono tan extremos y los escucha,
su cambio extremo de tono y respondió: Spjiede concluir que la persona es muy exagerada o muy sensi­
ble.
Debido a que señales tales como cambios de tono (así como
Es volumen y ritmo) también son signos de emoción, probable-
píente no es coincidencia que las mujeres tiendan a utilizar
gpiayores cambios de tono que los hombres, y que con frecuencia
una novela. 1$$,considere que las mujeres son muy sensibles. Lo mismo se
ica para los miembros de ciertos grupos culturales, inclu-
¿yendo a los griegos. Al respecto, los psiquiatras, psicólogos y
Su tono era bastante alto en “Es” y bajó mucho en “una £abaj adores sociales, cuyo trabajo implica establecer los nive­
novela”, implicando que no tomaba muy en serio lo que estaba! les „apropiados de expresión emocional, deben esforzarse para
leyendo. Luego,.para manifestar que en realidad sí tiene buen ^ tornar sus propios estilos de conversación como normas
gusto para elegir sus lecturas, habló sobre libros de John versales. Expresar muy poca emoción es un síntoma de
Fowles, del cual.expresó, “Es un gran escritor. Yo pienso que es; epresión o, en su forma más extrema, de catatonía. Expresar
uno de los mejores escritores”. Su tono era muy alto al comienzo §emasiada emoción evidencia hostilidad o histeria. Una mujer
de cada oración y descendió mucho en los finales: ¡[japonesa que no sólo no llora sino que ríe cuando habla de la
muerte de su esposo, puede confundir al profesional occidental
[Ue ignora que la risa entre los japoneses, es el modo habitual
esperado de enmascarar las emociones. Los médicos, tienen
Es a difícil tarea para determinar el alcance de la pena que
Sfeúten los pacientes de diferentes culturas. Los de origen
un Mediterráneo pueden demostrar reacciones extremas mien­
s experimentan mucha menos pena de la que siente una
gran escritor |wq¡ia norteamericana que es rígida y callada.
fuLas diferencias culturales en el uso habitual de la entona­
rán y otros medios de expresividad (volumen, expresión facial,
Yo - mejores gesticulación) responden, en parte, a estereotipos intercultura­
, que son simplemente la extensión a todo un grupo de los
pienso^que es uno de los s de impresiones que se suelen formar sobre los individuos.
escritores. ¡|Nuestras impresiones de rudeza y cortesía a menudo se
an en sutiles variaciones de tono. Toda conversación,
El efecto fue de gran sinceridad y seriedad. más de otras cosas, revela y reclama reconocimiento de
Si usted espera cambios extremos de tono y no los detecta,! ,estra capacidad. Los pequeños cambios de tono pueden
lo que escucha le suena monótono. Le da la impresión de que elj icemos sentir que los otros cuestionan nuestras habilidades,
hablante es un tipo de persona imperturbable o que no sej ejemplo, si usted llama a la operadora porque tiene dificul-
interesa demasiado en la conversación, o incluso que está' para comunicarse con un número, probablemente le diga
emocionalmente perturbado, que sufre de "afecto insípido”. Sil go así como “Cuál es el número, por favor’'. Pero si su tono
sube sobre “número”, s u e n a impaciente; parece implicar qu§>¡ JBo r ejemplo, Chad establecía un punto y Nora gritaba
u s t e d y a le te n d r ía que haber dicho el número. La impresión d j^pjdamente, “¡GUAU!” y Jonathan exclamaba, “¡OH, DIOS
que la operadora está (sin justificación) enfadada con usté1 Empleaban el volumen alto y la velocidad para indicar
probablemente haga que u s te d se enfade con ella. !¡ue, en realidad, escuchaban, que comprendían el punto ex­
P o r último, lo s diferentes usos del tono para señalar cambio |i|j&sto y que valía la pena comprenderlo. Pero en lugar de
de tumo en la charla fueron en parte los responsables de qu animar a Chad, estas respuestas expresivas lo inhibían. El
Sara cortara la palabra a Betty antes de que dijera lo que te ñ í ¿plumen alto y la velocidad lo atemorizaban y lo hacían d e te n e r
en mente. El tono de Betty tendía a caer al final de cada fras( p^ra descubrir la causa que desencadenaba esa explosión de
una señal que, para Sara, significaba “He terminado, continúp^s ainjgOS
tú”, Al ignorar que Sara reaccionaba a su propia señal, Betty sfy.David por su parte, también tendía a desconcertarse por
sentía interrumpida. « |a s: respuestas expresadas en voz tan alta. En realidad, se
De este modo pueden confundirse las señales de la conve^^tía herido por el modo como Jonathan reaccionaba a lo que
sación cuando hablantes bien intencionados tienen distintopj?]e (jeCj;a por ejemplo, si David se quejaba sobre algo que otra
hábitos y expectativas sobre el uso del ritmo y la pausa, el vt ona habia dicho, Jonathan podía exclamar, con voz colma-
lumen y el tono para indicar sus intenciones a través de la corj de menosprecio, "¡Eso es ridículo!”. A David esto le sonaba
versación: en otras palabras, diferentes estilos de c o n v e r s a d ó: o si Jonathan cuestionase su veracidad: si era tan ridículo,
i jftfchubiese sucedido como David dijo que sucedió. Entonces
j lávid se preguntaba si en realidad recordaba bien el hecho,
PARTE II. MECANISMOS DE LA CONVERSACION I ixinque sabía que había sido así: la reacción “¿Estoy loco o
EN FUNCIONAMIENTO común cuando lo estilos de conversación difieren. Y así
•avid echaba la culpa a Jonathan por hacer que dudara de sí
Las señales se utilizan en esquemas que realizan el trabajl mo y por inquietarlo.
diario de la conversación —como indicar que usted prest; itRero Jonathan no cuestionaba la historia de David. Todo lo
atención, está interesado, es solidario— o no. Por lo genen irario. Su respuesta tenía la finalidad de indicarle su so­
estos esquemas son eficaces, pero debido a que no son explíci ndad y aprecio por la historia que relataba. La increduli-
tos, pueden ser mal interpretados. Consideremos cuatro esquí icLno iba dirigida a lo que David contaba, sino a la persona de
mas de conversación: reacción expresiva, formulación de p: ífual se estaba quejando; por lo tanto, el metamensaje preten-
guatas, quejas.y disculpas. a ser “Estoy de acuerdo con que este individuo es ridículo;
Irrealidad vale la pena contar esta historia y estoy de tu
1. "Lo escucho” / “Usted está loco”: |-rtM
Reacción expresiva ¿¡as diferencias en las expectativas sobre la proporción de
ción que es apropiada, pueden surgir incluso dentro de una
En la conversación durante una cena entre Chad y Davic lia. Una mujer, que había crecido en Nueva York, había
Jonathan y Nora, conversación que grabé y estudié, Chad| ido a sus propios hijos en Vermont. Cuando su hija le
David no dejaban de vacilar y andar con rodeos. Durante lentaba lo que había sucedido en la escuela, a menudo la
estudio descubrí que una dé las razones era la serie de respue| jlre reaccionaba con lo que a ella le parecía una apreciación
tas en voz alta que recibían de Jonathan y Nora, respuesta jada, pero la hija se sobresaltaba y miraba a su alrededor
que, irónicamente, tenían el propósito de animarlos. i/descubrir qué había provocado una reacción tan fuerte en

52 53
ÍS
1

su madre. Cuando advertía que su madre simplemente reaccio­


naba a su historia, la hija se quejaba “[Ay, mami!”, segura^
(como suelen estarlo los adolescentes) de que su madre mani­
festaba una exagerada reacción idiosincrásica.
La hija, en este ejemplo, como David en el anterior, percibía
una reacción mayor de la que esperaba. La contraparte de estás «
diferencias es percibir una reacción menor de la que se espera)
y, por lo tanto, tener la impresión de que el oyente no escucha
cuando su interlocutor habla o que no sigue el hilo de la charla
o no se muestra interesado. Cuando esto sucede en una conver­
sación telefónica, usted puede preguntar incluso: “¿Todavía
está usted ahí?”. i

2. ¿Cuándo el interés es interrogatorio? \


Formulación de preguntas ,

Otro modo de manifestar interés y apreciación es formula^


preguntas. Pero éstas también pueden parecer inquisitivas;
abrumadoras o alusivas a otro tema, Las preguntas, como todc
lo que decimos, trabajan en dos niveles simultáneos: el mensajt
y el metamensaje. j
El mensaje de una pregunta es un pedido de información. Ejj
algunos contextos, ésa es la parte más importante. Por ejemplo;
cuando usted detiene a un extraño en la calle para solicitar qu<¡
lo oriente, o cuando un policía o un abogado interroga a uri
testigo. (Aunque en realidad los policías y los abogados estable?
cen juicios sobre los testigos y los sospechosos basándose en h
manera como responden y prestando atención a los metamen
sajes.)
Somos muy conscientes del mensaje implícito en las pregun;
tas: conseguir información. Pero en las conversaciones infor­
males, las preguntas cumplen otros tipos de función en igual ^
mayor medida: por ejemplo, sustituir formas menos aceptable!
dél habla, como criticar o dar órdenes. En lugar de decir “¡N<;
haga eso!”, se pregunta “¿Qué está haciendo?” o “¿Por qué estí
haciendo eso?”. O, como en el ejemplo del capítulo 1, en vez d(
decir “No deseo ir contigo”, se podría preguntar “¿Por quí
deseas ir?”. '

54
Así como todo esquema de conversación puede ser útil a la
dependencia o a la participación y violar cualquiera de ellas,
la misma manera puede considerarse que las preguntas se
tilizan para demostrar interés o abuso, y para comprenderlos,
í A Richard no le agrada visitar ala familia de Lucy porque le
cen demasiadas preguntas: le parece que lo interrogan. Algo
e Richard podría hacer para cortar el interrogatorio, y nunca
piensa hacer, es formular a su vez muchas preguntas a ellos.
,más lo hará porque para él sería un recurso grosero.
A Lucy no le agrada visitar a la familia de Richard porque
imca le hacen preguntas; por lo tanto, piensa que ella no les
porta. Sin embargo, en cierta ocasión Lucy decidió, casi por
specho, comentar lo que sucedía en su trabajo, sólo para
tretenerse y quedó asombrada porque todos le prestaban
nción y parecían alegrarse de escucharla.
La familia de Lucy tiende a formular preguntas para demos-
interés, pero muchas personas siguen el esquema de la
nilia de Richard. Por ejemplo, Carol, la hermana de Lucy, fue
cenar con un joven que había conocido recientemente. El
ecía bastante callado, pero Carol hizo todo lo posible para
antener la conversación y manifestar interés en él. Al final de
^velada, él le dijo: “Fue agradable cenar con el FBI”.
Carol no sólo preguntó para manifestar interés, sino que lo
' o de forma que a su nuevo (y pronto antiguo) amigo le sonó
mo fuego de artillería. Utilizó señales como volumen, ritmo
pido y palabras ligadas para lanzar sus preguntas con
pidez (por ejemplo: “¿Aquéte dedicas? ¿Eresartista?”). Se
: puso así enviar un metamensaje de amistad sin formalida-
s. -Pero en lugar de hacer que su interlocutor se sintiera
odo, sus preguntas “ametrallantes” le parecieron que esta-
;bajo interrogatorio. La extrema reticencia de él, que era una
1 cción a las preguntas, hada que ella preguntara más, ya que
ular preguntas era su modo instintivo de mantener una
'versación.
'<¡Algunas personas hacen preguntas para demostrar interés
tras esperan que los demás digan voluntariamente lo que
en. Algunas personas hablan constantemente para ani-
a otras a hacerlo. Otras esperan que se les pregunte. Si

55
Mary espera.que le pregunten y John espera q.üe ella hable, ella
jamás lo hará, y ambos se echarán la culpa por el desequilibrio^
resultante. i
j
3. E l arte de la queja ritual \

Otro esquema de conversación es la queja, y ésta también j


puede emplearse en diversas formas. ¡
Jane y Sharon hablaban sobre las visitas de sus respectivas ]
madres durante las vacaciones. Jane comentó que la de su:
madre había sido un poco difícil porque ésta se quejaba mucho,
y hacía comentarios críticos sobre Jane. Sharon comentó que, j
en su caso, la visita había sido sensacional; su madre eral
siempre optimista, y aunque dijera cosas que podrían interpre-:
tarse como ofensivas, Sharon no se ofendía porque sabía que sui
madre tenía buenas intenciones. Jane comenzó a sentirse;
incómoda. Lamentó haber hablado en contra de su madre yl
deseó retractarse. ¡Su madre también tenía buenas intencio­
nes y además era cariñosa, juvenil y generosa!
La incomodidad de Jane surgió porque Sharon no respondió;
a su queja como había esperado: con otra queja afín, enviando
el metamensaje “No estás sola, tu madre es sólo una madre
típica; estoy en el mismo barco”. En su lugar, el metamensajel
que Jane escuchó fue "En realidad tienes una madre desprecia-^
ble, pobrecita. La mía es mucho mejor”. Eso hizo que Jane]
deseara replicar “¡No lo es. La mía es mejor!”, ;
Jane (sin analizarlo) trataba de jugar a compartir quejas.]
Pero la respuesta de Sharon le pareció un juego en el que un
contrincante tratá de superar al otro. Para Sharon, quejarse!
sobre la propia madre no sólo está mal visto sino que también
es descortés. Irónicamente, y no por coincidencia, tanto Sharoní
como Jane estaban hablando en la misma forma que atribuían^
a sus propias madres. Sharon ponía énfasis en lo positivo, y
Jane trataba de despertar solidaridad al quejarse.
Rick y Lenny son periodistas del mismo diario. Un día Lennyj
le tomó el pelo a Rick diciéndole a otro colega que Rick siempre ;
se quejaba de estar sobrecargado de trabajo, pero luego se.
negaba a rechazar tareas o evitar hablar a los innumerables^
pesados que llaman para solicitar información. En vez de
"sonreír, Rick se ofendió y dijo con seriedad: “Jamás volveré a
Quejarme contigo”. Entonces fue Lenny quien a su tumo se
sintió ofendido y respondió: “Espero que no quieras decir eso”.
Lenny y Rick tenían nociones distintas sobre el ritual de la
Vueja. Lenny, al comentar que Rick se quejaba con él, destaca­
ría el hecho como signo de la amistad que los unía, y quejarse de
delante de otro (una manera de tomarle el pelo) era una
señal de la solidaridad que existía entre ambos. Pero para Rick,
la queja de Lenny a un tercero constituía una violación de la
ónfianza que ambos se profesaban, cada uno tenía diferentes
¡sentidos de cuándo y cómo utilizar el mecanismo de la queja.

^. ‘‘Primero yo, luego usted”:


)ando un buen ejemplo

Las confidencias, la formulación de preguntas y la queja


liéden emplearse de acuerdo con el principio de conversación
Taz lo que yo haga”. La expectativa de que otros harán lo
■>ismo explica lo que, de otra forma, parece un comportamiento
^/conversación irracional o incluso hipócrita.
'I Una mujer estaba almorzando con un hombre que había
Conocido recientemente, quien intentaba entretenerla contan­
t e episodios de su vida. Finalmente, ya exasperada, ella
'Vptestó: “¿Por qué me cuenta todo esto?". El le explicó: “Deseo
egar a conocerte”. Para ella, esto era evidentemente absurdo,
'"’ómo llegaría a conocerla hablando sobre sí mismo? Simple:
¿presumía que sus confidencias la animarían a hacer lo
ismo. Al advertir que no era así, él se esforzó más todavía,
"’atando más y más historias personales para demostrar lo
ceptable que era. Si ella se negó a hacer su parte, no fue porque
¡no hubiese tratado de hacer la suya.
} Myrna y Lillian estaban tratando de aclarar un malenten-
do;. Lillian había invitado a Myrna a que pasara a visitarla y
e. llevara a un amigo mutuo; Myrna había aceptado la
evitación y lo había llevado. Pero resultó que Lillian no había
erido dar un sentido literal a la invitación; había esperado
te Myrna, basándose en conversaciones anteriores así como
también en la manera en que se le había ofrecido la invitación,
se diera cuenta de que había sidoporm era formalidad y la
rechazara. Después de una charla un poco tensa, en la cual
ambas explicaron cómo habían actuado y cómo se sentían,
Myrna se disculpó: “Bueno, lamento no haber captado tu
indirecta. Tal vez tienda a tomar demasiado literalmente lo que
la gente dice”. Lillian aceptó la disculpa de Myrna diciéndole:
“Sí, a menudo he notado que haces eso”. En vez de poner fin al
desacuerdo, esto hizo que Myrna se enfadara nuevamente.
En realidad Myrna no consideraba que había estado mal.
Entonces ¿por qué se disculpaba? Era un gesto de buena
voluntad, un modo convencional de manifestar que estaba
dispuesta a poner fin a la discusión —y al desacuerdo— como
un simbólico apretón de manos. Esperaba que Lillian hiciera lo
mismo, diciendo algo como “Yo también lo lamento. Supongo
que tiendo a ser demasiado indirecta” o “Doy demasiado por
sentado” o cualquiera otra formulación sobre su conducta que
alegara parte de la responsabilidad. Myrna consideraba que los
desacuerdos terminaban con ambas partes alegando culpabili­
dad parcial, pero sólo parcial. El hecho de que Lillian aceptara
su disculpa, en lugar de igualarla, parecía que la interpretaba
como literal más que simbólica, planteando otra vez así la
cuestión sobre quién tenía la culpa en realidad.

LOS CAMBIOS DE LA CONVERSACION.

Estos son algunos modos típicos de usar las señales de ritmo,


pausa, volumen y tono para tomar turnos en la conversación;
relacionar las ideas entre sí y demostrar cuál, es el punto;
demostrar cómo nos sentimos sobre lo que estamos diciendo y
acerca de nuestro interlocutor. Son señales que se combinan
con lo que se dice para dar forma a los esquemas que empleamos
para indicar que escuchamos, nos interesamos, comprende­
mos, tomamos el pelo y somos buenas personas.
Estas señales y esquemas de conversación son normalmente 5
invisibles, los silenciosos y escondidos giros que conducen la \
conversación. No les prestamos atención a menos que parezca
que funcionan mal. Luego preguntamos “¿Qué quiere decir
¿sied con eso?”. Incluso no pensamos en términos de señales:
íjgPor qué ha subido el tono?”, sino en términos de intenciones:
"¿Por qué está usted enojado?”.
|| Gran parte de estas señales y esquemas pueden cambiarse
i los advertimos, ya sea todos en general o combinados con
Sotros. Y los pequeños giros pueden tener importantes resulta­
dos. Por ejemplo, cuando parece que la conversación no marcha
ien, podemos tratar de hacer pequeños ajustes en nuestro
'’¡volumen de voz, ritmo o tono —acelerando o disminuyendo la
elocidad, haciendo pausas más largas o más cortas— en un
tentó por acercarnos al ritmo del otro. Y al darnos cuenta de
ue la queja ritual y la disculpa no tienen el mismo significado
ara todos, podemos estar alerta a las reacciones que producen
los demás. Cuando estos esquemas no provocan la reacción
ue esperamos, podemos abstenernos de emplearlos con esas
" rsonas en el futuro, en lugar de sacar conclusiones negativas
obre sus personalidades: por ejemplo, que son presumidas y
agadas de sí mismas o que se colocan en una posición de
úperioridad.
Los fu stes de este tipo pueden corregir, después del hecho,
ro no prevenir, los desacuerdos provocados por diferencias en
’ estilo de conversación. En una sociedad heterogénea, las
~nales y esquemas que se describen en este capítulo, en
pariencia fenómenos sin importancia, es probable que causen
gnifícativas interrupciones y malentendidos en charlas pro­
digadas o breves, íntimas o públicas, ocasionales o cotidianas.
q podemos dejar de usarlos, porque son las herramientas
ásicas con las cuales construimos estrategias para equilibrar
participación y la independencia cuando dialogamos. Si los
'"erentes háhitos de uso de estas herramientas conducen a
sacuerdos, la gente, sintiéndose frustrada, se encuentra que
tá desafiando a otros: “¿Por qué no dice usted lo que quiere
*cir?’\ El siguiente capítulo explica por qué, aun cuando
"geamos ser francos, a menudo no decimos lo que queremos

59
pr qué no decim os lo que querem os decir

Las señales de la conversación, que se describen en el


pítulo 3 forman el cómo de la conversación. El qué decimos
¿también un indicio importante de lo que queremos decir,
o no siempre decimos lo que queremos con tantas palabras,
uilibramos las necesidades conflictivas de participación e
.dependencia insinuando y captando insinuaciones, abste-
’¡sjndonos de decir algunas cosas y conjeturando lo que quieren
gitificar otras personas según lo que omiten decir. Los lingüis-
utilizan el término rodeos para referirse a la forma con que
personas dan a entender lo que no dicen directamente.10
Mucha gente, en especial los norteamericanos, tienden a
ociar los rodeos con la falacidad y la franqueza con la
racidad, una cualidad evidentemente deseable. Al explicar
• qué la prensa se mostró tan insistente en el asunto
kategate —funcionarios de la campaña de Reagan que obte-
copias de los documentos de los debates del grupo de
yter— el productor ejecutivo del programa televisivo CBS
ening News dijo textualmente: “Si el presidente hubiese
jaffiejado la conferencia de prensa en forma más franca, no
'binamos retomado el asunto”.
“No manejar en forma franca”implica aquí no contar toda la
,toria, es decir, no decir toda la verdad.
'^n la mayoría de las situaciones diarias, considerar los
aeps como algo falaz no es justo ni realista. Al dialogar sobre
gtiones importantes o intrascendentes, siempre explora­
dlas relaciones mutuas, y la información sobre éstas se
fcuentra en los metamensajes, que por definición no se
fesan con palabras sino que se señalan por el modo de
decirlas. Por lo tanto, los rodeos, en el sentido de los metamen-
sajes, son,elementos básicos en la comunicación. Todo debe
decirse de algún modo; el modo como se dice envía metamensa-
jes, indirectamente.
El hecho de que nos comprendan sin decir de manera
explícita lo que queremos significar tiene dos beneficios: la
afinidad y la defensa propia. Y existe un placer estético en el
hecho de comunicarse de un modo misterioso. Estos beneficios
de los rodeos son el tema de la primera parte de este capítulo.
La segunda parte explica por qué no podríamos ser directos
aunque quisiéramos.

PARTE I. POR QUE NO DECIMOS LO QUE QUEREMOS DECIR

El metamensaje de la afinidad

Cynthia dijo a Grég que estaba ofendida porque él se había \


preparado un bocadillo sin ofrecerle otro a ella. Greg le ofreció ‘
entonces el que se acababa de preparar. Ella lo rechazó. El le
preguntó por qué. Porque no lo había preparado para ella. Greg,
estaba exasperado, ¿Cynthia tenía apetito o no? }
Para Cynthia, tener apetito o no tenerlo no venía al caso; lo7
importante era si Greg había pensado en ella cuando se preparó
el bocadillo, lo que demostraba si se preocupaba por ella tanto
como ell a se preocupab a por él. Ella nunca comía sin preguntar­
le a él “¿Quieres un poco?”. En realidad, ni siquiera tomaría un.
bocadillo si él no deseara otro.
Ser directo y franco en esta situación no serviría. Cynthia
diría sin vacilar que tiene —o no— apetito, pero que no tiene
nada que ver, Podría decir que desea saber si Greg se preocupa;
por ella. Pero sólo puede saber que se preocupa si él piensa en
ella por sí mismo. ¿Qué sentido tiene que usted le ordene a.
alguien decir “Te amo” y él lo repita como un loro? No tiene
sentido decirle a la gente lo que usted desea, si lo que usted;
desea es que ellos lo sepan sin necesidad de que usted se lo diga..
Ese es el beneficio de afinidad de los rodeos.
Este drama se representa en la rutina del regalo de cum-

64
eanos. Cualquiera podría comprarle lo que usted desea para
■■^Cumpleaños, si se lo dijera. De hecho, usted mismo lo
ippx-aría, si fuese el regalo (el mensaje) lo que realmente
portara.
JfeLo que importa en realidad es el metamensaje: la prueba de
ue la otra persona le conoce lo suficientemente bien como para
aginar lo que le gustaría, y tanto se interesa que le dedica
m.po para adquirirlo.
/Nancy había mencionado su intención de comprar un par de
"íantes de trabajo, que se vendían en la tienda de la ciudad. Se
tió estafada cuando, para su cumpleaños, Thomas le obse­
dió esos mismos guantes: había pedido a sus vecinos que los
praran por él cuando fueran en coche a la ciudad. Nancy
tió que Thomas se debería haber tomado el trabajo de pensar
algo que a ella le gustara y tendría que haberlo elegido y —
mprado— él mismo.
-Los cumpleaños, como las Navidades, son situaciones propi­
as para la desilusión, a causa de la importancia que asigna­
os, a los metamensajes implícitos en los obsequios que recibí-
s de nuestros allegados. Pero los rodeos funcionan muy bien
*|á mayoría de las situaciones, si la gente se pone de acuerdo
re cómo usarlos.
Una mujer griega explicó cómo se comunicaban ella y su
dre (y luego su esposo). Si ella deseaba hacer algo, como ir a
,’ar, tenía que pedir permiso a su padre. Este nunca decía
no. Pero ella podía distinguir, por su manera de decir que
|¡i era realmente eso lo que quería significar. Si decía algo así
. o “Sí, por supuesto, ve”, entonces ella sabía que él pensaba
« era una buena idea. Si decía algo así como “Si lo deseas,
, des ir”, entonces ella comprendía que él no pensaba que
j 'e una buena idea y no iba. Su tono de voz, expresión facial
dos los elementos del estilo de conversación le daban
‘cios sobre cómo se sentía su padre con respecto a la salida
glla.
"Tor qué no le decía simplemente que pensaba que no
ría ir? ¿Por qué no era franco? Pues bien, él se Lo decía,
íun modo que era claro para ambos, En la medida en
i-pueda siquiera hablarse de franqueza en los hábitos de
comunicación, cualquier sistema que logre transmitir el signi­
ficado es franco.
Es fácil ver que el padre griego prefería no parecer autorita­
rio. Es más quizá no se sintiera así, quizá creyera sinceramen
te que no decía que no, que su hija decidía no ir por su propi
voluntad. Cuánto mejor es tener una hija que elige portarse
bien, que una que simplemente obedece. Y quizás incluso la hija
prefería que pareciese que era ella quien había decidido no ir;
De hecho, quizá sintiera que estaba eligiendo, ya que en
realidad su padre nunca le decía que no podía ir. Cuánto mejo
es decir actuar bien que ser forzado a obedecer. Por lo tanto,
los rodeos en la comunicación entre ambos contribuían a 1
apariencia, y probablemente también a la sensación de afini­
dad.

LA CORAZA PROTECTORA DE LOS RODEOS

Otro beneficio para el padre y la hija en este ejemplo es I


defensa propia: evitar la confrontación. Ella no declara abier
tamente que desea ir a la fiesta; sólo pregunta. Y él no dic
francamente que le niega permiso. Si no coinciden, la discre;
pancia no ha sido planteada, y ambos pueden salvar la
apariencias, no importa lo que suceda. Sin embargo, si la hij
decide salir, no precisa desafiar a su padre abiertamente. Si s
queda en casa, puede consolarse con uvas verdes: "De todo
modos, en realidad no quería ir”. í
El beneficio de la defensa propia de los rodeos explica 1
lógica por la cual formulamos prepreguntas tales como “¿Est
ocupado esta noche?”. Ello nos protege del rechazo al negarl .,
una vez que nos hemos comprometido con una invitación, ¿

EL PELIGRO DE LOS RODEOS

En el caso del padre y la hija griegos, el sistema funcionab


Pero cuando una persona expresa intenciones sin declararla
abiertamente, y la otra espera oír la información expresada d

66
rma franca, o espera señales y esquemas indirectos, diferen-
. , la situación se presta a malentendidos.
•Imagine que una prima greco-norteamericana que habla
. 'ego llega a visitar a la familia. Le pregunta a su tío si puede
- a un baile y él dice sí de la forma como su hija siempre
mprende que quiere decir que no le agrada mucho la idea. La
rima entiende su respuesta ambigua en su significado literal
'va al baile. Es como hablar distintos idiomas mientras se cree
# V -' ;

ue están hablando el mismo. El griego encuentra que su


fibrina norteamericana (y quizá todas las jóvenes norteameri­
canas) son obstinadas y desobedientes e incluso de moral
’ajada. La sobrina al enfrentarse con la subsiguiente desa-
’ bación del tío, encuentra que él (y tal vez todos los hombres
' ’egos) son incoherentes e irascibles.

LO BROMEABA

|H ay muchas maneras de decir algo y significar otra cosa,


nía, sarcasmo y figuras retóricas son los esquemas que
‘"zamos, maravillosos cuando funcionan. Bromear es una
Via de ironía que tiene los beneficios de la afinidad y la
fensa. El beneficio de la afinidad radica en el placer sensual
la risa compartida, así como también en la evidencia de la
nidad al tener el mismo sentido del humor. El beneficio
.^nsivo se halla en la habilidad para retractarse, “Sólo
""meaba”.
¿Podemos ver los complejos metamensajes de la broma y su
túraleza indirecta en el siguiente fragmento de la novela
usehold Words, de Joan Silber. En esta escena, Moe reaccio-
con humor irónico cuando Rhoda comienza el juego amoroso
él, pero “sin llegar al final del camino”:
rtfcr
"Moe se levantaba y saltaba en un pie, pateando hacia abajo
Ihocamangas de sus pantalones y gimiendo: “Sólo duele
Indo camino, por ejemplo. ¿Quién precisa caminar?”. Se
taba él mismo burlándose de su propio malestar. Llegó a
una especie de broma familiar entre ellos.

67
fé..'
Si usted se fija en sus palabras, podría concluir que Moe no'
está diciendo lo que quiere decir. Sin embargo, en realidad lo'
dice realmente, que es mucho más que la información que se da
a entender. Aunque no lo diga, es evidente que ese juego sexual
sin llegar al coito le hace sentir físicamente incómodo. Que su,
malestar físico no es intolerable se demuestra por sus bromas,
al respecto y por el hecho obvio de que —contrariamente a lo
que dice— es capaz de caminar.
Por otra parte, hay un metamensaje de buena voluntad en
el buen humor de Moe. Que pase por la rutina de la misma
broma con regularidad, de forma tal que se convierte en un°;
especie de broma familiar, crea una sensación de relación!
continua e íntima entre ambos protagonistas. Este es el fenó­
meno de “nuestra canción”: la existencia de una historia y
asociaciones compartidas testimonian la intimidad y la real­
zan. Es por eso que es penoso oír las palabras o la canción!
después de que la persona se ha ido o la relación se ha roto: nos
hace recordar que hemos perdido la intimidad, como un sonidcj
suspendido en el aire sin nadie para oírlo. En cierto sentido u“
idioma ha muerto: ése que dos personas crearon y utilizaron e
algún momento de sus vidas.

EL PLACER ESTETICO DE LOS RODEOS

La broma y otras formas de ironía son comunes y satisfacto


rias porque la proeza de enviar y recibir significado que no s
ha enunciado es en sí misma placentera: una especie de “Mira
Ma, no hay cuidado” en una conversación. Existe en el se
humano un aspecto extraño y compulsivo. Cuando somo
buenos para algo deseamos hacerlo con modos cada vez má
complicados e ingeniosos: realizar más saltos desde el trampo­
lín, tejer diseños más intrincados, construir computadoras má
sofisticadas, tomar fotografías más elaboradas. Qué aburrid"
decir simplemente lo que está en nuestra mente con tanta
palabras. Es mucho más interesante decirlo de un modo que se~
gracioso, misterioso, sutil o estilizado. Y si alguien más com
prende el humor, el estilo, las implicaciones —rompe el códi

68
Or—, es grato para ambos y envía un metamensaje de afinidad,
hablante se. siente hábil por haber lanzado una pelota en
” ra, el oyente también se siente así por haberla atajado. Pero
¡no se ataja la pelota —si golpea a alguien en la cabeza o vuela
era de la cancha— nadie está contento. El juego de pelota de
¿comunicación se suspende temporalmente.

VRTE II. POR QUE NO PODEMOS DECIR


QÜE QUEREMOS DECIR

; Si nuestros intentos por comunicamos por medio de rodeos


S hacen tropezar y rodar por el suelo, ¿por qué seguimos
fizándolos? ¿Por qué no decimos sólo lo que queremos decir
ncamente?
Ya sabemos que es más placentero comunicarse de forma
directa; sería aburrido decir sólo lo que queremos significar
que perderíamos el metamensaje de afinidad. Es útil cu­
ernos no diciendo abiertamente lo que pensamos. Pero aun-
é quisiéramos ser francos, no podríamos por las razones que
pra paso a explicar.
jEn primer lugar, decidir decir la verdad deja abierta la
éstión sobre a cuál de sus infinitos aspectos nos referiremos.
'segundo lugar, ser directo no es suficiente porque innume-
’ les presunciones sirven de base a todo lo que decimos u
los.No consideramos decirlo de manera franca, precisamen-
porque son presunciones. En tercer lugar, manifestar sólo lo
^queremos decir a menudo puede ser ofensivo para otros. Y
Rímente, diferentes estilos de conversación opacan la fran-
gza. Decir lo que queremos significar en nuestro estilo
bitual da a entender algo diferente a aquellos cuyos estilos
"eren del nuestro. Los intentos por lograr que los demás se
muniquen del modo que a nosotros nos resulta habitual, para
s resultarán manipula ti vos y no funcionarán. Veamos
juplos de por qué no podemos decir lo que queremos decir.
¿QUE VERDAD?

Ellen retornó a su ciudad natal para el casamiento de su


hermana. En la recepción, habló con muchos parientes y com­
pañeras de escuela secundaria. No dijo mentiras ni tenía inten­
ción de decir ninguna; sin embargo, dio a distintas personas
versiones muy diferentes sobre su vida como estudiante gra­
duada. Y se alejaba de algunas personas con la impresión de
que, al conversar con ellas, no se había representado fielmente
a sí misma.
En unas charlas, Ellen enfatizaba lo bien que le iba todo. Le
gustaba la ciudad donde vivía, los cursos que seguía, las nuevas,
amistades que había hecho. Expresaba satisfacción por su vida
y por sí misma, y pintaba un cuadro color de rosa sobre ellas.
Pero conversando con otras personas, Ellen pintaba un cuadro
diferente. Enfatizaba los aspectos negativos de su vida: el
peligro y las inquietudes de vivir en una gran ciudad y en un
departamento oscuro y estrecho, las largas horas de estudio, y
la falta de tiempo libre y de dinero.
Ambos cuadros eran verdaderos. Es decir, ambos eran
compuestos ensamblados con piezas de verdad. Sin embargo,'
ambos eran falsos, por cuanto omitían las piezas incluidas en
la otra versión, así como también innumerables piezas en am-'
bas. Es imposible que Ellen, o cualquiera, pueda descubrir cada
asp ecto de la verdad. Al construir una historia para una ocasión -
determinada, instintivamente identificamos un punto u obje-;
tivo principal e incluimos los detalles que en él intervienen,
A pesar de que ho decidió hacerlo así a nivel consciente, i
Ellen pintó un cuadro positivo de su vida cuando conversó con>
parientes y con amigos de sus padres. No quería que se pre-?
ocuparan por ella o repitieran a sus padres nada que les cau-*;
sara inquietud. Construyó la perspectiva negativa de su vida;!
para sus viejas compañeras de la escuela secundaria: mujeres!
de su edad que estaban casadas, aburridas y un poco envidiosas*
de su vida independiente y de estímulo intelectual. Ella desea- -
ba, de forma instintiva, evitar antes que incitar su envidia. '■
No hay espacio ni tiempo suficiente para establecer cada?
detalle, cada aspecto de la verdad, aunque pudiésemos guar~(

70
los todos en nuestras mentes. Seleccionar palabras para
ir e información para dar siempre supone elegir entre vas-
_/posibilidades. La acumulación de los detalles que se eligen
' sentan algunos aspectos de la verdad, que inevitablemente
ifican u omiten oíros. Es imposible decir toda la verdad.

¿FRANQUEZA NO ES SUFICIENTE

Una parte de la verdad que necesariamente se deja sin decir


uestro conjunto de presunciones: aspectos de la verdad que
>ensamos decir y sobre los cuales, la mayoría de las veces,
s no piensan preguntar.
Un hombre arribó a un aeropuerto internacional sin equipa­
ro con un portafolio lleno de hojas de papel cubiertas con
bolos extraños y oraciones imposibles de interpretar. Las
oridades de la aduana comenzaron a interrogarlo: ¿dónde se
pedaría? “No lo sabía”. ¿Qué tenía en su portafolio? “Notas”.
'■autoridades lo retuvieron por un tiempo considerable antes
comprobar que no estaba involucrado en algún negocio
año.
'ecir a las autoridades la verdad y nada más que la verdad
bró de problemas a este viajero; por el contrario, se los creó,
declaró, sin que le preguntaran, que era un profesor de una
versidad norteamericana invitado a dar una conferencia en
universidad local, por lo tanto se quedaría sólo una noche
: eso no traía equipaje). No explicó que las hojas de papel,
parecían estar cubiertas con códigos, contenían ejemplos
oraciones y símbolos lingüísticos que no tenían sentido
pió o para el profano, pero que servirían como ejemplos en
onferencia. Cuando dijo, con veracidad, que no sabía dónde
’ojaría, no agregó que sería huésped de la universidad local
ue las reservas se habían hecho a su nombre. Tampoco
egó que en ese momento un miembro del cuerpo docente lo
ba esperando a la salida de la aduana.
Responder en forma directa a las preguntas que se le
zularon no fue suficiente, ya que las autoridades no sabían
astante sobre la situación como para orientar sus pregun­

71
tas. Al no ofrecer información pertinente por sí mismo, e
profesor daba la impresión de estar ocultando algo. Y sin em­
bargo, no estaba siendo falaz; simplemente omitió- establecer
algunas cosas que eran obvias para él, pero no para los otros.
Por eso, una razón por la cual no podemos resolver el
problema de los rodeos en la conversación siendo francos, es
que existen siempre presunciones no declaradas —tanto por
parte del hablante como del oyente— que pueden no armoni­
zar. No las manifestamos con precisión, porque son presuncio­
nes: por definición, ideas que no se manifiestan porque se dan
por sentado. No somos conscientes de las presunciones hasta-
que se presenta evidencia indiscutible de que no se comparten..
Un ejemplo muy sencillo al respecto surgió cuando Ross;
llamó a Claire y la invitó a cenar.

Ross: ¿Por qué no vienes aquí para cenar?


Claire: De acuerdo. Pero no puedo llevar nada. Sólo;
puedo llevar lo que puedo pagar con cheque.
Ross: ¡Esa es una excusa trivial!
Claire: Puedo comprar algo en la cooperativa.
Ross: Pero queda a trasmano.
Claire: No. Me refiero a la que está cerca de donde tú;
estás.
Ross: No importa. Sólo ven.
Claire: Sólo me llevará diez minutos caminar hasta el
estacionamiento; luego saldré.
Ross: Ah, ¿tienes el coche? Pensé que venías andando.!
Claire: Sí, lo tengo.
Ross: Es Regent Street veintidós veintidós.
Claire: ¿Qué es Regent Street veintidós veintidós?
Ross: La casa de John. Es donde estoy.
Claire: Ah, pensé que estabas en tu casa.

Mientras se desarrollaba la conversación, cada uno seguía,


oyendo decir al otro cosas que eran sorprendentes y extrañas?
porque Claire presumió que Ross estaba llamando desde suj
propia casa y él creyó que ella sabía que estaba llamando desdei
la de John. El olvidó manifestar dónde estaba y a ella no se le,;

72
.ocurrió preguntar porque supuso que lo sabía. Ninguno se
^rebeló y dijo “¿ d e q u e e s t a h a b l a n d o ?” Continuaron ignorando el
aspecto extraño y las interpretaciones que idearon para expli­
carlo, hasta que Claire oyó algo que no pudo interpretar en
Absoluto: Kegent Street veintidós veintidós.
^ Como todos caminamos a lo largo de la vida por un sendero
Jindividual, muchas veces la información que supone uno, no la
^imagina el otro. Si resulta que no se comparten las presuncio-
ínes, más tarde nos pueden culpar—o podemos culparnos—por
sno haberlas manifestado. El derecho a permanecer callado es
inútil en la conversación. Pero no es habitual ni posible exponer
todas las presunciones que son la base de todo lo que decimos,
l i cuando surgen problemas, a menudo no podemos averiguar
cuál fue la conversación específica que los originó, sin tomar en
Cuenta las presunciones sobre las que se basan, que nos
llevaron por mal camino.

' {JANDO LA FRANQUEZA ES DESPIADADA

í La “franqueza” puede producir o encubrir insensibilidad


gún la susceptibilidad de los demás. Esto es obvio en casos de
'tica voluntaria o reiterativa u otro tipo de información
■jjudicial: una práctica que se trata en detalle en el capítulo
.. Pero también es un peligro en conversaciones diarias fre-
entes e inevitables sobre deseos y planes.
Por ejemplo, Ruth va en viaje de negocios a Houston, donde
‘ve su amiga Emma. Conviene en pasar con ella una tarde
~xtra en la ciudad. Pero tanto Emma como Ruth terminan sin-
éndose frustradas porque en lugar de disfrutar de su vieja
timidad de dos, se encuentran en una cena grupal que incluye
_1 esposo de Emma y a otro amigo.
Sucedió que el esposo de Emma estaba redactando un
•informe y lo interrumpió para reunirse con ellas para la cena.
“Ajá”, piensa usted. Emma tendría que haber sido franca.
.Tendiía que haberle dicho que ella deseaba estar a solas con
¡Ruth, y él hubiese quedado satisfecho al poder seguir redactan-
ido su informe.

73
Pero no es tan simple. A pesar de que tenía trabajo para
hacer, se hubiera ofendido si su mujer le hubiese dicho que no
quería que fuese. ¿A usted le alegraría que sus mejores amigos
no le invitaran a una fiesta, sólo porque justo esa noche usted
tiene otros planes? Que tenga o no otros planes es una cosa: cosa
propia, una cuestión del mensaje. Que lo inviten o no es otra
cosa: un metamensaje sobre los sentimientos de ellos hacia
usted.
¿Y si Emma tratara de colocar el metamensaje dentro del
mensaje diciendo "Te amo y amo tu compañía, pero deseo
conversar con Ruth a solas”? Esto funcionaría en algunos casos,
pero sólo en aquellos en que ambas personas aprueban un
nuevo sistema y esperan que se articulen tales metamensajes.
Este sistema funciona no porque sea directo sino porque es
compartido. Hay un metamensaje de afinidad al utilizar un
sistema especial que los dos aprueban: “Hablamos el mismo
idioma”. En este caso, también cuenta el placer de aplicar o
romper reglas, que envía el metamensaje “Estamos tan unidos
que no precisamos hacer cumplidos. Podemos decirnos cosas
que la mayoría de la gente no se diría”.
Pero tal método no funcionará en absoluto con alguien que
no ha adoptado este nuevo estilo, porque las personas creen
más en los metamensajes que en los mensajes. Si el esposo de
Emma considera que es ofensivo que le digan que su señora no
desea que las acompañe, no le consolará la protesta de ella
“Pero te amo”. Incluso puedo oír toda clase de implicaciones:
por ejemplo, que ella desea hablar sobre él o que no confía en sus
habilidades sociales. ^

ESTILOS DIFERENTES PUEDEN OPACAR-LA FRANQUEZA

Parte de la razón por la cual fue difícil para Emma y Ruth


hacer arreglos para pasar unas horas a solas fue que era un fin
de semana: la noche de un viernes. Ruth habría querido pasar
la noche del jueves con Emma, pero terminó siendo la noche del
viernes, como resultado de diferencias de estilo de hablar.
Ruth había recibido una llamada de Albert, que también

74
I. e en Houston, y le mencionó que el jueves estaría allí por
jcios. Albert dijo: “¡Fantástico! Cenemos juntos el jueves
la noche. ¡Lo dejaré libre!”. Ruth sintió una presión en su
pecho —un signo de que las cosas estaban tomando un rumbo
que no deseaba— pero comenzó instintivamente a cambiar sus
jílanes para acomodar este cambio. Podría ver a Emma el
viernes por la noche.
¿Por qué Ruth no dijo sencillamente “no” a Albert? No estaba
preparada para desviar su ofrecimiento porque su manera de
facerlo la tomó desprevenida. Ruth esperaba que él hiciera un
vago ofrecimiento como “¿Piensas que tendrás tiempo para
pernos?”. Luego ella hubiese respondido: “Espero que sí, tal vez
para almorzar el jueves o el viernes. Te haré saber cómo
archan las cosas”.

"
¿QUIEN ES MANIPULATIVO?

•< :Ruth sintió que Albert la manipulaba para cenar con él el


’ueves por la noche. Sin embargo, él no tenía intención de
rzai’la, simplemente estaba demostrando su entusiasmo,
‘ ’bert supuso que sus compromisos de trabajo la tendrían
pupada sólo durante el día y estaría libre, si no buscaba un
‘retexto, para la cena. El se hubiera sentido ofendido y perplejo
’-saber que ella, en realidad, no deseaba pasar la velada con
1. Y no entendería por qué ella sencillamente no se lo decía. Sus
“ ferentes estilos de conversación le hicieron difícil a ella decir
o que quería decir en respuesta a cómo él dijo lo que quería
Bécir.
/ La sensación de ser manipulado es un resultado común de
ts diferencias de estilo. Por ejemplo, se suponía que Ruth
’"cogería las entradas para ella y Pam para ir al teatro. Pero las
únicas butacas libres eran las de la última fila, y Ruth tiene mal
|a vista, así que quería asientos en filas más cerca del escenario.
Jamó a Pam y le expuso el problema. Pam, al tanto de la mala
■"Sta de Ruth, dijo algo obvio: que Ruth no debería comprar esas
entradas. Pero se sintió manipulada. ¿Por qué Ruth hizo que
am sacara la conclusión —suponer el rol de la “pesada”— en
&
75
V:f/ \

lugar de decirle con franqueza que no. iba a comprar las


entradas porque no podría ver bien desde tan atrás? Eso es lo
que Pam hubiese hecho.
Sin embargo, cuando Pam expresó su enfado, Ruth, a su vez,
se sintió manipulada. ¿Por qué .Pam trataba de forzarle a
parecer egoísta y negativa cuando obviamente era mejor para
ambas que Ruth dejara salir a Pam por su: cuenta, en vez de
plantearle un hecho consumado"!
Aquellos que no esperan o no están a favor de la franqueza
no son tan reacios como incapaces de emplearla. Por ejemplo,
después de haber sido rechazado dps veces, Burt no sabía si
volver a invitar a Minerva a almorzar por tercera vez. Trató de
aclarar las cosas preguntando “¿En realidad quieres decir que
no puedes, o tratas de decirme que no deseas almorzar conmigo
para que no te invite otra vez?”. A pesar desque era cierto,
Minerva no se animó a decirle “¡No deseo almorzar contigo,
nuncal”. Por lo tanto dijo; “Oh, bien, seguro,¡sabes, en realidad
estoy muy ocupada ahora”, rió con nerviosidad, y se sintió más
segura de su determinación de no salir con Burt, ya que él la
hacía sentir incómoda. Lo rechazaba de forma indirecta por­
que, según ella, era el único modo decente de hacerlo; no se
animaba a decírselo de otro modo.
Mientras, Burt percibía que Minerva esperaba que diera
marcha atrás sin que se lo dijera de manera explícita, se sentía
manipulado. Cuando él le preguntó directamente si ella desea-
ba o no almorzar con él, trataba de burlar la manipulación de
ella. Pero esto hizo que ella se sintiera manipulada, porque él
estaba tratando de que"ella hablara de un modo que a ella le
parecía descortés e incqrrecto. Cada uno se sintió manipulado,
pero ambos sólo trataban de sentirse cómodos y de hacer las
cosas bien.
Esto es análogo a lo que sucede cuando dos personas que se
detienen a hablar tienen diferentes ideas sobre cuán cerca
pararse una de la otra mientras conversan. Ambas tratan de
forma instintiva de adaptar el espacio entre ellas a lo que es
habitual y cómodo, lo que da por resultado que una retroceda
y la otra avance. Entonces terminan por llegar al otro extremo
del salón. Cada una se siente manejada por la otra, y así es.

76
Pero ninguna, a nivel consciente, trata de forzar a la otra a
nada. Ambas intentan hacer que la situación parezca normal.
El peligro —y la inexactitud— de un término como “manipula-
tivo” es que .culpa a otros por la manera cómo nos sentimos al
responder a ellos.

LOS USOS DE LOS RODEOS

¿Por qué no podemos decir simplemente lo que queremos


decir? ¿Por qué una proporción tan grande de la comunicación
es indirecta, damos indicios de ella en los metamensajes, la
detectamos en tonos de voz y la vislumbramos en expresiones
faciales, en lugar de encararla frente a frente y expresarla con
palabras?
En primer lugar, hay un beneficio en la afinidad. Es mucho
mejor conseguirlo que deseamos, que nos entiendan, sin decir
lo que queremos decir. Nos hace sentir el exquisito placer de
estar en la misma longitud de onda. Este es el placer de esas
mágicas conversaciones en las que sólo decimos unas pocas
palabras —o ninguna en absoluto— y sentimos que nos com­
prenden por completo. Es el premio gordo de la comunicación,
cuya búsqueda nos hace jugar al regalo de cumpleaños y a otro
juego afín: ¿me amas?
En segundo lugar, hay un beneficio en la defensa propia. Si
lo que deseamos o pensamos no encuentra una respuesta
positiva, podemos retractarnos o alegar —quizá con sinceri­
dad— que eso ño era lo que queríamos decir.
Los beneficios de los rodeos en la afinidad y la defensa propia
corresponden a las dos dinámicas básicas que motivan la
comunicación: las coexistentes y conflictivas necesidades
humanas de participación e independencia. Como toda mues­
tra de participación constituye una amenaza a la independen­
cia, y toda muestra de independencia constituye una amenaza
a la participación, los rodeos son la balsa salvavidas de la
comunicación, un modo de flotar sobre una situación en lugar
de zambullirse apretando la nariz y salir parpadeando.
Mediante los rodeos damos a los demás una idea de lo que

77
tenemos en mente, probando las aguas internacionales antes
de comprometernos demasiado: una forma normal de equili­
brar nuestras necesidades con las de otros. En vez de soltar
nuestras ideas abruptamente y dejar que caigan en cualquier
parte, hacemos sondeos, percibimos las ideas délos demás y sus
potenciales reacciones a las nuestras, y damos forma a nues­
tros pensamientos mientras seguimos hablando.
La belleza y las trampas del lenguaje son dos caras de la
misma moneda. Una palabra que se dice, un pequeño gesto,
pueden tener significado más allá de su sentido literal. Pero
pueden pasarse por alto señales sutiles y recogerse un signifi­
cado distinto del que se pretendía transmitir, y eso puede ser
válido o no. Nuestro poder de comunicar tanto con tan pocas
palabras inevitablemente acarrea el peligro de la mala comu­
nicación.
Si los demás responden de manera extraña a lo que decimos,
quizá queramos tratar de exponer nuestras intenciones de
forma más directa en ciertas situaciones. Y al saber que otros
a menudo no son francos, o por razones de estilo de conversa­
ción pueden no querer decir lo que les oímos decir, podemos, en
algunas situaciones y con determinadas personas, solicitar
una aclaración. Pero debemos advertir que ciertas personas se
sentirán desafiadas si se cuestiona lo que quisieron expresar,
y todo intento de hablar sobre modos de conversación hará que
otras se sientan incómodas. Por lo tanto, lo más importante es
simplemente tener en cuenta que los malentendidos son natu­
rales y normales, que no son signos de que suceda algo malo al
interlocutor, o que la relación esté en peligro.
Otra forma de enviar metamensajes, las señales y los enfo­
ques lingüísticos, que comunican indirectamente, es cuando
suministran un marco para lo que decimos. Este es el tema del
capítulo siguiente.

78
5
C onstruyendo y reconstruyendo

Las voces que suben de tono en la mesa de al lado le hacen


creer que se está gestando una pelea. Le sorprende oír, segun­
dos más tarde, una explosión de risa. Lo que usted tomó por una
pelea era en realidad una conversación en voz muy alta.
Usted da a su amigo una palmada en la espalda o un
empujón, y de alguna manera él sabe que usted es amistoso,
que no está enojado. Pero cuando tío Charlie pellizca con cariño
al pequeño Butch en la mejilla, le duele, y el niño concibe una
decidida antipatía por tío Charlie.
María hace un comentario sobre el mal gusto que tiene
Gordon para elegir sus corbatas; él se ofende y objeta que
muchas veces lo felicitaron especialmente por la corbata que
usaba. María ríe, le da un empujón afectuoso y dice “¿No puedes
aceptar una broma?”.
Estos acuerdos y desacuerdos pasajeros son una cuestión de
construcción: otro término y concepto que desarrolló Gregory
Bateson.u La construcción es un modo de demostrar cómo
significamos lo que decimos o hacemos, y de deducir cómo
significan los demás lo que dicen o hacen. Es otro aspecto de los
rodeos en la conversación. Las señales y esquemas como los que
se presentaron en el capítulo 3 sirven para construir nuestras
expresiones a través de metamensajes sobre lo que pensamos
acerca de lo que sucede, lo que estamos haciendo cuando
decimos algo y nuestras actitudes hacia lo que decimos y hacia
las personas a quienes se lo decimos.
Este capítulo ilustra el proceso de construcción en los diver­
sos niveles de conversación. Señales sutiles como tono, tono de
voz, entonación y expresión facial trabajan, junto con las

79
palabras que decimos, para construir cada manifestación como
seria, graciosa, fastidiosa, colérica, amable, ofensiva, irónica y
así sucesivamente. Estas pequeñas estructuras transitorias
reflejan, y crean estructuras más grandes que identifican las
actividades que se desarrollan. Por ejemplo, las manifestacio­
nes que se construyen para dar información contribuyen a la
construcción de una actividad más amplia: la “enseñanza”.
Fastidiar y decir piropos puede ser parte de un marco mayor;
“cortejar”. Y dar consejos puede formar parte de ser protector.
Todo lo que esté relacionado con el modo de decir algo contribu­
ye a establecer la base que da forma a nuestras relaciones.
La construcción sólo puede hacerse de forma indirecta, a
través de metamensajes. Si usted trata de designar una estruc­
tura, indirectamente invoca otra distinta. A veces nos sentimos
humillados por la aparente consideración de los otros, porque
su interés origina una sutil y poco grata reconstrucción de
nuestros mundos. Cuando las estructuras que se manifestaron
y se percibieron están en conflicto, nos sentimos paralizados,
atrapados en lo que Bateson denominó el doble vínculo. Para
ocupamos de la reconstrucción que nos pone incómodos, pode­
mos abordar el problema de forma franca, metacomunicándo-
nos, o indirectamente, contrarreconstruyendo. Muchos de nos­
otros, por instinto, nos quedamos en las estructuras que otros
armaron; algunos, también por instinto, les ofrecemos resis­
tencia. La mejor propuesta es reconocer cuándo nos sentimos
reconstruidos y aceptarlo o resistimos de acuerdo con la situa­
ción.
Veamos más de cerca estos aspectos de la construcción.

¿QUE ES UNA ESTRUCTURA?

El siguiente ejemplo de diferentes estilos de rodeos —que


ahora sonará muy familiar— también ilustra la construcción.
Mónica le pregunta a Jay, “¿Dónde podríamos ir a cenar?”.
El nombra un restaurante;van; la comida es malísima. Mónica,
disgustada, refunfuña; “También era malísima cuando almor­
cé aquí con Sondra”. Jay se siente engañado: “¿Por qué no lo has

80
dicho?”. Ella es hipócrita: “No me lo has preguntado”. Y conti­
núa para acusarlo: “No te importa lo que yo deseo. Siempre
hacemos lo que tú deseas de todos modos”.
Según Jay, Mónica nunca dice lo que quiere hacer y luego se
enoja cuando no lo consigue. ¿Qué se supone que sea él, un
adivino? No puede imaginarse que, en realidad, ella sí sabe lo
que desea, pero no quiere imponérselo sin antes percibir lo que
él quiere. Cuando ella pregunta dónde podrían ir a cenar,
espera que él responda en forma vaga (por ejemplo, “¿Qué te
apetece?”) y le pase la pregunta a ella. Así ella podría contar con
algo un poco menos vago, “ Nada que sea muy pesado” o
“Almorcé tarde”. Preguntar dónde le gustaría ir a cenar a él es
un modo de comenzar una negociación en la cual ambos
indicarían lo que apetecerían y hasta qué punto, de manera que
podrían ponerse de acuerdo sobre algo que satisficiera a ambos.
Pero en lugar de una negociación, ella oye una exigencia de Jay
sobre lo que él desea.
Mónica, por su parte, no puede imaginar que cuando Jay
nombra un restaurante, sólo está aportando una idea: es su
modo de comenzar una negociación. Al mencionar un restau­
rante, Jay sugiere, no exige. Como ella espera que una negocia­
ción comience en forma vaga y luego se entre de lleno en ella,
y él espera que comience en forma específica y se concluya, ella
nunca tiene oportunidad de decir lo que desea y lo culpa a él por
no interesarse; él piensa que ella no sabe o no dirá lo que desea,
y que siempre lo está forzando a decidir.
Cuando Mónica pregunta, “¿Dónde te gustaría ir a cenar?”
no agita una bandera que dice p r e g u n t a : p r im e r p a s o e n u n a
n e g o c i a c i ó n Cuando Jay aporta el nombre de un restaurante, no
sostiene un estandarte que dice s u g e r e n c i a : p r im e r p a s o e n u n a n e -
g o s ia c ió n . Sin embargo, ésa es la manera en que manifiestan
lo que dicen: cómo están construyendo su conversación. Nues­
tras palabras ño vienen con i n s t r u c c i o n e s d e u s o . No ponemos a
nuestras expresiones una etiqueta con el nombre de la estruc­
tura a que pertenecen. Si lo hiciéramos, tendríamos un párrafo
de estructuras para cada palabra en la conversación, y precisa­
ríamos construir la estructura como tal, en retroceso infinito.

81
LAS. ESTRUCTURAS NO TIENEN NOMBRE

Como por su propia naturaleza la construcción se señala


indirectamente, nombrar la estructura invoca a su vez otra
diferente. Si un padre dice a su hijo adolescente “Me gustaría
tener una pequeña charla contigo”, éste puede responder,
“¿Qué he hecho ahora?". Espera algo mucho más importante
que “una pequeña charla”, que sólo puede surgir de paso,
cuando no está rotulada. Cuando usted se ve obligado a expre­
sar “Le estoy hablando a usted” o “Estoy tratando de explicar­
le”, probablemente ya no está sólo hablando o explicando, sino
que ha alcanzado un estado de exasperación. Cuando todo está
bien, las estructuras realizan su trabajo sin ser notadas ni
nombradas.
Si usted intenta lograr que otros designen sus estructuras
preguntándoles cómo han querido decir lo que han dicho, o qué
piensan que están haciendo diciéndolo, probablemente oigan
su pregunta como un desafío o una crítica. Pueden ofrecer un
contradesafío: “¡¿Qué quiere usted decir con que qué quiero
decir?!". Como esperamos que la comunicación se desarrolle
por sus propios medios, poner las intenciones en tela de juicio
es, de por sí, un metamensaje perturbador de falta de afinidad.
La mayoría de los interlocutores están más o menos de
acuerdo sobre cómo construir su conversación. Por ejemplo,
durante una conversación telefónica con Shirley de repente
Eric exclama, “¡Basta!”. Shirley no se ofende; advierte que Eric
no se dirige a ella sino a su perro, a pesar de que no ve hacia
dónde está mirando Eric. Puede deducir hacia dónde dirige su
voz por el modo de hablar. No hay tiempo o no es necesario que
Eric diga, “Espera un minuto. Voy a interrumpir mi conversa­
ción contigo para dirigirme a mi perro, que ha comenzado a
transformar la alfombra en cena”.
A diferencia de los seres humanos, los perros pueden iden­
tificar las estructuras sólo por el tono de voz y otras señales no
verbales, y no por el significado de las palabras que se dicen, lo
cual determinó que el perro de Eric confundiera las estructu­
ras. Habiendo supuesto correctamente que Eric estaba hablan­
do a su perro, Shirley comentó que le sorprendía oír que él se

82
dirigiera al animal con un acento sureño. Eric dijo que siempre
empleaba ese acento cuando hablaba al perro y además lo
demostró, “Como cuando le digo: ‘¡Ve y busca esa pelota!”: El
perro, que todavía se encontraba cerca de él, no comprendió las
palabras “Le digo” y, por lo tanto, no percibió esta estructura
como una cita: “Ilustro lo que digo al perro cuando deseo jugar
con él”. En su lugar, interpretó lo que oyó como una invitación
a jugar y comenzó a correr alrededor de la habitación buscando
algo para llevarle. (Escogió un sapo muerto.)
Hay situaciones en las cuales los seres humanos también
tienen dificultades para identificar las estructuras. Tal situa­
ción se presenta en la escritura. En ésta, no podemos utilizar
señales de la conversación, entonces debemos rotular, o dé
alguna manera hacer señales con una bandera, sobre nuestros
cambios de estructuras: con encabezados de sección, frases de
transición y palabras introductorias como “En resumen” o
“Para comenzar”, Al hablar, no necesitamos esas etiquetas
para las estructuras, porque identificamos los cambios orales
de estructura por la calidad de nuestra voz. Esa es la razón por
la cual, al leer la transcripción de una conversación, es difícil
determinar cómo se quiso decir algo. (Esto tiene implicaciones
significativas para los procedimientos legales que dependen
del registro de testimonios o transcripciones de grabaciones
palabra por palabra, de una conversación, como evidencia.)12
Si componemos las oraciones en la cabeza y luego escribimos
las palabras que podíamos haber dicho, todos los elementos de
la calidad de la voz (tono, ritmo, entonación) se pierden, como
quizá también la estructura que permite a otros saber cómo
queremos decir lo que decimos. Ese es el motivo por el cual a
menudo se malinterpretan las cartas. El significado de las
palabras es claro, pero un lector suele perderse la actitud del
escritor con respecto a ese significado y hacia la persona a quien
se dirige, ¿es una actitud excéntrica, afectuosa, fastidiosa,
burlona?
Una profesora estaba calificando un trabajo escrito por una
alumna particularmente buena, con la cual tenía una relación
amistosa. En clase, la profesora había destacado la importan­
cia de la necesidad de limitar los trabajos al número de páginas

83
permitido. La estudiante se habíá atenido al límite de páginas,
pero el número de palabras era muchísimo más alto pues había
impreso su trabajo en una procesadora de palabras que tenía
tipos muy pequeños. En sus comentarios escritos, la profesora
escribió una broma: “El uso de la procesadora es una forma de
hacer trampas”. La estudiante perdió una rtoche de sueño, sin­
tiéndose acusada seriamente de haber querido engañar a la
profesora. Si ésta hubiese hecho su comentario en persona, la
estudiante hubiera advertido, por la sonrisa y la actitud amis­
tosa de la profesora, que la acusación era una broma.
Guando algo significativo está enjuego, la mayoría de las
personas prefieren tratar sus asuntos por teléfono a escribirlos
y hablarlos personalmente a hacerlo por teléfono. Intuyen que
cuando es importante enterarse del significado de lo que usted
dice, tiene una mejor oportunidad de hacerlo con una determi­
nada calidad de voz, y aún mejor si además usted emite señales
no verbales con su expresión facial, sus gestos y su postura para
formalizar el significado.
Cuando una estación de radio prueba su sistema de alarmas,
debe articular el sonido en forma muy explícita: “Esto es una
prueba. Esto es sólo una prueba”. El peligro de que la audiencia
pierda la estructura, se comprobó cuando Orson Welles leyó por
radio La guerra de los mundos, de H. G. Wells. Muchos oyentes
que habían sintonizado esa onda de radio luego de haber
comenzado el programa, creyeron que estaban oyendo la noti­
cia auténtica del fin del mundo. Si hubiesen comenzado a leer
la obrapor la mitad, no se hubieran asustado, porque el libro,
físicamente, estructura sus palabras como ficción. Para estruc­
turar, la radio sólo depende del habla.
A veces, los lectores pierden una estructuración explícita,
incluso impresa. Así, un hombre que no estaba habituado a leer
The New York Times cuando leyó un ejemplar en casa de un
amigo, levantó la vista de su lectura con pánico y dijo “Este
diario es desconcertante”. Había leído una predicción sobre el
inminente fin del mundo, sin advertir el recuadro de la página
ni las palabras PROPAGANDA PAGA en un ángulo.
SACANDO PROVECHO DE LAS ESTRUCTURAB­
AN UNCIOS Y CHISTES

Con frecuencia la publicidad utiliza nuestros hábitos de


construcción. Los anuncios televisivos de medicinas patenta­
das solían recurrir a hombres con guardapolvos blancos que
presentaban los productos y brindaban información elogiosa
sobre ellos. El guardapolvo blanco, el porte serio y el tono de voz
sobrio construían a ese hombre como médico, y la información
quedaba como científicamente exacta, sin que el anuncio lo
explicitara. Los anuncios modernos son más sofisticados; ya no
son comunes los actores posando como médicos con guardapol­
vos blancos, pero se logran efectos similares de construcción
mediante la voz que transmite autoridad, o con actores que se
muestran informales, cálidos y amistosos al hablar en tonos de
voz que implican que la audiencia debe confiar en ellos.
Para que tengan efecto, muchos chistes dependen de nues­
tros hábitos de construcción al sugerir una línea de interpreta­
ción y luego, de repente, cambiar las estructuras al final.13Por
ejemplo, el chiste sobre el hombre que, con un látigo en la mano,
ofrece llevar viajeros hasta la ciudad próxima por la mitad del
billete usual. Un grupo lo rodea; pagan su billete y lo siguen,
suponiendo que ha dejado su caballo y su coche a la vuelta de
la esquina. Guando doblan la esquina—y la siguiente— sin ver
el coche, se figuran que lo ha dejado en las afueras de la ciudad.
Al dejar la ciudad, concluyen que su coche debe estar en la
primera estación. Pues bien, mientras van a la próxima ciudad
—a pie— protestan, y le preguntan ¿dónde están el caballo y su
coche? “¿Quién mencionó un coche?”, pregunta él. “Yo dije que
los llevaría a la próxima ciudad, y los estoy llevando." No tuvo
nada que decir sobre un caballo y un coche. El látigo sirvió para
construirlos. Los oyentes tienen que cambiar estructuras al
final, revisando su interpretación del significado de “llevar”.
Realizar ese cambio de estructura es lo que se considera “cap­
tar” un chiste.
Los chistes, los anuncios y las. bromas, utilizan nuestros
hábitos de construcción en forma intencionada. Pero como el
proceso de construcción es más indirecto que explícito, puede

85
malinterpretarse nuestra conversación cuando ho tenemos la
intención de hacer que los demás lleguen a conclusiones erró­
neas. Como otras formas de rodeos, la construcción constituye
tanto la coraza como la parte más vulnerable de la comunica­
ción.

LAS ESTRUCTURAS EN PUBLICO:


ESTOY TRABAJANDO, ESTOY LIBRE

Las diferencias en los modos convencionales de construir


pueden originar confusiones y malentendidos en público. Por
ejemplo, según la tendencia de las costumbres norteamerica­
nas, los trabajadores deben aparentar que están ocupados
aunque no sea así, pero algunos estilos culturales exigen que
las personas se vean “frescas”, es decir, no ocupadas aunque sí
lo estén. Una señora entra en una oficina de correos y se alegra
al ver que no hay clientes antes que ella y que el empleado
parece no estar ocupado. Canta, bailotea y pierde el tiempo con
algunos papeles, moviéndose lenta y despreocupadamente, sin
mostrar signos de concentración en su tarea. En consecuencia,
la dienta se fastidia cuando el empleado no da muestras de
haberla visto ni de querer ateiiderla.
Pero, en realidad, el empleado hacía algo importante. Cuan­
do terminó, se volvió hacia ella y la atendió con alegría. Si
hubiese manifestado gran atención y preocupación por su
trabajo, con movimientos localizados, ella hubiera captado el
mensaje “Estoy ocupado” al aproximarse, y no hubiera espera*
do atención inmediata. (De hecho, con la misma facilidad, él
podría haber utilizado'estas señales para dar la impresión de
estar ocupado cuando no lo estaba.)

POSICION

Anne estaba esperando una cantidad importante de corres­


pondencia por expreso el día en que una fuerte tormenta de
nieve paralizó la ciudad. Al día siguiente llamó a la oficina de

86
correos y preguntó si tenía alguna posibilidad de recibir su
correspondencia. El hombre que atendió el teléfono dijo “¡No
señora!”. Ella preguntó: “¿No habrá ninguna entrega de corres­
pondencia expresa?" El dijo, de modo autoritario y con. una
sonrisa irónica: “¡No, señora! Todo lo-que esté aquí permane­
cerá aquí y lo que no esta., no está. Nada entra ni sale”. Su tono
indicaba que esto era obvio. Ella se estaba irritando. “Pues
bien, ¿no podría ir y recogerla?” “¡No!” dijo él con brusquedad,
llegando su enojo al punto más alto, “La oficina de correo está
cerrada. La única razón por la que estoy aquí es porque no pude
volver a casa ayer por la noche.” Ante eso, la frustración de
Anne se desvaneció. Dijo: “Oh, lo lamento. Es amable de su
parte contestar el teléfono”.
Cuando Anne oyó que alguien atendía el teléfono se estable­
ció la estructura “abierto para trabajar”. Pero para el empleado
postal varado en su oficina, la estructura obvia era “cerrado”.
El hecho de haberle dicho que no había podido regresar a su
hogar la noche anterior, no sólo dio a Anne la información
necesaria sobre la estructura del empleado, sino que también
cambió la posición desde la cual éste se dirigía a ella: desde
“empleado no servicial” a “de persona a persona”.
La posición es un término empleado por el sociólogo Erving
Gofíinan para referirse a un tipo de estructura que identifica la
relación entre los hablantes. La misma información puede
comunicarse con diferentes posiciones y efectos radicalmente
distintos. Imagine a un hombre que insiste en que no puede
permitir que usted utilice la piscina si no tiene su carnet,
diciéndole “¿Cómo sé que usted no está tratando de pasar
furtivamente?”. Imagine la diferencia de efecto si él le dijera
“Desearía poder dejarlo pasar. Yo tampoco pienso que esa regla
tiene sentido, pero no puedo ir en contra de las normas”. En la
última instancia, la posición entre el supervisor de carnets y el
cliente es “usted y yo contra el sistema”. En la primera, es “yo
y el sistema contra usted”.
Los cambios de estructura como éste pueden mejorar o
empeorarlas cosas. Una profesora universitaria llegó al pólide-
portivo de la universidad donde enseña y descubrió que no
tenía su carnet de identificación. El estudiante que estaba de

87
turno a l a entrada insistió en. que no podía pasar sin él. La
profesora explicó quepertenecía al cuerpo docente, que nadaba
con regularidad y que su colega, otro miembro del cuerpo
docente que estaba con ella, podría identificarla. El estudiante
sostuvo que debería buscar su carnet nuevamente porque sin
él no le permitiría entrar.
La profesora buscó en su cartera en vano. Finalmente, le
recordó que una vez que se había olvidado el carnet, el estu­
diante de tumo simplemente había introducido su número en
la computadora. Entonces el joven dijo que él también iba a ha­
cerlo, pero si la obligaba a buscar su carnet primero, lo pensaría
dos veces antes de olvidarlo nuevamente. Esto cambió la es­
tructura de “cumpliendo con mi deber” a “dándole una lección”.
Dadas las diferencias de rol, esta estructura pone al estudiante
en una posición insolente con respecto a la profesora.

EL PODER Y EL PELIGRO DE LAS ESTRUCTURAS

La profesora hizo llegar su queja al director del polideporti-


vo, quien respondió que estaba seguro de que ella había
malinterpretado las intenciones del estudiante, pues sólo esta­
ba cumpliendo con su tarea.
E l poder de las estructuras reside en que hacen su trabajo de
forma reservada. Al permitimos significar lo que decimos sin
decir lo que significamos en tantas palabras, nos brindan la
posibilidad de retroceder, quizá con sinceridad, diciendo, “No
quise decirlo en ese sentido”, o acusando, "¿Qué le sucede? Está
imaginando cosas”. Este beneficio defensivo para nosotros, en
cuanto constructores, es una desventaja cuando estamos incó­
modos con las estructuras armadas por otros: Es mucho más
difícil desafiar el modo en que se construyó algo, que desafiar
una afirmación directa.
La mayoría de nosotros siente un fuerte impulso por nave­
gar con viento a favor. Cambiar de curso e ir viento en contra,
exige un gran esfuerzo y se corre el riesgo de que se vaya a pique
el bote de la conversación.
Pero existen dos maneras de operar las estructuras de la
conversación en lugar de que ellas nos dominen. Arabas supo­
nen cambiar de estructura, abandonándola. Una recurre a la
metacomunicación; la otra al cambio de estructura sin mencio­
narlo.

ROMPIENDO LA ESTRUCTURA

El mejor ejemplo de que dispongo para ilustrar el mecanis­


mo de permanecer en la estructura, y las dos maneras de
abandonarla, es una experiencia personal. Por lo tanto, dejaré
la estructura de exposición impersonal que he establecido en
este libro —cambiaré la posición desde la cual me dirijo al
lector— y procederé a describir una experiencia personal en
este punto. (He señalado este cambio de posición de modo
explícito yaque, por escrito, no puedo señalarlo por la suavidad
de mi tono de voz, por una postura corporal más relajada, con
una sonrisa, etcétera.)
Mientras daba una conferencia a un numeroso auditorio,
dos personas sentadas en la primera fila —una pareja— me
ocasionaban problemas. Hacían comentarios irónicos, lanza-
. ban preguntas extensas que desafiaban mis afirmaciones y me
desviaban del tema de mi conferencia. El metamensaje de sus
comentarios y preguntas señalaba que todo lo que yo decía era
estúpido e incorrecto.
Esto nunca me había sucedido antes. Entonces lo encaré em­
pleando las herramientas que habían sido útiles en el pasado
para reconstruir las preguntas críticas de forma tal que no
fueran destructivas: mantuve mi aplomo; agradecí a los inte­
rrogadores por mencionar puntos interesantes, y al responder
a sus preguntas hablé sobre temas que de todas maneras
quería tratar. Pero estas herramientas no eran lo suficiente­
mente fuertes para este trabajo de reconstrucción, ya que la
pareja no ponía nada de su parte para apoyarla. No hacían un
alto después de una, dos o tres preguntas; las formulaban en
voz alta en vez de levantar la mano para solicitar intervenir;
respondían en detalle a mis respuestas, en consecuencia cada
pregunta llevaba a un extenso intercambio; y no dejaban de

89
comentar con tenacidad mis intentos por acortar sus largas res­
puestas.
Al acobardarme cada vez más por las largas interrupciones
y desafíos a mi credibilidad, comencé a hacer chistes a costa de
ellos. Finalmente, respondí a un comentario particularmente
destructivo —la observación desdeñosa del hombre al afirmar
que las personas que malinterpretan lo que se dice no son muy
inteligentes— con una explicación apasionada, magníficamen­
te articulada y razonada. Destaqué el error de comparar los
modos dé hablar con atributos tan cargados de valor e infunda­
dos, como la inteligencia. Sólo mis amigos más íntimos hubie­
ran reconocido mi mayor fluidez y elocuencia como un signo de
enojo. Al finalizar la conferencia, me sentí como un vencedor
después de la batalla: exhausta y agotada emocionalmente,
pero aliviada por haberme impuesto.
A pesar de todo, a la mañana siguiente tomé conciencia de
que no había manejado bien la situación porque había perma­
necido en la estructura que ellos habían armado: una batalla
que me involucraba con ellos como el centro de atención y los
catapultaba desde un numeroso auditorio al escenario central.
Cada vez que respondía en detalle a sus ataques, reforzaba esa
estructura y los animaba a disparar otra. Lo que tendría que
haber hecho era quebrar su estructura, ya sea metacomunicán-
dome —hablando en forma directa sobre lo que estaba suce-
diendo— o cambiarla indirectamente.

METACOMUÑICAGION

Metacomunicación es el término que Gregory Bateson utili­


zó para referirse a la conversación sobré la comunicación, la
designación de la estructura. Yo podría haber planteado abier­
tamente que las extensas interrupciones me impedían llegar a
los puntos que había preparado o incluso que me sentía ataca­
da. También podría haber analizado la interacción inmediata
en los términos de mi conferencia. Por ejemplo, la mujer había
objetado con vigor mi conclusión sobre el hecho de que las
personas a veces causan impresiones que difieren de sue

90
intenciones. Inclinándose hacia adelante desde su asiento de
primera fila, había protestado: “¡Seguramente, si usted es una
persona sensible, ve la impresión que está haciendo, y si no
coincide con lo que se propone, entonces cambia lo que está
haciendo!”. Podría haber preguntado entonces si ella tenía
buenas intenciones al desbaratar mi conferencia, mostrarse
descortés y alterarme. ¿Había notado ella que estaba causando
esa impresión? ¿Se consideraba ella una persona sensible?
Pero llamar la atención sobre el aspecto destructivo del
comportamiento de ambos, hubiese reforzado la estructura de
batalla nombrándola y abriendo la confrontación, Hablar sobre
mi reacción personal la hubiera agravado y me hubiera presen­
tado en una postura más vulnerable de la que era congruente
con mi rol de conferenciante. En otras palabras, el hecho de
metacomunicar cambia la estructura, pero también la sustan­
cia, haciéndola protagonista de la nueva metacomunicación. El
hecho de metacomunicar envía por sí mismo un metamensaje
de participación: como llamar a alguien para decirle que no se
desea hablar con él nunca más.
Otra forma de abandonar la estructura hubiese sido: “Hay
setenta y cinco personas en este salón. Ustedes ya han formu­
lado muchas preguntas; demos a algunos de los otros una
oportunidad*’. Esto cambia la estructura sin nombrarla. De
este modo, podría haber restablecido el control sin poner
énfasis en el problema específico (“Estoy manejándo este es­
pectáculo y usted me está fastidiando”) pero ejerciendo un
control desvinculado (al dar a todos la oportunidad de formular
preguntas). Esta reconstrucción podría bloquear nuevas inte­
rrupciones e impedir que la pareja siguiera acaparando el
centro de atención, como un derivado en lugar del foco de la
reconstrucción.

RECONSTRUCCION EN LA ESTRUCTURA DE APROBACION

La suerte me obsequió con la continuación perfecta de este


ejemplo. Al día siguiente había cambiado mis estructuras de un
modo muy diferente: bajo el disfraz de aprobación y apoyo.

91
Ofrecí una charla a un pequeño grupo de psicoterapeutas. Lejos
de atacar mis afirmaciones, se adhirieron a ellas con entusias­
mo. Tomaron mis ideas y las reconstruyeron en términos
psicológicos: por ejemplo, <fYa veo lo que usted quiere decir; él
fue hostil”. Desgraciadamente, lo que se ofrecía como un es­
pectáculo de comprensión era en realidad la prueba de su
ausencia. Mi punto consistía precisamente en que la conducta
que erróneamente se veía como hostil era, en realidad, un acto
bien intencionado en un estilo diferente.
En ese contexto se desarrolló un tipo de reconstrucción aún
más poderoso. Decidí utilizar mi experiencia de la noche ante­
rior para demostrar el concepto de estructuras, como acabo de
hacer aquí. Cuando terminé de explicar lo que había sucedido
y antes de proceder a analizarlo, lapsicoterapeüta sentada.a mi
lado, tocó mi hombro y dijo: “Representemos eso”, ¡Este gesto
reconstruyó la interacción, poniéndome en el papel de paciente
y a ella en el de mi terapeuta!
Metacomunicarse en este caso sería decir; “¡Eh, no soy su.
paciente!”. Resistir la reconstrucción sin nombrar la estructura
sería decir: “Espere, no he terminado de hablar sobre estos
ejemplos”.
Es tan frustrante ser elogiado .como s.er criticado.si sentimos
que el elogio está basado en una estructura que no nos perte­
nece, como la queja en <&nQÓn JCillingme softly. “contando
toda mi vida con sus palabras”. Deseamos contar nuestras
propias vidas con nuestras propias palabras. Y es frustrante ser
ayudado (como yo fui “ayudada” para representar una interac­
ción que me había resultado difícil) si esa ayuda establece una
posición con la cual no nos sentimos cómodos. No es divertido
que nos abracen si el ¿brazo nos corta la respiración.

RECONSTRUCCION COMO HUMILLACION

A veces usted se siente humillado por lo que otros dicen, y no


está seguro de la causa de ese sentimiento, en especial si parece
que dicen algo favorable.
Poco después de su divorcio, Marjorie hizo un viaje a Lon­

92
dres durante lás vacaciones de Navidad. Cuando se despidió de
sus amigos Julián y Barb, Barb le dio una palmadita afectuosa
en el brazo y le dijo con una sonrisa: “No tienes que ir hasta
Londres para no estar sola en Navidad. El año próximo puedes
pasar la Navidad con nosotros”.
Marjorie le agradeció el gentil ofrecimiento. Pero se sentía
destrozada. Reconstruyó su excitante viaje a Londres como un
intento patético por evitar estar sola en esa fecha. Sin embargo,
como la reconstrucción se hizo por un gesto aparentemente
generoso, no pensó objetarlo. Aunque hubiese pensado en ello,
hubiera callado, porque cualquier objeción podría introducir
un tono contencioso en el hasta entonces armonioso intercam­
bio.
Tal comunicación es confusa porque constituye un doble
vínculo: el conflicto entre el mensaje y el metamensaje. El
mensaje dice “Nosotros somos tus amigos; deseamos que seas
feliz”. El metamensaje dice “Pobrecita”, y eso hace que uno se
sienta así de desdichado.
En otra oportunidad, Maijorie estaba esperando la visita de
su amiga Caroline que era, como Maijorie, una próspera
corredora de bolsa. Cuando le mencionó a Sophia que Caroline
se quedaría en su casa, Sophia dijo: “Oh, bueno, tendrás
oportunidad de averiguar lo que piensa”. Estas palabras re­
construyeron la visita amistosa de una igual como una situa­
ción en la cual Marjorie era la agraciada beneficiaría de la
visita de un superior, lo cual era insultante porque, reducía el
rango de Marjorie. Pero el insulto no está en la proposición, está
en la suposición sobre la que se basa: en otras palabras, en la
construcción.
Un grupo de amigos cena en un restaurante. Suelen probar
la comida entre ellos, en especial si es algo delicioso. Karen
ofrece a Laura un pequeño trozo de su pato asado y Laura lo
acepta. Luego ella ofrece a Karen un pequeño trozo de sus
escalopes y Karen lo rechaza diciendo en tono conciliador: “Tú
no tienes muchos. Son para ti”.
De repente, Laura se siente como un cerdo porque está
acaparando su propia comida. Karen rechazó el ofrecimiento de
Laura de un modo que construyó su negativa como magnáni­

93
ma, y el hecho de que le acabaran de ofrecer pato asado
resaltaba esta cualidad. Karen parecía implicar que deseaba
probar los escalopes pero se abstenía de hacerlo para no
quitarle comida a Laura. (Quizás Karen en realidad estaba
esperando que Laura insistiera en su ofrecimiento.) La autén­
tica magnanimidad hubiese consistido en pretender no desear
nada, así Laura podría comer todos sus escalopes sin sentir que
privaba a Karen de probarlos.
La magnanimidad de Karen, construida con el modo como
rechazó el ofrecimiento, es la base de la clásica postura de “la
madre martirizada” (“No te preocupes por mí; sólo me sentaré
quieta en la oscuridad”). Es un ardid irónico por el cual usted
desea ser magnánimo, pero también el mérito de serlo: y
atribuirse el mérito por ser magnánimo reconstruye la conduc­
ta del otro, según la cual lo priva a usted. No es necesario
interpretarlo como intencionalmente destructivo por parte de
los que inspiran culpabilidad. Es suficiente que quieran dejar
constancia de su magnanimidad. La reconstrucción de la con­
ducta del otro es un derivado de esa estructura.

CONSERVADORES Y QUEBRADORES DE ESTRUCTURA

Un hombre y una mujer caminan por la calle. Un coche se


acerca a la bocacalle al mismo tiempo que ellos. El conductor se
detiene en la esquina y les hace señas para que crucen delante
de él. Esa aparente amabilidad revela, en un sentido, una
inapropiada autoexáltación. En un cruce peatonal, es la ley, no
la magnanimidad del conductor, la que obliga a dar paso a los
peatones. Al hacerles señas para que crucen, el conductor se
atribuye el mérito por una situación definida externamente, ai
igual que Karen, que convierte los escalopes de Laura en un
regalo de su parte.
¿Cómo responde a esta reconstrucción la pareja de la esqui­
na? La mujer acelera el paso y atraviesa apurada la calle. El
hombre retrocede y hace señas al conductor para que prosiga
mientras él espera.
El instinto de la mujer la hace aceptar la estructura estable­

94
cida por eí conductor: "Yo le permito pasar a usted”. Ella acelera
su ritmo para devolver gentileza por gentileza, al evitar que el
conductor espere más de lo necesario. El instinto del hombre lo
hace resistir la estructura del conductor y sustituir la propia:
“No, yo soy quien le permito proseguir a usted".
En tanto que podría parecer como si el derecho a proseguir
diera ventaja a uno, eso ocurre sólo a nivel del mensaje. En el
nivel del metamensaje, el que decide tiene la ventaja, sin
importar quién prosigue. Esta es la razón por la cual muchas
mujeres no se sienten autorizadas por privilegios tales como
mantener las puertas abiertas para ellas. La ventaja de pasar
primero es menos destacable para ellas que la desventaja de
que les sea otorgado el derecho a pasar por alguien que está
construido, por su magnánimo gesto, como el árbitro del dere­
cho de paso.
La mayoría de nosotros tiende a resistir o a ceder a las
estructuras. Aquellos que en forma instintiva se resisten a las
estructuras armadas por otros, tienden a detenerse brusca­
mente cuando se sienten presionados..Los que en forma instin­
tiva se acomodan dentro de ellas, tienden a ceder cuando se
sienten presionados. Es más probable que respondamos de
acuerdo con nuestros hábitos, que con los datos específicos de
la situación.
Deberíamos aprender a responder de un modo o de otro —ir
con la estructura o resistirnos— según la situación. El primer
paso hacia este ejercicio de control es reconocer cuándo nos
sentimos incómodos dentro de las estructuras donde nos colo­
caron y comprender los modos de conversar que determinan la
construcción. El segundo es practicar métodos para resistirse
a esa construcción o para cambiar las estructuras cambiando el
estilo de conversación. En algunos casos, incluso puede ser útil
metacomunicarse: hablar sobre la estructura, empleando o no
el término.

95
LAS ESTRUCTURAS SON DINAMICAS

Las estructuras rió son estáticas como los marcos de los


cuadros, sino que están continuamente produciendo líneas de
interpretación, negociando posiciones. La construcción que se
desarrolla en todo momento es parte de lo que establece la
estructura para lo que se desarrollará luego, y su creación se
debe en parte a la construcción anterior. La posición que
establecemos tiene su origen en la que se estableció el momento
anterior y el año anterior.
En cualquier punto, cada persona reacciona a una reacción
de los demás y causa, a su vez, una reacción en ellos. La mayoría
de nosotros tiende a verse a sí mismo al responder a lo que otros
dicen, sin advertir que lo que ellos dicen puede ser una reacción
hacia nosotros. Tenemos una aguda noción de que dijimos lo
que dijimos por lo que ella dijo, pero puede ser que no se nos
ocurra que ella dijo lo que dijo por lo que nosotros dijimos justo
antes, ayer o el año anterior. La comunicación constituye un
flujo continuo14 en el cual todo es, simultáneamente, una
reacción y una instigación y viceversa. No dejamos de mover­
nos en una compleja danza que es siempre diferente pero con
pasos familiares. El ritmo y la secuencia, que están en constan­
te cambio, se ajustan por sutiles metamensajes que construyen
lo que sucede de un momento a otro.
Algunos de estos ejemplos de construcción y reconstrucción
tieneri que ver con ¿a humillación o la firmeza de sentimientos,
con la manipulación o el control de ambos. Este aspecto de la
construcción puede comprenderse en función de una última
dimensión de la comunicación humana: poder y solidaridad. Y
éste es el tema del próximo capítulo.

96
mmmm

6
Poder y solidaridad

Jack va a visitar a su abuela, internada en una clínica


geriátrica. Ella se jacta de que, en realidad, tiene mucha
confianza con las enfermeras porque la llaman Millie. Jack no
está conforme; considera que no tratan a su abuela con el
debido respeto. Jack siente que las enfermeras han establecido
una posición que refuerza su actitud de poder sobre la paciente;
interpreta el uso del nombre de pila como una expresión de
solidaridad.
Los términos poder y solidaridad15 captan el modo como
hacemos malabarismos con las necesidades de participación e
independencia en el mundo real. El poder está relacionado con
el hecho de controlar a otros (una extensión de la participación)
y de resistirse a ser controlado (una extensión de la indepen­
dencia); el deseo de que no haya abuso. Pero también tiene
relación con el rango social de las personas, ya que uno superior
supone el derecho a controlar y a resistirse a ser controlado. La
solidaridad es el impulso a ser amistoso, similar a lo que hemos
llamado “afinidad”, pero el poder también establece una posi­
ción de igualdad entre las personas, por lo tanto ninguna puede
decirle a la otra lo que debe hacer.
Es fácil observar cómo los rangos superiores nos permiten
decir a otros lo que deben hacer. Los jefes dan órdenes a los
empleados; los padres, a los hijos; los maestros, a los alumnos;
los doctores, a las enfermeras y a. los pacientes. Pero aun en
situaciones en las que las personas se encuentran en aparente
igualdad de posiciones —amigos, o compañeros en el amor o en
el trabajo— las necesidades de-participación e independencia
invocan cuestiones de control de forma constante.
Los rodeos hacen posible controlar a otros sin que sea
evidente. El padre que hace saber, sin decírselo, a su hija lo que
él considera que ella debería hacer, en realidad desea imponer
su voluntad. Pero preferiría sentir que está haciendo lo que
quiere porque su hija desea lo mismo (solidaridad) y no porque
él la esté obligando (poder). De este modo, el poder puede dis­
frazarse de solidaridad. Pero sabiéndolo, podemos confundir
expresiones sinceras de solidaridad con juegos de poder y hu­
millación. Al estrechar mi mano, ¿me da usted un apretón extra
para hacerme saber que le agrado o que es más fuerte? Puedo
recibir cualquiera de los dos mensajes, sin tener en cuenta el
que usted quiso transmitirme.
El poder y la solidaridad están paradójicamente relaciona­
dos entre sí; ambos se excluyen y se vinculan mutuamente. El
amor implica el deseo de agradar a quienes amamos; por lo
tanto, hacer que otros nos amen es una manera de lograr
satisfacer nuestro deseo. Así, la solidaridad supone poder. El
temor nos motiva a hacer lo que desean las personas a quienes
tememos; en consecuencia, hacer que otros nos teman es
también una manera de lograr nuestro deseó, y de recibir amor.
Así, el poder supone solidaridad.
Estás dimensiones están aún más entrelazadas porque
amar siempre supone temer que el amor se pierda. Por lo tanto,
el amor y el temor pueden hacer que nos sintamos (o estemos)
controlados y que controlemos (o tratemos de controlar) a otros.
Esta situación constituye una paradoja, como el dibujo del
cáliz y las dos caras. Ambas imágenes existen en la figura de
modo simultáneo y las podemos ver, pero sólo una a la vez. De
igual manera, sólo podemos ver un lado a la vez de la dimensión
poder/solidaridad. Si usted trata de lograr que yo haga lo que
desea —'manipulándome—, entonces no me ama; me está
usando. Es difícil ver—:por contradictorio— que usted me ama
y me esté usando. Quiere que yo haga lo que usted desea y quiere
que yo sea libre. Tales paradojas mantienen la comunicación (y
las relaciones) en un estado de desequilibro y ajuste continuos.

98
¿QUE HAY EN EL NOMBRE DE PILA?

El ejemplo de la mujer en la clínica geriátrica es un buen


motivo para comenzar a explorar la dimensión poder/solidari­
dad, ya que la forma como nos dirigimos a las personas
corresponde a los modos más comunes de demostrar rango y
afecto. La solidaridad predomina cuando dos personas se
llaman por su nombre de pila; el poder se impone cuando una
sola llama a la otra por el nombre de pila sin reciprocidad. Si un
hombre le dice a su criado; “Cuando los invitados lleguen,
hágalos pasar al salón, Steven”, ¿puede Steven responder:
“Será un placer, Rol and”? Si la maestra designa a Johnny para
que lea la lección en voz alta, ¿puede Johnny preguntar “Qué
página, Margaret”? Si el doctor, el dentista o el psicoterapeuta
llaman a la secretaria o al paciente “Marj^’, ¿puede Mary
responder en la misma forma?
Edad, sexo y rango desempeñan un papel en estos ejemplos.
En cierto sentido, la relación de edades es un modelo para el
poder y la solidaridad. Todo adulto puede llamar a un niño por
su nombre, pero los niños deben llamar, por lo menos a algunos
adultos, por su rango y apellido (señor, señorita, señora, doc­
tor). Las maneras de hablar a los niños —llamándolos por el
nombre, dándoles palmaditas y acariciándolos, formulándoles
preguntas personales— manifiestan afecto. Pero también re­
flejan una diferencia de rango, porque el derecho a manifestar
afecto en esa forma no es recíproco.
Por extensión, cuando un hombre de negocios, el señor
Warren, dice al ascensorista “Buenos días, Jimmy’', quiere ser
amistoso, pero quizá le recuerde a Jimmy la diferencia de sus
posiciones sociales. Y si Jimmy está parado en el vestíbulo
hablando con el conserje, el señor Warren puede tocar su brazo
para que se corra a un costado. Pero el señor Warren esperaría
que Jimmy se acercara y le dijera “Disculpe”, si quisiera que el
señor Warren se apartase.
El señor Warren también puede sentirse libre de apartar a
toda mujer que le bloquee el paso tocándola de modo amistoso,
mientras que se evitaría todo contacto físico y diría “Disculpe”
(en otras palabras, sería más formal que amistoso) si su paso

99
estuviese bloqueado por otro hombre con un traje de tres
piezas. Quien de forma consciente intenta ser amistoso, puede
ser visto como alguien que pretende destacar su rango, si no
tiene reciprocidad o no coincide con la manera de ser amistoso
de una persona de igual rango social.
Las mujeres, con frecuencia, quedan atrapadas en las ga­
rras de esta paradoja. Se las llama por el nombre de pila y se las
toca mucho más a menudo que a los hombres. Los conductores
de debates, los moderadores de paneles, los estudiantes y otras
personas se dirigen a los hombres que tienen el doctorado en
filosofía, diciéndoles "doctor” muchas más veces de lo que lo
hacen con las mujeres con el mismo título. Es habitual para los
extraños —agentes de viajes, vendedores, empleados de pedi­
dos telefónicos— llamar por el nombre de pila a todas sus
dientas. En cierto sentido, esto expresa condescendencia, es
dedr, falta de respeto. Así como las personas se sienten libres
de tocar, dar una palmadita y llamar a los niños por su nombre,
también se sienten más libres de usar estos signos amistosos
con las mujeres.
Pero no es menos cierto que las personas que tratan a las
mujeres de esta forma, lo hacen para ser amistosas; emplear
“señorita” o “señora” sonaría extraño, como todo lo que va
contra las costumbres. Muchas mujeres prefieren que las
llamen por su nombre, porque el hecho de utilizar el rango y el
apellido pone distancias. Y a las mujeres les molesta esto, más
que a los hombres.

“GRACIAS, CARIÑO» "

Una joven y prometedora ejecutiva estaba entrevistando a


un probable empleado para su empresa durante un almuerzo
informal. El restaurante tenía un sistema de autoservicio para
el café. La ejecutiva se estaba sirviendo café cuando un hombre
se le acercó y le pidió que 1q sirviera un poco. Ella lo complació
con gusto, y él le dijo: “Gracias, cariño. Alguna vez haré lo
mismo por ti”.
A pesar de que ella no había tomado a mal el pedido (otras

10.0
mujeres quizá sí), sintió que la colocaban en un rango inferior
por la forma íntima de dirigirse a ella. Dijo al extraño: "Gracias,
pero no me llame cariño”.
Esta réplica enfadó al hombre, que comenzó a balbucear y
finalmente la acusó: “¡Seguro que su esposo la llama ‘cariño’ y
eso a usted le encanta!”. Este era, precisamente, el caso. El no
era su esposo, entonces no debería dirigirse a ella como podría
hacerlo su cónyuge. Pero el gesto del hombre sí había sido
amistoso, así que el hecho de que ella se ofendiera le había
parecido injusto. El daba el metamensaje de solidaridad al
llamarla “cariño”.16Ella reaccionaba al metamensaje de con­
descendencia.
Lamentablemente, no existe un término para que el hombre
demostrara sus sentimientos amistosos sin ser condescendien­
te. “Compañero”, “amigo” o “chico” no serían apropiados para
una mujer. Todos los términos tradicionales que expresan
afecto hacia las mujeres tienen una connotación condescen­
diente precisamente porque se utilizan sólo para las mujeres.
Esta es la razón por la cual es frustrante tratar con mujeres (u
otros que sean diferentes) en ambientes en los cuales se está
acostumbrado a tratar sólo con hombres. Las formas que
tradicionalmente se emplean para hablar con los hombres
parecen descorteses, pero las que se emplean con las mujeres
implican no acordarles el mismo respeto que un hombre recibi­
ría. El doctor que da una palmadita en el brazo a su paciente o
enfermera diciendo "¿Cómo está usted hoy, Sally?”puede tener
sinceras intenciones de ser afectuoso y amistoso. Pero puesto
que el paciente o la enfermera no pueden darle una palmadita
en el brazo y preguntarle “¿Cómo está usted hoy, Richie?”, hay
un (posiblemente no intencionado) metamensaje de superiori­
dad en el gesto del doctor. Las formas de demostrar interés o de
acercarse —usar el nombre de pila, tocar y preguntar sobre la
salud— son también, paradójicamente, expresiones de supe­
rioridad, lo cual es condescendiente.
Muchos de nosotros, al enfrentar metamensajes tan varia­
dos, rechazamos la condescendencia e ignoramos el interés o
agradecemos el interés e ignoramos la condescendencia, lo
mismo que cuando miramos un dibujo paradójico: no podemos

101
retener ambas imágenes al mismo tiempo. Pero ambas están
allí. Sentir enojo por la condescedencia o agradecimiento por el
interés equivale a ignorar la mitad de la comunicación.

NEGANDO EL PODER

Vemos nuevamente que la comunicación es un doble víncu­


lo. ¿Qué debe hacer un doctor bienintencionado? Muchos pa­
cientes no aceptan la invitación de su doctor a que lo llamen por
el nombre de pila porque sienten qué, en realidad, existe, una
diferencia de rango: diferencia que quieren tener en cuenta, ya
que confían sus vidas a su doctor.
Aun los pacientes más jóvenes responden a los metamensa-
jes por la manera de hablar que tienen los doctores con ellos. El
médico de cabecera de Ben Clarke, de cuatro años, era muy
natural. Se lo conocía por su nombre de pila, Ralph, y entrete­
nía a sus pequeños pacientes con parloteos antes de examinar­
los. En una ocasión, Ben tuvo que consultar a un especialista
cuyo modo de tratar a los niños era más tradicional y formal.
Después de la visita, Ben comentó a su padre con aprobación:
“¡.Ese sí es un doctor!” cuando le preguntaron por qué lo decía,
Ben explicó: “Habla como un doctor”.
Si un doctor anima a sus pacientes y enfermeras a que lo
llamen por su nombre de pila y le pregunten sobre su vida
privada, puede ser que lo interpreten como que está fingiendo
una falsa igualdad. Pero si lo hace una doctora,'puede sacrificar
muchos más signps de respeto que los que confiere el rango
médico. Tratar de ser llano cuando usted no lo es puede parecer
hipócrita y provocar resentimiento cuando intenta imponer su
autoridad: por ejemplo, cuando un doctor insiste en que un
paciente o una enfermera sigan sus instrucciones sobre proce­
dimientos médicos. Y los maestros que estimulan las manifes­
taciones de solidaridad de sus alumnos se encuentran solos
frente a frente en el campo del poder cuando deben calificar o
tomar decisiones sobre pruebas de nivel.
Por lo general, los médicos, jefes, profesores y gente mayor
son los que autorizan a otros a dirigirse a ellos por su nombre

102
de pila o a utilizar otros signos de familiaridad. (Como se acaba
de explicar, las mujeres que ocupan estos cargos a veces sienten
que esta prerrogativa les fue usurpada.) El mismo acto de
otorgar permiso para representar un papel de igualdad coloca
en una situación de superioridad. Y aquellos que lo conceden
para usar algunos signos de rangos equivalentes, con seguri­
dad tienen fuerte convicción sobre las libertades que no debe­
rían tomarse. Una profesora a quien no le importaba que sus
estudiantes la llamaran por su nombre de pila y empleaba una
conducta amistosa más que profesional, se molestó, sin embar­
go, cuando un estudiante la felicitó por la distinción académica
que acababa de recibir y remató su alabanza con una palmadita
en la espalda mientras se reía entre dientes, y cuando otro
estudiante, al pedirle ella que le alcanzara algo, le respondió
con una broma; “¡Di por favor, ricura!”.
La solidaridad rebaja el poder. No podemos tenerlo de
ambas formas. El trabajador social que busca que una pandilla
lo acepte renuncia a su autoridad. Mientras preserve su auto­
ridad o el derecho a invocarla en circunstancias extremas, la
pandilla no puede aceptarlo como un igual.
Las muestras de solidaridad por parte de quien se percibe
como con rango superior pueden desencadenar una explosión y
parecer condescendientes. Ser informal para demostrar solida­
ridad hacia quien parece tener un rango menor, también puede
desatar una explosión y parecer insolente. Y el primer caso
puede invitar al segundo. Las diferencias de rango se expresan
y mantienen por las formas de hablar, pero también se las
puede invocar sin intención, porque éstas envían metamensa-
jes sobre el rango de los interlocutores. .

RECONSTRUIR EN LA DIMENSION PODER/SOLIDARIDAD: RECLA­


MAR IGUALDAD INAPROPIADA

En el capítulo 5 se presentaron ejemplos de comentarios que


causan incomodidad, porque el hablante asume una posición
que el oyente juzga inapropiada. A veces, lo inapropiado tiene
relación con un rango relativo; entonces la dimensión poder/

103
interacción social con quienes no conoce bien es muy difícil para
él. Al no saber cómo acercarse a los demás, se para a un lado y
desvía su mirada, dando la impresión de ser inaccesible. Luego
se siente ofendido cuando nadie le habla. Lo que se percibe
como una muestra de poder es en verdad una falta de solidari­
dad. Lejos de sentirse demasiado bueno para todos, en verdad
no se siente lo suficiente.

AMBICION

La presunción de que existan motivos relacionados con el


poder cuando puede estar en juego la solidaridades adecuada
para comprender la ambición, una cualidad sobre la cual
nuestra sociedad es ambivalente. La ambición es la expresión
del deseo de poder y solidaridad. Pero solemos considerar que
la ambición está basada sólo en el poder.
Uno de los fines de la ambición es ejercer control sobre otros:
hacer las cosas a nuestro modo, saber que nuestra palabra se
mantendrá. Pero otro fin es que nos amen: saber que no nos
ignorarán, que oirán nuestra palabra. Los efectos de estos dos
fines pueden coincidir, pero las motivaciones son distintas.
Ser un político —ya sea dentro o fuera del campo político en
sí— supone un estilo que muchos de nosotros sentimos, por
definición, como no sincero, Pero la política, como otras esferas
del éxito y de la influencia, es una cuestión que involucra los dos
aspectos de la ambición. La gente busca la influencia política
para sentirse poderosa, pero también para sentirse amada por
el mayor número posible de personas.
Las habilidades políticas, como recordar los nombres de las
personas y detalles personales sobre ellas, son simplemente el
desarrollo de las habilidades sociales para construir la afini­
dad Un comentarista describió como mejor político a quien pue­
de “trabajar el ambiente”, y nombró a Hubert Humphrey como
ejemplo representativo de esta habilidad. Humprey solía en­
trar majestuosamente en el salón donde cenaban muchas per­
sonas, se paraba en cada mesa y saludaba a todos los invitados
por su nombre, haciendo referencia a algo personal sobre ellos.

108
Un modo cínico de considerar esta conducta es que el político
finge interés para lograr respaldo y, fundamentalmente, votos.
Las películas y la TV fundamentan este punto de vista: un
político habla por teléfono mientras su asistente rápidamente
le entrega una tapeta. Tomándola, el político vocifera en el
teléfono: “¡Fue un placer hablar con usted! ¡Cariños a Mary y a
la pequeña Jennifer! ¡Encantado! ¡Encantado!”
Pero esta euforia bien podría ser sincera. El modelo para tal
manipulación es la persona que en forma espontánea complace
a los demás recordando sus nombres y detalles sobre ellos, y en
realidad disfruta tomando contacto personal, aunque efímero,
con un vasto número de personas. Toda conducta que pueda
fingirse es efectiva porque algunas personas la manifiestan con
naturalidad. La gente ambiciosa puede motivarse por diferen­
tes combinaciones del deseo de poder y solidaridad.

PODER Y SOLIDARIDAD EN EL HOGAR

Las estructuras paradójicas del poder y la solidaridad expli­


can muchas de nuestras peleas interpersonales. Como ejemplo,
consideremos una divertida pero inusual conversación que se
grabó sin ningún propósito y que analizó uno de los primeros
analistas profesionales de la conversación, el sociólogo Harvey
Sacks. A continuación, se transcribe la conversación, desarro­
llada én casa de Bill. Ethel y Ben son los padres de Bill, y Max
es el padrastro político de ellos. Ethel y Ben están tratando de
lograr que Max coma un poco de arenque y él se niega.

Ben: Debe... uh... uh... Eh, éste es el mejor arenque


que usted haya probado. Se lo digo ahora mismo.
Ethel: Saca un poco para que Max pueda comer tam­
bién.
Ben: Oh, muchacho.
Max: No quiero arenque.
Ben: No tienen esto en Mayfair, pero este arenque es
delicioso.
Ethel: ¿Cómo se llama?

109
Ben: Lasko, pero tiene pequeñas porciones de aren­
que y hay una razón: una vez el hombre me dijo
que era el mejor. Es arenque de Nueva Escocia.
Bill: ¿Por qué es el mejor?
Ben: Porque proviene de aguas frías. Porque el pesca­
do de aguas frías es siempre...
Max: [?] cuando ellos... uh.., cállate.
Ethel: Mmmm.
Ben: El pescado de aguas frías e s...
Ethel: Oooo, Max, coma un trozo.
Ben: Este es el mejor que jamás haya probado.
Ethel: Geschmacht. Mmm. Oh, es delicioso. Ben, alcán­
zame una servilleta, por favor.
Bill: Déjame cortar un poco de pan.
Ben: ¿No está bueno?
Ethel: Delicioso. Geschmacht, Max.
Max: ¿Cómo?
Ethel: Geschmacht. Max, un trozo.
Max: No quiero.
Ben: Sentirá apetito... Mejor coma algo porque sen­
tirá apetito antes de que lleguemos allí.
Max: ¿Y?
Ben Vamos. Coma. No quiero que enferme.
Max: Cuando llegue allí comeré algo.
Ben: ¿Eh?
Max: Cuando llegue allí comeré.
Ben: Sí, pero es mejor que coma algo antes. ¿Se echará
un ratito y tomará una siesta?
Max: No.
Ben: Vamos, ¿No se echará y tomará una siesta?
Porque yo sí lo haré.
Max: [?]
Ben: ...en un minuto. Está bueno. En realidad está
bueno.
Ethel: Mmm.
Ben: Honestamente. Vamos.
Max: Yo no [?]
Ben: [?] Por favor, no quiero que enferme.

110
Max: Yo no me enfermo.
Ben: Ooh, eso es tan...
Ethel: Es una especie de...
Ben: Una característica... Una característica...
Ethel: .. .hace picar la lengua, ¿no?
Beh: Mmm, Tal vez deberíamos llevar uno... llevar
uno a casa.
Bill: ¿Dónde lo compraste!
Ethel: Alpha Beta [por aquí]
Bill: ¿Justo aquí?
Ethel: Mmm.
Bill: Hm.
Ethel: Hm... será mejor que pongas más en el plato,
Ben, Sé bueno y vacía este plato allí y luego te lo
llenaré otra vez.
Ben: Sí, ya sé.
Ethel: Gracias.
Ben: Max no sabe lo que se está perdiendo.
Bill: El sabe.
Ben: No quiero que enferme. Quiero que coma.

En su análisis, Sacks17 explica que la esposa de Max había


fallecido recientemente. Por lo tanto, Ethel y Ben se sienten
responsables por él, y consideran que es parte de su responsa­
bilidad asegurar que Max coma lo suficiente. Si su esposa
estuviese viva y presente, sería su trabajo hacerlo comer o no.
Como Max rechaza los ofrecimientos de comida, se convier­
te, a los ojos de ellos, en un anciano testarudo. Como lo expresó
Sacks; «Usted puede imaginarse que está envejeciendo cuando
le insisten para que coma y dicen: “Oh, Dios mío, ese anciano
que está sentado allí sin comer con seguridad va a enfermar”».
Pero desdé el punto de vista de Max, éste piensa: «Durante 35
años las personas me han estado diciendo qué y cuándo comer,
y ahora que no tengo una esposa para decírmelo, maldición, voy
a comer lo que yo quiera, Pero en cuanto asumo esa actitud,
alguien imagina: “Dios mío, se encuentra solo, algxiien tiene
que ocuparse de él”». Mientras ellos ven que “se está compor­
tando en forma obstinada sin una razón válida”, él ve que tiene

111
que “hacerlos reconocer que no pueden forzarlo a hacer cosas,
o lo convertirán en su hijito”.
Lo que para Ethel y Ben se estructura como solidaridad
(cuidar a Max), para él es una muestra de poder (tratarlo como
a un niño pequeño). Lo que para él es un ejercicio de indepen­
dencia (“Puedo comer lo que quiera”), es para ellos una falta de
participación (no tiene a nadie que lo cuide). Todos permanecen
dentro de sus propias estructuras, por lo tanto quedan todos
atrapados en una estructura en forma de espiral, en medio de
una batalla de voluntades.

UN ACTO DE MALABARISMO

En esta conversación, como en toda comunicación humana,


dejando de lado otras consideraciones, se hallan presentes las
necesidades coexistentes y conflictivas de independencia y par­
ticipación, que se expresan, en parte, en el equilibrio del poder
y la solidaridad. Entre Ethel, Ben y Max el punto en cuestión
no es el arenque, sino el cuidado y la independencia, el amor y
la libertad.
En toda comunicación, luchamos por mantener nuestra in­
dependencia, para resistirnos a que otros nos controlen, sin
arriesgar nuestra participación o sin perder el amor que ellos
sienten por nosotros. Y nos esforzamos por demostrar amor —
respetando las necesidades que están enjuego y las que hacen
que logremos que los demás deseen lo que nosotros deseamos,
o por lo menos lo aprueben— sin hundirlos o sin que nos
hundan, en otras palabras,'sin que la solidaridad se transforme
en poder.
Los mismos modos de hablar pueden implicar solidaridad o
un poder diferencial. Una muestra de solidaridad para respe­
tar la participación puede parecer imposición (una violación de
la independencia), condescendencia (falsa solidaridad) o inso­
lencia (exigencia de igualdad inapropiada). Por otro lado, los
mismos modos de hablar que expresan cortesía por respeto
(delicadeza) pueden parecer ineficaces (falta de poder), snobs
(pretensión de superioridad) o interesados.

112
Las dimensiones y los procesos de la conversación que se han
descrito hasta ahora operan en toda comunicación: las señales
y los esquemas de la conversación envían metamensajes sobre
la participación y la independencia que trabajan indirectamen­
te para construir nuestra conversación, y expresar y negociar
nuestras relaciones con el otro, incluso haciendo juegos mala­
bares con el poder y la solidaridad relativos que suponen esas
relaciones. Estos procesos operan en todas las conversaciones,
pero se ven con mayor claridad, y sus efectos son mucho más
frustrantes, en las conversaciones que tienen lugar a lo largo
del tiempo, en el hogar. En la Tercera Parte se muestra cómo
se agotan estos procesos del estilo de conversación en las
relaciones con los íntimos: miembros de la familia y parejas.

113
III

HABLANDO EN EL HOGAR:
ESTILO DE CONVERSACION
ENTRE LOS INTIMOS
7
Por qué las cosas em peoran

Era el momento de preguntas después de una de mis confe­


rencias sobre el estilo de conversación, los rodeos, la mala inter­
pretación de las intenciones, las peleas por cuestiones triviales
como dónde ir a cenar, o ir o no a una fiesta. Una mujer que
estaba sentada en la última fila del auditorio dijo: “Cuando mi
novio y yo salíamos al principio, nunca teníamos esos proble­
mas. Ahora que llevamos dos años viviendo juntos, los tenemos
todo el tiempo. ¡¿Cómo sucede eso?!”. Este es uno de los grandes
acertijos de las relaciones entre los íntimos: ¿ p o r q u e l a s c o s a s a
MENUDO EMPEORAN E N LUGAR DE M EJO RAR?
Puede parecer que empeoran cuando se trata de relaciones
cercanas perdurables porque no advertimos que la comunica­
ción es inherentemente ambigua y que los estilos de conversa­
ción difieren; en consecuencia, esperamos que nos comprendan
si hay amor. Cuando en forma inevitable surgen malentendi­
dos, atribuimos las dificultades al fracaso: el nuestro, el del otro
o el del amor.
Cuanto más íntimamente relacionadas estén dos personas,
más oportunidades tendrán ambas de hacer las cosas a su
manera y de que el otro las malinterprete. El único modo que
conocen de resolver los problemas es hablando sobre ellos, pero
si el problema se origina por los diferentes estilos de conversa­
ción, hablar no lo resolverá. En cambio, esforzarse por lo
general significa hacer más, es decir, intensificar el estilo que
provoca la reacción del otro. Entonces cada uno, sin intención,
lleva al otro a persistir más y más en la conducta opuesta, en
una espiral que los vuelve locos.
Parte de la razón por la cual es tan perturbadora esta

117
provocación mutua de las diferencias de estilo es que deseamos
con gran intensidad que la comunicación en el hogar sea
perfecta. Las relaciones primarias han reemplazado a la reli­
gión, al clan y a la mera supervivencia como los cimientos de
nuestras vidas, y muchos de nosotros (en especial, pero no sólo,
las mujeres) hemos llegado a considerar la comunicación como
la piedra angular de esos cimientos.
Para colmo de males, el agravamiento de la comunicación es
lo contrario de lo que esperamos. Pensamos de la persona con
la que hemos estado mucho tiempo: “Debería entenderme si
todos los demás lo hacen”. Sentir que esta persona no nos
comprende es desconcertante, no por las pequeñas frustracio­
nes (comer en el restaurante equivocado o perderse la fiesta),
sino por el metamensaje inherente a la relación: “Si después de
todo este tiempo seguimos sin entendernos algo funciona mal
en nuestra relación”. Y aún más doloroso: “Si a ti, a quien he
mostrado mi ser más auténtico, no te gusta lo que ves, entonces
debe ser horrible”.
Todo esto quiere decir que el lugar común fíSi se aman,
pueden resolverlo”, no es necesariamente cierto. En cambio,
cuanto más se amen, más irrealistas serán sus expectativas de
perfecta comprensión y más penoso el metamensaje de su falta.
Y ésa es la razón por la cual, a su vez, tantas personas, al
descubrir que no pueden resolverlo, concluyen que no se aman
—o quizá con menos lógica— que nunca se amaron.
Otro modo de la realidad de las relaciones que a veces no
satisface nuestras expectativas es que esperamos, por medio
del matrimonio, prolongar los placeres del noviazgo. Pero en
esta etapa, usted comienza desde una posición de distancia y
busca signos de que la otra persona desea acercarse. Bayo tal
aumento, los pequeños signos toman un enorme —y maravillo­
so— significado. En las relaciones a largo plazo, usted comien­
za desde una posición de cercanía y está a la expectativa de
signos de que la otra persona desea alejarse. Por el mismo
proceso de aumento, es probable que usted encuentre lo que
busca.
En el libreto de Scenes from a Marnage, de Ingmar Berg-
man, Johan y Marianne se encuentran años, después de su

118
divorcio. Marianne pregunta: "¿Por qué estamos dicien
la verdad ahora? Yo sé. Porque no hay exigencias”. No es q
alguno de los dos haya mejorado o madurado, sino simpleme
te que su situación ha cambiado. Al no estar casados j
necesitan menos el uno del otro y del metamensaje de afinid.
perfecta.
Después de haber estado saliendo juntos aproximadamen
un año, Dennis le señaló a Jean: “Al principio sentí que pod
decirte cualquier cosa. Ahora ya no creo que pueda”. Luego i
imaginó por qué: “Supongo que al principio podía decírtelo toe
porque no teníamos nada que perder. Ahora tengo temor c
causar problemas diciéndote cosas que no te agraden”. Esta (
una de las razones básicas por la que las cosas empeora]
Cuanto más cerca se encuentre de alguien, y cuanto mé
tiempo lo haya estado, más tendrá que perder cuando comienc
a hablar.

APRENDIENDO A CONOCERSE: EL MITO

La sabiduría popular y el sentido común nos dicen qu


cuanto más tiempo pasen juntas dos personas, mejor se enten
derán. Y la manera de llegar a tal entendimiento es la conver
sación honesta. Como el esposo, Jake, dice a su esposa, Louise
en la obra teatral Grown ups, de Jules FeifFer: “Diré lo qui
quiero. Sin interrupción. Tú dices lo que quieras cuando y<
termine. Y acabaremos esto de una vez.”Esto suena razonabL
en forma irrebatible, para nosotros y para Louise, quien aprue
ba: “De acuerdo. Si lo dices de esa forma, de acuerdo. Continúa.
Después de dos líneas, Jake y Louise están gritándose y la obr¡
finaliza con el trámite de su divorcio.
La creencia de que sentarse a conversar asegurará la mutuí
comprensión y resolverá los problemas, se basa en la presun
ción de que podemos decir lo que queremos y que lo que décimo:
se comprenderá. No es probable que esto suceda si los estilos d<
conversación difieren. Más aún, al decir lo que queremos decir
a menudo sólo pensamos en el mensaje. Pero los oyentes
(nosotros incluidos, cuando escuchamos a otros) responden coi

119
más energía a los metamensajes. Por lo tanto, nuestras expec­
tativas sobre los beneficios de la honestidad difícilmente armo­
nizan con la realidad de la comunicación.
Estas expectativas y realidades se aplican a las relaciones
internacionales así como también a las personales. El concepto
de conferencia cumbre entre jefes de Estado se basa en el su­
puesto de que una exposición extensa lleva a un mejor enten­
dimiento. Por ejemplo, en un artículo del Newsweek se señaló:
“Los defensores del proceso cumbre sostienen que, aunque no
produzca resultados sustanciales, las sesiones mejoran la com­
prensión entre los líderes”.
Pero en los asuntos internacionales, como también en los
privados, la realidad se opone de forma abierta a nuestras
expectativas (que permanecen alegremente inalteradas por la
realidad). Así, el artículo continuaba: “Pero «Jimmy Cárter y
Helmut Schmidt se vieron en cuatro cumbres sucesivas, y su
mutuo desagrado sólo se hizo más profundo”.
Aun si los miembros de diferentes culturas no se desagra­
dan, no hay razón para esperar que coincidan en las interpre­
taciones de lo que se ha dicho. Otro artículo de Newsweek 18
agregaba:

En la cumbre de Versálles del año pasado todos los grupos se esforzaron


por llegar a un compromiso de entendimiento para salvar las apariencias.
Estaban tratando los asuntos explosivos sobre la intervención del comercio y
la moneda del Este-Oeste. Pero no habiendo aún finalizado la reunión, los
portavoces americanos y europeos dieron versiones diametralmente opuestas
sobre lo que se había acordado.

Probablemente cada parte consideró que la otra, de forma


deliberada, falsificó o alteró sus informes sobre lo que se había
acordado. Pero es factible que tuviesen distintas interpretacio­
nes de lo que decían, incluso mientras coincidían.

APRENDIENDO A CONOCERSE: LA REALIDAD

Cuando Ronnie y Bruce se encontraron por primera vez,

120
cada uno trató de respetar lo que el otro, deseaba, y no 1
importaba si no satisfacían sus propios deseos porque
sentían felices por haberse conocido y deseosos de agradarse
. uno al otro. Si terminaban haciendo lo que querían, el otro i
se enteraba, y ambos se sentían satisfechos por darle el gus
al compañero. Si se descubría la verdad, se reían del asunto
lo atribuían al proceso de conocerse uno al otro.
En las primeras etapas de su relación, Ronnie y Bru<
sentían que los malentendidos eran de esperarse. Poder hablí
sobre ellos parecía una muestra de buena voluntad y afinidí
paulatina, que con seguridad evitaría los malentendidos en
futuro. Pero el futuro se transformó en un presente lleno t
malentendidos, y el hecho en sí de que continuaran llegó a s<
motivo de consternación.
Al mismo tiempo, al vivir en pareja, Ronnie y Bruce tuviere
que tomar más y más decisiones teniendo en cuenta los desee
del otro, hasta que la vida pareció una serie infinita de pi
queñas negociaciones. Cuando éstas se tornaban complicado
y confusas, cada uno tendía a culpar al otro, no a la situación
al proceso de comunicación.
En las relaciones perdurables, las pequeñas frustraciones s
apilan de manera acumulativa cuyo efecto es una gran frustr¡
ción. El amor (en contra de la sabiduría y la opinión populare!
no excluye sentirse frustrado con respecto al otro. Todo 1
contrario, cuanto más tiempo de sus vidas compartan de
personas, mayor oportunidad tienen para observar el compoi
:tamiento del otro y desaprobarlo, en especial cuando todo lo qu
uno haga afecta la vida del otro.
Si las diferencias de estilo causan malentendidos, cada un
de ellos proporciona pruebas para llegar a conclusiones negE
tivas sobre el otro: ella no es razonable, él no colabora; ella e
desconsiderada, él es egoísta; ella es agresiva, él es insociabl<
Y toda nueva prueba puede engrosar rápidamente la bolsa y
colmada de las pequeñas quejas de los dos.
Comunicarse a lo largo del tiempo origina la expectativa d
queel qtro se comportará de determinadas formas. El hecho d
esperar algo hace que usted lo vea antes de que suceda real
mente. Querer prevenir ataques previsibles en el camino, ;

121
menudo lo deja a usted solo en el sendero próximo al camino
blandiendo una espada en el aire.

UNA MONTAÑA DE NADA

Uno de los aspectos enloquecedores de las relaciones entre


los íntimos es verse envuelto a menudo en peleas por asuntos
insignificantes. Estos adquieren gran significado por que el
mismo contexto hace que todo lo que se diga tambalee bajo el
peso enorme de una estructura subyacente: “¿Me amas lo sufi­
ciente?” Cuando los interlocutores tienen distintas suposicio­
nes sobre cómo estructurar su conversación y demostrar su a-
mor, los malentendidos resultantes tienen un efecto de espiral.
Esta es una conversación que tuvo lugar entre dos personas
que vivían juntas y se amaban. Mike estaba preparando la cena
para ambos:

Mike: ¿Qué dase de condimento para ensalada debería


preparar?
Ken: Aceite y vinagre, ¿qué otro?
Mike: ¿Qué quieres decir con “qué otro”?
Ken: Pues bien, yo siempre preparo aceite y vinagre,
pero si lo deseas, podríamos probar otra cosa.
Mike: ¿Eso quiere decir que no te gusta cuando yo
preparo otros condimentos?
Ken: No, me gusta,. Continúa. Prepara otro.
Mike: No si deseas aceite y vinagre.
Ken: No. Prepara un condimento Gon yogur.

Mike lo hace, lo prueba y hace muecas.

Ken: ¿Nó está bueno?


Mike: No sé cómo se hace el condimento con yogur.
Ken: Bueno, si no te gusta, tíralo.
Mike: No importa.
Ken: ¿Qué es lo que no importa? Es sólo un poco de
yogur.

122
Mike: Estás haciendo una montaña de nada.
Ken: la estás haciendo!

¿Cómo pudieron Mike y Ken terminar en una pelea —y


sintiéndose realmente mal— sobre condimentos para ensala­
das? Interpretaron mal la estructura de cada uno; cada uno se
quedó dentro de la propia; y ambos interpretaron las intencio­
nes en términos de la estructura primordial: “¿Te preocupas
por mí?”
El problema comenzó cuando Ken respondió a la pregunta
de Mike diciendo: “Aceite y vinagre, ¿qué otro?”. Mike lo oyó y
muchos otros lo oyen— como una exigencia sobre el tipo de
condimento que a él le agradaba: aceite y vinagre. Yla pregunta
“¿qué otro?” parecía tener un metamensaje: “Eres tonto por
haber preguntado. Deberías haberlo sabido.”
Mike había esperado que le dieran la opción “Prepara
cualquier cosa que te guste” ó a lo sumo una vaga preferencia
como “¿Qué te parece algo Cremoso?”. En realidad, Ken le
estaba dando la opción a Mike. Pero lo hacía hablando con
ironía, pues implicaba: “Oh, tú me conoces. No tengo mucha
imaginación. Siempre cocino lo mismo. Entonces no te guíes
por mí; prepara lo que tú desees”.
La entonación y el .tono de voz de Ken construyeron “¿qué
oth)?” como una burla irónica. Pero Mike pasó por alto esas
señales porque a él no le parecía natural utilizar así la ironía
en ese momento. En cambio, Mike pensó que había reconocido
la estructura “ser exigente y mandón”. Esto no lo sorprendió en
lo más mínimo porque con frecuencia sentía que Ken le daba
órdenes. Lo que en realidad le dolió fue la implicación de que
algo le sucedía por haber preguntado, introduciendo la estruc­
tura “humillación” cuando Mike estaba siendo considerado.
Mike comenzó a sentir lástima de sí mismo por tener un
amante tan egoísta y mandón.
Mike y Ken trataron de aclarar el malentendido, pero todo
lo que hicieron para mejorarlas cosas las empeoraron. Cuando
Mike pasó por alto su ironía original, Ken sugirió “preparar un
condimento con yogur” como prueba de buena fe. “Condimento
con yogur” significaba "otra cosa”. Pero Mike oyó “condimento

123
con yogur” con ese mismo significado. Por lo tanto, oyó a
Ken primero exigiéndole aceite y vinagre, luego exigiéndo­
le condimento con yogur, y por último ordenándole que lo ti­
rara. Veía a Ken poniéndose más autoritario minuto a minu­
to.
Por su parte, Ken no podía comprender por qué Mike se
negaba en forma obstinada a preparar el condimento pa­
ra ensalada que deseara, preparaba uno que no quería, se
negaba a tirarlo cuando no le gustaba cómo había quedado y se
ponía de malhumor, en tanto Ken se esforzaba por ser agrada­
ble.
Como Mike y Ken solían hablar a su manera, seguían
surgiendo diferencias de estilo. Mike hallaba más y más prue­
bas de que Ken era exigente, egoísta y lo. humillaba; Ken
hallaba más y más pruebas de que Mike era temperamental e
hipérsensible. Ken hería los sentimientos de Mike veinte veces
al di a y Ken sentía que no podía abrirla boca sin decir algo fuera
de lugar sin intención. Todos estos malentendidos —que ellos
no los consideraban como tales, sino como defectos de la
personalidad o falta de interés del otro— socavaron su sincero
amor e hicieron de la vida cotidiana juntos una serie de
desilusiones y ofensas. Finalmente, se separaron.
Mike y Ken nunca supieron en realidad cómo terminaron
discutiendo sobre el condimento con yogur. La sensación de no
saber qué hizo estallar las cosas es inuy común y alienante. El
escritor Georges Simenon escribió en su diario: “No sé lo que
dije que desató una crisis. Las palabras son como gotas de ácido
sobre una quemadura”. Con frecuencia, concentrarse en las
palabras que se dijeron impide comprender.qué hizo desatar
una crisis, ya que la culpa no la tienen las palabras sino el tono
de voz, la entonación e implicaciones y suposiciones que no se
manifestaron.

CISMOGENESIS COMPLEMENTARIA

Cuando Mike y Ken discutían sobre el condimento con


yogur, en realidad lo hacían sobre el amor: ¿Consideras mis

124
ideséos^^Por qué me atacas cuando yo soy gentil contigo?
ticáTiicaméiite^ al tratar de recuperar la buena voluntad perdi-
da,exhibían formas más y más exageradas de la propia conduc-
•táfqtíe causaba una reacción negativa en el otro. Ken se mostró
más'matLdón y Mike más temperamental, como respuesta a las
reacciones'del otro, al carácter autoritario y a la hipersensibi-
lidad- Gregory Bateson denominó a este proceso “cismogénesis
complementaria”: un proceso por el cual dos personas manifies­
t a formas de conducta más y más extremas, que desencade-
nan en el otro manifestaciones de conducta incongruente, en
uoa espiral que irá empeorando la situación eternamente.
-IfeíMarjirr Gatherine Bateson brinda esta explicación de la no­
ción?de;cismogénesis complementaria, de Gregory Bateson:19

L e sUuaciónque él describió es similar a la broma pesada que puede


: hacerle empleando una frazada eléctrica de doble control . Si usted invierte los
controles, el primer intento de regulación que realice cualquiera de las dos
■personas, provocará un ciclo de ajustes defectuosos que irán empeorando:
tengofno.sübo la temperatura operando el control que está a mi lado, usted
siente mucho calor y baja la temperatura, entonces yo me enfrío y así
sucesivamente. El intento por corregir en realidad aumenta el error... Una
vez. que la instalación eléctrica está en el lugar equivocado, los esfuerzos por
cambiarla son paliativos o peores.

-Las diferencias en el estilo de la conversación son análogas


a la instalación eléctrica en el lugar equivocado. Como un
/simple ejemplo de cismogénesis complementaria en la conver­
sación, imagine que una persona está hablando un poco más
alto.que la.otra. Si los estilos son similares, una o la otra, o
ambas, podrían ajustar su volumen de manera que terminaran
hablando más o menos en el mismo tono. Pero si no coinciden
eu su,s ide.as con respecto al volumen normal, el de cada inter-
iocutor pondrá incómodo al otro. Para'que hable más alto o más
^ ‘p, se.puede estimular al otro con el ejemplo: hablando más
alto o má^ bai0- Cuanto más se esfuerza cada uno por remediar
la situación, uno habla cada vez más alto mientras el otro lo
Ijace.cada vez más bajo, hasta que uno se encuentra gritando y
el ptjro. murmurando. Cada uno, sin intención, provoca al otro
para que intepsifique la conducta ofensiva. Como resultado, en
lugar de asemejarse, se vuelven cada vez más diferentes. Eso
es cismogénesis complementaria: crear una ruptura en un
modo de agravamiento mutuo.
Al observar esta conducta desde afuera o al evocarla, pode­
mos considerar que es irracional o porfiado continuar haciendo
lo mismoen vez de cambiar de táctica. Pero, en el momento, no
pensamos en ello, ya que las formas de hablar parecen obvia­
mente apropiadas. Buscamos las causas del problema en otra
parte y continuamos conversando de la única manera que
sabemos encarar una conversación.
Miriam trataba de liberarse de su amistad con Liz porque
había advertido que cuanto más se acercaban, más miedo le
daba decir algo que provocara las burlas o la confrontación de
Liz. Un día, Liz le preguntó directamente por qué se alejaba.
Miriam quería ser honesta, pero también tenía una profunda
y habitual inclinación a no decir algo que pudiese herir a la otra
persona. Por lo tanto, dijo a Liz que había estado muy ocupada
y en realidad no estaba viendo mucho a nadie, lo cual era
verdad, hasta cierto punto. “¡No es eso!”, dijo Liz con brusque­
dad y precisión, “Puedes hacerte tiempo si lo deseas”. Sintién­
dose atacada y acusada por la rudeza de Liz, Miriam no supo
qué contestar y finalmente admitió: “Supongo qué tal vez,
en cierto modo, quise apartarme un tanto, como si quizá nos.
estuviésemos involucrando de una forma, tú sabes, tal
vez negativa”. “Eso se acerca más a la realidad”, dijo Liz
satisfecha.
Sin embargo, ésta fue una de sus últimas conversaciones o
un ejemplo de la razón por la cual Miriam estaba tratando de
cortar su relación con Liz. El modo directo, brusco, acusador»
con que Liz dijo“¡Nó es eso!”, si bien estaba en lo cierto, hizo que
Miriam se sintiera vencida, acorralada y criticada, que se
sintiera mal. En una situación similar, hubiera dicho algo
como: “En parte puede ser eso, pero tengo la sensación de que
también hay algo más, porque sé que aun cuando estoy ocupada
puedo hacerme tiempo para ver a las personas si en realidad
deseo hacerlo". Con una respuesta de este tipo, Miriam hubiese
podido abrirse paso hacia la verdad. En cambio, saber que era
probable que Liz la atacara con crueldad y la sacudiera para

126
admitir cosas que ella prefería reconocer gradualmente, tuvo el
efecto de hacerqueMinam se mostrara más vacilante, indirec-
:ta y evasiva ai hablar con Liz. Ese fue precisamente el tipo de.
í disiipsitivo verbal que sacó de quicio a Liz e hizo que deseara
tomarla -Miriam por el cuello y sacudirla para que fuese al
grano.:

¿QUIEN ESTA REACCIONANDO?

La comunicación es un sistema. Todo lo que se dice es,


simultáneamente, una instigación y una reacción, y viceversa.
La mayoría de nosotros tiende a concentrarse en la primera
parte de ese proceso, mientras ignoramos o subestimamos la
importancia de la segunda. Nos vemos a nosotros mismos
■reaccionando a lo que otros dicen y hacen, sin damos cuenta de
:que sus acciones o palabras son en parte reacciones a las
nuestras, y de que nuestras reacciones a las de ellos no consti­
tuirán el fin del proceso sino más bien provocarán más reaccio­
nes, en un fluir continuo. Cuando surgen los problemas, since­
ramente tratamos de resolverlos, pero pensamos en las inten­
ciones, no en el estilo. En consecuencia, cuando los estilos
difieren, esforzarse por mejorar las cosas por lo general signi-
fica continuar haciendo lo mismo y empeorarlas.

LA PARADOJA DEL AMOR Y EL MATRIMONIO

¿Por qué es tan común hallar diferencias de estilo entre


compañeros íntimos? Sospecho que es una paradoja que se
construyó dentro de nuestro sistema de matrimonio autoarre-
: glado. Con frecuencia elegimos a nuestros compañeros sobre la
base de la atracción romántica que provoca la diferencia cultu­
ral. Pero cuando nos establecemos en el hogar para recorrer
juntos el largo camino, esperamos compañerismo. Y éste se
halla a-menudo en la similitud cultural. Entonces las semillas
de las decepciones se plantan en el mismo campo que las del
amor.
Sin embargo, las persistentes peleas como las del tipo que se
ha descrito son comunes entre compañeros que provienen del
mismo país, de la misma ciudad e incluso del mismo edificio de
apartamentos. Esto se debe a que muchas de nuestras relacio­
nes más cercanas y preciadas se establecen entre hombres y
mujeres, y ambos tienen con seguridad diferencias de estilo. La
conversación entre ellos es siempre intercultural. El próximo
capítulo muestra por qué y cómo.

128
S a­
c h a r la en la relación íntima:
de é l y de ella

La conversación entre hombre y mujer es una comunicación


iatercultural.20 La cultura es simplemente una red de hábitos
y pautas que se va tejiendo con experiencias vividas, las de
mujeres y hombres son muy distintas. Desde el momento en
que nacen, se los trata y se les habla de modo diferente y, como
resultado, hablan de manera diferente. Los niños y las niñas
crecen en mundos distintos, aun en la misma casa. Y como
adultos,5viajan por mundos distintos, y refuerzan las pautas
establecidas en la niñez. Estas diferencias culturales incluyen
distintas expectativas sobre el rol de la conversación en las
relaciones y cómo lo cumplen.
El capítulo 7 mostró cómo la cismogénesis complementaria
—~uria espiral de agravamiento mutuo— puede intensificar las
diferencias de estilo en las relaciones perdurables. Con el fin de
verde qué manera las diferencias en el estilo de conversación
del hombre y de la mujer pueden causar malentendidos que
llevan a la cismogénesis complementaria en las relaciones
entre los íntimos, comencemos por ver cuáles son algunas de
ellas.
: . . .
-
EL DUO/ELLA DIJO:
LOS ESTILOS DE CONVERSACION DE EL Y DE ELLA

: Todos saben que cuando una relación se transforma en


duradera, sus términos cambian. Pero las mujeres y los hom­
bres1 por lo general difieren en cómo esperan que cambien.
Muchas mujeres piensan “Después de todo este tiempo, debe­
rías saber lo que deseo sin que te lo diga”. Muchos hombres
esperan “Después de todo este tiempo, deberíamos ser capaces
de decirnos lo que deseamos”.
Estas expectativas incongruentes captan una de las diferen­
cias fundamentales entre hombres y mujeres. Como se explicó
en el capítulo 2 , la comunicación es siempre una cuestión de
equilibrar las necesidades conflictivas de participación e inde­
pendencia. A pesar de que todos tienen estas necesidades, la de
participación de las mujeres suele ser relativamente mayor, al
igual que los hombres con respecto a la necesidad de indepen­
dencia. Que lo entiendan sin que usted diga lo que quiere decir
da el beneficio de participación, y ésa es la causa por la cual las
mujeres lo valoran tanto.
Si desea que lo comprendan sin decir lo que quiere decir de
forma explícita con palabras, debe dar a entender el significado
de otro modo; cómo dice las palabras o por medio de metamen-
sajes. Así, es lógico que las mujeres a menudo capten los
metamensajes de la conversación mejor que los hombres.
Cuando las mujeres conjeturan el significado de esta manera,
a los hombres les parece misterioso y lo llaman “intuición
femenina” (si les parece que el significado es correcto) o “ver
cosas que no existen” (si piensan que es equivocado). Por
supuesto, puede serlo, ya que los metamensajes no dejan
constancia. Y aunque fuese correcto, todavía queda pendiente
la cuestión de escalas: ¿hasta qué punto son significativos los
metamensajes correspondientes a los significados?
En el capítulo^ también se explicó que los metamensajes
son una forma de rodeo. Las mujeres tienden a ser indirectas
y a tratar de llegar a un acuerdo por medio de la negociación.
Otro modo de comprender esta preferencia es tener en cuenta
que la negociación permite demostrar solidaridad, y que las
mujeres la prefieren antes que demostrar poder (a pesar de
que, como se señala en el capítulo 6, la finalidad puede ser la
misma: obtener lo que se desea). Lamentablemente, el poder y
la solidaridad se compran con la misma moneda: los modos de
hablar que tienen por objetivo crear solidaridad tienen el efecto
simultáneo de construir diferencias de poder. Cuando las
mujeres piensan que son amables, por lo general terminan

130
V j- ' -

pareciendo respetuosas e inseguras de sí mismas o de lo que


desean.
'Guando los estilos difieren, los malentendidos abundan.
Gomo sus diferentes estilos crean malentendidos, mujeres y
hombres tratan de aclararlos hablando sobre las cosas. Estos
escollos se agravan porque unós y otras tienen distintas mane­
ras de encarar la conversación y distintas hipótesis sobre la
importancia de cómo encararla.
El resto de este capítulo ilustra estas diferencias, explica sus
orígenes en las pautas de juego de los niños y muestra los
efectos cuando mujeres y hombres conversan en el contexto de
las relaciones íntimas, en nuestra cultura.

LAS MUJERES ESTAN ATENTAS A LOS METAMENSAJES

Sylvia y Harry celebraron su quincuagésimo aniversario de


casamiento durante sus vacaciones en la montaña. Algunos de
los invitados permanecieron allí durante todo el fin de semana,
otros llegaron sólo la noche de la celebración: cóctel seguido de
una cena. El encargado del comedor se acercó a Sylvia durante
lacomida. “Ya que la comida ha sido tan abundante”, dijo “y el
hotel ha preparado un postre sorpresa, y de todos modos todos
los invitados ya han comido algo durante el cóctel, ¿qué le
parece si cortamos y servimos la torta de aniversario en el
almuerzo de mañana?”. Sylvia solicitó el consejo de los comen­
sales. Todos los hombres estuvieron de acuerdo: "Claro, eso
tiene sentido. Guarden la torta para mañana”. Pero ninguna de
las mujeres compartió esa opinión: ‘‘No, la fiesta es esta noche.
Sirvan la torta esta noche”. Los hombres se concentraban en el
mensaje: la torta como alimento. Las mujeres tenían en cuenta
elmetamensaje: una torta especial da forma y sentido a una
celebración.
¿Por qué las mujeres captan mejor los metamensajes? Por­
que prestan más atención a la participación, es decir, a las
relaciones entre las personas, y es a través de los metamensajes
qiie se establecen y mantienen esas relaciones. Si usted desea
tomar la temperatura y controlar los signos vitales de una

131
relación, el barómetro que debe utilizar son los metamensajes:
qué y cómo se dice.
Todos podemos advertir estas señales, pero que les preste­
mos o no atención es otra cuestión: la de estar sensibilizado
para captarlas. Una vez que usted está sensibilizado, no puede
desconectar sus antenas; permanecerán alertas.
Al interpretar el significado, es posible captar señales que no
se enviaron de forma intencionada, como una inocente banda­
da de pájaros en una pantalla de radar. Los pájaros están allí
—y las señales que captan las mujeres están.allí— pero pueden
no significar lo que el intérprete cree. Por ejemplo, Maryellen
mira a Harry y le pregunta "¿Qué sucede?”, porqué él había
fruncido el ceño. Como Harry sólo estaba pensando en el
almuerzo, la pregunta preocupada de ella hace que él piense
que lo éstá inspeccionando.
La diferencia de enfoque con respecto a los mensajes y los
metamensajes puede brindar a hombres y mujeres distintos
puntos de vista sobre prácticamente todo comentario. Harriet
se queja a Morton: “¿Por qué no me preguntas cómo me ha ido
hoy?”. El responde: “S i tienes algo que decirme, dímelo. ¿Por
qué hay que invitarte a haqerlo?”. La razón es que ella desea el
metamensaje del interés: la prueba de que él se interesa por có­
mo le fue a ella, sin que importe si ella tiene o no algo.que decir.
Es sorprendente que los pronombres causen muchos proble­
mas entre hombres y mujeres. Estas últimas con frecuencia se
ofenden cuando sus compañeros utilizan “yo” o “a mí” en una
situación en la que ellas utilizarían “nosotros” o “a nosotros”..
Cuando Morton anuncia: “Yo pienso dar un paseo”. Harriet
siente que no.ia invitan específicamente, a pesar de que más
tarde Morton alega que hubiese sido bienvenida si lo hubiera
acompañado. Ella se ha sentido excluida por el uso del “yo” y la
omisión de la invitación “¿Te gustaría venir?”. Pueden percibir­
se los metamensajes en lo que no se dice así como también en
lo que se dice.
Es difícilaclarar estos malentendidos, porque cada uno está
convencido de la lógica de su propia posición y de la falta de
lógica ^ o irresponsabilidad— de la del otro. Harriet siempre le
pregunta a Morton cómo le fue y ella jamás anunciaría ‘Yo voy

132
a caminar”, sin invitarlo para qué la acompañe. Si él le habla
de manera diferente, debe ser que se siente diferente. Pero
Morton no pensaría que Harriet no lo ama si no le preguntara
sobre cómo le ha ido, y se sentiría libre de preguntar “¿Puedo ir
yo -también?” si ella dijera que salía a dar un paseo. Entonces
él no piensa que ella tiene razón para percibir respuestas que
él sabe que no daría.

MENSAJES Y METAMENSAJES EN LA CONVERSACION


¿ENTRE... ADULTOS?

Estos procesos se dramatizan con una autenticidad que,


aunque absurdamente divertida, da escalofríos, en la obra de
teatro de Jules Feiffer, Grown ups. Para observar más descerca
lo que sucede cuando hombres y mujeres prestan atención a
diferentes niveles de conversación al discutir sobre algo, vea­
mos lo que sucede en esta obra.
Jake critica a Louise por no responder a suhija Edie, cuando
la llama. Sus comentarios originan una-pelea a pesar de que
ambos son conscientes de que ese preciso incidente carece de
importancia.

Jake: Mira, no me interesa si es importante o no;


cuando un niño llama a su madre, la madre
debería responder.
Louise: Ahora soy una mala madre.
Jake: Yo no dije eso.
Louise: Está en tu mirada.
Jake: ¿Esa es otra cosa que tú conoces? ¿Mi mirada?

Louise ignora el mensaje de Jake —la cuestión de haber


respondido o no cuando Edie la llamó— y busca el metamensa-
je: Jake implica que. es una mala madre, lo cual él niega con
insistencia. Cuando Louise explica las señales a las cuales ha
reaccionado, Jake no sólo les otorga poca importancia, sino que
se enfada porque lo consideran responsable no de lo que dijo
sino de su mirada.

133
Mientras la obra prosigue, Jake y Louise intensifican estos
patrones:

Louise: Si soy tan mala madre, ¿quieres el divorcio?


Jake: Yo no considero que seas una mala madre y no,
gracias, no deseo el divorcio. ¿Por qué cada vez
que surge alguna discusión me preguntas si
deseo el divorcio?

Cuanto más niega él todo significado más allá del mensaje,


tanto más lo resalta ella, con mayor obstinación lo niega él, y así
sucesivamente:

Jake: He mencionado una actitud tuya hacia Edie que


creo que no notas que la he advertido hace algún
tiempo, pero que de forma deliberada no he
mencionado antes, porque tenía la esperanza de
que lo notaras tú misma y dejaras de hacerlo y
también —con franqueza, mi amor, tengo que
decir esto— sabía que si lo mencionaba llegaría­
mos a esta especie de disputa circular en la que
estamos ahora. Y quise evitarla. Pero no lo he
hecho y estamos en ella, por lo tanto ahora, con
tu permiso, me gustaría hablar sobre ello.
Louise: ¿No ves cómo me humilla todo esto?
Jake: ¿Qué?
Louise: Si piensas que soy tan tonta, ¿por qué continúas
viviendo conmigo?
Jake: ¡Maldición! ¡¿Por qué nada puede ser simple
aquí alguna vez?!

No puede ser simple porque Louise y Jake responden a di­


ferentes niveles de comunicación. Como en el ejemplo de Ba-
teson sobre la manta eléctrica de doble control con cables cru­
zados, cada uno intensifica la energía que va hacia un aspecto
distinto del problema. Jake trata de clarificar su punto agre­
gando demasiados detalles, lo cual da a Louise más pruebas
de que él se muestra condescendiente con ella, haciendo

134
aún-menosiprobable que ella se concentre en el punto que él
plantea y más probable que preste atención a su condescenden-
cia.
• Lo que empuja a Jake y Louise del enfado a la furia es su
diferente perspectiva sobre los metamensajes. La negativa de
él a admitir que sus palabras tienen implicaciones y alusiones
niega la autoridad de ella sobre sus propios sentimientos. Los
intentos de ella por interpretar lo que él no dijo y poner el
metamensaje dentro del mensaje, hacen que él piense que ella
quiere poner palabras en su boca: negando la autoridad de él
sobre su propio significado.
Sucede lo mismo cuando Louise dice a Jake que Edie lo está
manipulando:

Louise: ¿Por qué no haces alguna vez que ella se acerque


a ti? ¿Por qué siempre vas hacia ella?
Jake: ¿Quieres que yo juegue.a juegos de poder con una
niña de nueve años? Quiero que ella sepa que me
intereso por ella. Alguien aquí tiene que mostrar
interés por ella.
Louise: Tú la amas más que yo.
*Jake: Yo no he dicho eso.
Louise: Sí, lo has dicho.
Jake: No sabes escuchar. Nunca has aprendido a escu-
■• char. Es como si escucharte fuese una lengua
extranjera.

Nuevamente, Louise responde a la implicación de él: esta


vez, que él ama más a Edie porque corre cuando ella llama. Y
nuevamente, sin embargo, Jake grita el significado literal,
negando que quiso significar más de lo que dijo.
En el transcurso de su disputa, para Louise el punto se basa
en sus sentimientos (Jake la hace sentir humillada), pero para
Jake el punto se basa en las acciones de ella (no siempre
responde cuando Edie llama):

Louise: Hablas sobre lo que yo le hago a Edie, ¿qué


piensas que me haces tú a mí?
Jake: Este no es el; momento par a entrar en lo que nos
hacemos uno al otro.

Gomo ella sólo hablará sobre el metamensaje y él sólo sobre


el mensaje, ninguno obtendrá satisfacción de la conversación y
terminarán donde comenzaron, sólo que más enfadados:

Jake: ¡Ese no es el caso!


Louise: ¡Es mi caso!
Jake: ¡Es. inútil!
Louise: Entonces solicita el divorcio.

La sabiduría norteamericana convencional (y de muchos de


nuestros padres y maestros de inglés) nos dice que el significa­
do se expresa a través de las palabras. Entonces, la sabiduría
convencional apoya a los hombres que tienden a ser literales
con respecto a las palabras. Pueden no sólo negar sino en
realidad pasar por alto las indicaciones que se envían por la
forma de decir las palabras. Si perciben algo al respecto
pueden, no obstante, descartarlo. Después de todo, no ha sido
dicho. Aveces eso es un truco: una defensa creíble más que una
sensación auténtica. Pero otras veces es una convicción since­
ra. Las mujeres también tienden a dudar de la realidad de lo
que perciben. Si no dudan en su fuero íntimo, no obstante
pueden faltarles los argumentos que apoyen su posición y así se
limitan a repetir “Tú lo dijiste. Lo dijiste”. Saber que los
metamensajes son una parte real y fundamental de la comuni­
cación facilita comprender y justificar lo que sienten.

“HABLAME”

Un artículo en un diario de gran circulación informa que


entre las cinco quejas más comunes de las esposas sobre sus
esposos se encuentra “Ya no me escucha”; Otra es “Ya no me
habla”. El científico político Andrew Hacker destacó que la
falta de comunicación abunda en las listas que redactan
las mujeres sobre causales de divorcio;21 sin embargo, los

136
■hombres mencionan, esa causa con mucha menos frecuencia.
Gomo los matrimonios son parte en la misma conversación,
¿por qué más mujeres que hombres demuestran mayor insatis­
facción con ella? Porque lo que esperan es diferente, así como
también la importancia que asignan a la conversación en sí
misma.
Primero, consideremos la queja “No me habla’'.
i'

EL TIPO DE HOMBRE FUERTE CALLADO

Uno de los estereotipos más comunes de los hombres norte­


americanos es el tipo fuerte callado. Jack Kroll, al escribir sobre
Henry Fonda con motivo de su muerte, empleó las frases “poder
reposado”, “silencios desconcertantes”, “catatonía combusti­
ble’-y “sentido del poder que se mantiene en jaque”. Explicó que
el objetivo de Fonda era no permitir que alguien viera “girar las
ruedas”, evitar mostrar “la maquinaria”. Según Kroll, el silen­
cio resultante era efectivo en el escenario, pero devastador para
i-la*familia.
La imagen del padre callado es común, y a menudo es el
modelo del amante o el marido, Pero lo que nos atrae puede
transformarse en papel matamoscas al cual estamos adheridos
con pesar. Muchas mujeres consideran que el tipo de hombre
fuerte callado es atractivo como amante, pero tonto, como
marido. Nancy Schoenberger comienza un poema con los ver­
sos-‘Fue tu silencio el que me atrapó/tan propio de mi padre”.
Adrienne Rich se refiere en un poema al “esposo que es
■frustrantemente mudo”. A pesar de la atracción inicial
de semejante silencio masculino tan depurado, en la relación
a!largo plazo una mujer puede comenzar a percibirlo como
una pared de ladrillos contra la cual se está golpeando la
cabeza.
Además de estas imágenes de conducta masculina y femeni­
na —tanto el resultado como la causa de ellas— existen
diferencias en cómo ven hombres y mujeres el rol de la conver­
sación en las relaciones, así como también en cómo la conver­
sación cumple su propósito. Estas diferencias tienen sus raíces
en el contexto en el cual hombres y- mujeres aprenden a
conversar: entre sus compañeros, creciendo.

NIÑOS Y NIÑAS QUE. CRECEN”

Los niños cuyos padres hablan con acento extranjero no se


contagian. Aprenden a hablar como sus compañeros. Tanto las
nenas como los nenes pequeños aprenden a conversar de la
misma manera que a pronunciar las palabras: imitando a sus
compañeros de juego. Entre los cinco y los quince años, cuando
los niños están aprendiendo a conversar juegan, principalmen­
te, con compañeros del mismo sexo. Por lo tanto, no sorprende
que aprendan distintas formas de tener y utilizar la conversa­
ción.
Los antropólogos Daniel Maltz y Ruth Borker señalan que
niños y niñas se socializan de diferente modo. Las niñas
pequeñas tienden a jugar en grupos limitados o, lo que es más
común, en parejas. Su vida social, por lo general, gira alrededor
de una mejor amiga, y las amistades se hacen, mantienen y
rompen a través de la conversación: en especial a través de los
“secretos”. Si una niñita dice el secreto de su amiga a otra
niñita, puede encontrarse con una nueva mejor amiga. Los
secretos de por sí pueden o no ser importantes, pero el hecho de
decirlos es de suma importancia. Es difícil para las recién
llegadas ser admitidas en estos grupos cerrados, pero si se las
acepta, se las trata como a una igual. Las niñas tienden a jugar
en forma cooperativa; si no pueden cooperar, el grupo se
disuelve.
Los niños pequeños tienden a jugar en grupos grandes, por
lo general al aire libre, y pasan más tiempo haciendo cosas que
charlando. Es fácil para los varones entrar en estos grupos,
pero no a todos se los acepta como a un igual. Una vez en el
grupo, los varones deben maniobrar con destreza para lograr
convertirse en miembros de él. Uno de los modos más importan­
tes de hacerlo es conversando: el despliegue verbal, por ejem­
plo, para contar historias o chistes, desafiar y esquivar los
despliegues verbales de otros niños, y soportar desafíos con el

138
fin de mantener su propia historia y su posición en el grupo. Su
charla suele ser competitiva porque trata habitüalmente sobre
quién es el mejor en qué.

DE NIÑOS A ADULTOS

La obra de teatro de Feiffer se denomina irónicamente


Grown ups porque los hombres y mujeres adultos que luchan
por comunicarse a menudo parecen niños “¡Tú lo dijiste!” “¡No
lo, dije!” La razón es que cuando los niños crecen y se convierten
en hombres y mujeres, mantienen las actitudes y los hábitos
divergentes que aprendieron cuando eran pequeños: pero no
los reconocen como actitudes y hábitos, sino que simplemente
los toman como modos de hablar.
Las mujeres quieren que sus compañeros sean una versión
nueva y mej orada de una “mej or amiga”, de ahí su debilidad por
los hombres que les cuentan secretos. Tal como aconsejó Jack
Nicholson a un sujeto en una película: “Cuéntale tu infancia
turbulenta: eso siempre las atrae”. Los hombres esperan hacer
cosas juntos y tienen la impresión de que nada se pierde si no
tienen charlas íntimas constantemente.
El significado de las charlas íntimas puede ser opuesto para
hombres y mujeres. Para muchas mujeres, la relación funciona
mientras puedan hablar de las cosas. Para muchos hombres, la
relación no va bien si tienen que insistir en rehacerla. Si ella
nisiste en tratar de mantener conversaciones para salvar la
relación y él insiste en tratar de evitarlas porque se da cuenta
de que más bien la debilitan, entonces los esfuerzos de cada uno
por preservar la relación le parecen al otro un riesgo peligroso.

COMO HABLAR DE LAS COSAS

Si se entablan conversaciones (de cualquier tipo), las ideas


de hombres y mujeres sobre cómo llevarlas a cabo pueden
diferir. Por ejemplo, Dora se siente a gusto y próxima a Tom.
Después de la cena se instala en un sofá y comienza a contarle
el problema que tuvo en su trabajo. Ella espera que él le haga
preguntas para demostrarle su interés, que le asegure que
comprende y que lo que ella siente es normal; y devuelva la
intimidad contándole a su vez sus .problemas. En cambio, Tom
se aparta del tema principal, bromea sobre el problema, cues­
tiona la interpretación de ella y le da consejos sobre cómo solu­
cionarlo y evitarlo en el futuro.
Todas estas respuestas, normales para los hombres, son
inesperadas para las mujeres, que las interpretan en términos
de sus propios hábitos: de forma negativa. Cuando Tom comen­
ta aspectos secundarios o bromea, Dora piensa que él no se
interesa por lo que ella dice y que en realidad no la escucha. Si
desafía su interpretación dé lo que sucedió, ella piensa que la
critica y le dice que está loca, cuando lo que ella desea es que le
aseguren que no lo está. Si Tom le dice cómo solucionar el
problema, la hace sentir cómo si ella fuese el paciente y él el
doctor: un metamensaje de condescendencia, haciendo eco de la
actitud de superioridad, propia de los hombres, en comparación
con la ceremonia de igualdad, propia de las mujeres. Como él no
habla sobre sus propios problemas, ella siente que él implica
que no tiene ninguno.
Puede sobrevenir la cismogénesis complementaria: el modo
én que él responde al pedido de intimidad por parte de ella, la
hace sentir distante de él. Ella se esfuerza por recuperar la
intimi dad en la única manera que conoce: revelando más y más
sobre ella misma. El se esfuerza más dando consejos con mayor
insistencia. Cuantos más problemas expone ella, más incompe­
tente se siente, hasta que ambos advierten que ella está
emocionalmente extenuada y agobiada por los problemas.
Cuando ella no aprecia los esfuerzos de él por ayudar, él se
pregunta por qué ella pide consejos si no quiere seguirlos.

“NO ME ESTAS ESCUCHANDO”

La otra queja que formulan las esposas con respecto a sus


cónyuges es “Ya no me escucha". Elias pueden tener razón en
que no las escuchan, si no valoran el contar problemas y
140
secretos para establecer afinidad. Pero a veces los hombres
sienten que los acusan injustamente: “Estaba escuchando”; Y
a veces pueden tener razón. Lo hacían.
Si alguien está escuchando o no, sólo esa persona puede
saberlo en realidad. Pero juzgamos si otros están.escuchando
por las señales que podemos ver: no sólo sus respuestas verba­
les sino también su contacto visual y pequeños sonidos que
demuestran atención, como “mhm" y “sí”. Estos sonidos dan pie
para la conversación; si se los ubica mal a lo largo de la vía, de
inmediato pueden descarrilar una conversación explosiva.
Maltz y Borker también informan que hombres y mujeres
tienen distintos modos de demostrar que están escuchando. En
el rol de oyentes, las mujeres hacen —y esperan— más de estos
sonidos. Entonces, cuando los hombres escuchan a las mujeres,
es probable que hagan muy pocos con el fin de que las mujeres
sientan que ellos en realidad están escuchando. Y cuando las
mujeres escuchan a los hombres, hacer más de esos sonidos que
los que esperan de ellos puede dar la impresión de que están
impacientes o exagerando sus manifestaciones de interés.
Aún peor; lo que mujeres y hombres significan a través de
tales sonidos puede ser diferente. ¿“Uh-huh” o “mhm” quieren
decir que usted está de acuerdo con lo que oyó o sólo que oyó y
está siguiendo lo que se dice? Maltz y Borker sostienen que las
mujeres tienden a utilizar estos sonidos sólo para demostrar
que escuchan y comprenden. Los hombres tienden a utilizarlos
para demostrar que están de acuerdo. Por lo tanto, una razón
por la cual las mujeres hacen más de estos sonidos puede ser
que ellas escuchan más que lo que ellos concuerdan con lo que
oyen.
Además de los problemas causados por las diferencias en
cómo se dan las señales, es seguro que surgirán dificultades
como resultado del distinto modo de utilizarlas. Si una mujer
anima a un hombre en su conversación diciendo “mhm”, “sí” y
.“uh-huh” todo el tiempo, y después resulta que no está de
acuerdo con lo que dijo, él puede creer que ella ha perdido el hilo
de la charla (reforzando de este modo el estereotipo que él tiene
de las mujeres, como personas no confiables). A la inversa, si un
hombre participa en la conversación de una mujer de principio
a fin y sigue todo lo que dice pero no está de acuerdo, no la
abrumará con “uh-huhs”, y: ella pensará que él no le presta
atención.
Obsérvese que la diferencia existente en la manera de
utilizar mujeres y hombres esos sonidos está en mantener el
centro de atracción en la comunicación. Emplear los sonidos
para indicar “Estoy escuchando, continúa” es útil en el nivel de
relación de la conversación. Emplearlos para demostrar lo que
se piensa sobre lo que se está diciendo es una respuesta al
contenido de la conversación. Por lo tanto, desde el punto de
vista estilístico, hombres y mujeres son coherentes en su
recíproca incoherencia.

“¿POR QUE NO HABLAS SOBRE ALGO INTERESANTE?”

A veces, cuando los hombres y las mujeres piensan que el


otro no les presta, atención, están en lo cierto. Y esto puede
suceder porque difieren sus suposiciones sobre lo que es inte­
resante. Muriel se aburre cuando Daniel no para de hablar
sobre la bolsa de valores o el campeonato mundial de fútbol. El
se aburre cuando ella no para de hablar sobre los detalles de su
vida cotidiana o de las vidas de personas a quienes él ni siquiera
conoce.
A las muj eres les parece natural oír y charlar sobre lo que ha
pasado durante el día, a quién ha encontrado en la parada del
autobús, .quién ha llamado y qué ha dicho, no porque esos
detalles seanimportantes en sí mismos, sino porque el hecho de
relatarlos es una prueba de participación: que usted se preocu­
pa por el otro, a que tiene un mejor amigo. Saber que usted
podrá contar estas cosas más tarde, lo hace sentir menos solo
mientras transcurre el día en soledad. El hecho de que no
cuenten, envía un metamensaje sobre la relación: la cercena,
cortando sus alas.
Como para los hombres no es natural emplear la conversa­
ción de este modo , se concentran en la insignificancia inherente
a los detalles. Lo que ellos consideran que vale la pena comen­
tar son hechos sobre temas relacionados con el depórtenla

142
política» la historia o el funcionamiento de las cosas. La
mujeres a menudo perciben el relato de los hechos como uní
disertación que (para ellas) no sólo no tiene un metamensaje di
afinidad, sino de condescendencia: yo soy el maestro, tú eres e
alumno. Yo soy erudito, tú eres ignorante.
Una tira cómica del New Yorker muestra esta escena —
probablemente el origen de un millar de tiras cómicas (y de un
millón de conversaciones)—■durante un desayuno: el maride
lee el diario mientras la esposa trata de conversar con él. El
marido dice: “¿Quieres conversar? Compra un diario. Conver­
saremos sobre las noticias que traiga”. Es divertido porque
todos saben que el contenido del diario no es justamente sobre
lo que la esposa desea hablar.

CONVERSACIONES SOBRE LAS CONVERSACIONES

. Cuando las mujeres conversan sobre-lo que les parece


obviamente interesante, sus charlas suelen incluir informa­
ción sobre las conversaciones. Tono de voz, ritmo, entonación y
términos se recrean en el relato con el fin de explicar —
dramatizar, en realidad— la experiencia sobre la cual están
informando. Si los hombres comentan un incidente y dan un
breve resumen en vez de recrearlo que se dijoy cómo se dijo, con
frecuencia las mujeres piensan que ellos están omitiendo la
esencia de la experiencia. Si la mujer pregunta “¿Qué dijo él
exactamente?” y “¿Cómo lo dijo?”, el hombre probablemente no
lo recuerde. Si ella insiste, él puede sentir que lo están presio­
nando.
Todas estas diferencias de hábitos tienen repercusiones
cuando el hombre y la mujer conversan sobre su relación. El se
siente fuera de su elemento, incluso en desventaja. Ella sostie­
ne que recuerda con exactitud lo que él dijo, lo que ella dijo y en
qué secuencia, y desea que él explique lo que dijo. Difícilmente
él podrá hacerlo, ya que ha olvidado precisamente lo que dijo,
si no. toda la conversación. Algo hace que ella sospeche que él
sólo finge no recordar, y que él sospeche que ella inventa los
4etalles.
Una mujer informó sobre un problema de esta índole, debido
aúna cuestión de mala memoria de su novio. Es improbable, sin
embargo, que su problema fuese la mala memoria en general.
El asunto es qué tipo de información recuerda u olvida cada
persona.
Francés estaba sentada a la mesa de la cocina charlando cqn
Edward cuando el tostador hizo algo gracioso. Edward comenzó
a explicar por qué había sucedido esto. Francés trató de prestar
atención, pero apenas comenzaba la explicación se dio cuenta
de que estaba completamente perdida. Se sintió muy estúpida.
Y había indicaciones de que él también lo pensaba.
Más tarde, ese mismo día salieron a caminar. El le estaba
comentando una situación difícil en su oficina, que involucraba
una compleja red de interrelaciones entre un gran número de
personas. De repente, hizo un alto y dijo: "Estoy seguro de que
no puedes acordarte de toda esta gente”. “Por supuesto que
puedo”, dijo ella y trazó nuevamente el relato ubicando bien a
los personajes y dándolos detalles correctos. El estaba sincera­
mente impresionado. Ella se sentía muy sagaz:
¿Cómo podía ser que Francés fuese al mismo tiempo sagaz
y estúpida? ¿Tenía buena o mala memoria? Las habilidades de
Francés y Edward para-seguir; recordar y relatar nuevamente
dependían del'tema y eran análogas a las habilidades de los
padres de ella para seguir el hilo y recordar. Siempre que
Francés relataba a sus padres algo sobre personas con quienes
estaba relacionada, su madre podía seguirla sin problemas,
pero su padre se perdía apenas introducía un segundo persona­
je. “¿Ahora quién es ésa?”, solía preguntar. “¿Tu jefe?” “No, mi
jefe es Susan, Esta era mi amiga.”A menudo solía quedarse en
el relato anterior. Pero siempre que les hablaba sobre su
trabajo, era su madre la que se perdía apenas mencionaba un
segundo paso: ‘‘¿Aquél era tu informe sobre tecnología?” “No,
ése lo entregué el mes pasado. Este era un proyecto especial.”
La madre y el padre de Francés, como muchos otros hombres
y mujeres, habían afilado sus habilidades para escuchar y
recordar en diferentes terrenos. Su experiencia hablando con
otros hombres y mujeres les dio práctica en seguir distintas
clases de conversación.

144
Saber si es y cómo es probable que relatemos los hechos, más
tarde ejerce influencia sobre si y cómo prestamos atención
cuando suceden. Cuando las mujeres escuchan y participan en
las conversaciones, saber, que pueden comentarlas más tarde
hace que tiendan a prestar atención a loque se dice y a cómo se
dice exactamente. Como los hombres no están acostumbrados
a hacer esos comentarios, es menos probable que presten
mucha atención en el momento. Por otro lado, muchas mujeres
no suelen prestar atención a las explicaciones y hechos cientí­
ficos porque no esperan tener que exponerlos en público, así co­
cino los que no están acostumbrados a divertir a otros contando
chistes, no “pueden” recordar aquellos que han oído, a pesar de
que escucharon con suficiente atención como para divertirse.
Entonces las conversaciones de las mujeres con sus amigas
las mantiene en forma para hablar sobre sus relaciones con los
i hombres, pero muchos hombres llegan a tales conversaciones
sin entrenamiento alguno y con una desagradable sensación de
que en realidad no se destacan en el tratamiento de esos temas.

^¿QUE QUIERES DECIR, QUERIDO?”

i Muchos de nosotros ponemos un enorme énfasis en la


liinportancia de una relación preliminar. Consideramos la
'habilidad para mantener tales relaciones como un signo de
i&fdud.mental: nuestra metáfora contemporánea por ser una
.'buena persona.
H» ¡Sin embargo, nuestras expectativas sobre esas relaciones
¿¡pucasi—tal vez, en realidad—imposibles. Cuando las relacio-
' '“^ preliminares se establecen entre hombres y mujeres, las
'gerencias entre ellos contribuyen a esa imposibilidad. Espe­
jamos que nuestros compañeros sean tanto intereses románti-
?como mejores amigos. A pesar de que mujeres y hombres
len tener expectativas bastante similares con respecto a
'£ intereses románticos, escondiendo sus diferencias cuando
-•'‘"ienzan las relaciones, tienen ideas muy diferentes sobre
toser amigos, y éstas son las diferencias que aumentan a lo
"-^tiempo.

145
En las conversaciones entre amigos que no son amantes, los
pequeños malentendidos pueden pasarse por alto o diluirse en
los intervalos del trato. Pero en el contexto de una relación
preliminar, las diferencias no pueden ignorarse y la olla de
presión del trato continuo mantiene a ambos cociéndose a fuego
lento en el aceite hirviendo de pequeños malentendidos acumu­
lados. Y con seguridad las diferencias de estilo causarán ma­
lentendidos, no, irónicamente, en los asuntos relacionados con
el hecho de compartir valores e intereses o comprender la
filosofía de vida del otro. Se puede hablar y concordar en estos
temas amplios y significativos, y sin embargo, palpables. Es
mucho más difícil lograr congruencia —y mucho más sorpren­
dente y angustiante que difícil— en las simples cuestiones
diarias del ritmo y los matices automáticos de la conversación.
Nada en nuestra experiencia o en los medios publicitarios (la
contraparte actual de la religión o de las enseñanzas de los
abuelos) nos prepara para este fracaso. Si dos personas com­
parten tanto en términos de puntos de vista y valores básicos,
¿cómo es que a menudo se enredan en peleas sobre asuntos
insignificantes?
Si usted se encuentra en esa situación y desconoce que
existen diferencias en el estilo de conversación, supondrá que
algo malo le pasa por haber elegido a ese compañero. En el
mejor de los casos, si usted no es rencoroso y tiene una menta­
lidad generosa, puede absolver a los individuos implicados y
culpar a la relación. Pero si usted sabe que hay diferencias en
el estilo de conversación, puede aceptar que- también habrá
diferencias en los hábitos y suposiciones sobre cómo mantener
una conversación, expresar interés, ser considerado y otros
puntos. No siempre puede usted interpretar de forma correcta
las intenciones de su compañero, pero sabrá que si tiene una
impresión negativa, puede no ser lo que se ha pretendido, y
tampoco sus respuestas son infundadas. Si él dice que en
realidad está interesado aunque en verdad no lo parezca, quizá
deba usted creer lo que él dice y no lo que usted percibe.
En ocasiones, explicar las suposiciones puede ser de ayuda.
Si un hombre comienza a decir a una mujer qué hacer para
resolver su problema, ella puede decir: “Gracias por el consejo,

146
4pero en realidad no deseo que me digan lo que tengo que hacer.
| Sólo deseo que escuches y digas que comprendes”. Un hombre
¿ podría querer explicar: “Si te desafío, no es para demostrar que
Sg^tás equivocada; es sólo mi modo de prestar atención a lo que
jm e estás diciendo”. Ambos pueden tratar de modificar sus
Diodos de hablar o de aceptar lo que hace el otro, o ambas cosas.
, Lo importante es saber que pueden ser en realidad buenas lo
que parecen malas intenciones, expresadas en un estilo de
||cpnversación distinto. Debemos dejar de lado nuestra convic-
; ción de que, como lo manifestó Robin LakoíT: "El amor significa
no tener que decir nunca: ‘¿Qué quieres decir?’ ”.
9
E l ín tim o com o crítico

Los encuentros sociales más comunes están cargados de un


millar de fallas posibles, entre las cuales la menos importante
no es precisamente la de los nervios. Esa es una de las razones
por la cual muchas personas prefieren aparecer en público
como compañeros: tener un aliado en el conflicto social, presen­
tar al mundo el flanco sólido que en ocasiones ofende a quienes
aparecen como personas solas, como los trapecistas que actúan
sin red. Como miembros de una pareja, muchos creen que, si se
equivocan, el hecho tendrá menor trascendencia porque sus a-
liados piensan que son maravillosos, no importa lo que suceda.
Pero aquí interviene la mano del destino: la mayoría de las
veces, su aliado se convierte en un crítico, que no sólo no lo ve
encantador a pesar de sus lapsus sociales, sino que ve lapsus
cuando nadie más los advierte o, lo que es peor, aunque no haya
cometido ninguno, como cuando ha hecho o dicho algo de un
modo que es peculiar y fácilmente reconocible como el suyo
propio.
Por una extraña alquimia, los caprichos y modales que
fastidian a la'persona íntima que critica son precisamente los
elementos del estilo personal que parecían irresistiblemente
encantadores al principio. Pequeñas indiscreciones, notas fal­
sas sin importancia, que habrían podido pasar inadvertidas u
olvidarse si usted hubiese estado solo en la fiesta, se subrayan,
se destacan, se adornan en la memoria a través de extensos
análisis en el coche camino a casa, y se abultan al asociarlas con
fallas pasadas.
En cada encuentro social abundan los desaciertos, las nece­
dades y la ridiculez. Muy poco de lo que se dice es realmente

148
'acertado, aunque no tan importante, no tan elocuente. Pero las
apersonas aceptan, responden, hacen eco, ríen y, en general,
'aprecian los intentos desatinados que otros hacen durante la
’ conversación, porque reconocen la demostración de interés, el
, deseo de participar. Sólo somos hipercríticos de nosotros mis­
mos (“¿por qué dije eso? Qué tonto de mi parte”) y de las
personas más próximas a nosotros.
No nos autocriticamos abiertamente, o si lo hacemos, el
efecto es encantador: otra muestra del deseo de agradar. Pero
si criticamos a otro, el efecto es cualquier cosa menos encanta­
dor, El hecho de señalar a alguien como incompetente social,
hace sentir incómodos tanto a los espectadores como a la
persona criticada.

LOS RECURSOS DE LA CRITICA: AYUDA DE LA CUAL PODEMOS


PRESCINDIR

La crítica del íntimo es epidémica: en el ámbito familiar,


entre amantes, entre compañeros de viaje. Marilyn y Gerald
¿pasaban unos días en Francia. Una tarde, mientras conversa­
b a n con amigos franceses, Marilyn cuidadosamente pensó una
roración en el precario francés que podía recordar de la escuela
secundaria, y cuando hubo una pausa en la conversación,
'¡comenzó: “A lors..”. Un francés sentado a su lado se volvió
¡hacia ella y le preguntó: “Alors, quoi?”. Encantada por haber
logrado llegar tan lejos, estaba a punto de continuar cuando
Gerald la interrumpió, explicando a los demás (en su francés,
mejor que el de ella, pero de todas maneras titubeante) el
hábito de Marilyn de llenar pausas en la conversación. Pensó
¡que ella misma se había puesto en un aprieto lingüístico: que
había utilizado mal “Alors” y no tenía nada más que decir. Ella
se sentía enfadada no porque él la había interrumpido, sino
;porque la había hecho quedar como incompetente. Gerald, al
estar familiarizado con el estilo de ella, vio debilidad donde
Marilyn había sentido firmeza, y su intento por ayudarla
comunicó su visión de la debilidad de ella a los demás. Por lo
general, la mejor ayuda que uno puede dar a quienes uno
piensa que han hecho, o dicho algo equivocado, es pretender que
nadaha sucedido.
Tratar de ayudar es una manera (sutil) de convertirse en
crítico. Existen muchas otras.

SARCASMO

Un recurso común de la crítica —en público o en privado—


es el sarcasmo. Por ejemplo, Timothy encontró a su ex esposa
en el colegio al que asistían sus niños durante una feria
internacional en donde se ofrecía comida típica de varios
países. Se acercó a ella con un saludo cordial. Ella le preguntó
si había comprado algo para comer; él respondió que una
medialuna. Ella dijo con una sonrisa afectada: “Audaz, ¿eh?”
¡Zas! Al describir el comportamiento de él de una forma que
obviamente no correspondía, le estaba haciendo saber que ella
pensaba que debería ser más audaz, porque rebajaba su media­
luna francesa a un insulso pedazo de pan.
La historia de ambos intensificó la reacción de Timothy. A
menudo ella lo había hecho sentir mal por ser demasiado
cauteloso y conversador. En una relación estable, la última
crítica carga los puños de todas las que le precedieron. Esa es
parte de la razón por la que los compañeros de mucho tiempo
y los miembros de la familia suelen explotar ante ofensas
menores.
El sarcasmo de la ex esposa introdujo un cambio de estruc­
tura que agravó la consternación de Túnothy, Como él había
estado operando en una estructura amistosa, la puñalada de la
crítica fue más profunda por lo inesperada. Sus defensas
estaban bajas, y le dolió ver que su buena voluntad no era
correspondida.
También está en juego un cambio de estructura en la pena
de ser criticado por algo que previamente había sido motivo de
satisfacción^ Ted es del tipo de los que animan una reunión.
Pero cuando estaba complacido y orgulloso por haber animado
una fiesta con sus historias y bromas, su esposa le comentó que
se había puesto en ridículo y la había dejado a un lado. ¡Zas! Lo

150
que él había sentido como éxito> ella lo reestructuró como
fracaso.

LA CRÍTICA EN EL ELOGIO

Uno de los modos más sutiles de criticar a la persona con la


cual se está conversando es elogiar a otra. En turco hay una
expresión para corregirlo si no se lo ha querido emplear con ese
sentido. Un turco que alaba a una persona mientras está
hablando con otra, puede decir “Sizden iyi olmasin”, que
significa: “Ella (él) puede no ser mejor que tú”, en otras
palabras: “No creas (como podrías) que el hecho de que yo elogie
apotro significa que piense que tú no eres digno de un elogio
similar”.
, ■Algunos padres emplean la táctica de alabar a otro niño con
el objeto de señalar la senda correcta a los propios hijos:
“Observa, Billy. ¿Ves qué ordenada mantiene Tommy su habi-
, tación?” El resultado frecuente, lamentablemente, no es lograr
'que Billy sea más ordenado, sino (en especial si estas lecciones
se repiten a menudo) hacerlo sentir criticado, incapaz y no
. querido, y que odie a Tommy.
Los compañeros de trabajo también experimentan esas
punzadas dolorosas, algunas veces justificadas. El organizador
i de una conferencia, al principio cortés, finalmente se ofendió
cuando un colega comentó con excesivo entusiasmo lo bien que
otra persona había programado la conferencia del año anterior.
Lo. que empezó pareciendo una serie de sugerencias construc-
' tivas comenzó a revelar el metamensaje “Tú nunca lo harás tan
bien como el organizador del año pasado”. Este metamensaje
puede haber sido intencionado o no, aun en el caso de haberlo
hecho a nivel consciente, la persona que habló puede haber
creído (o no) que el organizador actual no podía igualar al del
año pasado. Todo mecanismo que se emplee con un propósito
determinado, puede no ser el adecuado, aun sin mala intención.
Muchas personas se sienten celosas si sus compañeros elogian
a;otra persona. Válido o no, creen que el elogio significa que su
compañero también está comparando. No sólo oyen “Pienso que
ella o él es atractivo o sagaz o encantador”, sino también
“Pienso que tú no lo eres tanto”.

LA ACTITUD CRITICA

Cuando Angela y Conrad salieron de la sala de conciertos.


Conrad comenzó a hacer trizas la función. Angela sintió en el
pecho una sensación de desastre inminente. Oyó el metamen-
saje: “Estoypasando una velada espantosa,?, y por ende: “No me
gusta estar contigo”. Cuanto más criticaba él a los músicos, más
segura estaba ella de que esa hostilidad era, en realidad, una
expresión de lo que sentía por ella.
En efecto, a veces es verdad que patear al perro es un modo
de expresár el enojo que inspira una persona a la cual no se
podría patear honorablemente. Sin embargo, muchas personas
utilizan la crítica apuntando hacia afuera —a otras personas
ausentes, a objetos inanimados— como un recurso para esta­
blecer un puente de solidaridad con las personas con quienes se
encuentran. Este recurso es una variación del esquema solida­
ridad por medio de la queja, que se describe en el capítulo 3.
Lamentablemente, quienes no esperan esta actitud crítica, se
ofenden; están seguros de que cualquiera que critica tanto a
todos y a todo, también lo criticará a él.
Cuando Emily y Bennet visitaron a los padres de él, el padre
invitó a todos a cenar afuera. La comida íio era muy buena, y
Emily no vio razón para pretender que lo fuera. Dada a la
hipérbole, comentó: “Esta es la peor comida que jamás haya
probado”. El padre de Bennet se ofendió a muerte. Como él los
había invitado, sintió que la crítica era ofensiva. Pero según
Emily, sentirse “en familia”.con ellos significaba que no era ne­
cesario mencionar su actitud positiva, y que criticar la comida
era una manera de aliarse con ellos.
Gregory Bateson destacó que a menudo las personas no
pueden distinguir entre el mapa y el territorio: la cosa real y su
representación simbólica. Si nos identificamos demasiado con
nuestro hogar, nuestra ropa, nuestros compañeros o el restau­
rante que elegimos, entonces la crítica que se haga a todo ello,

152
V-1 -

la percibimos como dirigida a nosotros. En algunas ocasiones es


así. Es importante recordar que el mapa no es el territorio:
algunas personas, con toda libertad, lanzan flechas a objetos
extemos con los cuales las personas se identifican, sin inten-
:: ción de dañarlas. Todo lo contrario, apuntar la crítica hacia
' afuera puede ser una expresión de solidaridad con quienes
| definimos “Tú y yo contra el mundo”.

“¡DILO BIEN!”

A pesar de que a veces oímos crítica cuando no la hay, a


menudo las relaciones la incluyen de manera suficiente e
indudable como para mantener el interés. Tanto las mujeres
como los hombres son susceptibles a la enfermedad, y portado­
res de ella, Pero existen variedades particularmente comunes
(aunque por cierto no limitadas) a mujeres o varones.
Él artículo que se menciona en el capítulo 8 sobre quejas
comunes de los cónyuges, señala que los esposos piensan que
sus esposas les regañan por algo que no hicieron o que sí
„ hicieron. Quizá las mujeres critiquen con frecuencia a sus
compañeros empleando el regaño porque sus expectativas
sobre lo que suponen una relación son mayores (asimismo,
v puede darse el caso de que los hombres dejen de satisfacer
s expectativas más a menudo). Muchos hombres, por su parte,
critican a las mujeres por no hacer las cosas del modo que ellos
'consideran apropiado y lógico.
Después de jubilarse Jim, Bea comenzó a quejarse de que
pasaba mucho tiempo en su escritorio, no se preocupaba lo
suficiente por la salud de ella, no se interesaba mucho por los
' nietos, miraba las noticias por televisión durante la cena y se
negaba a acompañarla cuando iba de compras, Pero Jim sí
-/ofrecía su compañía cuando Bea prefería arreglárselas sola:
;siempre encontraba fallas en su manera de cocinar. Corta las
cebollas en sentido longitudinal (no quiere hacerlo en sentido
".transversal, pero a veces se le resbalan), no usa los utensilios
t apropiados (por ejemplo, la punta de un cuchillo para abrir una
lata, así lo desafila), deja que caiga papel en la pileta (lo saca
' luego, pero Jim se preocupa por el estado de la instalación

153
evacuadora de desperdicios, que tiene una alergia mortal al
papel). Mientras ella tira con fuerza de la cuerda para levantar
las persianas, él le ruega repetidas veces y en vano que tire sólo
una vez para trabarla. Tanto Jim como Bea están convencidos
de que hay un modo correcto y otro incorrecto de proceder, pero
Bea concentra su crítica en el modo de Jim de tratar a la gente
(a ella, en particular) y él se concentra en cómo trata ella los
objetos de la casa.
El lenguaje es un sistema de conducta formado por la firme
creencia sobre lo que está bien y lo que está mal. La crítica que
muchas mujeres (y algunos hombres) hacen a sus compañeros
es por emplear una gramática incorrecta, y por no utilizar las
palabras precisas, a pesar de que en ambos casos se emplean
las expresiones tal como se hace en el lenguaje coloquial. Por
ejemplo, Steila critica a Chuck por usar dobles negativos y la
contracción am'í, y Saul critica a Rose por llamar homo a la
estufa, o decir: “Me siento molesta” cuando él piensa que
debería decir “irritada” (agravando así la irritación de ella).
Gorregir el uso del idioma es una manera de desviarse del
tema, un mecanismo de atención que ya se ha mencionado con
anterioridad. En un cuento de Charles Dickinson,23 una mujer
ha esperado todo el día a que regresara su marido para
comentar su cita con el maestro de su hijo, que él se perdió
porque tuvo que trabajar hasta tarde:

— El señor Frobel me habló sobre un trabajo que había


■- asignado a la clase —dijo Fran—: Tienen que dibu­
jar un mapa de Rusia.
— Querrás decir de la Unión Soviética. Ya nadie dice
Rusia.
— ¿Eso es importante? ¿Puedo terminar?

El comentario del esposo no sólo desvía el tema y se detiene


en algo sin relación con él, sino que critica a Fran por utilizar
una palabra que la mayoría de la gente emplea en las conver­
saciones cotidianas.
Feiffer también captó esta situación en su obra teatral
Grown ups. Ignorando lo que quiere decir, Jake ataca a Louise

154
porque él escucha expresiones que son un tanto incorrectas;
“Miente como un guante” en lugar dé “Miente como una
alfombra"; “sopló” para decir “robó”, que él considera que
debería ser “arrebatar”;“pon tus diez centavos”en lugar de “dos
centavos”; “echarse firmes”, sobre lo cual él dice “simplemente
no es castellano”. El resultado es que Louise cree que Jake
piensa (su sospecha es correcta) que ella no es suficientemente
brillante para él. Puede ser verdad que lo piense. Muchas
personas consideran que el correcto manejo del idioma es un
signo de inteligencia, actitud que en verdad no tiene fundamen­
to. Pero es un hecho corriente la pequeña alteración en las
expresiones comunes, que no traba la comprensión.
La tragedia de todas estas formas de crítica es que hacen que
se piense que a uno no lo escuchan o no lo quieren, y la sensación
de incompetencia que engendran puede durar más tiempo que
los argumentos y las discusiones que la produjeron.

-•V--HAZLO
. A MI MANERA

En muchos de los ejemplos precedentes, los modos de hacer


las cosas o de hablar pueden juzgarse incorrectos según algu-
■ttas pautas externas. Pero muchas veces los críticos —-varones
y mujeres— desean que sus íntimos se adhieran a pautas que
, no son absolutas, sino que reflejan simplemente sus propias
‘convenciones culturales, o incluso sus hábitos y estilos indivi­
duales. Y lo que parece “ilógico” suele ser una expresión de una
■lógica distinta antes que equivocada.
#■‘Al finalizar su viaje de luna de miel, Barbara y Glen
jesperaban en la fila el chárter que los llevaría de regreso a
Hitados Unidos. Barbara entabló conversación con la mujer
•<júe estaba delante de ella y mencionó que les habían cambiado
.^1vuelo en el servicio de chárter para el que tenían billetes, por
tro en una aerolínea comercial. En respuesta a la pregunta de
señora, Barbara explicó; “Nuestro agente de viajes nos llamó,
ifeta es nuestra luna de miel.. La señora interpuso un rápido
^sonriente “Felicitaciones”; Barbara sonrió también y dijo
¡Gracias”, y estaba a punto de continuar cuando Glen se acercó,

155
le tocó con suavidad el brazo y la corrigió: “El hecho de que
estemos en nuestra luna de miel no tiene nada que ver con la
forma en que cambiaron nuestro vuelo”. “Lo sé”, dijo Barbara,
mirando hacia abajo. Sintió que la habían descubierto haciendo
algo malo.
Pero su mención de la luna de miel no era incorrecta. Le
producía alegría al decirlo; y la señora también se alegraba de
oírlo, todo lo cual contribuía a la relación que estaban entablan­
do. Glen .no hubiese dado esa información, pero tampoco hubie­
se comenzado una conversación con un extraño. La base de su
crítica significaba “No lo estás haciendo a mi manera”.
Como muchos matrimonios pasan gran parte de su tiempo
juntos en un marco social, es probable que se escuchen unos a
otros contar historias e intervenir en otros tipos de charla so­
cial. Lamentablemente, la conversación con fines sociales es un
área en la que hombres y mujeres suelen diferir. En consecuen­
cia, se producen muchísimas oportunidades para censurarse
mutuamente. Y las diferencias entre varones y mujeres se ven
agravadas por todas las otras diferencias de estilo en el uso de
las señales y los esquemas que se han tratado en el capítulo 3.
Después de escuchar el comentario de Dorothy acerca de la
magnífica cena a que han asistido, Don revela su furia, acusán­
dola de haber querido sobresalir. Dice que ella habló en voz muy
alta, no prestó atención a lo que decían los demás y no les dio
—en particular a él— la oportunidad de conversar. “Eres un
niño grande”, le dice ella, “puedes decir algo si tienes algo que
decir”. El replica: “Necesitas una palanca para entrar en esas
conversaciones". Otras veces, cuando ella demuestra interés
con un invitado al formularle muchas preguntas, más tarde
Don se queja dé que ella lo ha interrogado, al margen de haber
manifestado éste fastidio o no.
Según Don, hacer preguntas personales es obviamente
descortés; según Dorothy, es obviamente amistoso. Para él,
una buena conversación tiene ritmo lento; para ella, el ritmo
debe ser rápido. Según ella, las superposiciones en voz muy alta
que se producen en la conversación significan entusiasmo.
Según él, son un signo de que nadie está escuchando. Sabiendo
lo que ahora sabemos sobre los estilos de conversación, vemos
que ni uno ni otra tienen o dejan de tener razón. Pero ambos lo
ignoran. Y Dorothy sabe que sus intenciones son buenas; ¿cómo
puede su esposo interpretarlas tan mal? Se siente traicionada
porque la está atacando la persona que se supone es su mejor
aliado.
Irónicamente, los compañeros se creen con derecho, e inclu­
so llamados, a corregirse precisamente por ser aliados. Mucha
de la crítica de los íntimos surge del deseo de mejorar al
compañero por su propio bien y porque consideramos que ellos
nos representan ante el mundo. Como todos tenemos nuestros
propios modos de hacer las cosas, las oportunidades de corre­
girnos son ubicuas.

LOS ORIGENES DE LA CRITICA

Pero la tensión generada por la crítica de íntimos es particu­


larmente virulenta cuando se trata de adolescentes. Los padres
son (tal vez, por necesidad) críticos de sus hijos pequeños, pero
durante la adolescencia, los jóvenes observan a sus padres con
mirada tan crítica que puede llegar a ser devastadora. No to­
leran la forma como sus padres caminan, visten o sostienen el
tenedor. Sus expresiones les resultan anticuadas sin remedio
o incómodas y excesivamente vulgares. El simple hecho de apa­
recer en público con sus padres se transforma en un tormento.
El caso de los adolescentes da un indicio sobre los fundamen­
tos y los usos de la crítica. Para ellos (como para todos nosotros),
la crítica es un medio de protegerse contra el peligro de la
participación que amenaza la independencia. Los adolescentes
deben, sobre todo, separarse de sus padres. Si los ven perfectos,
desean apegarse a ellos y se sienten inadecuados por compara­
ción. Al considerarlos inadecuados les es más fácil soltarse, al
mismo tiempo que los hace sentirse más capaces.
Lo mismo sucede con las parejas. Ver faltas en el otro
permite a cada uno sentirse más competente. Y volverse inso­
portable es una forma de protección contra la aproximación.
Pero ser constantemente criticado es de por sí uno de los
peligros de la aproximación.

157
En el final de la novela de Anne Tyler, Dinner at the
Homesick Restaurant, un hombre anciano, B.eckTull, explica a
su hijo adulto por qué abandonó a su esposa (y niños) años
atrás:
“Ella me cansó".,. “Oh, al principio”, dijo Beck, “pensa­
ba que yo era maravilloso. Deberías haber visto su ros­
tro cuando yo entraba en la habitación... Cuando tu
madre y yo nos casamos, todo era perfecto. Parecía que
yo no cometería errores. Luego, poco a poco supongo
que vio mis defectos. Vio que estaba demasiado tiempo
fuera de casa y no era suficiente apoyo para ella, no
prosperaba en mi trabajo, engordaba, bebía demasia­
do, hablaba mal, comía mal, vestía mal, manejaba mal
el coche”.
Este párrafo da un sentido del efecto acumulativo de la
crítica que va en aumento, tanto por las ofensas serias (no ser
suficiente apoyo y estar demasiado tiempo fuera de la casa),
como por las superficiales (vestirse y comer mal). Beck TulI se
casó con su esposa porque la admiración de ella lo hacía
sentirse de maravilla: la alegría de la proximidad. Pero una vez
que ella estuvo cerca, pudo ver su' debilidad, y entonces verse
a sí mismo con los ojos de ella, lo hacía sentirse muy mal.
Una forma de analizar esta situación es tener en cuenta que
el amor obsesivo nos vuelve ciegos con respecto a los defectos
del otro, y la proximidad nos permite verlo con claridad. Pero
la proximidad también nos enceguece de distinta forma. La
intimidad nos puede hacer ver más defectos de los que hay en
realidad, y también a veces verlos más grañdes de lo que son.

UN DISPARO EN LA NOCHE

Cuanto más indirectos sean los modos de criticar, más difícil


será entenderse con ellos. El padre de Stan lo interroga sobre
sus inversiones de una manera que revela que las considera im­
prudentes. Y la madre de Katé permanece a su lado haciendo
un comentario de corrido que parece implicar que su hija está
haciendo todo mal en la casa.

158
Mientras la observa cocinar, comenta: “Oh, ¿pones tanta sal
a la sopa?”. Kate entiende que esto significa que le está
poniendo demasiada sal a la sopa, un comentario más en la
larga cadena de críticas durante la visita. Pero si Kate protesta,
la defensa razonable de su madre es: “Sólo estaba preguntando.
¿Por qué eres tan susceptible?”. Las preguntas, al igual que el
sarcasmo, son formas favoritas de crítica precisamente porque
son indirectas, como los disparos de un arma con silenciador. El
herido siente el efecto, rápido y seguro, pero la procedencia del
ataque es difícil de localizar.
No es fácil formular objeciones a los críticos, ya que el crítico
y el criticado se interesan en distintos niveles de interacción. La
atención del crítico se concentra en una acción a continuación
de la otra, no en una evaluación global de lapersona. Los padres
saben que aman a sus niños a pes ar de sus esfuerzos para lograr
que hagan mejor esto o aquello, o esto y aquello. Pero el cri­
ticado reacciona al metamensaje “Eres una persona incompe­
tente”.
Guando se formulan objeciones a los críticos, es probable que
nieguen (tal vez con sinceridad) la intención de criticar: “Sólo
estaba preguntando” o “sólo bromeaba”, o si no “no quise decir
nada”. Si admiten que un comentario implicaba una crítica,
entonces es factible que defiendan su validez: “Lo estabas ha­
ciendo mal” o “Lo dije porque era verdad”. Y esto puede ser vá­
lido desde el punto de vista del crítico, Pero no tiene en cuenta
el efecto sobre el criticado: en especial el efecto acumulativo,

“‘,AY, ESO DUELE!” .

Mientras el crítico se interesa en la validez de la queja —el


mensaje—, el criticado responde al metamensaje de desapro­
bación. Cualquier crítica implica: “Pienso que no eres una
buena persona”, que parece significar “No me agradas mucho”.
Y cuando la crítica viene en un flujo ininterrumpido, como a
menudo sucede en las relaciones estables, se socava por com­
pleto la sensación de ser una buena y agradable persona, sin
tener en cuenta si la crítica fue válida,

159
Uno de los aspectos más destructivos de la crítica de los
íntimos es que el efecto puede ser perdurable. Josie pasó años
de su vida alegremente, sin tener en cuenta tanto sus innume­
rables y pequeños defectos como sus hábitos: un tic nervioso
que a veces inserta en las pausas; gritar automáticamente
“¡Huy!” cuando apenas la tocan; un vello suave sobre el labio
superior; una tendencia a tragar su bebida cuando otros la
beben lentamente. Pero después de vivir con Andy, que cons­
tantemente le informaba que estos y otros hábitos le resulta­
ban ofensivos, estuvo condenada a verlos de por vida bajo ese
desagradable punto de vista. Después de divorciarse de Andy,
mantuvo esa visión negativa de sus peculiaridades grabada en
su opinión de sí misma y ensombrecida por una sensación
general de que era desagradable para los demás.

CRITICA DE SEGUNDA MANO

Una de las formas de crítica más sutiles, pero también más


comunes y problemáticas, viene enmascarada como un informe
imparcial.
Una táctica de ataque y fuga muy común es plantear como
un mensajero inocente: “Jerry dijo que piensa que no deberías
haber mostrado la carta a Molly”. Así, el mensajero comunica
la crítica desviando el enojo resultante hacia Jerry. La mayoría
de las personas responden como es de esperarse a esta crítica
de segunda mano, sintiéndose enojadas o heridas por el crítico
que se ha citado. Pero no deberían reaccionar así. Deberían
preguntar: “¿Por qué me estás diciendo esto?”. La transmisión
de la crítica puede ser. uno de los casos en que es apropiado
desahogar el enojo en el mensajero, el que eligió dar el golpe.
La crítica de segunda mano es, desde varios aspectos, más
destructiva que escuchar la misma crítica de su propia fuente.
La crítica que se manifiesta directamente contiene un meta-
mensaje de participación: llevar suficiente para decir. Invita a
una explicación o autojustificación, y lá confrontación subsi­
guiente es probable que termine con una muestra de solidari­
dad renovada y buena voluntad. Por el contrario, toda crítica de

160
segunda mano suena peor de lo que sonaría cara a cara. Las
apalabras que se dicen sin que estemos presentes, al igual que
lias personas que conocemos sólo por su reputación^ parecen
más graves de lo que son en realidad. Es como si el hecho de
haber sido oído garantizara la veracidad del mensaje: lo que
' otros sienten en realidad pero que no nos dirían.
; ' Esta impresión es engañosa. La verdad, tal como emerge en
lina situación, no es la real sino uno de sus aspectos que se
refleja en esa situación. Al trasladaría a otra situación, se
[distorsiona. Lo que se dice a una audiencia determinada, casi
siempre está ideado especialmente para su consumo. Incluso,
^puede haber sido deducido por los mismos participantes. Sin
fip,tención, con nuestros propios comentarios, guiamos las con-
jversaciones por este camino o el otro, lo cual fuerza las respues­
tas que obtenemos.
V Cuando al hablar con una persona criticamos a otra, la
:tención puede ser desahogarse sin dañar a nadie. Pero si el
Jcriticado se entera de la crítica, ésta aumenta su aspecto
^destructivo en lugar de disminuirlo. Como la crítica no se
\6xpresa directamente, persisten la queja y el rencor en la
Respuesta, sin abordarlos, confrontarlos, desenmascararlos o
descalificarlos por medio de la discusión.
$; Por ejemplo, un prometedor y joven erudito dio una diserta­
ción en una reunión de su colegio profesional. Se alegró de ver
que uno de los líderes en ese campo —una mujer cuyos trabajos
jél había leído y admirado— estaba en la audiencia. Y comenzó
^regocijarse cuando su viejo profesor le dijo que esta autoridad
¡había venido para escuchar su disertación, porque ella había
pido comentarios sobre sus trabajos. Pero su placer pronto se
transformó en mortificación cuando el profesor prosiguió di­
ciendo que esa persona se había decepcionado por lo que había
•scuchado.
Esta mortificación pudo haberse petrificado en una sensa­
ción permanente de malestar asociado a la colega de categoría
uperior, si el joven profesor no hubiese encontrado y aprove­
chado la oportunidad para preguntarle directamente. Ella dijo:
-.¿Pero no le mencionó que también dije que no se puede
f retender que se exponga todo en una disertación de doce

161
minutos?”. Esta modificación de la crítica pudo haberse expre­
sado en el comentario original, o bien ideado en el momento
para suavizar el golpe, pero en cualquiera de ambos casos hizo
esfumar, la crítica y dejó abierto el camino para una relación
profesional constructiva. Cuando uno no tiene o no se produce
la oportunidad de confrontar el origen de la crítica, puede
persistir para siempre una sensación de odio hacia un colega,
amigo o relación, agriando el vínculo existente o impidiendo el
nacimiento de uno nuevo.
Si la crítica reiterada puede ser un elemento irritante en las
relaciones entre los profesionales y amigos, entre familiares
puede ser un verdadero veneno.
Vicki había recibido una carta de su madre en la que se
quejaba por la decisión de Vicki de no pasar la Navidad con la
familia. Vicki le respondió explicando sus razones y consideró
que el asunto estaba terminado. Poco tiempo después recibió
una llamada de su hermana Jíll, que tenía el sincero propósito
de apoyar a Vicki. Mientras le demostraba su apoyo, Jill le
informó que su madre la había llamado para discutir el proble­
ma. Jill también le dijo cómo había defendido a su hermana.
Había dicho: “Pero, mamá, yo tampoco vine a casa durante mis
vacaciones pasadas”. Después citó la respuesta de su madre:
“Pero eso es diferente. Tú estás en la universidad”.
Ai repetir Jill el mensaje de su madre a.su hermana, su
intención era: “Mamá te ha juzgado mal, pero yo te he defendi­
do”. Pero una serie de penosos metamensaj es eclipsaron este
mensaje bienintencionado. En primer lugar, Vicki comprendió
que lo que había dadopor solucionado, en realidad no lo estaba;
en cambio, su madre aún se sentía tan acongojada que tuvo que
comentarlo con otro. (Sabiendo que era probable que Jill
llamara a su hermana, mamá incluso pudo haber usado a Jill
para hacer llegar este metamensaje a Vicki). En segundo lugar,
Vicki se sentía herida y enojada por la comparación negativa e
ilógica con su hermana: si Jill aún está en la universidad,
debería estar más, no menos, obligada a.pasar la Navidad en
casa. Por otra parte, la imagen de su madre llamando a su
hermana para hablar sobre ellale sugería esta estructura: “Los
miembros de la familia tratando el problema familiar: ¡tú!”

162
Vicki tomó los comentarios de su madre relatados por Jill
como la verdad real, al igual que Jill. Y cuando su hermana los
repitió, después de todo repetía con exactitud lo que había
escuchado. Sin embargo, fue ella quien, sin advertirlo, hirió a
Vicki al repetir una versión de la verdad que había sido
esculpida especialmente para otra situación: la conversación
con Jill.
El enigma de la falta de lógica de la madre puede resolverse
si colocamos el comentario en el lugar de donde provino. Jill
provocó la comparación cuando ella misma se invocó como
ejemplo. Esto forzó a su madre a decir “Tú eres mala como ella”
o a proponer una razón —aunque carente de lógica— para
excluir a Jill de su crítica. -
Los hermanos, al igual que los miembros de cualquier grupo
muy unido, son propensos a esta deformación dé la crítica
porque su relación mutua constituye un páradigma de compe­
tencia por la aprobación, que se remonta a Qsáfi y Abel. Y la
intimidad de los lazos familiares hace particularizante proba­
ble que se repita la información, ya que el intercambio de
, información personal es un método para mantener ,la intimi­
dad.
Se dio un caso similar entre otro par de hermanas: Lynn y
Alexandra. En determinado momento de sus vidas, Lynn
estaba saliendo con un hombre diez años mayor que ella, y
Alexandra con ún hombre diez años más joven. Mucho después
de haber dejado de salir con él, Lynn todavía albergaba un
sentimiento de dolor y resentimiento hacia su madre, porque
Alexandra le había dicho que su madre desaprobaba más la
situación de Lynn que la de ella.
Examinando la conversación de Alexandra con su madre, es
fácil observar como esta última llegó a hacer esa comparación.
Al oír que su madre expresaba preocupación por Lynn, Alexan­
dra protegió a su hermana poniéndose ella en la línea de fuego:
“¡Pero mami, Tony es diez años más joven que yo! ¿Qué
diferencia establece la edad?” De repente, al tener qué incluir
o exonerar a la hija con la cual está hablando, mami elige
exonerarla: “Pero eso es diferente. Tú no tienes que preocupar­
te porque él muera primero y te deje sola”. Hay razón, en este

163
contexto, para que mami mencione sus inquietudes sobre
el hecho de casarse con un hombre diez años más joven. No es
que mami haya mentido a Alexandra o que Alexandra haya
mentido a Lynn, sino que arrancar un aspecto de la verdad de
un contexto y transportarlo a otro altera su efecto y es probable
que tergiverse las intenciones del hablante original.

ESCONDERSE DETRAS DE LA CORTINA

Oír a alguien repetir algo que se dijo sobre usted en su


ausencia lo coloca en la posición, por un breve instante, de un
oyente intruso en una conversación que se suponía que no
oyera, situación complicada porque usted oye algo necesaria­
mente incompleto, fuera de contexto y sujeto a las alteraciones
inevitables, cuando la información se filtra a través de la
imaginación humana.
Parte de una conversación escuchada por casualidad dio
origen a los episodios trágicos de la novela Cumbres borrasco­
sas. Heathcliff abandonó Wuthering Heights —destruyendo
así tanto su vida como la de Cathy— después de haber oído a
Cathy decir a su doncella: "Me degradaría casarme con Heath­
cliff ahora”. No se quedó para oírla decir: “Entonces nunca
sabrá cuánto lo amo”, “El es más yo que yo misma” y '"Todos los
Linton sobre la faz de la Tierra podrían desvanecerse en la nada
antes de que yo consintiera en dejar a Heatchcliff”. El oyó sólo
una parte de la conversación y al oírlo por casualidad hizo que
se pareciera tanto a la auténtica verdad, que no esperó para oír
nada más.
En Pasaje a la India, de E. M. Forster, el hecho de repetir
una conversación que se había oído por casualidad provocó es­
tragos. Aziz no tenía intención de cumplir con su invitación,
hecha por mera formalidad, a dos damas inglesas para conocer
las Cuevas de Marabar. Pero un sirviente hindú oyó por casua­
lidad a una de las damas decir a la otra que los hindúes parecían
bastante olvidadizos. Esta observación se repitió y oyó, se oyó
y repitió, pasó de oído a oído como una oración que se murmura
en una fiesta durante el juego del teléfono descompuesto, hasta

164
que cuando llegó a los oídos de Azis decía que las dos mujeres
estaban mortalmente ofendidas por su omisión. Así se vio
obligado a organizar un viaje a las cuevas que nadie que­
ría hacer, y que terminó en el desastroso desenlace de la nove­
la.
La imagen de otros hablando sobre nosotros es siempre
inquietante: un vistazo de un mundo en el que no somos los
actores principales sino meros temas de conversación. Por un
momento es como si no existiéramos, o como si existiéramos en
una forma drásticamente reducida.
El repentino placer de oír que nos han alabado a nuestras
espaldas constituye en parte, un súbito alivio: la liberación de
la tensión que causa el shock de saber que otros han estado
hablando sobre nosotros.

DOMINIOS ASEGURADOS

Comprender los modos y métodos de la crítica de los íntimos,


tratados en este capítulo, puede aprovecharse como guía futu­
ra: consejos tanto para los críticos como para los criticados.
Los críticos incurables (que pueden ser las mismas personas
que los criticados, apenas un momento más tarde) pueden
tener presente que algunas formas de crítica son más destruc­
tivas que otras. Todos tenemos el poder de herir a otras
personas repitiéndoles lo que se dijo sobre ellas en nuestra
presencia, no en la suya. Probablemente no haya uno solo de
nuestros conocidos que nunca haya hablado sobre nosotros de
una manera que no nos gustaría si lo oyéramos por casualidad.
Es noble guardar tal poder en jaque, y no repetir nada, sino el
elogio obvio, salvo que una consideración cuidadosa indique
que se trata de información que la otra persona necesita, a
pesar de que pueda doler oírla. Esto incluye la crítica que
ridiculizamos o con la cual no estamos de acuerdo, como: “No
me importa lo que digan los demás: yo no creo que seas
estúpido”.
Repetir la opinión crítica de otro para reforzar la nuestra es
efectivo, pero también el equivalente verbal de los nudillos de

165
hierro: un instrumento desleal para intensificar el poder de
herir. Los críticos que juegan limpio evitarán los golpes dobles:
“Considero que estuviste mal y Morris también piensa asf\
Particularmente desleal es repetir la crítica y esconder su
origen —“Alguien dijo esto pero no puedo decirte quién” —
porque hace que el destinatario sospeche de todas las fuentes
probables y de muchas otras improbables. Quizá la herida más
cruel de todas sea la afirmación “Todos piensan así”, pues evoca
la imagen de una multitud que se reúne para conferenciar
sobre nuestras faltas.
Aquellos a quienes les resulta difícil evitar repetir lo que
oyen, pueden mostrarse prudentes en negarse a oír lo que
presienten que los pondrá en la difícil posición de decidir si lo
repiten o no.
También hay mejores y peores modos de comunicar crítica
de primera mano. Un tipo de crítica injusta es afirmar: “Siem­
pre haces esto” en lugar de enfocar un ejemplo específico de una
acción. Algo que uno “siempre” hace no puede explicarse o
incluso preverse. Además, los críticos pueden tratar de restrin­
girse a la crítica instantánea (en privado) o a la de breve
demora. Alguien que pierde la oportunidad de criticar en el
momento o poco después, puede descansar seguro de que la
conducta se repetirá. Si así no sucediere, entonces la crítica no
sería necesaria. Y hacerle recordar a alguien que hizo algo mal
agrava la herida, puesto que implica que se ha abrigado el
resentimiento a lo largo del tiempo.

CONSEJOS AL CRITICADO

Para el criticado, recordar que la crítica es un derivado de la


proximidad, constituye una gran ayuda. En realidad es prueba
de la presencia, no de la ausencia, de intimidad.
Más allá de esto, uno debería aumentar la autodefensa de
acuerdo con el nivel de la pena —el efecto de ser criticado— en
vez de recurrir a escaramuzas sobre la validez de la crítica.
Cuando alguien nos arroja una pelota, nuestro reflejo es atajar­
la. Pero con la crítica, es mejor dejarla caer. Defender el modo

166
como usted hizo algo, invita a una explicación más elaborada de
por qué el crítico piensa que usted lo hizo mal, y esto es probable
que provoque un ataque de cismogénesis complementaria.
Pero si usted dice “Que siempre me digan que hago las cosas
mal, me hace sentir como un error andante”, es más probable
que reciba una disculpa o por lo menos una negativa del deseo
de herirlo. Al menos, no invita a un aumento de la crítica.
Si los hablantes deberían evitar repetir críticas, los oyentes
deberían protegerse, cortando las repeticiones de lo que otros
dijeron sobre ellos antes de que se pronuncien. Si las oyen,
deben tener presente que lo oído no es la verdad real, sino una
de sus versiones: una versión distorsionada.
Finalmente, el criticado puede tratar de no reaccionar de­
masiado. Era claro que Jake, en Grown ups, de Feiffer, tenía
una predilección perjudicial por criticar a Louise, pero asimis­
mo establecía un aspecto interesante cuando se quejaba: "Para
ti, cualquier crítica es un golpe mortal”. Hay ocasiones en las
que un compañero necesita airear quejas legítimas. Temer
decir algo con el menor atisbo de crítica es como sentirse atado
y amordazado. Fomenta el crecimiento de la bolsa donde van a
parar las quejas no expresadas.
La crítica de los íntimos responde además a una técnica que
los científicos sociales han aplicado durante años. En una visita
reciente, la madre de Jennifer se dirigió al armario, sacó una
escoba y comenzó a barrer el piso de la cocina. Jennifer sintió
el familiar arranque de enojo por ser criticada de forma implí­
cita. La indirecta de la calumnia sobre su manejo de la casa
parecía no mitigarlo, sino agravarlo. Pero luego Jennifer recor­
dó su conversación conmigo y pensó: “Oh, lo está haciendo otra
vez”. ¡Sorpresa! El enojo de Jennifer se esfumó. Había dismi­
nuido cu a n d o Jennifer retrocedió para transformarse en obser­
vadora, en lugar de participar en el juego.

PREVENCION Y CURA

La crítica continua es una falla trágica de la intimidad. A


raíz del ansia de estar junto a alguien y sentirse acompañado

167
a lo largo de la vida se crea no sólo un aliado, sino un crítico de
primer plano, alguien en nuestro propio equipo listo para gritar
“¡Falta!" cuando una pelota pudo haber pasado fácilmente
como si hubiese estado dentro de las líneas; alguien que tiene
los informes confidenciales sobre nuestras debilidades pasadas
para aplicar en nuestro presente; alguien que nos observa tan
de cerca que nuestra menor imperfección aparece, por efecto de
una lente de aumento, de tamaño monstruoso.
Las pautas sugeridas para el tratamiento de los casos evi­
dentes de crítica de los íntimos son útiles, pero la prevención
proverbial vale más que la cura. Quizá no seamos capaces de
eliminar el sentimiento crítico, pero deberíamos —en realidad
debemos— ser capaces de eliminar el acto crítico. Recurriendo
a la posición de observador, podemos registrar en nuestra
mente que Pat lo está haciendo otra vez, y mantener nuestra
boca cerrada.

168
IV

LO QUE USTED PUEDE Y NO


PUEDE HACER CON EL ESTILO
DE CONVERSACION
ción. De ser así, puede tratarse en el hogar. Si el sufrimiento
persiste, se ve al médico. Pero puede suceder que usted necesite
menos visitas al médico.
Este libro no es un manual de autoayuda que le enseña
trucos para arreglar desajustes. Su propósito principal es
esclarecer la conducta humana para comprenderla. La segun­
da parte de este capítulo muestra cómo la comprensión por sí
sola puede recorrer un largo camino hacia la solución de los
problemas. Pero, como lo indica la experiencia de Rachel, el co­
nocimiento del estilo de conversación puede traducirse en
diversos pasos para mejorar la comunicación y, en consecuen­
cia, las relaciones. Muchos se'han mencionado en capítulos an­
teriores, en éste se hace un breve resumen de ellos.

QUE HACER

El primer paso es comprender el estilo propio: ¿Qué hace


usted cuando se comunica? ¿Qué efecto tiene sobre la manera
de hablarle los otros a usted? ¿En qué forma su estilo es una
respuesta al modo en que le hablan ellos? Una forma de
favorecer la observación es grabar la charla. Con la autoriza­
ción de sus interlocutores, por supuesto, usted puede grabar
sus conversaciones y luego escuchar la cinta para comprender
mejor cómo han hablado usted y los otros, y el efecto que ha
tenido en la interacción. Si no se siente cómodo grabando, o si
a las personas con las que conversa no les agrada la idea, sólo
le resta observar.
Cuando usted adquiere conocimiento acerca de su propio
estilo de conversación, ya es hora de aprender los modos de
ajustarlo. He aquí algunos. Sin duda, usted mismo pensará en
otros.
Si espera que las personas continúen hablando durante el
tumo para escuchar que le corresponde a usted, pero ve que
alguien se detiene cuando usted responde de manera que
parece que usted está interrumpiendo, puede ceder y escuchar
en silencio. Si descubre que usted está acaparando la conversa­
ción, puede intentar contar hasta seis después de considerar

172
que Laotra persona ha terminado o dejado pasar su tumo, ]
ra estar seguro de que no está sólo preparándose para de
- algo.
Si piensa que lo interrumpen constantemente, puede trai
de acelerar, dejando intervalos más breves entre su tumo y
de otro, y durante el propio. Y puede obligarse a no detenei
cuando otros comienzan a decir algo, sino hablar sobre lo q
ellos dicen. Si este recurso no funciona puede intentar empk
un signo no verbal para indicar que tiene algo que decir, co]
agitar su mano o inclinarse hacia adelante.
Si usted tiene conciencia del peligro de la cismogéne:
complementaria —el efecto de espiral al esforzarse emplean
más del mismo estilo— podrá resistir el impulso de continu
con el mismo ritmo, y tratar de modificarlo. Si se sier
desconcertado porque alguien le está formulando demasiad
preguntas en lugar de evadirlas, puede usted también form
larlas o elegir un tema que le interese y hablar sobre él. Pero
es usted el que está preguntando para lograr que otro hable
éste le responde con monosílabos o sonidos guturales, en vez
seguir preguntando puede ofrecer información o bien respet
el silencio de su interlocutor. No interesa cuál es el efecto;
hecho de variar su estilo de conversación por lo menos cambia
la interacción y frenará la espiral en donde quedan atrapad
los estilos incompatibles.

HACIENDO MAS AMIGOS

Para ilustrar de qué manera el cambio de conducta pue


producirla modificación de la conducta del otro, reproduciré ■
relato en su totalidad —una historia verídica— escrita por
hombre joven que asistió a mis clases sobre comunicaci
intercultural.

Un sábado por la mañana estaba desayunando con George, un amigo n


sentados a la mesa de una cafetería. Cuando estábamos por terminar, Sha1
una amiga de Paul, se acercó y preguntó si podía acompañamos. George i
“Por supuesto” y nos presentó.
Apenas tomó asiento, Shawn me preguntó de donde era. “China", d
¿Cuál?”, continuó preguntando. “¿Taiwàn o China Continental?”“China Con­
tinental”, respondí.
“¿Ah, sí? ¡Yohe estadoen Taiwány en China Continental!”Luegoprocedió
a contarme todas sus experiencias en ambas Chinas. Yo estaba muy intere­
sado en escucharla. Desde ese momento ella continuó hablando todo el tiempo
sin pausa alguna, ofreciéndonos vividas narraciones de toda clase de historias
interesantes. Como George y yo ya habíamos terminado de desayunar, él se
disculpó y se fue. Yo, sin embargo, me quedé.
Después de un rato, a pesar de mi interés en su charla, recordé mi montón
de ejercicios por hacer, así que le dije que yo también debía irme. Ella
respondió que había terminado, entonces salimos juntos de la cafetería.
Hablaba todoel tiempo. Al llegar al lugar doride debíamos separarnos, perma­
necimos allí parados y ella continuó hablando. Finalmente, cuando me di
cuenta de que no tenía intención de detenerse, me disculpé otra vez y dije que
en realidad debía irme. Intercambiamos nuestros números telefónicos y pro­
metimos vernos en otra oportunidad.
Poco después, estaba yo solo nuevamente en la cafetería, cuando Shawn
apareció de repente y tomó asiento ami mesa. Comenzó su charla directamen­
te. Había agotado los temas sobre Chinay los que ahora trataba eran muy va­
nados. Ya no recuerdo todo el contenido de su conversación.
Mientras comíamos juntos, ella hablaba todo el tiempo. Cuando quise ir
al mostrador a servirme algo más para comer, esperé que hiciera una pausa
de un segundo, para tener oportunidad de decirle: “Discúlpame sólo un
minuto”. Lamentablemente, nunca la hizo, ni siquiera por un segundo.
Entonces tuve una idea. Cogí mi plato y lo sostuve, para demostrarle que en
verdad estaba listo para ir abuscar más comida, con la esperanza de que ella
misma dijera: “Oh, deseas más comida, ve". El mismo resultado. No: hubo
feedback y su charla continuó. Finalmente, dije: “Ya vengo* y me alejé, inte­
rrumpiéndola de forma descortés. Sin embargo, estuvo muy amable y no se
ofendió.
Estuvo demasiado amable. Mientras estaba parado en la fila para servir­
me, se ubicó detrás de,jní y siguió hablando...
Después, nos encontramos un par de veces más. Ella quería charlar, pero
yo no se lo permití, dieiéndole: “Perdón, voy a.„ Estoy apurado...". Ella insis­
tía: “Llámame, llámame, ¡Deberíamos vernos en otra ocasión!”, y yo insistía
“¡Sí, k) haré! ¡Sí, lo haré!” Shawnqueríaque nos encontráramos para mostrar­
me algo en lo que yo había manifestado gran interés cuando conversamos por
primera vez. Por fin acordamos que haríamos planes pára vernos al comenzar
las vacaciones de verano.
Una tarde de las primeras dos semanas de vacaciones, George me
telefoneó para decir que S^awn y él deseaban invitarme a tomar un helado.
Lamenté que nO'j$e:fueràppsible, no. porque naquisiera hablar con Shawn
(aunque era verdad que a ésa altura no me sentía a gusto escuchándola), sino
porque ya había hecho otros planes para esa tarde.
Después, estuve fuera de la ciudad durante el verano. Regresé justo antes

174
del comienzo de este semestre. A pesar de que George y yohabíamos estado
en contacto de vez en cuando, no volví a oír otra vez sobre Shawn y ni siquiera
me molesté en preguntar a George por ella.
El mes pasado, octubre, me sorprendió encontrar a Shawn y George juntos
en la universidad nuevamente (ambos se habían graduado en mayo). Por esa
época, yo asistía al curso sobre comunicación intercultural dictado por la
doctora Tannen, y ya había advertido, en cierto modo, el problema que existía
entre Shawn y yo. Entonces aproveché la oportunidad de experimentar un
estilo de conversación diferente, que la doctora Tannen había tratado. Des­
pués de hablar sobre el tiempoinestable, inicié la conversación contándole to­
das mis experiencias en Europa el verano pasado. Ella me escuchaba muy in­
teresada y las relacionó con las que también había tenido en Europa, Siempre
quemeinterrumía, yo, ami vez, la interrumpía; cada vez que levantábala voz,
yo la levantaba aún más. Traté, por todos los medios posibles, de dominar la
charla. Cuando habla con alguien, ella tiende a ignorar a la tercera persona
presente. Por lo tanto, corté muchas veces su charla para hacer participar a
George, con el propósito de demostrarle que yo tenía el control de la conver­
sación.
Como resultado, nos llevamos extraordinariamente bien en esa oportuni­
dad. Tambi én esa ve z tenía mucha tarea por hacer y dije al principio que debía
retirarme pronto. Pero resultó que nos quedamos conversando frente a la
biblioteca durantes tres (!) horas. Disfrutamos tanto de la charla que perdi­
mos la noción de todo lo que nos rodeaba. Hablábamos en voz tan alta y mi
acento extranjero era tan gracioso, qué la gente que pasaba frente a la biblio­
teca tenía curiosidad por saber sí nos encontrábamos bien. Un amigo-de
George le preguntó: “¡Eli; George! ¿Qué está sucediendo aquí?”.
La semana siguiente George y Shawn me. lie varón aun café. Ahora Shawn
y yo somos buenos amigos, ya que disfrutamos de nuestra conversación. Ella
tiene un empleo en la zona y charlamos por teléfono con bastante frecuencia,
¡además de “vernos" de vez en cuando!

De acuerdo con la primera parte de esta historia, la impre­


sión del lector es que Shawn es una persona intolerable: una
hablante compulsiva. Pero cuando el estudiante cambió su
propio modo de .hablar, ella también cambió el suyo. Como
resultado, le fue posible no sólo tolerarla sino disfrutár de su
compañía, e hizo amistad con alguien que, de otra manéra,
hubiese evitado. Como él mismo comentó, adquirir conocimien­
tos sobre el estilo de conversación le permitió hacer más
amigos.
Tendemos a ver nuestra, conducta como una reacción hacia
los demás; si somos descorteses con alguien que nos ofendió o
hizo irritar, no consideramos que esta descortesía define nues­
tra personalidad; pensamos que fuimos descorteses en ese caso
concreto. Pero consideramos la personalidad de los demás como
un todo. Si otros son descorteses con nosotros, es probable que
lleguemos a la conclusión de que se trata de gente, descortés, y
no de gente amable que estuvo descortés en ese instante, quizás
como respuesta a algo que dijimos o hicimos. Si tomamos
conciencia de que la personalidad y las conductas de los demás
no constituyen un todo absoluto, podremos ver la posibilidad de
cambiarlas, modificando nuestra propia actitud hacia ellas.

METACOMUNICACION Y RECONSTRUCCION

Las técnicas que se mencionaron hasta ahora suponen


pequeños ajustes a las señales de la conversación. Esta debería
ser la primera línea de ataque. Pero además pueden tomarse
medidas más drásticas.
Como se trató en el capítulo 5, una herramienta poderosa es
la metacomunicación: hablar sobre la comunicación, utilizando
o no los términos metamensaje, estructura o estilo de conver­
sación. Usted puede decir algo sobre lo que está ocurriendo,
preferiblemente nada que involucre un juicio crítico como “Deja
de interrumpirme” o “Dame una oportunidad para hablar”,
sino algo que apunte a sus intenciones copio “Deseo expresar
algo pero necesito más tiempo para poder continuar”o “Cuando
yo intervengo, no se supone que tengas que dejar de hablar.
Continúa”. Otra forma de metacomunicación es la mención de
la estructura: “Siento como si estuviésemos participando en un
match de gritos. ¿Podemos bajar el volumen?”
También puede preguntar a la otra persona lo que esperaba
como respuesta a un comentario o pregunta. Lo que oiga puede
sorprenderlo. En el ejemplo sobre el condimento con yogur,
presentado en el capítulo 7, Ken se sorprendió al saber que
Mike esperaba que su pregunta “¿Qué clase de condimento
para ensalada debería preparar?” tuviese como respuesta
“Prepara cualquier cosa que te guste”. Y Mike se sorprendió al
saber que Ken no esperaba que preparara condimento con

176
aceite y vinagre sólo porque respondió “Aceite y vinagre, ¿qué
otro?”. Además, poner en palabras lo que usted esperaba como
respuesta a lo que dijo, lo fuerza a considerar el punto de vista
de la otra persona.
El modo más poderoso de alterar la interacción es cambiar
la estructura sin explicitarlo: reconstruir al hablar o actuar de
otra manera. La reconstrucción es un trabajo de reparación que
a menudo puede realizarse más eficazmente entre bambalinas.
El depósito de un laboratorio químico estaba a cargo del
señor Beto, un extranjero que hablaba inglés. El director de la
compañía recibía repetidas quejas por parte de los químicos,
pues aducían que cuando debían retirar sustancias del depósi­
to nunca obtenían una respuesta directa del señor Beto. El
director no quería despedirlo porque, desde otros puntos de
vista, se trataba de un empleado capaz, trabajador y honrado.
Como se trataba de un problema de comunicación, el direc­
tor supuso que se debía a que el señor Beto no dominaba el
inglés. Decidió apoyarlo con clases de inglés y se comunicó con
la directora del Departamento de Inglés como Segunda Lengua
de una universidad próxima, quien habló con el señor Beto por
teléfono y llegó a la conclusión de que su inglés era muy
correcto. Ella estaba segura de que el problema estaba en la
interacción, no en su habilidad idiomàtica; por eso me recomen­
dó al director.
Tuve dos entrevistas con el señor Beto. En la primera, me
expuso su opinión sobre su situación laboral, y le sugerí que
grabara las conversaciones que mantenía durante el trabajo.
En la segunda entrevista, escuchamos la grabación. Pude ver
inmediatamente que no daba suficiente información al quími­
co, quien, en consecuencia, debía interrogarlo (y lo hacía con
una impaciencia que iba en aumento) en un intento por averi­
guar lo que necesitaba. El señor Beto también notó que le
formulaban muchas preguntas, pero las interpretó de otra
manera. Dijo que estaba en contra de eso precisamente: las
personas siempre lo interrogaban porque dudaban de que
hiciera bien su tarea.
Para mí, era claro que estaba sobreviniendo la cismogénesis
complementaria. Cuanto más pensaba el señor Beto que, a

177
través del interrogatorio, desafiaban su capacidad y su autori­
dad, tanto más evadía las preguntas, y entonces, más pregun­
tas le hacían, y así sucesivamente. Por su parte, los químicos
consideraban sus preguntas simplemente por el valor del
mensaje (conseguir información), pero el señor Beto respondía
al metamensaje (cuestionar su capacidad).
No intenté explicarle nada al señor Beto. En cambio, basada
en sus suposiciones, le sugerí que evitara los intentos de las
personas por socavar su posición, ofreciéndoles de antemano
toda la información sobre la cual él pensaba que podían formu­
larle preguntas. El resultado de esta conducta sería exacta­
mente lo que los químicos deseaban, sin respaldar, sin embar­
co , su punto de vista o invalidar el del señor Beto. Poco tiempo
después, el director de la compañía me informó que el problema
estaba resuelto: “Los químicos dicen que ahora el señor Beto
habla bien el inglés”.
Una interpretación de lo que ocurría en esta situación pudo
(acertadamente) haber, requerido análisis psicológico, Pero
plantearle esa necesidad al señor Beto podría haber agravado
la situación al enviar el metamensaje de que algo en él andaba
mal. Y hubiese llevado mucho tiempo hacerle ver el mundo con
una nueva estructura. Las lecciones de inglés, además de no
enfocar el problema, hubiesen sido caras y llevado mucho
tiempo; además hubiesen reforzado la insinuación de la defi­
ciencia laboral del señor Beto. Actuar en función de la estruc­
tura del señor Beto fue más eficiente y reforzó, en lugar de
debilitar, su sentido de control.

PERMITA QUE EL ESTILO SE ADAPTE AL CONTEXTO

Las situaciones laborales a menudo requieren ser recons­


truidas porque las estrategias que se aprendieron y resultaron
efectivas en otros contextos —entre familiares y amigos—
pueden no funcionar bien, en parte porque es probable que el
trabajo nos ponga en contacto con otros cuyos estilos difieren,
y en parte porque las situaciones laborales pueden exigir una
presentación distinta de la que requieren las situaciones socia­

178
les. Por ejemplo, iniciar una polémica sobre dónde ir a c-
comenzando por negociar la decisión puede ser eficaz
algunas personas en un contexto social dado. Pero este mé
puede ser desastroso si usted en calidad de gerente o cli
interactúa con un vendedor, porque lo haría aparecer insei
y expuesto a las presiones.
Una gerente entrevistó a un contador pará emplearlo e;
empresa. El contador manifestó que pretendía un arr
permanente de diez horas semanales; la gerente señaló qu
presupuesto era limitado. Después hablaron sobre el tral
que debía realizarse. Cuando consideró que la entrevistah¡
durado lo suficiente, la gerente comenzó a ponerle fin diciei
‘Pues bien, ¿qué piensa que podemos arreglar?” Esperabí
sólo señalar el comienzo del fin de la entrevista sino taml
iniciar una negociación para que el contador pensase que lu
participado en el acuerdo. Esperaba que la negociación
desarrollara más o menos así:

Gerente: Pues bien, ¿qué piensa que podemos arregla


Contador: Me agradaría trabajar para ustedes. ¿Cuál e¡
oferta?
Geren te: Considero que puedo obtener la aprobación p
unos honorarios de aproximadamente mil d<
res.
Contador: Ese sería un comienzo. Por esa suma, pu<
poner sus libros en orden y darle algunas indi
ciones sobre cómo llevarlos.
Gerente: Es razonable. Si resulta, podemos analizar eó
proceder en adelante.

En cambio, el diálogo se desarrolló de la siguiente mane

Gerente: Pues bien, ¿qué piensa que podemos arregla]


Contador: Diez horas semanales estaría perfecto.

¡Zas! El contador interpretó la propuesta de negociad


como una invitación para establecer sus propios términos.!
consecuencia, la gerente se encontraba en posición de tener q

179
negar su pedido, mucho más incómodo para ella que el manejo
unipersonal del arreglo desde el principio. A pesar de que el
estilo de negociación de ella hubiese funcionado bien con otras
personas, su rol y el contexto en donde se desarrollaba la
entrevista hacían poco aconsejable utilizar un estilo que depen­
día, para llegar a buen término, de que el estilo del entrevistado
fuera congruente. Construir el diálogo como una negociación no
resultó efectivo en este caso. El cambio de estilos en este
contexto podía reconstruir una conversación similar a ésta:
“ofreciéndole un contrato”/Al construir la interacción en esta
forma, la gerente podría parecer tener el control.

UTILICESE CON PRECAUCION

Irónicamente, es más fácil hacer estos cambios y mejorar la


comunicación con quienes no conocemos bien, y con los cuales
no acostumbramos conversar, que con los compañeros y miem­
bros de la familia. En efecto, es necesario esforzarse mucho
para convertir procesos que normalmente son automáticos, en
conscientes. Tener que realizar estos esfuerzos todo el tiempo,
todos los días, puede resultar agotador.
Más importante aún es el hecho de que su manera de hablar
es, en cierto sentido, su identidad. Hablar de modo diferente
hace que uno se sienta otra persona. En un trabajo grupal sobre
el estilo de conversación que dirigí, un matrimonio informó su
propia experiencia. Llevaban a cenar afuera a unas visitas que
no conocían la ciudad; el esposo conversaba mientras conducía
el coche. Cuando pasaron frente a un edificio que su esposa re­
conoció como el que estaba en la portada del directorio telefó­
nico local, ella hizo un comentario al respecto. El esposo dejó de
hablar y rehusó a continuar, castigándola así por haberlo
interrumpido. La esposa le dijo: ‘Tú oíste lo que dijo la doctora
Tannen. Sólo estoy manifestando entusiasmo. ¿Por qué no me
interrumpes?”. El respondió: “No deseo competir como hablan­
te”. A pesar de que él había comprendido el mecanismo de lo
que sucedía en ese momento, no quería cambiar su modo de ha­
blar pornoverse comoel tipo depersona que hablaría de ese modo.

180
A pesar de que no aceptó la conclusión de su mujer, este
esposo por lo menos comprendió y aceptó lo que ella decía,
porque él también había participado en el trabajo grupal. Pero
alguien que no creyese en los metamensajes, como Jakes, en
Grown ups, de Jules Feiffer, no sabría sobre qué está usted
hablando, o alegaría no saberlo, apoyado por todas las fuerzas
de la sabiduría convencional y de la “lógica”: después de todo,
él no ha dicho eso. Esto lo deja a usted con la sensación de que
tiene un problema.
Además, algunas personas insisten en concentrarse en los
aspectos del habla de los cuales han estado siempre conscientes
—acento, vocabulario y reglas de gramática— y se atienen a la
convicción de que su modo de hablar es el correcto. Encontré
esta clase de persona en una celebridad, al asistir a uno de sus
debates. Me habían invitado para discutir uno de mis artículos
sobre el estilo de conversación de Nueva York.
La coordinadora de la mesa abrió el debate preguntando qué
es lo que hace que el acento de Nueva York sea único. Después
de responder, pasé al tema de mi artículo: el estilo de conver­
sación de Nueva York. Expuse en detalle los aspectos de
superposición e interrupción: en tanto que algunas personas
aseguran que no es cortés hablar al mismo tiempo que otra, hay
muchas -también neoyorkinas- para quienes esto mismo es
“cortés” (es decir, socialmente apropiado) como una forma de
demostrar entusiasmo, comprensión y afinidad, con el interlo­
cutor. Para ellos, la superposición no significa interrupción.
La respuesta de la coordinadora a mi explicación fue: “Eso
sucede porque las personas no aprenden a escuchar”. Cuando
dije que mi investigación prueba que la gente puede realmente
hablar y escuchar al mismo tiempo, ella respondió: ‘Pero no es
cortés. Así no se tienen en cuenta los modales, ¿no?”. Como
respuesta, ofrecí una disertación sobre la relatividad de los
conceptos de cortesía, en cuyo transcurso comencé a decir:
“Ustedpuede opinar que es cortés...". Ella me cortó en ese punto
y dijo; ^ o . No es así”, y rápidamente pasó a preguntar; “¿Pero
qué puede comentarse sobre el vocabulario de un neoyorldno?”.
Nuestra conversación se desarrolló de esta forma. En
ningún momento logré convencerla de la relatividad cultural

181
de la cortesía. Al final del debate, me agradeció por haber sido
su invitada y dijo a los oyentes: “¡Si ustedes hablan así —
cualquiera de ustedes— me voy a enojar!”. Y ésa fue la última
palabra.
Participar en debates —en especial con invitados— es un
modo excelente de mantener estas limitaciones en perspectiva.
En respuesta a mi exposición sobre el estilo de la conversación,
la mayoría de las personas me agradece con entusiasmo por
arrojar luz sobre cuestiones que les han causado problemas y
que ahora comprenden por primera vez. Pero siempre hay unos
pocos que, como esta coordinadora célebre, siguen convencidos
de que existe un sentido absoluto de cortesía y que es el de ellos.
Una texana que utilizaba “¡ajá!” como respuesta, envió a su
madre una grabación de un debate en el cual yo era uno de los
invitados. Después de escucharla, la madre respondió reafir­
mando, en lugar de reconsiderarlo, sus sentimientos negativos
hada los norteños. Escribió a su hija: “...ser del Norte hace que
uno tenga un punto de vista muy dominante... El Sur, Oeste y
Sudoeste tienen actitudes completamente diferentes. El único
punto que nunca se trató fue el hecho de qüe hablar en voz muy
alta o interrumpir no está tan relacionado con la cultura como
con los modales”. ¡Por supuesto, la razón por la cual ese aspecto
no se trató en mi entrevista fue precisamente porque se trata
del concepto erróneo que yo trataba de disipar! Empunto que se
trató (pero que este oyente no captó) fue que los modales son
cultura.
Entonces es importante ser realista en cuanto a las expecta­
tivas sobre el modo como otros responden a la comprensión que
les ofrecemos. Si bien la metacomunicación —conversación
sobre la comunicación— será efectiva en algunos casos, en
otros, no. No podemos suponer que sólo necesitamos decir la
verdad para que otros la acepten. Como en el caso del proverbio
sobre el caballo que se dirige hacia el agua, algunas personas
que son conducidas hacia la fuente del elixir de nuestra versión
de la verdad mostrarán desprecio por ella. Conocer la relativi­
dad del estilo de conversación-seguramente ayudará; hablar
sobre ello, a menudo ayuda, pero no siempre.
Otra razón por la cual la metacomunicación debe utilizarse

182
con precaución es que destaca los problemas de la comunic
ción y, como se explicó en el capítulo 7, esto lleva consigo u
metamensaje negativo que quizás deseemos evitar, Introduc
una nota de discordia en la interacción, junto con la estructui
“resolución”. Si usted no se siente muy próximo a la oti
persona, conversar sobre su relación puede provocar un maye
acercamiento del que esa persona desea. Si se trata de un
relación muy próxima, como se mostró en el capítulo 7, el tem
de conversación puede tener distinto significado para cad
interlocutor. Mientras que para uno puede ser un signo positiv
(“Nuestra relación está funcionando porque aún podemos sok
donar los problemas"), para el otro puede tener un significad
negativo (“Nuestra relación no está funcionando si tenemo
que insistir en rehacerla”).
Prestar atención sólo al modo como otros hablan en lugar d
tener en cuenta sus intenciones, puede molestarlos o enfure
cerlos. Concentrarse en un nivel de significado distinto del qu<
el hablante estima importante, es paralelo a la situación d<
doble vínculo que Gregory Bateson describió. Este autor dio e
ejemplo de un niño que sostiene una rana entre sus manof
ahuecadas. Mientras lo observaba, su madre le dijo: “Tu¡
manos están sucias. Ve a lavártelas”. Esta orden es ofensivg
porque ignora el punto importante para el niño: la rana
También la orden podría confundirlo si el niño comenzara e
preguntarse si tuvo o no una rana alguna vez, pues su madre
no la ha visto, situación equivalente al dicho “¡Eres tan atrac­
tivo cuando te enojas!”, pues el comentario descarta el enoje
como un mensaje real.
Conversar sobre el modo de hablar de alguien es una forma
de análisis, y algunas personas se resisten a ser analizadas, Tal
vez crean que se las coloca en posición de pacientes del doctor
que usted consulta. Recuerde el desafío de Jake a Louise: “¿Esa
es otra cosa que tú conoces? ¿Mi mirada?” Por lo tanto, aunque
usted considere que ve lo que otros hacen y que conoce su causa,
no puede, de forma constructiva, hablarles sobre ello.

183
EL CONOCIMIENTO ES PODER

Debido a estas advertencias, y a pesar de los beneficios


potenciales al ajustar su estilo —metacomunicarse o recons­
truir— el resultado más significativo de conocer los estilos de
conversación es ése mismo conocimiento: saber que nadie está
loco ni es malo, y que ciertos malentendidos y ajustes son
normales en la comunicación.
Para ilustrar cómo puede ayudar el conocimiento en sí
mismo, transcribo una carta que articula la sensación de alivio
que surge de saber que la razón por la cual lo han criticado a uno
no es disparatada o tiene mala intención, sino que obedece a la
lógica de otro sistema.

Estimada Dra. Tannen:


Acabo de revisar su artículo (sobre el estilo de conversación de los judíos
en Nueva York) y, a pesar del hecho de que es casi medianoche y desde las
21.30 estoy deseando irme a la cama con una taza de té y un libro, en lugar
de hacer loque he estado haciendo, pienso que debo enviarle mi agradecimien­
to..,
No soy de Nueva York (aunque viví allí por un tiempo), sino de Oregón, ni
judía (aunque tampoco soy mucho de otra cosa). Sin embargo, su artículo me
ayuda a comprenderme y ayudará, espero, a que mi esposo me comprenda, ya
que él tiende a decirme que hablo demasiado y no doy a los demás la oportu­
nidad de terminar lo que desean dedr. (Y habiendo vivido en Europa los
últimos ocho años y, supongo, habiendo mejorado mi inclinación por inte­
rrumpir, tiendo haci a las mismas reacciones.con algunos, aunque no todos, los
norteamericanos que conocemos.).Esto me ha provocado todo tipo de emocio­
nes: desde ira defensiva hasta meacuipa, y su artículo, aunque no proporcio­
na clave alguna para ajustarse a un tipo de conversación totalmente diferen­
te, por lo menos me guía con respecto a ciertos mecanismos que están enjuego.

Aun sin sugerencias de cambio, la comprensión de los


procesos del estilo de conversación brinda de por sí, alivio.
Como esta lectora y este libro explican, si las personas descono­
cen el estilo de conversación, se fijan en los resultados de las
diferencias y sacan conclusiones, no sobre los modos de hablar,
sino sobre la personalidad y las intenciones del interlocutor.
Sacar conclusiones negativas erróneas, respecto de extraños,
puede ser desagradable; cuando esto sucede con frecuencia

184
(como en el caso de esta señora que vive en el exterior), puedo
tener un efecto acumulativo alternativo de ira hada los demás
y cuestionamiento de uno mismo, Y cuando esto sucede con el
compañero con el cual se vive y al cual se ama, puede ser muy
doloroso y desconcertante. Comprender "algunos de los meca­
nismos que están enjuego” proporciona alivio.
En la interacción es natural suponer que lo que usted siente
como reacción a lo que dicen los demás es lo que ellos querían
que usted sintiera. Si usted se siente dominado, es porque
alguien lo está dominando. Si no encuentra la manera de
participar en una conversación, entonces alguien, deliberada­
mente, se lo impide. El estilo de conversación significa que esto
puede no ser verdad. La lección más importante que debemos
aprender es no precipitamos en sacar conclusiones sobre los
demás, basadas en evaluaciones tales como “dominante” y
“manipulador”

LOS BENEFICIOS DE UN ENFOQUE LINGÜISTICO

Todos concuerdan en que uno de los grandes problemas


entre las personas y las naciones es la comunicación. Tratamos
de mejorarla hablando sobre las cosas con “honestidad”. Pero si
el problema se debe a diferencias en los modos de hablar,
insistir sobre lo mismo probablemente no solucione el proble­
ma; para ser honesto, no es suficiente y rara vez posible.
La mayoría de nosotros sinceramente tratamos de ser ho­
nestos y considerados, y de comunicarnos, pero de todas formas
aveces nos vemos en problemas, primero, porque la comunica­
ción es indirecta e indeterminada por naturaleza, y segundo,
por diferencias inevitables en el estilo de conversación. Al ver
que las cosas empeoran, buscamos explicaciones en la persona­
lidad, las intenciones u otras motivaciones psicológicas de
nuestros interlocutores.
Una psicoterapeuta, que me oyó hablar durante una confe­
rencia un domingo por la tarde, me dijo que había puesto en
práctica su nueva comprensión del estilo de conversación a I b
mañana siguiente. Su paciente citado para el lunes a las 10
llegó y comenzó á hablar. La terapeuta intercaló sus interpre­
taciones y las preguntas estratégicas oportunas. Cada vez, el
paciente consideraba y discutía los comentarios de ella, des­
pués volvía a su relato. Era un buen paciente. Pero el siguiente,
el de las 11, era diferente. Cuando ella comenzaba sus comen­
tarios (en otras palabras, a hacer su trabajo), él le pedía que no
lo interrumpiera. Si ella no hubiera escuchado mi conferencia,
dijo la terapeuta, hubiese concluido que el paciente de los lunes
a las once se resistía a sus interpretaciones. Sin embargo, al
recordar mi conferencia, se reservó su opinión. Seguramente,
después de terminar lo que tenía que decir, el paciente estaría
ansioso por oír y considerar los comentarios de ella. Lo que era
simplemente una diferencia de estilo, pudo haberla llevado a
una evaluación psicológica injustificada.
Por lo tanto, los terapeutas deben considerar la posibilidad
de que existan diferencias en el estilo de conversación, antes de
hacer interpretaciones psicológicas. Y en el nivel personal, más
que en el profesional, puede ser más efectivo hablar en función
de estilo de conversación aun cuando se observen correctamen­
te los móviles psicológicos. Estos son internos y amorfos; la
conversación es externa y concreta. Si usted le dice a otros que
han sido hostiles o inseguros, pueden sentirse acusados y no
saber a qué se debe su reacción. Pero si usted dice que ha
reaccionado según la forma en que ellos dijeron algo, y puede
indicar con precisión la forma como hablaron que provocó su
reacción, ellos podrán verlo y encararlo. Si comienza por supo­
ner que lo que^usted ha sentido y lo que ellos tenían intención
de decir no coinciden necesariamente, es menos probable que
ellos se sientan acusados y que descarten su reacción en
defensa propia.
Normalmente, el estilo de conversación pasa inadvertido
pero no es inconsciente. Las personas suelen decir con espon­
taneidad “No es lo que dijo, sino cómo lo dijo”, aunque no
puedan precisar qué hubo en la manera de decirlo que provocó
su reacción. Conocer acerca del estilo de conversación pone
nombres a lo que antes se percibía como fuerza vaga. Una vez
que se pueden señalar, adquieren un matiz de familiaridad y
verdad.

186
na:; idea fundamental en lingüística es la hipótesis de
vWhorf, denominada así en homenaje a los lingüistas
min Lee Whorf y Edward Sapir. Según esta idea, el
j^ e da forma al pensamiento. Tendemos a pensar de
o con los términos y conceptos relacionados que nuestre
nos brinda. Es más fácil concebir algo si tenemos une
ira para definirlo; sentimos por instinto que algo para le
■hay un nombre, existe en realidad. Todo lo que carezca de
i'de alguna manera parece que careciera de sustancia
nocer los términos “estructura”, “metamensaje” y “estile
versación” hace más fácil no sólo hablar, sino pensai
icómo los modos de hablar dan forma a la comunicación,
personas que inician una psicoterapia o forman parte de
entos religiosos o para el desarrollo del potencia]
pronto comienzan a hablar de forma distinta, era-
nuevos términos o, lo que es más común y más
certante para el iniciado, empleando viejas palabras en
fórmas. Para las personas que poseen un modo especia]
par es inevitable e importante desarrollar también un
especial de hablar. En efecto, se establece una sensación
todevista común, de afinidad, entre quienes comparten
“zra forma de hablar: el fenómeno de la “broma familiar”,
'ásj y quizá más importante, un nuevo vocabulario y un
•modo de conversar son equivalentes a una nueva forma
"srvar el mundo.
pender a conversar sobre metamensajes es también
^eruna nueva lengua y, por lo tanto, una nueva visión del
: j*pero no constitüye^espero) una conversión en el sentid
1QSo; sólo se trata de adquirir un nuevo enfoque. Tanto
ti?,-como el arte cumplen con esta función: ayudar a las
"'ákía que vean viejas cosas desde un punto de vista
PODER AL METAMENSAJE

El hecho de tener palabras para los metamensajes, las


estructuras y el estilo de conversación les otorga credibilidad,
más poder para las emociones que percibimos pero que, de otra
manera, serían difíciles de defender. La gente siente instinti­
vamente que su forma de expresar las cosas y de ser atentos o
groseros es “natural” y “lógica”. Sin el vocabulario y los concep­
tos que se presentaron aquí, es difícil desafiar estas suposicio­
nes.
Recuerde la experiencia del esposo que dejó de hablar por­
que su esposa interpuso un comentario inconexo. Cuando
discutimos por primera vez la transcripción de esta conversa­
ción, los participantes de otro grupo de trabajo echaron la culpa
a la esposa. Una mujer dijo: “¡Ella es hostil!”. Un hombre dijo:
“Su esposo está hablando y ella simplemente no lo tolera. Tiene
que interrumpirlo”. Este tipo de interpretación es especialmen­
te común cuando la persona que se superpone en la conversa­
ción es de sexo femenino, porque en nuestra cultura la imagen
de una mujer dominante es estereotipada y particularmente
temible.
Una persona que necesita tiempo para terminar lo que está
diciendo justificará esta necesidad haciendo referencia a la
lógica: no se trata de que sea su estilo evitar la superposición,
sino de que obviamente no puede existir comunicación alguna
si dos personas hablan al mismo tiempo. Mi investigación y la
de otros demuestran que esto no es cierto. Es posible y común
que en una' conversación varias personas hablen al mismo
tiempo y que se transmitan finalmente las ideas de todos, si
todos comprenden el sistemay nadie da inediavuelta y finge no
existir apenas alguien comienza a articular sbnidos. En cam­
bio, todos siguen tratando de decir lo qué desean hasta que se
oye a todos. (En realidad, este enfoque de la conversación
basado en la interacción simultánea de todos, es más común en
el mundo que nuestro enfoque basado en la información de uno
por vez.)
Nos duele si somos acusados de ser descorteses u hostiles, en
especial si queríamos dar a entender justo lo contrario: cordia-

188
fdad. A continuación doy otro ejemplo de cómo puede suceder
de cómo puede ayudar el conocimiento sobre el estilo de
iversación.
Vera estaba pasando las vacaciones de Navidad con su
lia. El día de Navidad llamó a Ed para decirle que pensaba
1; Guando Ed contestó al teléfono, ella dijo con efusividad:
Jola! ¿Cómo marchan las cosas?”. Ed preguntó con voz poco
ial: “¿Quién habla?”.
kVera se sintió profundamente herida, pero trató de ser
íerosa, y supuso que Ed estaba de mal humor. Sin embargo,
Jía estado de muy buen humor hasta contestar el llamado de
/era. a. Y no era que Vera no le gustara. Sólo que el hecho de
illa-comenzara a hablar sin identificarse lo había cogido des­
avenido y parecido descortés.
f'En el estilo de Vera, identificarse dando su nombre por
fono es una formalidad reservada para las personas relati-
íente extrañas. La omisión de la formalidad con los miem-
í;de la familia y amigos íntimos envía un metamensaje de
lidad, según la regla de romper las reglas. Si se coge a
uien desprevenido, tanto mejor. El cambio brusco de estruc-
|®es fuente de diversión y placer. Pero Ed supone que
itificarse es un requisito y no experimenta placer alguno en
lo cojan por sorpresa.
Encareciesen de conocimientos sobre el estilo de conversa-
ítanto Vera como Ed achacarían estas disparidades a la
spnalidad del otro: ella no es gentil, él es caprichoso; o a sus
itá o n e s : él está tratando de librarse de mí; ella no tendría
jes para actuar de forma distinta en el futuro; es más,
de sacarlo de su mal humor siendo más alegre, sa-
ídolo de la misma forma y -¡sorpresa!- trataría de“encon-
’ de mal humor otra vez. Por el proceso de cismogénesií
intentaría, ambos podrían obtener copiosas pruebas di
Üelotro es descortés y caprichoso. Pero al conocer acerca de
de conversación, Ed y Vera pudieron aclarar que um
id a de estilo era la culpable de sus interpretaciones in
idas, y Vera aceptó que cuando llamaba por teléfono a E<
idecir siempre su nombre. El cambio de estilo salvó el díe

189
RETROCEDER

La clave para resolver este problema fue la habilidad de


retroceder y observar la interacción, en lugar de aceptar las
reacciones emocionales como inevitables e ineludibles. Esta
posición de observador es la que posibilita que hallemos nues­
tras propias soluciones y recuperemos el control de nuestra
vida de relación. Otro estudiante explicó de qué manera desa­
rrolló la posición de observador como resultado de haber asis­
tido a mis clases:
Lo más extraño de todo fue hacer conscientes todo lo que
normalmente no son conductas conscientes... Cada vez que
hacía algo así, me detenía y me preguntaba: ¿porqué lo hice?
¿Por qué lo estoy haciendo?
Es algo extraño, como si escudriñáramos nuestros motivos
. y nuestra conducta supuestamente inconsciente, y tratáramos
de hallar una explicación... La clave, me parece, está simple­
mente en ser más consciente de lo que sucede y no dejarse
influir por las propias predisposiciones y expectativas cultura­
les... Hasta el punto que [el curso] me reveló, todos, estos
conocimientos... [ha sido] invalorable al ayudarme a compren­
der lo que sucede a mi alrededor.

La posición de observadores particularmente útil si usted se


encuentra en una situación que no le agrada. Puede hallar la
solución transformándose, en observador: tratar de imaginarse
qué fue lo que lo hizo reaccionar en esa situación y posiblemente
pensar en cómo prevenirlo en el futuro. Un lema podría ser. Si
no puede combatirlo, estúdielo.
Retirarse y analizar una interacción constituye un buen
antídoto contra la participación excesiva. Esto es lo que sucedió
cuando Kate (como se explicó en el capítulo 9) vio la crítica
aparente de su madre como parte de un patrón de conducta
reconocible (“Oh, lo está haciendo otra vez”) y su enojo se
esfumó. Nada había cambiado, pero ella adquirió distancia
emocional transformándose en observadora.

190
Pi

AMPLIAR EL OBJETIVO

Los procesos del estilo de conversación que intervienen en


las charlas privadas también juegan un importante papel en
las relaciones públicas e internacionales. El estilo de conversa­
ción tiene algo que decir en todas las situaciones en las que se
conversa: durante las negociaciones, en los tribunales, en los
consultorios; también tiene algo que decir en las cuestiones de
justicia social.
Uno de los grandes enigmas y tragedias de nuestra época es
que la acción afirmativa no ha funcionado como se esperaba.
Los programas de acciones afirmativas se diseñaron para
asegurar el acceso de personas pertenecientes a grupos que no
habían tenido acceso. Pero las personas, que provienen de
ambientes diferentes tienden a comportarse y hablar de formas
diferentes; estas formas son incomprensibles, incompatibles o
sencillamente mal interpretadas por quienes ya ingresaron a
organizaciones influyentes. Esa es la razón por la cual tantos
norteamericanos se han sorprendido al descubrir en sí mismos
prejuicios raciales, étnicos o basados en el sexo, y también por
la cual la discriminación sigue siendo un problema candente en
nuestra (creo honestamente) bien intencionada sociedad.
Al igual que los amantes o los cónyuges que se culpan uno al
otro por falta de comunicación, en el contacto intercultural los
individuos tienden a culpar al otro grupo. Los que pertenecen
al grupo “influyente” o establishment culpan a los recién llega­
dos por no comportarse como corresponde, una vez que están
dentro. Para los miembros de grupos menos privilegiados —
negros, judíos, mujeres, etcétera— es fácil y obvio atribuir su
trato a la legión de “ismos”: racismo, antisemitismo, sexismo.
Sin duda, existen detestables “istas” que practican y creen en
estos diversos “ismos”. Pero no basta para justificar la situa­
ción. La mayoría de los norteamericanos creen honestamente
que a todos se les deben brindar las mismas oportunidades.
Pero se resisten, confundidos, desilusionados y consternados
cuando personas de distinto nivel cultural, que han sido admi­
tidas con optimismo, no se comportan de la manera esperada (y,
según ellos, la evidentemente apropiada).

191
Si el problema de. la justicia social corroe nuestra nación, el
problema de las relaciones internacionales corroe el mundo. A
menudo la mala voluntad entre las naciones se ve exacerbada,
si no causada, por diferencias en la manera de expresar las
intenciones. Un egipcio que estaba viviendo en Estados Unidos
se sintió sorprendido y ofendido al saber que su compañero de
cuarto, norteamericano, consideraba que el presidente egipcio
Anwar Sadat era “descortés y arrogante”. El norteamericano
reaccionaba así a un comentario de Sadat en respuesta a la
pregunta de un periodista norteamericano: "Me inviten o no,
vendré”, para tratar las negociaciones de paz con el presidente
Cárter. El egipcio reconoció de inmediato la declaración de su
presidente como una traducción al inglés de una expresión
correcta, que a menudo utilizan los egipcios con el fin de
expresar sus mejores intenciones para aclarar un malentendi­
do y restaurar relaciones armoniosas.24
En el campo de los asuntos internacionales, los malentendi­
dos pueden tener, literalmente, consecuencias fatales. Un
sociolingüista25 dio el ejemplo de un piloto egipcio que se
comunicó por radio con el aeropuerto de Chipre para solicitar
permiso de aterrizaje. Al no recibir respuesta, el piloto inter­
pretó el silencio como consentimiento: permiso otorgado. Cuan­
do se preparaba para aterrizar, la fuerza aérea de Chipre abrió
fuego contra el avión. Para el control del tráfico aéreo, el
silencio obviamente significaba “permiso denegado”.
Pero los malentendidos no se encubren con tanta facilidad.
Las relaciones internacionales dependen fundamentalmente
de individuos que se sientan a conversar y, por lo tanto, están
sujetas a malentendidos y rencores debidos a oportunidades
que se desaprovecharon, ritmos incongruentes, y a todas las
sutiles diferencias en el modo de expresarse que pueden llevar
a conclusiones negativas, y son aún más serias e inevitables en
la comunicación entre personas que hablan diferentes idiomas
y provienen de países diversos. Pero si no hallamos medios para
mejorar la comunicación en ese contexto, la guerra nuclear
puede poner fin a nuestros problemas hogareños.
Las tragedias de la discordia y de la injusticia social, y la
imposibilidad de llegar a un acuerdo internacional son mani-

192
gestaciones en gran escala de la imposibilidad de la cornunk
íción en el hogar. Las personas se sienten sinceramente sí
•.prendidas y decepcionadas cuando su buena voluntad no as
ígura el mutuo entendimiento. Es la intención de este libro q
la comprensión del estilo de conversación mejore, si no aseguj
el entendimiento mutuo.

193
N otas

Capítulo uno

1. Bettelheim escribe en The Informed Heart que las personas


pueden soportar casi cualquier cosa si ven una razón para
ello.

Capítulo dos

2. Los términos metamensaje y doble vínculo fueron emplea­


dos por G. Bateson (1972). Para este autor, un doble vínculo
supone órdenes contradictorias en diferentes niveles: el
conflicto del mensaje y el metamensaje. Utilizo este térmi­
no, al igual que otros lingüistas (por ejemplo, Scollon,
1982), simplemente para describir el estado durante el cual
se reciben órdenes contradictorias sin poder salir de la
situación.
3. Agradezco a Pamela Gerloff por hacerme presente la refe­
rencia de Bettelheim (1979) a la metáfora sobre el puerco
espín, de Schopenhauer.
4. M. C. Bateson (1984) trata el concepto de G. Bateson, según
el cual los sistemas vivientes (tanto los procesos biológicos
como la interacción humana) nunca logran ,un estado
estático de equilibrio, sino sólo un equilibrio, como una
serie de ajustes en la escala.
5. Para las máximas de conversación, véase Grice (1975).
6. La enunciación original de Lakoff sobre las reglas de
cortesía figura en su obra de 1973. Además, presenta este ,
sistema en el contexto de las diferencias entre hombre y
mujer (Lakoff, 1975). Un artículo más reciente describe el

195
' sistema como un continuo (Lakoff, 1979). Brown y Levin-
son (1978) ofrecen un análisis más formal y extenso de los
fenómenos de la cortesía.
7. Kochman(1981) presenta un extenso análisis de Black and
White Styles in Conflict.
8. La cita de Annie Hall pertenece al guión cinematográfico de
Woody Alien y Marshall Brickman en Four films ofWoody
AUen, Nueva York, Random House, 1982.

Capítulo tres

9. La interpretación de la conversación como la señalización


de la forma en que decimos lás cosas por medio de las
señales de la conversación, está basada en el trabajo de
Gumperz (1982), quien las denomina “pautas de contex-
tualización”. La constelación de señales que aquí se expone
y la noción de su empleo para Crear los mecanismos de la
conversación, me pertenecen. Mi investigación sobre el
análisis de la conversación se presenta en forma más
detallada y se ubica en un contexto teórico en Tannen,
1984.

Capítulo cuatro

10. Lakoff (1973, 1975, 1979) trata los usos del rodeo.

Capítulo cinco

11. Bateson (1972) introduce la construcción y la metacomuni-


cación. Mucho se ha escrito sobre las estructuras en lin­
güística, antropología, psicología e inteligencia artificial.
Para comenzar, véanse Tannen (1979), Goffman (1974) y
los ensayos recopilados por Raskin (1985).
12. La cuestión de la imposibilidad de lograr una transcripción
palabra por palabra, y la influencia de la puntuación en la
impresión que produce una transcripción de un procedi­
miento legal, son los temas de una disertación doctoral de
Walker (1985).

196
13. Raskin (1984) analiza las bromas como, cambios de est
tura.
14. El concepto de la comunicación como flujo continuo,
puede interpretarse en distintas maneras de acuerdo co
puntuación, también fue desarrollado por Bateson (19

Capítulo seis

15. La dimensión del poder y de la solidaridad es uno de


conceptos básicos de la sodolingüística. Brown y Gilí
(1960) introdujeron el concepto y utilizaron los pronomt
para ilustrarlo.
16. Erving Goffman me hizo ver el apuro en que se vi<
hombre que llamó "cariño” a la ejecutiva. Yo había cont
la historia durante una conversación, sólo consdente d
ofensa que implicaba. Goffman me señaló que la lengue
le ofrecía al hombre medios para ser amistoso con i
mujer en el modo en que lo hubiera sido con un hombre,
ofender.
17. El análisis de la conversadón entre Ben, Ethel y R
aparece en Sacks (1971). Agradezco a Jim Schenkeim, <
grabó la conversadón, por darme permiso para reprodu
la aquí, y a Emanuel Schegloff por otorgarme autorizac
para resumir el análisis de Sacks. En su conferencia, Sa
destaca que, en tanto él y otros analistas profesionales
la conversación por lo general trabajaban sobre transe
ciones para representar cada pausa y pronundación
exactitud, la transcripción de esta conversación no
totalmente fiel. Por esa razón me he tomado la libertac
hacer pequeños cambios en la puntuación con el fin
facilitar la lectura.

Capítulo siete

18. El artículo sobre la conferencia cumbre apareció en Ne


week, 30 de mayo, 1983.
19. Bateson (1972) introduce el término cismogénesis com
mentaría. M. C. Bateson (1984) lo trata y menciona

197
más tarde su padre lo incluyó en lá categoría “feedback re-
generativo”. (El extracto que se cita aquí pertenece a ese
libro, pág. 96.)

Capítulo ocho

20. Siempre me siento incómoda cuando hablo sobre las dife­


rencias entre hombre y mujer. Para muchos, la mera
sugerencia de que existan esas disparidades, constituye
herejía ideológica; otros afirman que, si bien existen tales
diferencias, es mejor no mencionarlas, ya que todo lo que
apoye la idea de que varones y mujeres son diferentes, será
empleado para denigrar a las mujeres. (Lo mismo puede
decirse con respecto a las investigaciones sobre diferencias
raciales, étnicas y de clase.) Veo este peligro y también el de
la generalización, en especial cuando no se ha realizado
suficiente investigación para poner a prueba la intuición y
la observación. Siempre existen excepciones a las normas
generales, y pareciera que la descripción de las normas
menospreciara a los individuos que constituyen excepcio­
nes (a quienes ofrezco mis sinceras disculpas). Pero decidí
continuar y confrontar estos temas, porque descubrí que
conversar en este modo sobre las diferencias entre varón y
mujer evoca un rotundo “ajá” como respuesta: muchas
personas arguyen que esta descripción se adecúa a sus ex­
periencias; ver lo que antes percibían como su problema in­
dividual en términos de una norma generalizada los libera
de una carga de patología y aislamiento. Sin duda subsis­
ten interrogantes sobre la generalización de mis observa­
ciones y sobre los orígenes culturales versus los orígenes
biológicos de las diferencias. Si el resultado da pie a
preguntas y a la observación por parte de los investigadores
e individuos, todo será para bien.
21. Hacker establece este punto en "Divorce á la mode”, The
New York Review ofBooks, 3 de mayo, 1979, pág. 24.
22. La información en la sección “Niños y niñas que crecen”
está basada en Maltz y Borker (1982).

198
Capítulo nueve

23. La historia escrita por Charles Dickinson., Sofa art, se


publicó en The New Yorker, 6 de mayo, 1985.
24. El ejemplo sobre la expresión que emplea Sadat aparece en
una propuesta para una disertación a cargo de Hassan
Hassan, Departamento de Lingüística de la Universidad
de Georgetown.
25. El ejemplo sobre el piloto egipcio figura en Saville-Troike
(1985).

199
B ibliografía

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Norwood, N.J., Ablex, 1984.
Walker, Anne: From Oral to Written: The "Verbatim" Transcription of Legal
Proceedings, Discurso de tesis, Georgetown University, 1985.
Indice analítico

Adolescencia, crítica íntima y, 158 dinámica de, 95-6


Afinidad, 77 en público, 86-7
beneficios de, 65-6, 71 metacomunicación y, 89-92
Agravamiento de la comunicación en, 118, poder y peligros de, 88-9
121-2 posición y, 87-8
Alien, Woody, 41 reconstrucción, 89-90, 92-3
Ambición, 108-9 reconstrucción como humillación,
Análisis del discurso, 12 93-4
Annie Hall (película), 41 sarcasmo y, 150-1
Antisemitismo, 193 Contacto visual, 140
Autocrítica, 149 Contrarreconstrucción, 80
Automenosprecio, 107-8 Conversación entre hombre y mujer,
Bateson, Gregoiy, 79-80, 91,125, 153, 185 128-47
Bateson, Mary Catherine, 125-6, 135 diferencias culturales y, 128-9
Bergman, Ingmar, 119 estilos de conversación de él/de
Bettelheim, Bruno, 19 ella, 130-1, 133-7
Borker, Ruth, 138, 140-1 falta de comunicación en, 137
Bromas hablar sobre las cosas, 139-40
construcción y, 85-6 intereses diferentes y, 142-5
metamensaje de, 68-9 metamensajes y, 130-3
Camaradería, 33, 34—5 relaciones preliminares y, 145—7
Cambio de estructura, 26 silencio masculino y, 137-8
Cárter, Jimmy, 63, 120, 193 sonidos que muestran que se está escu­
CBS Evening News, 63 chando y, 140—1
Cismogénesis complementaria; 125—7 Corregir el uso del inglés, 154—5
diferencias en el estilo de la conversa­ Corregir gramática, 154
ción, 173, 178-80 Cortejo, 80, 119
en conversaciones entre hombres y Cortesía
mujeres, 130-7 a través de las culturas, 40-1
Cohén, Richard, 31 concepto lingüístico de, 28-9
Complacer, 20 espada de doble filo de, 36-7
Condescendencia, 113 información y, 32—5
Conducta, diferencias en el estilo de la con­ relatividad cultural de, 1.83-4
versación y, 174-7 Crítica, véase Crítica íntima
Conferencias cumbre, 120-1 Crítica de segunda mano, 161-6
Confrontación, evitar, Crítica injusta, 166-7
rodeo y, 67 Crítica instantánea, 166-7
Conocimiento de las diferencias en el estilo Crítica íntima, 74, 148-68
de conversación, 186-9, 191-2 adolescencia y, 158
Consejos, véase Dar consejos ayuda, 149-50
Conservadores de estructura, 95-6 como derivado de la proximidad,
Construcción, 79-96, 189-90 166-7
aprovechamiento de, 85-6 corregir el uso del inglés y, 154-5
cambiar la estructura, 26 critica apuntando hacia afuera,
conservadores y quebradores de es­ 152-3
tructura, 95-6 crítica de segunda mano, 161-6

203
crítica en el elogio, 151*-2 de la participación y de la independen­
diferencias entre varones y mujeres en cia, 31-2
la charla social, 156-7 Elección de palabras, 24
efectos de, 160-1 Elogio
gula para el uso de, 166-7 crítica en, 151-2
intimidad y, 168-9 dimensión poder/ solidaridad y, 104-5
preguntas, 159-60 Enseñanza, 80
regaño, 153-5 Entonación, 24, 80
sarcasmo y, 150-1, 159 tono y, 44,48-52
Cumbres borrascosas (Bronté), 165 Escritura, construcción y, 83-4
Charlas íntimas, 138-9 Estereotipos interculturales, señales de la
Charla trivial, 28 conversación y, 60-1
hombres y, 31 Estilo de conversación de Nueva York,
Dar consejos, 80 183—4
Debategate, 63 Expresión facial, 80
Decir piropos, 80 Fastidiar, 80
Defensa propia, 67-78 Feiffer, Jules, 120, 133, 138-9, 155, 167,
Dickinson, Charles, 155 183
Diferencias culturales Fenómeno de “nuestra canción”, 69
conversación entre hombre y mujer y, Fonda, Henry, 137-8
128-9, 138-9 Formulación de preguntas, 44, 53, 56-6
metamensajeB y, 40-1 Forster, E. M., 165
tono y entonación y, 50—1 Franqueza, 63, 71-7
Diferencias de rango, dimensión poder / so­ aspectos de la verdad y, 71-3
lidaridad y, 102-4 como manipulación, 71, 76-7
Diferencias en el estilo de la conversación diferente^ estilos de, 71, 76—7
y, 173, 178-80 ofensa a través de, 71, 74-6
en la conversación del hombre y de la presunciones de base y, 71, 73-5
mujer, 129-37 Funcionamientos del estilo de la conversa
Diferencias en el estilo de la conversación, ción, 27, 42, 172-3
171-94 información y cortesía en la conver­
comprender su propio estilo, 172-3 sación, 32-5
conocimiento de, 186-9, 191—2 la espada de doble filo de la cortes ía, 24-
el de é l / el de ella, 130-1, 133-7 5
interpretaciones psicológicas y, metamensajes y, 27-9,42
188-9 a través de las culturas, 40-1
metacomunicación y, 178-9, 184-5 en el hogar, 38-40
posición de observador en, 189-92 participación e independencia,
reconstrucción y, 178-82 29-31
relaciones públicas e internacionales y, doble obligación de, 31-2
192-4 Goffman, Erving, 87
Dimensión poder / solidaridad, 97-113 Grabaciones para comprender los estilos
diferencias de rango y, 102-4 de la conversación, 172-3
estilos de conversación de él / de Gramática, corregir, 154
ella y, 130-1 Grice, H, P., 32
formas de dirigirse a una persona Grown Ups (Feiffer), 120, 133-6, 138-9,
y, 99-102 155, 167, 183
participación e independencia y, Hacker, Andrew, 137
97 S Hermanos, crítica Intima entre, 163-5
reconstrucción y, 104—13 Hipótesis de Sapir-Whorf, 189-90
ambición, 108-9 Hombres
distancia inapropiada, 107-8 enfoque de la conversación basada en la
relaciones interpersonales, información, 30-1
109-13 tono y, 48, 50
venta, 105-7 Véase también Conversación entre
relación de edades y, 99-100 hombre y inujer
Dinner at the Homesick Restaurant Humphrey, Hubert, 109
(Tyler), 158-9 Household Words (Silber), 68-9
Discriminación, 193 Igualdad, inapropiada, reclamando,
Disculpas, 44, 53, 57-8 104-13
Doble obligación, 185 Importancia de la conversación, 27

204
Imposición, 113 crítica íntima y, 159-61, 163-4
cortesía y, 33-5 evitar la confrontación, 67
Independencia, véase Participación e inde­ peligro, 67-9
pendencia placer estético, 69-70
Información tono y, 48
cortesía y, 32-5 Metamensajes mixtos
dar, 80 en el hogar, 38-40
Insolencia, 113 interculturales, 40—1
Instituto de Lingüística, 18-9, 22 Minorías, 193
Interpretaciones psicológicas, diferencias Motivaciones detrás de la cortesía, 33-4
en el eBtilo de conversación y, 188-90 Mujeres
Interrupción, 183 contrapesar participación e indepen
Intimidad, critica íntima y, 168-9 dencia y, 130
Ironía, 68-9 conversación entre hombres y mujeres
Kochman, Thomas, 40 y, 128-47
Kroll, Jack, 137-8 diferencias culturales, 128-9,
La guerra de los mundos (Wells), 84-5 138-9
Lakoff, Robin, 19, 33,49, 147 dimensión poder/solidaridad y, 100-3,
Lingüistica, 17-8, 22-3 108, 130-1
Malentendidos sobre detalles insigniñcan entonación y, 48
tes, 122-5 estilos de conversación de él / de ella,
Maltz, Daniel, 138, 140-1 130-1, 133-7
Manipulación, diferentes eBtilos de fran falta de comunicación, 137
queza y, 71, 76-7 formaB de dirigirse a ellasy, 101-2
Mensajes ocultos, 26 hablar sobre las cosas, 139-40
Mecanismos de la conversación, 44, 53-8 intereses diferentes, 142-5
disculpas, 44, 53, 57-8 metamensajes y, 130-3
formulación de preguntas, 44, 53 relaciones preliminares, 145-7
quejas, 44, 53, 56-6, 57-8, 58-9 silencio masculino, 137-8
reacción expresiva, 44, 53-5 sonidos que demuestran que se
Metacomunicación, 80 está escuchando, 140-1
construcción y, 89—92 tono y, 48-50
diferencias en el estilo de la conversa­ Negociación, 31
ción y, 178-80, 184-6 New Yorker, The, 142
Metáfora del puercoespln sobre la partici­ New York Times, The, 85
pación y la independencia, 29 Newsweek, 120—1
Metamensajes, 27-9, 42,189,190-1 Nicholson, Jack, 138-9
crítica en el elogio y, 151-2 Nivel informativo de la comunicación, 30-1
crítica íntima y, 159-61, 163-4 Opciones, cortesía y, 33-4
construcción y, 80 Padres, véase Relaciones interpersonales
cortesía y, 34-5, 36-7 Palabras
dimensión poder / solidaridad y, elección de, 24
101-2 significado oculto de, 26
estilos de la conversación: significado social de, 28
el de él / el de ella y, 130-1,133-7 Participación e independencia, 29-31
formas de dirigirse a una persona y, cortesía y, 33-7
101 dimensión poder / solidaridad y, 97-8
formulación de preguntas y, doble obligación de, 31-2
65-6 rodeo y, 77-8
mixtos valor de, 30-1
en el hogar, 38-40 Pasaje a la India A (Forster), 165
interculturales, 40-1 Pausa, 44-7, 58-9
mujeres y, 131-3 como reacción expresiva, 53
reconstrucción como humillación y, Placer estético del rodeo, 69-70
93-4 Política, dimensión poder 1 solidaridad y,
reacción expresiva y, 54, 64 108^9
queja y, 57-8 Posición, 87-8
rodeo y, beneficios de la afinidad, Posición de observador en las diferencias
6 4 ,65-7, 70, 77 en el estilo de la conversación, 191-2
bromas, 68-9 Postura de “la madre martirizada”, 94
defensa propia, 67, 77-8, Preguntas (cuestionar), 21—2

205
como críticos íntimos, 159-60 evitar la confrontación, 67
formulación de preguntas, 44, 53, 55-6 placer estético, 69-70
rodeo y, 24 peligros de, 67-8
Presunciones, 71, 73—4 construcción y, 79-85
Programas de acciones de afirmación, 192 dimensión poder / solidaridad y,
Pronombres, conversación del hombre y de 99
la mujer y, 132-3 usos de, 77-8
Propaganda, construcción y, 85-6 Véase también Rodeo
Proximidad, crítica íntima como derivado Sacks, Harvey, 110-13
de, 166-7 Sadat, Anwar, 193
Pygmalion (Shaw), 25 Sapir, Edward, 189
Quebradores de estructura, 95-6 Sarcasmo, 68-9, 150-1, 159
Queja ritual, 44, 53, 57-8,' 68-9 Scenes from a Marriage (Bergman), 119
Quejas, 44, 53, 57-8, 58-9 Schmidt, Helmút, 120 .
Racismo, 193 Schoenberger, Náncy, 138
Reacción expresiva, 44, 53-5 Schopenhauer, Arthur, 29
Reagan, Ronald, 63 Señales de la conversación, 45, 58—9
Reconstrucción, 80, 89-90, 92-3 ritmo y pausa, 4 4 ,4 5 -7 , 68-9
ambición, 108-9 tono y entonación, 44, 48-52, 58-9, 80
como humillación, 93-4 volumen, 44, 46-8, 68-9
diferencias en el estilo de la conversa­ Sexismo, 193
ción y, 178-82 Shaw, Gcorge Bernard, 25
dimensión poder / solidaridad Significado social de las palabras, 28
y, 104-13 Silber, Joan, 68-9
distancia inapropiada, 107-8 Silencio masculino, 137-8
relaciones interpersonales, 105-109 Simenon, (Jeorges, 125
venta, 106-7 Sociolingülstica, 11
Regaño, 153-5 Solidaridad, véase Dimensión poder / soli­
Relaciones familiares, véase Relaciones in­ daridad
terpersonales Sonidos aue muestran que se está escu
Relaciones internacionales, diferencias de chanaoj 140-1
estilo de'la conversación y, 193—4 Suavidad, 46-8
Relaciones interpersonales, 117^28 Superposición, 183
acción y reacción en, 128 Tono, 68-9, 80
cismogénesis complementaria entonación y, 44, 48-52
y, 12^-7 Tono de voz, 80
conversación honesta y Transacciones comerciales
el mito, 119,21 conversación intrascendente y,
la realidad, 121-2 30-1
cortejo y, 119 negociación, 31
diferencias de estilo en la conversación TVler, Atine, 168
y, 182-6 Universidad de Michigan, 18
dimensión poder/solidaridady, 109-12 Uso del inglés, corregir, 154-5
malentendidos sobre detalles insignifi Valores personales, metamensajes y, 30
cantes. 122-5 ' Venta, 106-7
metamensajes mixtos y, 38^-40 Verdad
Relaciones públicas, diferencias ep el estilo aspectos de, 71-3
de la conversación y, 192-3 conversación honesta, 119-22
Relatividad cultural de la cortesía, 183-4 crueldad de, 74-6
Relatividad de los estilos de conversación, Volumen, 44, 46-8, 58-9
182-6 cismogénesis complementaria y, 126
Rich, Adrienne,138 como reacción expresiva, 53-4
Rodeo, 19-21, 23 -4 ,6 3 -4 Washington Post, 31
beneficios de Welles, Orson, 84
afinidad, 65-7, 71, 77 Wells, H. G., 84
bromas, 68-9 Whorf, Benjamin Lee, 189
defensa propia, 67, 77-8

206
Sobre el autor

Deborah Tannen es profesora asociada de lingüística en la


Universidad de Georgetown, en Washington D.C, Obtuvo su
doctorado en. filosofía en la Universidad de California en
Berkeley, Además de sus numerosos artículos y libros para
públicos eruditos, ha escrito para las revistas Vogue y New
York. También ha sido columnista invitada en la columna de
William Safire “On language” en New York Times Magazine.
Vive en Washington, D.C.
Esta obra se terminó de imprimir én el mes
de agosto de 1991 en los talleres de
Compañía Editorial Electro-Comp., S.A. de C.V.
Calz. de Tlalpan 1702
Col, Countiy Club.
México, D.F.

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