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DEFINICIÓN Y CAUSAS DE LA DEPRESIÓN

¿QUÉ ES DEPRESIÓN?

Estamos habituados a usar la palabra “depresión” con excesiva frecuencia. Cuando


tenemos un mal día, nuestro estado de ánimo está un poco más bajo de lo habitual o
incluso, cuando estamos cansados, la expresión que acude a nuestra mente es “estoy
deprimido”.

La depresión es mucho más que todo esto; es un serio trastorno emocional que implica
cambios importantes en nuestra forma de sentir, de pensar y actuar.

Nuestras emociones cambian sensiblemente. Puede que tengamos muchas ganas de


llorar, que notemos tristeza, y no es infrecuente que aparezcan otros sentimientos
desagradables como irritabilidad o ansiedad. Más a nivel corporal, suelen producirse
cambios, como notar cansancio continuo y excesivo, pérdida de apetito, problemas de
sueño, tensión muscular, opresión en el pecho, y muchos más. También es muy
corriente notar una importante disminución del deseo sexual.

Nuestra forma de pensar sufre modificaciones: tendemos a ver el lado oscuro de las
cosas, es como si nuestra visión se hubiera enturbiado de un oscuro pigmento que nos
hace ver la realidad teñida de pesimismo y negatividad. Solemos pensar mal acerca de
nosotros mismos, nos desvalorizamos y nos culpamos por muchas de las cosas que
hicimos. Nuestra autoestima se reduce significativamente. El mundo nos parece un
lugar hostil y absurdo en el que vivir. No entendemos la vida, ni cómo ni porque
suceden las cosas. Podemos creer que los demás no nos tienen ningún aprecio y que
incluso nos rechazan. Más aún, el futuro se percibe como un callejón sin salida, sin
esperanza, con pocos deseos de continuar. En el mejor de los casos, como una mala
jugada del destino que hay que sobrellevar.

Nuestra forma de actuar va en consonancia con nuestros pensamientos y nuestros


sentimientos. Tendemos a ir reduciendo nuestras actividades; nos volvemos mas
pasivos, la inercia nos domina, y de una forma más o menos rápida dejamos de salir.,
de ver gente o incluso, de ir a trabajar. Una imagen, casi caricaturesca pero
desafortunadamente real de una persona muy deprimida, sería una persona que pasa
el día entre el sofá y la cama, llorando y quejándose continuamente; para considerar
que una persona está deprimida tiene que estar sufriendo una parte importante de
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estos cambios, y además , que se mantenga durante un periodo de tiempo


razonablemente largo. Por ejemplo, una combinación de esos cambios la podría notar
durante unos pocos días un estudiante que hubiera suspendido un examen, y no se
consideraría depresión, a no ser que no emergiese de ese bache emocional.

CAUSA DE LA DEPRESIÓN. ¿POR QUÉ NOS DEPRIMIMOS?

Durante mucho tiempo se pensó que la depresión era el resultado de un simple


desarreglo bioquímico en el cerebro, y todavía mucha gente, incluido profesionales,
siguen creyéndolo. Sin embargo los datos más actuales parecen indicar otras
explicaciones. Sabemos con fuerte respaldo empírico que, para que una persona se
deprima, es necesario que en el ambiente en que vive ocurran cambios que sean
percibidos como desagradables. La expresión utilizada en psicología es “perdida de
reforzadores”, lo que significa que la persona pierde algo o alguien valioso. La
depresión puede ser producida por cambios vitales como: pérdida o enfermedad de
personas queridas, enfermedad propia, problemas maritales o familiares, problemas o
pérdida del trabaja, problemas económicos, cambios de domicilio, sufrir otro problema
psicológico y cualquier otro acontecimiento que implique que la persona se vea
privada de algo que considera importante. Desde esta perspectiva, cuando la persona
percibe estas pérdidas pasaría por un período normal de tristeza, pero si no sabe
afrontarla con eficacia, comenzaría a sentir los cambios emocionales, cognitivos y
conductuales, relatados en el apartado anterior y empezaría a deprimirse. Pate de esos
cambios implican modificaciones en el funcionamiento bioquímico del Sistema
Nervioso Central. El cerebro segrega menos neurotransmisores y ello ayudaría a que la
depresión se asentarla. Los neurotransmisores son unas sustancias que participan en el
funcionamiento del sistema Nervioso Central, y contribuyen a la regulación del estado
emocional Así puesto, los cambios bioquímicos que se producen en el cerebro serían el
resultado y no la causa de la depresión. Sería algo parecido a lo que sucede con otras
sustancias en otro tipo de reacciones emocionales. Así, por ejemplo, la adrenalina
participa en las reacciones de ansiedad, pero no es su causa. Cuando una persona se
pone ansiosa, lo hace como resultado de la percepción de peligro, y a partir de ahí el
organismo inyecta adrenalina en la sangre, lo que da sustento bioquímico a la
ansiedad. La causa de la ansiedad no es la adrenalina, sino que esta es parte del
proceso de ansiedad. Por lo tanto, la reducción de neurotransmisores cerebrales es
parte del proceso de la depresión, pero no la causa. Sin embargo, tiene un peso
importante en la instalación del proceso depresivo, puesto que su reducción afecta a la
regulación de funciones del cerebro como los ciclos sueños-vigilia, o de del estado de
ánimo.
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Concluyendo, desde nuestro punto de vista, la depresión no podría ser considerada


como una enfermedad, entendiendo enfermedad domo un proceso provocado por
deficiencias orgánicas.

ORIGEN DE LA DEPRESIÓN

En apartado anterior, vimos que la depresión puede aparecer sólo después de una
perdida de reforzadores. La pérdida de reforzadores produce un desequilibrio entre el
balance de positivo y negativo que percibe una persona. Sin embargo, este concepto
puede tener muchas sutiles acepciones, incluso puede hacernos penar, si no
realizamos un minucioso análisis que no se han producido pérdidas. En primer lugar, y
en estos casos no cabe duda posible, la depresión aparece tras algún cambio en la vida
de la persona que le afecta negativamente. El ejemplo más claro es el de la pérdida de
un ser querido, Imaginemos una mujer de mediana edad que pierde a su marido en un
accidente de tráfico, ella pierde a su marido, a su amor, a su compañero, a su amigo, a
su amante, al padre de sus hijos, pierde uno de los pilares sobre los que se asienta su
felicidad Si o consigue afrontar de manera adecuada esta pérdida, existe una alta
probabilidad de que se deprime. En caso de que pueda enfrentarse a ella eficazmente,
entonces, tras un periodo normal de tristeza y duelo, poco a poco volverá a estabilizar
su estado de ánimo.

El impacto que produce la pérdida dependerá, no sólo del tipo de pérdida, sino del
valor subjetivo que se le otorgue a la pérdida. Así, por ejemplo, si una persona pierde
su trabajo pero no era gratificante, e incluso más, le resulta tedioso y desagradable, las
posibilidades de deprimirse son mucho menores que si se sentía enormemente
realizada y el trabajo era su trabajo ideal.

Este concepto es muy importante, porque algunas veces, desde fuera, viendo a una
persona deprimida y conociendo cuál fue su pérdida, nos puede parecer desmesurada
su reacción. Podemos llegar a pensar que no hay una relación entre lo perdido y el
estado emocional que ha producido: cometemos un grave error. Lo que importa
realmente no es qué se ha perdido, sino cuanta relevancia subjetiva tenía para esa
persona. Hay gente que se deprime después de haber perdido a toda su familia, y
otros lo hacen porque se les cae el pelo.

En segundo lugar, en ocasiones, lo que produce la depresión es lo que llamamos


“ruptura de cadenas conductuales”, que es una forma particular de pérdida de
reforzadores. Este fenómeno suele ocurrir cuando se producen cambios ambientales.
Tomemos como ejemplo una persona que es trasladada a otra ciudad por motivos
laborales. Esta persona tiene una buena capacidad de adaptación, y sabe que para que
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su estado de ánimo se mantenga sólido, debe organizar su nueva vida incluyendo las
mismas actividades agradables o parecidas que realizaba en su domicilio habitual. Así
lo hace: va al gimnasio, sale con los compañeros de trabajo, va al cine etc. Sin
embargo, transcurridas unas semanas empieza a deprimirse. Aparentemente no ha
sufrido pérdidas, sigue básicamente haciendo lo mismo de siempre, pero se está
deprimiendo. La razón es la ruptura de cadenas conductuales. Muchas veces, el que
disfrutemos de una determinada actividad no sólo tiene que ver con la actividad en sí
misa, sino con una serie de pasos previos, simultáneos o posteriores a la actividad, que
son los que en realidad nos producen satisfacción o el placer de realizarlas. Aunque
nuestro amigo sigue yendo al gimnasio, lo que sí ha perdido es quedar con un amigo,
entrenar juntos bromeando, charlando de sus cosas, y tomar una cerveza después.

Es decir, con una visión superficial, el cambio de domicilio no habría provocado


pérdidas significativas, pero analizando con detalle, veríamos que han desaparecido
muchos eslabones de las cadenas, cuya punta visible son las actividades que se siguen
realizando. El resultado es el mismo: subjetivamente se percibe una pérdida
importante.

En esta línea, algunas veces, la depresión aparece después de un cambio que,


teóricamente implicaría una mejora en la calidad de vida: ascender en el trabajo o
trasladarnos a una casa mejor. Los cambios positivos llevan aparejadas, también,
importantes rupturas den las cadenas conductuales, que pueden provocar depresión.

En tercer lugar, la depresión puede aparecer como resultado de un aumento en la


cantidad o calidad de la aversión a la que una persona se ve sometida. Es decir, que se
produzca un aumento significativo de los eventos negativos que se perciben. Por
ejemplo, un gran aumento de trabajo que desborde y produzca estrés, estudiar a
contrarreloj para una oposición, u hospedar a un familiar no grato durante un tiempo
en casa.

Lo que en estos casos sucede, no es tanto que se pierda positivo (nuestro trabajador
puede seguir disfrutando de sus actividades placenteras), sino que hay un aumento de
lo negativo que va contaminando y restando valor a lo positivo, y de nuevo, la balanza
se desequilibra.

Finalmente, la depresión podría surgir tras la pérdida de reforzadores simbólicos, a


saber, determinadas circunstancias de la vida llevan a que la persona deje de creer en
valores filosóficos o morales, valores que le han arropado durante toda su vida, o que
incluso le han servido de guía y directriz. Este sería el caso de una persona muy
creyente, que en un momento dado perdiera su fe en Dios; a partir de ahí, se quedaría
sola, sin el código moral que ha regido su vida durante muchos años.

En resumen, para que una persona se deprima, necesariamente tiene que haber algún
tipo de pérdida que subjetivamente sea relevante. En algunas ocasiones, la pérdida es
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muy clara, en otras se trata de pérdidas mucho más sutiles, incluso podrían estar
enmascaradas de cambios aparentemente positivos.

Por otra parte, si analizamos la vida de cualquier persona, nos encontramos con que
todo el mundo, más tarde o más temprano se ve sometido a alguna de estas pérdidas,
y sin embargo, sólo un 10% de la población llega a deprimirse clínicamente. ¿Qué está
ocurriendo? ¿Por qué unos sí y otros no? La respuesta tiene que ver con el concepto
de “vulnerabilidad psicológica hacia la depresión”.

VULNERABILIDAD A SUFRIR ALGÚN GRADO DE


DEPRESIÓN

La investigación demuestra que existe una serie de variables que predisponen o


vulneran a la gente hacia la depresión. Aunque conocemos algunas de estas variables,
probablemente todavía existen otras que permanecen ocultas.

El primer factor predisposicional es el estilo de vida. Aquellas personas que en su vida


realizan más actividades agradables en cuanto a cantidad y diversidad, son personas
menos predispuestas hacia la depresión. Si una persona disfruta de su trabajo, de sus
amigos, de su familia, del deporte, de la música, de la lectura, del cine, de viajar y de la
jardinería, está mucho menos vulnerado a deprimirse, que si sólo disfruta de su trabajo
y el fútbol. Hay una relación inversa entre el número de áreas re forzantes de las que
una persona disfruta y la probabilidad de deprimirse: cuantas más áreas de
satisfacción posea, menos facilidad para la depresión. Si el bienestar se sustenta sobre
unas pocas áreas, si alguna de ellas se pierde, va a suponer un grave desequilibrio, que
con mucha facilidad puede convertirse en depresión; por el contrario, si el bienestar se
asienta en una gran número de actividades, y además de variada índole, la pérdida de
una de ellas va a suponer una perturbación mucho más llevadera.

Por otra parte, la actitud que va aparejada a estos dos estilos de vida es muy diferente.
Las personas con idas llenas, suelen tener una actitud más positiva, optimista, en la
línea de creer que el mundo es un buen lugar para vivir. Mientras que las personas con
una vida más vacía de reforzadores, tienden a percibir el mundo como más hostil,
problemático y poco acogedor (esta actitud será de suma importancia ante la futura
depresión).

El segundo factor predisposiciones es el estilo cognitivo, la forma de pensar. A lo largo


de nuestra educación, desde la más tierna infancia, vamos aprendiendo una serie de
esquemas o creencias, con las que organizamos nuestra vida. Si el contenido de esas
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creencias es inadecuado, favorecerá la aparición de la depresión, tras s una pérdida de


reforzadores.

Estos son algunas de las creencias que más vulneran a las personas hacia la depresión:

1.La creencia de que uno mismo no es lo suficientemente valioso o que incluso está
por debajo de los demás. Las personas con baja autoestima están continuamente al
borde de la depresión. Son personas que se conceptualizan, de una forma más o
menos clara, como inferiores a los demás. Pueden creer que son menos inteligentes,
menos competentes, menos interesantes, o incluso, menos atractivos. Este esquema
les lleva a evaluar selectivamente su comportamiento. Focalizan en sus errores, por
pequeños que sean, y suelen pasar por alto sus aciertos. Esta forma sesgada de
autoobservarse la toman como una prueba de su falta de valía. Su creencia “no soy
una persona valiosa” se ve confirmada por la percepción distorsionada de sus errores.
No es infrecuente que se comparen constantemente con los demás, lo que en muchos
casos provoca también ansiedad y miedos sociales. Dado que no se gustan a sí mismos,
no les resulta difícil pensar que tampoco van a gustar a los demás, o más todavía, que
los demás van a penar cosas negativas de ellos.

Esta creencia, como todas las demás, se aprende poco a poco a lo largo de la
educación. Padres que utilizaron con excesiva frecuencia expresiones desvalorizantes
hacia su hijo (“eres un idiota”, “no haces nada bien”, “no llegarás a nada en la vida”),
colegios con un sistema educativo muy moralista y rígido basado en el castigo y no en
la motivación y el premio, comparaciones frecuentes con los hermanos, enseñanza de
una religión o sistema moral muy estricto, con tendencia a la humillación personal y
excesiva humildad, o sufrir desgracias importantes durante la niñez (perder a uno de
los padres (.

2. La creencia den la filosofía de la culpa. Muy directamente relacionada con la


anterior, consistiría en creer firmemente que si uno comete un error debería recibir un
castigo severo. Este castigo suele ser administrado por uno mismo en forma de
terribles remordimientos y sentimientos de culpabilidad.

Ante un error es saludable sentirse perturbado en un continuo que va desde una ligera
incomodidad hasta una seria preocupación, porque estos sentimientos no sirven como
señal de pararnos a pensar cómo podríamos actuar mejor la próxima vez. Sirven, pues,
para aprender de los errores y actuar con más eficacia. La culpa es diferente. No se
trata de examinar objetivamente el error, de averiguar el porqué de su aparición y de
sentirnos frustrados y descontentos con nuestra ejecución. La culpa implica que, a
partir de un error, nos desvalorizamos completamente como seres humanos y
creemos que para expiar nuestra terrible ineficacia necesitamos ser castigados. El error
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no se evalúa por la no consecución de los objetivos prácticos, se evalúa en términos


morales, lo que automáticamente nos condena al castigo.

La culpa suele ir unida a un excesivo perfeccionismo. Las personas perfeccionistas se


exigen metas muy altas, frecuentemente inalcanzables, y cuando de hecho no las
consiguen, aparece la vieja y dolorosa culpa.

3. La creencia de que el mundo debería ser un lugar maravilloso en el que vivir. Mucha
gente cree que el mundo debería ser un sitio donde no hubiera problemas, ni
contratiempos, ni desgracias. Un lugar idílico como los cuentos de hadas donde todo
acaba bien, y desafortunadamente, nuestro mundo no es así.

Las personas que tienen esa concepción de la realidad está condenadas a tener
problemas psicológicos. Cuando se encuentren con algunas de las desgracias, que
estadísticamente, más pronto o más tarde, todos nos encontramos (muertes,
accidentes, enfermedades, problemas económicos, etc.), su mundo ideal
desaparecerá, y se sentirán engañados y burlados por la vida y el destino.

4.Un cuarto factor que puede predisponer hacia la depresión es algún tipo de
deficiencias en el área social. Por una parte, podrían ser déficits de habilidades. Las
habilidades sociales son el conjunto de conductas que necesitamos para relacionarnos
eficazmente con los demás. Ejemplos de estas habilidades son: saber iniciar
conversaciones, saber hacer peticiones o saber recibir una crítica. Estas habilidades se
aprenden a lo largo de la educación. Si el aprendizaje es incorrecto o insuficiente nos
encontramos ante un repertorio de habilidades sociales disminuido que vulnera a la
persona hacia los trastornos psicológicos en general, y hacia la depresión en particular.
Si se produce una pérdida de reforzadores, por ejemplo, a modo de cambio de trabajo
o de domicilio, y la persona no posee las suficientes habilidades sociales para
adaptarse al nuevo entorno social, es posible que se produzca una depresión. En otros
casos, la falta de habilidades sociales podría provocar que una persona en proceso de
depresión no pidiera ayuda a familiares o amigos o incluso a profesionales, y eso
recrudecería su depresión.

Por otro lado, en ocasiones el problema no está directamente en la inhabilidad social


del sujeto sino en la ausencia de un soporte social adecuado. ES decir, quizá por un
déficit en habilidades sociales o por otros muchos factores, la persona no está
arropada en un entorno social cálido que le pueda ofrecer apoyo y ayuda en
momentos difíciles. Esto, de nuevo, aumentaría las probabilidades de depresión.
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5.El último factor predisposicional que vamos a comentar es la habilidad para resolver
problemas. Las pérdidas de reforzadores son unos problemas, son cambios, en la
mayor parte de los casos negativos, que las personas tienen que afrontar y resolver. Si
una persona no sabe un procedimiento específico y estructurado para evaluar lo que
está sucediendo, buscar alternativa y tomar la decisión más adecuada para sus
circunstancias, entonces el problema práctico que tiene que resolver en su medio,
provocara problemas psicológicos que podrían culminar en una depresión.

Por otra parte se podría hablar de vulnerabilidad biológica hacia la depresión,


entendiendo como tal la facilidad para reducir la segregación de neurotransmisores
una vez iniciado el proceso de la depresión. Las personas más vulnerables reducirían
más rápidamente, o en mayor cantidad, la producción de neurotransmisores, lo que
aceleraría la instalación de la depresión.

En resumen, existe una serie de variables que nos vulneran hacia la depresión, algunas
de ellas son: el estilo de vida falto de satisfacción, nuestra forma de pensar con
respecto a determinados tópicos, carencias, sociales e inhabilidad de resolución de
problemas. Esto no significa que, por el hecho de que una persona tenga uno o varios
de estos factores predisposicionales automáticamente se vaya a deprimir. Significa
que, a partir de una perdida de reforzadores, las probabilidades de futura depresión
serán mayores. Sin embargo, tampoco es infrecuente, encontrar personas
fuertemente deprimidas sin rastros de variables de vulnerabilidad psicológica. El
concepto clave sigue siendo la pérdida de reforzadores.

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