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Aunque no logrees creerme, todavía recuerdo aquellas primeras veces que le-
gué a escribir mis primeras palabras. Ciertamente algunos garabatos algo defor-
mes, pero eran mi creación, y eso no solo me hacía sentir orgullo –y algo asusta-
do- de lo que estaba logrando, sino que también se reflejaba una sonrisa de felici-
dad en el rostro de mi madre. Realmente fue más emotivo cuando dije mis prime-
ras palabras, pero la historia es tan conmovedora que hasta yo lloraría. Han pasa-
do casi dos décadas desde aquellos primeros contactos con la lectura y la escritu-
ra, y siento que fue como el primer flechazo de amor que me incitó a conocer y a
valorar la belleza que existe detrás del conocimiento.
Un niño que no posea madurez escolar, el ingreso a una escuela sería más un
castigo que un beneficio para él. Esto debido a que seguramente no podrá inte-
grarse al grupo, ya sea desde un enfoque social o académico. Hay cosas que re-
cuerdo de mi infancia, como la que mencioné hace un rato, y otras que no, sin
embargo cuento con la bendición de tener sobrinos y una de las cosas que he ob-
servado al llevarlos a la escuela o al irlos a buscar, es que tienen compañeros que
pese a su desarrollo físico, cognitiva y perceptivamente no están ubicados en di-
cho nivel educativo. Berrinches, pataletas o comportamientos erróneos con sus
compañeros y profesores es lo que he podido apreciar en algunas ocasiones.
Un concepto considerado para aquellos niños que estén preparados para pró-
ximas exigencias académica, son las funciones básicas o las destrezas y habilida-
des pre académicas, las cuales están conformadas por: Psicomotricidad, percep-
ción, lenguaje y funciones cognitivas. Si cumplen con ellas, el asumir retos como
el aprender a leer, escribir o simplemente comunicarse con sus compañeros y pro-
fesores, se hará propicio.
Para que un niño pueda integrarse sanamente a las exigencias del medio en un
ambiente escolarizado, debe poseer coordinación y equilibrio motriz, para poder
realizar las diversas actividades físicas que tras un trasfondo didáctico exigen los
docentes del aula. Así como poder jugar y compartir con los demás compañeros
en las horas dedicadas a ello. Esto marcaría las bases para el desarrollo de la mo-
tricidad fina, la cual propicia el impulso a la escritura, al dibujo y la pintura, al
aseo personal o al atar y desatar nudos.