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El Mana
Jung mantenía que para autorrealizarnos, para ser individuos autónomos y lograr una
felicidad completa necesitamos explorar nuestro inconsciente, lo que podemos hacer por
medio de los sueños. Según él, para conseguirlo debemos atravesar cuatro etapas. La
primera etapa es la de la sombra, la segunda es la del ánima y el animus, la tercera es
la de las personalidades mana, y la cuarta es la del Yo.
En la tercera etapa y la más rica es cuando se alcanza un verdadero sentido de la
identidad y la individualidad personales. Suele decirse que en esta etapa es cuando el
hombre encuentra al Viejo Sabio y la mujer a la Gran Madre. A estas imágenes
arquetípicas de la sabiduría y la fuerza, Jung las denomina personalidades mana.
Escogió esta palabra porque en las comunidades no occidentales, se cree que cualquiera
que posea una sabiduría o un poder extraordinarios está imbuido de mana, una
expresión melanesia que significa santidad o divinidad.
Jung advertía que hallarse dotado de mana resulta peligroso, y que puede conducir a la
megalomanía. Esto es lo que le sucede a las mujeres que se dejan poseer por la Gran
Madre, y que llegan a creer que tienen poderes para salvar o proteger al mundo entero.
Los hombres poseídos por el Anciano Sabio creen erróneamente que son capaces de
todo. También podemos proyectar el mana en otros, depositando nuestra fe en los
grandes dirigentes o en los superhéroes, y no en el poder que llevamos dentro de
nosotros. Jung sugería que la mejor manera de controlar el mana es dejarlo integrarse
en nuestra personalidad y en nuestra conciencia. Resulta muy positivo no proyectarlo en
otros y no reprimirlo. De este modo, la sabiduría de nuestro inconsciente se compenetra
con nuestra conciencia, y logramos el equilibrio.
Mana y magia
La magia puede ser considerada como un Arte fundamentado en el manejo de los
ilimitados poderes del alma. La multitud de todos esos poderes, posiblemente, pueden
reducirse a una única noción de "poder" o mana. El mana se ha interpretado
comúnmente como la materia de la cual la magia se forma, así como la sustancia de la
cual se hacen las almas. El equivalente, o los equivalentes griegos de esta palabra,
hallado en textos helenísticos, puede ser dynamis: poder, charis: gracia, y arete:
eficacia. Este mana se puede utilizar libremente y el verdadero mago es solo su
médium, un canal y un transmisor, cuyas ropas o todo lo que toca pueden recibir y
almacenar el mana.
Los pueblos primitivos consideran que el poder mágico, que garantiza la eficiencia del
uso de los elementos técnicos en que el neófito mago ha sido iniciado, éste lo ha
recibido, durante un sueño o trance extático, de parte de ciertos espíritus, quienes lo
introdujeron en su cuerpo y se encuentra así localizado en determinado objeto material.
Sin embargo, el secreto del poder mágico a menudo va vinculado a otro elemento,
presente en determinadas personas u objetos, que los convierte en transmisores, por
contagio, del poder especial que habita en ellos. Tal contagio tiene una connotación de
mancha que los convierte en temibles y, a la vez, fascinantes. De esta manera la
perspectiva de estar en presencia de alguien o de algo que tiene ese poder especial, lo
separa de la dimensión profana, propia del tiempo y espacio cotidianos, dándole, sin
embargo, un atractivo particular debido precisamente a la necesidad humana de tener
acceso a la realidad trascendente. Ello determina la ambivalencia de lo sagrado, propia
del tabú.
Ese poder sagrado recibe el nombre genérico de mana, de acuerdo a término usado por
los indígenas de las Melanesia. Así, pues, quien ha recibido el poder mágico tiene un
mana particular y, por lo mismo, es tabú, o sea temible porque mancha o contagia;
pero, a la vez, ese especial poder es peligroso y, por ello, puede exorcizar los espíritus o
fuerzas malignas que han contagiado o poseído a alguien. Sin embargo, mana es, de
alguna forma, inherente a toda realidad profana que tenga poder. Y si bien el mana
siempre está vinculado a una persona, a menudo se proyecta antropomórficamente en
las fuerzas de la naturaleza; así la tempestad despliega su mana, lo mismo una víbora
que pica y mata; por otro lado, un guerrero o un cazador tienen éxito en su empresa
gracias también a su poder mánico. Toda acción es, pues, eficaz debido a que quien la
ejecuta posee mana. Entre las culturas primitivas no hay una separación clara entre lo
profano y lo sagrado, ni entre sujeto y objeto. Sólo que, dentro de ese conjunto de
realidades que actúan en el mundo, todas ellas portadoras de mana, las hay con un
poder particular que las convierte en especialmente temibles.
Así, pues, la creencia en lo sagrado como una realidad tabú, es decir temible y, a la vez,
deseable, contiene siempre cierta dimensión de poder mánico. La institución de la
magia busca, así, en el poder sagrado (mánico) la defensa con respecto al carácter
peligroso y temible de ese mismo poder sagrado. Y el hecho de que su presencia resulte
particularmente clara en las formas más primitivas de cultura, no significa que ello sea
ajeno a la vivencia religiosa de culturas y religiones más desarrolladas.
Búsquedas primitivas de religiosidad
Conceptos similares
El concepto de una "vida-energía" inherente en todos los seres vivos parece ser un
arquetipo bastante universal, y aparece en numerosos sistemas metafísicos y religiones
tradicionales.
En el libro "The Body of Light" (El cuerpo de luz) los autores Dr. John Mann y Larry
Short, cuentan 49 culturas que hacen referencia a esta idea de una energía vital de la
cual todo depende. Son otras tantas maneras de referirse a una realidad sutil pero
perceptible:
• Tradiciones de los Indios de América del Norte: Wakan, Manitú, Orenda. Los
Nativos Americanos de las regiones del Noreste estaban unidos por una serie de
creencias cosmológicas comunes. Creían —y algunos siguen creyendo— que,
tras la inmediata realidad física de las cosas, existen espíritus. Para estos pueblos
todo el entorno está vivo, las estructuras del paisaje, las fuerzas de la Naturaleza,
los animales, la vegetación e incluso los objetos carentemente desprovistos de
vida poseen en su interior una fuerza viviente o poder espiritual. Los indios
Lakotas lo llamaban Wakan. Los Algonquinos, Manitú. Los Iroqueses, Orenda.