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Los últimos tres arquetipos que compone Caitlin Matthews son : La Tejedora, la
Nutricia y la Potenciadora. La tejedora es una maga que teje, cuida y reajusta la trama
sagrada de la vida. La Mujer Araña de los Navajos, la Brigit celta y Mnemosine, la
madre de las musas, encarnan este aspecto conector, ejerciendo como patronas de
conocimiento, el chamanismo, la profecía y las artes. Actualmente este arquetipo está
muy activo en la psiquis de las mujeres, motivándolas a reconectar sus vidas desde un
patrón diferente al usado hasta entonces, haciéndola conciente de la práctica del cambio
en lo cotidiano. Muchas han descubierto sus energías sanadoras, holísticas o chamánicas
en sintonía con la defensa de los ecosistemas.
La Nutricia y la Potenciadora son dos arquetipos que están por venir, en el sentido que
expresan la emergencia de una conciencia femenina finalmente despojado de los
estereotipos patriarcales. La Nutricia es el aspecto sustentador de la madre pre y post-
patriarcal. Todas las diosas madres que habitan las mitologías son nutricias y
legisladoras, pero nuestra manera de apreciarlas aún es deficiente porque suponemos
que las mujeres, al encarnarlas, deben “dar todo sin pedir nada a cambio”, y cuando
expresan sus exigencias son criticadas como madres desnaturalizadas. Pero la Nutricia
manifiesta la posibilidad de amar, sustentar y nutrir la vida ejerciendo poder con otros,
en lugar de “poder sobre otros” que aún persiste en la cultura occidental.
El ejercicio de la maternidad tendrá importantes implicancia políticas, económicas y
culturales.
Algo similar ocurre con la Potenciadora que en los mitos aparece como diosa de la
sabiduría: Sofía, Kuan Yin, Tara y Shokiná. También en la anciana sabia de las culturas
indígenas. Como continuadora de la Tejedora y la Nutricia, la Potenciadora manifestará
una sabiduría femenina hasta ahora desconocida.
En este breve recorrido observamos que el trabajo de Caitlín Matthews, como el de
otras erúditas que investigan los símbolos de la Diosa, tiene el mérito de haber sacado a
la luz un conjunto arquetípico abierto a la experiencia de cada mujer.
Tenemos otros ejemplos de este tipo de “madres”: los gemelos Rómulo y Remo fueron
hijos de madre virgen; el Popol Vuh libro sagrado de los maya-quichés dice que los
gemelos Hunahpu y Ixbalanqué fueron engendrados por la joven virgen Ixquic cuando
una calavera escupió su mano (“en mi saliva y en mi baba te he dado mi descendencia”,
dijo la calavera a la muchacha).
Otros héroes, dioses, semidioses y profetas han sido engendrados sin que interviniera el
varón: la virgen Maia engendró a Buda, y, además, Hermes, Baco-Dionisos, Adonis,
Agni, Mitra, Krishna y Jesús, fueron dados a luz por madres vírgenes.
Como hemos visto, el Arquetipo de la Gran Madre puede tener dos vertientes, puede ser
benévola (nutricia) o puede tener un carácter vengativo, oscuro (devoradora) castigando
a la gente, pidiendo tributos o convirtiendo a los seres humanos en piedras, todo
dependiendo de su justicia caprichosa y de su estado de humor.
Esta dualidad está presente en Artemisa, la Señora de los Animales griega, que podía
ser cruel o benévola, cazadora virginal o diosa de la fertilidad. Las Grandes Madres de
la época Micénica tenían también ambos caracteres, vírgenes y diosas de la fertilidad.
De modo general el Arquetipo de la Gran Madre, cuando actúa como complejo psíquico
tanto en el hombre como en la mujer, implica la búsqueda del retorno a la protección
materna, a ese paraíso imaginario de plenitud y armonía, y en este sentido está
íntimamente ligado a las manifestaciones del Arquetipo del Paraíso Perdido.
La madre personal entonces, sólo influye en el hijo o hija en la medida en que éstos
proyectan el arquetipo materno sobre ella, y ello tiene más que ver con un desarrollo
muy particular, propio de la fantasía infantil proveniente de lo inconsciente colectivo,
que con efectos traumáticos realmente acontecidos.
Es por esto que Jung sostenía que en aquellos casos en los que se sospechaba una
neurosis infantil, él comenzaba buscando la neurosis en la madre, pues es mucho más
probable que un niño tenga un desarrollo normal que neurótico, y porque en la mayoría
de los casos se puede demostrar la existencia de perturbación en los padres, en especial
en la madre.
El Arquetipo de la Gran Madre también aparece simbolizado por todo lo que sea
profundo: abismos, valles, fuentes, grutas, mares y lagos. En otras ocasiones está
representado como la casa o la ciudad que nos contiene. En general, todo aquello que se
presente como de grandes dimensiones, espacioso y con la característica de abrazar,
contener, ceñir, rodear, envolver, cubrir, preservar o nutrir a algo más pequeño,
constituyen símbolos que se refieren a la Gran Madre.
Los humanos proyectamos este arquetipo en las respectivas madres. Pero cuando el
arquetipo no encuentra una madre biológica o sustituta disponible, tiende a
personificárselo, convirtiéndolo en un personaje mitológico – por ejemplo – “de cuentos
de hadas”; o se lo busca a través de una institución religiosa; o identificándolo con la
“Madre Tierra” la Pachamama en regiones cordilleranas de América del Sur; o en la
figura de la Virgen María y otras tantas que se prestan para ser depositarias de la Gran
Madre arquetípica. Porque, como señala Jung, “la Gran Madre es ante todo un arquetipo
[...] una imagen interior, eternizada en la Psyché; y para la organización psíquica, a la
vez un centro y fermento de unificación. Algo inmutable”.
Jung explica también las causas de este fenómeno de la doble vertiente del arquetipo y
las diversas manifestaciones que hemos mencionado, en su obra “Arquetipos e
Inconsciente Colectivo”. Allí expresa: “La portadora del arquetipo es en primer término
la madre personal, porque en un comienzo el niño vive en participación exclusiva, en
identificación inconsciente con ella. La madre no es sólo precondición física, sino
también psíquica del niño. Con el despertar de la consciencia del yo la participación se
va disolviendo poco a poco y la consciencia comienza a ponerse en oposición con lo
inconsciente, esto es con su propia precondición. De allí resulta la diferenciación entre
el yo y la madre, cuya peculiaridad personal poco a poco se vuelve más clara. De ese
modo se desprenden de su imagen todas las características misteriosas y fabulosas y se
desplazan hacia la posibilidad más cercana: la abuela. Como madre de la madre, ella es
“más grande” que ésta. No es raro que tome los caracteres de la sabiduría al igual que
los propios de la brujería. Pues cuanto más se aleja el arquetipo de la consciencia tanto
más clara se vuelve ésta y tanto más nítida figura mitológica toma el arquetipo. El paso
de la madre a la abuela representa un ´ascenso de rango´ para el arquetipo.” Y luego
agrega que: “Al volverse mayor la distancia entre lo consciente y lo inconsciente, la
abuela materna se transforma, por ascenso de rango, en la “Gran Madre”, con lo cual
ocurre frecuentemente que las oposiciones interiores de esta imagen se separan de ella.
Surge por un lado un hada buena y por el otro una mala, o bien una diosa benévola y
luminosa y otra peligrosa y sombría. En el Occidente antiguo y en especial en las
culturas orientales, las oposiciones permanecen a menudo unificadas en una figura, sin
que la consciencia experimente esta paradoja como algo perturbador. Así como las
leyendas de los dioses muchas veces están llenas de contradicciones, lo mismo ocurre
con el carácter moral de sus figuras.” Y de esa manera es que surge esta ambigüedad en
las diosas míticas, fieles representantes del Arquetipo de la Gran Madre